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Domingo 30 del Tiempo Ordinario A - Comentarios de Sabios y Santos II: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

 

A su disposición

Directorio Homilético: Trigésimo domingo del Tiempo Ordinario

Exégesis: W. Trilling - El mandamiento (Mt 22,36-30)

Comentario teológico: San Alberto Hurtado - La orientación fundamental del catolicismo

Santos Padres: San Juan Crisóstomo - El más grande mandamiento (Mt 22,34-40)

Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - El amor de holocausto (Mt 22,34-40)

Aplicación: P. Gustavo Pascual, IVE - El amor a Dios y al prójimo Mt 22, 34-40

 

¿Cómo acoger la Palabra de Dios?

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla

Falta un dedo: Celebrarla

 

 

Comentarios a Las Lecturas del Domingo


Directorio Homilético: Trigésimo domingo del Tiempo Ordinario

CEC 2052-2074: los Diez Mandamientos interpretados a través de un doble amor
CEC 2061-2063: la acción moral es la respuesta a la iniciativa del amor de Dios

SEGUNDA SECCION: LOS DIEZ MANDAMIENTOS

"Maestro, ¿qué he de hacer...?"

2052 "Maestro, ¿qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?" Al joven que le hace esta pregunta, Jesús responde primero invocando la necesidad de reconocer a Dios como "el único Bueno", como el Bien por excelencia y como la fuente de todo bien. Luego Jesús le declara: "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos". Y cita a su interlocutor los preceptos que se refieren al amor del prójimo: "No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás testimonio falso, honra a tu padre y a tu madre". Finalmente, Jesús resume estos mandamientos de una manera positiva: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 19,16-19).

2053 A esta primera respuesta se añade una segunda: "Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme" (Mt 19,21). Esta respuesta no anula la primera. El seguimiento de Jesucristo comprende el cumplir los mandamientos. La Ley no es abolida (cf Mt 5,17), sino que el hombre es invitado a encontrarla en la Persona de su Maestro, que es quien le da la plenitud perfecta. En los tres evangelios sinópticos la llamada de Jesús, dirigida al joven rico, de seguirle en la obediencia del discípulo, y en la observancia de los preceptos, es relacionada con el llamamiento a la pobreza y a la castidad (cf Mt 19,6-12. 21. 23-29). Los consejos evangélicos son inseparables de los mandamientos.

2054 Jesús recogió los diez mandamientos, pero manifestó la fuerza del Espíritu operante ya en su letra. Predicó la "justicia que sobrepasa la de los escribas y fariseos" (Mt 5,20), así como la de los paganos (cf Mt 5,46-47). Desarrolló todas las exigencias de los mandamientos: "habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás...Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal" (Mt 5,21-22).

2055 Cuando le hacen la pregunta "¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?" (Mt 22,36), Jesús responde: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,37-40; cf Dt 6,5; Lv 19,18). El Decálogo debe ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley:

En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud (Rm 13,9-10).



El Decálogo en la Sagrada Escritura

2056 La palabra "Decálogo" significa literalmente "diez palabras" (Ex 34,28; Dt 4,13; 10,4). Estas "diez palabras" Dios las reveló a su pueblo en la montaña santa. Las escribió "con su Dedo" (Ex 31,18; Dt 5,22), a diferencia de los otros preceptos escritos por Moisés (cf Dt 31,9.24). Constituyen palabras de Dios en un sentido eminente. Son trasmitidas en los libros del Exodo (cf Ex 20,1-17) y del Deuteronomio (cf Dt 5,6-22). Ya en el Antiguo Testamento, los libros santos hablan de las "diez palabras" (cf por ejemplo, Os 4,2; Jr 7,9; Ez 18,5-9); pero es en la nueva Alianza en Jesucristo donde será revelado su pleno sentido.

2057 El Decálogo se comprende mejor cuando se lee en el contexto del Exodo, que es el gran acontecimiento liberador de Dios en el centro de la antigua Alianza. Las "diez palabras", bien sean formuladas como preceptos negativos, prohibiciones o bien como mandamientos positivos (como "honra a tu padre y a tu madre"), indican las condiciones de una vida liberada de la esclavitud del pecado. El Decálogo es un camino de vida:

Si amas a tu Dios, si sigues sus caminos y guardas su mandamientos, sus preceptos y sus normas, vivirás y te multiplicarás" (Dt 30,16).

Esta fuerza liberadora del Decálogo aparece, por ejemplo, en el mandamiento del descanso del sábado, destinado también a los extranjeros y a los esclavos:

Acuérdate de que fuiste esclavo en el país de Egipto y de que tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y con tenso brazo (Dt 5,15).

2058 Las "diez palabras" resumen y proclaman la ley de Dios: "Estas palabras dijo el Señor a toda vuestra asamblea, en la montaña, de en medio del fuego, la nube y la densa niebla, con voz potente, y nada más añadió. Luego las escribió en dos tablas de piedra y me las entregó a mí" (Dt 5,22). Por eso estas dos tablas son llamadas "el Testimonio" (Ex 25,16), pues contienen las cláusulas de la Alianza establecida entre Dios y su pueblo. Estas "tablas del Testimonio" (Ex 31,18; 32,15; 34,29) se deben depositar en el "arca" (Ex 25,16; 40,1-2).

2059 Las "diez palabras" son pronunciadas por Dios dentro de una teofanía ("el Señor os habló cara a cara en la montaña, en medio del fuego": Dt 5,4). Pertenecen a la revelación que Dios hace de sí mismo y de su gloria. El don de los mandamientos es don de Dios y de su santa voluntad. Dando a conocer su voluntad, Dios se revela a su pueblo.

2060 El don de los mandamientos de la ley forma parte de la Alianza sellada por Dios con los suyos. Según el libro del Exodo, la revelación de las "diez palabras" es concedida entre la proposición de la Alianza (cf Ex 19) y su conclusión (cf. Ex 24), después que el pueblo se comprometió a "hacer" todo lo que el Señor había dicho y a "obedecerlo" (Ex 24,7). El Decálogo es siempre transmitido tras el recuerdo de la Alianza ("el Señor, nuestro Dios, estableció con nosotros una alianza en Horeb": Dt 5,2).

2061 Los mandamientos reciben su plena significación en el interior de la Alianza. Según la Escritura, el obrar moral del hombre adquiere todo su sentido en y por la Alianza. La primera de las "diez palabras" recuerda el amor primero de Dios hacia su pueblo:

Como había habido, en castigo del pecado, paso del paraíso de la libertad a la servidumbre de este mundo, por eso la primera frase del Decálogo, primera palabra de los mandamientos de Dios, se refiere a la libertad: "yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre" (Ex 20,2; Dt 5,6) (Orígenes, hom. in Ex. 8,1).

2062 Los mandamientos propiamente dichos vienen en segundo lugar. Expresan las implicaciones de la pertenencia a Dios instituida por la Alianza. La existencia moral es respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Es reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias. Es cooperación al plan que Dios realiza en la historia.

2063 La alianza y el diálogo entre Dios y el hombre están también confirmados por el hecho de que todas las obligaciones se enuncian en primera persona ("Yo soy el Señor...") y están dirigidas a otro sujeto ("tú"). En todos los mandamientos de Dios hay un pronombre personal singular que designa el destinatario. Al mismo tiempo que a todo el pueblo, Dios da a conocer su voluntad a cada uno en particular:

El Señor prescribió el amor a Dios y enseñó la justicia para con el prójimo a fin de que el hombre no fuese ni injusto, ni indigno de Dios. Así, por el Decálogo, Dios preparaba al hombre para ser su amigo y tener un solo corazón con su prójimo...Las palabras del Decálogo persisten también entre nosotros (cristianos). Lejos de ser abolidas, han recibido amplificación y desarrollo por el hecho de la venida del Señor en la carne (S. Ireneo, haer. 4,16,3-4).



El Decálogo en la Tradición de la Iglesia

2064 Fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de la Iglesia ha reconocido en el Decálogo una importancia y una significación primordiales.

