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Domingo 23 del Tiempo Ordinario A -  'Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos' - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

Recursos adicionales para la preparación

 

A su servicio
Exégesis: José María Solé Roma, C.F.M. sobre las tres lecturas

Comentario Teológico: Gran Enciclopedia Rialp - Corrección fraterna

Comentario teológico: Hans Urs von Balthasar - El amor y la libertad

Santos Padres: San Agustín - La corrección fraterna (Mt 18,15-18)

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. La corrección fraterna Mt 18, 15-20

Aplicación: P. Ervens Mengelle, I.V.E. - IGLESIA APOSTÓLICA

Aplicación: Alessandro Prozato - Lo que cuenta es la recuperación del hermano

Ejemplos

 

 

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

comentarios a Las Lecturas del Domingo

Exégesis: José María Solé Roma, C.F.M. sobre las tres lecturas

EZEQUIEL 33, 7-9:

Este oráculo de Ezequiel contiene enseñanzas muy importantes:

— Se matiza la función profética. El Profeta es centinela y pastor. No basta con que proclame los oráculos de Dios. No puede descansar mientras los hombres vayan extraviados. Ha de ir tras ellos hasta convertirlos y volverlos a Dios (7). Todo Profeta tiene un compromiso de apostolado.

— Igualmente se acentúa la responsabilidad que atañe a todo Profeta de Dios. Dios le demandará cuentas de todas las almas que se extraviaron por su negligencia o cobardía (8-9).

— En la Iglesia se mantiene esta urgencia y responsabilidad apostólica: «La razón de la actividad misionera se basa en la voluntad de Dios, que quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser el sacramento universal del salvación, por exigencias de su catolicidad y obedeciendo al mandato de su Fundador, se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres. Porque los Apóstoles mismos, siguiendo las huellas de Cristo, predicaron la Palabrade la verdad y engendraron las Iglesias. Obligación de sus sucesores es dar perennidad a esta obra, para que la Palabra de Dios sea difundida y se anuncie y establezca el Reino de Dios en toda la tierra. Se requiere, pues,el ministerio de la Palabra para que llegue a todos elEvangelio» (Ad Gentes 1.7. 20). «El Espíritu Santo inspira la vocación misionera. El llamado debe responder a la vocación de Dios, de suerte que, no asintiendo a la carne ni a la sangre (Gál 1, 16), se entregue totalmente a la obra del Evangelio. El enviado entra en la vida y en la misión de Cristo. Por eso debe estar dispuesto a renunciarse a sí mismo, a anunciar con libertad el misterio de Cristo, cuyo legado es, de suerte que se atreva a hablar de Él como conviene, no avergonzándose del escándalo de la cruz. Dé testimonio de su Señor con su vida enteramente evangélica, con mucha paciencia, con longanimidad, con suavidad, con caridad sincera, y, si es necesario, hasta con la propia sangre» (ib. 24). En estas orientaciones del Concilio queda claro que el carisma misionero implica ser profeta, apóstol y pastor.



ROMANOS 13, 8-10:

San Pablo nos da en perfumado ramillete las excelencias de la caridad:

— La caridad es una deuda insaldable que siempre nos urge (8). Con otras deudas luego de pagadas quedamos en paz. Pero jamás saldamos la deuda del amor. Quien ama más más debe aún amar.

— La caridad es la síntesis de la Ley (9). Quien de veras ama a Dios y a su prójimo no sólo nunca hará nada contra Dios o el prójimo, sino que positivamente traducirá su amor en obras (9b).

— La caridad es la plenitud de toda Ley. Sin ella tenemos formalismo o hipocresía. Hay que reavivar incesantemente con el latido cálido de la caridad toda observancia exterior de la Ley. «Cristo es quien nos reveló que Dios es Caridad. Y a la vez nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana es el mandamiento nuevo del amor» (GS 38).La caridad no sólo es don, sino también presencia del Espíritu Santo. Sólo con ella el carismático es grato a Dios. La caridad debe, por tanto, embeber todos los carismas,



MATEO 18, 15-20:

En la familia Mesiánica todo debe estar regido por el amor:

— Por amor hay que ir en busca del hermano desviado (15-17). En las instrucciones de Jesús a sus Apóstoles les intima cómo han de agotar todas las posibilidades de un pastor solícito y abnegado para retornar al buen camino a las ovejas descarriadas.

— En este contexto del celo pastoral nos pone San Mateo los poderes que Cristo otorga a los Apóstoles: de perdonar toda suerte de pecados. Poder que ellos deben ejercitar ampliamente apenas adviertan en el pecador el primer brote de arrepentimiento (18). Cristo deja en la Iglesia el Sacramento de la Reconciliación o de la Penitencia. Los Apóstoles deben administrarlo con la máxima generosidad (21-35).

— Y es también en este contexto eclesial donde Mateo inserta la riquísima promesa de Cristo de estar siempre con nosotros y en nosotros. Es Cristo quien aglutina a toda su Iglesia, a todos los fieles. Por esto, cuando éstos ruegan y se dirigen al Padre, el Padre los atiende. En Cristo nos ve y nos ama el Padre (19). «En su Nombre» nos presentamos llenos de confianza ante el Padre. «En su Nombre» quedamos todos unidos y hermanados. No olvidemos nunca esta presencia misteriosa de Cristo: «Cristo está siempre presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los sacramentos, de modo que, cuando alguienbautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: Donde estén dos o tres congregados en mi Nombre, allí estoy Yo en medio de ellos» (S.C. 7).

— Jesús promete y garantiza a su Iglesia su «Presencia» pluriforme y eficientísima:

a) Presente en sus ministros cuando éstos ejerzan sus funciones ministeriales (v 18).

b) Presente en cuantos se reúnan para orar (19).

c) Presente a su Iglesia en todas sus vicisitudes (20). Es el «Emmanuel»: «Dios-con-nosotros» hasta el fin del mundo (Mt 28, 20).

Esta presencia de Cristo en el corazón de cada fiel y en medio de su Iglesia, valoriza la persona de los creyentes aun a los ojos del Padre; y asegura la caridad que debe reinar entre los discípulos de Cristo: «Quien recibiere en mi nombre a uno de los que en Mí creen, por humilde y pequeño que él sea, a Mí me recibe» (Mt 18, 5). Tan cierto y real es que Cristo vive entre nosotros y en nosotros. A Él amamos cuando amamos a un hermano en la fe. A Él ofendemos cuando faltamos contra uno de sus fieles.
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona, 1979, pp. 236-239)



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Comentario Teológico: Gran Enciclopedia Rialp - Corrección fraterna

En sentido estricto, se define como un acto de caridad hacia el prójimo, obra de misericordia espiritual, que consiste en la advertencia hecha privadamente a una persona para apartarla del pecado, o de un peligro de pecado. En un sentido más amplio, por c. f. se entienden también otros medios, no solamente advertencias, mediante los cuales ayudamos a alguna persona a hacer el bien. Por ej., manifestar disgusto ante una determinada conducta del corregido, dar buen ejemplo a otros cristianos para ayudarles a salir de su negligencia en vivir determinadas virtudes, etc. En todo caso, los autores señalan que el fin de la c. f. es siempre la mejora espiritual y el apartar al prójimo del pecado. Por tanto, la c. hechas por otros motivos: porque la conducta causa escándalo, porque se está haciendo algún daño material a terceros, etcétera, no son exactamente c. f. Hay que precisar, sin embargo, que con el hecho de apartar a alguien del pecado, se suelen alcanzar también, de modo secundario, esos otros efectos.

