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Comentarios de Sabios y Santos I - Epifanía del Señor

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A su disposición
Exégesis: R.P. Severiano del Páramo, S.J.

Comentario Teológico: R.P. Leonardo Castellani

Comentario Teológico: Santo Tomás de Aquino

Santos Padres: San Juan Crisóstomo

Santos Padres: San Agustín

Aplicación: Mons. Fulton Sheen

Aplicación: R.P. Luis de la Puente, S.J.

Aplicación: San Rafael Arnaíz (I)

Aplicación: San Rafael Arnaíz (II)

Aplicación: San Juan de Ávila

Ejemplos Predicables

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Exégesis: R.P. Severiano del Páramo, S.J.
La adoración de los Magos Mt 2, 1-11
La historicidad de este hecho, negada, naturalmente, por la crítica liberal y racionalista y puesta en duda por algunos modernos, que dan a esta narración un mero sentido simbólico, en cuanto en ella se representa por medio de esta imagen de los Magos la vocación de los gentiles a la fe, se comprueba suficientemente si atendemos a las minuciosas circunstancias descritas por el evangelista y, sobre todo, a la universal tradición cristiana, que encontramos ya desde los primeros tiempos de la Iglesia estampada en las pinturas de las catacumbas, especialmente en la célebre capilla griega de Santa Priscila.

Cuánto tiempo pasó desde el nacimiento de Cristo hasta la venida de los Magos, no es fácil determinarlo. Algunos autores an­tiguos, fundados en que Herodes mandó matar a los niños de dos años para abajo, suponen que habían pasado dos años. Ciertamente tuvo lugar antes la purificación en el templo a los cuarenta días del nacimiento que nos describe San Lucas (2,22-40). Teniendo, ade­más, en cuenta la distancia de la región de donde vienen y la di­ficultad de los viajes en aquella época, podemos asegurar que por lo menos pasaron algunos meses, tal vez un año entero.

1 Belén, llamada también Efrata en el Antiguo Testamento, célebre por ser la patria de David, dista unos ocho kilómetros de Jerusalén. Se llama de Judea, según el texto griego más autorizado, no de Judá, como traduce la versión latina, para distinguirla de otro Belén que se encontraba en la tribu de Zabulón.

El Herodes de quien aquí se trata es el que en la historia lleva el título de Grande, hijo del idumeo Antípatro. Fue nombrado por Julio César procónsul de Judea y consiguió del Senado romano, por medios no muy honestos, el título de rey. Gobernó en Palesti­na desde el 714 al 750 de la fundación de Roma. Cruel y sanguinario, como luego veremos, lleva, con todo, el título de Grande por las obras públicas que llevó a cabo, principalmente por la restauración del templo de Jerusalén.

¿Qué significa aquí la palabra magos? Entre los persas, medos y caldeos, los magos formaban una clase sacerdotal que cultivaba las ciencias ocultas, la astrología, la medicina, apareciendo con frecuencia como consultores de los reyes (cf. Dan 1, 20-22.48, etc.). Más tarde parece que la palabra tuvo un significado más amplio y aun un sentido peyorativo, como afirma San Jerónimo en su co­mentario al libro de Daniel. Que aquí se trata de sabios que observaban los movimientos de los astros, se deduce de todo el contexto.

Sobre su número nada nos dice el evangelio. La tradición popu­lar, que aparece ya en Orígenes y otros Padres y en algunos mo­numentos antiguos, supone que eran tres, y esto parece indicar los tres dones que ofrecieron al niño.

Tampoco sabemos nada cierto sobre sus nombres. Los que hoy generalmente les atribuye la piedad cristiana, Melchor, Gaspar y Baltasar, aparecen por primera vez en el siglo VIII en las obras dudosas de San Beda, y en el siglo IX en un mosaico de Ravena. Pare­cidos son los nombres que encontramos en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de París del siglo VII u VIII: Bithisarea, Melchior, Cataspa.

El evangelista no nos dice que fuesen reyes, ni como tales son tratados por Herodes. Tampoco les llaman reyes los antiguos escritores cristianos, ni los monumentos de los primeros siglos les representan como tales. Parece ser que el primero que les llama reyes fue San Cesáreo de Arlés en el siglo VI, y desde entonces vie­nen así considerados por una aplicación excesivamente literal del salmo 71, 10 y de Isaías 49, 7ss.

¿De qué región vinieron? El evangelista sólo dice que del Oriente. Este nombre genérico podía significar, para un habitante de Palestina, o la Arabia, o Persia, o Caldea. Si tenemos en cuenta la indumentaria con que suelen representarse en las antiguas pinturas, la tradición escrita más antigua y común y los dones que ofrecen, parece lo más probable que procedían de Arabia. Así lo afirman ya San Justino, Tertuliano y San Epifanio, siendo opinión de muchos autores modernos.

2 La pregunta que hacen los magos al llegar a Jerusalén su­pone que tenían alguna noticia de la próxima venida de un rey de los judíos. Los judíos, esparcidos por todo el mundo, habían dado a conocer sus libros sagrados traducidos a la lengua griega, que entonces se hablaba por todo el imperio romano. La lectura de las profecías contribuyó a difundir aun entre los pueblos paganos aque­lla esperanza mesiánica, vivísima entonces, como puede comprobarse por el Libro de Henoc y los Salmos de Salomón. Los dos grandes historiadores romanos Tácito y Suetonio afirman que la misma ciudad de Roma se había conmovido por estos rumores. Sin duda que a todo esto hay que añadir, como razón principal, una luz especial de Dios que iluminó su inteligencia para conocer la digni­dad de aquel recién nacido.

Sobre la estrella que vieron los magos se han lanzado muchas hipótesis. Orígenes, a quien siguen aún algunos modernos, cree que se trata de un cometa. Célebre es la hipótesis que se atribuye a Keppler: se trataría de la conjunción de los planetas Saturno, Jú­piter y Marte, que tuvo lugar el 747 de la fundación de Roma. Difícilmente se explican todas las características de esta estrella que aparecen en el texto de una constelación o astro natural. Todo hace suponer que se trata de un meteoro luminoso próximo a la tierra (v.9), dispuesto o creado por Dios para este fin, como dispuso aque­lla columna de fuego que guiaba a los hebreos por el desierto a su salida de Egipto.

La frase hemos visto en el Oriente puede entenderse de diversas maneras: o «mientras estábamos en el Oriente» o «por la parte del Oriente», o también «cuando salía por el Oriente». El segundo sentido parece el más natural y conforme con el contexto. No dice el evangelista que la estrella les señalase el camino hasta Jerusalén, sino únicamente que se les apareció, y que su vista, iluminados por una interior luz de Dios, les decidió a emprender la marcha. Algu­nos han querido relacionar esta estrella con aquella que, según el Antiguo Testamento (Num 24, 17), nacerá de Jacob, pero es claro que por aquella estrella se profetiza la persona misma del Mesías, no la que había de anunciar su nacimiento.

3 La turbación de Herodes se explica porque temía perder el reino o que en Jerusalén surgiese algún movimiento popular que perturbase el orden. La turbación de la ciudad fue muy momentá­nea, y tuvo su origen en la novedad de aquella visita de personalida­des del Lejano Oriente que venían preguntando por el recién nacido rey de los judíos.

4-5 Los príncipes de los sacerdotes, es decir, los jefes de las veinticuatro familias sacerdotales, juntamente con los escribas o los doctores de la ley, cuyo oficio era explicar el sentido de las Sa­gradas Escrituras y aplicar su doctrina a los casos prácticos que se ofrecieran. Formaban, juntamente con los príncipes de los sacer­dotes y los ancianos del pueblo, el sanedrín, que solía reunirse para discutir las cuestiones más graves. No parece que Herodes llamase a consulta a todo el sanedrín, pues no se menciona a los ancianos, probablemente por tratarse de una cuestión escriturística, que no era de su competencia.

6 El texto de Miqueas (5, 2), aunque está fielmente citado en cuanto al sentido, difiere accidentalmente del texto original, hebreo, que a la letra dice: “Mas tú, Belén Efrata, la más pequeña entre las regiones de Judá, de ti me saldrá quien ha de ser dominador de Israel”. Pudiera ser que el evangelista modificara de propósito el texto con­forme a la explicación que dieron de él los escribas.

11 Aunque la palabra griega oikos pudiere en absoluto referirse a la gruta donde había nacido el niño, con todo, parece más bien que hay que interpretarla en su sentido propio de casa, pues es de suponer que, pasados los días señalados para el censo de que nos habla San Lucas (2, 42), encontrarían alojamiento entre los habitantes de Belén. Esto nos manifiesta también que San José y la Virgen, por razones a nosotros desconocidas, se habían deter­minado a establecerse por algún tiempo en Belén.

Le adoraron. Esta expresión pudiera interpretarse en el sen­tido de que sencillamente le saludaron al modo oriental, incli­nándose hacia el suelo; pero todo el contexto anterior y siguiente demuestra que aquí tiene un significado religioso más profundo. El camino tan largo emprendido por conocer a este niño, la apari­ción de la estrella y el gozo que en ellos produce, las diligencias que en Jerusalén hacen para averiguar el sitio de su nacimiento y, final­mente, los dones que le ofrecen, todo ello indica claramente que en este niño reconocen a un rey más que humano y terrenal, y, por lo tanto, no hay dificultad en entender, como lo han entendido los Santos Padres y la tradición cristiana, que aquel acto era de verda­dera adoración y procedía de la fe en aquel niño, que venía a regir y salvar a todos los hombres.

Y abriendo sus tesoros, es decir, sus cofres, donde traían ence­rrados sus dones, oro, incienso y mirra. En el Oriente, nadie que fuese a cumplimentar al rey se presentaba con las manos vacías, sino que había de llevarle algún presente. Los Padres de la Iglesia y expositores católicos han visto simbolizado en el oro la dignidad regia de Cristo; en el incienso, su divinidad, y en la mirra, que solía emplearse para embalsamar los cadáveres, su humanidad.
(DEL PÁRAMO S., La Sagrada Escritura, Evangelios, BAC Madrid 1964, I, pp. 25-29)



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Comentario Teológico: R.P. Leonardo Castellani

Domingo de Epifanía
Este Evangelio de los Magos y el Tirano Herodes, lo conocen ya Uds., lo han leído innúmeras veces: esta fiesta se llama Epifanía o sea Manifestación, Proclamación.

Es la apertura de la Religión del Mesías a los Gentiles. La cuenta un judío, Mateo. En cambio un gentil, Lucas, cuenta la adoración de los Pastores que eran judíos. Es decir, los dos Evangelistas al cruzar las manos, proclaman la Catolicidad, que significa Universalidad, que había de sellarse al final de todo con el mandato de Cristo: "Id y enseñad a todas las gentes", que acaba para siempre la exclusividad de los judíos. Los judíos actualmente todavía dicen que ellos son "separados"; la palabra "separados" en hebreo es "fariseos". Mucho le debemos a los judíos, dice el último decreto del Concilio, pero ciertamente no le debemos la Catolicidad, que es una de las notas distintivas de la Iglesia: Una, Santa, Católica y Apostólica.

Católica significa Universal. Ninguna otra religión ni antes ni después de la Iglesia ha sido universal, se ha dirigido a todos los humanos y ha sido aceptada por hombres de todas las razas, como aquí por los Reyes Magos, que según la leyenda era un ario, un amarillo y un negro. Esto no lo dice el Evangelio ni tampoco que fueran Reyes; dice "Magoi", magos — o astrónomos. Esa interpretación de los Reyes de tres naciones viene del Psalmo 71, que es mesiánico, o sea se refiere proféticamente a Cristo, que dice:

"Los Reyes de Tarsis y de las islas le traen regalos;
los Reyes de los Árabes y Sabá le ofrecen dones
y lo adorarán todos los Reyes de la tierra,
todas las gentes lo servirán".

Tarsis es la ciudad de Cádiz actual, entonces colonia fenicia, semítica; las Islas quiere decir Grecia e Italia; Árabes ya se sabe; Sabá es la Etiopía o Abisinia.

Me gustaría leer todo el Psalmo 71, el último Psalmo del IIº libro, que es simplemente una predicción de lo que dijimos antes, la. Catolicidad del Reino del Mesías; y yo creo directamente, digan lo que quieran muchos intérpretes modernos, que es una predicción de la Adoración de los Reyes Magos, como creyeron los Santos Padres antiguos; no porque sean antiguos precisamente, sino porque sabían más. Y no digamos nada de otros intérpretes supermodernos, víctimas de la confusión actual, que dicen esta historia de los Reyes Magos, es un cuento, una novelita, un "midrash". De esto no hablaré: la única respuesta que hay que dar es la que di la primera vez que la oí, al Padre Alberto Hurtado, estudiante de Lovaina (Bélgica) que me dijo: "Hay que suprimir de San Mateo esa historieta de la Adoración de los Magos al Niño Jesús" — ¿Por qué? —Porque es un midrash —Bueno, —le dije— por la misma plata pueden suprimir también al Niño". En efecto, si esa perícopa del Evangelio puede ser falsa, entonces todo el Evangelio es dudoso.

El Catolicismo significa universal y es universal. Es inútil que recorra las grandes religiones antiguas para mostrárselo; ya lo he hecho una vez. El Budismo, la más copiosa de las religiones después del Cristianismo (250 millones contra 800 millones), nació en el norte de la India, y se extendió por la misma India, China y Japón junto con otras religiones, aunque actualmente los Comunistas han eliminado el Budismo en China; el Confucismo, en la China (no es el confusionismo, ésa es la religión de los argentinos, es confucismo con c, Confucio); el "shintoísmo" en el Japón; el hinduismo en la India; el mahometismo nació en Arabia y se extendió hasta Pakistán.