2065 Desde S. Agustín, los "diez mandamientos" ocupan un lugar preponderante en la catequesis de los futuros bautizados y de los fieles. En el siglo quince se tomó la costumbre de expresar los preceptos del Decálogo en fórmulas rimadas, fáciles de memorizar, y positivas. Estas fórmulas están todavía en uso hoy. Los catecismos de la Iglesia han expuesto con frecuencia la moral cristiana siguiendo el orden de los "diez mandamientos".

2066 La división y numeración de los mandamientos ha variado en el curso de la historia. El presente catecismo sigue la división de los mandamientos establecida por S. Agustín y que se hizo tradicional en la Iglesia católica. Es también la de las confesiones luteranas. Los Padres griegos realizaron una división algo distinta que se encuentra en las Iglesias ortodoxas y las comunidades reformadas.

2067 Los diez mandamientos enuncian las exigencias del amor de Dios y del prójimo. Los tres primeros se refieren más al amor de Dios y los otros siete más al amor del prójimo.

Como la caridad comprende dos preceptos en los que el Señor condensa toda la ley y los profetas..., así los diez preceptos se dividen en dos tablas: tres están escritos en una tabla y siete en la otra (S. Agustín, serm. 33,2,2).


2068 El Concilio de Trento enseña que los diez mandamientos obligan a los cristianos y que el hombre justificado está también obligado a observarlos (cf DS 1569-70). Y el Concilio Vaticano II lo afirma: "Los obispos, como sucesores de los apóstoles, reciben del Señor...la misión de enseñar a todos los pueblos y de predicar el Evangelio a todo el mundo para que todos los hombres, por la fe, el bautismo y el cumplimiento de los mandamientos, consigan la salvación" (LG 24).



La unidad del Decálogo

2069 El Decálogo forma un todo indisociable. Cada una de las "diez palabras" remite a cada una de las demás y al conjunto; se condicionan recíprocamente. Las dos tablas se iluminan mutuamente; forman una unidad orgánica. Transgredir un mandamiento es quebrantar todos los otros (cf St 2,10-11). No se puede honrar a otro sin bendecir a Dios su Creador. No se podría adorar a Dios sin amar a todos los hombres, sus criaturas. El Decálogo unifica la vida teologal y la vida social del hombre.



El Decálogo y la ley natural

2070 Los diez mandamientos pertenecen a la revelación de Dios. Nos enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto, indirectamente los derechos fundamentales, inherentes a la naturaleza de la persona humana. El Decálogo contiene una expresión privilegiada de la "ley natural":

Desde el comienzo, Dios había puesto en el corazón de los hombres los preceptos de la ley natural. Primeramente se contentó con recordárselos. Esto fue el Decálogo (S. Ireneo, haer. 4, 15, 1).

2071 Aunque accesibles a la sola razón, los preceptos del Decálogo han sido revelados. Para alcanzar un conocimiento completo y cierto de las exigencias de la ley natural, la humanidad pecadora necesitaba esta revelación:

En el estado de pecado, una explicación plena de los mandamientos del Decálogo resultó necesaria a causa del oscurecimiento de la luz de la razón y la desviación de la voluntad (S. Buenaventura, sent.
4, 37, 1, 3).

Conocemos los mandamientos de la ley de Dios por la revelación divina que nos es propuesta en la Iglesia, y por la voz de la conciencia moral.



La obligación del Decálogo

2072 Los diez mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves. Son básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos. Los diez mandamientos están gravados por Dios en el corazón del ser humano.

2073 La obediencia a los mandamientos implica también obligaciones cuya materia es en sí misma leve. Así, la injuria en palabra está prohibida por el quinto mandamiento, pero sólo podría ser una falta grave en función de las circunstancias o de la intención del que la profiere.  "Sin mí no podéis hacer nada"

2074 Jesús dice: "Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). El fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida fecundada por la unión con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo, participamos en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar. "Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15,12).

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Exégesis: W. Trilling - El mandamiento (Mt 22,36-30)

34 Cuando los fariseos oyeron que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en el mismo lugar,
35 y uno de ellos, doctor de la ley, para tentarlo, le preguntó, 36 Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor en la ley? 37 él le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. 38 éste es el mandamiento mayor y primero. 39 El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40 De estos dos mandamientos pende toda la ley y los profetas.


Para los escribas, (…) se distinguía entre los mandamientos graves y los leves, por cuanto algunos exigían un esfuerzo mayor y otros un esfuerzo menor. También se intentó compendiar el contenido de los distintos mandamientos. (…) Se pregunta a Jesús por el mandamiento mayor en la ley. De este modo ya está determinado que Jesús sólo puede dar citas de la ley escrita. No era desacostumbrado responder a esta pregunta con el mandamiento del amor a Dios ni tampoco con el mandamiento del amor al prójimo. Lo desacostumbrado era relacionarlos y equipararlos entre sí. Ambos mandamientos están en el Antiguo Testamento, en dos pasajes distintos; el mandamiento del amor al prójimo incluso aparece en un lugar donde casi pasa desapercibido: "No procures la venganza, ni conserves la memoria de la injuria de tus conciudadanos. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor" (Lev_19:18). En cambio el mandamiento del amor a Dios fue puesto por escrito en un texto de mayor alcance. Es la respuesta amorosa del pueblo que Dios escogió con preferencia sobre todos los demás y condujo al país de los padres:

"Escucha, ¡Israel!: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estos mandamientos, que yo te doy en este día, estarán estampados en tu corazón, y los enseñarás a tus hijos, y en ellos meditarás sentado en tu casa, y andando de viaje" (Deu_6:4-7a). Muchos doctores de la ley hubiesen podido mencionar esta respuesta sola como la de mayor entidad. Jesús, en cambio, cita ambos mandamientos unidos como "el mandamiento mayor". Eso se corrobora con una formulación claramente teológica: De estos dos mandamientos pende toda la ley y los profetas. ¿Qué significa esta frase? "La ley y los profetas" es una expresión permanente y alude a la voluntad viviente de Dios, como está consignada en toda la Escritura. Esta voluntad de Dios, que se ha dado a conocer en tantos libros y prescripciones particulares y en tan diferentes tiempos, ¿puede ser expresada con una fórmula breve? ¿Hay una declaración, una manifestación de la voluntad de Dios que abarque en sí todas las demás? O si se pregunta teniendo en cuenta al hombre: ¿Existe la posibilidad de cumplir todas las distintas manifestaciones de la voluntad de Dios, si solamente se sigue una de ellas? Estas palabras de Jesús lo afirman y lo establecen como una nueva ley.

En el mandamiento doble del amor a Dios y del amor al prójimo están contenidos todos los demás mandamientos. Y también puede decirse a la inversa, que todos los demás mandamientos pueden ser reducidos a estos dos. Es una nueva doctrina. Aquí no solamente se dice lo que es el mayor mandamiento, sino que en él también están incluidos todos los demás. ¡Qué liberación para el hombre! Ya no necesita fijarse con angustia en observar 248 mandamientos y 365 prohibiciones, como los contaban los rabinos, sino solamente en dos. El que los guarda, cumple toda la ley, y por tanto la verdadera voluntad de Dios (Cf. las formulaciones paralelas de esta enseñanza de Jesús en Mat_7:12; Gal_5:14; Rom_13:8-10).

Aquí se nos dice una vez más con toda claridad lo que ya sabemos por el sermón de la montaña. Toda la aspiración moral del hombre debe tener su origen en una raíz, y estar dirigida a un objetivo, que es el amor. El hombre no solamente está creado para obedecer a Dios como su señor, sino también para amarle como su padre. La obediencia se lleva a cabo por medio del amor a Dios. Dios no quiere esclavos miedosos, sino hijos libres. El amor a Dios debe ser el núcleo de toda piedad. El amor a los hombres también debe proceder de la misma raíz. Hemos leído que "el prójimo" no solamente es el miembro del mismo pueblo y el habitante del mismo país, como lo entendían los judíos en conjunto en tiempo de Jesús. El prójimo puede ser cualquier persona humana.

