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Domingo 5 de Pascua B: Comentarios de Sabios y Santos - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada en la Misa Dominical

 

Recursos adicionales para la preparación

 

A su disposición:
Exégesis: R.P. José María Solé Roma, C.M.F. sobre las tres lecturas

Exégesis: Dr. Isidro Gomá y Tomás - LA VID MÍSTICA: UNIÓN CON JESÚS

Comentario Teológico: San Juan Pablo II - Llamados a la santidad

Comentario Teológico: San Juan Pablo II - Sarmientos todos de la única vid

Comentario Teológico: R. P. Raniero Cantalamessa OFMCap "Yo soy la vid, ustedes los sarmientos"

Comentario Teológico: Romano Guardini - LA COMPARACIÓN DE LA VID

Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - PARÁBOLA DE LA VID Y LOS SARMIENTOS

Comentario Teológico: Manuel de Tuya - Alegoría de la Vid

Santos Padres: San Juan Crisóstomo - “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”

Aplicación: Benedicto XVI - La vid y los sarmientos 

Aplicación: Mons. Fulton Sheen - La despedida del Divino Amante

Aplicación: Raniero Cantalamessa - Estamos destinados a reproducir la imagen de Jesucristo

Aplicación: Concilio Vaticano II - Las figuras con las que Cristo revela el Reino

Aplicación: Dom J. B. Chautard --DIOS QUIERE QUE JESÚS SEA LA VIDA DE LAS OBRAS DE CELO

Ejemplo

 

¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla


 

comentarios a las Lecturas del Domingo



Exégesis: R.P. José María Solé Roma, C.M.F. sobre las tres lecturas

Sobre la Primera Lectura (Hechos 9, 26-31)
La conversión de Pablo es el hecho más trascendental de la Iglesia naciente:
- El 'Resucitado' se aparece al más encarnizado perseguidor de la Iglesia; y no sólo le convierte, sino que le trueca en el más valiente Testigo de la Resurrección, en el Predicador más esforzado que jamás ha tenido la Iglesia. El que encabezará sus cartas: 'Pablo, siervo de Jesús, llamado al apostolado, escogido para predicar el Evangelio' (Rom 1,1). El que ya solo tiene una idea y un amor: 'Me propuse no saber otra cosa sino a Jesucristo, y Este crucificado' (1Cor 2, 2).

- San Lucas en este pasaje de los Hechos nos da en dos rasgos el tema y el estilo de la predicación de San Pablo: el tema es el 'Nombre', es decir, Jesucristo; el estilo queda expresado en los dos adverbios: públicamente y osadamente. Jamás conoció Pablo ni los silencios cobardes, ni las adaptaciones, ni mucho menos las adulteraciones de la Palabra de Cristo: 'No somos como tantos que trafican con la Palabra de Dios; sino que predicamos con noble sinceridad, como enviados de Dios, en presencia de Dios, en Cristo... Teniendo, pues, una tan grande confianza, procedemos con plena libertad' (2Cor 2, 17; 3, 12).

- La predicación de Pablo provocó siempre recelos entre los judíos y entre los helenistas (judíos nacidos fuera de Palestina). Los judíos convertidos al cristianismo seguían estimando en mucho la Ley Mosaica y las tradiciones de los mayores. Pablo, elegido para llevar el Evangelio a los gentiles, bien que había sido fariseo ferviente amador de la Ley, sabe que acabó la Era de la Ley, con su culto, su Templo, su sacerdocio; y que sólo nos salva Cristo. Esta doctrina la expuso con toda gallardía, antes que todos, Esteban. Pablo, a la luz de Damasco, ha comprendido como nadie el mensaje del mártir Esteban y ha cogido su bandera. Esto le va a ganar el odio a muerte de los judíos y helenistas no convertidos (v. 29), que le consideraban traidor a Moisés; y el odio más disimulado, pero no menos doloroso, de muchos judíos convertidos ('falsos hermanos' los llama él) que no le perdonan su desdén por la Ley Mosaica y las tradiciones patrias.


Sobre la Segunda Lectura (3, 18-24)

Una vez más, en este breve pasaje San Juan parafrasea su tema: son equivalentes: 'Amar' = 'Andar en verdad' = Cumplir la voluntad de Dios. En Juan la moral nace de la teología y de ella se nutre: Y abarca al hombre todo en sus zonas: intelectiva, afectiva y operativa.
- El amor debe ser auténtico. Lo es el de obra y en verdad. No lo es el de sólo palabra o lengua.
- Si tenemos esta caridad auténtica somos del bando de la verdad, con derecho a gozar de los frutos de la verdadera caridad, que son: Paz interior (v. 19). Seguridad de contar con el magnánimo perdón de Dios cuando la conciencia nos acusa, y con su infinita bondad cuando la conciencia no nos acusa (vv. 20. 21). Confianza de ser atendidos en todas nuestras peticiones (v. 22). La oración es de eficacia infalible si sale de un corazón caritativo.

- El cumplimiento de los mandamientos (=amar = andar en verdad) lo resume San Juan en estos dos: Fe en Jesús-Mesías-Hijo de Dios y amor para con todos los hermanos, hijos de Dios.


Sobre el Evangelio (Juan 15, 1-8)

La alegoría de la Vid es riquísima en valores Teológicos. Cristológicos y Eclesiales; Vid 'Verdadera' se contrapone a Vid imperfecta o ('umbrátil') cual era el Antiguo Testamento:

- En el frontón del atrio del Templo de Jerusalén se esculpió una vid de oro. Simbolizaba a Israel. Los Profetas reprochan a Israel ser la Vid que siempre defrauda a Dios (Is 5,7; Jr 2,11). No da fruto. Sólo da agraces. Por eso Jesús, que personaliza al Israel de Dios, puede decir: 'Yo soy la Vid verdadera': La Vid en la que se complacerá el Padre. La Vid que nos vivificará a todos.

- En esta parábola de la Vid queda muy acentuado el sentido eclesial y comunitario: La Vid verdadera es Cristo, que comunica la savia y fecundidad a los sarmientos; es decir, a nosotros, que estamos vinculados a Él por medio de la Iglesia y nada sin Él podemos (L. G. 6). Por tanto, la Vid de Dios, la Vid verdadera es única: La forma Cristo y nosotros, Cepa y sarmientos. Es decir, sólo somos Vid de Dios si vivimos en Cristo. Vivimos en Cristo si vivimos en la Iglesia, que es la presencia de Cristo ausente. El sarmiento desgajado de la Vid (de Cristo o de su Iglesia) queda sin savia: se seca, es echado al fuego La unión vital a la Vid se realiza mediante la fe (vv. 1. 2).

- Los frutos de esta unión vital a la Vid son:

Pureza de vida (v. 3). Segura eficacia de la oración (v. 7: Ya no oramos nosotros: Oramos 'en' Cristo). Progreso en la santidad personal y en la santidad comunitaria (v. 8). Una vez más notemos como en el estilo de San Juan: 'Permanecer en Cristo' (4), 'En su Palabra' (7),'En su amor' (9),'En sus mandamientos' (10), son una misma cosa. Todo, pues, vida, gracia, caridad, vigor, fecundidad, gozo, santidad, está condicionado a la unión a Cristo. Muy bellamente dice San Buenaventura: 'Cristo es Vid nacido de Vid, Dios engendrado de Dios. Mas para que diera mayores frutos fue trasplantado a la tierra, concebido en el seno de la Virgen'. Injertados nosotros en esta Vid, que nace de María Virgen, tenemos vida divina y damos fruto abundante (v. 5). Pero desunirse de la Vid es ir a la muerte: 'Sin Mí nada podéis hacer': '¡Oh Dios, de quien nos viene la redención y el don de la adopción, mira benigno a los hijos de tu amor a fin de que por la fe en Cristo les sea otorgada la verdadera libertad y la eterna heredad!' (Collecta).

- 'Vivir en Cristo', 'Fructificar en Cristo', Glorificar a Cristo se implican y complementan. Para una vida cristiana auténtica débense integrar y llevar a perfección todas estas fórmulas.
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra, Ciclo B, Herder, Barcelona, 1979)


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Exégesis: Dr. Isidro Gomá y Tomás - LA VID MÍSTICA: UNIÓN CON JESÚS

Como la alegoría del Buen Pastor (10, 1-8), así esta bellísima de la viña mística nos ha sido conservada sólo por San Juan. Pudo sugerírsela al Señor el recuerdo del vino, de la cena, del que ha dicho no bebería ya más; o simplemente la inventó por ser ella aptísima para expresar el pensamiento, o mejor, teoría, de la unión espiritual con él. Los que creen que el discurso de Jesús continuó durante el viaje a Getsemaní, dicen que la visión de los viñedos recién purgados de los malos sarmientos inspiraría esta alegoría a Jesús. Pero en el valle del Cedrón no los hay. Redúcese la alegoría a cuatro metáforas: Jesús, cepa de la viña; el Padre, agricultor; los discípulos, sarmientos; la santificación de las almas, fruto de la unión permanente de los sarmientos con la vid. Podemos en ella considerar la tesis (1-4), y su desarrollo (5-11).

LA VID MÍSTICA (1-4). - Jesús ha dicho a sus discípulos que va a separarse de ellos; pero esta separación no será sino según el cuerpo espiritualmente deberán permanecer íntimamente unidos a él para vivir la vida divina; morirán si de El se separan. Esta doctrina la propone envuelta en la alegoría de la vid. Yo soy la verdadera vid , la vid ideal y perfectísima, en quien, mejor que en las vides del campo, se verifican las condiciones propias de esta planta. El cultivador de esta vida espiritual e incorruptible es el Padre: Y mi Padre es el labrador : Jesús no sería nuestra vid si no fuese hombre; pero no nos diera la vida de Dios si no fuese Dios: luego Jesús es el Mesías, Hijo de Dios.

Como las vides del campo, tiene esta vid mística dos clases de sarmientos, a los que trata el viticultor de distinta manera, según sean: Todo sarmiento que no diere fruto en mí, lo quitará : y todo aquel que diere fruto, lo limpiará para que dé más fruto . Los sarmientos de la mística vid son todos los cristianos, que han sido como injertados en Cristo por el bautismo, y de El deben recibir el jugo vital de la gracia. Unos sarmientos son estériles: han recibido el jugo de la fe, que es el principio de la vida divina; pero no la han convertido en frutos de buenas obras: a éstos el Padre, como viñador, separa de la vid. Otros sarmientos dan fruto de buenas obras por la gracia de Dios: a éstos los expurga el Padre, como lo hace el agricultor, sujetándolos a tentaciones, tribulaciones, etc., para que vayan desasiéndose cada día más de la tierra y se vigoricen en los frutos de vida divina.

Dirigiéndose a sus discípulos, para quitarles toda congoja, les dice: Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. Os he enseñado mi doctrina durante mi convivencia con vosotros, y vosotros la habéis recibido, obedeciéndola, con lo que habéis quedado libres de muchos defectos. Pero es preciso conservarse en esta limpieza; para ello deben permanecer íntimamente unidos a El por el amor: Permaneced en mí; recíprocamente, estará Jesús con ellos: Y yo en vosotros.

Y da la razón general de ello, que es como la tesis fundamental de todo este fragmento: El es el principio de la vida sobrenatural del hombre: éste ningún fruto de vida divina puede dar, si no está unido a Jesús; como no puede darlo el sarmiento separado de la vid: Como el sarmiento no puede de sí mismo llevar fruto, si no estuviere en la vid: así ni vosotros, si no estuviereis en mí.

LOS SARMIENTOS Y SUS RELACIONES CON LA VID (5-1l).- Prosigue Jesús dando una serie de razones de la necesidad de estar unidos a él. Antes de ello, concreta en términos precisos el sentido de la metáfora: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos .

Primera razón: La imposibilidad absoluta de hacer nada sin Jesús en orden a la vida sobrenatural: El que está en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto: porque sin mí no podéis hacer nada . El sarmiento íntimamente unido a la vid por la abundante savia se carga de fruto; sin la vid, el sarmiento no echa brotes ni hojas, ni da flores ni frutos. Así el hombre con Jesús; así fuera de Jesús.

Segunda: El tremendo castigo que espera a los que se separan de la vid, Jesús : El que no permaneciere en mí, será echado fuera, así como el sarmiento, y se secará, y lo cogerán, y lo echarán al fuego, y arderá . Nótese la gradación. El que no está unido a Cristo por la gracia está fuera de Cristo, es siervo del diablo (cfr. 1 Cor. 6,15; 2 Petr. 2,19); y como el sarmiento cortado de la vid se seca, así el pecador se entumece en el pecado y se hace insensible, hasta que llegue el día de la ira del Señor, el juicio en que mande a sus siervos recogerlo y echarlo al fuego eterno; es la suerte del hombre: o la vid, o el fuego.

Tercera: La ventaja de que serán oídos en sus oraciones: Si estuviereis en mí, y mis palabras estuvieren en vosotros, creyéndolas, amándolas, meditándolas, cumpliéndolas, pediréis cuanto quisiereis , y os será hecho : Dios y su Cristo les obedecerán en cierta manera, correspondiendo a su obediencia: porque el que permanece en Cristo y las palabras de Cristo en él, no puede querer más que lo que quiere él.

Cuarta: Fruto de esta unión será la gloria de Dios, que el hombre debe buscar en todas las cosas: En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto . Las buenas obras dan gloria a Dios, porque son la más digna alabanza de Dios y porque provocan en los demás la imitación, multiplicándose así la gloria extrínseca de Dios (cfr. Mt. 5, 16). Asimismo el ser discípulos de Cristo aumenta la gloria del Padre, porque más se conforman con él, que no tuvo otro fin que la gloria del Padre: y en que seáis mis discípulos.

Explicados los motivos que deben mover a sus discípulos a unirse a la mística vid, les exhorta a ello con el recuerdo del amor que les ha tenido, fecundo como el que el Padre le ha tenido a El: Como el Padre me amó, así también yo os he amado . Así el Padre amó la naturaleza humana de Cristo, que la concedió, sin mérito alguno precedente, la gracia de la unión hipostática con la persona del Verbo, de donde procede como de su fuente toda grandeza de Cristo; de la propia manera el amor que nos tiene Cristo es fuente, si estamos unidos a El, de toda nuestra grandeza, en el tiempo y en la eternidad. Interesa mucho, pues, guardarle: Perseverad en mi amor : no os hagáis indignos de él, pecando.

Norma segura para no perder el amor de Cristo es la guarda de sus mandamientos: Si guardareis mis mandamientos, perseveraréis en mi amor: así como yo también he guardado los mandamientos de mi Padre, y estoy en su amor . Les anima aquí con su ejemplo: como El no ha querido más que la voluntad del Padre que le envió, así sus discípulos no deben buscar más que la suya (cfr. 4 34; 5, 30; 6, 38; 8, 28, etc.).

Ventaja incomparable del amor y de la obediencia a Cristo Jesús es el gozo que de ello deriva: Estas cosas os he dicho , las de los vv, 9.10, que resumen toda la alegoría de la vid, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea completo . La felicidad de que está inundada el alma de Jesús se transfundirá en ellos si le aman y guardan sus mandatos, haciéndolos dichosos cuando cabe en el mundo, para verse colmados de dicha en el cielo.

Lecciones morales. - v. 1 - Yo soy la verdadera vid... - Aseméjase Jesús a la vid por la dulzura de Sus frutos, por su fecundidad, por lo dilatado y copioso de sus sarmientos. Porque los frutos de esta vid divina, los suyos propios y los que produce por sus sarmientos, que son sus hijos, son lo más delicado que ha producido el hombre desde que el mundo es mundo, por cuanto están sazonados por el jugo dulcísimo de la caridad en que han sido producidos. Es tal la fecundidad de esta vid, que ha podido echar sarmientos por millones, cargados de los ubérrimos racimos de toda suerte de buenas obras; pondérese la actividad de los Apóstoles, la inocencia y penitencia de los confesores, la generosidad de los mártires, la pureza de las vírgenes, etc.: todo son frutos de esta divina vid. Sus sarmientos se han dilatado como los de una parra ubérrima y frondosísima que ha circundado la redondez de la tierra. ¿Cómo no debía ser así, cuando esta vid tiene sus raíces en la tierra fecundísima de la divinidad, y lleva en sus entrañas la misma savia y la misma fuerza de Dios?

v. 2 - Todo aquel que diere fruto, lo limpiará... - Limpiar, en este texto, es expurgar, circuncidar, cortar lo superfluo, como se hace con los sarmientos y ramas de los árboles, a los que se quitan los inútiles apéndices que disminuirían su vigor y su fecundidad. Limpiar equivale, pues, a mortificar, en el orden interior y exterior: es la circuncisión espiritual de que habla el Apóstol (Col. 2, 11). Ella es necesaria a todos, hasta a los santos; por que, como dice San Agustín, ¿quién es tan limpio que no necesite serlo más? Limpia, pues, el Padre, y con él el Hijo, porque como Dios es también agricultor de la viña mística, a los limpios, esto es, a los que dan fruto, para que tanto sean más fecundos cuanto más limpios y expurgados. Esto nos explica el afán de los santos, amigos todos de las tribulaciones porque estaban sedientos de limpieza y fecundidad de vida. Dejémonos expurgar por la mano amorosa y piadosa del Señor, para ofrecerle frutos más copiosos en caridad.

v. 5 - Sin mí no podéis hacer nada . - No nos debe amedrentar esta nuestra impotencia nativa para hacer el bien en el orden de la vida sobrenatural y divina. Lo que debiera espantarnos es vivir separados de Aquel por quien lo podemos todo. Sarmientos inútiles, como los que el agricultor amontona en su viña, no somos aptos más que para el fuego cuando no nos vivifica la savia de la divina vid; pero a ella unidos, podríamos cambiar la faz del mundo: ¿qué no han hecho los apóstoles y los santos, vivificados por Cristo? Y si algo hacemos, guardémonos mucho de atribuírnoslo a nosotros y no a la mística vid de la que somos sarmientos; por que, como dice San Agustín: "El que piensa produce fruto por sí mismo, no está en la vid; el que no está en la vid, no está en Cristo; y el que no está en Cristo, no es cristiano."

