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Domingo 3 del Tiempo Ordinario C - Comentarios de Sabios y Santos: Preparamos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

 

Recursos adicionales para la preparación

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

A su disposición
Exégesis: Alois Stöger - Jesús en la sinagoga de Nazaret

Exégesis: R.P. José A. Marcone, I.V.E. - El evangelio de San Lucas en general y el evangelio de hoy

Comentario Teológico I: San Juan Pablo II - Jesús en la sinagoga de Nazaret

Comentario Teológico II: San Juan Pablo II - Cuerpo y Palabra

Santos Padres: San Ambrosio -  Los evangelios auténticos

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Misión de Libertador, Lc 1, 1-4; 4, 14-21

Aplicación: P.Jorge Loring, S.J. - Tercer Domingo del Tiempo Ordinario Año C, Lc. 1:1-4; 4:14-21

Aplicación: Benedicto XVI - Jesús es el hoy de la salvación

Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - Jesús en la sinagoga de Nazaret

Ejemplos Predicables


 

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

Las Lecturas del Domingo

Exégesis: Alois Stöger - Jesús en la sinagoga de Nazaret


a. Epígrafe (Lc 4, 14-15)

14 Por la fuerza del espíritu, volvió Jesús a Galilea, y las noticias sobre él se difundieron por toda la región.

En el Jordán es Jesús «ungido con Espíritu Santo y con poder»; por la fuerza de este Espíritu comienza su acción, como había comenzado su vida por la virtud del Espíritu. El Espíritu lo dirige a Galilea; allí había comenzado su vida. El ángel había sido enviado por Dios a una ciudad de Galilea (1,26). En Galilea comienza también su acción. En la despreciada «Galilea de los gentiles» brota la salvación por la virtud del Espíritu. La acción en virtud del Espíritu causa admiración y fama, que se extiende por toda la región circundante. El Espíritu extiende ampliamente su acción; su virtud quiere transformar el mundo, santificarlo, ponerlo bajo la soberanía de Dios. La acción que comienza en Galilea se extenderá hasta los confines de la tierra. Cuando Jesús haya alcanzado en Jerusalén la meta de su actividad que comienza en Galilea, partirán los discípulos en la virtud del Espíritu, y la noticia de Jesús llenará el mundo entero.


15 Enseñaba en las sinagogas de ellos, con gran aplauso por parte de todos.

La primera actividad de Jesús consiste según Lucas en enseñar, según Marcos en proclamar al modo de un pregonero: «Se ha cumplido el tiempo; el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la buena nueva» (Mar 1:14 s). Lucas piensa: con la venida de Jesús está ya presente el tiempo de la salvación: Jesús no lo proclama como pregonero, sino que enseña lo que es y lo que aporta este tiempo de salvación.

Las sinagogas con su liturgia semanal de la palabra y de oración son el sitio indicado para la actividad docente de Jesús. Su doctrina es también exposición de la Escritura; ahora se cumplen las predicciones y promesas proféticas. Los apóstoles procederán como Jesús cuando lleven al mundo la palabra de Dios, comenzando por las sinagogas proclamarán el cumplimiento de las promesas (cf. Hec 13:16-41).

En todas partes adonde llega la fama de Jesús, comienza su glorificación; su fama tiene por eco sus alabanzas. El espacio adonde se extenderá su fama será el mundo entero; todos, todos literalmente, le glorificarán. El Espíritu de Dios no descansa hasta que «toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre» (Flp 2:11). La palabra de Dios se lanza a la carrera para la glorificación de Dios.


b. En Nazaret (Lc 4, 16-30)

16 Llegó a Nazaret, donde se había criado, y según lo tenía por costumbre entró en la sinagoga el día de sábado y se levantó a leer. 17 Le entregaron el libro del profeta Isaías; lo abrió y encontró el pasaje en que estaba escrito: ...

En una ciudad de Galilea llamada Nazaret (Flp 1:26) fue concebido Jesús, fue criado, llegó a ser hombre y hubo de comenzar su obra según la voluntad del Espíritu. Sus comienzos recibieron la impronta de esta ciudad, que carecía de importancia y era incrédula, que se escandalizó de su mensaje y trató de quitarle la vida. Sus comienzos son comienzos de la nada, de la incredulidad, del pecado, de la repulsa... Y sin embargo comenzó.

Jesús comenzó por lo que era usanza consagrada en la liturgia de la sinagoga, el sábado, en el orden del rito observado en el culto. «Nació bajo la ley» (Gal 4:4), como lo ha mostrado el relato de la infancia. Su tiempo es tiempo del cumplimiento de todas las predicciones y promesas. La historia de la salvación no destruye lo comenzado, sino que lo lleva a su perfección última.

En la liturgia del sábado se recitaban oraciones y se leía la Sagrada Escritura. Los libros de la ley (los cinco libros de Moisés) se leían en forma continuada, los libros proféticos estaban dejados a la libre elección. Todo israelita varón tenía el derecho de ejecutar esta lectura y de añadirle una exposición, unas palabras de exhortación. Como señal de que quería hacer uso de tal derecho se levantaba de su asiento. Jesús se puso en pie. Con esto comienza el ritual de la lectura de la Escritura, que la rodea como un marco, como el engaste rodea a la piedra preciosa. Lucas describe hasta los últimos detalles del ceremonial: le fue entregado el libro del profeta Isaías; él lo abrió. Acaba la lectura, enrolló el libro, lo entregó al ayudante y se sentó. Jesús se amolda al ritual. La Escritura contiene la palabra de Dios; por eso merece respeto y se debe tratar santamente.