El amor del discípulo en ningún sitio puede encontrar barreras. Su modelo es el amor del Padre, que hace brillar su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos (Rom_5:45). También para la conducta con respecto al hombre puede afirmarse que el amor debe ser la médula, aquella fuerza que vivifica y junta todas las posibilidades de contacto recíproco. Eso da por resultado un concepto grande y unitario para la vida del hombre. Por medio del amor la vida debe formarse y conseguir una unidad inconsútil. Nadie necesita malgastar ni destruir sus fuerzas ante las m��ltiples exigencias que se nos imponen. Para el discípulo del Señor, sólo hace al caso la misma conducta, ya sea ante Dios o ante el hombre. Si alguien dudara de lo que tiene que hacer en el caso particular y dónde hay que encontrar la voluntad de Dios, esta respuesta nunca le fallará.

Jesús aquí no dice de qué manera se han de cumplir conjuntamente en la práctica los dos mandamientos: si son dos direcciones distintas que se señalan al hombre -por una parte, amar a Dios y por otra al prójimo- o si el amor es distinto en cada uno de los dos mandamientos. Pero por la vida del hombre llegamos a conocer cómo se relacionan entre sí los dos mandamientos. En ella se unifican el cumplimiento de la voluntad de Dios y el amor que está al servicio del hombre. La obra de la redención de Jesús se lleva a cabo por amor al hombre, y por entrega amorosa a Dios, que así lo ha dispuesto (cf. 20, 28). Eso se dice más tarde de una forma sin par en una carta apostólica: "Si alguno dice: yo amo a Dios, y odia a su hermano, es mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y este mandamiento tenemos de él: que quien ama a Dios, ame también a su hermano" (/1Jn/04/20s).
(TRILLING, W., El Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)


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Comentario teológico: San Alberto Hurtado - La orientación fundamental del catolicismo

"Seamos cristianos, es decir, amemos a nuestros hermanos". En este pensamiento lapidario resume el gran Bossuet su concepción de la moral cristiana. Poco antes había dicho: "Quien renuncia a la caridad fraterna, renuncia a la fe, abjura del cristianismo, se aparta de la escuela de Jesucristo, es decir, de su Iglesia".

Al iniciar este estudio sobre el deber social de los católicos nos ha parecido que la mejor introducción es recordar el pensamiento básico que funda toda la actitud moral del catolicismo. Sin una comprensión de esta actitud, y sin entender exactamente el sitio que ocupa la caridad en el pensamiento de la Iglesia, será muy difícil evitar una actitud de crítica, de amarga protesta, ante las exigencias sociales, cuya razón íntima no se podrá percibir.

Si llegamos a comprender a fondo el sitio que ocupa la caridad en el cristianismo, la actitud de amor hacia nuestros hermanos, el respeto hacia ellos, el sacrificio de lo nuestro por compartir con ellos nuestras felicidades y nuestros bienes, fluirán como consecuencias necesarias y harán fácil una reforma social. De lo contrario, cualquier petición a favor de los que llevan una vida más dura encontrará resistencias de nuestra parte, y sólo podrá ser obtenida con protestas y amargas quejas, y nunca con el gesto amplio del amor y de la comprensión, sino que contentándose con dar el mínimo necesario para tapar la boca de quienes exigen y amenazan.

Lo más interesante, por tanto, en un estudio del deber social de los católicos es comprender su actitud, el estado de ánimo para abordar este estudio; es poner al lector en el clima propio del catolicismo; es invitarlo a mirar este problema con los ojos de Cristo, a juzgarlo con su mente, a sentirlo con su corazón. No lograremos una visión social justa mientras el católico del siglo XX no tenga ante el problema social la actitud de la Iglesia que no es en el fondo sino, prolongado, Cristo viviendo entre nosotros. Una vez que el católico haya entrado en esta actitud de espíritu, todas las reformas sociales, todas las reformas que exige la justicia social están virtualmente ganadas. Será necesaria la técnica económica social, un gran conocimiento de la realidad humana, de las posibilidades de la industria en un momento determinado, de la vinculación internacional de los problemas sociales, pero todos estos estudios se harán sobre un terreno propicio si la cabeza y el corazón del cristiano han logrado comprender y sentir el mensaje de Cristo.

El Mensaje de Cristo: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Lc 10,27). El Mensaje de Jesús fue comprendido en toda su fuerza por sus colaboradores más inmediatos, los apóstoles: "El que no ama a su hermano no ha nacido de Dios" (1Jn 2,1). "Si pretendes amar a Dios y no amas a tu hermano, mientes" (1Jn 4,20). "¿Cómo puede estar en él el amor de Dios, si rico en los bienes de este mundo, si viendo a su hermano en necesidad le cierra el corazón?" (1Jn 3,17). Con qué insistencia inculca Juan esta idea: que es puro egoísmo pretender complacer a Dios mientras se despreocupa de su prójimo. Santiago apóstol con no menor viveza que San Juan dice: "La religión amable a los ojos de Dios, no consiste solamente en guardarse de la contaminación del siglo, sino en visitar a los huérfanos y asistir a las viudas en sus necesidades" (Sant 1,27).

San Pablo, apasionado de Cristo: "Nacemos por la caridad, servidores los unos de los otros, pues toda nuestra ley está contenida en una sola palabra: Ama a tu prójimo como a ti mismo" (Gal 5,14). "El que ama a su prójimo cumple la ley" (Rm 12,8). "Llevad los unos la carga de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo" (Gal 6,2). Todavía con mayor insistencia, San Pablo resume todos los mandamientos no ya en dos, sino en uno que compendia los dos mandamientos fundamentales: "Toda la ley se compendia en esta sola palabra: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Rm 13,19). San Juan repite el mismo concepto: "Si nos amamos unos a otros Dios mora en nosotros y su amor es perfecto en nosotros" (1Jn 4,12). Y añade aún un pensamiento, fundamento de todos los consuelos del cristiano: "Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida sobrenatural si amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte" (1Jn, 3,14).

Después de recorrer tan rápidamente unos cuantos textos escogidos al azar entre los mucho más numerosos que podríamos citar, de cada uno de los apóstoles que han consignado su predicación por escrito, no podemos menos de concluir que no puede pretender llamarse cristiano quien cierra su corazón al prójimo.

Se engaña, si pretende ser cristiano, quien acude con frecuencia al templo pero no al conventillo para  aliviar las miserias de los pobres. Se engaña quien piensa con frecuencia en el cielo, pero se olvida de las miserias de la tierra en que vive. No menos se engañan los jóvenes y adultos que se creen buenos porque no aceptan pensamientos groseros, pero que son incapaces de sacrificarse por sus prójimos. Un corazón cristiano ha de cerrarse a los malos pensamientos, pero también ha de abrirse a los que son de caridad.

La enseñanza Papal

La primera encíclica dirigida al mundo cristiano por San Pedro encierra un elogio tal de la caridad que la coloca por encima de todas las virtudes, incluso de la oración: "Sed perseverantes en la oración, pero por encima de todo practicad continuamente entre vosotros la caridad" (1Pe 4,8-9).

Desfilan los siglos, doscientos cincuenta y ocho Pontífices se han sucedido, unos han muerto mártires de Cristo, otros en el destierro, otros dando testimonio pacífico de la verdad del Maestro, unos han sido plebeyos y otros nobles, pero su testimonio es unánime, inconfundible, no hay uno que haya dejado de recordarnos el mandamiento del Maestro, el mandamiento nuevo del amor de los unos a los otros, como Cristo nos ha amado. Imposible sería recorrer la lista de los Pontífices aduciendo sus testimonios: tales citaciones constituirían una biblioteca.

