CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS CATÓLICOS DE IRLANDA
1. Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia en Irlanda, os escribo con
gran preocupación como Pastor de la Iglesia universal. Al igual que vosotros
estoy profundamente consternado por las noticias concernientes al abuso de
niños y jóvenes indefensos por parte de miembros de la Iglesia en Irlanda,
especialmente sacerdotes y religiosos. Comparto la desazón y el sentimiento
de traición que muchos de vosotros experimentaron al enterarse de esos actos
pecaminosos y criminales y del modo en que fueron afrontados por las
autoridades de la Iglesia en Irlanda.
Como sabéis, invité hace poco a los obispos de Irlanda a una reunión en Roma
para que informasen sobre cómo abordaron esas cuestiones en el pasado e
indicasen los pasos que habían dado para hacer frente a una situación tan
grave. Junto con algunos altos prelados de la Curia Romana escuché lo que
tenían que decir, tanto individualmente como en grupo, sea sobre el análisis
de los errores cometidos y las lecciones aprendidas, que sobre la
descripción de los programas y procedimientos actualmente en curso. Nuestras
discusiones fueron francas y constructivas. Estoy seguro de que, como
resultado, los obispos están ahora en una posición más fuerte para continuar
la tarea de reparar las injusticias del pasado y de abordar cuestiones más
amplias relacionadas con el abuso de los niños de manera conforme con las
exigencias de la justicia y las enseñanzas del Evangelio.
2. Por mi parte, teniendo en cuenta la gravedad de estos delitos y la
respuesta a menudo inadecuada que han recibido por parte de las autoridades
eclesiásticas de vuestro país, he decidido escribir esta carta pastoral para
expresaros mi cercanía, y proponeros un camino de curación, renovación y
reparación.
Es verdad, como han observado muchas personas en vuestro país, que el
problema de abuso de menores no es específico de Irlanda o de la Iglesia.
Sin embargo, la tarea que tenéis ahora por delante es la de hacer frente al
problema de los abusos ocurridos dentro de la comunidad católica de Irlanda
y de hacerlo con coraje y determinación. Que nadie se imagine que esta
dolorosa situación se resuelva pronto. Se han dado pasos positivos pero
todavía queda mucho por hacer. Necesitamos perseverancia y oración, con gran
fe en la fuerza salvadora de la gracia de Dios.
Al mismo tiempo, debo también expresar mi convicción de que para recuperarse
de esta dolorosa herida, la Iglesia en Irlanda, debe reconocer en primer
lugar ante Dios y ante los demás, los graves pecados cometidos contra niños
indefensos. Ese reconocimiento, junto con un sincero pesar por el daño
causado a las víctimas y sus familias, debe desembocar en un esfuerzo
conjunto para garantizar que en el futuro los niños estén protegidos de
semejantes delitos.
Mientras os enfrentáis a los retos de este momento, os pido que recordéis la
"roca de la que fuisteis tallados" (Isaías 51, 1). Reflexionad sobre la
generosa y a menudo heroica contribución ofrecida a la Iglesia y a la
humanidad por generaciones de hombres y mujeres irlandeses, y haced que de
esa reflexión brote el impulso para un honesto examen de conciencia personal
y para un sólido programa de renovación de la Iglesia y el individuo. Rezo
para que, asistida por la intercesión de sus numerosos santos y purificada
por la penitencia, la Iglesia en Irlanda supere esta crisis y vuelve a ser
una vez más testimonio convincente de la verdad y la bondad de Dios
Todopoderoso, que se manifiesta en su Hijo Jesucristo.
3. A lo largo de la historia, los católicos irlandeses han demostrado ser,
tanto en su patria como fuera de ella, una fuerza motriz del bien. Monjes
celtas como San Columba difundieron el evangelio en Europa occidental y
sentaron las bases de la cultura monástica medieval. Los ideales de
santidad, caridad y sabiduría trascendente, nacidos de la fe cristiana,
quedaron plasmados en la construcción de iglesias y monasterios y en la
creación de escuelas, bibliotecas y hospitales, que contribuyeron a
consolidar la identidad espiritual de Europa. Aquellos misioneros irlandeses
debían su fuerza y su inspiración a la firmeza de su fe, al fuerte liderazgo
y a la rectitud moral de la Iglesia en su tierra natal.