v. 6- El que no permaneciere en mí, será echado fuera...y arderá . - He aquí el dilema terrible de la vida cristiana: o estar con Cristo y fructificar en él frutos de vida eterna, o estar separado de Cristo y secarse y arder eternamente: no hay lugar a elección. No se dan en la viña mística estos sarmientos cubiertos de pámpanos ufanos, pero sin fruto; porque el divino agricultor los poda y los hacina para en su tiempo echarlos al fuego. Esto debe hacernos muy asiduos en la vigilancia y en la diligencia; no solo para que no se rompa nuestra unión con Cristo, sino para que hagamos eficaz en nosotros la fuerza de su savia divina, produciendo frutos abundantes de virtud. Cuanto más unidos a la vid y mas llenos de fruto, mas cristianos; y cuanto más lo seamos, menos peligro corremos de que seamos arrancados de la vid. Retengamos la frase de San Agustín comentando este pasaje: "Si no estamos en la vid, estaremos en el fuego; para no estar en el fuego, estemos en la vid."

v. 8 - En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto... - El fruto a que se refiere Jesús es el de la santificación personal y especialmente el del apostolado, que es para la santificación de los demás. Este fruto debe ser de los sarmientos unidos a la vid, porque sin esta condición "no podemos hacer nada", y menos llevar fruto

(Ioh. 5,5). Este fruto viene a ser entonces como una expansión de la vida de Jesucristo, en quien, de quien y por quien le viene toda gloria al Padre. Esto nos explica la teología profunda que se encierra en esta frase: "A mayor gloria de Dios". Unidos en Jesucristo, por esta gloria debemos hacerlo todo: y Dios es tan bueno y tan pródigo, que cuanto hagamos por su gloria nos lo retornará con la paga de un peso eterno de gloria personal (2 Cor. 4, 17); es decir, que la mayor gloria de Dios es nuestra misma gloria: a Dios y a nosotros viene por el fruto que llevamos.

v. 9 - Perseverad en mi amor . - Y ¿cómo perseveraremos en el amor de Jesús? Perseverando en su gracia, dice San Agustín. El amor verdadero es amor de obras, pero éstas no son más que la manifestación del amor. La raíz es más profunda: está en la benevolencia de Jesús, que nos da su gracia para que le amemos y fructifiquemos en el bien. Sin El nada podemos hacer; menos podemos amarle, que es lo sumo que podemos hacer. No temamos que nos falle la benevolencia de Jesús para que le amemos: "Como el Padre le ama a El, así nos ama a nosotros"; lo que nos hace claudicar en el amor de Jesús es nuestro propio amor, que nos hace llegar hasta el desprecio de Jesús.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado , Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1967, p. 518-523)

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Comentario Teológico: San Juan Pablo II - Llamados a la santidad

16. La dignidad de los fieles laicos se nos revela en plenitud cuando consideramos esa primera y fundamental vocación, que el Padre dirige a todos ellos en Jesucristo por medio del Espíritu: la vocación a la santidad, o sea a la perfección de la caridad. El santo es el testimonio más espléndido de la dignidad conferida al discípulo de Cristo.

El Concilio Vaticano II ha pronunciado palabras altamente luminosas sobre la vocación universal a la santidad. Se puede decir que precisamente esta llamada ha sido la consigna fundamental confiada a todos los hijos e hijas de la Iglesia, por un Concilio convocado para la renovación evangélica de la vida cristiana.[41] Esta consigna no es una simple exhortación moral, sino una insuprimible exigencia del misterio de la Iglesia. Ella es la Viña elegida, por medio de la cual los sarmientos viven y crecen con la misma linfa santa y santificante de Cristo; es el Cuerpo místico, cuyos miembros participan de la misma vida de santidad de su Cabeza, que es Cristo; es la Esposa amada del Señor Jesús, por quien Él se ha entregado para santificarla (cf. Ef 5, 25 ss.). El Espíritu que santificó la naturaleza humana de Jesús en el seno virginal de María (cf. Lc 1, 35), es el mismo Espíritu que vive y obra en la Iglesia, con el fin de comunicarle la santidad del Hijo de Dios hecho hombre.

Es urgente, hoy más que nunca, que todos los cristianos vuelvan a emprender el camino de la renovación evangélica, acogiendo generosamente la invitación del apóstol a ser "santos en toda la conducta" (1 P 1, 15). El Sínodo Extraordinario de 1985, a los veinte años de la conclusión del Concilio, ha insistido muy oportunamente en esta urgencia: "Puesto que la Iglesia es en Cristo un misterio, debe ser considerada como signo e instrumento de santidad (...).

Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de toda la historia de la Iglesia. Hoy tenemos una gran necesidad de santos, que hemos de implorar asiduamente a Dios".[42]

Todos en la Iglesia, precisamente por ser miembros de ella, reciben y, por tanto, comparten la común vocación a la santidad. Los fieles laicos están llamados, a pleno título, a esta común vocación, sin ninguna diferencia respecto de los demás miembros de la Iglesia: "Todos los fieles de cualquier estado y condición están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad";[43] "todos los fieles están invitados y deben tender a la santidad y a la perfección en el propio estado".[44]

La vocación a la santidad hunde sus raíces en el Bautismo y se pone de nuevo ante nuestros ojos en los demás sacramentos, principalmente en la Eucaristía. Revestidos de Jesucristo y saciados por su Espíritu, los cristianos son "santos", y por eso quedan capacitados y comprometidos a manifestar la santidad de su ser en la santidad de todo su obrar. El apóstol Pablo no se cansa de amonestar a todos los cristianos para que vivan "como conviene a los santos" (Ef 5, 3).

La vida según el Esp��ritu, cuyo fruto es la santificación (cf. Rm 6, 22; Ga 5, 22), suscita y exige de todos y de cada uno de los bautizados el seguimiento y la imitación de Jesucristo, en la recepción de sus Bienaventuranzas, en el escuchar y meditar la Palabra de Dios, en la participación consciente y activa en la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia, en la oración individual, familiar y comunitaria, en el hambre y sed de justicia, en el llevar a la práctica el mandamiento del amor en todas las circunstancias de la vida y en el servicio a los hermanos, especialmente si se trata de los más pequeños, de los pobres y de los que sufren.

Santificarse en el mundo

17. La vocación de los fieles laicos a la santidad implica que la vida según el Espíritu se exprese particularmente en su inserción en las realidades temporales y en su participación en las actividades terrenas. De nuevo el apóstol nos amonesta diciendo: "Todo cuanto hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre" (Col 3, 17). Refiriendo estas palabras del apóstol a los fieles laicos, el Concilio afirma categóricamente: "Ni la atención de la familia, ni los otros deberes seculares deben ser algo ajeno a la orientación espiritual de la vida".[45] A su vez los Padres sinodales han dicho: "La unidad de vida de los fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en la vida profesional y social ordinaria. Por tanto, para que puedan responder a su vocación, los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio a los demás hombres, llevándoles a la comunión con Dios en Cristo".[46]

Los fieles laicos han de considerar la vocación a la santidad, antes que como una obligación exigente e irrenunciable, como un signo luminoso del infinito amor del Padre que les ha regenerado a su vida de santidad. Tal vocación, por tanto, constituye una componente esencial e inseparable de la nueva vida bautismal, y, en consecuencia, un elemento constitutivo de su dignidad. Al mismo tiempo, la vocación a la santidad está ligada íntimamente a la misión y a la responsabilidad confiadas a los fieles laicos en la Iglesia y en el mundo. En efecto, la misma santidad vivida, que deriva de la participación en la vida de santidad de la Iglesia, representa ya la aportación primera y fundamental a la edificación de la misma Iglesia en cuanto "Comunión de los Santos". Ante la mirada iluminada por la fe se descubre un grandioso panorama: el de tantos y tantos fieles laicos -a menudo inadvertidos o incluso incomprendidos; desconocidos por los grandes de la tierra, pero mirados con amor por el Padre-, hombres y mujeres que, precisamente en la vida y actividades de cada jornada, son los obreros incansables que trabajan en la viña del Señor; son los humildes y grandes artífices -por la potencia de la gracia de Dios, ciertamente- del crecimiento del Reino de Dios en la historia.

Además se ha de decir que la santidad es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia. La santidad de la Iglesia es el secreto manantial y la medida infalible de su laboriosidad apostólica y de su ímpetu misionero. Sólo en la medida en que la Iglesia, Esposa de Cristo, se deja amar por Él y Le corresponde, llega a ser una Madre llena de fecundidad en el Espíritu.

Volvamos de nuevo a la imagen bíblica: el brotar y el expandirse de los sarmientos depende de su inserción en la vid. "Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 4-5).

Es natural recordar aquí la solemne proclamación de algunos fieles laicos, hombres y mujeres, como beatos y santos, durante el mes en el que se celebró el Sínodo. Todo el Pueblo de Dios, y los fieles laicos en particular, pueden encontrar ahora nuevos modelos de santidad y nuevos testimonios de virtudes heroicas vividas en las condiciones comunes y ordinarias de la existencia humana. Como han dicho los Padres sinodales: "Las Iglesias locales, y sobre todo las llamadas Iglesias jóvenes, deben reconocer atentamente entre los propios miembros, aquellos hombres y mujeres que ofrecieron en estas condiciones (las condiciones ordinarias de vida en el mundo y el estado conyugal) el testimonio de una vida santa, y que pueden ser ejemplo para los demás, con objeto de que, si se diera el caso, los propongan para la beatificación y canonización".[47]

Al final de estas reflexiones, dirigidas a definir la condición eclesial del fiel laico, retorna a la mente la célebre exhortación de San León Magno: "Agnosce, o Christiane, dignitatem tuam".[48] Es la misma admonición que San Máximo, Obispo de Turín, dirigió a quienes habían recibido la unción del santo Bautismo: "¡Considerad el honor que se os hace en este misterio!".[49] Todos los bautizados están invitados a escuchar de nuevo estas palabras de San Agustín: "¡Alegrémonos y demos gracias: hemos sido hechos no solamente cristianos, sino Cristo (...). Pasmaos y alegraos: hemos sido hechos Cristo!".[50]

La dignidad cristiana, fuente de la igualdad de todos los miembros de la Iglesia, garantiza y promueve el espíritu de comunión y de fraternidad y, al mismo tiempo, se convierte en el secreto y la fuerza del dinamismo apostólico y misionero de los fieles laicos. Es una dignidad exigente; es la dignidad de los obreros llamados por el Señor a trabajar en su viña. "Grava sobre todos los laicos -leemos en el Concilio- la gloriosa carga de trabajar para que el designio divino de salvación alcance cada día más a todos los hombres de todos los tiempos y de toda la tierra".[51]
(Christifideles laici - Juan Pablo II)

 

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Comentario Teológico: San Juan Pablo II - Sarmientos todos de la única vid

El misterio de la Iglesia-Comunión

18. Oigamos de nuevo las palabras de Jesús: 'Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador (...). Permaneced en mí, y yo en vosotros' (Jn 15, 1-4).

Con estas sencillas palabras nos es revelada la misteriosa comunión que vincula en unidad al Señor con los discípulos, a Cristo con los bautizados; una comunión viva y vivificante, por la cual los cristianos ya no se pertenecen a sí mismos, sino que son propiedad de Cristo, como los sarmientos unidos a la vid.

La comunión de los cristianos con Jesús tiene como modelo, fuente y meta la misma comunión del Hijo con el Padre en el don del Espíritu Santo: los cristianos se unen al Padre al unirse en el vínculo amoroso del Espíritu.

Jesús continúa: 'Yo soy la vid; vosotros los sarmientos' (Jn 1, 5). La comunión de los cristianos entre sí nace de su comunión con Cristo: todos somos sarmientos de la única Vid, que es Cristo. El Señor Jesús nos indica que esta comunión fraterna es el reflejo maravilloso y la misteriosa participación en la vida íntima de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Por ella Jesús pide: 'Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado' (Jn 17, 21).

Esta comunión es el mismo misterio de la Iglesia, como lo recuerda el Concilio Vaticano II, con la célebre expresión de San Cipriano: 'La Iglesia universal se presenta como 'un pueblo congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo''. Al inicio de la celebración eucarística, cuando el sacerdote nos acoge con el saludo del apóstol Pablo: 'La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros' (2 Co 13, 13), se nos recuerda habitualmente este misterio de la Iglesia-Comunión.

Después de haber delineado la 'figura' de los fieles laicos en el marco de la dignidad que les es propia, debemos reflexionar ahora sobre su misión y responsabilidad en la Iglesia y en el mundo. Sin embargo, sólo podremos comprenderlas adecuadamente si nos situamos en el contexto vivo de la Iglesia-Comunión.


El Concilio y la eclesiología de comunión

19. Es ésta la idea central que, en el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha vuelto a proponer de sí misma. Nos lo ha recordado el Sínodo extraordinario de 1985, celebrado a los veinte años del evento conciliar. 'La eclesiología de comunión es la idea central y fundamental de los documentos del Concilio. La koinonia-comunión, fundada, en la Sagrada Escritura, ha sido muy apreciada en la Iglesia antigua, y en las Iglesias orientales hasta nuestros días. Por esto el Concilio Vaticano II ha realizado un gran esfuerzo para que la Iglesia en cuanto comunión fuese comprendida con mayor claridad y concretamente traducida en la vida práctica. ¿Qué significa la compleja palabra 'comunión'? Se trata fundamentalmente de la comunión con Dios por medio de Jesucristo, en el Espíritu Santo. Esta comunión tiene lugar en la palabra de Dios y en los sacramentos. El Bautismo es la puerta y el fundamento de la comunión en la Iglesia. La Eucaristía es fuente y culmen de toda la vida cristiana (cf. Lumen gentium, 11). La comunión del cuerpo eucarístico de Cristo significa y produce, es decir edifica, la íntima comunión de todos los fieles en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia (cf. 1 Co 10, 16 s.)'.

Poco después del Concilio, Pablo VI se dirigía a los fieles con estas palabras: 'La Iglesia es una comunión. ¿Qué quiere decir en este caso comunión?. Nos os remitimos al parágrafo del catecismo que habla sobre la sanctorum communionem, la comunión de los santos. Iglesia quiere decir comunión de los santos. Y comunión de los santos quiere decir una doble participación vital: la incorporación de los cristianos a la vida de Cristo, y la circulación de una idéntica caridad en todos los fieles, en este y en el otro mundo. Unión a Cristo y en Cristo; y unión entre los cristianos dentro de la Iglesia'.

Las imágenes bíblicas con las que el Concilio ha querido introducirnos en la contemplación del misterio de la Iglesia, iluminan la realidad de la Iglesia-Comunión en su inseparable dimensión de comunión de los cristianos con Cristo, y de comunión de los cristianos entre sí. Son las imágenes del redil, de la grey, de la vid, del edificio espiritual, de la ciudad santa. Sobre todo es la imagen del cuerpo tal y como la presenta el apóstol Pablo, cuya doctrina reverbera fresca y atrayente en numerosas páginas del Concilio. Este, a su vez, inicia considerando la entera historia de la salvación, y vuelve a presentar la Iglesia como Pueblo de Dios: 'Ha querido Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y sin ninguna relación entre ellos, sino constituyendo con ellos un pueblo que lo reconociese en la verdad y le sirviera santamente'. Ya en sus primeras líneas, la constitución Lumen gentium compendia maravillosamente esta doctrina diciendo: 'La Iglesia es en Cristo como un sacramento, es decir, signo e instrumento de la íntima unión del hombre con Dios y de la unidad de todo el género humano'.

La realidad de la Iglesia-Comunión en entonces parte integrante, más aún, representa el contenido central del 'misterio' o sea del designio divino de salvación de la humanidad. Por esto la comunión eclesial no puede ser captada adecuadamente cuando se la entiende como una simple realidad sociológica y psicológica. La Iglesia-Comunión es el pueblo 'nuevo', el pueblo 'mesiánico', el pueblo que 'tiene a Cristo por Cabeza (...) como condición la dignidad y libertad de los hijos de Dios (...) por ley el nuevo precepto de amar como el mismo Cristo nos ha amado (...) por fin el Reino de Dios (...) (y es) constituido por Cristo en comunión de vida, de caridad y de verdad'. Los vínculos que unen a los miembros del nuevo Pueblo entre sí -y antes aún, con Cristo- no son aquellos de la 'carne' y de la 'sangre', sino aquellos del espíritu; más precisamente, aquellos del Espíritu Santo, que reciben todos los bautizados (cf. Jl 3, 1).

En efecto, aquel Espíritu que desde la eternidad abraza la única e indivisa Trinidad, aquel Espíritu que 'en la plenitud de los tiempos' (Ga 4,4) unió indisolublemente la carne humana al Hijo de Dios, aquel mismo e idéntico Espíritu es, a lo largo de todas las generaciones cristianas, el inagotable manantial del que brota sin cesar la comunión en la Iglesia y de la Iglesia.

Una comunión orgánica: diversidad y complementariedad

20. La comunión eclesial se configura, más precisamente, como comunión 'orgánica', análoga a la de un cuerpo vivo y operante. En efecto, está caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de las vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios, de los carismas y de las responsabilidades. Gracias a esta diversidad y complementariedad, cada fiel laico se encuentra en relación con todo el cuerpo y le ofrece su propia aportación.

El apóstol Pablo insiste particularmente en la comunión orgánica del Cuerpo místico de Cristo. Podemos escuchar de nuevo sus ricas enseñanzas en la síntesis trazada por el Concilio. Jesucristo -leemos en la constitución Lumen gentium- 'comunicando su Espíritu constituye místicamente como cuerpo suyo a sus hermanos, llamados de entre todas las gentes. En este cuerpo, la vida de Cristo se derrama en los creyentes (...). Como todos los miembros del cuerpo humano, aunque numerosos, forman un solo cuerpo, así también los fieles en Cristo (cf. 1 Co 12,12). También en la edificación del cuerpo de Cristo vige la diversidad de miembros y funciones. Uno es el Espíritu que, para la unidad de la Iglesia, distribuye sus múltiples dones con magnificencia proporcionada a su riqueza y a las necesidades de los servicios (cf. 1 Co 12, 1-11). Entre estos dones ocupa el primer puesto la gracia de los Apóstoles, a cuya autoridad el mismo Espíritu somete incluso los carismáticos (cf. 1 Co 14). Y es también el mismo Espíritu que, con su fuerza y mediante la íntima conexión de los miembros produce y estimula la caridad entre todos los fieles. Y por tanto, si un miembro sufre, sufren con él todos los demás miembros, si a un miembro lo honoran, de ello se gozan con él todos los demás miembros (cf. 1 Co 12, 26)'.

