Origen del Adviento
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Federico F. de Buján
¿Cómo y cuándo empieza a vivirse el Adviento?
Con el tiempo de Adviento, la Iglesia romana da comienzo al nuevo año litúrgico.
El tiempo de Adviento gravita en torno a la celebración del misterio de la
Natividad de nuestro Señor Jesucristo.
A partir del siglo IV
El origen y significado del Adviento es un tanto oscuro; en cualquier caso, el
término adventus era ya conocido en la literatura cristiana de los primeros
siglos de la vida de la Iglesia, y probablemente se acuñó a partir de su uso en
la lengua latina clásica.
La traducción latina Vulgata de la Sagrada Escritura (durante el siglo IV)
designó con el término adventus la venida del Hijo de Dios al mundo, en su doble
dimensión de advenimiento en la carne -encarnación- y advenimiento glorioso
-parusía-.
La tensión entre uno y otro significado se encuentra a lo largo de toda la
historia del tiempo litúrgico del Adviento, si bien el sentido de "venida"
cambió a "momento de preparación para la venida".
Quizá la misma amplitud de las realidades contenidas en el término dificultaba
la organización de un tiempo determinado en el que apareciera la riqueza de su
mensaje. De hecho, el ciclo de adviento fue uno de los últimos elementos que
entraron a formar parte del conjunto del año litúrgico (siglo V).
Parece ser que desde fines del siglo IV y durante el siglo V, cuando las fiestas
de Navidad y Epifanía iban cobrando una importancia cada vez mayor, en las
iglesias de Hispania y de las Galias particularmente, se empezaba a sentir el
deseo de consagrar unos días a la preparación de esas celebraciones.
Dejando de lado un texto ambiguo atribuido a San Hilario de Poitiers, la primera
mención de la puesta en práctica de ese deseo la encontramos en el canon 4 del
Concilio de Zaragoza del año 380: Durante veintiún días, a partir de las XVI
calendas de enero (17 de diciembre), no está permitido a nadie ausentarse de la
iglesia, sino que debe acudir a ella cotidianamente (H. Bruns, Canones
Apostolorum et Conciliorum II, Berlín, 1893, 13-14). La frecuencia al culto
durante los días que corresponden, en parte, a nuestro tiempo de adviento
actual, se prescribe, pues, de una forma imprecisa.
Un tiempo de penitencia
Más tarde, los concilios de Tours (año 563) y de Macon (año 581) nos hablarán,
ya concretamente, de unas observancias existentes "desde antiguo" para antes de
Navidad. En efecto, casi a un siglo de distancia, San Gregorio de Tours
(fallecido en el año 490) nos da testimonio de las mismas con una simple
referencia. Leemos en el canon 17 del Concilio de Tours que los monjes deben
ayunar durante el mes de diciembre, hasta Navidad, todos los días.
El canon 9 del Concilio de Macon ordena a los clérigos, y probablemente también
a todos los fieles, que ayunen tres días por semana: el lunes, el miércoles y el
viernes, desde San Martín hasta Navidad, y que celebren en esos días el Oficio
Divino como se hace en Cuaresma (Mansi, IX, 796 y 933). Aunque la interpretación
histórica de estos textos es difícil, parece según ellos que en sus orígenes el
tiempo de adviento se introdujo tomando un carácter penitencial, ascético, con
una participación más asidua al culto.
Sin embargo, las primeras noticias a cerca de la celebración del tiempo
litúrgico del Adviento, se encuentran a mediados del siglo VI, en la iglesia de
Roma.
Según parece, este Adviento romano comprendía al principio seis semanas, aunque
muy pronto -durante el pontificado de Gregorio Magno (590-604)- se redujo a las
cuatro actuales.
Una doble espera
El significado teológico original del Adviento se ha prestado a distintas
interpretaciones. Algunos autores consideran que, bajo el influjo de la
predicación de Pedro Crisólogo (siglo V), la liturgia de Adviento preparaba para
la celebración litúrgica anual del nacimiento de Cristo y sólo más tarde -a
partir de la consideración de consumación perfecta en su segunda venida- su
significado se desdoblaría hasta incluir también la espera gozosa de la Parusía
del Señor.
No faltan, sin embargo, partidarios de la tesis contraria: el Adviento habría
comenzado como un tiempo dirigido hacia la Parusía, esto es, el día en que el
Redentor coronará definitivamente su obra. En cualquier caso, la superposición
ha llegado a ser tan íntima que resulta difícil atribuir uno u otro aspecto a
las lecturas escriturísticas o a los textos eucológicos de este tiempo
litúrgico.
El Calendario Romano actualmente en vigor conserva la doble dimensión teológica
que constituye al Adviento en un tiempo de esperanza gozosa: el tiempo de
Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para las
solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida del Hijo de
Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo en el que por este recuerdo se
dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de
los tiempos. Por estas dos razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de
una expectación piadosa y alegre (Calendario Romano, Normas universales sobre el
año litúrgico y sobre el calendario, 39).