La práctica del amor cristiano

Con mayor cuidado que la pupila de los ojos debe, pues, ser mirada la caridad. La menor tibieza o desvío voluntario hacia un hermano, deliberadamente admitidos, serán un estorbo más o menos grave a nuestra unión con Cristo. Por eso nos dijo el Maestro que "si al ir a presentar una ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda" (Mt 5,23-24).

Al comulgar recibimos el Cuerpo físico de Cristo, Nuestro Señor, y no podemos, por tanto, en nuestra acción de gracias rechazar su Cuerpo Místico. Es imposible que Cristo baje a nosotros con su gracia y sea un principio de unión si guardamos resentimiento con alguno de sus miembros. Por esto San Pablo, que había comprendido tan bien la doctrina del Cuerpo Místico, nos dice: "Os conjuro hermanos... que todos habléis del mismo modo y no haya disensiones entre vosotros, sino que todos estéis enteramente unidos en un mismo sentir y en un mismo querer" (1Co 1,10).

Este amor al prójimo es fuente para nosotros de los mayores méritos que podemos alcanzar porque es el que ofrece los mayores obstáculos. Amar a Dios en sí es más perfecto, pero, más fácil; en cambio, amar al prójimo, duro de carácter, desagradable, terco, egoísta, pide al alma una gran generosidad para no desmayar. Por esto Marmión dice: "No temo afirmar que un alma que por amor sobrenatural se entrega sin reservas a Cristo en las personas del prójimo ama mucho a Cristo y es a su vez infinitamente amada. Cerrándose al prójimo se cierra a Cristo el más ardiente deseo de su corazón: 'Que todos sean uno'".

Este amor, ya que todos no formamos sino un solo Cuerpo, ha de ser universal, sin excluir positivamente a nadie, pues Cristo murió por todos y todos están llamados a formar parte de su Reino. Por tanto, aun los pecadores deben ser objeto de nuestro amor puesto que pueden volver a ser miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Que hacia ellos se extienda, por tanto, también nuestro cariño, nuestra delicadeza, nuestro deseo de hacerles el bien, y que al odiar el pecado no odiemos al pecador.

El amor al prójimo ha de ser ante todo sobrenatural, esto es, amarlo con la mira puesta en Dios, para alcanzarle o conservarle la gracia que lo lleva a la bienaventuranza. Amar es querer bien, como dice Santo Tomás, y todo bien está subordinado al [bien] supremo; por eso es tan noble la acción de consagrar una vida a conseguir a los demás los bienes sobrenaturales que son los supremos valores de la vida.

Pero hay también otras necesidades que ayudar: un pobre que necesita pan, un enfermo que requiere medicinas, un triste que pide consuelo, una injusticia que pide reparación... y sobre todo, los bienes positivos que deben ser impartidos, pues aunque no haya ningún dolor que restañar, hay siempre una capacidad de bien que recibir.

San Pablo resume admirablemente esta actitud: "Amaos recíprocamente con ternura y caridad fraternal, procurando anticiparos unos a otros en las señales de honor y eferencia... Alegraos con los que se alegran y llorad con los que lloran, estad siempre unidos en unos mismos sentimientos... vivid en paz y, si se puede, con todos los hombres" (Rm 12,10-18). "Os ruego encarecidamente que os soportéis unos a otros con caridad; solícitos en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz; pues no hay más que un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como fuisteis llamados a una misma esperanza de vuestra vocación" (Ef 4,1-4).

El modelo del amor y su imitación por los cristianos

La ley de la caridad no es para nosotros ley muerta; tiene un modelo vivo que nos dio ejemplos de ella desde el primer acto de su existencia hasta su muerte, y continúa dándonos pruebas de su amor en su vida gloriosa: ese es Jesucristo.

Hablando de Él, dice San Pablo que es la Benignidad misma que se ha manifestado a la tierra; y San Pedro, que vivió con Él tres años, nos resume su vida diciendo que "pasó por el mundo haciendo el bien" (Hech 10,38). Como el Buen Samaritano, cuya caritativa acción Él mismo nos ponderó, tomó al género humano en sus brazos y sus dolores en el alma.

Viene a destruir el pecado, que es el supremo mal; echa a los demonios del cuerpo de los posesos, pero, sobre todo, los arroja de las almas dando su vida por cada uno de nosotros. Me amó a mí, también a mí, y se entregó a la muerte por mí (cf. Gal 2,20). ¿Puede haber señal mayor que dar su vida por sus amigos?

Junto a estos grandes signos de amor, nos muestra su caridad con los leprosos que sanó, con los muertos que resucitó, con los adoloridos a los cuales alivió. Consuela a Marta y María en la pena de la muerte de su hermano, hasta bramar su dolor; se compadece del bochorno de dos jóvenes esposos y para disiparlo cambió el agua en vino; en fin, no hubo dolor que encontrara en su camino que no aliviara. Para nosotros, el precepto de amar es recordar la palabra de Jesús: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 13,34). ¡Cómo nos ha amado Jesús!

Los verdaderos cristianos, desde el principio, han comprendido maravillosamente el precepto del Señor. Citar sus ejemplos sería largo, pero como resumen de todas estas realidades encontramos en un precioso libro de la remota antigüedad llamado La enseñanza del Señor por medio de los doce apóstoles a los gentiles: "Dos caminos hay, uno de la vida y otro de la muerte. La diferencia entre ambos es enorme. La ruta de la vida es así: Amarás ante todo a Dios tu Creador y luego a tu prójimo como a ti mismo; todo cuanto no quieres que se haga a ti, no lo hagas a otro. El contenido de estas palabras significa: bendecid a los que os maldicen, orad por vuestros enemigos, ayunad por los que os persiguen. ¿Qué hay en efecto de sorprendente si amáis a los que os aman? ¿No hacen otro tanto los gentiles?

Pero vosotros amad a quienes os aborrecen y a nadie tendréis por enemigo. Absteneos de apetitos corpóreos. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuelve hacia él la otra y serás perfecto. Si alguien te contratare para una milla, acompáñalo por dos; si alguien te quitare la capa dale también la túnica... A todo aquel que te pidiere, dale, y no lo recrimines para que te lo devuelva, porque el Padre quiere que todos participen de sus dones".

Esto fue escrito cuando Nerón acababa de quemar a centenares de cristianos en los jardines de su palacio, como lo narra Tácito; cuando imperaba Domiciano, mezquino y vil; cuando sangraba el anfiteatro por los miles de mártires despedazados por las fieras. Los hombres que escribían, enseñaban y aprendían la doctrina que acabamos de transcribir continuaban impertérritos amando a Dios y al prójimo. No perdían el ánimo ante los horrores del presente, ni se amedrentaban al tener siempre suspendida sobre la cabeza la amenaza del martirio. Por encima de todo estaba en su corazón la certeza del triunfo del amor. Cristo no sería para siempre vencido por Satán. No había de ser en vano vertida la sangre del Salvador.

En la esperanza de estos prodigiosos cristianos es donde hay que buscar la fuerza para retemplar  nuestro deber de amar, a pesar de los odios macizos como cordilleras que nos cercan hoy por todas partes.

Muchas comisiones designan todos los países para solucionar los problemas de la post guerra, pero no podemos fiarnos demasiado en sus resultados mientras no vuelva a florecer socialmente la semilla del amor.

Al mirar esta tierra, que es nuestra, que nos señaló el Redentor; al mirar los males del momento, el precepto de Cristo cobra una imperiosa necesidad: Amémonos mutuamente. La señal del cristiano no es la espada, símbolo de la fuerza; ni la balanza, símbolo de la justicia; sino la Cruz, símbolo del amor. Ser cristiano significa amar a nuestros hermanos como Cristo los ha amado.
(SAN ALBERTO HURTADO, La búsqueda de Dios, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile, 2005, p. 128 - 134)


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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - El más grande mandamiento (Mt 22,34-40)

1. Nuevamente pone el evangelista la causa por que debieran los émulos de Jesús guardar silencio, y por ese solo hecho os hace ver su atrevimiento. ¿Cómo y de qué manera? Porque en el momento en que los saduceos habían sido reducidos a silencio, le atacan otra vez los fariseos. Porque cuando, siquiera por eso, debieran haberse callado, ellos vuelven a sus ataques anteriores, y le echan ahora por delante a un doctor de la ley, no porque tengan ganas de aprender nada, sino con intención de ponerle en apuro.

