Introducción al Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia
21 de noviembre de 2005
COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
Renato Raffaele Cardenal Martino
Presidente del Pontificio Consejo «Justicia y Paz»
Premisa
Me alegra muy especialmente estar aquí con ustedes, para vivir esta magnífica y
comprometedora experiencia ec1esial que el Señor Jesús nos ha preparado para
afianzar nuestra fe en Él, para aumentar nuestra esperanza y para ayudamos a
transformar nuestra caridad en eficaces propósitos de bien. Nos hemos reunido
aquí para presentar el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, dando a su
mensaje universal un oportuno contexto continental. Queremos hacerlo con nuestra
mirada fija en el rostro de Jesús, que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn
14,6) de la Iglesia y del mundo entero. En el número 1 del Compendio leemos
estas significativas palabras: "La Iglesia sigue interpelando a todos los
pueblos y a todas las Naciones, porque sólo en el nombre de Cristo se da al
hombre la salvación. La salvación que nos ha ganado el Señor Jesús, y por la que
ha pagado un alto precio (cf. 1 Co 6,20; lP 1,18-19), se realiza en la vida
nueva que espera a los justos después de la muerte, pero atañe también a este
mundo, en los campos de la economía y del trabajo, de la técnica y de la
comunicación, de la sociedad y de la política, de la comunidad internacional y
de las relaciones entre las culturas y los pueblos: «Jesús vino a traer la
salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres,
abriéndolos a los admirables horizontes de la filiación divina»"
De la Ecclesia in America al Compendio de la doctrina social
En este momento, nuestro pensamiento lleno de gratitud se dirige al amadísimo
Siervo de Dios Juan Pablo II, que quiso la publicación del Compendio, confiando
la redacción del texto al Pontificio Consejo "Justicia y Paz". Él mismo enumeró
los motivos que lo animaban a solicitar la publicación de este documento, y los
expuso en su Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in America. El gran
Papa anhelaba la promoción de una cultura de la solidaridad para establecer un
orden económico en el que no domine sólo el criterio del lucro, sino también el
de la búsqueda del bien común nacional e internacional, la distribución
equitativa de los bienes y la promoción integral de los pueblos"3 (n. 52);
solicitaba, además, «Ul1a renovada fuerza» (n. 53), en el testimonio de la
Iglesia, de «la verdad plena que está en el Hijo de Dios» (n. 53), ante la
«difusión preocupante del relativismo y el subjetivismo en el campo de la
doctrina moral» (n. 53), y escribía: «Ante los graves problemas de orden social
que, con características diversas, existen en toda América, el católico sabe que
puede encontrar en la doctrina social de la Iglesia la respuesta de la cual
partir para buscar soluciones concreta_ Difundir esta doctrina constituye, pues,
una verdadera prioridad pastoral. Para ello es importante "que en América los
agentes de evangelización (Obispos, sacerdotes, profesores, animadores
pastorales, etc.) asimilen este tesoro que es la doctrina social de la Iglesia,
e, iluminados por ella, A este respecto, hay que fomentar la formación de fieles
laicos capaces de trabajar, en nombre de la fe en Cristo, para la transformación
de las realidades terrenas.
Además, será oportuno promover y apoyar el estudio de esta doctrina en todos los
ámbitos de las Iglesias particulares de América y, sobre todo, en el campo
universitario, para que sea conocida con mayor profundidad y aplicada en la
sociedad americana. La compleja realidad social de este Continente es un campo
fecundo para el análisis y le la relación existente entre ella y la nueva
evangelización. La parte que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a esta
materia, a propósito del séptimo mandamiento del Decálogo, podría ser el punto
de partida de este "Catecismo de doctrina social católica".
Naturalmente, corno ha sucedido con el Catecismo de la Iglesia Católica, se
limitaría a formular los principios generales, dejando a aplicaciones
posteriores el tratar sobre los problemas relacionados con las diversas
situaciones locales» (n. 54).