La corrección fraterna en la Sagrada Escritura y en la Tradición. En el A. T. se inculca el deber de corregir al prójimo de sus errores: «Habla a tu prójimo, no sea que no lo haya hecho, y si lo hizo, que no lo repita. Habla a tu amigo, no sea que no lo haya dicho, y si lo dijo, que no vuelva a decirlo. Amonesta al prójimo antes de reñirle» (Eccli. 19,13.14.17). Y se indica también la conveniencia de aceptar bien, con agradecimiento, la c.: «No reprendas al petulante, que te aborrecerá; reprende al sabio y te lo agradecerá. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y acrecerá su saber» (Prv 9,89). De manera más precisa, Jesucristo establece el precepto de la práctica de la c. f.: «Si pecare contra ti tu hermano; ve y corrígele entre ti y él solo. Si te escuchare, ganaste a tu hermano, mas si no te escuchare, toma todavía contigo a uno o a dos, para que sobre el dicho de dos o tres testigos se falle todo pleito, y si no les diere oídos, dilo a la Iglesia; y si tampoco a la Iglesia diere oídos, míralo como a gentil y a publicano» (Mt 18,15 ss.). S. Pablo insiste a Timoteo: «A los que pecaren, repréndelos en presencia de todos, para que también los demás cobren temor» (1 Tim 5,21).

En la Iglesia primitiva la c. f. se mantiene en toda su vigencia (cfr. Didajé, 15,3). Más tarde, S. Agustín ve en el abandono casi total de este deber un motivo principal de la caída moral de los pueblos y del castigo de Dios (cfr., De Civit. 1,9); y recuerda en la carta a Felicidad y a Rústico: «¿Acaso no debemos reprender y corregir al hermano, para que no vaya hacia la muerte? Suele a veces ocurrir que, en un primer momento, se contriste, se resista y proteste, dolido por la corrección; después, sin embargo, en el silencio de Dios, sin temor del juicio de los hombres, puede que llegue a considerar por qué ha sido corregido, y empiece a temer ofender a Dios si no se corrige, y considere la necesidad de no volver a hacer aquello por lo que ha sido corregido justamente. Así, cuando crece su odio al pecado cometido, crece más su amor al hermano, que es enemigo de su pecado». E insiste: «Y ¿quién tiene celo por la casa de Dios? Aquel que pone empeño en corregir todo lo censurable que en ella observa: aquel que así lo desea, y no descansa hasta lograrlo... ¿Ves a tu hermano en peligro? Deténlo, adviérteselo, siéntelo de corazón, si es que te come el celo de la casa de Dios» (In Io, 10,9).

Obligación de practicar la corrección fraterna. Viene dada por la obligación general que tenemos, por ley natural, de amar al prójimo. A esta obligación natural se une el precepto de ley divino - positiva establecida por Jesucristo, como se ha indicado antes. Para señalar quiénes están sujetos a esta obligación es preciso tener presente las características particulares que concurren en la c. f., debido especialmente a que muchas personas no desean ser ayudadas a liberarse de sus pecados y de sus costumbres, a pesar del daño para su alma. Esto hace que la c. f. pueda, a veces, ser un acto difícil de cumplir, gravoso e incómodo para quien desee practicarla; e incluso odioso, para quien la recibe. Hay que tener en cuenta, además, las posibles consecuencias desagradables y contraproducentes para el fin que se desea alcanzar; p. ej., indignación, disgusto, pérdida de la amistad, persecución, posibles venganzas, etc.

Por todo esto, en la teoría y en la práctica se ha ido restringiendo el ámbito de la responsabilidad para vivir la c. f. Concretamente, se exige sólo a las personas que por su estado u oficio, están directamente encargadas de la formación de los demás: padres, educadores, maestros, autoridades. Para el resto de las personas, la obligación de ejercitar la c. f. viene determinada por las siguientes condiciones: 1) Tener la seguridad moral de que el prójimo ha caído en un pecado, o bien que está en ocasión próxima de pecar. 2) Considerar que la c. f. tiene una cierta posibilidad de ser eficaz; esta condición ha deentenderse en sentido amplio; o sea, que se dé aunque la eficacia no vaya a ser inmediata. Este requisito obliga, además, al que ha de hacer la c. f. a poner los medios más adecuados para lograr la eficacia: p. ej., esperar el mejor momento para hacerla, prepararla con la oración y la mortificación, etc. 3) Que la c. f. sea necesaria para que el prójimo se aparte del pecado, y que el pecador no pueda salir de su estado si alguien no le corrige. 4) Que la c. f. sea moralmente posible, y no comporte una grave molestia para quien tiene que ejercitarla (S. Tomás, Sum. Th. 22 q33).

Otros motivos para ejercer la corrección fraterna. Para completar este estudio tratemos ahora la c. f., no ya desde el punto de vista de la obligación, sino desde el de la comunión de los santos (v.). «No alimentasteis a las ovejas flacas, ni curasteis a las enfermas; no vendasteis a las heridas, ni reunisteis a las descarriadas; no buscasteis a las que se habían perdido» (Ez 34,4). Este, y otros textos de Ezequiel (cfr. 33,6), nos sitúan en el verdadero plano de la obligación de la c. f.: no sólo es de justicia, sino una obligación de amor a los demás, para ayudarles a que encuentren al Señor. Nadie puede sustraerse a esta obligación de amor, ni siquiera pensando en su poca experiencia, en su escasa edad o en sus reducidos conocimientos; sería una infidelidad, una falta contra la fraternidad humana. Así, la c. f. es una buena forma de compartir las penas de los hermanos, de ayudarles con palabras de consuelo y de estímulo cuando lo necesiten (cfr. Gal 6,2), y quien la hace recibirá recompensas (cfr. Sgo 5,19-20).

Por último, digamos que la c. f. es un medio de formación para quien la practica, ya que el corregir a los demás ayuda a arrancar de nosotros mismos los posibles hábitos que quizá descubrimos mejor y más claramente cuando los vemos en el prójimo.

Orden y modo de hacer la corrección fraterna. La c. f. ha de hacerse en secreto; y si esto no produjese ningún efecto, ha de comunicarse a las personas que tengan alguna autoridad sobre el que está en pecado. Así, no se perjudica la fama que toda persona merece y a la que tiene derecho. Si el pecado o el mal que se desea corregir es ya público, o su publicidad es inevitable, no es necesario mantener el secreto o el silencio. Lo mismo puede decirse cuando el no hacer pública la c. f. produjera daño a terceros o se violaran los derechos de la comunidad. En cuanto al modo, la c. f. ha de hacerse siempre con caridad y con mansedumbre, claramente, con humildad y dulzura. Nunca, con espíritu de venganza o con mala voluntad de humillar al que ha caído en el error.
V. t.: CARIDAD III; FILIACIÓN DIVINA.
BIBL.: S. TOMÁS DE AQUINO, Sum. Th. 22 q33; J. A. COSTELLO, Moral obligation
of fraternal correction, Washington 1949; U. NISIDEI, Correzione fraterna e
superbia, Montegiorgio 1941; I. VIEUJEAN, L'autretoiméme, Tournai 1952; P.
PALAZZINI, Correptio fraterna, en Dictionariummorale et canonicum, 1, Roma
1962, 979981.
( E. JULIA DíAZ. Gran Enciclopedia Rialp, 1991)

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Comentario teológico: Hans Urs von Balthasar - El amor y la libertad

1. Orden cristiano.
Los textos de esta celebración dominical son absolutamente decisivos para la figura de la Iglesia querida por Dios. En el centro aparece la exhortación recíproca en un clima de amor mutuo, de corrección fraterna. Todo cristiano está invitado y obligado a ello, pues somos miembros de un único cuerpo y no es indiferente para el organismo entero que uno de sus miembros se perjudique a sí mismo y dañe con ello la vida de toda la comunidad.