Cuando nació el Cristianismo y comenzaron las herejías, los herejes se apropiaban el nombre de cristianos, y San Agustín (según creo) para distinguir a los fieles los llamó cristianos universales, o sea católicos en griego. Después los herejes intentaban usurpar el nombre de católicos y jamás les resultó: los arrianos querían ser llamados católicos y todo el mundo los llamó arrianos; y cuando apareció el Protestantismo pasó lo mismo; por las calles de Bs. As. pueden ver los letreros si quieren: Iglesia Luterana Alemana, Iglesia Luterana Danesa, Iglesia Calvinista Suiza, etc. Lo más típico es lo que pasó con los ingleses cismáticos: se llamaron católicos y a los católicos los llamaron Papistas; al poco tiempo el pueblo los llamaba Católicos Anglicanos (o sea ingleses) y a los Papistas Católicos Romanos. Así que cuando se estableció esa gran confusión del Protestantismo y las gentes se preguntaban: "Hay tantas Iglesias ¿cómo se distingue la verdadera?", los teólogos respondían sencillamente: "por sus cuatro notas distintivas que están en el Credo: "Et unam, sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam”"1.

Ahora bien ¿qué tenemos que ver nosotros y los Reyes Magos con todo esto? Es que ha acontecido un fenómeno nuevo en el mundo, una plasmación de una especie de Catolicidad falsificada; es decir, los hombres de hoy están queriendo inventarse una religión universal, no solamente fuera de la Católica sino aun contra la Católica; y el historiador inglés Toynbee (que si quieren aburrirse pueden leer en "La Nación" de los Domingos) predica que esa religión debe inventarse y que indefectiblemente será inventada; y con él muchísimos otros. A mí me parece verla formarse ante mis ojos; pero ese parecer mío no podría comunicar sin escribir un libro.

¿Por qué debe inventarse? Porque simplemente no se puede hacer un Imperio Mundial, una unificación del mundo sin un cemento unificante de índole religiosa; y un gran Imperio Mundial es anhelado y exigido por una gran parte del mundo actual2.

Pero eso es imposible. ¿Cómo se van a unir por ejemplo Rusia y los EE.UU.? Las antiguas profecías que nosotros poseemos dicen que habrá al final cuatro grandes Imperios, uno de ellos derrotará a los otros tres y se hará el Dueño del Mundo.
(CASTELLANI, Domingueras prédicas, Jauja, Mendoza, 1997, pp. 15-19)

Notas
1 “Y creo en la Iglesia una, santa, católica y apostólica.
2 "Toynbee cree que la religión es el vinculum substantiale" de la sociedad, el que produce la concordia profunda; pero cree también que la religión actual de Occidente se ha gastado hasta la trama y no sirve más; poniendo por ende sus esperanzas en una nueva religión: el temor de la decadencia de Occidente -que al parecer él confunde con Inglaterra- lo obsede y lo angustia".
"La idea de que 'la religión es la sociedad y la sociedad es la religión', popularizada en forma confusa por Durkheim y su escuela... juntada a los otros presupuestos filosóficos empiristas, han llevado a Toynbee a una teoría realmente peregrina (la resumimos en forma un poco brusca, pero exacta) que pretende establecer lo siguiente: cada civilización está informada por una religión; todas ellas son perecederas a mayor o menor plazo; y al parecer dejan una especie de huevo de donde brota una nueva religión fresca y lozana, y por ende una nueva civilización juvenil que entierra a su padre y a su madre y armada de la herencia emprende su carrera por la Historia. Consoladora ficción, hija de la desesperación de la época, que no tiene un solo punto de apoyo en la realidad, pero puede servir de cordial a los ignorantes: en la "era atómica" todos viveremos cien años y practicaremos la religión atómica, cuyo mesías ya debe de haber nacido en Norteamérica, desde luego".
"Demasiada imaginación para un historiador. No se puede ver cómo de una religión que muere de vieja y podrida podría salir una religión nueva y pura; ni se ha visto nunca. Es contradictorio, pues es contra la ley de la causalidad; lo más saldría así constantemente de lo menos. Yo no sé si se habrá visto en el mundo un hombre de 90 años que se casa y engendra un hijo vigoroso; puede que se haya visto en el "Reader's Digest", porque en Norteamérica puede pasar eso y mucho más... Pero que un cadáver se case y engendre un hijo, eso no se puede ver: aunque hay un cuento terrible de la condesa de Pardo Bazán con este tema: el hijo del cadáver... Pero es un cuento" ("Decadencia de las Sociedades", en Seis Ensayos y Tres Cartas, Bs. As., DICTIO, 1978, pp. 114-116).
Para lograr ese "nuevo nacimiento", Toynbee exige que las religiones lleguen a un acuerdo sobre la unidad de Dios y establezcan como objetivo común la promoción humana.


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Comentario Teológico: Santo Tomás de Aquino

ARTÍCULO 6
Si el nacimiento de Cristo fue manifestado en orden conveniente

Dificultades: Parece que no fue manifestado el nacimiento de Cristo en orden conveniente.
1. El nacimiento de Cristo debió ser manifestado primero a los más allegados y que suspiraban por Cristo, pues de la sabiduría se dice que “se adelante a los que la desean y se muestre a ellos primero” (Sb 6, 14). Pues precisamente son los justos los más allegados de Cristo por la fe y eran los que más deseaban su venida, como se dice de Simeón, que “era varón justo y temeroso de Dios y que esperaba la redención de Israel” (Lc 2, 25). Luego antes a Simeón que a los pastores y a los Magos debió ser manifestado el nacimiento de Cristo.

2. Fueron los Magos las primicias de la gentilidad que había de creer en Cristo; pero primeramente “debía venir la plenitud de las gentes” a la fe, y luego “todo Israel sería salvo” (Ro 11, 25-26). Luego primero se debió revelar el nacimiento de Cristo a los Magos que a los pastores.

3. Dice San Mateo que “Herodes mató a todos los niños que había en Belén y en sus términos, de dos años para abajo, según el tiempo que había averiguado de los Magos” (Mt 2, 16). De donde parece resultar que los Magos llegaron a Cristo dos años después de su nacimiento. Luego no estuvo bien que, después de tanto tiempo, se hubiera anunciado a los gentiles el nacimiento de Cristo.

Por otra parte se lee en Daniel: “Él muda los tiempos y las circunstancias” (Dn 2, 21). Y así el tiempo en que se reveló el nacimiento de Cristo parece haber sido dispuesto en el orden conveniente.

Respuesta:

El nacimiento de Cristo se manifestó primeramente a los pastores el mismo día del nacimiento de Cristo. Dice, en efecto, San Lucas: “Había en la misma región unos pastores que velaban y observaban las vigilias de la noche sobre sus rebaños. Y en cuanto los ángeles se apartaren de ellos para ir al cielo, se hablaban unos a otros: Pasemos a Belén. Y vinieren presurosos” (Lc 2.8.15.16).

En segundo lugar llegaron los Magos el día trece de su nacimiento, día en que se celebra la fiesta de la Epifanía. Si hubieran venido pasados uno o dos años, no le hubieran encontrado en Belén, pues San Lucas dice: “Una vez que cumplieren todo le prescrito por la ley de Moisés” (Lc 2, 39), ofreciendo al Niño Jesús en el templo, “volvieren a Galilea, a su ciudad de Nazaret” (Lc 2, 39).

En tercer lugar se manifestó en el templo a los justos, el día cuadragésimo de su nacimiento (Lc 2, 22).

La razón de este orden es que por los pastores están significados los apóstoles y otros creyentes de los judíos, a quienes primero fue comunicada la fe de Cristo, y entre los cuales no hubo “muchos poderosos ni muchos nobles” (1Co 1, 26). En segundo lugar, llegó la fe a la plenitud de las gentes, figurada en los Magos. En tercer lugar, llegó la vez a la plenitud de los judíos, figurados por los justos. Por ese se les manifestó Cristo en el templo de los judíos.

Soluciones:

1. Dice el Apóstol que “Israel, siguiendo la ley de la justicia, no llegó a la ley de la justicia”; pero los gentiles, “que no buscaban la ley de la justicia” (Ro 9, 30-31), se adelantaron, en general, a los judíos por la justicia de la fe. Y en figura de esto, Simeón, “que esperaba la consolación de Israel”, conoció el último a Cristo recién nacido, precediéndole los Magos y los pastores, que no esperaban con tanta ansiedad el nacimiento de Cristo.

2. Aunque la plenitud de los gentiles entró primero a la fe que la plenitud de los judíos, sin embargo, las primicias de los judíos se adelantaren a la fe a las primicias de les gentiles. Por eso a los pastores se les reveló primero que a los Magos.

3. Sobre la aparición de la estrella que apareció a los Magos hay dos opiniones. San Crisóstomo y San Agustín dicen que la estrella apareció dos años antes del nacimiento de Cristo, y los Magos, después de meditar sobre el negocio y preparar el viaje, llegaron a Cristo de las remotísimas partes del Oriente, el día trece después de su nacimiento. De suerte que Herodes, luego de la partida de los Magos, viéndose burlado, mandó matar a todos los niños de dos años abajo, suponiendo que Cristo hubiera nacido al aparecer la estrella, según lo que había oído de los Magos.

Pero otros dicen que la estrella se apareció al nacer Cristo, y que luego, en cuanto los Magos vieron la estrella, emprendieron el camino, llegando en trece días, ayudados en parte por la virtud divina y en parte por la velocidad de sus dromedarios. Esto, en el supuesto de que viniesen de las partes remotas del Oriente. Porque algunos opinan que fue de la región cercana de donde era originario Balaam, de cuya doctrina eran herederos. Y dicen que llegaron del Oriente porque su tierra está situada al oriente de la tierra de los judíos. Según esto, Herodes ordenó la matanza de los niños, no luego que los Magos partieron, sino dos años después. O porque, según se dice, en ese intervalo partió para Roma a defenderse de acusaciones presentadas contra él, o porque, agitado por los temores de otros peligros, desistió entre tanto de su propósito de matar a los niños. Pudo también creer que los Magos, “engañados por la falsa visión de la estrella, luego que no hallaron al niño que buscaban, sintieron vergüenza de volver a darle cuenta”, esto dice San Agustín en su obra “De la concordia de los evangelistas”. El matar no sólo a los de dos años, sino a los de menos, fue, dice San Agustín en un sermón de los Inocentes, porque “temía que el niño, a quien las estrellas servían, transformara su aspecto por encima o por debajo de su edad”.


ARTÍCULO 7
Si la estrella que apareció a los Magos fue una de las estrellas del cielo
Dificultades: Parece que la estrella aparecida a los Magos fue una de las estrellas del cielo.

1. Dice San Agustín en un sermón de la Epifanía: “Mientras está colgado de los pechos y soporta la envoltura de viles pañales, he aquí que de repente una estrella envía desde el cielo sus resplandores”. Luego fue una estrella del cielo la que se apareció a los Magos.

2. En otro sermón de la Epifanía dice San Agustín: “Los ángeles revelan a Cristo a los pastores; a los Magos, una estrella. A unos y otros habla la lengua de los cielos, cuando había cesado la lengua de los profetas”. Pero los ángeles que se aparecieron a los pastores fueron verdaderos ángeles del cielo; luego la estrella aparecida a los Magos fue una de las estrellas del cielo.

3. Las estrellas que no están en el cielo, sino en el aire, se llaman cometas, y no aparecen en el nacimiento de los reyes, antes más bien son indicios de su muerte. Pero aquella estrella fue señal del nacimiento de un rey, pues dicen los Magos: “¿Dónde está el Rey de los judíos? Pues vimos su estrella en Oriente” (Mt 2, 2). Luego parece que fue una de las estrellas del cielo.

Por otra parte, dice San Agustín en su obra “Contra Fausto”: “No era una de las estrellas que desde el principio de la creación guardan el orden de sus caminos bajo la ley del Creador, sino que, para indicar el nuevo parto de la Virgen, una nueva estrella apareció”.

Respuesta:

Dice San Crisóstomo que la estrella aparecida a los Magos no fue una de las estrellas del cielo. Y es esto evidente por muchas razones.

Primera, porque ninguna otra estrella sigue esa dirección, moviéndose del septentrión al mediodía. La Judea se halla al sur de la Persia, de donde los Magos habrán venido.

Segundo, por el tiempo de su aparición, pues no apareció sólo de noche, sino en pleno día, lo que no sucede con ninguna estrella, ni aun con la luna.

Tercero, porque a veces se dejaba ver, a veces se ocultaba, pues cuando entraron en Jerusalén se ocultó, para mostrarse luego que se alejaron de Herodes.

Cuarto, porque no tenía movimiento continuo, antes bien caminaba cuando convenía que caminasen los Magos y se detenía cuando ellos debían detenerse, como la columna de nube del desierto (Ex 40, 34; Dt 1, 33).

Quinto, porque mostró el sitio del parto de la Virgen, no quedándose arriba, sino bajando abajo. Así dice San Mateo: “La estrella que habían visto en Oriente, los precedía, hasta llegar al sitio en que estaba el niño” (Mt 2, 9). De donde resulta claro que las palabras de los Magos: “Vimos su estrella en Oriente”, no significan que, hallándose ellos en Oriente, apareció la estrella en Judea, sino que la vieron en Oriente y que los precedía hasta llegar a Judea (aunque esto último sea para algunos dudoso). Ni podría señalar con precisión la casa si no estuviera próxima a la tierra. Y, como dice el mismo San Crisóstomo, este modo de obrar no parece propio de una estrella, sino “de una potencia racional”. En suma, que esta estrella parece un poder invisible transformado en la apariencia de estrella.