A partir del siglo XVI, los católicos en Irlanda atravesaron por un largo
período de persecución, durante el cual lucharon por mantener viva la llama
de la fe en circunstancias difíciles y peligrosas. San Oliver Plunkett,
mártir y arzobispo de Armagh, es el ejemplo más famoso de una multitud de
valerosos hijos e hijas de Irlanda dispuestos a dar su vida por la fidelidad
al Evangelio. Después de la Emancipación Católica, la Iglesia fue libre de
nuevo para volver a crecer. Las familias y un sinfín de personas que habían
conservado la fe en el momento de la prueba se convirtieron en la chispa de
un gran renacimiento del catolicismo irlandés en el siglo XIX. La iglesia
escolarizaba, especialmente a los pobres, lo que supuso una importante
contribución a la sociedad irlandesa. Entre los frutos de las nuevas
escuelas católicas se cuenta el aumento de las vocaciones: generaciones de
sacerdotes misioneros, hermanas y hermanos, dejaron su patria para servir en
todos los continentes, sobre todo en mundo de habla inglesa. Eran
excepcionales, no sólo por la vastedad de su número, sino también por la
fuerza de la fe y la solidez de su compromiso pastoral. Muchas diócesis,
especialmente en África, América y Australia, se han beneficiado de la
presencia de clérigos y religiosos irlandeses, que predicaron el Evangelio y
fundaron parroquias, escuelas y universidades, clínicas y hospitales,
abiertas tanto a los católicos, como al resto de la sociedad, prestando una
atención particular a las necesidades de los pobres.
En casi todas las familias irlandesas, ha habido siempre alguien - un hijo o
una hija, una tía o un tío - que dieron sus vidas a la Iglesia. Con razón,
las familias irlandesas tienen un gran respeto y afecto por sus seres
queridos que dedicaron la vida a Cristo, compartiendo el don de la fe con
los demás y traduciéndola en acciones sirviendo con amor a Dios y al
prójimo.
4. En las últimas décadas, sin embargo, la Iglesia en vuestro país ha tenido
que enfrentarse a nuevos y graves retos para la fe debidos a la rápida
transformación y secularización de la sociedad irlandesa. El cambio social
ha sido muy veloz y a menudo ha repercutido adversamente en la tradicional
adhesión de las personas a las enseñanzas y valores católicos. Asimismo ,
las prácticas sacramentales y devocionales que sustentan la fe y la hacen
crecer, como la confesión frecuente, la oración diaria y los retiros anuales
se dejaron ,con frecuencia, de lado.
También fue significativa en este período la tendencia, incluso por parte de
los sacerdotes y religiosos, a adoptar formas de pensamiento y de juicio de
la realidad secular sin referencia suficiente al Evangelio. El programa de
renovación propuesto por el Concilio Vaticano II fue a veces mal entendido
y, además, a la luz de los profundos cambios sociales que estaban teniendo
lugar, no era nada fácil discernir la mejor manera de realizarlo. En
particular, hubo una tendencia, motivada por buenas intenciones, pero
equivocada, de evitar los enfoques penales de las situaciones canónicamente
irregulares. En este contexto general debemos tratar de entender el
inquietante problema de abuso sexual de niños, que ha contribuido no poco al
debilitamiento de la fe y la pérdida de respeto por la Iglesia y sus
enseñanzas.
Sólo examinando cuidadosamente los numerosos elementos que han dado lugar a
la crisis actual es posible efectuar un diagnóstico claro de las causas y
encontrar las soluciones eficaces. Ciertamente, entre los factores que han
contribuido a ella, podemos enumerar: los procedimientos inadecuados para
determinar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio y a la vida
religiosa, la insuficiente formación humana, moral, intelectual y espiritual
en los seminarios y noviciados, la tendencia de la sociedad a favorecer al
clero y otras figuras de autoridad y una preocupación fuera de lugar por el
buen nombre de la Iglesia y por evitar escándalos cuyo resultado fue la
falta de aplicación de las penas canónicas en vigor y de la salvaguardia de
la dignidad de cada persona. Es necesaria una acción urgente para
contrarrestar estos factores, que han tenido consecuencias tan trágicas para
la vida de las víctimas y sus familias y han obscurecido tanto la luz del
Evangelio, como no lo habían hecho siglos de persecución.