Naturalmente la exhortación, y si es necesario también la corrección, sólo puede producirse como referencia a la autorrevelación divina y al orden eclesial establecido por Cristo, y el que exhorta debe tener por su parte la humildad de remitir, prescindiendo totalmente de sí mismo, a la gracia objetiva de Dios y a la exigencia que ella comporta. Esta exigencia es enteramente transferida por Pablo, en la segunda lectura, al amor cristiano, que integra en sí todos los mandamientos particulares y cumple así la ley, la voluntad de Dios. El que peca replicará quizá con su concepción del amor, en cuyo caso habrá que mostrarle que su concepción es demasiado estrecha y unilateral para ser el cumplimiento querido por Dios de todos los mandamientos.

2. Las fronteras de la Iglesia.
Pero el hombre es libre y lo será siempre; incluso la mejor exhortación, la más fraterna de las correcciones -ya sea personal, de tú a tú, o más oficial mediante el representante autorizado de la Iglesia- puede llegar a un límite en el que al admonitor se le responda claramente con un no. La primera lectura es significativa al respecto: cuando el que exhorta ha cumplido con su deber y esto no obstante el culpable no quiere enmendar su yerro, entonces el admonitor habrá cumplido con su obligación y, según se dice, habrá salvado su vida. El deber de exhortar y corregir se inculca con gran seriedad, pero Dios no promete que el éxito sea seguro. Por eso en el Nuevo Testamento hay también una frontera trazada por Dios más allá de la cual el pecador o el alejado no puede considerarse como perteneciente a la Iglesia de Dios. No es la Iglesia la que le excluye de su comunión, es él mismo el que se excomulga; la Iglesia debe tomar buena nota de ello y sancionarlo para que los demás lo comprendan. Así era ya en la Antigua Alianza, como lo muestra la primera lectura, y así debe ser también y en mayor medida en la Nueva Alianza, donde la pertenencia a la comunidad eclesial de Cristo es más personal, más responsable y más nítida.

3. La promesa de Jesús.
Gracias a las dos sentencias finales de Jesús, tenemos la seguridad de que la oración eclesial que recemos en común será escuchada por Dios. Las dos promesas son ciertamente grandiosas: lo que dos personas pidan a Dios, en comunidad de amor, en la tierra, será escuchado en el cielo. Cuando dos o tres se reúnen en nombre de Jesús, allí está él en medio de ellos. En tiempos de Jesús existía esta sentencia rabínica: «Cuando dos están sentados uno al lado del otro y las palabras de la tora están entre ellos, entonces la shekina (presencia de Dios en el mundo) habita en medio de ellos». En lugar del estar sentados, en el evangelio aparece la oración, en lugar de la ley, la nueva ley viviente de Jesucristo y en lugar de la shekina, la presencia eucarística encarnada. Debemos intentar volver a situar en este misterio del centro eclesial a todos aquellos que se quedan en los márgenes o que se han alejado más allá de ellos.
(HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA, Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C, Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 102 s.)



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Santos Padres: San Agustín - La corrección fraterna (Mt 18,15-18)

1. Es consejo de nuestro Señor que no nos despreocupemos recíprocamente de nuestros pecados; no que busquemos qué reprender, sino que veamos lo que ha de corregirse. Dijo, en efecto, que solamente quien no tiene una viga en su ojo, lo tiene capacitado para quitar la paja del de su hermano. Qué sea esto lo voy a indicar brevemente a vuestra caridad. La paja en el ojo es la ira; la viga, el odio. Cuando reprende al airado quien siente odio, quiere quitar la paja del ojo de su hermano, pero se lo impide la viga que lleva en el suyo. La paja es el comienzo de la viga, pues cuando la viga se forma, al comienzo es como una paja. Regando la paja, la conviertes en viga;alimentando la ira con malas sospechas, la conduces al odio.

2. Grande es la diferencia entre el pecado del que se aíra y la crueldad del que odia. Aunque nos airamos hasta con nuestros hijos, ¿dónde se encuentra uno que los odie? Incluso entre las mismas bestias, a veces, la madre airada aleja con su cabeza al ternerillo que mama y le causa cierta molestia, pero lo envuelve en sus entrañas de madre. Parece que le causa fastidio cuando lo arroja; pero si le falta, lo busca. Ni es otra la forma como castigamos a nuestros hijos, es decir, airados e indignados; pero no los castigaríamos si no los amáramos. No todo el que se aíra odia; hasta tal punto es cierto, que a veces el no airarse aparece como prueba de que existe odio. Suponte que un niño quiere jugar en el agua de un río, en cuya corriente puede perecer; si tú lo ves y lo toleras pacientemente, lo odias; tu paciencia significa para él la muerte. ¡Cuánto mejor sería que te airases y lo corrigieses, que no el dejarlo perecer sin indignarte! Ante todo, pues, ha de evitarse el odio; ha de arrojarse la viga del ojo. Cosas muy distintas son el que uno, airado, se exceda en alguna palabra, que borra después con la penitencia, y el guardar encerradas en el corazón las insidias. Grande es, finalmente, la distancia entre las palabras de la Escritura: Mi ojo está turbado a causa de la ira. De lo otro, ¿qué se dijo? Quien odia a su hermano es un homicida. Grande es la diferencia entre el ojo turbado y el apagado. La paja turba; la viga apaga.

3. Persuadámonos, pues, en primer lugar de esto para que podamos realizar bien y cumplir lo que se nos ha aconsejado hoy: ante todo, no odiemos. Sólo entonces, cuando en tu ojo no hay viga alguna, ves con claridad cualquier cosa que exista en el ojo de tu hermano, y sufrirás violencia hasta que arrojes de él lo que ves que le daña. La luz que hay en ti no te permite descuidar la luz de tu hermano. Pues si odias y deseas corregir, ¿cómo corriges la luz tú que la perdiste? Dice también esto con claridad la misma Escritura allí donde escribe: Quien odia a su hermano es un homicida. Quien odia, dice, a su hermano, está en tinieblas hasta ahora. El odio son las tinieblas. No puede suceder que quien odia a otro no se dañe a sí mismo antes. Intenta dañarle a él exteriormente y se asola en su interior. Cuanto nuestra alma es superior a nuestro cuerpo, tanto más debemos procurar que no sufra daño. Daña a su alma quien odia a otro. ¿Y qué puede hacer al que  odia? ¿Qué ha de hacerle? Le quita el dinero; ¿acaso también la fe? Lesiona su fama, ¿acaso también su conciencia? Cualquier daño es exterior. Considera ahora el daño que se hace a sí mismo. Quien odia a otro, en su interior es enemigo de sí mismo. Mas como no es consciente del mal que se hace, se ensaña contra otro, viviendo tanto más peligrosamente cuanto menos siente el mal que se hace, pues con su crueldad perdió incluso la sensibilidad. Te ensañaste contra tu enemigo; con tu crueldad él quedó desnudo, pero tú eres un malvado. Grande es la diferencia entre uno desnudo y un malvado. Aquel perdió el dinero, tú la inocencia. Examina quién sufrió mayor daño. El perdió una cosa perecedera, y tú te hiciste perecedero.

4. Por tanto, debemos reprender con amor; no con deseo de dañar, sino con afán de corregir. Si fuéramos así, cumpliríamos con exactitud lo que hoy se nos ha aconsejado: Si tu hermano pecare contra ti, corrígele a solas. ¿Por qué le corriges?¿Porque te duele el que haya pecado contra ti? En ningún modo. Si lo haces por amor propio, nada haces. Si lo haces por amor hacia él, obras excelentemente. Considera en las mismas palabras por amor de quien debes hacerlo, si por el tuyo o por el de él. Si te escuchare, dijo, has ganado a tu hermano. Hazlo, pues, por él, para ganarlo a él. Si haciéndolo lo ganas, no haciéndolo se pierde. ¿Cuál es la razón por la que muchos hombres desprecian estos pecados y dicen: «Qué he hecho de grande; he pecado contra un hombre»? No los desprecies. Pecaste contra un hombre; ¿quieres saber que pecando contra un hombre pereciste? Si aquel contra quien pecaste te hubiese corregido a solas y lo hubieres escuchado, te habría ganado. ¿Qué quiere decir que te habría ganado, sino que hubieras perecido si no te hubiera ganado? Pues si no hubieses perecido, ¿cómo te hubiera ganado? Que nadie, pues, desprecie el pecado contra el hermano. Dice en cierto lugar el Apóstol: Así los que pecáis contra los hermanos y herís su débil conciencia pecáis contra Cristo, precisamente porque todos hemos sido hechos miembros de Cristo.