Y así le preguntan cuál es el primer mandamiento. Como el primer mandamiento era: Amarás al Señor, Dios tuyo, esperando que les diera algún asidero si acaso intentaba corregirlo, puesto que Él mismo declaraba ser Dios, de ahí la pregunta que le dirigen. ¿Qué contesta, pues, Cristo? Para hacerles ver la causa por que habían venido a preguntarle, que no era otra que su falta absoluta de caridad, estar consumidos por la envidia y ser presa de los celos, les contesta: Amarás al Señor Dios tuyo. Éste es el primero y más grande mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. ¿Por qué es el segundo semejante al primero? Porque le prepara el camino y por él a su vez es confirmado. Porque: Todo el que obra mal, aborrece la luz y no viene a la luz1. Y otra vez: Dijo el insensato en su corazón: No hay Dios2, ¿Y qué se sigue de ahí? Se corrompieron y se hicieron abominables en sus ocupaciones3. Y otra vez: La raíz de todos los males es el amor al dinero, y por buscarlo, algunos se han extraviado de la fe4. Y: El que me ama, guarda mis mandamientos5.

Ahora bien, todos sus mandamientos y como la suma de ellos es: Amarás al Señor, Dios tuyo, y a tu prójimo como a ti mismo. Sí, pues, amar a Dios es amar al prójimo-porque, Si me amas, le dice a Pedro, apacienta mis ovejas6-y el amar al prójimo hace guardar los mandamientos, con razón añade el Señor: En estos mandamientos está colgada toda la ley y los profetas. De ahí justamente que haga aquí lo que había hecho anteriormente. Porque, preguntado allí sobre el modo de la esurrección y qué cosa fuera la resurrección, para dar una lección a los saduceos, respondió más de lo que se le había preguntado; y aquí, preguntado por el primer mandamiento, responde también sobre el segundo, que no es muy diferente del primero. Porque: El segundo es semejante al primero, dándoles a entender de dónde procedía su pregunta, es decir, de pura enemistad. Porque la caridad no es envidiosa7. Por aquí demuestra que Él obedece a la ley y a los profetas.

Más ¿por qué razón Mateo dice que este doctor le preguntó para tentarle, y Marcos lo contrario?: Porque, viendo Jesús-dice-que había respondido discretamente, le dijo: No estás lejos del reino de Dios8. No hay contradicción entre los evangelistas, sino perfecta concordia. Porque el doctor de la ley le preguntó sin duda tentándole al principio; luego, por haber sacado provecho de la respuesta del Señor, es alabado. Y tampoco le alabó al principio. Sólo cuando dijo que amar al prójimo era mejor que todos los holocaustos, le replicó el Señor: No está lejos del reino de Dios. El doctor había sabido desdeñar lo bajo de la religión y había comprendido el principio de la virtud. A la verdad, a este amor del prójimo tendía todo lo otro, los sábados y lo demás. Y ni aun así le tributó el Señor alabanza completa, sino con alguna reserva. Decirle, en efecto, que no estaba lejos, era afirmar que algo distaba, y era a par invitarle a buscar lo que le
faltaba.

Por lo demás, no hay que sorprenderse de que el Señor alabe al doctor de la ley por haber dicho: Uno solo es Dios, y fuera de Él no hay otro; por este pasaje debemos más bien darnos cuenta de cómo el Señor se acomoda en sus respuestas a las ideas de quienes le preguntan. Porque si bien los judíos dicen mil cosas indignas de la gloria de Cristo, una cosa, sin embargo, no se atreverán a decir: que no sea Dios en absoluto.

- ��Cómo, pues, alaba al doctor de la ley, cuando dice que no hay otro Dios fuera del Padre? -No es, ni mucho menos, que se excluya a sí mismo de ser Dios; sino que, como no había aún llegado el momento de revelar su propia divinidad, le deja al doctor permanecer en el dogma primero y le alaba de conocer tan bien lo antiguo. Era un modo de prepararle para la enseñanza del Nuevo Testamento, cuando fuera momento de introducirla. Por lo demás, las palabras: Uno solo es Dios, y fuera de Él no hay otro, ni en el Antiguo Testamento ni en otra parte se dicen para rechazar al Hijo, sino por contraposición a los ídolos. De suerte que, al alabar al doctor por haber dicho eso, en este sentido le alaba el Señor.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Obras de San Juan Crisóstomo, homilía 71, 1. BAC Madrid 1956 (II), p. 437-440)

Notas
1 Jn 3, 20. El pensamiento de San Juan Crisóstomo se completa si ponemos la misma frase pero en positivo: "El que obra el bien, es decir, el que ama a su prójimo, ama la luz y va a la luz, es decir, ama a Dios y se encuentra con Dios"
2 Sal 52, 1; 13, 1
3 Sal 13, 2. Aquí se muestra la interacción que hay entre el primer y el segundo mandamiento, pero haciendo ver que el no ama a Dios no puede amar a su prójimo: los que no creyeron en Dios y no lo amaron ("Dijeron: no hay Dios"), "se corr ompieron en sus ocupaciones", es decir, no amaron a los hombres.
4 1 Tm 6, 10: el amor al dinero, pecado de avaricia contra el prójimo, hace desviar de la verdadera fe y del amor a Dios.
5 Jn 14, 15
6 Jn 21, 16
7 1 Co 13, 4
8 Mc 12, 34


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Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - El amor de holocausto (Mt 22,34-40)

Introducción

En el evangelio de hoy hay que distinguir cuidadosamente dos cosas claramente distintas. Por un lado, la lucha encarnizada entre los fariseos y Cristo. Y por el otro, el contenido de la disputa: cuál es el primer mandamiento que Dios prescribe al hombre. La lucha es tan encarnizada que ya se encuentra a pocas horas de su desenlace, es decir, del momento en que Cristo va a ser entregado, apresado, burlado, lastimado, crucificado y muerto. En efecto, el evangelio de hoy sucede ya dentro de la Semana Santa.

En cuanto al contenido de la disputa será motivo de grandes desarrollos teológicos a lo largo de la historia. Es necesario, en estos evangelios de los últimos domingos del ciclo litúrgico, mantener la distinción clara entre estos dos temas presentes en ellos.

Santo Tomás de Aquino, en su "Comentario a San Mateo", a pesar de que explica al detalle el contenido del primer mandamiento, en ningún momento descuida el momento histórico que vive Jesucristo y la lucha principal que libra en ese momento: defenderse de los ataques arteros de los fariseos. Santo Tomás explica hermosamente el contenido del primer mandamiento, pero, al mismo tiempo, es severísimo con los fariseos, examinando al detalle y denunciando cada una de sus dolosas actitudes.

1. La nequicia de los fariseos

Nequicia es una palabra castellana que significa 'maldad', 'perversidad'9. Proviene de la palabra latina nequitia, que es la palabra que usa Santo Tomás para cualificar la actitud que los fariseos tienen con Jesús en el evangelio de hoy. En efecto, dice Santo Tomás refiriéndose al evangelio de hoy: "El evangelista, en primer lugar, describe la nequicia de los que interrogan, es decir, de los fariseos"10.

Y luego dice Santo Tomás de una manera muy detallada: "El evangelista describe la nequicia de los fariseos en cuanto a tres cosas. Primero, en cuanto a la desvergüenza; segundo, en cuanto a la meditada malicia; tercero, en cuanto a la fraudulencia"11.

Para decir 'desvergüenza', Santo Tomás usa la palabra latina impudentia. En castellano existe también la palabra 'impudencia'. Significa 'descaro', 'desvergüenza'12. Y la palabra 'desvergüenza', según el DRAE, significa: 'insolencia', 'descarada ostentación de faltas y vicios'; 'dicho o hecho impúdico o insolente'. Todo eso, según Santo Tomás, debe aplicarse a la actitud que los fariseos muestran contra Jesús en el evangelio de hoy.