Es siempre el único e idéntico Espíritu el principio dinámico de la variedad y de la unidad en la Iglesia y de la Iglesia. Leemos nuevamente en la constitución Lumen gentium:'Para que nos renovásemos continuamente en Él (Cristo) (cf. Ef 4, 23), nos ha dado su Espíritu, el cual, único e idéntico en la Cabeza y en los miembros, da vida, unidad y movimiento a todo el cuerpo, de manera que los santos Padres pudieron parangonar su función con la que ejerce el principio vital, es decir el alma, en el cuerpo humano'. En otro texto, particularmente denso y valioso para captar la 'organicidad' propia de la comunión eclesial, también en su aspecto de crecimiento incesante hacia la comunión perfecta, el Concilio escribe: 'El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un templo (cf., Co 3, 16; 6, 19), y en ellos ora y da testimonio de la adopción filial (cf. Ga 4, 6; Rm 8, 15-16. 26). Él guía la Iglesia hacia la completa verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en la comunión y en el servicio, la instruye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos, la embellece con sus frutos (cf. Ef 4, 11-12; 1 Co 12, 4; Ga 5, 22). Hace rejuvenecer la Iglesia con la fuerza del Evangelio, la renueva constantemente y la conduce a la perfecta unión con su Esposo. Porque el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ¡'Ven'! (Cf. Ap. 22, 17)'.

La comunión eclesial es, por tanto, un don; un gran don del Espíritu Santo, que los fieles laicos están llamados a acoger con gratitud y al mismo tiempo, a vivir con profundo sentido de responsabilidad. El modo concreto de actuarlo es a través de la participación en la vida y misión de la Iglesia, a cuyo servicio los fieles laicos contribuyen con sus diversas y complementarias funciones y carismas.

El fiel laico 'no puede jamás cerrarse sobre sí mismo, aislándose espiritualmente de la comunidad; sino que debe vivir en un continuo intercambio con los demás, con un vivo sentido de fraternidad, en el gozo de una igual dignidad y en el empeño por hacer fructificar, junto a los demás, el inmenso tesoro recibido en herencia. El Espíritu del Señor le confiere, como también a los demás, múltiples carismas; le invita a tomar parte en diferentes ministerios y encargos; le recuerda, como también recuerda a los otros en relación con él, que todo aquello que le distingue no significa una mayor dignidad, sino una especial y complementaria habilitación al servicio (...). De esta manera, los carismas, los ministerios, los encargos y los servicios del fiel laico existen en la comunión y para la comunión. Son riquezas que se complementan entre sí en favor de todos, bajo la guía prudente de los Pastores'.
(JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles Laici, nn. 18-20)



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Comentarios Teológicos: R. P. Raniero Cantalamessa OFMCap "Yo soy la vid, ustedes los sarmientos"

Meditar sobre estas palabras de Jesús sobre la vid y los sarmientos, significa percibir la relación que nos liga a él en su dimensión más profunda: Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. Es una relación aún más profunda que aquélla que existe entre el pastor y su grey que meditamos el domingo pasado. En el evangelio de hoy descubrimos dónde reside la "fuerza interior" de nuestra religión (cfr. 2 Tim. 3,5).

Pensemos en la realidad natural de donde está sacada la imagen. ¿Qué hay de más íntimamente unido entre sí que la vid y los sarmientos? El sarmiento es un acodo y una prolongación de la vid. De ella viene la savia que lo alimenta, la humedad del suelo y todo aquello que él transforma después en uva bajo los rayos estivales del sol; si no es alimentado por la vid, no puede producir nada, nada serio: ni un pámpano, ni un racimo de uva, nada de nada. Es la misma verdad que san Pablo inculca con la imagen del cuerpo y de los miembros: Cristo es la Cabeza de un cuerpo que es la Iglesia, de la cual cada cristiano es un miembro (cfr. Rom. 12,4 ssq; 1 Cor. 12,12 ssq). También el miembro, si está separado del cuerpo, no puede hacer nada.

¿Dónde reposa esta relación aplicada a nosotros los hombres? ¿No contrasta esto con nuestro sentido de autonomía y de libertad, es decir, con nuestro sentimiento de ser un todo y no una parte? Esto reposa sobre un acontecimiento bien preciso que el apóstol san Pablo, con una imagen también sacada de la agricultura, llama un acodo. En el Bautismo, nosotros, que éramos aceitunados de naturaleza salvaje hemos sido injertados en Cristo (cfr. Rom. 11,16); hemos llegado a ser sarmientos de la verdadera vid y ramos del olivo bueno. Todo esto por la fuerza del Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rom. 5,5). ¡Entre la vid y el sarmiento hay en común el Espíritu Santo!

¿Cuál es entonces nuestra misión de sarmientos? Juan -le hemos oído-tiene un verbo predilecto para expresarlo: "permanecer" (se entiende, unidos a la vida que es Cristo): Permanezcan en mí y yo en ustedes; Si no permanecen en mí ...; Quien permanece en mí... Permanecer unidos a la vid y permanecer en Cristo Jesús significa ante todo no abandonar los empeños asumidos en el Bautismo, no ir al país lejano como el hijo pródigo sabiendo bien empero que uno puede separarse de Cristo de golpe, de un solo salto, dándose a una vida de pecado consciente y libre, pero también a pequeños pasos, casi sin darse cuenta, día tras día, infidelidad tras infidelidad, omisión tras omisión, compromiso tras compromiso, dejando primero la comunión, después la misas, después la oración y al final todo.

Permanecer en Cristo significa también algo positivo y es permanecer en su amor (Jn. 15,9). En el amor, se entiende que él tiene por nosotros más que en el amor que nosotros tenemos por él. Significa por tanto permitirle que nos ame, que nos haga pasar su "savia" que es su Espíritu evitando poner entre él y nosotros la barrera insuperable de la autosuficiencia, de la indiferencia y del pecado.

Jesús insiste en la urgencia de permanecer en él haciéndonos ver las consecuencias fatales del separarse de él. El sarmiento que no permanece unido se seca, no lleva fruto, es cortado y arrojado al fuego. No sirve para nada porque la madera de la vid - a diferencia de otras maderas que cortadas sirven para tantos fines- es una madera inútil para cualquier otro fin que no sea el de producir uva (cfr. Ez. 15,1 ssq). Uno puede tener una vida pujante externamente estar lleno de ideas y de salud, producir energía, negocios, hijos, y ser a los ojos de Dios, madera seca para ser echada al fuego apenas termina la estación de la vendimia.

Permanecer en Cristo entonces significa permanecer en su amor, en su ley; a veces significa permanecer en la cruz, "perseverar conmigo en la prueba" (cfr. Lc. 22,28). Pero no sólo permanecer , quedando en el estadio infantil del Bautismo, cuando el sarmiento apenas ha despuntado y se ha injertado; sino más bien crecer hacia la Cabeza (cfr. Ef. 4,15), llegar a ser adulto en la fe, es decir, llevar frutos de buenas obras.

Para un tal crecimiento hay que ser podado y dejarse podar: Todo sarmiento que lleva fruto (mi Padre) lo poda para que lleve más fruto (Jn. 15,2). ¿Qué significa que lo poda? Significa que corta los brotes superfluos y parasitarios (los deseos y apegos desordenados) para que concentre toda su energía en una sola dirección y así realmente crezca. El campesino es muy atento cuando la vid se carga de uva para descubrir y cortar las ramas secas o superfluas para que no comprometan la maduración de todo el resto. Es una gracia grande saber reconocer , en el tiempo de la poda, la mano del Padre y no maldecir ni reaccionar desordenadamente cuando como víctimas perseguidas por no se sabe qué mala suerte.

Ustedes ya están limpios para la palabra que les he anunciado , decía Jesús a sus discípulos (Jn. 15,3). El Evangelio que es la palabra de Cristo Jesus es por tanto como una poda y representa la ascesis fundamental del cristianismo. Ataca la codicia (mamona con sus satélites, la carne y sus concupiscencias), todo lo que, en una palabra, nos disipa en tantos vanos proyectos y deseos terrenos. Fortifica, en cambio, las energías sanas y espirituales; nos concentra sobre verdaderos valores poniendo en crisis los falsos. La palabra de Dios se revela verdaderamente como una espada afilada y de doble hoja, en las manos del que la lleva (Apc. 1,16).

Bajo esta luz debemos esforzarnos por no ver sólo nuestros sufrimientos individuales -los lutos, las enfermedades, las angustias que golpean a cada uno de nosotros o a nuestra familia-sino también el gran sufrimiento universal que atenaza a nuestra sociedad y al mundo entero incluso a aquel mas misterioso de todos que golpea a los inocentes. Desde hace algunos años nos debatimos en una crisis que revela nuestra impotencia para poner paz y orden en nuestra convivencia civil, para encontrar un acuerdo y para poner fin al odio y a la violencia. Es también esta una poda necesaria del orgullo y de la presunción humana. Tal vez el Señor está buscando, de todas las maneras posibles, hacernos entender que sin él no podemos hacer nada (Jn. 15,5).

Es una lección, ésta, que una sociedad trata fácilmente de olvidar apenas logra estar por algún año sin guerras y sin grandes tragedias. El espíritu de Babel -es decir, de la presunción de construir por nosotros mismos la casa- está siempre al acecho. Oímos a tantos jefes nuestros hacer programas muy ambiciosos, terminar cada discurso prometiendo paz, justicia y libertad. Pero todo esto como si dependiera exclusivamente de ellos o a lo sumo de la buena voluntad de todos. Como si no fuera necesario por nada hacer referencia al evangelio y a Dios por ser capaces de mantener ciertos valores, comprendido el más elemental de todos que es el respeto a la vida. Como si el odio pudiera ser vencido si no por el amor; como si la venida de Cristo a la tierra hubiera sido un lujo y un sobrante y no en cambio una necesidad absoluta de salvación para todos. Todo esto es una tremenda ilusión que Dios debe quitarnos, de otra manera volveremos a ser paganos como antes de Cristo. Y para quitárnosla Dios no necesita enviarnos duros castigos; le basta dejarnos un poco manejarnos solos y después hacernos observar, entre las ruinas y el llanto, lo que hemos sido capaces de hacer: si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles (Sal. 127,1).

La palabra de Cristo sobre la vid y los sarmientos adquiere un significado nuevo ahora que pasamos a la parte eucarística y sacrificial de nuestra misa. Estamos por consagrar el vino exprimido de aquella "verdadera vid" en el lagar de la pasión. Nosotros consagramos el "fruto de la vid", pero consagramos también el fruto "de nuestro trabajo", es decir, del sarmiento. Dios nos restituye como bebida de salvación lo que le hemos ofrecido bajo el símbolo del vino.
(Raniero Cantalamessa, La Palabra y la Vida-Ciclo B , Ed. Claretiana, Bs. As., 1994, pp. 114-117)

 

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Comentario Teológico: Romano Guardini - LA COMPARACIÓN DE LA VID

Los primeros Evangelios, los de Mateo, Marcos y Lucas, por lo regular, cuentan de la vida de Jesús lo que sucede de modo inmediato, y las palabras van ligadas a lo sucedido. Han dejado pasar muchas cosas que también dijo Jesús, pero que no quedaban ante los puntos de vista que orientaban sus relatos. El Evangelio de Juan, por el contrario, habla a partir de un largo intervalo tras la ausencia de Jesús: unos sesenta años después. Durante este tiempo, Juan ha ido en seguimiento de la vida y la doctrina del Maestro, predicando y meditando, y ha hecho visibles unas profundidades que todavía no estaban de manifiesto en los primeros Evangelios. Por eso cuenta sobre muchas cosas que aquéllos callan: entre esas cosas están los llamados sermones de despedida (caps. 13 al 16), en los cuales se hace palabra algo muy hondo y muy íntimo de la conciencia de Jesús.

En el capítulo decimoquinto se dice: " Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que se queda en mí, igual que yo en él, da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no se queda en mí, es tirado fuera como el sarmiento, y se seca: luego los, reúnen y los echan al fuego, y arden. Si os quedáis en mí y mi palabra se queda en vosotros, pediréis lo que queráis y lo tendréis " (5-7).

La comparación es muy bella y preguntamos su significado. Quiere presentar ante la conciencia la relación establecida entre Cristo y sus discípulos. Si ellos quieren llegar a ser y realizar aquello para lo cual El les ha elegido y enviado, deben permanecer en estrecha unión con El. Ahora bien, sería fácil ver esa unión como si se tratara de que ellos conservaran sus palabras en la memoria y se sumergieran cada vez más en ellas: que se atuvieran a sus indicaciones y penetraran en su sentido: que El estuviera en ellos como guía de su vida espiritual. Cierto que eso estaría bien, pero ¿se trata solamente de eso? Ya el apremio con que nos habla la comparación hace suponer que se trata de algo más hondo. Palabras como " El que se queda en mí, y yo en él ", dicen más de lo que habría dicho antaño un Sócrates a sus discípulos. ¿Qué es ese Más?

En la Primera Epístola de san Juan leemos frases como éstas: " Si decimos que no tenemos pecado " -se alude a los gnósticos de la época, que enseñaban que, tan pronto como su esfuerzo superaba un determinado nivel, estaban más allá del bien y del mal-, " nos engañamos y no hay verdad en nosotros " (1, 8). ¿Qué quiere decir eso de que no hay verdad en nosotros? ¿Entenderíamos correctamente su sentido si, a nuestro modo racionalista, dijéramos que eso significa que cuando lo afirmáramos, no entenderíamos de qué se trata, y tendríamos una concepción falsa? Juan quiere decir más. Dice: " Entonces no hay verdad en nos otros "

O bien, oigamos la siguiente frase, también de la Primera Epístola de San Juan: " Si alguno tiene con qué vivir en el mundo, y ve a su hermano que tiene necesidad, y le cierra sus entrañas, ¿cómo permanece en él el amor de Dios? " (3, 17). Otra vez el mismo tono. Nosotros diríamos: El que no tiene amor, no sabe lo que es amor. Pero esto no le bastaría a Juan: él dice: " En él no permanece el amor ". Antes había sido: " No hay verdad en nosotros "; ahora: " El amor no permanece en él ". El racionalista ve en esas frases un platonismo que cosifica conceptos: a éste, Juan le replicaría: No tienes experiencia. Lo que a mí me importa no es sólo que uno tenga o no tenga comprensión y amor de modo intencional y psicológico, sino que estén o no estén en él la verdad y el amor. La verdad y el amor no son sólo pensamientos y disposiciones de ánimo, sino potencias vivas, que, procediendo de Dios, habitan y actúan en el hombre creyente.

Esto ya nos acerca más a penetrar el sentido de la comparación. En la Epístola a los Filipenses dice Pablo: " Estoy poseído por Cristo Jesús " y " En El soy hallado " (3, 12, 9). Otra vez es la profundidad del tono lo que nos pone en guardia. Nos inclinamos a entender las palabras de modo psicologista o intelectualista; a pensar que el Apóstol quiere decir: "He recibido una fuerte impresión de Cristo: me he puesto a su servicio: El me ha atraído espiritualmente hacia sí; su palabra y su imagen determinan mi vida interior; etc." Pero eso sería poco, demasiado poco.

Si leemos esas frases, debemos pensar lo que cuentan los Hechos de los Apóstoles sobre el viaje de Pablo de Jerusalén a Damasco; cómo por el camino se le aparece Cristo glorificado, y su palabra hace caer por el suelo al perseguidor de la joven comunidad; cómo éste queda ciego del golpe, y durante tres días permanece sentado, mudo, sin comer ni beber, y luego se levanta y es otro hombre (9, 3 s.). Leídas a partir de ahí, aquellas palabras adquieren una pujanza de realidad completamente diversa.

Estos textos -y se podrían citar otros muchos- nos llevan más cerca del sentido de la comparación de la vid; del mismo modo que, en general, ningún pasaje de la Sagrada Escritura puede explicarse partiendo de él solamente, sino que hay que verlo tal como brota del conjunto en que está. Si comparamos lo que dicen los textos del Nuevo Testamento con la realidad de que dan noticia, con la abundancia de lo que dijo Jesús en los años de su actuación -para no hablar de su propio ser y actuar y su destino divino- humano-, nunca pasan de ser sino relámpagos surgidos de un inconmensurable mundo que queda más atrás. Un pequeño ejemplo solamente: Lucas cuenta en su quinto capítulo cómo Jesús se hace apartar un poco de la orilla y " desde la barca, sentado, enseñaba a la gente " (5, 3), pero el relato no dice ni palabra de lo que El enseñó allí. Tras las palabras de la Escritura queda algo inaudito: de ello surge una vez tal palabra, otra vez tal gesto, pero siempre es algo inconmensurablemente menos de lo que era en verdad.

Así, cuando Juan dice: " alguien guarda su palabra ", esto es, hace lo que ha mandado Cristo, " en él se cumple de veras el amor de Dios " (2, 5), no quiere decir solamente que pensamos en El, que nos sentimos ligados a El, sino precisamente " que estamos en El ", y eso es más: mejor dicho, es otra cosa. Cuando Juan dice: " nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros " (4, 12), eso no significa sólo una fidelidad duradera, o un influjo psicológico constante, sino una realidad.

Esto nos habla no solamente en Juan, sino también en Pablo. En la Segunda Epístola a los Corintios se dice: " Si uno está en Cristo, es nueva creación " (5, 17). Eso quiere decir: allí está en actuación el Espíritu de Dios; lo que ocurre no es sólo pensar y aprender y adoptar una disposición de ánimo, sino que es llegar a ser algo real. En la Epístola a los Gálatas está la poderosa frase: " Y no vivo yo, sino que vive Cristo en mí " (2, 20). Aquí se expresa plenamente este poder, esta realidad creadora.

También en Pablo encontramos algo que corresponde a la misma comparación de la vid, precisamente en su doctrina del "Cuerpo místico de Cristo". Sobre eso se dirá en seguida algo más.