No es inútil, para una provechosa meditación comunitaria, recordar que Juan
Pablo II delineaba este proyecto en una reflexión global titulada «Camino para
la solidaridad», articulada en aplicación de los principios universales de dicha
doctrina. Para alcanzar este objetivo - he aquí el proyecto que Juan Pablo TI
confió al Pontificio Consejo "Justicia y Paz" - sería muy útil un compendio o
síntesis autorizada de la doctrina social católica, incluso un "catecismo" que
muestre los puntos que ahora les enumeraré, precisamente porque describen muy
bien también las urgencias en el amplio continente americano: la solidaridad,
fruto de la comunión; la doctrina social de la Iglesia, expresión de las
exigencias de la conversión; la globalización de la solidaridad; los pecados
sociales que claman al cielo «<el comercio de drogas, el lavado de las ganancias
ilícitas, la corrupción en cualquier ambiente, el terror de la violencia, el
armamentismo, la discriminación racial, las desigualdades entre los grupos
sociales, la irrazonable destrucción de la naturaleza» - n.56); el fundamento
último de los derechos humanos; el amor preferencial por los pobres y
marginados; la deuda externa; la lucha contra la corrupción; el problema de las
drogas; la carrera de armamentos; la cultura de la muerte y una sociedad
dominada por los potentes; los pueblos indígenas y los americanos de origen
africano; la problemática de los inmigrados (cap. V).
El Compendio: estructura y finalidades
Siguiendo con fidelidad las indicaciones autorizadas del Santo Padre Juan Pablo
II en la Exhortación apostólica Ecclesia in America, el Compendio ofrece un
panorama unitario de las líneas fundamentales del corpus doctrinal de la
enseñanza social católica, y presenta, «de manera completa y sistemática, aunque
sintética, la enseñanza social, que es fruto de la sabia reflexión magisterial y
expresión del constante compromiso de la Iglesia, fiel a la gracia de la
salvación de Cristo y a la amorosa solicitud por la suerte de la humanidad» (n.
8).
El Compendio presenta una estructura sencilla y clara. Después de una
Introducción, siguen tres partes. La primera, formada por cuatro capítulos,
trata de las premisas fundamentales de la doctrina social: el designio de amor
de Dios para el hombre y para la sociedad; la misión de la Iglesia y la
naturaleza de la doctrina social; la persona humana y sus derechos; los
principios y los valores de la doctrina social. La segunda parte, constituida
por siete capítulos, trata de los contenidos y temas clásicos de la doctrina
social: la familia; el trabajo humano; la vida económica; la comunidad política;
la comunidad internacional; el medio ambiente y la paz. La tercera parte,
bastante breve porque consta de un solo capítulo, contiene una serie de
indicaciones para la utilización de la doctrina social en la praxis pastoral de
la Iglesia y en la vida de los cristianos, sobre todo de los fieles laicos. La
Conclusión, titulada Hacia una civilización del amor, expresa el objeto
fundamental de todo el documento.
El Compendio tiene una finalidad precisa: «se propone como un instrumento para
el discernimiento moral y pastoral de los complejos acontecimientos que
caracterizan nuestro tiempo; como una guía para inspirar, en el ámbito
individual y colectivo, los comportamientos y opciones que permitan mirar al
futuro con confianza y esperanza». Un instrumento elaborado, además, con el
preciso objetivo de promover «un compromiso nuevo, capaz de responder a las
exigencias de nuestro tiempo, adaptado a las necesidades y los recursos del
hombre; pero sobre todo, el anhelo de valorar, en una nueva perspectiva, la
vocación propia de los diversos carismas eclesiales con vistas
a la evangelización de lo social, porque "todos los miembros de la Iglesia son
partícipes de su dimensión secular,,»2 (10).
El Compendio pone de relieve cómo la doctrina social está en el centro de la
misión de la Iglesia. E ilustra, sobre todo en el cap. II, el carácter
eclesiológico de la doctrina social, es decir, su relación con la misión de la
Iglesia, con la evangelización y con el anuncio de la salvación cristiana en las
realidades temporales. La misión de servicio al mundo propia de la Iglesia, que
consiste en ser signo de unidad de todo el género humano y sacramento de
salvación, cuenta, en efecto, entre sus instrumentos también la doctrina social.