"La impudencia o desvergüenza de los fariseos queda de manifiesto cuando se dice: 'Habiendo oído que hizo callar a los saduceos hicieron una reunión'. Jesús ya había confutado a los discípulos de los fariseos y a los saduceos y, por lo tanto, esto ya debería haberles bastado para que le crean y se avergüencen. Pero los fariseos no por esto renunciaron a su propósito, sino que, al contrario, lo interrogaron de nuevo. Por eso dice San Juan Crisóstomo: 'La envidia y la ira causan y nutren la desvergüenza'. Por eso se puede aplicar a ellos lo que dice el profeta Isaías: 'Son perros impudentísimos (impudentissimi) que no se sacian con nada' (Is 56,11, Vulg). Y esto queda de manifiesto en el hecho de que, a pesar de oír que Jesús les impuso silencio a los saduceos, ellos, sin embargo, no se quedaron
callados"13.

El defecto de los fariseos es grave y el "Martín Fierro", el poema épico-fundacional de Argentina, así lo enseña:


"Muchas cosas pierde el hombre que a veces las vuelve a hallar; pero les debo enseñar,
y es bueno que lo recuerden:
si la vergüenza se pierde,
jamás se vuelve a encontrar"14.

"La segunda actitud de los fariseos que muestra su nequicia es la meditada malicia (excogitata malitia). En efecto, para asegurarse completamente que van a vencer a Cristo, se congregan en uno. A ellos se refiere el salmo: 'Los príncipes se congregaron en uno contra el Señor y contra su Mesías' (Sal 2,2). Los fariseos y los saduceos pertenecían a sectas diferentes. Sin embargo, para tentar al Señor, se congregaron en uno. Pero los fariseos tienen más culpa, porque los saduceos se reunieron con ellos para tentar al Señor, en cambio los fariseos se congregaron en uno en adversidad, confrontación y hostilidad directa contra el Señor"15. Los fariseos eran más combativamente hostiles contra Cristo que los saduceos.

"La tercera actitud de los fariseos que muestra su nequicia es la fraudulencia"16. Fraudulencia, según el DRAE, es "una acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete". ¿En qué consiste, concretamente, la fraudulencia de los fariseos en el evangelio de hoy? Lo dice Santo Tomás: "Dado que junto a ellos y a Cristo se había congregado una multitud, no quisieron interrogar en grupo, sino uno solo. Esto lo hicieron para que, si ese solo fariseo era vencido por Cristo, los otros no quedarían derrotados. Pero si éste vencía a Cristo, todos se gloriarían en él, como si todos hubieran sido causa de la victoria sobre Cristo. Además, hay fraudulencia porque el fariseo no preguntó con ánimo de aprender" 17, sino de ofender.

Después de decir estas severísimas palabras, Santo Tomás continúa su implacable denuncia contra los vicios de los fariseos. Dice el santo: "El fariseo le hace la pregunta: 'Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?' Esta pregunta es calumniosa y presuntuosa. Es calumniosa porque todos los mandamientos de Dios son grandes (…). Además, preguntó de una manera indeterminada, y esto está mal.

Porque, si, como acabamos de decir, todos los mandamientos de Dios son grandes, si se indica uno solo, se excluyen los otros. Y es presuntuosa, porque no debes preguntar acerca del gran mandamiento cuando todavía no cumples el más pequeño. Por eso, se aplica a los fariseos aquello del libro de Job: '¿Por qué elevas tanto tu corazón y estás con los ojos atónitos como quien medita cosas demasiado grandes?' (Job 15,12 Vulg)"18.

2. El contenido doctrinal del gran mandamiento

En el evangelio de San Marcos se reporta de una manera más completa la respuesta de Jesús a la pregunta acerca del máximo mandamiento. En San Marcos, Jesús responde: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas" (Mc 12,30). Es más completo que Mateo, que no trae 'con todas tus fuerzas'.

Santo Tomás, en la "Suma Teológica", explica de forma breve pero completísima el significado de este mandamiento máximo: "Hay que considerar que el amor es un acto de la voluntad, que aquí, en Mc 12,30, se significa por el 'corazón'. Y esto es así porque, así como el corazón corporal es el principio de todos los movimientos corporales, así también la voluntad (…) es el principio de todos los movimientos espirituales.

"Ahora bien, los principios de las acciones que son movidos por la voluntad son tres. Primero, la inteligencia, lo cual está significado en Mc 12,30 por la 'mente'. Segundo, las potencias apetitivas inferiores, que están significadas por el 'alma'. Tercero, las potencias ejecutivas exteriores, que están significadas por las 'fuerzas' (…).

"Por lo tanto, con este mandamiento, se nos manda que toda nuestra intención se dirija a Dios, lo cual está significado en la expresión 'con todo el corazón'. También se nos manda que nuestra inteligencia se someta a Dios, lo cual está significado en la expresión 'con toda la mente'. También que nuestro apetito se regule según Dios, lo cual se significa por la expresión 'con toda el alma'. Y, finalmente, que nuestros actos exteriores obedezcan a Dios, lo cual se significa con la expresión 'con todas las fuerzas'"19.

Resumiendo podemos decir que el 'corazón' es la voluntad; la 'mente', es la inteligencia; el 'alma', son los sentidos interiores; y las 'fuerzas', el cuerpo. Si a cada uno de esos términos le ponemos adelante la palabra 'todo', como, de hecho, lo hace Jesús, entonces nos damos cuenta que Dios no quiere que quede ni la más mínima partícula de nuestro ser sin amarlo.

3. La totalidad del amor

El evangelio de San Marcos trae también la respuesta del fariseo: "Hermosamente has hablado, Maestro. Dijiste la verdad al decir que (…) amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo es mejor que todos los holocaustos y sacrificios" (Mc
12,32.33).

La comparación entre el primer mandamiento y los holocaustos que hace el fariseo preguntón es particularmente iluminante. En efecto, en griego, para decir con 'todo' el corazón, con 'toda' la mente, con 'toda' el alma, con 'todas' las fuerzas, se usa la palabra hólos20, que es, precisamente, la misma palabra que entra en composición con el término holo-causto.

Hólos en griego significa 'todo', 'entero', 'la totalidad'21. El sacrificio de holocausto era aquel en el que se quemaba todo el cordero y no quedaba nada ni para el sacerdote ni para la comida de comunión (Éx 29,18). También se lo llamaba, por ese motivo, 'sacrificio entero' (cf. 1Sam 7,9)22. En griego se dice holokaútoma. Proviene del verbo holokautéo, que está compuesto del sustantivo hólos y del verbo káio, que significa 'quemar'. Por lo tanto, holokautéo significa 'quemar del todo'. Y holokaútoma significa el 'sacrificio que se quema del todo'23.

Por lo tanto, hay aquí, en boca del fariseo (que será felicitado por el Señor, Mc 12,34), un claro reemplazo del hólos del holo-causto por el hólos del primer mandamiento. Así como el holo-causto es quemado completamente sobre el altar, así también el corazón, la inteligencia, el alma y el cuerpo son quemados completamente en el fuego del amor. El verdadero holo-causto, el mejor de todos, es el que el mismo hombre realiza libremente 'quemándose' entero por amor a Dios.

Hay que notar, además, que el fariseo dice 'es mejor que todos los holo-caustos'. Ese 'todo' (en griego, pánton) es un 'todo' numérico o distributivo que hace resaltar aún más la integridad del hólos. No sólo que el amor a Dios tal como se presenta en el máximo mandamiento es el mejor holo-causto, sino que, además, no puede existir ningún otro sacrificio de ningún tipo que pueda compararse a la caridad.