Así, pues, aquí se alude a una relación entre Cristo y el que cree en El, lo que no significa sólo que el creyente piense en Cristo, que se deje guiar por su imagen, que le obedezca o algo parecido: significa realidad. Y ahora recordamos que Jesús fundó la Eucaristía en aquel atardecer y que en Cafarnaúm había dicho sobre su sentido cosas como éstas: " Yo soy el pan vivo, bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá eternamente. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo... El que come mi carne y bebe mi sangre, se queda en mí y yo en él " (Jn., 6, 51 y 56).

Así se indica que, en la última noche, Cristo se dio a los suyos de un modo que supera en mucho a todo lo que haga el simple maestro, o educador, o guía. En la forma de un misterio, de una acción misteriosa, se ha dado El mismo y lo volverá a hacer siempre. Al celebrarse la Eucaristía, se entrega al creyente, bajo la forma misteriosa de la Cena, de tal modo que en adelante vive en éste, y que éste puede realizar su propia vida a partir del misterio interior establecido de ese modo.

Pero ¿cómo hemos de representárnoslo?

Si consideramos al hombre en su conjunto, vemos que está construido de fuera a dentro: a no ser que se debiera decir, más correctamente: de dentro a fuera. Pero ese "dentro" no ahonda entrando en muchos peldaños. (Claro que el concepto de los peldaños, de la gradación, es sólo una imagen. En realidad, no se trata de "más alto" o "más hondo" en el mismo dominio, sino, en todo caso, de otra índole de vida y de ordenación. Sin embargo, la imagen es útil, de modo que la seguiremos usando). Existe la interioridad orgánica, que resulta del crecimiento del cuerpo. Existe la interioridad psicológica, en que actúan los sentimientos. Existe la espiritual, en que actúan los pensamientos, mejor dicho, en que se percibe la verdad. Existe la interioridad de la persona, en que se realizan las decisiones morales.

Pues bien, san Pablo dice: Existe un dominio interior aún más hondo, el espiritual o "pneumático". Es aquel en que vive Cristo en el creyente. Ese dominio no existe por sí mismo, como un estrato situado en la naturaleza del hombre, sino que lo crea Cristo en el misterio del nuevo nacimiento, con el bautismo y la fe. Entonces entra El mismo en el hombre: penetra en él más hondamente que todo aquello de que hablan la psicología y la ciencia de la cultura. Si desaparecen la fe y la fidelidad, entonces desaparece esa interioridad, y aparece el hombre que ha perdido un dominio vital y ya no comprende nada del mensaje de Cristo.

En esa interioridad vive aquello que dice la comparación de la vid y de que habla el mensaje de la Eucaristía: Cristo en el hombre.

Pero ¿cómo puede estar Cristo en mí? Por lo pronto: Yo sé que Dios está en mí, pues es omnipresente y me penetra igual que lo penetra todo. Más aún: Me ha creado -"ha creado", visto, desde nuestro punto de vista: en realidad debería decirse, su voluntad creadora me mantiene constantemente en el ser: su mano me conserva fuera de la nada. Si pudiera llegar yo al borde de mi ser, tocaría su mano. Algo más, también: Me mantiene en el ser personal, como el "yo" que soy, al hablarme con su "tú" que me llama y me crea. Y todavía algo más: La revelación me dice que me ama, que se dirige a mí en gracia, y que me hace hijo suyo.

Cierto, así es: aunque es misterio, es algo familiar al corazón. Así que Dios está en mí: pero ¿y Cristo, el hecho hombre? ¿Cómo puede estar El en mí? Porque es el Resucitado, el espiritualizado, aquel de quien dice Pablo: " El Señor ", esto es, Cristo, " es el Espíritu ", el Pneuma (2 Cor., 3, 17). Con el bautismo y la fe, nace El dentro de mí y yo dentro de El. ¿Qué más hay que decir? El lo había prometido: sus Apóstoles lo experimentaron y lo garantizan. Es misterio, y no hay pensamiento que resuelva el misterio. Pero nosotros nos familiarizamos con él; podemos respirar en él y vivir hacia el día en que lo entenderemos, y sólo en él empezaremos a comprender realmente quiénes somos. "Amados , ahora somos hijos de Dios, y todavía no se ha manifestado qué seremos. Sabemos que cuando El se manifieste, seremos semejantes a El, por que le veremos según es ", dice Juan en su Primera Epístola (3, 2).

Sin embargo, la comparación expresa algo más. Alude a que esa interioridad no se abre solamente en algún individuo especialmente destacado, sino en este, en aquel, en el otro. A través de todos pasa esa profundidad divina en que está Cristo, y vive, y rige. De ella surge la vida de los creyentes, uno por uno, tal como los sarmientos del conjunto de la vid. San Pablo tendrá para ello otra comparación que le ofrece la doctrina social de la Antigüedad: La vida de Cristo, que se extiende a través de los muchos creyentes, en lo más íntimo de su ser, realizado por Dios, forma con ellos una misteriosa unidad semejante a la de un cuerpo en que hay muchos miembros, pero los miembros son los individuos.

Esta unidad de la sagrada vid, del Cuerpo místico de Cristo, es la Iglesia. En lo hondo de su interioridad domina Cristo. De ella surge y crece cada creyente, igual que los sarmientos surgen de la vid, y el miembro, del cuerpo.

Es necesario que recordemos a menudo los hondos pensamientos de la Revelación. Nos dan la conciencia propia cristiana, que dice: Yo, ciertamente, soy una pobre criatura, que en todo falla y fracasa, pero en mí está el misterio de la vida divina.

Necesitamos ese punto de apoyo interior. Hoy se habla de Dios y de sus misterios de una manera tan impía, que un profeta clamaría para que cayera un rayo: y no podemos hacer otra cosa sino considerar lo que dijo el Señor en la hora de su muerte: " No saben lo que hacen " (Lc., 23, 24). Negación tras negación, blasfemia tras blasfemia, destrucción tras destrucción: ocurre todo lo que cabe imaginar para que se derrumbe en el hombre esa interioridad de que hablábamos. No es posible prever qué será de él, si esto sigue así. La psicología dice que, en cuanto una exigencia esencial de la vida no encuentra satisfacción, el hombre se pone enfermo: ¿qué enfermedad aparecerá si se destruye en el hombre la interioridad de Cristo?

Tanto más profundamente deben identificarse los creyentes con el misterio que se les ha concedido. Pero para eso no basta un Padrenuestro al día, y que el domingo vayamos a la iglesia, mientras que por lo demás vivamos como los que no creen. Debemos permanecer conscientes de esa hondura que hay en nosotros. Un corazón cuya interioridad no se resguarda en amor, se echa a perder: no echemos a perder lo que vive en nuestra hondura más íntima.

(Romano Guardini, Meditaciones Teológicas, Ed. Castilla, Madrid 1965, Pág. 506 - 514)

 

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Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - PARÁBOLA DE LA VID Y LOS SARMIENTOS

"Yo soy la Vid y vosotros los Sarmientos... Sin mí nada podéis hacer" (Jo. XV. 1).

Esta es la palabra única que Cristo nos reveló el misterio de la Gracia, sobre el cual se han escrito tantas bibliotecas: y es una palabra sanjuanina; quiero decir que la trae san Juan. Verdad es que Cristo había aludido a ella en el coloquio a Nicodemo ("de verdad te digo que si el hombre no naciere de nuevo, no puede entrar en el Reino") a la Samaritana ("te daré del agua viva…fuente de agua corriente hacia la vida eterna") y en las otras parábolas del Agua y de la Luz. Pero aquí directamente.

Después san Pablo glosó esta palabra en todas direcciones; después vinieron san Agustín y los Pelagianos Y escribieron sobre ella como para cubrir un lienzo de pared; después santo Tomás y los Maniqueos; después Calvino y Belarmino después Jansenio, Pascal y Luis de Molina; después Hegel y Kierkegaard y en este tiempo, ya no se cuántos más. La cristología, la gracia y la Iglesia son los puntos capitales de las contiendas teológicas de veinte siglos: los que han ocasionado más herejías Y más sabias discusiones. La larga Despedida de la Ultima Cena, salido ya Judas, es interrumpida por este brusco mandato: "Levantaos, vámonos de aquí" , después del cual sigue esta parábola; lo cual indica que se pronunció en el camino al Oliveto, quizás entre las ralas viñas que entrecortaban los olivos. Ella dice así:

"Yo soy la vid verdadera
y mi Padre es el viñador
todo sarmiento que en mi no lleve fruto
lo cortaré
y todo el que lleve fruto
lo limpiaré
para que lleve pleno fruto
mas vosotros ya estáis limpios
por la palabras que Yo os hablé".

(En el griego hay un juego de palabras (paranomasia) con los verbos airei y kat'airei , cortar y limpiar. Como si dijéramos: "al que lleve fruto lo podaré: al que no lo lleve, lo perderé).

"Permaneced en mi, y Yo en vosotros
como el sarmiento no puede llevar de sí fruto
si no permaneciere en la vid
así tampoco vosotros
si no permanecéis en mí.
Yo soy la Vid
vosotros los Sarmientos
quien en mí permanece y Yo en él
este llevará mucho fruto
pues SIN MÍ NADA PODÉIS HACER.
Si alguien no permanece en mí
será echado fuera como sarmiento podado
se secará y será amontonado
y arrojado al fuego
y arderá".

Al llamarse "Vid verdadera" Cristo alude a la "vid perversa", "vid sin fruto", "vid amarga" como llamaron muchas veces los profetas al Israel prevaricador; y en la última parte de la parábola recuerda al recitado XV de Ezequiel, que amenaza con el fuego a los moradores de Jerusalén recalcitrante.

"El palo de la vid, ¿es más que un palo? ¿Habrá madera en él para hacer obra? ¿Servirá tan siquiera para percha? ¿Para colgar las ollas? Alimento del fuego. El fuego prende en él de parte a parte. Y su meollo lo hace polvo el fuego..."

El sarmiento arrojado al fuego es el hombre que no permanece injertado en Cristo ni Cristo por tanto en él, por la gracia santificante: no solamente no lleva fruto, más se seca y es desechado: no solamente se vuelve inútil, más al final estorba y es aniquilado. Temerosa palabra.

Misterioso injerto éste que nos incorpora al Dios humanado y edifica el "cuerpo místico" de Cristo: la solidaridad de la raza humana el completada y substituida por una solidaridad más alta, invisible, sobrenatural y milagrosa. Cristo no salvó a la "Humanidad"; el hombre no se salva por su incorporación a la Humanidad. Cristo salvó a las almas individuales una a una, si con su albedrío "permanecen en El". Nos salvamos por nuestra incorporación a Cristo.

"Permanecer": a nosotros nos toca solamente mantenernos, no entrar: Dios nos hace entrar. Incluso el inicio de la fe pertenece a la moción de la gracia de Dios. Toda nuestra salvación, del principio al fin, depende omnímodamente de Dios; pero Dios la desea mucho más que nosotros mismos. Entonces, qué culpa tengo yo de no creer? Si Dios es el que tiene que hacerme creer, que me haga creer; y arrepentirme y justificarme y llevar fruto y perseverar hasta la muerte. Eso no puede ser. Yo me salvo por mi libre albedrío. Dios me ayuda después de yo decidido. Eso dice mi conciencia (Pelagio).

La salvación del hombre es su adopción como hijo de Dios, su injerto o incorporación en Cristo. Eso es algo que está más allá de las fuerzas y méritos de toda natura: su efección, pues, y su iniciativa pertenece a Dios: es una "gracia"; pero no temáis, a nadie puede faltar la gracia. Es tan imposible a Dios dejar de difundir la gracia como al sol suspender su luz. La gracia es el amor de Dios y Dios es el Amor por esencia (san Agustín).

"Como anda el desarrollo de los conceptos apriori fundamentales, así anda en la esfera del cristianismo la oración. Pues aquí habría que creer que el hombre se coloca del modo más libre, con el gesto más subjetivo, en una relación con lo divino, y sin embargo nos enseñan que es el Espíritu Santo la causa de la oración, de tal modo que la única oración que nos restaría libre sería el "poder orar"; bien que, mirándolo de más cerca, eso mismo es en nosotros el efecto de una causa que no somos nosotros..." (Kierkegaard, Diario, 2 dic. 1838).

(Me sorprende la ortodoxia de Kierkegaard. Si hubo un hombre expuesto por su espíritu y la circunstancia a caer en errores dogmáticos, fue él. Y sin embargo no veo que haya errado en ningún dogma; malgrado su oscura deducción del Pecado Original a partir de la "Angustia"; y malgrado muchas proposiciones sueltas dialécticamente exageradas, que se equilibran, no obstante, dos a dos).

Hay una posición central en teología: o san Agustín o Pelagio, o la afirmación o la supresión de la gracia de Dios, de la cual depende toda la doctrina cristiana. Las dos posiciones han sido llevadas al extremo después; una, por Calvino (supresión del libre albedrío); y la otra por el naturalismo moderno (identificación de la gracia con la natura). Pero necesariamente todo filósofo se pone en una de ellas, pues todo filósofo tiene un juicio de valor acerca de la naturaleza humana -y por ende del camino moral del hombre-o bien no merece llamarse filósofo. Más aun, todo hombre está en una de ellas; o confía en Dios para obrar el bien, o confía en sí mismo para obrar el bien; o desespera de obrar el bien. Es irrupción de la desesperación en el problema, es un fenómeno moderno; y es la posición del llamado "existencialismo" ateo francés, pecado contra las virtudes teologales, y última prolongación del "enciclopedismo" francés del siglo XVIII, que era deísta y no ateo, que era optimista y no desesperado; pero era igualmente lúbrico, frívolo y anárquico.

En el melodrama diderotiano y victorhuguesco llamado "El Diablo y el Buen Dios", el autor o el protagonista, después de tratar de vivir en perverso, haciendo "el mal por el mal mismo", decide por capricho (tirándolo a los dados) hacer el Bien y se vuelve de golpe santo -para producir sólo dolores y quebrantos mayores, según el autor. Se vuelve santo sin empezar por el arrepentimiento y la penitencia, se cuela de rondón en el amor místico de Dios, termina antes de haber empezado; y al fin decide que no hay Dios, o que "Dios ha muerto" (cosa que había escrito Nietzsche en 1890) que es todo el "mensaje" del confuso dramón. Realmente merece que le den el Premio Nobel. Una vez que ha retratado así la doctrina cristiana, ya puede blasfemar en grande a costa de ella por toda la pieza. Hace como esos teólogos escolásticos de quienes cuenta Unamuno que se fabrican un "maniqueo" a su gusto y después lo refutan victoriosamente, mientras el maniqueo real sigue tan campante: "teólogos escolásticos" con quienes puede ser Unamuno esté haciendo lo mismo que reprocha: fabricándoselos.

Quiero decir que la exageración de la gracia por Calvino ha llevado a la negación de la gracia unida a la desesperación y al odio formal a Dios, pecado de poseídos: a una especie satánica de pelagio-calvinismo. Bien, ¿para qué preocuparse de ellos? ¡Que se preocupe Victoria Ocampo! San Pedro ya los conoció en su tiempo: " nubes sin agua, hinchados de fábulas de vieja, que van desatados hacia la tempestad de las tinieblas ", con Premio Nobel y todo.

Nosotros cantemos los dones del amor de Dios al hombre, la creación, el libre albedrío, la gracia santificante y la gloria del cielo; que no es sino la gracia al fin triunfante y manifiesta para siempre, por Cristo Nuestro Señor -en medio de la confusa batahola de diez mil errores que no son sino uno solo; y habrán de amontonarse un día en uno solo, como los sarmientos secos, para ser arrojados al fuego. -

Creo en lo que reveló el Hijo de Dios: que sin El yo nada puedo, y en El lo puedo todo en orden a la salvación, que es el todo en todo. " Credo quidquid dixit Dei Filius " cantó santo Tomás con voz de querube. Creo pues en lo siguiente:

*Que el hombre fue creado en estado de justicia sobrenatural y adopción divina; que cayó por su culpa; y que fue reparado por la Encarnación y la muerte del Verbo de Dios;

*Que la gracia de Dios o unión mística con Cristo es absolutamente necesaria para toda obra buena salvífica;

*Que aunque sin la gracia el hombre puede conocer algunas verdades, poner algunos actos naturalmente honestos e inventar la "Moral Laica" de Agustín Álvarez, aunque no cumplirla; sin embargo no puede guardar la Ley Natural mucho tiempo; no puede ni creer con fe sobrenatural ni convertirse a Dios; no puede resistir por siempre a las tentaciones graves, no puede sin especial privilegio (como el concedido a María Santísima) eliminar la concupiscencia, y evitar todos los pecados leves;

*Que Dios no manda nada imposible, que su gracia está ofrecida a todos, incluso a los infieles;

*Que el endurecimiento en el pecado no se da sino como castigo del pecado; que Dios no niega la gracia suficiente ni siquiera a los endurecidos (en cuyo albedrío está volverla de "suficiente", "eficaz"); y que al que hace lo que está en sí, no le puede fallar la gracia;

*Que aunque sea gratuita, hay que orar por la gracia; y que aun los que están perfectamente santificados, necesitan de la gracia: más que los demás, a osadas.

*Que todos los justos pueden perseverar si quieren, no empero mucho tiempo sin el auxilio de la gracia; y que la perseverancia final es un gran don de Dios; el cual en el cielo corona lo que Él mismo ha hecho-y que el hombre ha hecho al mismo tiempo con Él.

*Que la gracia de Dios así coopera con la voluntad humana; que ninguna cosa buena hace el hombre que no la haga Dios juntamente, como los colores los hace la luz a la vez y el cuerpo que la refracta, en causalidad recíproca.

*Que la gracia habitual es un don sobrenatural permanente, que no sólo reviste al alma mas la penetra; por el cual se borran los pecados, el hombre es renovado internamente, en él habita el espíritu de Dios, se hace consorte de la natura divina, hijo de Dios adoptivo, heredero del Reino Celeste, y amigo de Dios.

*Que los justos por la cooperación a la gracia realmente merecen el Reino Celeste, que ganan realmente la vida eterna así como el aumento de la gracia y el éxito de sus peticiones, aunque no la justificación misma; y que las condiciones del mérito son el estado de gracia, el libre albedrío, y la promesa de Dios.

*Que estoy lleno de gozo de que mi salvación dependa de Dios principalmente y no de mí solo.