Por esto dicen algunos que, como el Espíritu Santo descendió en figura de paloma (cf. Mt 3, 16) sobre el Señor bautizado, así apareció a los Magos en figura de estrella. Otros dicen que el mismo ángel que a los pastores se mostró en figura humana, se mostró a los Magos en figura de estrella. Más probable, sin embargo, parece que fuera una estrella creada de nuevo, no en el cielo, sino en la región del aire vecina a la tierra, y que se movía según la voluntad de Dios. Por lo cual dice San León Papa en un sermón de la Epifanía: “Apareció a los tres Magos en la región de Oriente una estrella de nueva claridad, más brillante y hermosa que los demás astros, la cual atraía los ojos y los corazones de los que la miraban, para que al punto advirtiesen que no carecía de significación lo que tan insólito parecía”.

Soluciones:

1. En la Sagrada Escritura, el cielo es a veces el aire, como cuando habla de “las aves del cielo y de los peces del mar” (Ps 8, 9).

2. Los mismos ángeles del cielo tienen por oficio descender a nosotros, “enviados para este ministerio” (Hb 1, 14). Pero las estrellas del cielo no cambian de lugar, y así no es igual la razón.

3. Como esta estrella no siguió el curso de las estrellas del cielo; tampoco el de los cometas, que no se pueden ver de día ni cambian su ordenado movimiento. Sin embargo, no dejaba de asemejarse algo en la significación a los cometas, porque el reino celestial de Cristo “trituró y aniquiló todos los reyes de la tierra y él permanecerá firme para siempre” (Dn 2, 44), como se dice en Daniel.


ARTÍCULO 8
Si fue conveniente que los Magos viniesen a adorar y venerar a Cristo
Dificultades: Parece que no fue conveniente que los Magos viniesen a adorar y venerar a Cristo.

1. A un rey se le debe reverencia por parte de sus súbditos. Los Magos no pertenecían al reino de los judíos; luego, cuando por la visión de la estrella supieron que había nacido “el Rey de los judíos”, no debieron haber venido a adorarle.

2. Es imprudente, viviendo un rey, anunciar un rey extraño; pero en Judea reinaba Herodes; luego imprudentemente procedieron los Magos anunciando el nacimiento de otro rey.

3. Más segura es la señal celestial que la humana; pero los Magos, guiados por la señal celeste, vinieron del Oriente a Judea; luego imprudentemente obraron dejando la guía celeste para buscar la humana, preguntando: “¿Dónde está el recién nacido Rey de los judíos?” (Mt 2, 2).

4. La ofrenda de los dones y la reverencia de adoración no se debe sino a los reyes que reinan; pero los Magos no hallaron a Cristo resplandeciente con la dignidad regia; luego obraron imprudentemente ofreciéndole dones y mostrándole reverencia como a rey.

Por otra parte, dice Isaías: “Las gentes andarán a tu luz, y los reyes a la claridad de tu aurora” (Is 60, 3). Pero los que se dejan guiar por la luz divina no yerran; luego los Magos no incurrieron en error al rendir homenaje a Cristo.

Respuesta:

Son los Magos las “primicias de las gentes” (S.Th. 3, 36, 3 ad. 1; 6 arg. 2) que creyeron en Cristo, en medio de las cuales apareció, como un presagio, la fe y la devoción de las gentes que vienen a Cristo de remotos países. Por esto, como la devoción y la fe de los gentiles está exenta de error en virtud de la inspiración del Espíritu Santo, así hemos de creer que los Magos, inspirados por el Espíritu Santo, sabiamente mostraron reverencia a Cristo.

Soluciones:

1. Dice San Agustín en un sermón de la Epifanía: “Muchos reyes de los judíos nacieron y murieron, y a ninguno de ellos buscaron los Magos para adorarlo. De manera que no es a un rey de los judíos, cuales solían ser aquéllos, al que estos extranjeros, venidos de tan lejos y que nada tienen que ver con el reino, creen deber rendir este homenaje. Pero conocieron que el recién nacido es tal que no dudan conseguir, adorándole, la salud que es según Dios”.

2. Por aquella notificación de los Magos estaba figurada la constancia de los gentiles en confesar a Cristo hasta la muerte. Por lo cual dice San Crisóstomo: “Poniendo los ojos en el Rey futuro, no sentían temor del rey presente. Aún no habían visto a Cristo, y ya estaban prontos a morir por Él”.

3. San Agustín dice en un sermón de la Epifanía: “La estrella que condujo a los Magos hasta el sitio en que estaba Dios Niño con la Madre Virgen, podía conducirlos a la ciudad de Belén, en que Cristo había nacido. Sin embargo, se escondió hasta que los mismos judíos dieron testimonio de la ciudad en que Cristo debía nacer”, y así, “confirmados con este doble testimonio –dice San León Papa–, con fe más ardiente buscasen a Aquel a quien la claridad de la estrella y la autoridad de la profecía manifestaban”. De este modo los Magos pregonan el nacimiento de Cristo e “interrogan por el lugar de su nacimiento, creen y buscan, como para significar a los que caminan en la fe y desean la visión”, según dice San Agustín en un sermón de la Epifanía. Cuanto a los judíos, al indicarles el lugar del nacimiento de Cristo, “fueron semejantes a los obreros del arca de Noé, que procuraron medios de salvación a otros y ellos perecieron en el diluvio. Los que preguntaban oyeron y se fueron; los doctores respondieron y se quedaron, semejantes a las piedras miliarias, que muestran el camino a los viandantes, pero ellos no se mueven”. Por disposición divina sucedió que, oculta a sus ojos la estrella, los Magos, llevados del instinto humano, se dirigieron a Jerusalén, buscando en la ciudad real al Rey recién nacido, para que el nacimiento de Cristo se anunciase públicamente en Jerusalén, según el vaticinio de Isaías: “De Sión saldrá la ley y de Jerusalén la palabra del Señor” (Is 2, 3), y para que “con la premura de los Magos, llegados de lejos, fuera condenada la pereza de los judíos, que estaban tan cerca”.

4. Dice San Crisóstomo: “Si los Magos hubieran venido en busca de un rey terreno, quedarían confundidos de haber emprendido sin razón tan largo y trabajoso camino”, y ni le hubiesen adorado ni ofrecido dones. “Pero como buscaban un Rey celestial, aunque no vieron en Él nada de la majestad real, le adoraron, satisfechos con el testimonio de la estrella”. Vieron un hombre, pero adoraron a Dios. Y le ofrecieron regalos conformes con la dignidad de Cristo: “oro, como a un gran rey; mirra, con que se embalsaman los cuerpos de los muertos, indicando que Él moriría por la salud de todos”. Y, como dice San Gregorio, con esto se nos enseña “a ofrecer al recién nacido Rey el oro, que significa la sabiduría, resplandeciendo en su presencia con la luz de la sabiduría”; ofrecemos a Dios el incienso, “con que expresamos la devoción de la oración”, cuando exhalamos ante Dios el aroma de nuestras oraciones; y ofrecemos la mirra, que “significa la mortificación de la carne, siempre que mortificamos los vicios de la carne por la abstinencia”.
(SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica IIIª p., q. 36, a. 6-8)


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Santos Padres San Juan Crisóstomo

Homilía 6
La estrella de los Magos no tiene que ver con la astrología
1. De mucha vigilancia, de muchas oraciones necesitamos para poder explicar el presente paso evangélico y averiguar quiénes fueron estos magos, de dónde y cómo vinieron, quién los persuadió a ello y de qué naturaleza, en fin, fue la estrella que los guiara. Más, si me lo permitís, voy a discutir antes lo que aquí dicen los enemigos de la verdad. En efecto, con tal furia ha soplado sobre ellos el diablo, que aun de este hecho evangélico toman armas contra la doctrina de la verdad. ¿Qué es, pues, lo que dicen? —He aquí que hasta en el nacimiento de Cristo apareció una estrella; señal de que la astrología es cosa segura. —Entonces les contestamos—, si Cristo nació conforme a la ley del horóscopo, ¿cómo deshizo la astrología, derribó el hado, tapó la boca a los demonios, desterró el error y echó por los suelos toda esa hechicería? Además, ¿por qué averiguan los magos por la estrella que Jesús era rey de los judíos? En realidad, Él no fue rey de ningún reino temporal, como lo declaró ante Pilatos: Mi reino no es de este mundo1. Nada que tal realeza delatara hubo en Cristo: ni guardia de lanceros, ni escolta de escuderos, ni caballería, ni troncos de mulas. Él llevó vida sencilla y pobre, sin más compañía que doce también pobres hombres consigo. Más ya que sabían que el niño era rey, ¿por qué vinieron? Pues no atañe a la astrolo­gía adivinar por las estrellas los nacimientos, sino predecir, según dicen, por la hora del nacimiento la suerte futura de los recién nacidos. Pero los magos ni asistieron al parto de la ma­dre, ni supieron el momento en que nació el niño, ni pudieron, fundándose en ello, conjeturar por el movimiento de las estre­llas lo que hubiera en adelante de acontecerle. Al contrario, por haber visto la estrella mucho antes aparecida en su propia tie­rra, ellos vienen a ver al recién nacido.

Cuestiones que plantea la venida de los Magos
Esta venida misma sí que plantea un problema más difícil que el primero. Porque ¿qué razonamiento pudo moverlos a emprender aquel viaje? ¿Qué bienes esperaban de adorar a un rey a tan enorme distancia? Si hubiera nacido para reinar sobre ellos, ni aun así hubiera tenido mucho sentido lo que hicieron. De haber nacido en el palacio real y estar a su lado el rey su padre, tal vez pudiera decirse con algún viso de razón que, para congraciarse con el padre, fueron a adorar al niño recién nacido, con lo que de antemano se habrían procurado un buen motivo de su amistad. Pero, si realmente no esperaban que hu­biera de ser su rey, sino de una nación extraña y muy apartada de su propia patria; si, además, no iban a ver más que a un tierno niño, ¿qué motivo tuvieron para emprender tan largo via­je, llevarle presentes y exponerse con todo ello a mil peligros? Y fue así que, al oírlos, se turbó Herodes, y con él se alborotó todo el pueblo. ¿Se dirá que nada de eso podían prever los magos? No hay razón para decirlo. Por muy ingenuos que fue­ran, no podían ignorar que, yendo a una ciudad que tenía ya su rey, y llevando tales noticias, y señalando con el dedo a otro rey distinto del que allí mandaba, iban a atraerse la muerte por cien caminos. Y, después de todo, ¿a qué adorar a un niño en pañales? Si se hubiera tratado de un hombre hecho y derecho, se pudiera decir que, por ganarse su protección, se habían arrojado a un manifiesto peligro. Aparte la insensatez suma de que unos persas, unos bárbaros, unas gentes que nada tenían que ver con el pueblo judío, trataran de separarse de sus pro­pios reyes y, dejando patria, parientes y casa, fueran a some­terse a una monarquía extranjera.

La conducta de los Magos es naturalmente inexplicable
2. Pero si todo eso es absurdo, mucho más lo que luego hacen los magos. ¿Qué es lo que hacen? Después de tan largo viaje, después de adorar al niño, después de alborotar a todo el mundo, toman inmediatamente la vuelta de su patria. ¿Qué símbolo, absolutamente, de realeza vieron allí, pues tenían de­lante una choza, un pesebre, un niño en pañales y una madre pobre? ¿A quién ofrecieron sus presentes y por qué se los ofrecieron? ¿Tenían acaso de ley y costumbre andarse por ahí a rendir de ese modo homenaje a los reyes recién nacidos? ¿Recorrían tal vez la tierra entera para adorar, antes de que subie­ran al trono, a los que sabían ellos que, de oscuros y pobres orígenes, habían de venir a ser reyes? Nadie podría decir se­mejante cosa. ¿Por qué, pues, le adoraron? Si movidos por lo que tenían delante, ¿qué esperaban recibir de un niñito y de una madre pobre? Si con miras a lo por venir, ¿cómo sabían que recordaría el niño más adelante el homenaje que le tributaron entre los pañales? ¡Se lo recordaría su madre! Pues ni aun así merecían honor, sino castigo, pues le habían expuesto a manifiesto peligro. Por sus noticias, en efecto, se turbó Herodes y buscó y preguntó curiosamente y, por remate, intentó quitarle la vida. Y de modo general, quien saca a relucir como futuro rey al que desde su cuna ha sido un hombre privado, le entrega sin remedio a la muerte y levanta mil guerras contra él.

¿Os dais cuenta del cúmulo de absurdos que se siguen de considerar la historia de los magos conforme al orden humano y uso común? Y no son ésos solos: muchos otros pudieran aún añadirse que implican cuestiones más difíciles que los ya dichos; pero no quiero produciros vértigo, amontonando dificultades a dificultades, sino pasemos ya a resolver algunas de las propues­tas, empezando por examinar la naturaleza de la estrella aparecida a los magos. Si averiguamos bien qué estrella fue aquélla y de dónde vino, si fue una estrella ordinaria o distinta de las otras, y hasta si fue realmente una estrella o sólo aparecía así a los ojos; todo lo demás lo sabremos muy fácilmente. ¿Cómo, pues, averiguaremos todo eso? Por el texto mismo del evan­gelio.