5. En varias ocasiones, desde mi elección a la Sede de Pedro, me he
encontrado con víctimas de abusos sexuales y estoy dispuesto a seguir
haciéndolo en futuro. He hablado con ellos, he escuchado sus historias, he
constatado su sufrimiento, he rezado con ellos y por ellos. Anteriormente en
mi pontificado, preocupado por abordar esta cuestión, pedí a los obispos de
Irlanda, durante la visita ad limina de 2006 que "establecieran la verdad de
lo ocurrido en el pasado y tomasen todas las medidas necesarias para evitar
que sucediera de nuevo, para asegurar que los principios de justicia sean
plenamente respetados y, sobre todo, para curar a las víctimas y a todos los
afectados por estos crímenes atroces “ (Discurso a los obispos de Irlanda,
el 28 de octubre de 2006).
Con esta carta, quiero exhortaros a todos vosotros, como pueblo de Dios en
Irlanda, a reflexionar sobre las heridas infligidas al cuerpo de Cristo, los
remedios necesarios y a veces dolorosos, para vendarlas y curarlas , y la
necesidad de la unidad, la caridad y la ayuda mutua en el largo proceso de
recuperación y renovación eclesial. Me dirijo ahora a vosotros con palabras
que me salen del corazón, y quiero hablar a cada uno de vosotros y a todos
vosotros como hermanos y hermanas en el Señor.
6. A las víctimas de abusos y a sus familias
Habéis sufrido inmensamente y me apesadumbra tanto. Sé que nada puede borrar
el mal que habéis soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada y violada
vuestra dignidad. Muchos de vosotros han experimentado que cuando tuvieron
el valor suficiente para hablar de lo que les había pasado, nadie quería
escucharlos. Aquellos que sufrieron abusos en los internados deben haber
sentido que no había manera de escapar de su dolor. Es comprensible que os
sea difícil perdonar o reconciliaros con la Iglesia. En su nombre, expreso
abiertamente la vergüenza y el remordimiento que sentimos todos. Al mismo
tiempo, os pido que no perdáis la esperanza. En la comunión con la Iglesia
es donde nos encontramos con la persona de Jesucristo, que fue Él mismo una
víctima de la injusticia y el pecado. Como vosotros aún lleva las heridas de
su sufrimiento injusto. Él entiende la profundidad de vuestro dolor y la
persistencia de su efecto en vuestras vidas y vuestras relaciones con los
demás, incluyendo vuestra relación con la Iglesia.
Sé que a algunos de vosotros les resulta difícil incluso entrar en una
iglesia después de lo que ha sucedido. Sin embargo, las heridas de Cristo,
transformadas por su sufrimiento redentor, son los instrumentos que han roto
el poder del mal y nos hacen renacer a la vida y la esperanza. Creo
firmemente en el poder curativo de su amor sacrificial - incluso en las
situaciones más oscuras y desesperadas - que libera y trae la promesa de un
nuevo comienzo.
Al dirigirme a vosotros como un pastor, preocupado por el bienestar de todos
los hijos de Dios, os pido humildemente que reflexionéis sobre lo que he
dicho. Ruego que, acercándoos a Cristo y participando en la vida de su
Iglesia - una Iglesia purificada por la penitencia y renovada en la caridad
pastoral - podáis descubrir de nuevo el amor infinito de Cristo por cada uno
de vosotros. Estoy seguro de que de esta manera seréis capaces de encontrar
reconciliación, profunda curación interior y paz.
7. A los sacerdotes y religiosos que han abusado de niños
Habéis traicionado la confianza depositada en vosotros por jóvenes inocentes
y por sus padres. Debéis responder de ello ante Dios Todopoderoso y ante los
tribunales debidamente constituidos. Habéis perdido la estima de la gente de
Irlanda y arrojado vergüenza y deshonor sobre vuestros semejantes. Aquellos
de vosotros que son sacerdotes han violado la santidad del sacramento del
Orden, en el que Cristo mismo se hace presente en nosotros y en nuestras
acciones. Junto con el inmenso daño causado a las víctimas, un daño enorme
se ha hecho a la Iglesia y a la percepción pública del sacerdocio y de la
vida religiosa.