El pasaje que leyó estaba tomado del libro del profeta Isaías. Jesús lo halló, no casualmente, sino bajo la guía del Espíritu Santo, con el que estaba ungido y en cuya virtud obraba. Isaías era el profeta de los que aguardaban en tiempos de Jesús. María lo oyó en la anunciación, Simeón se inspiró en él, el Bautista reconoce por él su misión, con él se reanimaban las gentes de Qumrán. También Jesús expresa su misión por medio de él.


18 El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para anunciar la buena nueva a los pobres; me envió a proclamar libertad a los cautivos y recuperación de la vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos, 19 a proclamar un año de gracia del Señor.

Las palabras son de Isaías 61,1s. Sólo se ha cambiado una línea. «A poner en libertad a los oprimidos» (Isa 58:6) está en lugar de «para sanar a los de corazón quebrantado». Con esta modificación queda muy bien articulado todo el pasaje. La primera y la segunda línea hablan de dotación con el Espíritu y de encargo recibido de Dios; las otras cuatro líneas hablan de la obra del portador de la salvación. La primera y la última línea y las dos del medio se corresponden; la primera y la última hablan del anuncio y del mensaje, las del medio, de la actividad salvífica del Señor. El portador de salvación actúa de palabra y de obra, es salvador y mensajero de victoria.

La salvación se dirige a los pobres. El tiempo de salvación que anuncia el profeta es un año de gracia, como el año del jubileo, del que se dice: «Santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis la libertad por toda la tierra para todos los habitantes de ella. Será para vosotros jubileo, y cada uno de vosotros recobrará su propiedad, que volverá a su familia» (Lev 25:10. Restauración del orden divino).


20 Enrolló luego el libro, lo entregó al ayudante y se sentó. En la sinagoga, todos tenían los ojos clavados en él. 21 Entonces comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura escuchado por vosotros.

A la lectura de la Escritura sigue la instrucción (Hec 13:15). Está comprendida en una frase lapidaria de gran fuerza y énfasis. Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura. En cabeza de la frase está el «hoy» (Cf. Luc 2:11; Luc 19:5.9; Luc 23:43; 2Co 3:14; Hab 4:7), al que habían mirado los profetas, en el que se cifraban los grandes anhelos: ahora está presente. Mientras pronuncia Jesús estas palabras, se inicia el suspirado año de gracia. El tiempo de salvación es proclamado y traído por Jesús. Es lo increíblemente nuevo de esta hora. Las piadosas usanzas y las palabras de la Escritura, que eran promesa tienen ahora cumplimiento.

Escuchado por vosotros. Que ha comenzado el tiempo de salvación y que ya está presente el portador de ella, es algo que sólo se puede saber mediante la audición de este mensaje; no se ve ni se experimenta. El mensaje exige la fe, la fe viene de oír, es respuesta a una interpelación.

La predicción que ahora se cumple es el programa de Jesús, que no lo ha elegido él mismo, sino que le ha sido prefijado por Dios. Él es enviado por Dios; por medio de él visita Dios mismo a los hombres. Hoy ha tenido lugar la visita salvadora, que no se debe desperdiciar.

Jesús actúa de palabra y de obra, enseñando y sanando. El tiempo de gracia ha alboreado para los pobres, los cautivos y los oprimidos. Precisamente el Jesús del Evangelio de san Lucas es el salvador de estos oprimidos. El gran presente que hace Jesús es la libertad: liberación de la ceguera del cuerpo y del espíritu, liberación de la pobreza y de la servidumbre, liberación del pecado.

En tanto mora Jesús en la tierra, dura el apacible y suspirado «año de gracia del Señor». En él tenían puestos los ojos las gentes antes de Jesús, hacia él vuelve la Iglesia los ojos. Es el centro de la historia, la más grande de las grandes gestas de Dios. En el gozo y en el esplendor de este año queda sumergido lo que Isaías había dicho también sobre este año: «Para publicar el año de perdón de Yahveh y el día de la venganza de nuestro Dios» (Isa 61:2). El Mesías es ante todo y por encima de todo el que imparte la salvación, y no el juez que condena.
(STÖGER, A., El Evangelio de San Lucas, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)



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Exégesis: R.P. José A. Marcone, I.V.E. - El evangelio de San Lucas en general y el evangelio de hoy


En este año litúrgico C, en los domingos del Tiempo Ordinario el evangelio es tomado de San Lucas. Esta práctica comienza desde este domingo.


1. El evangelio de S. Lucas
Es conveniente, antes de entrar de lleno en el evangelio de hoy, considerar algunas características generales del Evangelio de San Lucas, que nos servirán para situar en el contexto adecuado todos los evangelios dominicales de este año.

El tema central del Evangelio de San Lucas es la obra y la persona de Jesús. Presenta una figura de Jesús bien delineada y original, destacando matices que los demás evangelistas no muestran.

1.a Es el evangelio de la misericordia de Dios en Cristo. Esto queda de manifiesto en que refiere hechos de perdón que los demás evangelistas no relatan.
Por ejemplo, la historia de Zaqueo (19,1-10), la Pecadora Arrepentida (7,36-50), la mirada de Jesús a Pedro después de que éste lo negó (22,61), el Buen Ladrón (23,40ss), ruega por sus enemigos (23,34), la alegría por el pecador arrepentido expresada en tres parábolas que cubren todo el capítulo 15, etc.