La estrella aparecida a los Magos no fue verdadera estrella
Ahora bien, a mi parecer, es evidente que la estrella de los magos no fue una estrella ordinaria; más aún: no fue una ver­dadera estrella, sino una fuerza invisible que tomó la aparien­cia de estrella. Lo que se prueba, ante todo, por la marcha que siguió. Efectivamente, no hay absolutamente una estrella que siga el camino que aquélla siguió. El sol, la luna y todos los astros vemos que marchan de oriente a occidente; aquélla, en cambio, marchaba de norte a sur, que es la posición de Persia respecto a Palestina. La segunda prueba es el tiempo en que brillaba la estrella. Efectivamente, no sólo aparecía durante la noche, sino en pleno día y en pleno esplendor del sol. No hay estrella que tenga tal virtud; no la tiene ni la misma luna, que, aun pasando tantos grados a todas las estrellas, apenas brillan los rayos del sol, se esconde y desaparece ella. La estrella, en cam­bio, de los magos, por la superioridad de su brillo, venció a los mismos rayos solares, resplandeciendo más que ellos y brillan­do en medio de su luz. Tercera prueba: la estrella de los ma­gos aparecía y se ocultaba. Efectivamente, durante el viaje hasta Palestina, la estrella los fue guiando; luego, apenas pu­sieron pie en Jerusalén, se les ocultó, y, por fin, cuando, infor­mado Herodes sobre el fin de su venida, le dejaron y se pusie­ron en marcha, se les mostró de nuevo. Todo esto no es cosa del movimiento de una estrella, sino de una potencia muy ra­cional. Era una estrella que no tuviera marcha propia, sino que, cuando los magos tenían que caminar, se movía ella; cuando tenían que pararse, se paraba, acomodándose siempre a lo que convenía. Era como la columna de la nube que guiaba a los judíos por el desierto, por la que, según les convenía, asenta­ban o movían su campamento. La cuarta prueba evidente es la manera como les mostró el lugar en que estaba el niño. Efectivamente, no se lo mostró quedándose ella en lo alto, pues les hubiera sido imposible distinguirlo de este modo, sino bajando hasta allí. Comprenderéis perfectamente que un lugar tan reducido, una pobre choza posiblemente, y menos, como es natural, el corpezuelo de un niño pequeño, no es posible que lo señale una estrella. Por su inmensa altura no hubiera podido aquella estrella marcar un lugar tan pequeño y darlo a conocer a los que hubieran querido distinguirlo a su luz. Sirva la luna de comprobante. No obstante ser tan superior a las estrellas, a todos los que habitan la tierra y están derramados por su enor­me anchura, les parece que está cerca de ellos. ¿Cómo, pues, decidme, hubiera podido la estrella señalar a los magos sitio tan estrecho como una cueva, un pesebre, de no haber bajado de aquella su altura y haberse posado sobre la cabeza misma del niño? Que es, en efecto, lo que el evangelista dio a entender cuando dijo: He aquí que la estrella los iba guiando, hasta que llegó y se posó sobre el lugar en donde estaba el niño. Ya veis, pues, por cuántos argumentos se prueba que esta estrella no fue una estrella ordinaria y que no apareció porque así lo exigiera el horóscopo profano.

La estrella condena la incredulidad de los judíos
3. ¿Y para qué fin apareció la estrella? Para herir la insensibilidad de los judíos y, caso que la desconocieran, cerrar­les el paso a toda defensa. Como el que había venido venía a poner término a la antigua manera de vida, y a llamar a su adoración a toda tierra, y a ser efectivamente adorado por dondequiera por tierra y por mar, abre desde el primer momen­to la puerta a las naciones, queriendo de paso, por medio de los extraños, adoctrinar a los suyos. Continuamente estaban éstos oyendo a los profetas, que les hablaban del advenimiento de Cristo; pero como a los profetas no les prestaban mucha atención, hizo Él que vinieran de lejanas tierras unos extranje­ros buscando al rey nacido entre ellos, y así tuvieron que oír primero de boca de unos persas lo que no habían querido oír de boca de los profetas. De este modo, si querían obrar discretamente, allí tenían la mejor ocasión para creer; si seguían en su obstinación, ya no les quedaba defensa posible. ¿Qué podían, en efecto, alegar para no recibir a Cristo después de tantos profetas, cuando allí tenían a unos magos que le recibían por solo haber visto la estrella y que, apenas aparecido, le venían a adorar? Lo mismo que con los magos, hizo con los ninivitas, enviándoles a Jonás; con la samaritana y con la cananea. De ahí que más adelante dijera: Los hombres de Nínive se levantarán y os condenarán. La reina del mediodía se levantará y condenará a esta generación2. Porque éstos creyeron por signos menores, y ellos no creyeron ni con los mayores.

Por qué se valió Dios de una estrella para atraer a los magos
¿Y por qué—me diréis—se valió Dios de una visión así para atraer a los magos? — ¿Pues qué otra cosa hubo de hacer? ¿Enviarles profetas? Pero los magos no hubieran escuchado a los profetas. ¿Darles una voz desde lo alto? No la hubieran atendido. ¿Mandarles un ángel? Lo habrían dejado a un lado. Por eso, dejando Dios todos esos medios, con suma condes­cendencia, los llama por lo que a ellos les era familiar, y les muestra una estrella, grande y maravillosa, que les impresionara por su misma grandeza y hermosura no menos que por el modo de su marcha: Este estilo de Dios imita Pablo, cuando toma pie de un altar para hablar con los griegos y les cita a sus propios poetas. Con los judíos lo toma de la circuncisión, y con los que viven en la Ley, de los sacrificios legales hace punto, de partida de sus enseñanzas. Cada uno ama lo que tiene de costumbre; de ahí que Dios y los hombres por Dios enviados para la salvación de la tierra se adaptan de este modo a las cosas. No pienses, pues, que fuera cosa indigna de Dios llamar a los magos por medio de una estrella, pues en ese caso ten­dríamos que condenar toda la religión judaica: sacrificios, purificaciones, novilunios, el arca y hasta el templo mismo. Todo eso, en efecto, tomó su origen de la grosería pagana. Y, sin embargo, para la salvación de los extraviados, Dios consintió en que se le diera culto por los mismos actos, siquiera un tanto modificados, por los que los gentiles se lo daban a los demo­nios; y así, apartándolos poco a poco de sus costumbres, levan­tarlos a más alta filosofía. Lo mismo exactamente con los ma­gos: los llamó por medio de la visión de una estrella, para levantarlos luego a más altos pensamientos. La prueba es que, después que los llevó y condujo de la mano hasta el pesebre, ya no les habla por medio de la estrella, sino de un ángel. De este modo, poco a poco se fueron haciendo mejores. Caso semejante el de los habitantes de Ascalón y Gaza. El caso fue que aquellas cinco ciudades de que habla la Escritura3 fueron heridas de plaga mortal por retener el arca de la alianza, y, como no hallaban remedio a sus males, llamaron a sus adivi­nos, y, convocada junta general, les preguntaron qué medio ha­bría de librarse de aquel azote del cielo. La respuesta de los adivinos fue que uncieran a un carro, con el arca en él, a dos novillas sin domar y por vez primera paridas y, sin que nadie las guiara, las echaran a andar. Si el azote venía del cielo o era cosa de cualquier accidente, se había de ver claro de la ma­nera siguiente: si las vacas—dijeron—, por no estar avezadas a él, hacen pedazos el yugo o se vuelven a los mugidos de sus novillos, todo lo sucedido ha sido pura casualidad; pero, si andan su camino recto y ni se conmueven por los mugidos de sus crías ni se extravían por ignorar el camino, entonces será evi­dente que la mano de Dios ha tocado estas ciudades. Tal fue la respuesta de los adivinos; la siguieron los habitantes de las cinco ciudades e hicieron lo que se les mandó, y Dios, condes­cendiendo una vez más, se acomodó a la sentencia de aquéllos y no tuvo por indigno de sí realizar su predicción y hacer que parecieran fieles en lo que en aquella ocasión dijeron. A la ver­dad, mayor mérito era obligar a los mismos enemigos a dar testimonio del poder de Dios y ganarse a su favor el voto de los que eran maestros entre aquellos gentiles.

Aún pudieran traerse otros casos en que usa Dios de esa misma providencia. Tal el de la pitonisa que evocó el alma de Samuel4, caso que, conforme a lo dicho, podréis ya resolver vosotros. Todo esto hemos dicho nosotros con ocasión de la es­trella; pero mucho más podréis decir vosotros. Dale—dice la Es­critura—ocasión al sabio y será más sabio5.

Dos profecías sobre el Nacimiento de Cristo
4. Ahora tenemos que volver al comienzo del texto leído. ¿Qué comienzo? Más nacido Jesús en Belén de Judea en los días del rey Herodes, he aquí que unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén. Los magos siguieron a la estrella que los fue guiando; los judíos no quisieron creer ni a los profetas. Ahora ¿por qué nos señala el evangelista el tiempo y el lugar, diciendo: en Belén; y: en los días del rey Herodes? ¿Y por qué al nombrar a Herodes añade su dignidad? En cuanto a la dignidad, porque hubo otro Herodes, el que mandó matar a Juan Bautista; pero éste fue tetrarca, mientras el de los magos era rey. En cuanto a señalar lugar y tiempo, fue para recordarnos dos profecías antiguas, de las que una es de Miqueas, y dice así: Y tú, Belén, tierra de Judá, en manera alguna eres la más pe­queña entre los príncipes de Judá...6 La otra es del patriarca Jacob, que señala con precisión el tiempo y da una gran señal del advenimiento de Cristo: No faltará—dice—príncipe de Judá ni caudillo salido de sus muslos hasta que venga aquel a quien está reservado, y El será la expectación de las naciones7.

Dios al movernos a bien obrar no nos quita la libertad
Consideremos también de dónde les vino a los magos la idea de su viaje y quién los movió a emprenderlo. A mi pare­cer, no fue ello obra solamente de la estrella, sino también de Dios, que movió sus almas. Lo mismo hizo con Ciro, disponién­dole a dar libertad a los judíos; pero no lo hizo de modo que atentara contra su libre albedrío. Lo mismo con Pablo. Le llamó con su voz desde el cielo, pero en su conversión puso de mani­fiesto juntamente su gracia y la obediencia de su futuro apóstol.

—Mas ¿por qué—me diréis—no hizo Dios esta revelación a todos los magos? —Porque no todos hubieran creído y éstos eran los mejor preparados. Naciones sin cuento perecían, y sólo a los ninivitas les fue enviado el profeta; dos ladrones había en la cruz, y sólo uno de ellos se salvó. Considerad, si no, la virtud de los magos, no sólo porque vinieron, sino también por la franqueza con que hablaron. No quieren pasar por em­busteros, declaran quién los ha enviado, explican la largura del viaje y manifiestan con toda franqueza a qué han venido: He­mos venido—dicen—a adorarle. No temen ni el furor del pue­blo ni la tiranía del rey. De ahí deduzco yo que ellos fueron luego en su tierra los maestros de sus compatriotas. Porque quienes no temieron hablar así en Jerusalén, con mucha mayor libertad hablarían en su patria, sobre todo después de recibir el oráculo del ángel y oír el testimonio del profeta.

Por qué se turban Herodes y Jerusalén
Mas Herodes, oído que los hubo—dice el evangelista—, se turbó, y con él toda Jerusalén. Que Herodes se turbara, era natural, pues era rey, y temía por sí o por sus hijos; pero ¿qué razón hay para que también se turbara con él Jerusalén? Los profetas le habían predicho de antiguo a su salvador, a su bienhechor y a su libertador. ¿Por qué pues, se turbaron? Por­que seguían en la misma disposición que sus antepasados, quie­nes, no obstante todos sus beneficios, se habían apartado de Dios, y, cuando gozaban de soberana libertad; se acordaban de las carnes de Egipto. Considerad, os ruego, por otra parte, la puntualidad de los profetas, pues esto mismo había predicho de muy antiguo Isaías, diciendo: Querrán ser abrasados por el fuego; porque un niño nos ha nacido y un hijo nos ha sido dado8. Sin embargo, pese a toda su turbación, no muestran interés en ver lo que haya sucedido, no acompañan a los magos, no les hacen una pregunta. Y es que eran a la par la gente más terca y más indolente del mundo. Cuando habían de tener a gala que entre ellos hubiera nacido el rey—un rey que había atraído ya a sí a la nación de los persas—, y pensar que más adelante los tendrían a todos sujetos a su imperio, pues las co­sas, con tan brillantes principios, irían de bien en mejor, ni aun así se hacen ellos mejores. Y, sin embargo, bien poco hacía que habían salido de la cautividad de aquellos mismos persas. Aun dado caso que nada supieran de misteriosas y elevadas profe­cías, por lo menos, con sólo mirar lo presente, bien podían ha­ber reflexionado y echado sus cálculos: "Si, apenas nacido, así temen a nuestro rey, mucho más le temerán y obedecerán cuando sea hombre cabal, y entonces nuestro esplendor será mayor que el de los bárbaros." Pero nada de esto los mueve. Tanta era su indolencia, tanta también su envidia. Dos pasiones que a todo trance hemos de desterrar de nuestra alma; dos pasiones que hemos de combatir con ardor mayor que el del mismo fue­go. De ahí que Cristo mismo dijera: Fuego he venido a traer a la tierra; y ¿qué más quiero sino que estuviera ya encendido?9 Por eso también apareció el Espíritu Santo en forma de fuego.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Obras de San Juan Crisóstomo, homilía 6, 1-5, BAC Madrid 1955 (I), pp. 102-104)

1 Jn 18, 36
2 Mt 12, 41-42
3 1 R 6, 1 ss.
4 1 R 28, 3 ss.
5 1 Pr 9, 9
6 Mi 5, 2
7 Gn 40, 10
8 Is 9, 5.6
9 Lc 12, 49



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Santos Padres: San Agustín

La Manifestación del Señor
1. Hace pocos días celebramos la fecha en que el Señor nació de los judíos; hoy celebramos aquella en que fue adorado por los gentiles. La salvación, en efecto, viene de los judíos; pero esta salvación llega hasta los confines de la tierra, pues en aquel día lo adoraron los pastores y hoy los magos. A aquéllos se lo anunciaron los ángeles, a éstos una estrella. Unos y otros lo aprendieron del cielo cuando vieron en la tierra al rey del cielo para que fuese realidad la gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Él es, en efecto, nuestra paz, quien hizo de los dos uno. Por eso este niño nacido y anunciado se muestra como piedra angular; ya desde su mismo nacimiento se manifestó como tal. Ya entonces comenzó a unir en sí mismo a dos paredes que traían distinta dirección, guiando a los pastores de Judea y a los magos de Oriente para hacer en sí mismo, de los dos, un solo hombre nuevo, estableciendo la paz; paz a los de lejos y paz a los de cerca. De aquí que unos, acercándose desde la vecindad aquel mismo día, y otros, llegando desde la lejanía en la fecha de hoy, han marcado para la posteridad estos dos días festivos; pero unos y otros vieron la única luz del mundo.