Os exhorto a examinar vuestra conciencia, a asumir la responsabilidad de los
pecados que habéis cometido y a expresar con humildad vuestro pesar. El
arrepentimiento sincero abre la puerta al perdón de Dios y a la gracia de la
verdadera enmienda.
Debéis tratar de expiar personalmente vuestras acciones ofreciendo oraciones
y penitencias por aquellos que habéis ofendido. El sacrificio redentor de
Cristo tiene el poder de perdonar incluso el más grave de los pecados y
extraer el bien incluso del más terrible de los males. Al mismo tiempo, la
justicia de Dios nos llama a dar cuenta de nuestras acciones sin ocultar
nada. Admitid abiertamente vuestra culpa, someteos a las exigencias de la
justicia, pero no desesperéis de la misericordia de Dios.
8. A los padres
Os habéis sentido profundamente indignados y conmocionados al conocer los
hechos terribles que sucedían en lo que debía haber sido el entorno más
seguro para todos. En el mundo de hoy no es fácil construir un hogar y
educar a los hijos. Se merecen crecer con seguridad, cariño y amor, con un
fuerte sentido de su identidad y su valor. Tienen derecho a ser educados en
los auténticos valores morales enraizados en la dignidad de la persona
humana, a inspirarse en la verdad de nuestra fe católica y a aprender los
patrones de comportamiento y acción que lleven a la sana autoestima y la
felicidad duradera. Esta tarea noble pero exigente está confiada en primer
lugar a vosotros, padres. Os invito a desempeñar vuestro papel para
garantizar a los niños los mejores cuidados posibles, tanto en el hogar como
en la sociedad en general, mientras la Iglesia, por su parte, sigue
aplicando las medidas adoptadas en los últimos años para proteger a los
jóvenes en los ambientes parroquiales y escolares. Os aseguro que estoy
cerca de vosotros y os ofrezco el apoyo de mis oraciones mientras cumplís
vuestras grandes responsabilidades
9. A los niños y jóvenes de Irlanda
Quiero dirigiros una palabra especial de aliento. Vuestra experiencia de la
Iglesia es muy diferente de la de vuestros padres y abuelos. El mundo ha
cambiado desde que ellos tenían vuestra edad. Sin embargo, todas las
personas, en cada generación están llamadas a recorrer el mismo camino
durante la vida, cualesquiera que sean las circunstancias. Todos estamos
escandalizados por los pecados y errores de algunos miembros de la Iglesia,
en particular de los que fueron elegidos especialmente para guiar y servir a
los jóvenes. Pero es en la Iglesia donde encontraréis a Jesucristo que es el
mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13, 8). Él os ama y se entregó por
vosotros en la cruz. ¡Buscad una relación personal con Éll dentro de la
comunión de su Iglesia, porque él nunca traicionará vuestra confianza! Sólo
Él puede satisfacer vuestros anhelos más profundos y dar pleno sentido a
vuestras vidas, orientándolas al servicio de los demás. Mantened vuestra
mirada fija en Jesús y su bondad y proteged la llama de la fe en vuestros
corazones. Espero en vosotros para que, junto con vuestros hermanos
católicos en Irlanda, seáis fieles discípulos de nuestro Señor y aportéis el
entusiasmo y el idealismo tan necesarios para la reconstrucción y la
renovación de nuestra amada Iglesia.
10. A los sacerdotes y religiosos de Irlanda
Todos nosotros estamos sufriendo las consecuencias de los pecados de
nuestros hermanos que han traicionado una obligación sagrada o no han
afrontado de forma justa y responsable las denuncias de abusos. A la luz del
escándalo y la indignación que estos hechos han causado, no sólo entre los
fieles laicos, sino también entre vosotros y vuestras comunidades
religiosas, muchos os sentís desanimados e incluso abandonados. Soy también
consciente de que a los ojos de algunos aparecéis tachados de culpables por
asociación, y de que os consideran como si fuerais de alguna forma
responsable de los delitos de los demás. En este tiempo de sufrimiento,
quiero dar acto de vuestra dedicación cómo sacerdotes y religiosos y de
vuestro apostolado, y os invito a reafirmar vuestra fe en Cristo, vuestro
amor por su Iglesia y vuestra confianza en las promesas evangélicas de la
redención, el perdón y la renovación interior. De esta manera, podréis
demostrar a todos que donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (cf. Rm
5, 20).
