Pastoral social (Benedicto XVI)
FÁTIMA, jueves 13 de mayo de 2010: Palabras que dirigió Benedicto XVI en
la tarde de este jueves en el encuentro con las organizaciones de la pastoral
social en la iglesia de la Santísima Trinidad de Fátima.
Queridísimos hermanos y amigos:
Habéis oído que Jesús dijo: "Vete y haz tú lo mismo" (Lucas 10,37). Nos invita a
hacer nuestro el estilo del buen samaritano, cuyo ejemplo se acaba de proclamar,
que se acerca a las situaciones en las que falta la ayuda fraterna. Y, ¿cuál es
este estilo? "Es un 'corazón que ve'. Este corazón ve dónde se necesita amor y
actúa en consecuencia" (encíclica Deus caritas est, 31). Así hizo el buen
samaritano. Jesús no se limita a exhortar; como enseñan los Santos Padres, Él
mismo es el Buen Samaritano, que se acerca a todo hombre y "cura sus heridas con
el aceite del consuelo y el vino de la esperanza" (Prefacio común, VIII) y lo
lleva a la posada, que es la Iglesia, donde hace que lo cuiden, confiándolo a
sus ministros y pagando personalmente de antemano lo necesario para su curación.
"Vete y haz tú lo mismo". El amor incondicional de Jesús que nos ha curado,
deberá ahora, si queremos vivir con un corazón de buen samaritano, transformarse
en un amor ofrecido gratuita y generosamente, mediante la justicia y la caridad.
Me complace encontrarme con vosotros en este lugar bendito, que Dios se eligió
para recordar, por medio de Nuestra Señora, sus designios de amor misericordioso
a la humanidad. Saludo con gran afecto a todos los aquí presentes, así como a
las instituciones de las que forman parte, en la variedad de rostros unidos para
profundizar en las cuestiones sociales y, sobre todo, en la práctica de la
compasión hacia los pobres, los enfermos, los encarcelados, los que viven solos
o abandonados, los discapacitados, los niños y ancianos, los emigrantes, los
desempleados y quienes sufren necesidades que perturban su dignidad de personas
libres. Gracias, Monseñor Carlos Azevedo, por el gesto de comunión y fidelidad a
la Iglesia y al Papa, que ha querido ofrecerme, tanto en nombre de esta asamblea
de la caridad, como de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, que preside, y
que no cesa de animar esta gran siembra de buenas obras en todo Portugal.
Conscientes de que, como Iglesia, no podemos brindar soluciones prácticas a cada
problema concreto y, aunque desprovistos de todo tipo de poder, determinados a
servir el bien común, estad dispuestos a ayudar y ofrecer los medios de
salvación a todos.
Queridos hermanos y hermanas que trabajáis en el vasto mundo de la caridad,
Cristo "nos revela que «Dios es amor» (1 Jn 4,8) y al mismo tiempo nos enseña
que la ley fundamental de la perfección humana, y por ello de la transformación
del mundo, es el mandamiento nuevo del amor. Así pues, a los que creen en la
caridad divina, les da la certeza de que el camino del amor está abierto a todos
los hombres" (Gaudium et spes, 38). El actual escenario de la historia es de
crisis socioeconómica, cultural y espiritual, y pone de manifiesto la
conveniencia de un discernimiento orientado por la propuesta creativa del
mensaje social de la Iglesia. El estudio de su Doctrina Social, que asume la
caridad como principio y fuerza principal, permitirá trazar un proceso de
desarrollo humano integral que implique la profundidad del corazón y alcance una
mayor humanización de la sociedad (cf. encíclica Caritas in veritate, 20). No se
trata de un mero conocimiento intelectual, sino de una sabiduría que dé sabor y
condimento, que ofrezca creatividad a las vías teóricas y prácticas para
afrontar una crisis tan amplia y compleja. Que las instituciones de la Iglesia,
junto con todas las organizaciones no eclesiales, mejoren la capacidad de
conocimiento y orientación para una nueva y grandiosa dinámica, que lleve a "esa
«civilización del amor», de la cual Dios ha puesto la semilla en cada pueblo y
en cada cultura" (ibíd., 33).