El hecho de que el Compendio ponga de relieve el lugar de la doctrina social en
el interior mismo de la misión propia de la Iglesia, por un lado lleva a no
considerar la doctrina social como algo agregado o colateral respecto a la vida
cristiana; por el otro, ayuda a comprender cómo ella pertenece a un sujeto
comunitario. El sujeto adecuado a la naturaleza de la doctrina social es,
precisamente, toda la comunidad eclesial. La afirmación se encuentra en el n. 79
del Compendio: «La doctrina social es de la Iglesia porque la Iglesia es el
sujeto que la elabora, la difunde y la enseña. No es prerrogativa de un
componente del cuerpo eclesial, sino de la comunidad entera: es expresión del
modo en que la Iglesia comprende a la sociedad y se confronta con sus
estructuras y sus variaciones.
Toda la comunidad eclesial sacerdotes, religiosos y laicos - participa en la
elaboración de la doctrina social, según la diversidad de tareas, carismas y
ministerios».
La doctrina social: sabiduría y realismo
Al leer el Compendio se puede captar fácilmente cómo la doctrina social de la
Iglesia es esencialmente una mirada global a la realidad de la humanidad,
considerada dentro del designio de amor de Dios sobre ella. En este sentido, la
doctrina social es una mirada al todo, en virtud de la proyección de la luz del
Evangelio en la realidad histórica.
Precisamente por este motivo, la doctrina social no abarca todo. La Iglesia, con
su enseñanza social, ilumina la economía y la política, pero no presenta
programas económicos y políticos. Eso mismo sucede con el Compendio de la
doctrina social de la Iglesia: no es un manual de recetas sociales; es, en
cambio, la propuesta sintética de esa mirada al todo, expresión del amor de Dios
a la humanidad. La doctrina social ilumina con la luz del Evangelio el mundo del
hombre en su complejidad. El mundo del hombre es
la realidad de la historia, el lugar donde la humanidad vive su vida terrena y
camina en medio de muchas dificultades y algunos éxitos, impulsada por un deseo
de justicia y de paz. La doctrina social considera todo esto, sin dividirlo en
sectores y con un espíritu analítico, sin proponer respuestas concretas para
cada cuestión. Deja ese trabajo ala responsabilidad de las personas,
individualmente o asociadas. Más que todo, contempla al hombre con todas sus
necesidades, materiales y espirituales, y se propone mostrar el sentido profundo
de nuestra vida común, de nuestra lucha por la justicia, de nuestro sufrimiento
por las tardanzas de la paz. La doctrina social es "una mirada" al destino del
hombre dentro de la sociedad, a la luz del designio de Dios sobre la familia
humana y de lo que nos dicen la razón y la experiencia acerca de quiénes somos y
cómo debemos confrontamos unos con otros para ser plenamente hombres.
Esto no significa que la doctrina social sea abstracta o indiferente. Si el
Compendio no examina en detalle los problemas individuales que se presentan en
nuestra época, no quiere decir que se desinterese de ellos y prefiera quedarse
en la teoría, sin ensuciarse las manos en la historia.
Su mirada, en cambio, es una mirada "apasionada" a todo el hombre y a todos los
hombres, sin excluir a nadie. Es una mirada amorosa, que se alimenta con la
sabiduría pero también, y sobre todo con la caridad. Es un "acercarse" a los
hombres, procurando darles la capacidad de acompañarse mutuamente en los
desafíos diarios, poniendo especial atención en los más débiles.
Por esto la doctrina social es pensamiento, desde luego, pero para la acción:
tiene necesidad de unas manos, de un compromiso, de personas que siembren el
mensaje de justicia y de paz que ella propone, en la vida económica, social y
política. La doctrina social tiene necesidad de cada uno de nosotros.
Precisamente por ser una "mirada global", no puede ocuparse "de todo" y no puede
dar recetas concretas. Todos nosotros, sobre todo los fieles laicos y las
personas de buena voluntad, tenemos que asumir la responsabilidad de la justicia
y de la paz. La doctrina social indica un amplio campo de compromiso diario, lo
ilumina con la luz que procede de Dios y orienta nuestra acción con los grandes
principios de su sabiduría social. Pero nosotros somos los que tenemos que
entrar en ese campo, prepararlo, cultivarlo y cosechar en él.
Las necesidades concretas y los valores humanos
He afirmado que la doctrina social se ocupa del hombre en toda su complejidad.
Esencialmente, esto significa que lo considera con sus múltiples necesidades
concretas y, al mismo tiempo, con la riqueza de sus valores. La sabiduría
realista de la enseñanza social de la Iglesia no separa nunca las necesidades de
los valores, y viceversa, porque a ella - a la Iglesia - le interesa el hombre
real y concreto, que tiene necesidad de esas dos cosas, al mismo tiempo: del pan
y de la justicia, del trabajo y de la paz.