1.b Es el evangelio que presenta a Jesús como el Redentor de los afligidos, de los pobres, despreciados, pecadores y desprotegidos. Entre estos últimos Lucas pone especial atención en las mujeres.
Sólo Lucas relata el episodio de la Viuda de Naim (7,11-12), de la Mujer Pecadora (7,36-50); habla de las mujeres galileas que entregan sus bienes y su servicio a Cristo y lo siguen (8,1-3), de las dos hermanas de Betsaida y de su vida familiar (10,38-42), de la curación de la Mujer Encorvada (13, 10-17). Sólo este evangelista menciona el hecho de que las mujeres de Jerusalén consuelan a Jesús en su camino al Calvario (23,27-32), etc. Además es el que nos presenta con más detalles la figura de la Mujer, la Virgen María, y la figura de otras mujeres, como Santa Isabel y la profetisa Ana.

1.c Es el evangelio del Espíritu Santo. Se interesa en mostrar (tanto en el Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, también escrito por Lucas) el cumplimiento de las profecías de la efusión del Espíritu en la época mesiánica cumplida en Jesús y en la actuación de los apóstoles.
Lc.4,1: “Jesús, lleno de Espíritu Santo, regresó del Jordán. El Espíritu Santo lo llevó al desierto”
Lc.4,14: “Jesús, impulsado por el Espíritu, regresó a Galilea, y su fama se extendió por toda la comarca.”

En los Hechos de los Apóstoles: profecías como las de Joel 3,1: “Yo derramaré mi espíritu sobre toda carne; vuestros hijos e hijas profetizarán…” (cf. Hech. 2,17-21). Y narra Pentecostés.
1.d Es el evangelio de la oración. Es el que habla con mayor frecuencia de que Jesús oraba y de las instrucciones dadas a sus discípulos sobre la recta manera de orar.
3,21: en su bautismo, “cuando Jesús estaba orando”, se abrió el cielo y bajó la paloma y se escuchó la voz del Padre.
5,16; 9,18: se retira a lugares solitarios para orar, sobre todo después de intensas jornadas apostólicas.
6,12: “pasó la noche orando a Dios” antes de elegir a los doce apóstoles.
9,28-29: la Transfiguración: “mientras estaba orando”, brilló su rostro
11,1: Estaba orando y los discípulos le piden que les enseñe a orar y Él les enseña el PN.
22,31-32: le manifiesta a Pedro que ha rogado por él para que su fe no disminuya.
Además: 22,39-46; 23,34; 23,46.

1.e Es el evangelio de la alegría. Alegría ante el anuncio de la salvación (1,14.28.41.44.47; 2,10; 6,23; 8,13); ante los milagros (13,17, 19,37); ante el perdón (cap. 15; 19,6); ante el recibimiento gozoso del mensaje de salvación (10,17: regreso de la misión de los setenta y dos: ellos se alegran enormemente de haber misionado;10,21: Jesús también se alegra y alaba al Padre) y ante la manifestación del misterio pascual (24,52-53).

“Jesús posee el Espíritu, y éste es fuente de gozo y alegría para todos los que le escuchan. Lucas escribió el ‘evangelio del gozo mesiánico’. En Lc. aparecen con notable frecuencia diversas voces griegas que significan gozo o alegría: chairo (12 veces en Lc, 6 en Mt, 2 en Mc); chara (8 veces en Lc, 6 en Mt, 1 en Mc); agalliasis (2 veces en Lc, ninguna en Mt y Mc); agalliao (2 veces en Lc, 1 en Mt, ninguna en Mc), skirtao (3 veces en Lc, ninguna en Mt y Mc). Incluso una lectura rápida de los distintos evangelios da la impresión de que Mt presenta un ambiente serio, casi mayestático, mientras que Mc tiene la tranquila ingenuidad de un diario; Lc, en cambio, desborda de alegría desde el momento en que se ha caído en cuenta de la maravilla que acaba de ocurrir. Más que cualquier otro de los evangelistas, Lucas habla de la admiración de las muchedumbres que seguían a Jesús (5,26, 10,17; 13,17; 18,43). Ese espíritu que se manifiesta en el pueblo cumple la promesa de Jesús a sus seguidores, asegurándoles que serán ‘felices’ y ‘afortunados’ (en griego, makarios, 1,45; 6,20-22; 7,23; 10,23; 11,27s; 12,37s; 14,14s; 23,29)”.1

1.f Estructura del evangelio de San Lucas: En cuanto a su estructura el Evangelio de San Lucas se divide en una sección preliminar y en tres partes. La Sección Preliminar va desde 1,4 hasta 4,13. En ella se relata la historia de la infancia de Jesús y de Juan Bautista (1,5-2,52) y la preparación de la actividad pública de Jesús (la presentación del Bautista, el bautismo de Jesús y las tentaciones en el desierto) (3,1-4,13).

La Primera Parte narra el ministerio público de Jesús en Galilea y va de 4,14 a 9,50. Los temas fundamentales de esta sección (a la que pertenece la perícopa del evangelio de hoy) son el anuncio del Evangelio hecho por Jesús a través de sus enseñanzas, los milagros hechos para certificar la verdad del Evangelio y la formación del grupo apostólico.