Sé que muchos estáis decepcionados, desconcertados y encolerizados por la
manera en que algunos de vuestros superiores abordaron esas cuestiones. Sin
embargo, es esencial que cooperéis estrechamente con los que ostentan la
autoridad y colaboréis en garantizar que las medidas adoptadas para
responder a la crisis sean verdaderamente evangélicas, justas y eficaces.
Por encima de todo, os pido que seáis cada vez más claramente hombres y
mujeres de oración, que siguen con valentía el camino de la conversión, la
purificación y la reconciliación. De esta manera, la Iglesia en Irlanda
cobrará nueva vida y vitalidad gracias a vuestro testimonio del poder
redentor de Dios que se hace visible en vuestras vidas.
11. A mis hermanos, los obispos
No se puede negar que algunos de vosotros y de vuestros predecesores han
fracasado, a veces lamentablemente, a la hora de aplicar las normas,
codificadas desde hace largo tiempo, del derecho canónico sobre los delitos
de abusos de niños. Se han cometido graves errores en la respuesta a las
acusaciones. Reconozco que era muy difícil comprender la magnitud y la
complejidad del problema, obtener información fiable y tomar decisiones
adecuadas en función de los pareceres contradictorios de los expertos. No
obstante, hay que reconocer que se cometieron graves errores de juicio y
hubo fallos de dirección. Todo esto ha socavado gravemente vuestra
credibilidad y eficacia. Aprecio los esfuerzos llevados a cabo para remediar
los errores del pasado y para garantizar que no vuelvan a ocurrir. Además de
aplicar plenamente las normas del derecho canónico concernientes a los casos
de abusos de niños, seguid cooperando con las autoridades civiles en el
ámbito de su competencia. Está claro que los superiores religiosos deben
hacer lo mismo. También ellos participaron en las recientes reuniones en
Roma con el propósito de establecer un enfoque claro y coherente de estas
cuestiones. Es imperativo que las normas de la Iglesia en Irlanda para la
salvaguardia de los niños sean constantemente revisadas y actualizadas y que
se apliquen plena e imparcialmente, en conformidad con el derecho canónico.
Sólo una acción decisiva llevada a cabo con total honestidad y transparencia
restablecerá el respeto y el afecto del pueblo irlandés por la Iglesia a la
que hemos consagrado nuestras vidas. Hay que empezar, en primer lugar, por
vuestro examen de conciencia personal, la purificación interna y la
renovación espiritual. El pueblo de Irlanda, con razón, espera que seáis
hombres de Dios, que seáis santos, que viváis con sencillez, y busquéis día
tras día la conversión personal. Para ellos, en palabras de San Agustín,
sois un obispo, y sin embargo, con ellos estáis llamados a ser un discípulo
de Cristo (cf. Sermón 340, 1). Os exhorto a renovar vuestro sentido de
responsabilidad ante Dios, para crecer en solidaridad con vuestro pueblo y
profundizar vuestra atención pastoral con todos los miembros de vuestro
rebaño. En particular, preocupaos por la vida espiritual y moral de cada uno
de vuestros sacerdotes. Servidles de ejemplo con vuestra propia vida, estad
cerca de ellos, escuchad sus preocupaciones, ofrecedles aliento en este
momento de dificultad y alimentad la llama de su amor por Cristo y su
compromiso al servicio de sus hermanos y hermanas.
Asimismo, hay que alentar a los laicos a que desempeñen el papel que les
corresponde en la vida de la Iglesia. Aseguraos de su formación para que
puedan, articulada y convincentemente, dar razón del Evangelio en medio de
la sociedad moderna (cf. 1 Pet 3, 15), y cooperen más plenamente en la vida
y misión de la Iglesia. Esto, a su vez, os ayudará a volver a ser guías y
testigos creíbles de la verdad redentora de Cristo.