Después de este Credo que al fin todos saben, pero que repetir no está de más, contaré una anécdota verídica: un religioso viejo me dijo un día: "yo he dicho ya 12.638 misas (pues las he contado), he dado 56 tandas de ejercicios y todas a mujeres casadas, y he escrito 18 libros devotos; me parece que me he ganado el cielo..." ¡No lo creas! ¡Siervos inútiles somos! El cielo es un don gratuito de Dios, que corona nuestras buenas obras que son también de Dios. A lo cual un protestante que estaba presente se levantó, me dio la mano y me dijo: "Usted es de los nuestros".

No lo creas tampoco.
Ningún hombre puede saber de cierto que está justificado, sino por expresa revelación de Dios.
Ningún justo puede estar seguro de perseverar sino por expresa revelación de Dios.
Ninguno puede gloriarse de lo que ha hecho, pues ¿qué cosa tienes que no hayas recibido?

Al parangón del cielo, todas nuestras obras, en cuanto nuestras, son basura; y es la luz de la gracia que hay en ellas lo que las hace luminosas a Dios; o sea "meritorias". No te gloríes de la luz que puede haber en ti, que no es tuya; sobre todo, si es la luz que ven los hombres, o que dan los hombres, triste luz. Alégrate de la luz invisible que estallará en ti un día más allá de este mundo. Escóndela por las dudas. No andes buscando ruido por tus dineros. Deja que Dios la manifieste, si quiere:

Una persona que está tremendamente en cruz, me dijo: "Dicen que el dolor eleva; a mí no me ha elevado". La única respuesta es:

"Nosotros como somos sensitivos, quisiéramos sentir la elevación; pero la elevación a veces no se siente (de momento) pues la gracia es invisible e insensibilible . El sarmiento injertado puede que no se sienta crecer; o que no crezca; pero ha sido elevado al ser injertado. Nadie ve a una raíz crecer; y es preciso crezca ella primero para que se vea crecer el árbol. La gracia trabaja primero " para abajo ".

La gloria del cielo es simplemente la prolongación de ese "accidente de orden sobrenatural que pertenece a la categoría Cualidad" (como dicen los pedantes) que es la gracia de Dios; la cual "se hará manifiesta", y estallará como por todos los poros del alma ante la mirada de Dios, consumando nuestra semejanza definitiva con Él " pues seremos como Dios cuando le veamos como Él es "; consortes de la natura divina, y más suyos que los sarmientos lo son de la vid; y más nuestro El que el Padre, el Amigo y el Esposo; tan nuestro como el Sol lo es del rayo de sol; connaturalizado con nosotros más que la cepa lo está con el injerto. Y esto es lo que el Apóstol dice que "ni ojo vio, ni oído oyó, ni en corazón de hombre pudo caber, ni fantasía soñar, ni palabra decir", que estallará en nosotros: el fruto al fin pleno del celestial Viñador. Porque "Yo os puse para que vayáis y acrecentéis y llevéis más fruto, y vuestro fruto permanezca ". Todo está contenido en esa breve palabra de Cristo; en torno de la cual giran todas las otras excelsas palabras que forman esta Despedida de la Ultima Cena, la cual Cristo interrumpió bruscamente con el duro acto de Voluntad de ir a los tormentos y a la muerte, y expresó con estas palabras: " Mas para que conozca el mundo que amo a mi Padre, levantaos, vámonos de aquí ". ¿Adónde? Al Monte Oliveto, a la cita con el Traidor, al encuentro del Príncipe de este Mundo.

Y esta breve palabra de Cristo: " Sin Mí nada podéis hacer " sobrevuela hoy la olla podrida de la Humanidad, por sobre esta civilización triste y engreída, por sobre el sordo ruido de armas, las arrogancias de los políticos, la soberbia de la falsa Ciencia, las hueras payasadas del arte descentrado, las mentiras de los pseudoprofetas, las amenazas y los gemidos de los oprimidos, la fútil cháchara de las multitudes sin norte, las efímeras construcciones de los demagogos, las blasfemias de los demoníacos y las preces aparentemente incontestadas de los justos; como la paloma con la hoja de olivo sobre las aguas del Diluvio. ¡Dichosos los que están en el Arca! Sin Mí nada podéis hacer. El chiste del "Te" de san Agustín: " Qui creavit te sine te, non salvabit te sine te ". "El que te creó a ti sin ti, no te salvará a ti sin ti".
(P. Leonardo Castellani, Las parábolas de Cristo , Ed. Jauja, Mendoza., 1994, pp. 311-317)



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Comentario Teológico: Manuel de Tuya - Alegoría de la Vid

Discuten los autores sobre el género de literario de este pasaje, sobre si es alegoría o parábola. se ve en la simple lecturas que hay elementos de ambas; se trata pues de un género mixto; y como prevalece el elemento alegórico, pues comienza por elementos alegóricos y toda la trama fundamental de la misma es alegórica, se la ha de tener por una alegoría-parabolizante.

Cristo comiénzala alegoría presentándose como "la vid verdadera". "Verdadera" puede significar auténtico, genuino, contrapuesto a vulgar, ordinario. La segunda significación es la que parece más lógica. Es "vid verdadera" en cuanto se trasladan a él, en orden espiritual, las propiedades de la vid. en el apócrifo Apocalipsis de Baruc, la viña aparece como símbolo del Mesías.

Al Padre se lo representa como el que trabaja esta viña: el "labrador" (georgós).

Lo que aquí se quiere expresar es que Cristo, Dios-hombre, influye directamente, por la gracia, en los sarmientos. El Padre, en cambio, es el que tiene el gobierno y providencia exterior de la viña.

El tema central es la necesidad de estar unidos a Cristo (v.5). Pero hay dos modos de estar unidos a Cristo. Se habla de los fieles en general, tal como está redactado.

Uno es por la fe-bautismo, pero sin obras. Al que así se comporta, el Padre lo "cortará" de la Vid-Cristo. El Padre, que ejerce el gobierno y providencia exterior, consumará la separación que, culpablemente, tenga ese sarmiento. Es efecto de la "fe sin obras", que es "fe muerta" (Sant 2,17). La fe que no "opera por la caridad" (Gál 5,6). Así se anuncia el peligro trascendental en que están estos sarmientos. ¿Cuándo serán separados de Cristo? No se dice. En la muerte, por la pérdida de la fe, por una excomunión. Sin embargo, por la comparación literaria de textos de este mismo pasaje, en que se habla de los "sarmientos cortados y echados al fuego" (v.6), acaso se refiera especialmente al juicio final, como se ve en los sinópticos (Mt 13,40.42; 25,41). También se hace ver la libertad del hombre y la culpabilidad de su no cooperación a la gracia (v.5b-8). La forma "sapiencial" en que es enunciado y el hablarse según. La naturaleza de las cosas, no considera el caso en que el sarmiento desgajado pueda ser nuevamente injertado; lo que sería aquí el arrepentimiento y penitencia.

Pero hay otra forma de estar unido a Cristo: por la fe, el bautismo y la fructificación en obras. Al que así está, el Padre lo "podará" para que dé más fruto". Cuando en las vides los sarmientos son excesivos, hay que podarlos para que la demasiada prolificación no reste vigor a la savia. A su semejanza se hará en el fiel "sarmiento" esta poda: se le quitarán los obstáculos que le impiden a la savia de la gracia fructificar y expansionarse. Pero aquí esta comparación es parabólica, pues la savia de la gracia no se agota en Cristo ni la prolificación de los cristianos es obstáculo al vigor de la savia. Se enseña aquí la gran doctrina de las "purificaciones" que, "in genere", será el "negarse a sí mismo" o todo lo que es apego egoísta e impedimento a la fructificación de la gracia. Esta enseñanza de Cristo es el mejor comentario al libro de Job: por qué sufre el justo.

La doctrina general-sapiencial-encuentra en el v.3 una aplicación directa a los apóstoles. La obra de "purificación" a que aludió, evoca la "limpieza" en que ellos estaban a la hora del lavatorio de los pies (Jn 13,10). Tienen fundamentalmente esa pureza a causa de "la palabra que os he hablado", es decir, el Evangelio: toda la enseñanza que Cristo les hizo, ya que sus palabras "son espíritu y vida".

Estando ya unidos a la Vid, sólo necesitan, pues, tener toda esa vitalidad, "permanecer" en ella, en El. Es permanencia mutua: El en ellos y ellos en El.

El verbo que usa, "permanecer" (méno), es término propio y técnico de Jn. Lo usa 40 veces en su evangelio y 23 en su primera epístola. Y formula aquí con él la íntima, permanente y vital unión de los fieles con Cristo. Es la palabra que usa para expresar el efecto eucarístico de unión (Jn 6,56.57). La dicción puede tener sentido preceptivo o condicional: "permaneced" o "permanecer para...". Fundamentalmente el sentido no cambia. Lo esencial es estar unido a Cristo. Este pensamiento va a ser desarrollado en los apartados siguientes:

1) "Sin mí no podéis hacer nada" (v.52). Esta es la sentencia fundamental de todo el pasaje. Es uno de los textos más terminantes que enseña la absoluta necesidad de la dependencia sobrenatural de Cristo. El concilio II Milevitano, de 416, y Cartaginense XVI, de 418, después de definir la necesidad de la gracia para toda obra sobrenatural, invocan en el mismo canon definitorio estas palabras de Cristo, con las cuales "no dice que: Sin mi mas difícilmente lo podéis hacer, sino que dice: Sin mí no podéis hacer nada". Invocan este texto para lo mismo el concilio Arausicano II, de 529, confirmado luego por Bonifacio II, y el concilio de Trento.

2) "El que permanece en mí..., ése da mucho fruto" (v.5ab). El pensamiento progresa. No solamente sin la unión a Cristo no se puede nada-aspecto semita negativo-, sino que, "permaneciendo" en El-aspecto positivo-, se "da mucho fruto". La acción de la savia-gracia tiende a expansionarse. Cuando el cristiano responde a las mociones de la misma, "da fruto" y el Padre le "poda" para que se expansione más la gracia: "dé mucho fruto".

Aunque no se dice, está latiendo en todo este pasaje el aspecto del mérito en esta obra hecha en unión con Cristo. El concilio de Trento invoca este pasaje para hacer ver el mérito de la obra hecha en gracia.

3) "Si permanecéis en mí..., pedid lo que quisiereis y se os dará" (v.7). Este versículo es como un paréntesis entre los 6 y 8. Si el v.7 está en su propio contexto histórico, se explica esta promesa, o porque Cristo les da la clave normal para "permanecer" unidos a Él, o porque asombrados ellos ante la posible perspectiva de la separación, lo que es imposible después de decirles que les iba a preparar las "mansiones", les da la solución para esta unión: el recurso a la oración.

La formulación con que se hace es universal: se les dará cualquier cosa que pidan. La forma rotunda "sapiencial" podría tener excepciones o ser interpretada conforme a Jn (1 Jn 5,14), en la hipótesis que, "si le pedimos algo, conforme a su voluntad, El nos oye".

Pues es oración que se hace "permaneciendo" unidos a Cristo y movidos por su savia, nada se pediría que no convenga.

Pero, si el versículo está fuera de su propio contexto, acaso sea paralelo a Jn 14,13.14, en que se refiere sólo a lo que se pide para la obra de apostolado. Así dirá que el fruto que les desea los acreditará como "discípulos míos" (v.8), y más adelante habla de la elección que hizo de ellos para el apostolado (v.16), añadiéndoles, en esa perspectiva apostólica, que el Padre les dará cuanto pidan (v.16c).

4) "En esto será glorificado mi Padre: en que deis mucho fruto" (v.8). La misión de Cristo es "glorificar" al Padre. Pero ¿cuál es el deseo del Padre en orden a la fructificación de estos "sarmientos" unidos a Cristo-Vid? No tienen tasa ni módulo. La enseñanza ya está dada antes (v.2), al decirse que al que dé fruto se lo podará para que dé "más fruto". La "glorificación", pues, del Padre está en que "deis mucho fruto". Es la vocación a la santidad, sea general, sea, en concreto, a la del apostolado.

Con ello "seréis discípulos míos". Este futuro sugiere que esta fórmula expresa algo sobre el porvenir y se entendería mejor de un discurso pronunciado después de la elección de los apóstoles.

5) "El que no permanece en mí..., lo arrojan al fuego para que arda" (v.6). Es el aspecto semita negativo de la no "permanencia" en Cristo-Vid. La imagen está tomada de los sarmientos secos. Con ella sólo se anuncia el hecho del castigo de estos "sarmientos" unidos a Cristo sin fructificación. Pero, si se tiene en cuenta su afinidad literaria con la descripción de Mt del juicio final (Mt 13, 40.42), acaso esta descripción de Jn sea una alusión a la separación oficial de Cristo en el juicio último, del que habla el cuarto evangelio (Jn 5,29; 11,23,24).

Los versículos 9-11 pueden ser considerados como un complemento conceptual de la alegoría expuesta y que tienen cabida aquí por una cierta analogía.

Cristo les indica a sus apóstoles el ansia de su amor hacia ellos para que fructifiquen unidos a El, pues los ama al modo sobrenatural, como el Padre le ama a El. Unidos a El y amados por El no necesitan, para dar "mucho fruto", más que "permanecer en El".

Y la prueba de esta permanencia son las obras: "mis preceptos". No todo el que diga "Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad del Padre" (Mt 7,21). Ha de ser copiado su ejemplo: "guardo los preceptos de mi Padre y permanezco en su amor".

Y les dice esto para que "yo me goce en vosotros". Porque cumplen el mensaje del Padre, que El trajo como el Enviado.

Y "vuestro gozo sea cumplido". Pues al saber ellos que están unidos a Cristo-Vid, que "permanecen" unidos a El y que guardan sus "mandatos", saben entonces la meta suprema de sus aspiraciones: son amados por el Padre.
(Manuel de Tuya, Biblia comentada, B.A.C., Madrid, 1964, pg. 1241-1245)


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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”

La ignorancia vuelve al alma tímida y débil; así como la instrucción en los dogmas celestiales la hace magnánima y la levanta muy alto. Es porque si no se la instruye en los dogmas, será miedosa, no por su naturaleza, sino por determinación de su voluntad. Cuando yo veo a un hombre valiente que ahora se atreve, ahora se acobarda, no puedo decir que se trata de un defecto natural, pues lo natural no cambia. Y cuando veo a algunos ahora miedosos y enseguida atrevidos, procedo de igual modo; es decir que todo lo atribuyo al libre albedrío.

Los discípulos eran sobremanera tímidos antes de que fueran instruidos en los dogmas como convenía, y antes de recibir el Espíritu Santo. En cambio, después fueron más audaces que los leones. Pedro, quien no había antes soportado las amenazas de una criada, después, crucificado cabeza abajo, azotado y expuesto a mil peligros, no callaba; sino que como si todo eso lo padeciera en sueños, así de libremente predicaba. Pero esto no fue antes de la crucifixión del Señor. Por esto Cristo dice: Levantaos, vamos de aquí. Yo pregunto ¿por qué lo dice? ¿Ignoraba acaso la hora en que Judas llegaría? ¿Temía acaso que Judas se presentara y aprehendiera a sus discípulos; y que antes de terminar El aquella instrucción, los esbirros se echaran encima? ¡Lejos tal cosa! ¡Eso no dice ni de lejos con su dignidad! Entonces, si no temía ¿por qué saca de ahí a los suyos, y una vez terminado su discurso los lleva al huerto sabido y conocido de Judas?

Pero aun en el caso de que Judas se presentara, podía El cegar los ojos de los esbirros, como lo hizo luego, no estando presente Judas. Entonces ¿por qué sale del cenáculo? Lo hace para dar un respiro a sus discípulos. Pues es verosímil que éstos, por hallarse en un sitio tan público, temblaran y temieran, tanto por el sitio como por ser ya de noche. La noche había avanzado, y ellos no podían atender al Maestro, teniendo constantemente el pensamiento y el ánimo ocupados en los que los habían de acometer, sobre todo habiendo ya Jesús declarado que los males estaban inminentes.

Les dijo: Todavía un poco y ya no estaré con vosotros; y luego: Viene el príncipe de este mundo. Habiendo oído esto, y habiéndose turbado como si enseguida hubieran de ser aprehendidos, los lleva Cristo a otro lugar, con el objeto de que, creyéndose ellos ya en sitio seguro, finalmente escucharan sin temor. Por lo cual les dice: Levantaos, vamos de aquí. Luego añadió: Yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos. ¿Qué quiere dar a entender con esta parábola? Que no puede tener vida quien no escucha sus palabras; y que los milagros que luego ellos harían provendrían del poder suyo.

Mi Padre es el viñador. ¿Cómo es eso? ¿Necesita el Hijo de auxilio? ¡Lejos tal cosa! La parábola no indica eso. Observa cuán exactamente va Cristo siguiéndola. No dice que la raíz goce de los cuidados del viñador, sino los sarmientos. La raíz aquí no se menciona; pero se asevera que los sarmientos nada podrán hacer sin el auxilio de su poder; y que por lo mismo deben permanecer unidos a El mediante la fe los discípulos, como los sarmientos a la vid. Todo sarmiento que en Mí no produce fruto lo cortará el Padre. Alude aquí al momento de vivir, y a que nadie puede sin buenas obras estar unido a Él.

Y a todo el que produce fruto lo limpia. Es decir, procura que lleve fruto abundante. Ciertamente, antes que los sarmientos es la raíz la que necesita cuidado. Se la debe cavar en torno y quitarle los impedimentos. Pero para nada trata aquí de la raíz, sino solamente de los sarmientos, con lo cual demuestra que se basta a Sí mismo; mientras que los discípulos necesitan de grandes cuidados, aun estando dotados de virtud. Por eso dice que al sarmiento que lleva fruto lo limpia. Al que no produce fruto alguno no lo mantiene en la vid ni puede El permanecer en él; y al que produce fruto lo torna más fructífero.