El primero en hacer este pasaje del holo-causto del cordero al hólos del hombre íntegro quemado en el amor, fue Cristo. En efecto, dice San Pablo: "Cristo, al entrar en este mundo, dice: 'Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo'. 'Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron'.

'Entonces dije: ¡He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad!' (…). Y en virtud de esta 'voluntad' somos santificados, merced a la 'oblación' de una vez para siempre del 'cuerpo' de Jesucristo" (Heb 10,5-7.10).

4. ¿Y el prójimo dónde quedó?24

Jesucristo no habla hoy solamente del amor a Dios. Sin que le pregunten Él añade: "El segundo es semejante a éste: amarás al prójimo como a ti mismo" (Mt 22,39). ¿Por qué el segundo mandamiento, que se refiere al hombre, es semejante al primer mandamiento, que se refiere a Dios? Porque el hombre fue hecho 'a imagen y semejanza de Dios' (Gen 1,26-27). Santo Tomás va todavía más lejos. Dice con palabras muy iluminantes: "¿Pero por qué dice que es semejante al primero? Porque, dado que el hombre está hecho a semejanza de Dios, cuando se ama al hombre, en realidad, se ama a Dios en él. Y por esta razón el segundo mandamiento es semejante al primero, que consiste en el amor a Dios"25.

Muy iluminante es también la explicación que Santo Tomás hace acerca del 'como a ti mismo'. "Eso que dice que hay que amar al prójimo 'como a ti mismo' no debe entenderse 'en la misma medida que a ti mismo' o 'con un amor tan grande como a ti mismo' o 'cuanto te amas a ti mismo' (quantum teipsum), porque esto estaría en contra del orden de la caridad. Al decir 'como a ti mismo' lo que quiere decir es que ames al prójimo por el mismo fin por el cual te amas a ti mismo, o también, del mismo modo que te amas a ti mismo. Por el mismo fin, porque no debes amarte a ti mismo por ti mismo, sino por Dios; de la misma manera, debes amar al prójimo por Dios. Lo dice el Apóstol: 'Hacedlo todo para gloria de Dios' (1Cor 10,31). Además, te amas cuando buscas para ti un bien; el bien mejor es el bien de ser justo. Por lo tanto, debes amar al prójimo por la justicia, es decir, ya sea porque es justo, ya sea para que sea justo"26.

En segundo lugar, 'como a ti mismo' significa, como dijimos recién, amar al prójimo del mismo modo que nos amamos a nosotros mismos. Esto se resume en la sentencia de Cristo: "Lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente" (Lc 6,31; Mt 7,12).

Pero el hecho que el mandamiento del amor al prójimo sea semejante al mandamiento del amor a Dios, hace que el amor al prójimo sea también semejante al amor a Dios. Al prójimo lo amamos por lo que tiene de Dios. Por lo tanto, si el amor de holocausto es el amor que le debemos a Dios, para el prójimo también hay un amor semejante. Este amor está expresado en dos frases del NT. En primer lugar: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15,12; 13,34). ¿Y cómo nos amó Jesús?: "En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos" (1Jn 3,16).

Conclusión

Todos nosotros nos llamamos 'católicos'. La palabra 'católico' está formada por la preposición katá, que significa 'según', y el sustantivo hólos. Por lo tanto, si quisiéramos pronunciar la palabra 'católico' según su etimología griega, deberíamos decir katá-hólico. 'Cat-hólico' significa, entonces, 'según integridad'.

El Catecismo de la Iglesia Católica hace referencia a esta etimología cuando dice: "¿Qué quiere decir que la Iglesia es 'católica'? La palabra 'católica' significa 'universal' en el sentido de 'según la totalidad' o 'según la integridad'. La Iglesia es católica en un doble sentido: es católica porque Cristo está presente en ella. (…) Además, es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano (cf. Mt 28,19)" (CEC, nº 830.831).

Después de ver cómo el sustantivo hólos entra en composición con la palabra holo-causto y está presente en el primer y máximo mandamiento, debemos comprender que ser katá-hólico, es decir, ser 'cat- hólico' significa también entregarse a Dios 'según totalidad' y 'según integridad'. ¿Cómo puede ser que alguien se diga 'cat-hólico' y no ame a Dios según el hólos de su voluntad, inteligencia, sentidos interiores y cuerpo?

San Pablo nos exhorta a ser verdaderos cat-hólicos: "Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual" (Rm 12,1).

Pidámosle esa gracia a la Santísima Virgen.


Notas
9 DRAE
10 "Primo describit nequitiam interrogantium" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 22, lectio 4; traducción nuestra).
11 "Nequitiam describit quantum ad tria. Primo quantum ad impudentiam; secundo quantum ad excogitatam malitiam; tertio quantum ad fraudulentiam" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra).
12 DRAE
13 "Quantum ad impudentiam, cum dicitur audientes quod silentium imposuisset. Iam confutaverat Pharisaeorum discipulos et Sadducaeos, unde ex hoc satis poterant ei credere et erubescere. Unde Chrysostomus: livor et ira impudentiam nutriunt et causant. Sed isti non propter hoc dimiserunt, quin adhuc interrogaverunt eum; Is. LVI, 11: canes impudentissimi nescierunt saturitatem. Et significatur quod quamvis hoc audirent, non tamen siluerunt" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra). Es interesante notar cómo la lengua latina asigna a las pasiones del alma colores del rostro. Para expresar la vergüenza Santo Tomás dice: erubescere, que significa 'sonrojarse', 'enrojecer', 'ruborizarse'. Y San Juan Crisóstomo, para decir 'envidia', dice livor, que significa 'lividez', 'palidez de rostro'.
14 HERNÁNDEZ, J., El Gaucho Martín Fierro, Segunda Parte: La vuelta de Martín Fierro, estrofa nº 1159. Que el "Martín Fierro" es el poema épico-fundacional de Argentina no lo digo yo, sino una persona muy autorizada: el Papa Francisco. Dice el Papa: "La cultura italiana (…) no puede renegar de Dante como fundacional; la cultura Argentina, que es la que conozco, no puede renegar del Martín Fierro, nuestro poema fundacional. Me vienen las ganas de preguntar -pero no lo voy a hacer-
cuántos argentinos aquí presentes han estudiado, leído, meditado a Martín Fierro. Volver a las cosas culturales que nos diero n sentido, que nos dieron la primera unidad de la cultura nacional de los pueblos, recuperar lo que es más nuestro cada uno de los pueblos para compartirlo con los demás y armonizar lo más grande: eso es educar para la cultura" (PAPA FRANCISCO, Mensaje en la clausura del Congreso Mundial Educativo de 'Scholas occurrentes', Roma, 5 de febrero de 2015; cursiva nuestra).
15 "Item tangitur excogitata malitia quia, ut melius convincant eum, simul congregantur; Ps. II, 2: principes convenerunt in unum adversus dominum. Convenerunt in unum. Potest dici quod Pharisaei et Sadducaei convenerunt, quamvis in sectis differrent,
tamen in unum ad tentandum dominum. Vel Pharisaei convenerunt in unum adversus dominum" (SANCTI TOMAE DE AQUINO,
Ibidem; traducción nuestra).
16 "Item fraudulentia significatur" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra).
17 "Item fraudulentia significatur, quia cum in multitudine essent congregati, noluerunt quod omnes interrogarent, sed unus; ut s i ille vinceretur, alii non confutarentur, et si iste vinceret, omnes in eo gloriarentur. Et interrogavit eum unus ex eis legis doctor tentans eum, quia non animo addiscendi" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra
18 "Unde dicit magister, quod est mandatum magnum in lege? Haec tamen quaestio videbatur calumniosa et praesumptuosa: calumniosa, quia omnia mandata Dei sunt magna; Prov. VI, 23: mandata lucerna, et lex lux. Item indeterminate quaesivit, quia omnia sunt magna, ut si responderet de uno, obiiceret18 de alio. Item fuit praesumptuosa, quia non deberet de magno quaerere qui minimum non implevit; Iob XV, 12: quid te elevat cor tuum, et quasi magna cogitans, attonitos habes oculos" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra)
19 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, II-II, q. 44, a. 5 c; traducción nuestra.
20 Pronunciar la hache levemente aspirada, al modo como se pronuncia have en inglés.
21 Cf. Multiléxico del NT, nº 3650. En castellano existe la palabra 'holismo', que es la "doctrina que propugna la concepción de cada realidad como un todo distinto de la suma de las partes que lo componen" (DRAE). Muy probablemente de hólos provenga también la palabra inglesa whole, que significa 'entero', 'íntegro'.
22 VINE, Multiléxico del AT, nº 5930.
23 SCHENKL, F. - BRUNETTI, F., Dizionario Greco - Italiano - Greco, Fratelli Melita Editori, La Spezia, 1990, p. 431.
24 Respecto a quién es el prójimo, la explicación de Santo Tomás es hermosa y, por qué no decirlo, increíble: "¿Qué se entiende por el nombre de 'prójimo'? Esto queda suficientemente explicado en la parábola del Buen Samaritano (Lc 10,36ss). Allí Jesús pregunta: '¿Quién te parece que fue prójimo para él?' Y responde: 'El que tuvo misericordia con él'. Por lo tanto, el que deb e hacer misericordia con nosotros o el que debe recibir misericordia de nosotros, está encerrado bajo el nombre de 'prójimo'. Ahora bien, no hay ninguna creatura racional de la cual no debamos tener misericordia y lo mismo al revés. Por lo tanto, bajo el nombre de 'prójimo' están contenidos el hombre y el Ángel". "Sed quid intelligit nomine proximi, cum dicit diliges proximum? Istud satis signatur in parabola Lc. X, 36, ubi quaeritur, quis tibi videtur, quod fuerit eius proximus? Et respondetur, qui fecit misericordiam in eum. Unde qui debet facere misericordiam nobis, vel nos ipsi, sub nomine proximi continetur. Sed non est aliqua rationalis creatura, cui non debeamus misereri, et e converso: et ideo sub nomine proximi continetur homo et Angelus". Como decía, es increíble (si es que no he cometido un error de traducción, a pesar de haberla repasado muchas veces) que Santo Tomás considere a los ángeles como nuestro prójimo.
25 "Sed quare dicit quod est simile primo? Quia quando diligitur homo, cum homo sit ad similitudinem Dei, diligitur Deus in illo; ideo simile est primo mandato, quod est de dilectione Dei" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 22, lectio 4; traducción nuestra).
26 "Et quod dicit sicut teipsum, non intelligitur quantum teipsum, quia hoc esset contra ordinem caritatis; sed sicut teipsum, idest eo fine quo teipsum, vel eo modo quo teipsum. Eo fine, quia te non debes diligere propter te, sed propter Deum, sic etiam proximum. Apostolus I Cor. X, 31: omnia in gloriam Dei facite. Item in eo quod teipsum diligis, diligis te in eo in quo vis tibi bonum, et tale bonum, quod sit secundum te et legem Dei, et hoc est bonum iustitiae. Sic etiam et proximo debes optare bonam iustitiam; unde debes eum diligere, vel quia iustus est, vel quia iustus fit" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra).