El que trabaja en la sociedad, por distintos conceptos, sabe por experiencia que
toda iniciativa que tenga se repercute en las necesidades más concretas de los
hombres. Sabe también que esa misma iniciativa corresponde o no corresponde a
determinados valores. En el primer caso, se habla de la eficacia de esa acción.
En el segundo, de su carácter ético. Ahora bien, no sólo es imposible sustraerse
a esta doble valoración de nuestro actuar social, aunque tampoco hay que ceder
ante la tentación de separar las dos dimensiones. No existe un actuar social
neutro. Tras cada opción económica o política, hay hombres concretos, ya sean
ellos los protagonistas de la acción en cuestión, o los destinatarios. Las
necesidades tienen un papel fundamental y, si son legítimas, merecen toda
nuestra atención. Pero, tras cada elección, hay también valores que se afirman o
se niegan. No es posible sustraemos a esta responsabilidad. Por eso toda opción
económica es también una opción ética, en el bien y en el mal. Invertir en un
lugar o en otro, valorizar u oprimir a los trabajadores, respetar las leyes
fiscales o eludidas, eliminar los aranceles de aduanas o aumentados: al elegir
estas u otras opciones semejantes, toda persona responsable debe, al mismo
tiempo, tener en cuenta que su acción debe satisfacer las necesidades del hombre
y respetar los auténticos valores humanos. Para actuar "como hombres", debemos
todos tener ante nuestros .ojos, tanto las situaciones concretas, como la
necesidad de respetar la dignidad humana.
Si no se tienen en cuenta las necesidades concretas, el llamamiento a respetar
los valores es inútil y retórico. Sin la pasión por los valores morales, la
eficiencia práctica pierde la orientación, se extravía y al fin no logra ni
siquiera resolver los problemas concretos. Lo que acabo de señalar puede valer
para cualquier persona comprometida en la sociedad: un sindicalista, un
empresario, un trabajador, un profesional. La doctrina social nos enseña que la
solidaridad, a saber, los valores humanos que nos impulsan a actuar para el bien
de todos, considerándolos corno hermanos, deben estar acompañados por la
eficiencia de nuestra acción; y que la eficiencia de nuestra acción no debe
traducirse en un alto grado de eficiencia, olvidando los valores humanos que
están en juego. Si los beneficios llegan a ser el único criterio de la acción
económica, se cae en ese alto grado de eficiencia que olvida los valores. Si el
valor de la solidaridad suprime el criterio del beneficio, termina olvidando el
carácter concreto de las necesidades y se vuelve ineficaz y, por tanto, poco
solidario. Como afirma el Compendio, la verdadera solidaridad no rechaza las
leyes económicas, pero las leyes económicas, para ser verdaderamente tales, y no
leyes de latrocinio, no pueden prescindir de la solidaridad.
La doctrina social contempla constantemente estas dos exigencias, sin separadas.
Y confía a los hombres comprometidos en la sociedad y en la política una tarea y
un desafío: elaborar con el valor del pensamiento y con la generosidad de la
acción nuevas formas en las que la solidaridad impulse la eficiencia, y la
eficiencia haga concreta la solidaridad.
Los deberes y los derechos de la persona humana
Otro aspecto de la doctrina social, que expresa muy bien su sabiduría concreta y
realista, se refiere a los derechos y deberes del hombre. En nuestro mundo
actual, desafortunadamente, los derechos humanos, aunque han sido proclamados en
tantos documentos importantes, no siempre son respetados. A los derechos de la
"vieja generación", presentes también en las sociedades pasadas, se han agregado
otros nuevos, fruto del desarrollo. En muchos países no se ha llegado a
solucionar la exigencia de justicia para los derechos elementales, mientras en
otros se reivindica la satisfacción de derechos sofisticados y de la "nueva
generación". En algunos lugares todavía no se ha satisfecho el derecho al agua
potable, mientras en otros lugares del planeta se reivindica el derecho a la
"privacidad" de los datos personales.