¿Cómo no vas a pecar contra Cristo si pecas contra un miembro de Cristo?

5. Nadie diga: «No pequé contra Dios, sino contra un hermano, contra un hombre; pecado leve o casi nulo». Quizá dices que es leve porque se cura rápidamente. Pecaste contra el hermano; repáralo y quedarás sano. Con rapidez cometiste la acción mortal y con rapidez también encontraste el remedio. ¿Quién de nosotros, hermanos míos, va a esperar el reino de los cielos, diciendo el Evangelio: Quien llamare a su hermano «Necio» será reo del fuego de la gehena? Pánico grande; pero advierte allí mismo el remedio: Si presentares tu ofrenda ante el altar y allí mismo te acordaras de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda ante el altar. No se aíra Dios porque tardasen presentar tu ofrenda; Dios te quiere a ti más que a tu ofrenda. Pues si te presentares con la ofrenda ante tu Dios con malos sentimientos hacia tu hermano, te responderá: «Perdido tú, ¿qué me has ofrecido?» Presentas tu ofrenda y no eres tú mismo ofrenda para Dios. Cristo busca más a quien redimió con su sangre que lo que tú hallaste en tu hórreo. Por tanto, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete a reconciliarte antes con tu hermano, y cuando vengas presenta la ofrenda. Mira cuan pronto se desató aquel reato de la gehena. Antes de reconciliarte, eras reo de la gehena; una vez reconciliado, presentas confiado tu ofrenda ante el altar.

6. Los hombres tienen facilidad para propinar injurias y dificultad para buscar la concordia. «Pide perdón, dijo, al hombre que ofendiste, al hombre que heriste». Responde: «No me humillaré». Si desprecias a tu hermano, escucha al menos a tu Dios: Quien se humilla, será exaltado. ¿No quieres humillarte tú que caíste? Hay gran diferencia entre el que se humilla y el que yace. Yaces ya en el suelo, ¿y no quieres humillarte? Con razón dirías: «No bajes», si no hubieses querido ya derrumbarte.

7. Esto es, pues, lo que debe hacer quien cometió una injuria. ¿Qué debe hacer quien la sufrió? Lo que hemos escuchado hoy: Si tu hermano pecare contra ti, corrígele a solas. Si descuidas el hacerlo, peor eres tú. El hizo la injuria y con ella se hirió con grave herida; tú, ¿desprecias la herida de tu hermano? Le ves perecer o que ha perecido, ¿y lo descuidas? Peor peca contra nosotros, sintamos gran preocupación, mas no por nosotros, pues es algo digno de gloria el olvidar las injurias; pero olvida la injuria que te hizo, no la herida de tu hermano. Corrígele, pues, a solas, con la vista puesta en la corrección, respetando su vergüenza. Quizá a causa de ella comience a defender su pecado y al que querías hacer mejor lo haces peor. Corrígele, pues, a solas. Si te escuchare, has ganado a un hermano, pues hubiera perecido de no haberlo hecho. Si, en cambio, no te escuchare, es decir, si defendiera su pecado como algo justo, lleva contigo a dos o tres, porque en el testimonio de dos o tres testigos Se mantiene toda palabra. Si ni a ellos escuchare, dilo a la Iglesia; si ni a la Iglesia escuchare, seapara ti como un pagano y un publicano. No le cuentes ya en el número de tus hermanos. Más no por eso ha de descuidarse su salvación. Pues aunque no contamos entre los hermanos a los étnicos, es decir, a los gentiles y a los paganos, sin embargo, siempre buscamos su salvación. Esto lo escuchamos de boca del Señor, que así nos aconsejaba y con tanto esmero nos mandaba que, a continuación, añadió esto: En verdad os digo, todo lo que atéis en la tierra quedará atado también en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado también en el cielo. Comenzaste a considerar a tu hermano como a un publicano: le atas en la tierra; pero atento a atarle con justicia, pues los lazos injustos los rompe la justicia. Una vez que le hayas corregido y te hayas puesto de acuerdo con tu hermano, le desataste en la tierra. Una vez; que le hayas desatado en la tierra, quedará desatado también en el cielo. Mucho concedes no a ti, sino a él, porque mucho dañó, no a ti, sino a él.

8. Estando así las cosas, ¿qué significa lo que dice Salomón, según hemos escuchado hoy en la primera lectura: Quien dolosamente hace señales con los ojos, acumula tristeza para los hombres; quien, en cambio, censura abiertamente, engendra la paz? Si, pues, quien censura abiertamente engendra la paz, ¿cómo manda: Corrígele a solas? Hay que temer que los preceptos divinos se contradigan. Hemos de advertir, sin embargo, la suma concordia que existe allí y no pensar como cierta gente vana que en su error opina que los dos Testamentos de la Escritura, el Antiguo y el Nuevo, están en contradicción, de forma que juzguemos que son contrarios porque un testimonio está en el libro de Salomón y otro en el Evangelio. Por tanto, si algún ignorante y calumniador de las Sagradas Escrituras dijere:«He aquí que los dos Testamentos se oponen; dice el Señor: Corrígele a solas; y Salomón: Quien censura abiertamente, engendra la paz...» Entonces, ¿no sabe el Señor lo que mandó? Salomón quiere golpear la frente del pecador; Cristo tiene consideración con el pudor de quien se avergüenza. Allí está escrito: Quien censura abiertamente, engendra paz; aquí, en cambio: Corrígele a solas, no en público, sino en secreto y ocultamente. Tú que tales cosas piensas, ¿quieres conocer que los dos Testamentos no se contradicen aunque en el libro de Salomón se encuentre aquello y en el Evangelio esto? Escucha al Apóstol. Ciertamente el Apóstol es ministro del Nuevo Testamento. Escucha, pues, al apóstol Pablo que manda y dice: Censura a los pecadores en presencia de todos para que los demás sientan también temor. No es ya el libro de Salomón, sino la carta del apóstol Pablo la que parece estar en lucha con el Evangelio. Sin hacerle injuria, dejemos un poco de lado a Salomón; escuchemos a Cristo el Señor y a su siervo Pablo. ¿Qué dices, Señor? Si un hermano tuyo pecare contra ti, corrígele a solas. ¿Qué dices, oh Apóstol? Censura a los pecadores en presencia de todos para que los demás sientan también temor. ¿Qué hacer? ¿Escuchamos esta controversia en calidad de jueces? En ningún modo; más aún, puestos bajo el juez, llamemos y pidamos que nos abra; huyamos bajo las alas del Señor Dios nuestro. No dijo nada contrario a su Apóstol, porque era él mismo quien hablaba en éste, según demuestran estas palabras: ¿O queréis tener una prueba de que Cristo habla en mí? Es Cristo quien habla en el Evangelio y en el Apóstol; Cristo dijo lo uno y lo otro; una cosa por su propia boca, la otra por la de su pregonero. En efecto, cuando un pregonero dice algo sobre un tribunal, no se escribe en las actas: «Dijo el pregonero», sino que se escribe que lo dijo aquel que mandó al pregonero decirlo.