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Aplicación: P. Gustavo Pascual, IVE - El amor a Dios y al prójimo Mt 22, 34-40

Este evangelio tiene su origen en una pregunta de un fariseo que habla en nombre del grupo, y es una pregunta malintencionada, para ponerlo a prueba.

Es cierto que también en el tiempo de Jesús había una multitud de mandatos (613) y había confusión en cuanto a la moralidad de ellos, es decir, cuáles de ellos eran graves y cuales leves. Algunos daban igual valor a todos y caían en cosas ridículas que hacían pesado el cumplirlos.

Jesús va a zanjar la cuestión y va a poner claridad en el asunto a pesar de la mala intención de sus interlocutores.
Cristo ha simplificado toda la ley y los profetas en este doble mandamiento del amor a Dios y el amor al prójimo que se resume más aún en el amor al prójimo.

Sin embargo, Jesús les da una numeración: el primero, el amor a Dios y el segundo, el amor al prójimo. Y dice que son semejantes.

Jesús resume todos los mandamientos de la ley en estos dos. La voluntad de Dios manifestada en la multitud de preceptos se cumple con perfección en el amor a Dios y en el amor al prójimo.

Parece sencillo el cumplimiento de esto dos mandamiento pero no es así.

El amor a Dios

El primer mandamiento es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente. Algunos dan significación a cada una de estas partes del ser humano pero lo que quiere Dios es que se lo ame con todo el ser, absolutamente. Y este amor total a Dios implica un desprendimiento total de todas las criaturas. Es necesaria la pobreza absoluta para trascender al camino puro del amor. Y este es verdadero amor a sí mismo, el desear aniquilar todos los afectos a las cosas criadas y a sí mismo, para entregarse a Dios.

El amor a Dios se logra con un desprendimiento más o menos de las criaturas, con sólo evitar el pecado mortal, es decir, desprendernos de las criaturas en cierto grado que no ofendamos a Dios mortalmente, pero todavía hay mucho que andar para amar a Dios absolutamente. Pensar que tenemos que amar a las criaturas tan poco que ellas no me lleven a ofender a Dios venialmente. Y, luego, no sólo tengo que desprenderme de las cosas sino de mí mismo y primero, podríamos decir, más exteriormente en el

pensar y en el querer pero luego también en las cosas que más nos apropiamos que son las cosas espirituales. Sólo los que han llegado a la vida mística y han pasado las noches pueden decir que cumplen el primer mandamiento con perfección. Amar a Dios con todo es fundirnos con Él, es salir fuera de nosotros para vivir en Él.

El amor al prójimo

Jesús dijo que este mandamiento era semejante al primero. ¿En qué? En que implica la renuncia a todo lo propio para amar al prójimo. Amarse a sí mismo verdaderamente es entregarse totalmente a Dios y el amor a Dios lo manifestamos amando al prójimo.

Para amar al prójimo con un amor verdadero se requiere morir a sí mismo y a todo amor egoísta buscando, por el contrario, el verdadero amor que consiste en entregarse todo al amor al prójimo.

El amor al prójimo requiere mucha renuncia. Implica olvidarnos de nuestras cosas y de nosotros mismos para servir al prójimo. ¿Pero cómo olvidarnos de nosotros mismos y amar al prójimo como a sí mismo? Olvidarnos de nosotros es renunciar al amor propio, al amor egoísta a sí mismos y amarnos a nosotros mismos como pide Dios es querer vivir en Dios y amarlo absolutamente. Salir de nuestro amor propio para vivir para el prójimo olvidados de todo para darnos a los demás como lo hizo Jesús. Tampoco es fácil vivirlo bien. El amor absoluto a Dios se traduce en obras de amor al prójimo y al ser tan absoluto el amor a Dios, las obras de amor al prójimo también son muy grandes como la obra de la Madre Teresa de Calcuta.

Jesús amplia en esta respuesta a los fariseos la categoría de prójimo, que para ellos era solamente los de su propia raza, a todo hombre que nos necesite como lo enseña magistralmente en la parábola del buen samaritano.

El amor al prójimo debe ser desinteresado, sólo buscando su bien. Y el mejor bien que podemos procurarle al prójimo es la vida eterna. Es lo que debemos buscar en el amor a nosotros mismos: querer alcanzar la vida eterna.

¿Qué motiva el amor al prójimo? El amor a Dios. Amamos a nuestro prójimo por amor a Dios. En el prójimo debemos encontrar a Dios y al amarlo debemos amar a Dios en él. ¡Con qué facilidad se superan las antipatías, las repugnancias al amar al prójimo si en él vemos a Dios!

Por eso amando al prójimo amamos a Dios y manifestamos el amor que tenemos a Dios.

Una de las notas del amor al prójimo es la universalidad. El amor al prójimo se extiende a todos los hombres incluidos los enemigos.

(cortesía IVEArgentina)

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