Por lo que se refiere los derechos humanos, la doctrina social asume también una
mirada "según el todo": los ve como interdependientes y solidarios entre sí,
aunque reconoce una primacía al derecho a la vida como base elemental de todos
los demás derechos, y al derecho a la libertad religiosa, por ser el fundamento
trascendente de los mismos derechos humanos y, por consiguiente, fuente de toda
libertad lícita.
Creo, sin embargo, que el Compendio nos invita, hoy, a dar un paso hacia
adelante en el campo de los derechos humanos. Un paso valiente, por ser
contrario a muchas maneras de pensar actuales, muy difundidas. Este paso
consiste en insistir en que los derechos deben ser precedidos por los deberes.
Me parece que esto podría tener dos importantes consecuencias:
a) La primera consecuencia es que se desplaza la atención, de la reivindicación
de los derechos, al compromiso. Asumir un deber significa comprometerse,
responder a un llamamiento, hacerse cargo de una tarea. Nuestra misma vida,
antes que ser una reivindicación de derechos, es la aceptación de una tarea
hacia nosotros mismos y hacia los demás. Esto, porque todos nosotros somos un
proyecto inconcluso, para cuya plena realización debemos trabajar todos. Desde
luego, de esta tarea derivan también derechos, de los cuales se debe gozar para
poderla realizar. Pero los derechos no son por sí mismos, un fin; se justifican
para la realización de una tarea social que se debe llevar a cabo. La
solidaridad antecede a los derechos individuales y los fundamenta: éstos Últimos
no se deben considerar como bienes subjetivos de los cuales se goza en privado,
sino como valorización de los talentos de los que se ha de disponer para
realizar un proyecto común, asumido como un deber. La doctrina social nos
recuerda, por ejemplo, que la propiedad privada tiene una hipoteca social. Nos
dice también, y este es otro ejemplo, que los espacios de creatividad de las
personas y de la sociedad civil, reivindicados en virtud del principio de
subsidiariedad, se deben utilizar para la solidaridad y no para un uso egoísta.
La misma libertad, que hoy se reivindica con insistencia, no es, por sí misma,
un fin: sirve para comprometerse hacia el bien.
b) La segunda consecuencia es que, al anteponer los deberes a los derechos, se
promueve la participación, de la que tanta necesidad tienen nuestras sociedades.
Los derechos, por sí solos, vuelven a las personas pasivas; los deberes las
movilizan. Estas palabras mías podrían parecer inoportunas, ante tantas
situaciones presentes en el mundo, en las que ni siquiera se respetan los
derechos más elementales. ¿Cómo pretender que acepten sus deberes aquellos que
no ven respetados sus propios derechos? Yo respondería de la manera siguiente:
si en tantas partes del mundo no se respetan los derechos humanos, esto es
porque en otras parte del mundo no se asumen
los deberes adecuados. Si en tantas capas de nuestra población los ciudadanos no
gozan de derechos reales, esto es porque el sentido del deber no está arraigado
en la sociedad y en los hombres que tienen responsabilidades en la sociedad. Si
tantas mujeres y tantos hombres no gozan de sus derechos, es un perjuicio para
todos, ya que no se les da la posibilidad de asumir sus deberes y de dar, así,
su aportación a toda la sociedad. Me parece que los que tienen puestos de
responsabilidad en la sociedad, por distintos conceptos y en los diversos
campos, deberían reflexionar para que su acción tenga en cuenta esta prioridad
de los deberes respecto a los derechos. Deberíamos ser, todos, hombres capaces
de deberes, que abren espacios para aceptar los propios deberes y habilitan a
los demás a que den todo lo que pueden dar. Según la doctrina social, así se
trabaja para el bien común porque, todos juntos, trabajamos para la satisfacción
de los derechos.
Indicaciones prácticas para la utilización del Compendio
El Compendio y su utilización deben corresponder a lo que he dicho hasta ahora.
Con el Compendio no es posible establecer una relación improvisada, sino
seguida; ni tampoco una relación periférica, sino central; ni una relación
solamente individual, sino comunitaria. Estas necesidades no derivan de
exigencias extrínsecas, o de un exceso de consideración hacia el Compendio
mismo. No es por amor al Compendio que digo esto, sino por la fidelidad que
todos debemos al ser de la doctrina social de la Iglesia. Ella está en el centro
- aunque no es el centro - y no en la periferia de la vida cristiana; ella es un
hecho, no sólo personal, sino comunitario; ella nos pide una relación, no
improvisada, sino seguida.