9. Escuchemos, hermanos, estos dos preceptos en forma de comprenderlos y situarnos en plan de paz entre uno y otro. Pongámonos de acuerdo con nuestro corazón, y la Escritura santa no aparecerá discorde en ninguna de sus partes. Son totalmente ciertas; una y otra cosa son verdaderas, pero debemos discernir cuándo hemos de hacer una cosa y cuándo otra; a veces hay que corregir al hermano a solas, y otras veces hay que corregirlo en presencia de todos para que los demás sientan también temor. Si una vez hemos de hacer esto y otra aquello, tenemos la concordia de las Escrituras y, llevándolo a la práctica y obedeciendo a los preceptos, no erraremos. Pero me dirá alguien: «¿Cuándo he de comportarme de una manera y cuándo de otra, no sea que corrija a solas cuando tenga que corregir en público, o que corrija en público cuando deba corregir en secreto?»

10. Pronto verá vuestra caridad cuándo ha de hacer una cosa y cuándo otra; pero ¡ojalá no seamos perezosos en el obrar! Poned atención y ved: Si un hermano tuyo, dijo, pecara contra ti, corrígele a solas. ¿Porque pecó contra ti. ¿Qué significa «pecó contra ti»? Sólo tú sabes que pecó; puesto que fue en secreto cuando pecó, busca en secreto el momento de corregir ese pecado. Pues si sólo tú sabes que pecó contra ti y quieres censurarle en presencia de todos, no eres ya un corrector, sino un traidor. Advierte cómo un varón justo, sospechando en su mujer tan gran pecado, lleno de benignidad, la perdonó, antes de saber de quién había concebido, pues la había visto embarazada y sabía que no se había acercado a ella. Quedaba en pie cierta sospecha de adulterio, y, sin embargo, dado que sólo él lo había notado, que sólo él lo sabía, ¿qué dice de él el Evangelio? José, sin embargo, siendo  varón justo y no queriendo delatarla. Su dolor de marido no buscó venganza; quiso ser provechoso a la pecadora, no castigarla. No queriendo, dijo, delatarla, quiso abandonarla ocultamente. Cuando estaba pensando estas cosas, se le apareció en sueños el ángel del Señor y le indicó de qué se trataba, que no había violado el lecho del marido, puesto que había concebido del Espíritu Santo al Señor de ambos. Pecó, pues, tu hermano contra ti; si sólo tú lo sabes, entonces pecó verdaderamente sólo contra ti. Si te hizo una injuria oyéndola muchos, también pecó contra ellos, a los que hizo testigos de su maldad. Digo, hermanos amadísimos, algo que podéis reconocer también vosotros en vosotros mismos. Cuando en mi presencia alguien hace una injuria a mi hermano, lejos de mí el considerar ajena a mi persona aquella injuria. Sin duda alguna me la hizo también a mí; más aún, es mayor la hecha a mí, a quien pensó que agradaba lo que hacía. Por tanto, se han de corregir en presencia de todos los pecados cometidos en presencia de todos. Han de corregirse más en secreto los que se cometen más en secreto. Diversificadlos momentos y concuerda la Escritura.

11. Obremos así; de ese modo se ha de obrar no sólo cuando se peca contra nosotros, sino también cuando peca cualquier hombre, en forma que su pecado sea desconocido a los demás. Debemos corregir y censurar en secreto, no sea que queriendo hacerlo en público delatemos al hombre. Nuestra intención es censurar y corregir; ¿y si el enemigo desea escuchar algo que le lleve al castigo? Suponeos que el obispo, y sólo él, sabe que alguien es un homicida. Yo quiero corregirlo públicamente, pero lo que tú buscas es ponerle en la lista de los acusados. Ni lo delato, ni me desentiendo de él en ningún modo; lo corrijo en secreto, le pongo ante los ojos el juicio de Dios; lo aterrorizo con la conciencia manchada de sangre; le persuado a que haga penitencia. De esta caridad hemos de estar imbuidos. Por lo cual, a veces nos echan en cara los hombres el que apenas corregimos; o juzgan que no sabemos lo que en realidad sabemos, o piensan que callamos lo que sabemos.

Pero quizás lo que tú sabes lo sé yo también, aunque la corrección no la hago ante ti, porque quiero sanar, no acusar. Los hombres se convierten en adúlteros en sus casas, pecan en secreto; con frecuencia nos informan de ello sus esposas, casi siempre por celos, pero a veces buscando la salvación de sus maridos. Nosotros no los delatamos en público, pero los censuramos en secreto. El mal debe morir donde se cometió. No descuidamos, pues, aquella herida; como primera cosa mostramos al hombre enredado en tal pecado y cargado con una conciencia manchada, que aquella herida es mortal; cosa que, a veces, llevados de no sé qué perversidad, desprecian quienes lo cometen. E ignoro también a donde van a buscar testimonios vanos y sin autoridad, para decir: «Dios no se preocupa de los pecados de la carne». ¿Dónde queda lo que hemos escuchado hoy: Dios juzga a los fornicarios y adúlteros? Pon atención, por tanto, quien quiera que seas el que sufres tal enfermedad. Escucha lo que dice Dios, no lo que te dice tu alma alimentando tus pecados, o tu amigo atado como tú con la misma cadena de la maldad o, mejor, enemigo tuyo y suyo. Escucha, pues, lo que dice el Apóstol: Sea honrado el matrimonio en todos, e igualmente el lecho inmaculado, pues Dios juzga a los fornicarios y adúlteros.

12. Ea, pues, hermano; corrígete. ¿Temes caer en la lista de tu enemigo y no temes el juicio de Dios? ¿Dónde queda la fe? Teme mientras hay tiempo para temer. El día del juicio está ciertamente lejano, pero el día último de cada hombreen concreto no puede estar muy lejano, puesto que la vida es breve. Y como la misma brevedad es incierta, desconoces cuándo te ha de llegar tu último día. Corrígete hoy, pensando en el mañana. Sé ate de provecho, incluso para ahora, la corrección que recibes en secreto. Hablo en público, pero censuro en secreto. Llamo a los oídos de todos, pero llamo a juicio a las conciencias de algunos. Si dijera: «Tú, adúltero, corrígete», quizá comenzase hablando sin conocimiento de causa; quizá se tratase de una sospecha, de algo creído temerariamente. No digo: «Tú, adúltero, corrígete»
sino: «Quienquiera que en este pueblo sea adúltero, corríjase». La  corrección es pública, perola enmienda secreta. Estoy seguro de que quien sienta temor se corregirá.

13. No diga en su corazón: «Dios no se preocupa de los pecados de la carne». ¿No sabéis, dice el Apóstol, que sois templos del Espíritu Santo y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? A quien violare su templo, Dios lo destruirá. Que nadie se lleve a engaño. Pero quizá diga alguien: «Templo de Dios es mi alma, no mi cuerpo, pues añadió también este testimonio: Toda carne es heno y todo el esplendor de la carne, como flor del heno». ¡Desdichada interpretación! ¡Pensamiento digno de castigo! Se compara a la carne con el heno por que muere; pero ¡cuídese de resucitar manchado con crímenes lo que muere en el tiempo! ¿Quieres ver explicada allí mismo esa sentencia? ¿No sabéis, dice el mismo Apóstol, que vuestros cuerpos son en vosotros templo del Espíritu Santo que recibís de Dios? Despreciabas el pecado corporal; ¿desprecias el pecado contra el templo? Tu mismo cuerpo es el templo del Espíritu Santo en ti. Mira ya qué has de hacer con el templo de Dios. Si eligieses cometer un adulterio en la iglesia, dentro de estas paredes, ¿quién habría más criminal que tú? Ahora bien, tú mismo eres templo de Dios. Cuando entras, cuando sales, cuando estás en tu casa, cuando te levantas, eres templo. Mira lo que haces; procura no ofender al que mora en él, no sea que te abandone y te conviertas en ruinas. ¿No sabéis, dijo, que vuestros cuerpos—y hablaba de la fornicación, para que no despreciasen los pecados corporales—son en vosotros templo del Espíritu Santo, que recibís de Dios, y que no os pertenecéis? Habéis sido comprados a gran precio. Si desprecias tu cuerpo, considera tu precio.