2. Pero hoy hemos de hablar de aquellos a quienes la fe condujo a Cristo desde tierras lejanas. Llegaron y preguntaron por él, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Hemos visto su estrella en el oriente y venimos a adorarlo. Anuncian y preguntan, creen y buscan, como simbolizando a quienes caminan en la fe y desean la realidad. ¿No habían nacido ya anteriormente en Judea otros reyes de los judíos? ¿Qué significa el que éste sea reconocido por unos extranjeros en el cielo y sea buscado en la tierra, que brille en lo alto y esté oculto en lo humilde? Los magos ven la estrella en oriente y comprenden que ha nacido un rey en Judea. ¿Quién es este rey tan pequeño y tan grande, que aún no habla en la tierra y ya publica sus decretos en el cielo? Sin embargo, pensando en nosotros, que deseaba que le conociésemos por sus escrituras santas, quiso que también los magos, a quienes había dado tan inequívoca señal en el cielo y a cuyos corazones había revelado su nacimiento en Judea, creyesen lo que sus profetas habían hablado de él. Buscando la ciudad en que había nacido el que deseaban ver y adorar, se vieron precisados a preguntar a los príncipes de los sacerdotes; de esta manera, con el testimonio de la Escritura, que llevaban en la boca, pero no en el corazón, los judíos, aunque infieles, dieron respuesta a los creyentes respecto a la gracia de la fe. Aunque mentirosos por sí mismos, dijeron la verdad en contra suya. ¿Era mucho pedir que acompañasen a quienes buscaban a Cristo cuando les oyeron decir que, tras haber visto la estrella, venían ansiosos a adorarlo? ¿Era mucho el que ellos, que les habían dado las indicaciones de acuerdo con los libros sagrados, los condujesen a Belén de Judá, y juntos viesen, comprendiesen y lo adorasen? Después de haber mostrado a otros la fuente de la vida, ellos mismos murieron de sed. Se convirtieron en piedras miliarias: indicaron algo a los viajeros, pero ellos se quedaron inmóviles y sin sentido. Los magos buscaban con el deseo de hallar; Herodes para perder; los judíos leían en qué ciudad había de nacer, pero no advertían el tiempo de su llegada. Entre el piadoso amor de los magos y el cruel temor de Herodes, ellos se esfumaron después de haberles indicado a Belén. A Cristo, que allí había nacido, al que no buscaron entonces, pero al que vieron después, habían de negarlo, como habían de darle muerte; no entonces, cuando aún no hablaba, sino después, cuando predicaba. Más dicha aportó, pues, la ignorancia de aquellos niños a quienes Herodes, aterrado, persiguió que la ciencia de aquellos que él mismo, asustado, consultó. Los niños pudieron sufrir por Cristo, a quien aún no podían confesar; los judíos pudieron conocer la ciudad en que nacía, pero no siguieron la verdad del que enseñaba.

3. La misma estrella llevó a los magos al lugar preciso en que se hallaba, niño sin habla, el Dios Palabra. Avergüéncese ya la necedad sacrílega y —valga la expresión— cierta indocta doctrina que juzga que Cristo nació bajo el influjo de los astros, porque está escrito en el evangelio que, cuando él nació, los magos vieron en oriente su estrella. Cosa que no sería cierta ni aun en el caso de que los hombres naciesen bajo tal influjo, puesto que ellos no nacen, como el Hijo de Dios, por propia voluntad, sino en la condición propia de la naturaleza mortal. Ahora, no obstante, dista tanto de la verdad el decir que Cristo nació bajo el hado de los astros, que quien tiene la recta fe en Cristo ni siquiera cree que hombre alguno nació de esa manera. Expresen los hombres vanos sus insensatas opiniones acerca del nacimiento de los hombres, nieguen la voluntad para pecar libremente, finjan la necesidad que defienda sus pecados; intenten colocar también en el cielo las perversas costumbres que los hacen detestables a todos los hombres de la tierra y mientan haciéndolas derivar de los astros; pero mire cada uno de ellos con qué poder gobierna no ya su vida, sino su familia; pues, si así piensan, no les está permitido azotar a sus siervos cuando pecan en su casa sin antes obligarse a blasfemar contra sus dioses, que irradian la luz desde el cielo. Más por lo que respecta a Cristo, ni siquiera conformándose a sus vanas conjeturas y a sus libros, a los que llamaré no fatídicos, sino falsos, pueden pensar que nació bajo la ley de los astros por el hecho de que, cuando él nació, los magos vieron una estrella en oriente. Aquí Cristo aparece más bien como señor que como sometido a ella, pues la estrella no mantuvo en el cielo su ruta sideral, sino que mostró el camino hasta el lugar en que había nacido a los hombres que buscaban a Cristo.

En consecuencia, no fue ella la que de forma maravillosa hizo que Cristo viviera, sino que fue Cristo quien la hizo aparecer de forma extraordinaria. Tampoco fue ella la que decretó las acciones maravillosas de Cristo, sino que Cristo la mostró entre sus obras maravillosas. El, nacido de madre, desde el cielo mostró a la tierra un nuevo astro; él que, nacido del Padre, hizo el cielo y la tierra. Cuando él nació apareció con la estrella una luz nueva; cuando él murió se veló con el sol la luz antigua. Cuando él nació, los habitantes del cielo brillaron con un nuevo honor; cuando él murió, los habitantes del infierno se estremecieron con un nuevo temor. Cuando él resucitó, los discípulos ardieron de un nuevo amor, y cuando él ascendió, los cielos se abrieron con nueva sumisión. Celebremos, pues, con devota solemnidad también este día, en el que los magos, procedentes de la gentilidad, adoraron a Cristo una vez conocido, como ya celebramos aquel día en que los pastores de Judea vieron a Cristo una vez nacido. El mismo Señor y Dios nuestro eligió a los apóstoles de entre los judíos como pastores para congregar, por medio de ellos, a los pecadores que iban a ser salvados de entre los gentiles.
(SAN AGUSTÍN, Sermón 199, 1-3, O.C. (4), BAC, Madrid, 1982, pp. 75-80)


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Aplicación: Mons. Fulton Sheen

Epifanía

Simeón había predicho que el divino Infante sería una luz de las naciones. Las naciones, o los gentiles, estaban ya en marcha. A su nacimiento asistieron los magos de Oriente, o los científicos del Este; a su muerte estarían los griegos, o los filósofos del Oeste. El salmista había profetizado que los reyes de Oriente vendrían a rendir homenaje a Emmanuel. Siguiendo una estrella, llegaron a Jerusalén para preguntar a Herodes dónde había nacido el rey.

He aquí que magos venidos de Oriente
Se presentaron en Jerusalén,
Y preguntaron. ¿Dónde está
El rey de los judíos que ha nacido?
Porque vimos elevarse su estrella,
Y hemos venido para rendirle homenaje.
Mt. 2 ,1-2

Fue una estrella la que los guió. Dios habló a los gentiles por medio de la naturaleza y de los filósofos; a los judíos, por medio de las profecías. El tiempo estaba en sazón para la venida del Mesías, y el mundo entero tuvo noticia de ello. Aunque eran astrólogos, el ligero vestigio de verdad que existía en su ciencia de los astros los guió hasta el astro surgido de Jacob, de la misma manera que el “Dios desconocido” de los atenienses dio posteriormente a san Pablo ocasión para hablarles del Dios al que no conocían, pero que vagamente deseaban. Aunque venían de una tierra que adoraba las estrellas, renunciaron a aquella religión, ya que se postraron de rodillas y adoraron al que había hecho las estrellas. En cumplimiento de las profecías de Isaías y Jeremías, los gentiles “vinieron a Él desde los cabos de la tierra”. La estrella, que desapareció mientras el rey Herodes estaba hablando con los magos, reapareció finalmente y se detuvo sobre el lugar en que el Niño había nacido.

Y viendo la estrella,
Se llenaron de una gran alegría,
Y habiendo entrado en la casa,
Hallaron al Niño con María, su madre;
Y se prosternaron ante Él.
Abrieron sus cofres,
Y le ofrecieron dones como presentes; oro, incienso y mirra.
Mt. 2, 10 -11


Isaías había profetizado:
Multitud de camellos te cubrirá,
Dromedarios de Madián y de Efá,
Vendrán todos los de Sabá con sus dones
De oro e incienso,
Y publicarán alabanzas del Señor.
Is. 60, 6

Les trajeron tres dones: oro para honrar su realeza, incienso para honrar su divinidad, y mirra para honrar su humanidad, que estaba destinada a la muerte. Mirra fue usada en su entierro. El pesebre y la cruz volvían a relacionarse, ya que en uno y otra hubo mirra.

Cuando los magos llegaron de Oriente con dones para el Niño, Herodes el Grande conoció que había llegado el momento de nacer el rey tan claramente anunciado a los judíos, y que de una manera tan vaga latía en las aspiraciones de los gentiles. Pero, al igual que todos los hombres de mente carnal, carecía de sentido espiritual y, por tanto, creyó con toda seguridad que el rey sería un rey político. Hizo investigaciones para saber dónde se decía que había de nacer el Cristo. Los príncipes de los sacerdotes y los doctores le dijeron: “en Belén de Judea, ya que así ha sido escrito por el profeta” Herodes dijo que quería adorar al Niño. Pero sus actos demostraron que realmente lo que quería decir era lo siguiente: “Si ése es el Mesías, debo matarle”

Entonces Herodes, viéndose burlado por los magos,
Enfurecióse sobre manera;
Y ordenó matar en Belén y su región
A todos los niños menores de dos años.
Mt, 2, 16

Herodes será siempre el modelo de aquellos que investigan la religión, pero jamás actúan correctamente según el conocimiento que reciben. Al igual que los que anuncian viajes y conocen todas las estaciones, pero no van a ninguna. El conocimiento de la mente de nada aprovecha, a menos que vaya acompañado de la sumisión de la voluntad y de la acción correcta.

Los totalitarios se complacen en decir que el cristianismo es el enemigo del Estado, lo cual es una forma eufemística de decir que es enemigo de ellos mismos. Herodes fue el primer totalitario que se dio cuenta de esto; comprendió que Cristo era enemigo suyo antes de que hubiese cumplido dos años. ¿Era posible que un niño nacido bajo tierra, en una cueva, hiciera temblar a los poderosos y a los reyes? ¿Era posible que Él, que aún no tenían ningún demos, ningún pueblo, tras Él, pudiera ser el enemigo de la democracia, o gobierno del pueblo? Un niño meramente humano no podía provocar tal acto de violencia por parte del Estado. El zar no temió a Stalin, hijo de un zapatero remendón, cuando tenía dos años de edad; no desterró al hijo del zapatero y a su madre temiendo que un día llegara a ser una amenaza para el mundo. Del mismo modo, ninguna espada fue suspendida sobre la cabeza de Hitler niño, ni tampoco el gobierno se movilizó contra Mao Tse-tung cuando éste se hallaba todavía en pañales, por temor a que algún día entregara China a la hoz homicida. ¿Por qué, entonces, los soldados fueron llamados contra aquel niño judío? Seguramente porque los que poseen el espíritu del mundo abrigan odio y celos instintivos contra el Dios que reina sobre los corazones humanos. El odio que el segundo Herodes manifestaría contra Cristo en su muerte, tuvo su prólogo en el odio de su padre Herodes el Grande, contra Cristo niño.

Herodes temía que quien venía a traer una corona celestial pudiera robarle su corona de oropel. Pretendía querer ir a ofrecer dones; pero el único don que quería ofrecer era la muerte. A menudo los hombres malvados esconden sus malas intenciones bajo capa de religión: “Yo soy una persona religiosa, pero…”. Los hombres pueden hacer investigaciones acerca de Cristo por dos razones: para adorar o para perjudicar. Algunos incluso emplearían la religión para sus malos propósitos, como Herodes hizo con los magos. Las investigaciones acerca de la religión no producen los mismos resultados en todos los corazones. Lo que las personas preguntan acerca de la Divinidad no es jamás tan importante como por qué lo preguntan.