De la profundización de estos tres elementos - que ahora trataré de desarrollar
brevemente, pero que dejo a una ulterior reflexión de ustedes, vinculada también
a su experiencia y competencia - pueden surgir ricas y concretas indicaciones
sobre la manera de utilizar el Compendio.
a) Una utilización no improvisada, sino seguida. El Compendio, por su misma
naturaleza, nos exige que tengamos presente todo el desarrollo de la doctrina
social. Al acercamos a él, tomándolo en nuestras manos y hojeándolo, se
comprende que es el fruto de una historia. Sería un error considerarlo como una
obra indiferente y compilatoria. Nace de una lectura teológica de la vida de la
Iglesia en el mundo y para el mundo. No puede, pues, sino remitir a una
historia, y no puede presentarse sino como continuación de esa historia, como
estímulo para continuarla y ponerla al día. Está al servicio de una presencia
vital de nuestras comunidades cristianas en la historia de los hombres. Nos
estimula, por consiguiente, a pensar en una utilización programada de él,
meditada pastoralmente, a largo plazo.
b) Una utilización no periférica, sino central. La programación pastoral de la
utilización del Compendio no puede prever momentos aislados, con compartimentos
estancos, recorridos paralelos o sólo para los especialistas; se debe concebir
en el interior de la vida misma de la comunidad cristiana, es decir, en relación
con la lectura de la Palabra de Dios, con la liturgia y con la oración, y con el
desarrollo de una auténtica pastoral social cristiana. Se ha de concebir,
asimismo, en la programación pastoral de la maduración de una auténtica cultura
de inspiración cristiana. La utilización del Compendio hallará una correcta
colocación sólo dentro de este contexto global y sintético de vida cristiana.
c) Una utilización no individual, sino comunitaria. Distribuir el Compendio,
hacer que los fieles lo adquieran, lograr que toda persona interesada por el
bien de la comunidad lo posea y lo lea, es, desde luego una cosa muy buena. Pero
no hay que olvidar que su destino principal es comunitario, y su utilización
debe prever momentos comunitarios de lectura, de confrontación y de
discernimiento. Es preciso contar con experiencias seguidas de confrontación
comunitaria sobre él y, si puedo permitirme otra anotación, experiencias
seguidas de confrontación con este documento, que es la voz de la Iglesia,
también en el compromiso social, económico y político. En la comunidad y en la
historia: estos son los lugares principales para la lectura del Compendio y la
confrontación con él. Su luz se hace tanto más clara, mientras más interrogantes
se plantean con él en forma comunitaria y con un proyecto de acción social,
teniendo ante nosotros algo por realizar para el bien común, en presencia de
rostros concretos de personas y con cosas concretas por hacer. De este modo,
también los laicos participarán y, sobre todo, lo harán «como laicos».
El Compendio está ahora en nuestras manos. Nos invita, por el hecho mismo de que
existe, a reexaminar la referencia orgánica a toda la doctrina social. Desde
luego, puede ser útil afrontar pastoralmente uno u otro problema emergente,
incluso para proporcionar a las comunidades instrumentos de orientación y
discernimiento. Pero la cosa verdaderamente decisiva es hacer adelantar la
formación con toda la doctrina social de la Iglesia, de tal manera que se
construya, en el tiempo, una capacidad de producción cultural, de presencia
social y de compromiso político. Sin lugar a dudas, el Compendio invita a lo
anterior y, en cierto modo, se vuelve instrumento de tal proyecto.
Indicaciones Finales
Mi intención era presentar, a través del mensaje social del Compendio, la manera
de recorrer el camino que nos indica la doctrina social con su sabiduría
realista. Ella toma esta sabiduría - permítanme, por lo menos al terminar estas
palabras, una breve observación teológica - de los misterios de la encarnación,
de la cruz y de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
En esto la Iglesia contempla al hombre concreto como camino propio, en la
totalidad, igualmente concreta, de sus necesidades. Mi esperanza es que el
Compendio de la doctrina social de la Iglesia pueda ayudarles a todos ustedes a
redescubrir esta dimensión. La salvación no es de este mundo, pero pasa a través
de este mundo. Muchas gracias.