14. Yo sé, y conmigo lo sabe todo hombre que lo haya considerado con un poco más de atención, que, entre los que temen a Dios, sólo quien piensa que ha de vivir más todavía no se corrige bajo el peso de sus palabras. Eso es lo que mata a muchos; mientras dicen: «Mañana, mañana» su boca se cierra repentinamente. Permaneció fuera con voz de cuervo, porque no tuvo el gemido de la paloma. «Cras, cras» (mañana, mañana),es la voz del cuervo. Gime como una paloma y golpea tu pecho; herido con esos golpes, corrígete, para no dar la impresión de que no hieres tu conciencia, sino que con los puños pavimentas tu mala conciencia y la haces más sólida, nomás correcta. Gime, pero no con un vano gemido. Quizá te dices a ti mismo: «Dios me ha prometido el perdón para cuando me corrija; estoy tranquilo; leo en la divina Escritura: En el día en que se convierta de todas sus maldades y obre con justicia, yo olvidaré todas las maldades del malvado. Estoy tranquilo; cuando me corrija, Dios me perdonará todos mis males». ¿Qué puedo decir yo? ¿He de reclamar contra Dios? ¿Voy a decirle: «No le concedas el perdón»? ¿Podré decir que no se halla escrito eso, que Dios no prometió el perdón? Si esto dijera, diría una falsedad. Dices bien, dices la verdad; Dios prometió el perdón a tu corrección; no lo puedo negar. Pero dime, te lo suplico; estoy de acuerdo contigo, te lo concedo; reconozco que Dios te prometió el perdón, pero ¿quién te ha prometido el día de mañana? En el texto en que lees que has de recibir el perdón si te corriges, léeme cuánto tiempo has de vivir. «No lo leo», dices. Ignoras, por tanto, cuánto has de vivir. Corrígete y estate siempre preparado. No temas al último día como a un ladrón que, mientras tú duermes, abre un boquete en tu pared; al contrario, estate en vela y corrígete ya hoy. ¿Por qué lo difieres para mañana? Supón que la vida sea larga; sea buena, aunque larga. Nadie difiere una comida larga y buena, ¿y quieres tener tú una vida larga y mala? Ciertamente, si es larga, mejor que sea buena; si es breve, cosa buena ha sido el hacerla buena. Así pasa con los hombres; descuidan su vida y sólo a ella la quieren tener mala. Si compras una villa, la quieres buena; si quieres tomar esposa, la eliges buena; si quieres que te nazcan hijos, los deseas buenos; si tomas prestadas unas cáligas, no las quieres malas; ¡y amas una vida mala! ¿En qué te ha ofendido tu vida para que sólo a ella la quieras mala, de forma que entre todos tus bienes sólo tú seas malo?

15. Por tanto, hermanos míos, si quisiera corregir a alguno por separado quizá me hiciese caso; a muchos de vosotros corrijo en público; todos me alaban; ¡que alguno me haga caso! No amo al que me alaba con la boca y me desprecia en el corazón. Si me alabas y no te corriges, te conviertes en testigo contra ti mismo. Si eres malo y te agrada lo que digo, desagrádate a ti mismo, porque, si siendo malo estás a disgusto contigo, una vez corregido te agradarás a ti mismo, cosa que dije, si no me engaño, anteayer. En todas mis palabras presento un espejo. Y no son mías, sino que hablo por mandato del Señor, por cuyo temor no callo. Pues ¿quién no elegiría callar y no dar cuenta de vosotros? Pero ya aceptamos la carga que ni podemos ni debemos sacudir de nuestros hombros.

Escuchasteis, hermanos, cuando se leía la carta a los hebreos: Obedeced a vuestros superiores y estadles sometidos, porque ellos vigilan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta de vosotros, para que lo hagan con gozo y no con tristeza, pues no os conviene a vosotros. ¿Cuándo hacemos esto con gozo? Cuando vemos a los hombres progresar por el camino de la palabra de Dios. ¿Cuándo trabaja con alegría el labrador en su campo? Cuando mira al árbol y ve el fruto; cuando mira la cosecha y ve la abundancia de fruto en la era. No fue vano su trabajo, no dobló los riñones en vano, no fue inútil el que sus manos estén encalladas; no resultó inútil el frío y el calor soportado. Esto es lo que dice: Vara que lo hagan con gozo y no con tristeza, pues no os conviene a vosotros. ¿Dijo acaso: «No les conviene a ellos»? No, sino que dijo: No os conviene a vosotros. Pues a los superiores les conviene entristecerse a causa de vuestras maldades; la misma tristeza les resulta provechosa; pero no os conviene a vosotros. No queremos nada que nos convenga a nosotros si no os conviene también a vosotros. Por tanto, hermanos, hagamos el bien al mismo tiempo en el campo del Señor, para que disfrutemos juntos de la recompensa.
(SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón 82, 1-15, BAC Madrid 1983, 467-83)



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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. La corrección fraterna Mt 18, 15-20

El domingo pasado escuchábamos el relato de la reprensión que hace el Señor a Pedro y la necesidad de tomar la cruz para ir detrás de Jesús, para ser su discípulo.

En éste domingo se nos enseña la corrección entre hermanos. Jesús enseña la corrección fraterna, sin embargo, Él no siguió su enseñanza en la corrección a Pedro. No lo corrigió a solas sino que lo corrigió delante de todos[1]. Lo corrigió delante de todos porque el escándalo que Pedro puso a Jesús es el escándalo más difícil de sortear a todo el que quiera ser como Jesús. Es un escándalo, podríamos decir, general, público y Jesús corrige a Pedro en público y advierte del escándalo a sus discípulos. Jesús corrige como Maestro y no hace en este caso corrección fraterna.

Jesús es el Enviado del Padre y enseña lo que el Padre le manda y enseña para todos los que quieran llegar al Padre. El camino es Él mismo que cumple en todo la voluntad del Padre e imitarlo es caminar por Él y el que así lo haga llegará infaliblemente al Padre. Jesús enseñó con su doctrina y con su vida el camino, y sus seguidores tienen la misma misión: guiar a los hombres por ese camino, ser los atalayas de la Iglesia para trasmitir la enseñanza, para advertir, para corregir. Jesús advirtió a sus discípulos del peligro de rechazar la cruz y sus discípulos deberán hacer lo mismo en la Iglesia, si quieren ser fieles a su misión. Los que se desentienden de esta misión corren el riesgo de morir[2] y no son atalayas sino perros mudos[3].

La corrección que deben hacer los pastores de la Iglesia es fundamental pero también la corrección que debemos hacernos entre hermanos. ¿Por qué? Porque las ofensas de un hermano a otro lesionan la caridad fraterna y la caridad fraterna es lo que da solidez a la Iglesia. La caridad fraterna es “vínculo de perfección”[4] y es la plenitud de la ley[5]. La Iglesia, edificio espiritual, se construye con muchas piedras unidas entre sí por la caridad. Si no hay caridad no hay solidez en la construcción y por tanto nadie quiere permanecer en ella. Nadie quiere entrar y todos quieren salir de un edificio que no tiene solidez porque corren el riesgo de
morir[6]. Si no hacemos la corrección fraterna somos peores que el que peca.

Nos advierte el Señor que no debemos despreciar nuestros pecados, ni buscar o que debemos reprender, sino ver lo que debemos corregir: debemos corregir con amor, no con deseo de hacer daño, sino con intención de corregir; si no lo hacéis así, os hacéis peores que el que peca: éste comete una injuria, y cometiéndola se hiere a sí mismo con una herida profunda: despreciáis vosotros la herida de vuestro hermano, pues vuestro silencio es peor que su ultraje[7].