En su dimensión social y política, esta diaconía de la caridad es propia de los
fieles laicos, llamados a promover orgánicamente el bien común, la justicia y a
configurar rectamente la vida social (cf. encíclica Deus caritas est , 29). Una
de las conclusiones pastorales de vuestras recientes reflexiones, es la de
formar una nueva generación de dirigentes servidores. Atraer nuevos agentes
laicos a este ámbito pastoral, merecerá ciertamente una especial solicitud por
parte de los Pastores, atentos al porvenir. Quien aprende de Dios Amor será
inevitablemente una persona para los demás. En efecto, "el amor de Dios se
manifiesta en la responsabilidad por el otro" (encíclica Spe salvi, 28). Unidos
a Cristo en su consagración al Padre, participamos de su compasión por las
muchedumbres que reclaman justicia y solidaridad y, como el buen samaritano de
la parábola, nos comprometemos a ofrecer respuestas concretas y generosas.
Con frecuencia, sin embargo, no es fácil lograr una síntesis satisfactoria entre
la vida espiritual y la actividad apostólica. La presión ejercida por la cultura
dominante, que presenta insistentemente un estilo de vida basado en la ley del
más fuerte, en el lucro fácil y seductor, acaba por influir en nuestro modo de
pensar, en nuestros proyectos y en el horizonte de nuestro servicio, con el
riesgo de vaciarlos de aquella motivación de fe y esperanza cristiana que los
había suscitado. Las numerosas e insistentes peticiones de ayuda y atención que
nos presentan los pobres y marginados de la sociedad nos impulsan a buscar
soluciones que respondan a la lógica de la eficacia, del resultado visible y de
la publicidad. Queridos hermanos, la mencionada síntesis, sin embargo, es
absolutamente necesaria para poder servir a Cristo en la humanidad que os
espera. En este mundo dividido, se impone a todos una profunda y genuina unidad
de corazón, de espíritu y de acción.
Entre tantas instituciones sociales al servicio del bien común, cercanas a las
poblaciones necesitadas, se hallan las de la Iglesia católica. Es preciso que
esté clara su orientación, para que tengan una identidad bien definida: en la
inspiración de sus objetivos, en la elección de sus recursos humanos, en los
métodos de actuación, en la calidad de sus servicios, en la gestión seria y
eficaz de los medios. La identidad nítida de las instituciones es un servicio
real, con grandes ventajas para los que se benefician de ellas. Además de la
identidad y unido a ella, un elemento fundamental de la actividad caritativa
cristiana es su autonomía e independencia de la política y de las ideologías (cf.
encíclica Deus caritas est, 31 b), si bien en colaboración con los organismos
del Estado para alcanzar fines comunes.
Vuestras actividades asistenciales, educativas o caritativas han de completarse
con proyectos de libertad que promuevan al ser humano, buscando la fraternidad
universal. Aquí se sitúa el compromiso urgente de los cristianos en la defensa
de los derechos humanos, preocupados por la totalidad de la persona humana en
sus diversas dimensiones. Expreso mi profundo reconocimiento a todas las
iniciativas sociales y pastorales que tratan de luchar contra los mecanismos
socio-económicos y culturales que favorecen el aborto; y también a las que
fomentan la defensa de la vida, así como la reconciliación y atención a las
personas heridas por el drama del aborto. Las iniciativas que tienden a
salvaguardar los valores esenciales y primarios de la vida, desde su concepción,
y de la familia, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una
mujer, ayudan a responder a algunos de los desafíos más insidiosos y peligrosos
que hoy se presentan al bien común. Dichas iniciativas, junto a otras muchas
formas de compromiso, son elementos esenciales para la construcción de la
civilización del amor.
Todo esto está muy en sintonía con el mensaje de Nuestra Señora, que resuena en
este lugar: la penitencia, la oración, el perdón en aras de la conversión de los
corazones. Éste es el camino para edificar dicha civilización del amor, cuyas
semillas puso Dios en el corazón de cada hombre y que la fe en Cristo salvador
hace germinar.
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