12. A todos los fieles de Irlanda
La experiencia de un joven en la Iglesia debería siempre fructificar en su
encuentro personal y vivificador con Jesucristo, dentro de una comunidad que
lo ama y lo sustenta. En este entorno, habría que animar a los jóvenes a
alcanzar su plena estatura humana y espiritual, a aspirar a los altos
ideales de santidad, caridad y verdad y a inspirarse en la riqueza de una
gran tradición religiosa y cultural. En nuestra sociedad cada vez más
secularizada en la que incluso los cristianos a menudo encuentran difícil
hablar de la dimensión trascendente de nuestra existencia, tenemos que
encontrar nuevas modos para transmitir a los jóvenes la belleza y la riqueza
de la amistad con Jesucristo en la comunión de su Iglesia. Para resolver la
crisis actual, las medidas que contrarresten adecuadamente los delitos
individuales son esenciales pero no suficientes: hace falta una nueva visión
que inspire a la generación actual y a las futuras generaciones a atesorar
el don de nuestra fe común. Siguiendo el camino indicado por el Evangelio,
observando los mandamientos y conformando vuestras vidas cada vez más a la
figura de Jesucristo, experimentaréis con seguridad la renovación profunda
que necesita con urgencia nuestra época . Invito a todos a perseverar en
este camino.
13. Queridos hermanos y hermanas en Cristo, profundamente preocupado por
todos vosotros en este momento de dolor, en que la fragilidad de la
condición humana se revela tan claramente, os he querido ofrecer palabras de
aliento y apoyo. Espero que las aceptéis como un signo de mi cercanía
espiritual y de mi confianza en vuestra capacidad para afrontar los retos
del momento actual, recurriendo, como fuente de renovada inspiración y
fortaleza a las nobles tradiciones de Irlanda de fidelidad al Evangelio,
perseverancia en la fe y determinación en la búsqueda de la santidad. En
solidaridad con todos vosotros, ruego con insistencia para que, con la
gracia de Dios, las heridas inflingidas a tantas personas y familias puedan
curarse y para que la Iglesia en Irlanda experimente una época de
renacimiento y renovación espiritual
14. Quisiera proponer, además, algunas medidas concretas para abordar la
situación.
Al final de mi reunión con los obispos de Irlanda, les pedí que la Cuaresma
de este año se considerase un tiempo de oración para la efusión de la
misericordia de Dios y de los dones de santidad y fortaleza del Espíritu
Santo sobre la Iglesia en vuestro país. Ahora os invito a todos a ofrecer
durante un año, desde ahora hasta la Pascua de 2011, la penitencia de los
viernes para este fin. Os pido que ofrezcáis el ayuno, las oraciones, la
lectura de la Sagrada Escritura y las obras de misericordia por la gracia de
la curación y la renovación de la Iglesia en Irlanda. Os animo a redescubrir
el sacramento de la Reconciliación y a utilizar con más frecuencia el poder
transformador de su gracia.
Hay que prestar también especial atención a la adoración eucarística, y en
cada diócesis debe haber iglesias o capillas específicamente dedicadas a
ello. Pido a las parroquias, seminarios, casas religiosas y monasterios que
organicen períodos de adoración eucarística, para que todos tengan la
oportunidad de participar. Mediante la oración ferviente ante la presencia
real del Señor, podéis cumplir la reparación por los pecados de abusos que
han causado tanto daño y al mismo tiempo, implorar la gracia de una fuerza
renovada y un sentido más profundo de misión por parte de todos los obispos,
sacerdotes, religiosos y fieles.
Estoy seguro de que este programa conducirá a un renacimiento de la Iglesia
en Irlanda en la plenitud de la verdad de Dios, porque la verdad nos hace
libres (cf. Jn 8, 32).
Además, después de haber rezado y consultado sobre el tema, tengo la
intención de convocar una Visita Apostólica en algunas diócesis de Irlanda,
así como en los seminarios y congregaciones religiosas. La visita tiene por
objeto ayudar a la Iglesia local en su camino de renovación y se establecerá
en cooperación con las oficinas competentes de la Curia Romana y de la
Conferencia Episcopal Irlandesa. Los detalles serán anunciados en su debido
momento.