La caridad fraterna es una obra de misericordia espiritual: corregir al que yerra. Es la advertencia (con la palabra, con un gesto, etc.) hecha al prójimo culpable (especialmente si lo es por ignorancia o negligencia) en privado y por pura caridad, de hermano a hermano, para apartarle del pecado, sea sacándolo de él o evitando que lo cometa.

Es obligación grave, ya que no sólo debemos ayudar al prójimo en sus necesidades materiales, sino también en las espirituales. Es un mandato del Señor como hemos escuchado en el Evangelio. Esta corrección se refiere a los pecados mortales ya cometidos y a los veniales, que por su frecuencia o consecuencias, pueden llevar al pecado mortal. Y los pecados materiales cometidos con ignorancia invencible hay que corregirlos si producen escándalo, si hay peligro de contraer malos hábitos o si afectan al bien común. Debe hacerla todo el que tenga caridad y un recto juicio racional, aun cuando sea un pecador. Y de ordinario se hace a los iguales o inferiores, aunque a veces también a los superiores, sin olvidar en el modo que son superiores.

Para que sea conveniente y obligatoria debe ser sobre materia cierta, y presentada manifiesta y espontáneamente; debe haber necesidad, previendo que el prójimo no se corregirá sin ella; debe ser útil, es decir, no ser contraproducente ni dudarse del éxito probable; debe ser posible, o sea, que pueda hacerse sin grave molestia o perjuicio del corrector, a menos que por oficio o piedad familiar deba hacerla; y, finalmente, debe ser oportuna, sopesando cuidadosamente tiempo, lugar y modo.

En el modo debe ser:

Caritativa, buscando sólo el bien del corregido y extremando la dulzura y suavidad de la forma: “Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre”[8]; paciente, aunque no se obtenga enseguida resultados positivos, hay que volver una y otra vez, hasta que suene la hora de Dios, como la gota de agua que lenta y perseverante horada la piedra; humilde, considerando siempre cómo lo haría Cristo en mi lugar, sin presunción ni altanería; prudente, elegir el momento y la ocasión, difiriéndolo si el culpable está turbado o delante de otros, encomendándolo a otro si lo haría mejor, evitando en lo posible humillarlo; discreta, no corregir todos los defectos, ni hacerla a cada momento y a propósito de todo. No hay que ser inquisidores de la vida ajena, evitando el celo indiscreto; ordenada, salvar la fama, en lo posible siguiendo el orden del Evangelio. Primero, en privado; luego, ante uno o dos testigos; y finalmente, a la autoridad. Si se duda de su efectividad, o el pecado afecta al bien común, puede y debe invertirse este orden[9].

La corrección fraterna puede, a veces, ser un acto difícil de cumplir, gravoso e incómodo para quien desee practicarla; e incluso odioso, para quien la recibe. Hay que tener en cuenta, además, las posibles consecuencias desagradables y contraproducentes para el fin que se desea alcanzar; p. ej., indignación, disgusto, pérdida de la amistad, persecución, posibles venganzas, etc. pero es peor no hacerla. No corregir al prójimo por caridad destruye la comunión, sea en la familia, en una agrupación, entre amigos, entre vecinos, en un pueblo, en una ciudad. San Agustín ve en el descuido de esta obligación un motivo principal de la caída moral de los pueblos y el castigo de Dios[10].

A veces, buscamos atajos a la corrección fraterna, y estos atajos son: la crítica, la murmuración, la indiferencia, la indignación, el resentimiento, atajos que no ayudan al prójimo ni a mí y sí producen perjuicio; al prójimo, porque faltamos a la justicia con él y lo dejamos en el pecado y a nosotros mismos porque nos desentendemos de una obligación y sumamos a esto, muchas veces, injusticias y faltas de caridad, produciendo en vez de concordia, división.

Busquemos en la corrección fraterna siempre el bien del prójimo.

Por tanto, debemos reprender con amor; no con deseo de dañar, sino con afán de corregir. Si fuéramos así, cumpliríamos con exactitud lo que hoy se nos ha aconsejado: Si tu hermano pecare contra ti, corrígele a solas. ¿Por qué le corriges? ¿Porque te duele el que haya pecado contra ti? En ningún modo. Si lo haces por amor propio, nada haces. Si lo haces por amor hacia él, obras excelentemente. Considera en las mismas palabras por amor de quien debes hacerlo, si por el tuyo o por el de él. Si te escuchare, dijo, has ganado a tu hermano. Hazlo, pues, por él, para ganarlo a él. Si haciéndolo lo ganas, no haciéndolo se pierde[11].
(P. Gustavo Pascual, I.V.E.)

[1] Cf. Mc 8, 33
[2] Cf. Ez 33, 7-9
[3] Cf. Is 56, 9
[4] Col 3, 14
[5] Cf. Rm 13, 8
[6] Cf. San Agustín, Sermón 336. Cit. Liturgia de las horas, segunda lectura
del común de la dedicación de una Iglesia.
[7]Catena Áurea, Mateo (II)…, San Agustín a Mt 18, 15-17, 115.
[8] Ga 6, 1
[9] Cf. Instituto del Verbo Encarnado, Corrección fraterna [104-108]…, 67-9
[10] Cf. San Agustín, La Ciudad de Dios, 1, 9. O.C. (XVI),BAC Madrid 20005,
19-23
[11]San Agustín, Sermón 82, 4. O.C. (X), BAC Madrid 1983, 469-470



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Aplicación: P. Ervens Mengelle, I.V.E. - IGLESIA APOSTÓLICA

Queridos hermanos, este párrafo del evangelio que hemos escuchado pertenece al cuarto de los grandes sermones de Jesucristo que refiere el evangelio de san Mateo, el llamado “sermón o discurso eclesiástico”. En él, Jesucristo da indicaciones acerca de lo que debe ser la vida en su Iglesia, cuál relación rige entre sus miembros, relación que, como saben, está marcada por la caridad. Al mismo tiempo, como oímos, Jesucristo establece un orden jerárquico. Ello para que la vida de su Iglesia no degenere en un caos y sea realmente vivificada por la caridad. Profundicemos este aspecto de la Iglesia.

1 – Jesús – Apóstoles – Obispos
Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, llamó a los que él quiso, y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar (Mc 3,13-14). Desde entonces, serán sus enviados [es lo que significa la palabra griega apostoloi]. En ellos continúa su propia misión: Como el Padre me envió, también yo os envío. Por tanto su ministerio es la continuación de la misiónde Cristo: Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, dice a los doce (Mt 10,40).

Jesús los asocia a su misión recibida del Padre: así como el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin Él de quien reciben el encargo de la misión y el poder para cumplirla. Los apóstoles de Cristo saben por tanto que están calificados por Dios como ministros de una nueva alianza, ministros de Dios, embajadores de Cristo, servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. (858-859)

En la misión que Cristo les encomienda hay un aspecto permanente, Cristo les ha prometido permanecer con ellos hasta el fin de los tiempos. Esta misión divina confiada por Cristo a los apóstoles tiene que durar hasta el fin del mundo, pues el Evangelio que tienen que transmitir es el principio de toda la vida de la Iglesia. Por eso los apóstoles se preocuparon de instituir sucesores (860).

Para que continuase después de su muerte la misión confiada a ellos, encargaron mediante una especie de testamento a sus colaboradores más inmediatos que terminaran y consolidaran la obra que ellos empezaron. Les encomendaron que cuidaran de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les había puesto para ser los pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por tanto, de esta manea a algunos varones y luego dispusieron que, después de su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el ministerio (LG 20; Cf. Cartas a Timoteo y a Tito).

Por ello, así como permanece el ministerio confiado personalmente por el Señor a Pedro, el cual es hoy ejercido por el Papa, de la misma manera permanece el ministerio de los apóstoles de apacentar la Iglesia, que es ejercido por el orden sagrado de los obispos. “Por eso, la Iglesia enseña que por institución divina los obispos han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió” (862).