Antes de que Cristo cumpliera los dos años, hubo un derramamiento de sangre por su causa. Fue el primer atentado contra su vida. Una espada para el Niño; piedras para Hombre; al final, la cruz. Tal era la forma en que los suyos le recibían. Belén fue la aurora del Calvario. La ley de sacrificio, que se enroscaría alrededor del Él y de sus apóstoles, y en torno a tantos de sus seguidores en los siglos venideros, comenzaba ya a operar al arrebatar aquellas tiernas vidas que tan felizmente conmemoramos en la fiesta de los Santos Inocentes.
(MONS. FULTON SHEEN, Vida de Cristo, Ed. Herder, Barcelona, 1996, pp. 41-44)


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Aplicación: R.P. Luis de la Puente, S.J.

Epifanía: Aparición de la estrella
Lo primero, se ha de considerar la aparición de la estrella de Oriente, cuándo apareció, por qué fin y qué efecto obró en los tres Reyes Magos.

Primeramente ponderaré cómo, deseando el Padre Eterno que su recién nacido en Belén, fuese conocido y adorado, no solamente de algunos judíos, sino también de algunos gentiles1, habien­do enviado un ángel que diese nueva de este Naci­miento a los pastores, el mismo día crio en el Orien­te una estrella hermosísima y muy resplandeciente, que fuese señal de haber nacido el Mesías y Rey de Israel, que Balaán había profetizado (Núm. 24, 17), con deseo de que acudiesen a reconocerle y adorarle, pues para bien de todos había nacido.

Lo segundo, ponderaré cómo muchos del Oriente vieron aquella estrella, y se admiraron de su hermosura y entendieron lo que significaba; pero sólo tres Reyes se movieron y determinaron de salir en busca de este Rey, cuya estrella habían visto: Los demás, no quisieron, porque se les hizo de mal dejar sus casas, haciendas, mujeres y amigos, y salir de su tierra por camino tan largo y trabajoso, y a tie­rra de extranjeros, y a lugar incierto, aumentando la carne y el demonio todas estas dificultades para no comenzar esta jornada, cumpliéndose en ellos lo que está escrito: Dijo el perezoso: un león y una leo­na están en los caminos; en medio de las plazas tengo de ser muerto; no quiero salir de casa por huir de este peligro (Prov 22, y 26, 13). Pero los miserables, huyendo del león, dieron con el oso (Amós 5, 19), y huyendo de la muerte temporal, cayeron en la eterna. Porque es de creer que de aquí resultó su eterna condenación, permaneciendo en las tinie­blas de su infidelidad. Esto tengo de aplicar a mí mismo, ponderando cuántas veces la estrella de la divina inspiración aparece dentro de mi alma, so­licitándome a que busque a Cristo y abrace su pobreza, humildad y sus virtudes; y aunque entiendo lo que dice esta estrella, no quiero menearme ni dar un paso en su busca, por no perder mis comodida­des ni dejar las cosas que mucho amo, y por no padecer un pequeño trabajo, fingiendo dificultades donde no las hay. Y así, como se dice en el libro de Job (6, 16), huyendo del hielo, que es el trabajo de la tierra, caerá sobre mí la nieve, que es el cas­tigo del cielo, dejándome Dios helado y desampa­rado; y la estrella que salió para mi salvación, será testigo contra mí condenación.

Lo tercero, ponderaré la gran merced que hizo Dios a estos tres Reyes en inspirarles con tanta efi­cacia y con tanta luz interior la resolución que to­maron en dejar sus tierras y casas, y salir a bus­car a Cristo, dejando a los otros en su ceguedad y miseria. Y por aquí conoceré la eficacia de la divina inspiración, y suplicaré a nuestro Señor me preven­ga con ella y me diga como dijo a Abraham: "Sal de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu pa­dre, y ve a la tierra que Yo te mostrare" (Gen 12, 1). Pero si Dios ya me ha hecho tal merced, que con luz de otra estrella, eficazmente me haya sacado del mundo, para que le busque en la Religión, de­jando a otros en medio de aquellos tráfagos, tengo de darle muchas gracias y suplicarle que a menudo envíe dentro de mi alma semejantes estrellas e ilus­traciones, que me muevan a dejar todo lo que me estorba el amarle y seguirle con perfección.

Últimamente, ponderaré cómo se cumplió aquí la verdad de aquella temerosa sentencia: Muchos son los llamados, y pocos los escogidos (Mt 20, 16), pues entre tantos varones del Oriente, sólo tres fue­ron escogidos para esta empresa, tomándolos la San­tísima Trinidad por primicias de los escogidos de la gentilidad.

Los Magos siguen la estrella
Lo segundo, se ha de considerar la salida de los Reyes de Oriente, y su jornada hasta llegar a Je­rusalén:
Ponderando, lo primero, cómo los Reyes, con la fe viva que tenían, arrojándose en las manos de Dios, comenzaron a caminar llevando consigo dones que ofrecer al Niño; y entrando en el camino, vie­ron a deshora moverse la estrella, como quien que­ría serles guía en aquella jornada, con lo cual se alegraron grandemente, alabando y glorificando a Dios por la providencia y cuidado que tenía de ellos. De donde sacaré que, si fiado de Dios y estribando en la fe, comienzo a buscarle, su providencia acudirá a proveerme de guía y ayuda para proseguir mi jornada, y el espíritu divino y la gracia de mi vo­cación irá siempre delante como estrella, guiándo­me y enderezando mis pasos, al modo que guió a los israelitas por el desierto, yendo delante de ellos, mostrándoles el camino, de día en una columna de nube que les defendía del sol, y de noche, en una columna de fuego, que les alumbraba, para ser su guía en ambos tiempos (Exod 13, 21). Así también nuestro Señor me guiará, amparándome en el día de la prosperidad y en la noche de la adversidad, defendiéndome de los ardores de las tentaciones sensuales y mundanas, y también de las frialdades, tibiezas y pusilanimidades.

Lo segundo, ponderaré cómo, visto esto, los Reyes iban caminando, siguiendo siempre la estre­lla, sin apartarse a un lado ni a otro, parando don­de ella paraba y andando cuando ella se movía, procurando no hacer cosa indigna del Señor que en la estrella reconocían. Y a esta imitación, he yo de tomar por estrella y guía de mi vida la lumbre de la razón y la lumbre de la fe, la inspiración o ilustración del divino Espíritu, y la dirección de mis prelados o confesores. Estas cuatro estrellas se redu­cen a una, que es Dios (Apoc 22, 16), el cual nos guía por ellas; y a mi cuenta está seguirla derechamente, sin torcer a un lado ni a otro de lo que esta estrella me dice, procurando no hacer cosa que ofenda sus ojos.

Lo tercero, ponderaré cómo prosiguiendo su camino los Reyes, y llegando cerca de Jerusalén, de repente, por ordenación de Dios, se les encubrió la estrella, quedando tristes y afligidos por esto; lo cual ordenó así la divina Providencia, para probar su fe y lealtad, y para darles ocasión de ejercitar grandes virtudes en la entrada de Jerusalén, y para que, faltando la guía del cielo, buscasen la que Dios ha dejado en la tierra, que es la de los sabios y doctores de la ley, y de los prelados y superiores en su iglesia. Y así, los Magos no desmayaron, ni se dieron por engañados, ni dejaron su empresa volviéndose a su tierra, sino determinaron de entrar en Jerusalén a buscar lo que deseaban; enseñándome con este ejemplo lo que yo debo hacer cuando se me esconde Dios, y cuando me falta la devoción sensible y me hallo en tinieblas y tentaciones; por­que en tales casos no tengo de desconfiar ni volver atrás de lo comenzado, sino poner los medios que pudiere para buscar y hallar a Dios, acudiendo a sus ministros, al modo que se dice en el libro de los Cantares (3, 1-4), que la Esposa, esto es, el ánima justa, cuando, por la ausencia de su Esposo, está en tinieblas y oscuridad de noche, se levanta a buscarle por las calles y plazas de la ciudad, ejercitándose en santas obras y mirando los ejemplos que de ellas le dan los otros justos; y luego pregunta a los que velan guardando la ciudad, que son los prelados, si han visto al que su ánima desea, para que la in­formen y enseñen a dónde y cómo le ha de hallar; y por este camino le halló, como también le hallaron los Magos.

En Jerusalén preguntan por el Rey de los judíos
Lo tercero, se ha de considerar la entrada de los Reyes en Jerusalén y la pregunta que hicieron, di­ciendo: ¿Dónde está el que es nacido Rey de los judíos? (Mt 2, 2).

En la cual resplandecen grandes virtudes de es­tos varones.

Porque, lo primero, mostraron grande fe, cre­yendo lo que no habían visto, confesando que había nacido un Niño que era Rey y Mesías prometido a los judíos; y no dudaron de esto, sino solamente del lugar donde había de nacer, porque quien les reveló lo primero no les reveló lo segundo.

También mostraron grande magnanimidad y fortaleza, porque con adivinar el peligro a que se ponían de ser muertos por Herodes, preguntando en su tierra y corte por otro rey, con todo eso no en­traron a escondidas y preguntando por los rincones con secreto, sino públicamente y en su mismo pa­lacio. Los santos vencen los reinos, obran jus­ticia y alcanzan cumplimiento de todas sus prome­sas (Hebr 11, 33).

De esta fe y fortaleza de los Magos procedió que, aunque se turbó Herodes oyendo esta pregunta, y con él toda Jerusalén, no se turbaron ellos. En lo cual ponderaré cómo se turbó Herodes, porque era tirano y ambicioso, y así temía no hubiese nacido quien le quitase el reino. Pero lo que más admira es que también se turben los judíos por lo que de­bían holgarse, atendiendo más a lisonjear y dar con­tento al rey tirano que al Rey celestial que les es­taba prometido. Por donde echaré de ver cuán peli­grosa cosa es tener estrecha amistad con personas poderosas y viciosas, que se turban fácilmente con pasiones de odio, ira, venganza y ambición, porque en turbándose, me turbaré yo con ellas; pero si confío en Dios como los Magos, no me turbaré aun­que se turben todos; antes diré con David (Ps 26, 1-3): "El Señor es mi luz y mi salud; ¿a quién te­meré? El Señor es guarda de mi vida; ¿quién me hará temblar? Si estuvieren contra mí huestes de enemigos, no temerá mí corazón; y si levantaren contra mí grande guerra, en El esperaré”.

Consulta de Herodes
Lo cuarto, se ha de considerar cómo Herodes, oída esta pregunta, consultó sobre ella a los sabios; y, respondiéndole que este Rey había de nacer en Be­lén de Judá, porque así lo había dicho el profeta Miqueas (5, 2), dijo a los Magos que buscasen al Niño, y en hallándole, se lo avisasen (Mt 2, 8). En lo cual resplandece la providencia de Dios por muchos caminos.

Lo primero, en que se sirve de los malos para favorecer los intentos de los buenos, como se sirvió de Herodes para descubrir a los Magos el lugar del nacimiento del Salvador, cumpliéndose lo que está escrito (Prov 11, 29) que el necio servirá al sabio, y a los que aman a Dios, todas las cosas ayudan para su bien (Rom 8, 28).

Lo segundo, resplandece en que, por medio de sus ministros, aunque sean malos, descubre la ver­dad de la divina Escritura a los que desean saberla para su provecho; como en este caso no consintió que los sacerdotes y doctores de la ley encubriesen esta verdad a los Magos; y si yo, con buen celo, deseo saber la divina voluntad, Dios me la descubrirá por medio de sus ministros. De los cuales dice por un profeta (Malach 2, 7), que sus labios guardan la ciencia, y la tienen como en arca de depósito, para enseñar las cosas dudosas de la ley a los que las preguntan, porque son ángeles y mensajeros del Señor, manifestadores de su voluntad.

También resplandece la providencia de Dios en habernos dado la Escritura divina, en la cual hay bastantísima luz para conocer a Cristo, buscarle y hallarle, de suerte que no es menester estrella mi­lagrosa, ni revelación nueva, sino oración fervorosa y meditación profunda, conforme a lo que Cristo nuestro Señor dijo a los judíos (Jo 5, 39): "Escudriñad las Escrituras, en las cuales creéis que está la vida eterna, porque ellas os darán testimonio de quien Yo soy."

Finalmente, me han de atemorizar y poner gri­ma los secretos juicios de Dios, que en este caso resplandecen; porque, viniendo los gentiles de tie­rras tan distantes, y con tanto trabajo, a buscar a Cristo, los judíos, que tantos años le habían espe­rado, con estar tan cerca, no se movieron a buscarle. Y aunque dieron aviso a los Magos dónde le hallarían, no lo tomaron para sí; para que se vea la ver­dad de lo que después dijo este Señor (Jo 6, 44): "Ninguno puede venir a Mí si mi Padre no le tra­jere”. Pero estos miserables no fueron traídos del Padre, porque gustaron más de aplacar al tirano; y dilatando esta idea para cuando los Magos volvie­sen, nunca la hicieron. Por lo cual, escarmentando en cabeza ajena, quitaré los estorbos que pongo al Padre Eterno para que con sus inspiraciones me lla­me y junte con Cristo, no dilatando el obedecer a las que me diere para otro tiempo, porque quizá la dilación será causa de mi perdición.