Toda la Segunda Parte está consagrada a narrar el camino de Jesús a Jerusalén para sufrir la pasión y vivir el misterio pascual; va desde 9,51 hasta 19,27. Esta es una nota muy característica de Lucas, que relata la vida de Jesús como un caminar hacia la ciudad donde debe morir y resucitar, como un caminar hacia la cruz y su triunfo definitivo. Por eso dice en 9,51: “Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén”.

En la Tercera Parte narra los últimos días de Jesús en Jerusalén, con su pasión, muerte, resurrección y ascensión; va desde 19,28 a 24,53.


2. El evangelio de hoy: el Prólogo (Lc.1,1-4)
En el evangelio de hoy escuchamos primero el Prólogo, que San Lucas puso al principio de su obra, y luego el relato acerca de los inicios de la actividad pública de Jesús.

Lucas es el único de los cuatro evangelistas que pone un Prólogo a su obra (en la Biblia lo encontramos también en el libro del Sirácide y en 2Macab.2,19-32). Él habla de sus predecesores y recuerda el contenido (“los sucesos acontecidos entre nosotros”) y las fuentes de sus escritos (“tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra” (1,1-2). Describe su trabajo (“he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden”), y el fin que se ha propuesto (“para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido”), y dedica su obra a Teófilo, una alta personalidad, de quien no conocemos otras noticias (1,3-4).

Lucas, con esto, nos dice que tiene una manifiesta intención de escribir una verdadera historia. Lucas, por lo tanto, tiene conciencia de escribir una historia cuya verdad es la base de todas las enseñanzas cristianas, en las cuales ha sido instruido el tal Teófilo. Y es de notar que San Lucas considera como historia verdadera y propia a los hechos de la infancia de Cristo, que a menudo son negados como carentes de fundamento histórico.

Los predecesores de Lucas son sobre todo los mismos Apóstoles quienes, oralmente y por el procedimiento semítico de la recitación, transmitieron fidelísimamente los hechos y las palabras de Cristo. Lucas fue discípulos de San Pablo, y por lo tanto sus escritos son de alguna manera la presentación del ‘evangelio de Pablo’, es decir, los hechos y las verdades que transmitía San Pablo. Quizá haya estado escrito ya el evangelio de Marcos y Lucas lo pudo haber conocido.

El contenido son “los sucesos acontecidos entre nosotros”. No se trata, por lo tanto, de invenciones o de teorías, sino de sucesos históricos en los cuales se realizan las promesas de Dios.

La fuente de estos relatos es la tradición de aquellos que desde el inicio han sido testigos oculares y se han convertido en servidores de la Palabra. Las mismas cualidades serán requeridas por Pedro cuando deba ser completado el número de los apóstoles (Hech.1,21-22). El acceso a un suceso histórico al cual no se estaba presente es posible sólo por medio de testigos oculares. Pero en los sucesos de los cuales se trata aquí no basta con que se haya visto sólo el desenvolverse exterior de ellos. Testigos de este tipo fueron muchos contemporáneos de Jesús. Son necesarios testigos que también hayan comprendido y crean y anuncien que, a través de estos eventos, Dios lleva a cumplimiento sus promesas. Ellos, por lo tanto, deben ser al mismo tiempo ‘servidores de la Palabra’. Hombres de este tipo son, sobre todo, los doce Apóstoles, que Jesús eligió (Lc.6,12-16) y envió (9,16; 24,47-48), y que forman el núcleo de la joven Iglesia (Hech.1,13). Lo que los Apóstoles transmiten y anuncian es la única fuente confiable para el conocimiento de estos eventos. De estos Apóstoles dependen todas las Escrituras y toda la sucesiva predicación; por eso nosotros en el Credo profesamos la fe en la Iglesia apostólica.


3. El evangelio de hoy: Cristo liberador (Lc.4,16-30)
La primera parte del capítulo 4 de San Lucas (4,1-13), como dijimos, pertenece a la Sección Preliminar; en esos versículos se narra las tentaciones de Jesús. Los versículos 14-15 representan el enganche, por decirlo así, entre la Sección Preliminar y la Primera Parte. En los versículos 16-30 se refiere la visita de Jesús a la sinagoga de Nazaret, y en los versículos 31-44 se narran dos milagros: la expulsión de un demonio de un poseso y la curación de la suegra de Pedro.

Este episodio de la visita de Jesús a la sinagoga de Nazaret es contado también por Mateos (cap. 13) y Marcos (cap. 6). El relato de Lucas tiene cosas en común con los otros dos relatos y elementos que le son absolutamente propios. Los elementos comunes son: el escenario (la sinagoga de Nazaret), la admiración de los presentes ante la persona de Jesús y las palabras de Jesús respecto a que no hay profeta que sea bien recibido en su patria.

Aún dentro de estos elementos comunes, Lucas agrega matices especiales. En primer lugar, mientras Mt. y Mc. solo dicen que fue a "su patria", Lc. menciona expresamente la ciudad de Nazaret ; y añade : "donde se había criado". Además hace notar que sucedió en día sábado y que era su costumbre predicar en las sinagogas. Con estas observaciones Lc. logra un efecto sorprendente: une la escena con el pasado (infancia de Jesús) y con el futuro (costumbre de predicar en las sinagogas que seguirá usando). En segundo lugar, Lc. habla de la admiración de la gente pero añade además el motivo concreto de esa admiración: "por las palabras de gracia que salían de su boca" (v. 22). De este modo, con una pincelada exquisita, nos revela un aspecto de la personalidad de Jesús que nos sirve para conocerlo mejor y que lo hace más atrayente.