En el evangelio de hoy hemos escuchado la frase empleada por Cristo: lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Esta frase está tomada del vocabulario jurídico rabínico e indica el poder de la autoridad legítima de una sociedad de establecer normas que deben ser respetadas por todos los miembros de esa sociedad. Por eso, al decir eso, Jesucristo está señalando al mismo tiempo la función y tarea de los apóstoles en la Iglesia.



2 – Iglesia Apostólica
Esto es lo que reconocemos cuando confesamos, en el Credo, que la Iglesia es apostólica, “porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:

- fue y permanece edificada sobre el fundamento de los apóstoles (Ef 2,20), testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo.

- Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza, el buen depósito, las sanas palabras oídas a los apóstoles

- Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, a los que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia” (857).

Toda la Iglesia es apostólica, entonces, mientras permanezca, a través de los sucesores de San Pedro y de los apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen (863). Ya en los Hechos de los Apóstoles leemos que el creer en Cristo implicaba unirse a esa comunidad inicial creada por Cristo en los apóstoles (cf. He 2,41s.47): lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1Jn 1,3)

Pero también “toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es enviada al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado. Se llama apostolado a toda la actividad del Cuerpo Místico que tiende a propagar el Reino de Cristo por toda la tierra… Pero es siempre la caridad, conseguida sobre todo en la Eucaristía, que es como el alma de todo apostolado” (863-864).

Aquí se ve la relación con la primera parte del evangelio. Jesucristo nos dice: si tu hermano peca contra ti, ve y dile… etc. Debemos tener presente, para entender correctamente lo que dice Jesús, algunos presupuestos: 1) la unión es establecida por la caridad; 2) no se da auténtica caridad si no es sobre la base de una verdadera fe; 3) nuestra preocupación respecto del hermano es más bien en orden a él y no a nosotros.

Detengámonos en esto. Jesús dice: si tu hermano peca contra ti… ¿Qué significa esto? Al decir peca (gr. hamartése) está dando a entender que comete una acción injusta en la cual el damnificado soy yo (sea que falte a la justicia en los bienes materiales, en los morales, en los espirituales o en lo que sea). Lo que Jesús nos enseña es a buscar ante todo no la reparación de nuestro propio daño, lo cual puede ser justo, sino la salvación del que ha pecado. Se entiende que nos debe mover más la caridad por el bien del prójimo que el anhelo de justicia para con nuestro propio bien. O sea, Jesús nos está pidiendo que seamos como él.

El que peca se ex-comunica, se ex-comulga,se aparta, como consecuencia inevitable de su pecado, de la comunión con Cristo, es decir de la Iglesia que Cristo ha establecido, por propia decisión, sobre los apóstoles (el término ekklesía indica una comunidad estable, lo cual implica vínculos estables de comunión). Precisamente, el otro de los sentidos de la expresión “atar-desatar” en el lenguaje rabínico es declarar quién está ligado, o sea en comunión, y quien está des-ligado, des-vinculado. De allí que cuando alguno peca es necesaria la intervención del ministro legítimo para re-ligar lo que se ha separado por el pecado.

En síntesis, queridos hermanos, en este discurso Jesús nos manifiesta la naturaleza profunda del misterio de la Iglesia, que es comunión, y cómo debemos, en consecuencia, actuar nosotros para insertarnos cada vez más profundamente en ese misterio, viviendo la caridad con nuestro prójimo, manteniendo la unidad en la fe y en la oración con toda la Iglesia de Dios­.


3 – Apostólica, es decir, Una
O sea, en última instancia, es la condición apostólica la que asegura la Unidad de la Iglesia Católica en la Santidad. De allí que estos cuatro atributos (una, santa, católica, apostólica) existen “inseparablemente unidos entre sí [e] indican rasgos esenciales de la Iglesia y de su misión. La Iglesia no los tiene por ella misma; es Cristo, quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una, santa, católica y apostólica, y Él es también quien la llama a ejercitar cada una de estas cualidades” (811).

Es verdad que para reconocer que esos cuatro atributos proceden de Dios es necesaria la fe, pero no es menos verdadero que las manifestaciones históricas, es decir concretas en nuestro mundo, son también signos que hablan a la razón humana. Y por eso el Concilio Vaticano I señaló que “la Iglesia por sí misma es un grande y perpetuo motivo de credibilidad y un testimonio irrefutable de su misión divina a causa de su admirable propagación, de su eximia santidad, de su inagotable fecundidad en toda clase de bienes, y de su unidad universal y de su invicta estabilidad” (812).

4 – Conclusión
“La Iglesia es una, santa, católica y apostólica en su identidad profunda y última, porque en ella existe ya y será consumado al fin de los tiempos el Reino de los cielos, el Reino de Dios, que ha venido en la persona de Cristo y que crece misteriosamente en el corazón de los que le son incorporados hasta su plena manifestación escatológica. Entonces todos los hombres rescatados por él, hechos en él santos e inmaculados en presencia de Dios en el Amor (Ef 1,4), serán reunidos como el único pueblo de Dios, la Esposa del Cordero, la Ciudad Santa que baja del Cielo de junto a Dios y tiene la gloria de Dios, y la muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras que llevan los nombres de los doce apóstoles del Cordero (Ap 21)” (865).
(MENGELLE, E., Dios Padre y su Reino, IVE Press, Nueva York, 2007. Todos los
derechos reservados)

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Aplicación: Alessandro Prozato - Lo que cuenta es la recuperación del hermano

Lo que cuenta es la recuperación del hermano. Esta es la preocupación fundamental, no la de hacerle ver que está equivocado, o que merece castigo, o que hay que llamarlo al orden.

Poco antes Jesús ha contado la parábola del pastor y de la oveja perdida (18. 12-13). El pastor no se considera rico porque tiene 99 ovejas. Se considera pobre porque le falta una.

No se resigna a perderla. Las 99 no le consuelan, ni le resarcen de la perdida. La parábola termina con una afirmación solemne que es un poco la clave de lectura de nuestro texto: "Vuestro Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños". Así pues, en la comunidad cristiana, además de la inversión de los criterios humanos de grandeza y de la abolición de las diferencias, tenemos una diversa contabilidad. Hay un valor infinito en cada persona. Incluso un solo hombre cuenta, es importante, de gran valor. De gran valor por la preocupación, por el ansia de Dios.

Y hay que hacer lo imposible para no perderlo. (...). Frente a la falta del hermano, se habla de ello inmediatamente con todos, se hace publicidad de ella, se divulga en cada esquina (incluso con las debidas amplificaciones). Después, a lo mejor y por fin, también el pobre hombre es informado de lo que todos dicen, desde hace mucho tiempo, a sus espaldas. El culpable, a veces, es el único que no sabe la tempestad que se avecina sobre su cabeza... Cristo ha enseñado un procedimiento opuesto al que practicamos nosotros. Y pasemos a algunas observaciones prácticas:

1.Se llama "corrección fraterna". O sea, se corrige porque somos hermanos. Se reprende porque se ama. La corrección nunca puede ser una venganza inconsciente y nunca debe enmascarar un instinto de superioridad. Lo único que debe preocupar es el bien del hermano. Por eso: verdad y caridad van juntas.

2.Atentos para no confundir el pecado con lo que es distinto a mi manera de pensar. A no definir como "mal" lo que no entra en nuestros gustos y en nuestros esquemas. Atentos, sobre todo, a no intervenir continuamente por tonterías, por cosas absolutamente marginales.

Parece que ciertas personas religiosas tienen el arte de "asfixiar", en vez de liberar, ayudar, promover. (...).
(ALESSANDRO PRONZATO, EL PAN DEL DOMINGO CICLO A, EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1986.Pág. 199 ss.)





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