Podría decirse que esto se refiere a las fatigas y trabajos que luego iban a venir. Pues lo limpiará quiere decir que lo podará, con lo que producirá mayor fruto. Declárase con esto que la tentación los torna más fuertes. Y para que no preguntaran a quiénes se refería, ni tampoco dejarlos solícitos, les dice: Y vosotros estáis purificados por la fe en la doctrina que os he enseñado. ¿Adviertes cómo aquí se muestra viñador cuidadoso de los sarmientos? Dice, pues, que Él los ha purificado a pesar de que antes dijo que eso lo hizo el Padre; pero es que en esto no hay entre el Padre y el Hijo diferencia. Conviene que además vosotros pongáis en la purificación la parte que se debe.

Y para declararles que todo eso lo llevó a cabo sin la cooperación de ellos, dice: Así como el sarmiento no puede llevar fruto por sí mismo, así tampoco el que en Mí no permanece. Y con el objeto de que no quedaran separados de El por el te­mor, les conforta los ánimos y los une a Sí mismo y les concede la buena esperanza. Pues la raíz permanece; y el ser separado o arrancado de la vid es cosa no de ella sino de los mismos sarmientos. Y mezclando lo suave y lo amargo, y partiendo de ambas cosas, nos exige primeramente que nosotros hagamos lo que nos toca.

Quien permanece en Mí y Yo en él. ¿Adviertes cómo concurre a la purificación el Hijo no menos que el Padre? El Padre purifica y Cristo contiene en Sí. Y el permanecer unido a la raíz es causa de que el sarmiento produzca fruto. El sarmiento no podado, aunque produzca fruto, pero no da todo lo que debía; mas el que no permanece en la vid, ningún fruto produce. Ya se demostró antes que purificar es también obra del Hijo; y el permanecer unido a la raíz es cosa del Padre, que engendra esa raíz.

¿Notas cómo todo es común al Padre y al Hijo, así el purificar como el gozar el sarmiento del jugo de la raíz? Gran mal es no poder hacer nada; pero no para aquí el castigo, sino que va mucho más allá. Pues dice: Será echado fuera y ya no se le cultivará; y se secará. Es decir, que si algo tenía de la raíz, lo perderá: si alguna gracia y favor poseía, se le despojará y juntamente quedará sin auxilios y sin vida. Y ¿en qué acabará?: Será arrojado al fuego. No le sucede eso al que permanece en la vid. Declara luego qué sea el permanecer en la vid y dice: Si mi doctrina permanece en vosotros. ¿Ves cómo con toda razón dije anteriormente que El busca la demostración del amor mediante las obras?

Porque habiendo dicho: Yo haré cuanto vosotros pidáis, añadió: Si permaneciereis en mí y mi doctrina permaneciere en vosotros, pedid cuanto queráis y se os concederá. Dijo esto para indicar que quienes les ponían asechanzas irían al fuego, pero ellos fructificarían. Pasado ya el miedo que sentían por los enemigos, tras de haber demostrado a los discípulos que ellos eran inexpugnables, añadió Jesús: En esto es glorificado mi Padre, en que fructifiquéis abundantemente, como corresponde a discípulos míos. Por aquí hace creíble su discurso, pues si redunda en gloria del Padre el que ellos fructifiquen, El no descuidará su gloria propia. Y os haréis mis discípulos. ¿Adviertes cómo aquel que lleva fruto ése es su discípulo? ¿Qué significa: En esto es glorificado mi Padre? Quiere decir que el Padre se goza de ver que permanecéis en Mí y hacéis fruto.

Como me amó el Padre, así os amo Yo. Ahora habla Cristo en forma más humana; puesto que semejante expresión tiene su propia fuerza, tomada como dicha a hombres. Puesto que quien quiso morir, quien en tal forma colmó de honores a los siervos, a los enemigos y a los adversarios ¿cuán grande amor no demuestra al hacer eso? Como si les dijera: Pues Yo os amo, tened confianza. Si es gloria del Padre que fructifiquéis, no temáis mal alguno. Y nuevamente, para no hacer que desmayen de ánimo, mira cómo los une consigo: Permaneced en mi amor.

Más ¿cómo podremos hacerlo?: Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor, como Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Otra vez el discurso procede al modo humano, puesto que el Legislador no está sujeto a preceptos. ¿Ves cómo lo que yo constantemente digo aparece aquí de nuevo a causa de la rudeza de los oyentes? Pues muchas cosas las dice Jesús acomodándose a ellos, y por todos los medios les demuestra que están seguros y que sus enemigos perecerán; y que todo cuanto tienen lo tienen del Hijo; y que si viven sin pecado, nadie los vencerá.

Advierte cómo habla con ellos con plena autoridad, pues no les dice: Permaneced en el amor del Padre, sino: En mi amor. Y para que no dijeran: Nos has hecho enemigos de todos, y ahora nos abandonas y te vas, les declara que Él no se les aparta, sino que si quieren los tendrá unidos a Sí como el sarmiento lo está a la vid. Y para que no, por el contrario, por excesiva confianza, se tornen perezosos, les declara que semejante bien, si se dan a la desidia, no será permanente ni inmóvil. Y para no atribuirse todo a Sí mismo y con esto causarles una más grave caída, les dice: En esto es glorificado el Padre. En todas partes les demuestra su amor y el del Padre. De modo que no eran gloria del Padre las cosas de los judíos sino los dones que ellos iban a recibir. Y para que no dijeran: ya perdimos todo lo paterno y hemos quedado sin nada y abandonados, les dice: Miradme a Mí: Soy amado del Padre, y sin embargo tengo que padecer todo lo que ahora acontece. De modo que no os abandono porque no os ame. Si yo recibo la muerte, pero no la tomo como indicio de que el Padre no me ame, tampoco vosotros debéis turbaros. Si permanecéis en mi amor, estos males en nada podrán dañaros por lo que hace al amor.

Siendo, pues, el amor algo muy grande e invencible, y no consistiendo en solas palabras, manifestémoslo en las obras. Jesús nos reconcilió consigo, siendo nosotros sus enemigos. En consecuencia nosotros, hechos ya sus amigos, debemos permanecer siéndolo. El comenzó la obra, nosotros a lo menos vayamos tras El. Él no nos ama para propio provecho, pues de nada necesita; amémoslo nosotros a lo menos por propia utilidad. Él nos amó cuando éramos sus enemigos; nosotros amémoslo a El, que es nuestro amigo.

Más sucede que procedemos al contrario. Pues diariamente por culpa nuestra es blasfemado su nombre a causa de las rapiñas y de la avaricia. Quizá alguno de vosotros me diga: diariamente nos hablas de la avaricia. Ojalá pudiera yo hacerlo también todas las noches. Ojalá pudiera hacerlo siguiéndoos al foro y a la mesa. Ojalá pudieran las esposas, los amigos, los criados, los hijos, los siervos, los agricultores, los vecinos y aun el pavimento mismo y el piso lanzar continuamente semejantes voces, para así descansar nosotros un poco de nuestra obligación.

Porque esta enfermedad tiene invadido al orbe todo y se ha apoderado de todos los ánimos: ¡tiranía en verdad grande la de las riquezas! Cristo nos redimió y nosotros nos esclavizamos a las riquezas. A un Señor predicamos y a otro obedecemos. Y a éste en todo lo que nos ordena diligentemente procedemos: por éste nos olvidamos de nuestro linaje, de la amistad, de las leyes de la naturaleza y de todo. Nadie hay que mire al Cielo; nadie que piense en las cosas futuras. Llegará un tiempo en que ya no habrá utilidad en estas palabras, pues dice la Escritura: En el infierno ¿quién te confesará?1 Amable es el oro y nos proporciona grandes placeres y grandes honores. Sí, pero no tantos como el Cielo. Muchos aborrecen al rico y le huyen; mientras que al virtuoso lo respetan y ensalzan. Me objetarás que al pobre, aun cuando sea virtuoso, lo burlan, Sí, pero no son los que de verdad son hombres, sino los que están locos, y .por lo mismo se han de despreciar. Si rebuznaran en contra nuestra los asnos y nos gritaran los grajos; y por otra parte nos ensalzaran los sobrios y prudentes, todos en forma alguna rechazaríamos las alabanzas de éstos para volvernos hacia el ruido y clamor de los irracionales.

Quienes admiran las cosas presentes son como los grajos y aun peores que los asnos. Si un rey terreno te alaba, para nada te preocupas del vulgo, aun cuando todos te burlen; y alabándote el Rey del universo ¿todavía anhelas los aplausos y encomios de los escarabajos y de los cínifes? Porque no son otra cosa tales hombres si con Dios se les compara; y aun son más viles que esos animalejos. ¿Hasta cuándo nos revolcaremos en el cieno? ¿Hasta cuándo dejaremos de buscar como espectadores y encomiadores nuestros a los parásitos y dados a la gula? Tales hombres pueden encomiar a jugadores, a ebrios, a glotones; pero en cambio qué sea la virtud y qué el vicio no son capaces de imaginarlo ni en sueños.

Si alguno se burla de ti porque no sabes trazar los surcos en el barbecho, no lo llevarás a mal. Por el contrario, te burlarás tú de quien te reprenda por semejante impericia. Pero cuando quieres ejercitar la virtud ¿te atendrás al juicio y harás tus espectadores a quienes en absoluto la ignoran? Por esto nunca llegamos a lograr ese ejercicio y arte; porque ponemos nuestro interés no en manos de hombres peritos, sino de ignorantes. Ahora bien: tales hombres no lo examinan según las reglas del arte, sino según su ignorancia.

En consecuencia, os ruego, despreciemos el juicio del vulgo. O mejor aún, no ambicionemos las alabanzas ni los dineros ni los haberes. No tengamos la pobreza como un mal. La pobreza maestra de la prudencia, de la paciencia y de todas las virtudes. En pobreza vivió el pobre Lázaro y recibió la corona. Jacob no pedía a Dios sino su pan. José, puesto en extrema pobreza, no solamente era esclavo, sino además cautivo; pero precisamente por esto más lo encomiamos. No lo admiramos tanto cuando distribuye el grano, como cuando vive encarcelado; no lo ensalzamos más ceñido con la diadema, como ceñido con la cadena; no lo encumbramos más cuando se asienta en su solio que cuando es acometido de asechanzas y vendido.

Pensando todas estas cosas, y también las coronas que para estos certámenes están preparadas, no alabemos las riquezas, los honores, los placeres, el poder, sino la pobreza, las cadenas, las ataduras, la paciencia, todo lo que se emplea para adquirir la virtud. Al fin y al cabo, el término de aquellas cosas está repleto de tumultos y perturbaciones y todas se acaban con la vida. En cambio, el fruto de estas otras son el cielo y, los bienes celestiales, que ni el ojo vio, ni el oído oyó. Ojalá nos acontezca a todos alcanzarlos por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. —Amén.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan, Homilía LXXVI (LXXV), Tradición S.A. México 1981, Tomo 2, pp. 271-277)
[1] Sal 6, 1

 

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Benedicto XVI: La vid y los sarmiento

 Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridas hermanas y hermanos

Me da gran alegría y confianza ver el gran estadio olímpico que en gran número tantos de vosotros habéis llenado hoy. Saludo con afecto a todos: a los fieles de la Archidiócesis de Berlín y de las diócesis alemanas, así como a los numerosos peregrinos provenientes de los países vecinos. Hace quince años, vino un Papa por vez primera a Berlín, la capital federal. Todos – y también yo personalmente – tenemos un recuerdo muy vivo de la visita de mi venerado predecesor, el Beato Juan Pablo II, y de la Beatificación del Deán de la Catedral de Berlín Bernhard Lichtenberg, junto a Karl Leisner, celebrada precisamente aquí, en este mismo lugar.

Pensando en estos beatos y en toda la corte de santos y beatos, podemos comprender lo que significa vivir como sarmientos de la verdadera vid, que es Cristo, y dar fruto. El evangelio de hoy nos evoca la imagen de esa planta, que en Oriente crece lozana y es símbolo de fuerza y vida, y también una metáfora de la belleza y el dinamismo de la comunión de Jesús con sus discípulos y amigos, con nosotros.

En la parábola de la vid, Jesús no dice: “Vosotros sois la vid”, sino: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (Jn 15, 5). Y esto significa: “Así como los sarmientos están unidos a la vid, de igual modo vosotros me pertenecéis. Pero, perteneciendo a mí, pertenecéis también unos a otros”. Y este pertenecerse uno a otro y a Él, no entraña un tipo cualquiera de relación teórica, imaginaria, simbólica, sino –casi me atrevería a decir– un pertenecer a Jesucristo en sentido biológico, plenamente vital. La Iglesia es esa comunidad de vida con Jesucristo y de uno para con el otro, que está fundada en el Bautismo y se profundiza cada vez más en la Eucaristía. “Yo soy la verdadera vid”; pero esto significa en realidad: “Yo soy vosotros y vosotros sois yo”; una identificación inaudita del Señor con nosotros, con su Iglesia.

Cristo mismo en aquella ocasión preguntó a Saulo, el perseguidor de la Iglesia, cerca de Damasco: “¿Por qué me persigues?” (Hch 9, 4). De ese modo, el Señor señala el destino común que se deriva de la íntima comunión de vida de su Iglesia con Él, el Resucitado. En este mundo, Él continúa viviendo en su Iglesia. Él está con nosotros, y nosotros estamos con Él. “¿Por qué me persigues?”. En definitiva, es a Jesús a quien los perseguidores de la Iglesia quieren atacar. Y, al mismo tiempo, esto significa que no estamos solos cuando nos oprimen a causa de nuestra fe. Jesucristo está en nosotros y con nosotros.

En la parábola, el Señor Jesús dice una vez más: “Yo soy la vid verdadera, y el Padre es el labrador” (Jn 15, 1), y explica que el viñador toma la podadera, corta los sarmientos secos y poda aquellos que dan fruto para que den más fruto. Usando la imagen del profeta Ezequiel, como hemos escuchado en la primera lectura, Dios quiere arrancar de nuestro pecho el corazón muerto, de piedra, y darnos un corazón vivo, de carne (cf. Ez 36, 26). Quiere darnos vida nueva y llena de fuerza, un corazón de amor, de bondad y de paz. Cristo ha venido a llamar a los pecadores. Son ellos los que necesitan el médico, y no los sanos (cf. Lc 5, 31s). Y así, como dice el Concilio Vaticano II, la Iglesia es el “sacramento universal de salvación” (Lumen gentium 48) que existe para los pecadores, para nosotros, para abrirnos el camino de la conversión, de la curación y de la vida. Ésta es la constante y gran misión de la Iglesia, que le ha sido confiada por Cristo.

Algunos miran a la Iglesia, quedándose en su apariencia exterior. De este modo, la Iglesia aparece únicamente como una organización más en una sociedad democrática, a tenor de cuyas normas y leyes se juzga y se trata una figura tan difícil de comprender como es la “Iglesia”. Si a esto se añade también la experiencia dolorosa de que en la Iglesia hay peces buenos y malos, trigo y cizaña, y si la mirada se fija sólo en las cosas negativas, entonces ya no se revela el misterio grande y bello de la Iglesia.

Por tanto, ya no brota alegría alguna por el hecho de pertenecer a esta vid que es la “Iglesia”. La insatisfacción y el desencanto se difunden si no se realizan las propias ideas superficiales y erróneas acerca de la “Iglesia” y los “ideales sobre la Iglesia” que cada uno tiene. Entonces, cesa también el alegre canto: “Doy gracias al Señor, porque inmerecidamente me ha llamado a su Iglesia”, que generaciones de católicos han cantado con convicción.

Pero volvamos al Evangelio. El Señor prosigue: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí… porque sin mí -separados de mí, podría traducirse también- no podéis hacer nada” (Jn 15, 4. 5b).

Cada uno de nosotros ha de afrontar una decisión a este respecto. El Señor nos dice de nuevo en su parábola lo seria que ésta es: “Al que no permanece en mí lo tiran fuera como el sarmiento, y se seca; luego recogen los sarmientos desechados, los echan al fuego y allí se queman” (cf. Jn 15, 6). Sobre esto, comenta san Agustín: “El sarmiento ha de estar en uno de esos dos lugares: o en la vid o en el fuego; si no está en la vid estará en el fuego. Permaneced, pues, en la vid para libraros del fuego” (In Ioan. Ev. Tract., 81, 3 [PL 35, 1842]).

La opción que se plantea nos hace comprender de forma insistente el significado fundamental de nuestra decisión de vida. Al mismo tiempo, la imagen de la vid es un signo de esperanza y confianza. Encarnándose, Cristo mismo ha venido a este mundo para ser nuestro fundamento. En cualquier necesidad y aridez, Él es la fuente de agua viva, que nos nutre y fortalece. Él en persona carga sobre sí el pecado, el miedo y el sufrimiento y, en definitiva, nos purifica y transforma misteriosamente en sarmientos buenos que dan vino bueno. En esos momentos de necesidad nos sentimos a veces aplastados bajo una prensa, como los racimos de uvas que son exprimidos completamente. Pero sabemos que, unidos a Cristo, nos convertimos en vino de solera. Dios sabe transformar en amor incluso las cosas difíciles y agobiantes de nuestra vida. Lo importante es que “permanezcamos” en la vid, en Cristo. En este breve pasaje, el evangelista usa la palabra “permanecer” una docena de veces. Este “permanecer-en-Cristo” caracteriza todo el discurso. En nuestro tiempo de inquietudes e indiferencia, en el que tanta gente pierde el rumbo y el fundamento; en el que la fidelidad del amor en el matrimonio y en la amistad se ha vuelto tan frágil y efímera; en el que desearíamos gritar, en medio de nuestras necesidades, como los discípulos de Emaús: “Señor, quédate con nosotros, porque anochece (cf. Lc 24, 29), sí, las tinieblas nos rodean”; el Señor resucitado nos ofrece en este tiempo un refugio, un lugar de luz, de esperanza y confianza, de paz y seguridad. Donde la aridez y la muerte amenazan a los sarmientos, allí en Cristo hay futuro, vida y alegría, allí hay siempre perdón y nuevo comienzo, transformación entrando en su amor.

Permanecer en Cristo significa, como ya hemos visto, permanecer también en la Iglesia. Toda la comunidad de los creyentes está firmemente unida en Cristo, la vid. En Cristo, todos nosotros estamos unidos. En esta comunidad, Él nos sostiene y, al mismo tiempo, todos los miembros se sostienen recíprocamente. Juntos resistimos a las tempestades y ofrecemos protección unos a otros. Nosotros no creemos solos, creemos con toda la Iglesia de todo lugar y de todo tiempo, con la Iglesia que está en el cielo y en la tierra.