También propongo que se convoque una misión a nivel nacional para todos los
obispos, sacerdotes y religiosos. Espero que gracias a los conocimientos de
predicadores expertos y organizadores de retiros en Irlanda, y en otros
lugares , mediante la revisión de los documentos conciliares, los ritos
litúrgicos de la ordenación y profesión, y las recientes enseñanzas
pontificias, lleguéis a una valoración más profunda de vuestras vocaciones
respectivas, a fin de redescubrir las raíces de vuestra fe en Jesucristo y
de beber a fondo en las fuentes de agua viva que os ofrece a través de su
Iglesia.
En este año dedicado a los sacerdotes, os propongo de forma especial la
figura de San Juan María Vianney, que tenía una rica comprensión del
misterio del sacerdocio. "El sacerdote -escribió- tiene la llave de los
tesoros de los cielos: es el que abre la puerta, es el mayordomo del buen
Dios, el administrador de sus bienes." El cura de Ars entendió perfectamente
la gran bendición que supone para una comunidad un sacerdote bueno y santo:
“Un buen pastor, un pastor conforme al corazón de Dios es el tesoro más
grande que Dios puede dar a una parroquia y uno de los más preciosos dones
de la misericordia divina ".Que por la intercesión de San Juan María Vianney
se revitalice el sacerdocio en Irlanda y toda la Iglesia en Irlanda crezca
en la estima del gran don del ministerio sacerdotal.
Aprovecho esta oportunidad para dar las gracias anticipadamente a todos
aquellos que ya están dedicados a la tarea de organizar la Visita Apostólica
y la Misión, así como a los muchos hombres y mujeres en toda Irlanda que ya
están trabajando para proteger a los niños en los ambientes eclesiales.
Desde el momento en que se comenzó a entender plenamente la gravedad y la
magnitud del problema de los abusos sexuales de niños en instituciones
católicas, la Iglesia ha llevado a cabo una cantidad inmensa de trabajo en
muchas partes del mundo para hacerle frente y ponerle remedio. Si bien no se
debe escatimar ningún esfuerzo para mejorar y actualizar los procedimientos
existentes, me anima el hecho de que las prácticas vigentes de tutela,
adoptadas por las iglesias locales, se consideran en algunas partes del
mundo, un modelo para otras instituciones.
Quiero concluir esta carta con una Oración especial por la Iglesia en
Irlanda, que os dejo con la atención que un padre presta a sus hijos y el
afecto de un cristiano como vosotros, escandalizado y herido por lo que ha
ocurrido en nuestra querida Iglesia. Cuando recéis esta oración en vuestras
familias, parroquias y comunidades, la Santísima Virgen María os proteja y
guíe a cada uno de vosotros a una unión más estrecha con su Hijo,
crucificado y resucitado. Con gran afecto y confianza inquebrantable en las
promesas de Dios, os imparto a todos mi bendición apostólica como prenda de
fortaleza y paz en el Señor.
Desde el Vaticano, 19 de marzo de 2010, Solemnidad de San José,
BENEDICTUS PP. XVI
ORACIÓN POR LA IGLESIA EN IRLANDA
Dios de nuestros padres,
renuévanos en la fe que es nuestra vida y salvación,
en la esperanza que promete el perdón y la renovación interior,
en la caridad que purifica y abre nuestros corazones
en tu amor , y a través de tí en el amor de todos nuestros hermanos y
hermanas.
Señor Jesucristo,
Que la Iglesia en Irlanda renueve su compromiso milenario
en la formación de nuestros jóvenes en el camino de la verdad,la bondad, la
santidad y el servicio generoso a la sociedad.
Espíritu Santo, consolador, defensor y guía,
inspira una nueva primavera de santidad y entrega apostólica
para la Iglesia en Irlanda.
Que nuestro dolor y nuestras lágrimas,
nuestro sincero esfuerzo para enderezar los errores del pasado
y nuestro firme propósito de enmienda,
den una cosecha abundante de gracia
para la profundización de la fe
en nuestras familias, parroquias, escuelas y asociaciones,
para el progreso espiritual de la sociedad irlandesa,
y el crecimiento de la caridad. la justicia, la alegría y la paz en toda la
familia humana.
A ti, Trinidad,
con plena confianza en la protección de María,
Reina de Irlanda, Madre nuestra,
y de San Patricio, Santa Brígida y todos los santos,
nos confiamos nosotros mismos, nuestros hijos,
y confiamos las necesidades de la Iglesia en Irlanda.