Los dos elementos fundamentales propios de Lc. son los siguientes: 1) el sitio dentro del Evangelio: Mt. y Mc. lo ponen ya avanzado el ministerio público de Jesús, mientras que Lc. con este trozo abre el ministerio público de Jesús, aunque es consciente que ya han sucedido otras actuaciones de Jesús2. La razón por la cual Lc. coloca aquí este trozo es porque para él presenta el programa de toda la primera parte. Esto reviste una notable importancia y le da a nuestro trozo un realce especial, ya que quiere decir que él nos presenta, en germen, toda la sustancia de la predicación de Jesús. Nos presenta el modo de su apostolado, el contenido de su Evangelio y también el desenlace que tendrá su valiente predicación.

2) La cita de Isaías 61,1-2: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”, que en el texto de S. Lucas son los vv. 18-19. Esta cita que trae solo Lc. es de máxima importancia y representa como el corazón de toda la perícopa. En ella están encerrados los contenidos fundamentales del trozo.

En primer lugar hay que notar que esta cita queda como sellada por lo que inmediatamente dice Nuestro Señor: “Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy”. Esto quiere decir que todo lo que dice esa cita debe aplicarse a Jesús; aún más, quiere decir que ella se cumplió de modo perfecto y se hace presente en su persona.

Dado que ese texto del profeta Isaías se refiere al Mesías que debía venir, al aplicárselo a sí mismo, Jesús está diciendo: “Yo soy el Mesías, yo soy Aquel del que hablaron los profetas, yo soy el que todo el pueblo judío esperaba, yo soy el Esperado de las naciones”3.

Al decir “el Espíritu del Señor está sobre mí”, se establece la unión que Jesús tiene con el Espíritu. Toda la vida de Jesús está dirigida por el Viento, por el soplo del Espíritu. Su vida toda será solamente un vivir dejándose llevar por el Espíritu Santo; una de las características principales de la actividad de Jesús será su docilidad al Espíritu4.

Otra de las realidades que Jesús se aplica a sí mismo al aplicarse esta cita de Isaías es que Dios lo ha enviado a “anunciar a los pobres la Buena Nueva”, que es lo mismo que decir que Dios lo ha enviado a evangelizar, ya que “evangelio” quiere decir “buena nueva”, “buena noticia”. Por lo tanto “anunciar la Buena Nueva” significa “anunciar el Evangelio”, “evangelizar”. De esta manera se establece la misión propia de Jesús, llevar la Buena Nueva, evangelizar. Jesús mismo, podríamos decir, se retrata a sí mismo con palabras de Isaías como aquel que, llevado por la fuerza irresistible del Espíritu, no puede dejar de anunciar el Evangelio a toda criatura. Es interesante notar que S. Lucas usa el verbo “evangelizar” en sus dos escritos (Evangelio y Hechos de los Apóstoles) siete veces. De esas siete veces, seis veces es Jesús el que ejerce la acción y una sola los apóstoles. Mateo aplica solo una vez este verbo a Jesús, mientras que Marcos ninguna. De manera que vemos que es Lucas el que resalta con más evidencia la figura de Jesús como Evangelizador; para San Lucas el Evangelizador por antonomasia es Jesús.

Esta cita de Isaías también dice que el Mesías ha sido enviado “a proclamar la liberación a los cautivos (…), para dar la libertad a los oprimidos”. Jesús se presenta a sí mismo como el Liberador, que es lo mismo que decir el Salvador. Jesús libera a los cautivos y a los oprimidos. Es lícito preguntarse: ¿cautivos de qué o de quién?, ¿oprimidos por qué cosa?. Para responder esto es necesario ver qué sentido da Lucas a la palabra “liberación” y para esto hace falta comprobar cuándo la usa. Además de esta cita en 4,19, Lucas usa la palabra “liberación” referida a Jesús nueve veces más. De esas nueve veces, ocho se refieren a la liberación del pecado y una a la liberación de la enfermedad. Lucas usa esta palabra referida también a los discípulos, tanto en el Evangelio como en los Hechos, en total cuatro veces: las cuatro veces se refiere a la liberación del pecado. La única vez que usa la palabra “liberación” para referirse a los cautivos y oprimidos es aquí, nunca más la usa para referirse a esa realidad. De esta realidad textual debemos concluir que aquí lo que Jesús quiere decir es que fue enviado para proclamar la liberación y dar la libertad a los cautivos y oprimidos por el pecado. En esta realidad textual que brota del texto evangélico inspirado por el Espíritu Santo, y no en ideologías humanas, se debe basar la verdadera Teología de la Liberación, que es ante todo liberación del pecado, y no liberación de estructuras políticas llevada a cabo con medios no evangélicos5.

La cita de Isaías termina diciendo que el Mesías, es decir, Jesús, ha sido enviado para “proclamar un año de gracia del Señor”, es decir, para decretar un jubileo.

En esta cita de Isaías vemos cómo están íntimamente ligadas tres realidades: la de Cristo Evangelizador, la de Cristo Liberador y Salvador, y la de Cristo Promulgador del Jubileo. Cristo es aquel que evangeliza, que anuncia el Evangelio; pero no solo anuncia el Evangelio sino que además hace lo anunciado, realiza el Evangelio, y por eso es Liberador y Salvador. Y hacer el Evangelio, realizar el Evangelio, liberar, salvar es realizar el año de gracia. Realizar el año de gracia significa poner en práctica lo anunciado con su poder. Por eso dice Juan Pablo II: “En tal modo Él realiza ‘un año de gracia del Señor’, que anuncia no solo con la palabra, sino antes que nada con sus obras. Jubileo, es decir, ‘un año de gracia del Señor’ es la característica de la actividad de Jesús y no solamente la definición cronológica de una fecha que se repite”6.