La Iglesia como mensajera de la Palabra de Dios y dispensadora de los sacramentos nos une a Cristo, la verdadera vid. La Iglesia, en cuanto “plenitud y el complemento del Redentor” – como la llamaba Pío XII – (Mystici corporis, AAS 35 [1943] p. 230: “plenitudo et complementum Redemptoris”) es para nosotros prenda de la vida divina y mediadora de los frutos de los que habla la parábola de la vid. Así, la Iglesia es el don más bello de Dios. Por eso san Agustín podía decir: “Cada uno posee el Espíritu Santo en la medida en que uno ama a la Iglesia” (In Ioan. Ev. Tract. 32, 8 [PL 35, 1646]). Con la Iglesia y en la Iglesia podemos anunciar a todos los hombres que Cristo es la fuente de la vida, que Él está presente, que Él es la gran realidad que buscamos y anhelamos. Él se entrega a sí mismo y así nos da a Dios, la felicidad, el amor. Quien cree en Cristo, tiene futuro. Porque Dios no quiere lo que es árido, muerto, artificial, lo que al final es desechado, sino que quiere lo que es fecundo y vivo, la vida en abundancia, y Él nos da la vida en abundancia.

Queridos hermanos y hermanas, deseo que todos vosotros y todos nosotros descubramos cada vez más profundamente la alegría de estar unidos a Cristo en la Iglesia –con todos sus afanes y sus oscuridades–, que encontréis en vuestras necesidades consuelo y redención y que todos lleguemos a ser el vino delicioso de la alegría y del amor de Cristo para este mundo. Amén.


( HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI_ estadio Olímpico de Berlín Jueves 22 de septiembre de 2011)

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Aplicación: Mons. Fulton Sheen La despedida del Divino Amante

Las palabras del Maestro corrían ahora más libremente desde que se había suprimido la presencia embarazosa del traidor. Además, la partida de Judas hacia su misión traicionera hacia que la cruz estuviera a una distancia más concreta y mensurable de nuestro Señor. Este habló a sus apóstoles como si ya sintiera en su carne el contacto del ignominioso madero. Si su muerte había de ser glorificadora, debíase a que con ella había de realizarse algo que no habían hecho sus palabras, sus milagros, ni su curación de enfermos. Durante toda su vida había estado tratando de comunicar su amor a la humanidad, pero mientras su cuerpo, a modo del vaso de alabastro de María, no se rompiera, no era posible que el aroma de su amor se difundiera por todo el universo. Dijo también que, en la cruz, su Padre seria glorificado. Esto fue porque el Padre no perdonó a su Hijo, sino que lo ofreció para salvar a los hombres. Dio un sentido nuevo a su muerte: que de su cruz irradiarían la clemencia y el perdón de Dios.

Ahora se dirigía a sus apóstoles como un padre moribundo a sus hijos y como un Señor moribundo a sus siervos.

“Hijitos, todavía un poco estoy con vosotros” (Jn 13, 33)

Aquí estaba hablando en términos de la más profunda intimidad a los que se hallaban a su alrededor, respondiendo una tras otra a las pueriles preguntas de ellos. Puesto que eran como niños en cuanto al grado en que les era dado entender el misterio de su sacrificio, Jesús empleó el sencillo símil de un camino por el que de momento ellos no podían ir:

“A donde yo voy, vosotros no podéis venir” (Jn 13, 33)

Cuando vieran las nubes de gloria que ocultaban al Señor en su ascensión a los cielos comprenderían por qué no podían ir con El de momento. Más adelante le seguirían, pero primero necesitaban pasar por la escala del Calvario y de Pentecostés. Lo poco que los apóstoles entendían la vida de Jesús se echa de ver en la pregunta que hizo Pedro:

“Señor, ¿adónde vas?” (Jn 13, 36)

Incluso en su curiosidad se revelaba el hermoso carácter de Pedro, ya que no podía soportar la idea de tener que separarse de su Maestro. Nuestro Señor le respondió:

“A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero me seguirás más tarde” (Jn 13, 36)

Pedro no era apto aún para darse cuenta de una manera más profunda de lo que había de ser la resurrección. La hora del Salvador había llegado, pero la de Pedro todavía no. De la misma manera que en el monte de la transfiguración quería Pedro la gloria sin la muerte, así ahora habría querido la compañía del divino Maestro sin tener que pasar por la cruz. Pedro consideró que el Señor, al responderle que le seguiría más tarde, estaba aludiendo a su valor y fidelidad, por lo cual hizo otra pregunta y declaróse capaz de todo por su Maestro:

“Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daría mi vida por ti” (Jn 13, 37)

El vehemente deseo de Pedro en aquel instante era seguir a Jesús; pero, cuando se ofreciera la ocasión para ello, no quería hallarse en el Calvario. Escudriñando en el corazón de Pedro, nuestro Señor le predijo lo que ocurriría al ofrecérsele una ocasión para ir en pos de Él:

“¿Darías tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo que no cantará el gallo sin que me hayas negado tres veces” (Jn 13, 38)

La mente omnipotente de nuestro Señor describió así la apostasía de uno a quien El mismo había designado como 'la Roca'. Pero, después de la venida de su Espíritu, Pedro le seguiría. La significación de esto se nos ha conservado en una hermosa leyenda que nos presenta a Pedro huyendo de la persecución de Nerón en Roma. Pedro encontró al Señor en la vía Apia, y le dijo: '¿Adónde vas, Señor?' Nuestro Señor le contestó: 'Voy a Roma a ser crucificado de nuevo'. Pedro regresó a Roma y fue crucificado en el lugar donde actualmente se encuentra la basílica de San Pedro. El sagrado corazón miraba ahora más allá de aquella hora tenebrosa, hacia los días en que El y sus apóstoles y sus sucesores serian una sola cosa con El en Espíritu. Si algún momento había más apropiado para apartar la mente del futuro, era precisamente aquel momento aciago. Pero, comoquiera que ya había hablado Jesús de la unidad de Él y sus apóstoles por medio de la eucaristía, ahora volvería a tocar el mismo tema bajo la figura de la vid y los sarmientos. La unidad de que les hablaba no era como la que existía en aquel momento, puesto que dentro de una hora ellos le abandonarían y huirían. Más bien se trataba de la unidad que quedaría consumada por medio de su glorificación. La figura de la viña que Jesús empleó era muy familiar en el Antiguo Testamento. Israel se comparaba a una vid, aquella que había sido tomada de Egipto. Isaías decía que Dios había plantado aquella vid escogida. Jeremías y Oseas se lamentaban de que no produjeran fruto. De la misma manera que nuestro Señor, en comparación con el maná que fue dado a Moisés, se llamaba a Si mismo el 'verdadero Pan'; como en comparación con las brillantes luces de la fiesta de los tabernáculos, se designó a si mismo como la 'verdadera Luz'; como, en comparación al templo construido por manos de hombre, se llamó a sí mismo el 'Templo de Dios', así ahora, comparándose a la vid de Israel, dijo:

“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador” (Jn 15,1)

La unidad entre El y sus seguidores del nuevo Israel seria semejante a la unidad que existe entre la vid y los sarmientos; la misma savia o gracia que corría por El correría a través de ellos.

“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: el que mora en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn 15,5)

Separado de Él, una persona no es mejor que un sarmiento separado de la vid, seco y muerto. El sarmiento ostenta los racimos, es cierto, pero no los produce; sólo El puede producirlos. Cuando estaba encaminándose a la muerte les dijo que viviría, y que ellos vivirían con El. Veía más allá de la cruz, y afirmaba que la vitalidad y la energía de ellos procedería de Él, y que su relación sería orgánica, no mecánica. Estaba viendo a los que profesaban estar unidos externamente a El, pero que, sin embargo, estarían separados de El interiormente. Vio a otros que precisarían de que el Padre los purificara por medio de una cruz y a esto aludía al hablar de una poda que había de realizarse:

“Todo sarmiento en mi que no lleva fruto, lo quita mas todo aquel que lleva fruto, lo poda, para que lleve más fruto” (Jn 15,2)

El ideal de la nueva comunidad es la santidad, y el que tiene en sus manos la podadera es el Padre celestial. El objeto de la poda no es castigar, sino castigar y perfeccionar juntamente, salvo en el caso de aquellos que son inútiles sarmientos; éstos quedan cortados, excomulgados de la vid. Cuando nuestro Señor llamó por primera vez a los apóstoles, hizo presente a todos ellos que debían sufrir por causa de El. Al ir hacia la cruz, les dio a comprender de una manera nueva aquel primer mensaje de que habían de tomar todos los días la cruz e ir en pos de Él. La unidad con El no la alcanzarían simplemente por medio del conocimiento que tuvieran de sus enseñanzas, sino principalmente cultivando dentro de ellos el elemento divino, por medio de la poda de todo lo que fuera indigno de Dios:

“Si alguno no permaneciere en mi será echado fuera como un sarmiento, y se secará; y a los tales los recogerán, y los echarán en el fuego, y serán quemados” (Jn 15,6)

Uno de los efectos que produciría la autodisciplina encaminada a lograr esta unión entre ellos y El, sería el gozo. La abnegación no produce tristeza, sino, al contrario, felicidad.

“Estas cosas os he dicho, para que quede mi gozo en vosotros, y vuestro gozo sea completo” (Jn 15, 11)

Hablaba de gozo cuando faltaban pocas horas para que recibiera el beso de Judas; pero el gozo a que estaba refiriéndose no se hallaba en la perspectiva del sufrimiento que le aguardaba, sino más bien se trataba del gozo de someterse completamente en amor a su Padre por el bien de la humanidad. De la misma manera que hay una especie de gozo en dar la vida por la humanidad. El gozo de la abnegación era el que El les prometió que experimentarían si guardaban los mandamientos que El les daba como mandamientos recibidos de su Padre celestial. Aquellos pobres apóstoles, que estaban viendo cómo se desvanecía la ilusión que se habían forjado de un reino puramente terreno, no eran capaces de comprender el verdadero sentido de las palabras de Jesús al hablarles de aquel gozo espiritual; lo comprenderían más adelante, cuando el Espíritu viniera sobre ellos. Inmediatamente después de Pentecostés, hallándose delante del mismo sanedrín que había condenado a muerte a Cristo, los corazones de ellos se sentirían tan dichosos debido a que, al igual que sarmientos, habían sido podados para hacer de ellos una sola cosa con la Vid:

“En cuanto a ellos, se fueron del sanedrín, gozosos de haber sido considerados dignos de padecer ultrajes a causa del nombre” - (Hechos 5,1)

Además del gozo, otro efecto de la unión con El sería el amor.

“Éste es, pues, mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos” -(Jn 15,12-13)

El amor es la relación normal de los sarmientos unos para con otros, porque todos tienen un asiento en la vid. El amor de Jesús seria un amor sin límites. Una vez, Pedro puso un límite al amor al preguntar cuántas veces había de perdonar. ¿Siete veces, acaso? Nuestro Señor le respondió que era preciso perdonar setenta veces siete, lo cual significaba un número ilimitado de veces y negaba todo cálculo matemático. El amor de Jesús carecía de límites, pues El había venido a este mundo para dar su vida.

Nuevamente hablaba ahora del propósito de su venida, o sea de la redención. El carácter voluntario de ella quedó subrayado al decir que El daba espontáneamente su vida, sin que nadie se la quitara. Su amor sería como el sol: aquellos que estuvieran más cerca, experimentarían su calor y se sentirían dichosos; aquellos que estuvieran lejos, todavía tendrían ocasión de conocer su cruz.

Sólo mediante la muerte para bien de los otros era como podía demostrar su amor. Su muerte no era como la de una persona que se sacrifica por otra, como un soldado que muere por su patria, puesto que para el hombre que se salva también llegará un momento en que habrá de morir. Por grande que fuera su sacrificio, no sería más que un pago prematuro de una deuda que un día u otro tenía que pagar. Pero, en el caso de nuestro Señor, El no tenía necesidad de morir nunca. Nadie podía arrebatarle la vida. Aunque llamaba 'amigos' a aquellos por los cuales iba a morir, la amistad estaba toda entera de su parte y no de la nuestra, ya que nosotros, por ser pecadores, éramos enemigos de El. Más adelante Juan expresó esto de una manera acertada al decir que Cristo murió por nosotros a pesar de que éramos pecadores.

Los pecadores pueden manifestar un amor reciproco al tomar sobre si el castigo merecido por otro. Pero nuestro Señor no sólo estaba tomando sobre si el castigo, sino también la culpa, como si fuera suya. Además, esta muerte que pronto iba a sufrir era completamente distinta de la muerte de los que padecieron el martirio por causa suya, ya que éstos tuvieron el ejemplo de su muerte y la esperanza de la gloria que les estaba prometida. Pero morir en una cruz sin una mirada compasiva, rodeado por una muchedumbre que le escarnecía, y morir sin tener obligación de morir... esto si que era el colmo del amor. Los apóstoles no podían por el momento comprender este abismo de amor, pero lo comprenderían más tarde. Pedro, que en aquellos instantes nada entendía acerca de tal amor que se sacrifica por los demás, más adelante, al ver a sus ovejas dirigirse a la muerte durante la persecución romana, les diría:

Porque es una gracia soportar agravios por conciencia para con Dios, padeciendo injustamente. Pues, ¿qué gloria es soportar los golpes si habéis cometido una falta? Pero si cuando hacéis bien, y padecéis por ello, lo sufríos con paciencia, esto es una gracia de Dios.

“Porque a esto mismo fuisteis llamados; pues que Cristo también sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo, para que sigáis sus pisadas"(1Pedro 2, 19-21)

También Juan parafrasearía lo que oyó aquella noche mientras se recostaba sobre el pecho de Cristo:
“En esto conocemos el amor, porque El puso su vida por nosotros; y nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos" (1Jn 3, 16)
(MONS. FULTON SHEEN, Vida de Cristo, Editorial Herder)



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Aplicación: Raniero Cantalamessa - Estamos destinados a reproducir la imagen de Jesucristo

Vivir es elegir, y elegir es renunciar. La persona que en la vida quiere hacer demasiadas cosas, o cultiva una infinidad de intereses y de aficiones, se dispersa; no sobresaldrá en nada. Hay que tener el valor de hacer elecciones, de dejar aparte algunos intereses secundarios para concentrarse en otros primarios. ¡Podar!

«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo poda, para que dé más fruto». En su enseñanza Jesús parte con frecuencia de cosas familiares para cuantos le escuchan, cosas que estaban ante los ojos de todos. Esta vez nos habla con la imagen de la vid y los sarmientos.

Jesús expone dos casos. El primero, negativo: el sarmiento está seco, no da fruto, así que es cortado y desechado; el segundo, positivo: el sarmiento está aún vivo y sano, por lo que es podado. Ya este contraste nos dice que la poda no es un acto hostil hacia el sarmiento. El viñador espera todavía mucho de él, sabe que puede dar frutos, tiene confianza en él. Lo mismo ocurre en el plano espiritual. Cuando Dios interviene en nuestra vida con la cruz, no quiere decir que esté irritado con nosotros. Justamente lo contrario.

Pero ¿por qué el viñador poda el sarmiento y hace «llorar», como se suele decir, a la vid? Por un motivo muy sencillo: si no es podada, la fuerza de la vid se desperdicia, dará tal vez más racimos de lo debido, con la consecuencia de que no todos maduren y de que descienda la graduación del vino. Si permanece mucho tiempo sin ser podada, la vid hasta se asilvestra y produce sólo pámpanos y uva silvestre.

Lo mismo ocurre en nuestra vida. Vivir es elegir, y elegir es renunciar. La persona que en la vida quiere hacer demasiadas cosas, o cultiva una infinidad de intereses y de aficiones, se dispersa; no sobresaldrá en nada. Hay que tener el valor de hacer elecciones, de dejar aparte algunos intereses secundarios para concentrarse en otros primarios. ¡Podar!

Esto es aún más verdadero en la vida espiritual. La santidad se parece a la escultura. Leonardo da Vinci definió la escultura como «el arte de quitar». Las otras artes consisten en poner algo: color en el lienzo en la pintura, piedra sobre piedra en la arquitectura, nota tras nota en la música. Sólo la escultura consiste en quitar: quitar los pedazos de mármol que están de más para que surja la figura que se tiene en la mente. También la perfección cristiana se obtiene así, quitando, haciendo caer los pedazos inútiles, esto es, los deseos, ambiciones, proyectos y tendencias carnales que nos dispersan por todas partes y no nos dejan acabar nada.

Un día, Miguel Ángel, paseando por un jardín de Florencia, vio, en una esquina, un bloque de mármol que asomaba desde debajo de la tierra, medio cubierto de hierba y barro. Se paró en seco, como si hubiera visto a alguien, y dirigiéndose a los amigos que estaban con él exclamó: «En ese bloque de mármol está encerrado un ángel; debo sacarlo fuera». Y armado de cincel empezó a trabajar aquel bloque hasta que surgió la figura de un bello ángel.

También Dios nos mira y nos ve así: como bloques de piedra aún informes, y dice para sí: «Ahí dentro está escondida una criatura nueva y bella que espera salir a la luz; más aún, está escondida la imagen de mi propio Hijo Jesucristo [nosotros estamos destinados a «reproducir la imagen de su Hijo» (Rm 8, 29. Ndt)]; ¡quiero sacarla fuera!». ¿Entonces qué hace? Toma el cincel, que es la cruz, y comienza a trabajarnos; toma las tijeras de podar y empieza a hacerlo. ¡No debemos pensar en quién sabe qué cruces terribles! Normalmente Él no añade nada a lo que la vida, por sí sola, presenta de sufrimiento, fatiga, tribulaciones; sólo hace que todas estas cosas sirvan para nuestra purificación. Nos ayuda a no desperdiciarlas.


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Aplicación: Concilio Vaticano II - Las figuras con las que Cristo revela el Reino
6. Como en el Antiguo Testamento la revelación del Reino se propone muchas veces bajo figuras, así ahora la íntima naturaleza de la Iglesia se nos manifiesta también bajo diversos símbolos tomados de la vida pastoril, de la agricultura, de la construcción, de la familia y de los esponsales que ya se vislumbran en los libros de los profetas.