Salen los Magos de Jerusalén
Oída por los Magos la respuesta de Herodes, salie­ron de Jerusalén camino de Belén, en busca del Rey nacido, y al mismo punto se les tomó a descubrir la estrella (Mt 2, 10), con cuya vista se alegraron con gozo muy grande.

Aquí tengo de ponderar, lo primero, el cui­dado de estos Reyes en proseguir su empresa. Por­que al mismo punto que supieron lo que deseaban, se salieron de Jerusalén y de la corte del rey Hero­des, huyendo del bullicio que allí había; con lo cual nos enseñan la puntualidad con que debemos acudir al negocio de nuestra salvación, saliendo de los bullicios del mundo, y huyendo al lugar donde hemos de hallar a Dios, diciendo con David (Ps 54, 7): "¡Oh, quién me diese alas de paloma para volar y descansar!", y en habiéndoselas dado, dice: "Mi­rad que luego huí, y me alejé y moré en la soledad", y en el lugar de la quietud y paz, donde suele Dios morar. Y sí el rey David deseaba huir el tráfago de su propia corte, y los Reyes Magos el de la corte de Herodes, ¿cuánta más razón será que yo, si soy religioso, o si deseo ser varón espiritual, huya de las cortes de los reyes y príncipes, si no es cuando la precisa necesidad y voluntad de Dios me obligan a estar en ellas?

Lo segundo, ponderaré la providencia amorosa de nuestro Dios y su fidelidad en premiar el trabajo de los que le buscan. Porque, dado caso que pudie­ran estos Reyes, pues ya sabían el lugar donde nació el Niño, ir a Belén sin la estrella, pero quiso nuestro Se��or que se les apareciese segunda vez y les cau­sase gozo, no cualquiera, sino grandísimo, para pre­miarles con esto los trabajos que pasaron en Jeru­salén, los peligros a que se pusieron, las diligencias que hicieron para saber dónde hallarían al Rey que buscaban y para convertir la tristeza pasada en grande gozo, cumpliéndose lo que David había di­cho (Ps 93, 19): "que según la muchedumbre de los dolores fui la grandeza de los consuelos que alegra­ron su alma".

Hallan a Jesús

Llegando los Magos a Belén, paró la estrella sobre el lugar donde había nacido el Rey que buscaban; y entrando, hallaron al Niño con su Madre (Mt 2, 11).

En este suceso consideraré, lo primero, la no­vedad y admiración grande que causó en los Magos ver parar la estrella sobre un lugar tan pobre y vil como aquel establo; porque, como hombres y tan principales, pensarían que aquel Rey había nacido en algún palacio, o en la mejor casa de la ciudad, donde suelen aposentarse los demás reyes. Pero ilus­trados con la luz interior, reconocieron que la gran­deza de aquel Rey no se mostraba en las cosas pom­posas de este mundo, sino en el verdadero desprecio de ellas, y así rindieron su juicio al testimonio de la estrella exterior.

Lo segundo, ponderaré el misterio de aquellas palabras: Hallaron al Niño con su Madre; lo cual se dijo también de los pastores (Lc 2, 16), para signi­ficar que regularmente no se halla Jesús sin su Ma­dre, ni su Madre sin Jesús; porque quien es amigo de Jesús, luego es devoto de su Madre, y quien es devoto de su Madre, alcanza la amistad con Jesús. Y pues los dos andan tan unidos, tengo de señalar­me en el amor y servicio de ambos, para que el amor del uno me confirme y perfeccione en el amor del otro.

Lo tercero, tengo de ponderar cómo en el mis­mo punto que los Magos vieron al Niño, salió de su divino rostro un rayo de luz celestial que penetró en tus corazones, y les descubrió cómo era Dios y hombre, Rey y Mesías prometido a los judíos y Salvador del mundo; y les causó un gozo interior excesivo, que les llenó toda el alma. Porque si la vista de la estrella material tan gran gozo les causó, ¿qué gozo causaría la vista de Jesús, Estrella de la mañana y Señor de las estrellas? ¡Oh, qué contentos y hartos quedarían con la vista de esta divina Estrella, cum­pliéndose en ellos, en su tanto, lo que dijo David (Ps. 16, 15): "Quedaré harto cuando apareciere tu gloria ".

Postrándose los Magos en tierra, adoraron al Niño, y abriendo sus tesoros le ofrecieron oro, incienso y mirra (Mt 2, 11).

Tres cosas señaladas hicieron aquí los Magos en servicio del Niño, las cuales estaban profetiza­das por David.

La primera, fue postrarse en tierra, en señal de la suma reverenda exterior e interior que le te­nían; porque, como el cuerpo se humilló lo más que pudo, hasta postrarse y coserse con la tierra, así el ánima se humilló delante de este Rey, reconocién­dose en su presencia como polvo y nada. Comenzándose a cumplir aquí la profecía de David, que dice (Ps 71, 9): "Delante de Él se postrarán los de Etiopía; y los que antes eran sus enemigos, besarán la tierra en señal de sujeción”.

La segunda, fue adorarle, no sólo como se ado­ran los reyes de la tierra, sino con la suprema ado­ración que se da a sólo Dios, y se llama latría, reco­nociendo con viva fe que aquel Niño era su verdadero Dios y Criador, que había nacido para remedio de todo el mundo. Y con esta fe hablarían con Él, y le darían gracias por la merced que les había hecho en haber venido a remediarlos, y en especial en ha­berles traído con su estrella para que le conociesen; y allí se ofrecieron por sus vasallos perpetuos, con determinación de servirle para siempre, cumpliéndo­se lo de David (Ps 71, 11): "Le adorarán todos los reyes de la tierra, y le servirán todas las gentes”.

La tercera cosa que hicieron los Magos fue abrir los cofres de sus tesoros, que habían traído cerrados por todo el camino, y ofrecer dones al Niño en señal de su vasallaje y en protestación de que le servirían con sus personas y con todas sus cosas. Y con los mismos dones protestaron la fe que tenían, porque le ofrecieron oro como a Rey, incienso como a Dios y sumo Sacerdote, y mirra como a hombre mortal. Pero mucho mayores fueron los dones interiores con que acompañaron los exteriores, ofreciéndoselos con oro de amor, con incienso de devoción y con mirra de mortificación de sí mismos por servir a su Señor, cumpliéndose lo que habían dicho los profetas, que los reyes de Arabia y de Sabá le ofrecerían dones y presentes de incienso, mirra y oro, con alabanzas del Señor (Ps 71, 10; Is 60, 6).

Luego puedo ponderar cuán agradable fue al Niño Jesús la ofrenda de estos varones, viendo la fe, devoción y amor con que se la daban. Porque si tan­to le agradó la viuda que ofreció dos moneditas (Lc 21, 2), por la voluntad con que las ofrecía, ¿cuánto más le agradarían estos reyes que con tanta volun­tad le ofrecieron, como Abel (Gen 4, 4) de lo más precioso que tenían?

A imitación de estos santos Reyes, tengo de pos­trarme delante del Niño Jesús con la humildad po­sible y adorarle como Él quiere ser adorado, en es­píritu y en verdad (Jo 4, 23), y abrir los tesoros de mi corazón, no en presencia de los hombres por agra­darles, sino en la presencia de Dios por sólo darle contento, y ofrecerle oro encendido y acendrado de caridad y amor para con Dios y para con mis prójimos; incienso muy oloroso de oración, con afectos muy levantados de devoción; y mirra muy escogida de perfecta mortificación de mí mismo, ejercitando obras virtuosas; sin abrir los tesoros de modo que los roben los ladrones de la soberbia y vanagloria. Y en particular cada obra exterior que hiciere ha de llevar estos tres dones por compañeros, haciéndola por amor, con oración y devoción, y con la morti­ficación necesaria para que vaya bien hecha, confian­do en la liberalidad de este Señor, que también pre­miará esta mi ofrenda, volviéndome en retorno grande aumento de estos dones, pues por esto dice el Espíritu Santo que quien es veloz y diligente en sus obras no tendrá enfermedad, y alcanzará pri­vanza con los Reyes (Eccli 31, 27; Prov 22, 29).

Demás de esto, si soy religioso, tengo de ofre­cerle de nuevo los tres votos: el de la castidad, con la mirra de las mortificaciones de la carne; y el de la pobreza, con el oro de todas las cosas temporales que hay en el mundo, deseando dárselas todas, si fueran mías; y el voto de obediencia, negándome a mí mismo y deshaciéndome como incienso en el fue­go del divino amor, para darme todo a Dios.

Coloquio de los Magos con la Virgen

Luego tengo de considerar el coloquio tan dul­ce que tuvieron los Reyes con la Virgen, dándole cuenta de la estrella que habían visto en Oriente, y de lo que les había pasado en Jerusalén, ponderando cómo se ofrecerían a su servicio, cuán admirados es­tarían de ver la santidad que en aquella Señora resplandecía y de ver la pobreza del lugar en que estaba. Y aunque San José no estuvo presente a la primera entrada, para que entendiesen los Magos que el Niño no tenía padre en la tierra, pero poco después vendría y tratarían con él de las mismas co­sas. ¡Oh, qué contenta estaría la Virgen oyéndolas! ¡Y cómo las conservaría en su memoria para confe­rirlas a sus solas! ¡Cómo agradecería a los Magos el trabajo que habían tomado en venir a adorar a su Hijo, y qué cosas tan divinas les diría para confirmarlos en la fe! ¡Oh, Reina de Sabá, que en per­sona de estos Reyes, hijos tuyos (1Reg 10, 4-5), vie­nes de nuevo con dones a ver al verdadero rey Sa­lomón, cuán admirada quedaste contemplando la in­finita sabiduría que resplandecía en su pobre casa y en su pobre compañía! ¡Oh, con qué afecto dirías, mirando a la Virgen y a San José: "Bienaventura­dos son, Señor, estos siervos tuyos, que asisten siem­pre delante de Ti, aprendiendo de tu infinita sabi­duría!" (1Reg 10, 8).

Finalmente, consideraré cómo estando los Ma­gos dudosos si volverían a Herodes, por la palabra que le habían dado de ello, y deseando saber la di­vina voluntad, se echaron a dormir con este cuida­do. "Y en sueños tuvieron respuesta de nuestro Se­ñor que no volviesen a Herodes, y así se volvieron a su tierra por otro camino" (Mt 2, 12). En lo cual resplandece la providencia y cuidado que tiene Dios de los que le sirven, avisando a estos Magos de lo que les convenía, no sólo por librar al Niño de la persecución de Herodes, sino por librarles a ellos de las vejaciones que aquel tirano cruel les hiciera si volvieran a él. Por donde puedo ver cuán dichoso seré si me fío de Dios, pues no me faltará su provi­dencia en los trabajos, atajando los peligros antes de caer en ellos.

Oído este mandato, luego le cumplieron los Reyes, queriendo más obedecer a Dios que a los hom­bres, estimando en más oír la palabra que les decía Dios que guardar la que ellos habían dado al hom­bre. Porque no hay mayor cordura y acierto que oír la voz de Dios y estar por su gobierno, pues como el mismo Señor dijo por Isaías (8, 18), todo va ordena­do para nuestra justicia y abundante paz. ¡Oh, cuán contentos volverían los Reyes por su camino, y por cuán bien empleados darían los trabajos que habían padecido! Porque las cosas de Dios, aunque son tra­bajosas en los principios, tienen buenos dejos; y así, es gran prudencia comenzar por el trabajo, cuyo fin será descanso temporal y eterno, gozando de Dios por todos los siglos. Amén.
(LA PUENTE, Meditaciones, Testimonio Barcelona 1961 (t. I), pp. 482-496)
1 Santo Tomás, Suma Teológica, III, 36, 5 ad 6.



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Aplicación San Rafael Arnaíz (I)

Epifanía:6 de enero de 1937

“Adoración de los Reyes…, poderosos de la tierra humillan sus cabezas ante la humilde cuna de un Niño…”

“Oro, incienso, mirra, presentes de la tierra que Jesús acepta…”

“Presentes y obsequios paganos que el Niño Dios recibe con su infantil sonrisa, tras la que se oculta su Espíritu Divino…”

“Oro, incienso y mirra venido de Oriente…”

“Ansiedad en los corazones, polvo de los caminos recorridos de noche, guiados por una estrella…”

“¿Dónde está aquel que ha nacido?... pregunta que se le escapa al alma después de largo tiempo de peregrinar por los desiertos y atravesar tierras extrañas…”

“¿Dónde está Aquél que ha nacido y cuya estrella hemos visto?”

“Han pasado veinte siglos…, almas que también recorren los caminos de la tierra como los Magos de Oriente, siguen preguntando al pasar: ¿Habéis visto al que ama mi alma?

“También ahora es una estrella de luz que, iluminando nuestro camino, nos lleva a la humidad de un Portal y nos muestra aquello que nos ha hecho salir “Fuera de los muros de la ciudad…” Nos enseña a un Dios que siendo Dueño de todo, de todo carece…, al Creador de la luz y calor del sol…, padeciendo frío…, al que viene al mundo por amor a los hombres; de los hombres olvidado”.

“También ahora, como entonces, hay almas que buscan a Dios…, almas que peregrinan por el mundo buscando el Misterio del Portal”.

“Mas por desgracia, no todos llegan a encontrarlo, no todos miran a la estrella, que es la Fe; ni se atreven a adentrarse en esos caminos que conducen a Él…, que son la humildad, el renunciamiento, el sacrificio, y casi siempre la Cruz”.

“¡Hoy hay fiesta en el Portal de Belén!...”

“¡Los Magos vinieron y le adoraron!...”