Conclusión
Cristo, persona fascinante que provoca admiración; Cristo, de cuya boca brotan palabras llenas de gracia; Cristo, el Nazaretano, ligado a su patria, hombre verdadero; Cristo, rechazado por los suyos; Cristo, Mesías esperado por las naciones; Cristo, ungido y arrastrado por el poder del Espíritu; Cristo Evangelizador; Cristo Liberador y Salvador; Cristo, proclamador del año de gracia del Señor, Promulgador del Jubileo. Éste es, en resumen, el contenido cristológico de Lc. 4,16-30 que hemos querido poner en evidencia. Este debe ser el contenido de nuestras reflexiones, para cristificar nuestras vidas.

(1) STUHLMUELLER, C., Evangelio según san Lucas, en COMENTARIO BÍBLICO “SAN JERÓNIMO”, Tomo III (Nuevo Testamento I), Ediciones Cristiandad, Madrid, 1972, p. 301.
(2) Esto se ve porque en el v. 23 Jesús hace notar cómo sus oyentes esperan que haga los signos que hizo en Cafarnaum.
(3) En Lc. 7,18-22 se narra: “Sus discípulos llevaron a Juan Bautista todas estas noticias. Entonces él, llamando a dos de ellos, los envió a decir al Señor: ‘Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?’. Llegando donde él aquellos hombres dijeron: ‘Juan el Bautista nos ha enviado a decirte: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?’. En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Y les respondió: ‘Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva’”.
(4) El Espíritu desciende sobre Él en su bautismo (3,22); sale del Jordán lleno del Espíritu (4,1); se deja llevar por el Espíritu al desierto para ser tentado (4,1); vuelve a Galilea por la fuerza del Espíritu (4,14, pocos versículos antes de la cita de Isaías en 4, 18); continúa su vida pública bajo la acción del Espíritu (10,21).

(5) El texto de Lucas tiene además otras características propias muy notables, como son la comparación que Él mismo hace con los profetas Elías y Eliseo y la reacción de los nazaretanos que lo quieren matar arrojándolo desde una altura. Estos versículos son presentados en el evangelio del domingo próximo: Domingo III Tiempo Ordinario, Ciclo C.
(6) B. JUAN PABLO II, Tertio Millennio Adveniente, nº 11.



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Comentario Teológico: San Juan Pablo II - Jesús en la sinagoga de Nazaret

1. En el discurso programático que Jesús pronunció en la sinagoga de Nazaret al inicio de su ministerio, se aplicó a sí mismo la profecía de Isaías en la que el Mesías aparece como el que proclama «a los cautivos la liberación» (Lc 4, 18; cf. Is 61, 1-2).

Jesús viene a ofrecernos una salvación que, a pesar de ser ante todo liberación del pecado, abarca también la totalidad de nuestro ser, en sus exigencias y aspiraciones más profundas. Cristo nos libera de este peso y de esta amenaza, y nos abre el camino al cumplimiento pleno de nuestro destino.

2. El pecado —nos recuerda Jesús en el Evangelio— pone al hombre en una situación de esclavitud: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo» (Jn 8, 34).

Los interlocutores de Jesús piensan principalmente en el aspecto exterior de la libertad, basándose con orgullo en el privilegio que tenían de ser el pueblo de la Alianza: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie» (Jn 8, 33). Jesús, en cambio, quiere atraer su atención hacia otro tipo de libertad, más fundamental, amenazada no tanto desde fuera, cuanto más bien por insidias presentes en el corazón mismo del hombre. Los que se hallan oprimidos por el poder dominador y nocivo del pecado no pueden acoger el mensaje de Jesús, más aún, su persona, única fuente de verdadera libertad: «Si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres» (Jn 8, 36). En efecto, sólo el Hijo de Dios, comunicando su vida divina, puede hacer partícipes a los hombres de su libertad filial.

3. La libertad que da Cristo quita, además del pecado, el obstáculo que impide las relaciones de amistad y alianza con Dios. Desde este punto de vista, es una reconciliación.

A los cristianos de Corinto escribe san Pablo: «Dios nos reconcilió consigo por Cristo» (2 Co 5, 18). Es la reconciliación obtenida con el sacrificio de la cruz. De ella brota la paz que consiste en el acuerdo fundamental de la voluntad humana con la voluntad divina.

Esta paz no afecta sólo a las relaciones con Dios, sino también a las relaciones entre los hombres. Cristo «es nuestra paz», porque unifica a los que creen en él, reconciliándolos «con Dios en un solo cuerpo» (cf. Ef 2, 14-16).

4. Es consolador pensar que Jesús no se limita a liberar el corazón de la prisión del egoísmo, sino que también comunica a cada uno el amor divino. En la última cena formula el mandamiento nuevo, por el que se deberá distinguir la comunidad fundada por él: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13, 34; 15, 12). La novedad de este precepto de amor consiste en las palabras: «como yo os he amado». El «como» indica que el Maestro es el modelo que los discípulos deben imitar, pero a la vez lo señala como el principio o la fuente del amor mutuo. Cristo comunica a sus discípulos la fuerza para amar como él ha amado, eleva su amor al nivel superior de su amor y los impulsa a derribar las barreras que separan a los hombres.