La Iglesia es, pues, un "redil", cuya única y obligada puerta es Cristo (Jn., 10,1-10). Es también una grey, cuyo Pastor será el mismo Dios, según las profecías (cf. Is., 40,11; Ez., 34,11ss), y cuyas ovejas aunque aparezcan conducidas por pastores humanos, son guiadas y nutridas constantemente por el mismo Cristo, buen Pastor, y jefe rabadán de pastores (cf. Jn., 10,11; 1 Pe., 5,4), que dio su vida por las ovejas (cf. Jn., 10,11-16).

La Iglesia es "agricultura" o labranza de Dios (1 Cor., 3,9). En este campo crece el vetusto olivo, cuya santa raíz fueron los patriarcas en la cual se efectuó y concluirá la reconciliación de los judíos y de los gentiles (Rom., 11,13-26). El celestial Agricultor la plantó como viña elegida (Mt., 21,33-43; cf. Is., 5,1ss).

La verdadera vid es Cristo, que comunica la savia y la fecundidad a los sarmientos, es decir, a nosotros, que estamos vinculados a El por medio de la Iglesia y sin El nada podemos hacer (Jn., 15,1-5).

Muchas veces también la Iglesia se llama "edificación" de Dios (1 Cor., 3,9). El mismo Señor se comparó a la piedra rechazada por los constructores, pero que fue puesta como piedra angular (Mt., 21,42; cf. Act., 4,11; 1 Pe., 2,7; Sal., 177,22).

Sobre aquel fundamento levantan los apóstoles la Iglesia (cf. 1 Cor., 3,11) y de él recibe firmeza y cohesión. A esta edificación se le dan diversos nombres: casa de Dios (1 Tim., 3,15), en que habita su "familia", habitación de Dios en el Espíritu (Ef., 2,19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap., 21,3) y, sobre todo, "templo" santo, que los Santos Padres celebran representado en los santuarios de piedra,y en la liturgia se compara justamente a la ciudad santa, la nueva Jerusalén.

Porque en ella somos ordenados en la tierra como piedras vivas (1 Pe., 2,5). San Juan, en la renovación del mundo contempla esta ciudad bajando del cielo, del lado de Dios ataviada como una esposa que se engalana para su esposo (Ap., 21,1ss).

La Iglesia, que es llamada también "la Jerusalén de arriba" y madre nuestra (Gal., 4,26; cf. Ap., 12,17), se representa como la inmaculada "esposa" del Cordero inmaculado (Ap., 19,1; 21,2.9; 22,17), a la que Cristo "amó y se entregó por ella, para santificarla" (Ef., 5,26), la unió consigo con alianza indisoluble y sin cesar la "alimenta y abriga" (cf. Ef., 5,24), a la que, por fin, enriqueció para siempre con tesoros celestiales, para que podamos comprender la caridad de Dios y de Cristo para con nosotros que supera toda ciencia (cf. Ef., 3,19).

Pero mientras la Iglesia peregrina en esta tierra lejos del Señor (cf. 2 Cor., 5,6), se considera como desterrada, de forma que busca y piensa las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios, donde la vida de la Iglesia está escondida con Cristo en Dios hasta que se manifieste gloriosa con su Esposo (cf. Col., 3,1-4).
(CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, n. 6)

 

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Aplicación: Dom J. B. Chautard - DIOS QUIERE QUE JESUS SEA LA VIDA DE LAS OBRAS DE CELO

La ciencia, y no sin justo título, se muestra orgullosa de sus notorios adelantos. Con todo, una cosa le ha sido hasta hoy y será siempre imposible, a saber: el crear la vida, hacer salir del laboratorio de un químico ni un grano de trigo, ni un triste gusano. Los ruidosos descalabros de los defensores de la generación espontánea nos han enseñado la verdad acerca de semejantes pretensiones. Es que Dios guarda para sí el poder de crear la vida.

En el orden vegetal y animal, los seres vivientes pueden crecer y multiplicarse; y aún así su fecundidad no se realiza sino con entera sumisión a las condiciones establecidas por el Creador. Mas, tratándose de la vida intelectual, Dios se la reserva y El es quien crea directamente el alma racional. Con todo existe un dominio, del cual se muestra aún más celoso, y es el de la vida sobrenatural, por ser una emanación de la vida divina, comunicada a la Humanidad del Verbo encarnado.

La Encarnación y la Redención constituyen a Jesús Fuente y Fuente única de esta vida divina, a cuya participación son llamados los hombres. Per Ipsum et cum Ipso et in ipso. La acción esencial de la Iglesia consiste en esparcirla por medio de los sacramentos, la oración, la predicación, y todas las otras obras con ellos relacionadas.

Dios no hace nada sino por su Hijo: Omnia per ipsum facta sum et sine Ipso facturo est nihil. Esto es verdad innegable en el orden natural, pero lo es mucho más en el sobrenatural, en el que se trata de comunicar su vida íntima y de hacer participantes a los hombres de su propia naturaleza, convirtiéndolos en hijos de Dios.

Veni ut vitam habeant. In ipso vita eral. Ego sum vita. ¡Cuánta precisión hay en estas palabras! ¡Cuánta luz en la parábola de la vid y de los sarmientos, en la que expone el Divino Maestro esta verdad! Cuánto insiste para poder grabar en el espíritu de sus Apóstoles el principio fundamental de que El solo, Jesús, es la vida y la consecuencia que de ello se sigue, a saber, que para participar de esa vida y comunicarla a los demás deben estar injertados en el Hombre-Dios.

Los hombres que han sido llamados al honor de colaborar con el Salvador para transmitir a las almas esta vida divina, deben considerarse como modestos canales que toman sus aguas en esta única fuente.

El hombre apostólico que descuide estos principios y creyera poder producir el menor vestigio de la vida sobrenatural sin tomarlo totalmente de Jesús, daría lugar a pensar que su ignorancia teológica corre pareja con su necia suficiencia.

Y si reconociendo teóricamente que el Redentor es la causa primordial de toda vida divina, llegase el apóstol a olvidarse prácticamente de esta verdad y cegado por una loca presunción injuriosa a Jesucristo, no se apoyase sino en sus propias fuerzas, este desorden, si bien menor que el precedente, no dejaría de ser igualmente insoportable a los ojos divinos.

Rechazar la verdad o hacer abstracción de ella en la práctica, constituye siempre un desorden intelectual, teórico o práctico. Es la negación de un principio que debe informar nuestra conducta. El desorden llegaría a ser mayor aún si la verdad, tras de no iluminar, encontrara al corazón del hombre apostólico en oposición, por el pecado o la tibieza voluntaria, con el Dios de todo esplendor.

Ahora bien: conducirse prácticamente en el trabajo de las obras apostólicas como si Jesús no fuera el único principio de la vida, es calificado por el cardenal Mermillod de "Herejía de la Caridad". Con esta expresión estigmatiza la aberración del apóstol que, olvidando su papel secundario y subordinado, no espérase sito de su actividad personal y de sus talentos el buen suceso de su apostolado. Y acaso, ¿no viene a ser esto en la práctica la negación de una gran parte del tratado de la Gracia? Esta consecuencia parece a primera vista exagerada; mas a poco que se reflexione sobre ello, se verá que es muy verdadera.

¡Herejía de la Caridad! No es acaso raro el que una actividad febril tome el lugar de la acción divina, el que la gracia sea desatendida y el orgullo del hombre preterida destronar a Jesús, y el que la vida sobrenatural, el poder de la oración y la economía de la Redención sean relegados, al menos en la práctica, a la categoría dé abstracciones; es un caso este, digo, bastante frecuente, según se desprende del estudio de las almas en este siglo de naturalismo, en el que el hombre juzga según las apariencias y trabaja como si el resultado de una obra de celo dependiera principalmente de su ingeniosa organización.

A la simple luz de la sana filosofía, prescindiendo de la Revelación, no puede menos de inspirar compasión la vista de un hombre de singulares dotes, que rehusara reconocer a Dios como al principio de los prodigiosos talentos que todos notan en él.

¡Cuán sensible sería para un católico instruido en su religión, el espectáculo de un apóstol que abrigara, al menos implícitamente, la pretensión de hacer caso omiso de Dios en su trabajo de comunicar a las almas aunque no fuera más que el mínimo grado de la vida divina!

¡Ah, insensato! diríamos nosotros al oír expresarse a un obrero evangélico en un lenguaje parecido al siguiente: "¡Oh, Dios mío! no queráis poner obstáculo alguno a mi empresa, no tratéis de detener su marcha, y yo me encargaré de conducirla a buen término".

Nuestro sentimiento sería un fiel reflejo del horror que provoca en Dios la vista de tal desorden, la vista de un presuntuoso que tuviera tanto orgullo que quisiera dar la vida sobrenatural, producir la Fe, hacer cesar el pecado, llevar a la virtud y engendrar almas al fervor, por solas sus fuerzas y sin atribuir dichos efectos a la acción directa, constante, universal y exuberante de la sangre divina, precio, razón de ser y medio de toda gracia y de toda vida espiritual.

Es un deber de Dios para con la Humanidad de su Hijo el confundir a esos falsos cristos, paralizando sus obras de orgullo, o no permitiendo que produzcan otra cosa que un efímero espejismo.

Exceptuando todo lo que obra sobre las almas ex opere operato, es un deber de Dios para con el Redentor privar al apóstol presuntuoso de las mejores de sus bendiciones y prodigarlas a las ramas y sarmientos que humildemente reconocen no recibir su savia sino de la cepa divina.

De otro modo, si El llegara a bendecir con resultados sólidos y durables una actividad emponzoñada por el virus que hemos llamado "Herejía de la Caridad", parecería que Dios fomentaba este desorden y propagaba su contagio.

LA VIDA INTERIOR ES PARA LAS OBRAS DE CELO LA CONDICIÓN DE SU FECUNDIDAD

Prescindiendo de la razón de fecundidad que llaman los teólogos "Ex opere operato" y fijándonos solamente en la que resulte "ex opere operantis" afirmamos que si el apóstol llega a realizar el Qui manet in me et Ego in eo, la fecundidad de sus obras según Dios, queda asegurada: Hic fert fructum multum. Es la consecuencia inmediata de este texto. Teniendo presente esta Autoridad, inútil será ir en busca de razones para probar la tesis. Nos limitaremos, por lo tanto, a confirmarla con algunos hechos.

Por espacio de más de treinta años hemos podido observar desde lejos la marcha de dos casas de niñas huérfanas, dirigidas por Congregaciones distintas. Cada una de ellas tuvo un período de decadencia manifiesta, y ¿por qué no decirlo? de diez y seis de estas niñas acogidas en las mismas condiciones y que, después de hacerse mayores, salieron de sus respectivos establecimientos, tres que pertenecieron a la primera casa y dos que se educaron en la segunda, pasaron en el término de ocho a quince meses de la comunión frecuente al estado más degradante que puede haber en el mundo. De las otras once, una sola fue la que se mantuvo en calidad de fervorosa cristiana; y sin embargo, todas ellas fueron bien colocadas a la salida del colegio.

En una de esas casas fue cambiada sólo la superiora hace cuestión de once años. Seis meses después se notaba ya una transformación radical en el espíritu de sus moradores.

La misma transformación fue observada tres años después en el otro colegio, porque quedándose la misma religiosa y superiora, fue cambiado el capellán.

Y a partir de esa época, ni una sola de esas jóvenes, trasladadas al mundo, ha sido arrojada por Satanás en el lodo de la inmundicia. Todas sin excepción, han resultado excelentes cristianas.

No es muy difícil hallar la explicación de esta mejoría. Al frente de la casa y en el confesonario no había una dirección interior seriamente sobrenatural, y esto era bastante, si no para paralizar, al menos para atenuar la acción de la gracia. La antigua superiora en una casa y el capellán en la otra, aunque sinceramente piadosos, no contaban con una vida interior bien arraigada y, por tanto, no ejercían ninguna acción sólida y duradera. Piedad sentimental y de entusiasmo, de poca consistencia, formada exclusivamente con ciertas buenas prácticas; piedad que no suministra más que creencias vagas, un amor sin fervor y unas virtudes poco arraigadas. Piedad floja, aparente, poco sólida y rutinaria. Piedad que solo sabe formar unas buenas personas, incapaces de causar disgustos con su mal proceder, serviciales y respetuosas, pero sin fuerza ni energía de carácter y fáciles en dejarse seducir por la sensibilidad y la imaginación. Piedad incapaz de suministrar un gran horizonte de vida cristiana y de formar mujeres fuertes y bien dispuestas para el combate, y a lo sumo, capaz para retener tranquilas en sus jaulas a desgraciadas niñas, faltas de verdadero espíritu y deseosas de ver llegar el día en que se verán libres de prisión. He aquí todo lo que pudieron hacer en orden a la vida cristiana esos obreros evangélicos que apenas conocían lo que es la vida interior. En esas dos comunidades se cambian, una superiora y un capellán, y al instante todo cambia de aspecto. ¡Cómo se adquiere un conocimiento más exacto de la oración y los sacramentos resultan ahora más fructuosos! ¡Cuán diferente es la actitud que se guarda en la capilla, y hasta en el trabajo y en la recreación! Cambios radicales demostrados por el análisis y traducidos al exterior por una alegría serena y apacible, por el fervor, por la adquisición de las virtudes y hasta por un deseo intenso de la vocación religiosa en alguna de ellas. ¿A qué se debe atribuir semejante transformación? ¿Es que la nueva superiora y el nuevo capellán eran afinas interiores?

Sin duda ninguna, en muchos pensionados, externados, hospitales, patronatos y aun en las parroquias, comunidades y seminarios, el atento observador habrá podido notar cómo iguales causas producen idénticos efectos.

Escuchemos a san Juan de la Cruz: "Los hombres, devorados por la actividad, dice, y que se figuran poder transformar el mundo con sus predicaciones y otras obras exteriores, que reflexionen aquí un momento. Comprenderán sin dificultad que serían mucho más útiles a la Iglesia y más agradables al Señor, prescindiendo del buen ejemplo que con ello darían, si consagrasen más tiempo a la oración y a los ejercicios de la vida interior".

Si la Iglesia, nos decía un eminente estadista, aunque incrédulo, acertara a grabar más profundamente en los corazones humanos el testamento de su Fundador contenido en estas palabras: "Amaos los unos a los otros, ella vendría a ser la gran fuerza indispensable a las naciones". ¿No podría hacerse la misma reflexión sobre otras muchas virtudes?
(Dom J. B. Chautard, El alma de todo apostolado, Ed. Palabra, Madrid, 1985, pg, 20-24; 129-132; 189)

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Ejemplos Predicables
“Yo soy la vid verdadera” (Jn 15,1)
¿Queréis conocer los efectos del pecado mortal, mis hermanos?
Mirad una vid: La savia sube vivificante por el surco abierto de sus sarmientos; la vid florece, fructifica y vive. Pero si interrumpimos la subida de la savia, la vid se seca y los racimos marchitos cuelgan incoloros al sol. Vemos que por el alma en gracia corre la savia que la hace producir frutos de vida eterna. En cambio el pecado agota la savia, y el alma no produce sino frutos de muerte y de condenación.
¡Huid del pecado que es la muerte y defended la gracia que es la vida!
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 305)

Imagen de la unidad
Un aldeano tenía una numerosa familia. Pero sus hijos no vivían en buena armonía, y por causa de sus incesantes querellas, sus negocios peligraban, pues unos malvados intentaban aprovecharse de esta discordia. Un día, el padre convocó a todos sus hijos, puso delante de ellos una un haz de varas y les dijo: Intentad romperlo.
Todos probaron pero en vano. El haz resistió.
Nada más fácil, sin embargo- contestó- Vais a verlo.
Separó entonces las varas y las rompió una por una.
Queridos hijos- añadió-, ya veis el efecto de la concordia. Mientras estéis unidos, los malos no prevalecerán contra vosotros. Pero si vivís reñidos, sucederá con vosotros lo que con estas varas.

Fundación de instituto de diaconisas
Un pastor protestante de Suiza quiso fundar un instituto de diaconisas. Acudió a un conocido suyo, sacerdote católico. Y le pidió las reglas de las Hermanas de la Caridad. El sacerdote, se las envió con esta observación:
"Puedo mandarle la Regla, pero no su espíritu."
Ocurre lo mismo con algunos cristianos, que quizás tienen algún libro que trata del Señor, pero… ¿Y el espíritu? Solo darán verdadero fruto los que estén unidos a la Vid.
(Mauricio Rufino, Vademécum de ejemplos predicables, Editorial Herder, Barcelona, 1962, pp.52-254)

Miguel Ángel ve lo que hay dentro por eso Dios nos "poda".
Un día, Miguel Ángel, paseando por un jardín de Florencia, vio, en una esquina, un bloque de mármol que asomaba desde debajo de la tierra, medio cubierto de hierba y barro. Se paró en seco, como si hubiera visto a alguien, y dirigiéndose a los amigos que estaban con él exclamó: «En ese bloque de mármol está encerrado un ángel; debo sacarlo fuera». Y armado de cincel empezó a trabajar aquel bloque hasta que surgió la figura de un bello ángel.

Todos tenemos parte en la responsabilidad
Había una vez una pareja de novios chinos que eran muy pobres y no podían casarse porque pensaban: "No tenemos nada con que agasajar a los invitados". Sin embargo, los vecinos del pueblo les dijeron: "No se preocupen, cada uno de nosotros vamos a traer una botella de vino y así habrá para todos". Muy felices los novios organizaron su matrimonio y en la noche invitaron a todo el pueblo. A la entrada de la sala habían puesto un gran barril donde cada uno podía echar el vino que había traído. Así se hizo. Cada uno vació su botella en el barril y entraron luego para unirse a los invitados. Llegó el momento del brindis y sacaron del barril para llenar los vasos de todos los convidados "¡Salud a los novios!". Todos tomaron un sorbo y… se quedaron como helados. Lo que estaban bebiendo no era vino sino agua. ¿Qué había pasado? Parece que cada uno del pueblo pensaba lo mismo: "Voy a llevar una botella de agua para echarla en el gran barril. Ya que los demás van a traer vino no se va a notar". Lo malo era que todos habían tenido la misma idea y el barril se llenó de agua.

(cortesía: iveargentina.org et alii)



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