“También en la Trapa hay fiesta… nos hemos levantado todos a la una, y hemos cantado muchas horas delante del Señor”.

“¡Cuando yo era pequeño, la noche de Reyes la esperaba impaciente… tardaba en dormirme, impaciente con la ilusión de un despertar de una noche de Reyes…”

“¡Qué felices son los niños”!

“Han pasado los años…”

“El turrón, los regalos y la ilusión de los Reyes…, han cambiado algo…, el turrón no lo puedo tomar, estoy enfermo…; los regalos, ¿qué mas regalo que un Dios…?, en cuanto a la ilusión…, en eso sigo siendo niño; niño que espera ilusionado un dulce despertar…, ilusión que hace que la noche de la vida se lleve con santa alegría, y que el sueño sea tranquilo…, ya despertaremos un día en brazos de Jesús y de María… no serán juguetes…, no será turrón, será algo más que eso”.

“Cuando esta noche en el Coro me acordaba, sin yo quererlo, de mis días infantiles, de mi casa, de los Reyes…, mi hábitos blancos me decían otra cosa… también yo, como los Magos, vine a buscar en un Portal…, ya no soy niño a quien hay que dar juguetes…, las ilusiones son ahora más grandes, y no son de esta vida…; las ilusiones del mundo, como juguetes de niño, hacen feliz cuando se esperan…, después…, todo es cartón”

“Ilusiones de Cielo…, ilusión que dura la vida y que después no defrauda”

“¡Qué contentos volverían los Magos después de haber visto a Dios!”.

“Yo también lo veré…, no hay más que esperar un poco”.

“¡Pronto llegará mañana y con ella la luz!...”

“¡Qué feliz será despertar”!

“Los monjes también somos niños con ilusión de noche de Reyes”

“No me entristece el recuerdo de mis años infantiles con juguetes de cartón…, no; no añoro lo feliz que fui, porque ahora espero seguro una felicidad mayor.., espero algo, que para expresarlo, la palabra felicidad no sirve…, es corta”

“¡Hoy hay fiesta en el Portal de Belén!”

“También hay fiesta en el Coro de los frailes, que pasan la noche cantándole al Niño Jesús”.

“¡Horas en que el mundo sueña; sueña con ilusiones del mundo…, ilusiones infantiles, flores que nacen y mueren… o juguetes de cartón!”
(FRAY MARÍA RAFAEL ARNAÍZ BARÓN, Vida y escritos, España, 1960, pp. 297-299)


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Aplicación San Rafael Arnaíz (II)

Meditación: 27 de diciembre de 1936
“Hace mucho frío en la tierra. Los cielos están bordados de estrellas que solamente se adivinan en el fondo azul oscuro de la bóveda celeste inundada de tinieblas”

“En la tierra.., una estrella de las más pequeñas del inmenso sistema planetario, están ocurriendo esta noche prodigios que asombran a los ángeles, y que, si no fuera por un milagro divino, la Creación entera se derrumbaría, y se hundirían en los abismos los firmamentos al contemplar lo que solamente puede caber en la mente de un Dios….”

“De un Dios que por amor al hombre desciende humillado en carne mortal, y nace de mujer en una estrella de la más pequeñas…, de las más frías…, en la tierra”.

“¡Tierras de Judá, en cuyo suelo posa su Divina Planta por primera vez el que más tarde ha de ser crucificado, Aquél a quien se la ha dado poder en los Cielos y en la tierra, Aquél que se llamará Jesús el Galileo, Cristo…, Salvador del mundo”.

“¡Hace frío!...”

“Los hombres también tienen hielo en sus corazones”.

“Nadie acude a presenciar el milagro del Nacimiento de Dios”.

“Solamente se reduce el mundo entero a una mujer que se llama María, a un hombre de ojos azules que se llama José, y a un Niño recién nacido, que, envuelto en pañales, abre por primera vez los ojos entre el aliento de una son y de un buey, y apoyado entre un puñado de paja que la pobreza de José y la solicitud y el amor de María le han procurado”.

“El mundo entero duerme inconsciente el pesado sueño de la carne…”

“Hace mucho frío esta noche en las tierras de Judá…”

“Las estrellas que bordan los cielos son los ojos de los ángeles que canta el “¡Gloria a Dios en las alturas!”… canto hecho para Dios, y oído por un pastores que vigilan sus rebaños y acuden a adorar con sus almas infantiles a Jesús que acaba de nacer”.

La primera lección del amor de Dios, que busca como primer apoyo en el mundo el amor entrañable de María, la castidad y pobreza de José y la humildad y sencillez de unos pastores…”

“Este es el cuadro que el Hijo de Dios ha escogido para hacer su aparición en el mundo”.

“Cerca de dos mil años llevan transcurridos desde aquella noche a nuestro días, y también ahora el milagro de Jesús se repite”.

“Ya pasó el día de Nochebuena”

“Día en que fui también a adorar a Jesús Redentor…”

“Día en que, también, entonces, hacía frío en la tierra, y aunque mi alma no tiene la castidad de José ni el amor de María…, ofrecí al Señor mi pobreza absoluta de todo, mi alma vacía. Y si no le entoné himnos como los ángeles, procuré cantarle coplas de pastores…, la canción del pobre, del que nada tiene…, la canción del que sólo miserias y flaquezas puede ofrecer a Dios…”

“Pero no importa, pues las miserias y flaquezas ofrecidas a Jesús por un corazón de veras enamorado, son aceptadas por Él como si fueran virtudes…”

“¡Grande…, inmensa es la misericordia de Dios!”

“Mi carne mortal no oye las alabanzas del Cielo, pero mi alma adivina que también hoy, como entonces, los ángeles miran asombrados a la tierra, y entonan el “Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.
(FRAY MARÍA RAFAEL ARNAÍZ BARÓN, Vida y escritos, España, 1960, p. 313)

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Aplicación: San Juan de Ávila

El lenguaje de la Estrella
Entrando en Jerusalén, se les escondió la estrella. ¿Hay alguno a quien se le haya escondido la estrella? – un tiempo estaba devoto, el pensamiento bueno se me venía sin que yo lo buscase, en la cama recordaba pensando en Dios. – Si se escondió la estrella, ella aparecerá. – Se les apareció la estrella y caminaron tras ella. Y cuando estuviera- que, cuando la viese, dirían: “¿Qué cosa más alta hay en este lugar? ¡Eh, allí en aquellas torres debe estar!” ¿Allí irá la estrella? No irá, sino al mesoncito, que quizá no tenía tejas, quizá sería de paja: ¿quién sabe eso? Estaba en una peña grande, hecha una concavidad. Allí estaba el pesebre donde el Rey de los reyes fue reclinado. Allí nació el Salvador en aquel establico. Se pone la estrella sobre aquel portalico. ¿Quién había de pensar que estaba allí Dios? Andad delante. Ir hemos tras vos. Creo que entonces echaba más claros rayos y que decía más claro: “Aquí está”. ¿Cómo es posible?

¡Oh, bienaventurado aquel que entiende qué cosa es fe! Bien lo dijiste, niño, cuando fuiste grande: ¡Bienaventurados los que no vieron y creyeron! Lo que aquesta estrella dice aquello es. Dice la razón de los Reyes que está el niño en casas altas y ricas; dice la estrella que no, sino en aquellas pajas, en aquel pesebre. Dice la razón natural: ¿cómo un cuerpo tan grande puede estar en una hostia tan chiquita? Dice la fe que sí puede. ¡Oh, Señor!, ¿qué a vos con pañales? ¿Qué a vos con pesebre? ¿Quién te viera, Señor, sin casa sin brasero y sin cama? Entraba el viento por una parte y daba a la Madre y al Hijo en la cara. Quizá querría comer y no tenía, ¿y no amaré yo la pobreza? Ahí está Jesucristo. No se halla a Jesucristo en la riqueza, no en los deleites y regalos de la carne. No en camas blandas. ¿No tienes que comer? En tu casa está Jesucristo. ¿Pasante las noches dando suspiros? ¿Levántate lo que no querrías?, ¿haces fuerza a tu corazón? ¿Sujetas tu voluntad a la de Dios? Allí está Jesucristo. Antes que naciese tenía sujeción; antes que la Virgen lo pariese, con la barriga a la boca, como dicen, anduvo treinta y dos leguas de Nazaret a Belén. ¿Por qué? Porque lo mandó un hombre, el más malo de los hombres, un hombre que adoraba al diablo. Mandó César que cada uno fuese a su tierra a escribirse y a dar cierto tributo, le obedece Dios, ¿y no tendré yo vergüenza de no serte obediente? Antes que salga del vientre obedece, y no yo. Si es cosa recia resistir a tu voluntad, ahí está Dios en la obediencia, en lo bajo, en el establo. Ahí está el Niño.

Parecía que la estrella hablaba. Se abaja hasta el tejado, se abajan los reyes. Estaría alguna portecita en el portal y alguna mantilla colgada delante. Mirad la sala de la recién parida. ¿Quién duda, Señor, sino que, cuando oísteis el estruendo, no tendrías algún sobresalto? “¡Alguno me quiere tocar en el Niño!” He de esconderlo, y se ponía a coser algo. Bajan los Reyes. Se acercaría algún paje: “Decid, Señor, ¿sabríais dar nuevas dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? ¿Sabéis algo de esto?” ¡Benditos hombres que con tal Estrella encontráis, mejor que la que os ha guiado hasta aquí! Aquella grande y chica, grande en los ojos de Dios y chica en los suyos… Lo toma la Virgen en sus manos y se lo muestra. En viendo los Reyes al Niño, les alumbró los corazones, y les da a entender que aquél era el Mesías. Se derriban en el suelo. No solamente quitan el bonete, no solamente hincan una rodilla, sino se derriban en tierra, que en eso veréis que es Dios. Ninguno bien te adora sino el que se tiende en el suelo, que es reconocerse por tierra y por nada delante de Dios. Si sólo fuera rey, de rey a rey bastaba quitarse el bonete; y pues se derribaron en tierra, seña es que es Dios.
(SAN JUAN DE ÁVILA, Sermones, Ciclo Temporal, Epifanía, Ed. BAC, Madrid, 1970, p. 119)


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Ejemplos Predicables

El cuarto Rey Mago
Artabán era el nombre del rey que jamás conoció a Jesús.
Su historia se encuentra en algunos textos antiguos que dan cuenta del largo camino que recorrió buscando a Jesús para entregarle el regalo que debió haberle obsequiado la noche en que nació.

Artabán junto con Melchor, Gaspar y Baltasar, habían hecho planes para reunirse en Borsippa, una antigua ciudad de Mesopotamia desde donde iniciarían el viaje que les llevaría hasta Belén para adorar al Mesías.

El cuarto rey mago llevaba consigo una gran cantidad de piedras preciosas para ofrecer a Jesús, pero cuando viajaba hacia el punto de reunión encontró en su camino a un anciano enfermo, cansado y sin dinero. Artabán se vio envuelto en un dilema por ayudar a este hombre o continuar su camino para encontrarse con los otros reyes. De quedarse con el anciano, seguro perdería tiempo y los otros reyes le abandonarían. Obedeciendo a su noble corazón, decidió ayudar a aquel anciano.

El tiempo había pasado y en el punto de reunión no encontró más a sus tres compañeros de viaje.

Decidido a cumplir su misión, emprendió un largo camino sin descanso hasta Belén para adorar al niño, pero al llegar, Jesús había nacido y José y María estaban rumbo a Egipto, escapando a la matanza ordenada por Herodes.

Artabán emprendió entonces un viaje en el que, por donde quiera que pasaba, la gente pedía su auxilio, y él, atendiendo siempre a su noble corazón, ayudaba sin detenerse a pensar que el obsequio de piedras preciosas que cargaba, poco a poco se reducía sin remedio. En su andar, Artabán se preguntaba: ¿Qué podía hacer si la gente le suplicaba por ayuda? ¿Cómo podría negarle ayuda a quien la necesitaba?

Así pasaron los años y en su larga tarea por encontrar a Jesús ayudaba a toda la gente que se lo solicitaba.

Treinta y tres años después el viejo y cansado Artabán llegó por fin a donde los rumores le habían llevado en su larga búsqueda por Jesús. La gente se reunía en torno al monte Gólgota para ver la crucifixión de un hombre que, decían, era el Mesías enviado por Dios para salvar las almas de los hombres. Artabán no tenía duda en su corazón, aquel hombre era quién había estado buscando durante todos esos años.

Con un rubí en su bolsa y dispuesto a entregarla joya pese a cualquier cosa, Artabán encaminó sus pasos hacia aquel monte, sin embargo, justo frente a él apareció una mujer que era llevada a la fuerza para ser vendida como esclava para pagar las deudas de su padre. Artabán la liberó a cambio de la última piedra que le quedaba de su basto tesoro.

Triste y desconsolado, nuestro cuarto rey mago se sentó junto al pórtico de una casa vieja. En aquel momento, la tierra tembló de forma brusca y una enorme piedra golpeo la cabeza de Artabán. El temblor aquel anunciaba la muerte de Jesús en la Cruz.

Moribundo y con sus últimas fuerzas, el cuarto rey imploró perdón por no haber podido cumplir con su misión de adorar al Mesías. En ese momento, la voz de Jesús se escuchó con fuerza: Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste. Artabán, agotado, preguntó: ¿Cuándo hice yo esas cosas? Y justo en el momento en que moría, la voz de Jesús le dijo: Todo lo que hiciste por los demás, lo has hecho por mí, pero hoy estarás conmigo en el reino de los cielos.




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