En el evangelio se manifiesta claramente su voluntad de acabar con cualquier tipo de discriminación y exclusión. Supera los obstáculos que impiden su contacto con los leprosos, sometidos a una dolorosa segregación. Rompe con las costumbres y las reglas que tienden a aislar a los que son tenidos por «pecadores». No acepta los prejuicios que colocan a la mujer en una situación de inferioridad y acepta mujeres en su séquito, poniéndolas al servicio de su Reino.

Los discípulos deberán imitar su ejemplo. La presencia del amor de Dios en los corazones humanos se manifiesta de modo especial en el deber de amar a los enemigos: «Yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5, 44-45).

5. Partiendo del corazón, la salvación que trae Jesús se extiende a los diversos ámbitos de la vida humana: espirituales y corporales, personales y sociales. Al vencer con su cruz al pecado, Cristo inaugura un movimiento de liberación integral. Él mismo, en su vida pública, cura a los enfermos, libra de los demonios, alivia todo tipo de sufrimiento, mostrando así un signo del reino de Dios. A los discípulos les dice que hagan lo mismo cuando anuncien el Evangelio (cf. Mt 10, 8; Lc 9, 2; 10, 9).

Así pues, aunque no sea mediante los milagros, que dependen del beneplácito divino, ciertamente mediante las obras de caridad fraterna y el compromiso en favor de la promoción de la justicia, los discípulos de Cristo están llamados a contribuir de forma eficaz a la eliminación de los motivos de sufrimiento que humillan y entristecen al hombre.

Desde luego, es imposible que el dolor sea totalmente vencido en este mundo. En el camino de cada ser humano persiste la pesadilla de la muerte. Pero todo recibe nueva luz del misterio pascual. El sufrimiento vivido con amor y unido al de Cristo trae frutos de salvación: se convierte en «dolor salvífico». Incluso la muerte, si se afronta con fe, adquiere el aspecto tranquilizador de un paso a la vida eterna, en espera de la resurrección de la carne. De ahí se puede deducir cuán rica y profunda es la salvación que Cristo ha traído. No sólo vino a salvar a todos los hombres, sino también a todo el hombre.
(S. JUAN PABLO II, Audiencia General del miércoles 18 de febrero de 1998)

 

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Comentario Teológico: San Juan Pablo II - Cuerpo y Palabra

Todo el rico contenido de las lecturas bíblicas de la liturgia de este domingo se podría encerrar en dos expresiones: “cuerpo” y “palabra”.

Debemos a San Pablo la elocuente comparación, según la cual, la Iglesia se define como “Cuerpo de Cristo”. Efectivamente, el Apóstol hace una larga digresión sobre el tema del cuerpo humano, para afirmar después que, así como muchos miembros se unen entre sí en la unidad del cuerpo, de la misma manera todos nosotros nos unimos en Cristo mismo porque “hemos sido bautizados en un solo Espíritu” (1 Cor 12,13) y “hemos bebido del mismo Espíritu” (Ib.). Así pues, por obra del Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesucristo, constituimos con Cristo y en Cristo una unión semejante a la de los miembros en el cuerpo humano. El Apóstol habla de miembros, pero se podría pensar y hablar también de los “órganos” del cuerpo e incluso de las “células” del organismo. Es sabido que el cuerpo humano tiene no sólo una estructura externa, en la que se distinguen sus miembros, sino también una estructura interna en cuanto organismo. Su constitución es enormemente rica y preciosa. Precisamente esta constitución interna, más aún que su estructura externa, da testimonio de la recíproca dependencia del sistema físico del hombre.

Y baste esto sobre el tema “cuerpo”.

El segundo concepto central de la liturgia de hoy es la “palabra”. El Evangelista Lucas recuerda este aspecto particular al comienzo de la actividad pública de Cristo, cuando Él fue a la sinagoga de Nazaret, su ciudad. Allí, el sábado, leyó ante sus paisanos reunidos algunas palabras del libro del profeta Isaías, que se referían al futuro Mesías, y enrollando el volumen dijo a los presentes: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21).

De este modo comenzó en Nazaret su enseñanza, esto es, el anuncio de la Palabra, afirmando que era el Mesías anunciado en el libro profético.

El Cuerpo de Cristo, esto es la Iglesia, se construye, desde el comienzo, basándose en su Palabra. La palabra es la expresión del pensamiento, es decir, el instrumento del Espíritu (y ante todo del espíritu humano) para estrechar los contactos entre los hombres, para entenderse, para unirse en la construcción de una comunión espiritual.

La palabra de la predicación de Cristo -y luego la palabra de la predicación de los Apóstoles y de la Iglesia- es la expresión y el instrumento con el que el Espíritu Santo habla al espíritu humano, para unirse con los hombres y para que los hombres se unan a Cristo. El Espíritu de Cristo une a los miembros, a los órganos, a las células, y construye así la unidad del cuerpo fundándose en la palabra de Cristo mismo, anunciada en la Iglesia y por la Iglesia.
(Homilía en la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe y San Felipe Mártir, 27 de enero de 1980)

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Santos Padres: San Ambrosio - los evangelios auténticos

Puesto que muchos han emprendido el trabajo de coordinar la narración de las cosas verificadas entre nosotros.

1. Muchas cosas entre nosotros tienen los mismos orígenes y las mismas causas que entre los antiguos judíos: episodios semejantes se desarrollan con el mismo ritmo, con el mismo éxito; los acontecimientos se corresponden desde el comienzo hasta el fin. Pues, así como muchos, animados del Espíritu divino, profetizaron en aquel pueblo; otros, por el contrario, pretendían profetizar y traicionaban su profesión con sus mentiras, pues eran falsos profetas y no profetas, como Ananías, hijo de Azot. Ese pueblo tenía el don del discernimiento de espíritus para conocer a los que debía contar entre el número de los profetas y a los que, como un cajero experto, debía rechazarlos como fabricados de materia corrompida, desprovista del brillo y resplandor de la verdad. Del mismo modo, ahora, en la Nueva Alianza, han intentado escribir evangelios que los cajeros experimentados no han aprobado: uno tan solo, escrito en cuatro libros, les ha parecido digno de ser retenido.

2. Se cita otro evangelio que se dice escrito por los Doce. Basílides no ha temido escribir uno que se llama evangelio según Basílides. Se habla también de otro intitulado evangelio según Tomás. Yo he conocido otro atribuido a Matías. Hemos leído algunos, para que no se lean; los hemos leído para no ignorarlos; los hemos leído, no para retenerlos, sino para rechazarlos y para saber de qué se exalta el corazón de estos infatuados. Sin embargo, la Iglesia, con los cuatro libros del Evangelio que ella posee, llena el universo con sus evangelistas; con todos sus libros, los herejes no tienen ni siquiera uno. "Muchos", en efecto, "han intentado", pero les ha faltado la gracia de Dios. Muchos han recogido en una síntesis lo que en los cuatro evangelios les ha parecido más conforme con sus doctrinas envenenadas. De este modo, la Iglesia, que sólo tiene un evangelio, no enseña más que un solo Dios; mientras que ellos, con la distinción del Dios del Antiguo Testamento del Dios del Nuevo Testamento, han establecido, con la ayuda de muchos evangelios, no un solo Dios, sino muchos.

3. Como muchos, dice, han intentado. Han intentado, evidentemente, los que no pudieron acabar. Muchos, pues, han comenzado, pero no han acabado. Nos rubrica esto San Juan, con un testimonio explícito, cuando nos dice que muchos han comenzado. El que ha intentado lo ha hecho con un esfuerzo personal, y no ha terminado. No existe esfuerzo en los dones y en la gracia de Dios, que, cuando se difunde en un lugar, lo fertiliza tanto que la esterilidad cede su lugar a la abundancia. Ningún esfuerzo en Mateo, ningún esfuerzo en Marcos, ningún esfuerzo en Juan, ningún esfuerzo en Lucas, sino que ilustrados por el Espíritu Santo de todo: palabras y hechos, ellos han concluido su obra sin ningún esfuerzo. Tiene, pues, razón en decir: Puesto que muchos han emprendido el trabajo de coordinar la narración de las cosas verificadas entre nosotros o que abundan en nosotros.

4. La abundancia no deja lugar a desear; y en cuanto al feliz término, nadie lo duda, pues el resultado da fe de ello y el éxito testimonio. Así el Evangelio ha sido terminado y se extiende sobre todos los fieles del mundo entero, fertilizando todas las inteligencias y robusteciendo todos los corazones. Luego aquel que, fundado sobre la piedra, ha recibido con la plenitud de la fe una constancia inquebrantable, dice rectamente que se han cumplido entre nosotros; pues no son los milagros ni los prodigios, sino la inteligencia, la que hace discernir lo verdadero de lo falso a los que describen lo que el Señor ha hecho por nuestra salvación o que aplican su corazón a sus maravillas. ¿Qué hay tan razonable, cuando lees que aquellas cosas que han sido hechas superiores al hombre se han de atribuir a una naturaleza superior, y cuando se encuentran signos de mortalidad, hay que ver las afecciones del cuerpo que ha sido revestido? De esta forma, la inteligencia y la razón, no los milagros, son los que sirven de base a nuestra fe.

5. Como nos las trasmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares y después ministros de la palabra. Esta frase no debe hacernos creer más en el misterio de la palabra que en escucharla. No se trata de una palabra articulada, sino de este verbo sustancial que se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros. Comprendámoslo bien, los apóstoles no han sido ministros de una palabra cualquiera, sino de este Verbo divino. Sin embargo, se lee en el Éxodo que "el pueblo veía la voz del Señor", es claro que la voz no se ve, sino que se oye; ¿qué es, pues, la voz, sino un sonido que no se ve con los ojos, sino que se percibe con los oídos? Por lo tanto, un pensamiento profundo es el que ha determinado a Moisés a afirmar que se ve la voz de Dios; se ve en la contemplación de la mente. Más en el Evangelio no es la voz lo que se ve, sino el Verbo, que es superior a la voz. Por eso dice el evangelista San Juan: Lo que era desde el principio; lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y nuestras manos tocaron acerca del Verbo de la Vida; y la vida se manifestó, y la hemos visto, y damos testimonio, y os anunciamos la vida eterna, la vida que estaba cabe Dios, y se manifestó a nosotros.

Has visto que el Verbo de Dios ha sido visto y también oído por los apóstoles. Han visto al Señor no sólo en su cuerpo, sino también en cuanto es Verbo; han visto al Verbo aquellos que con Moisés y Elías han visto la gloria del Verbo. Han visto a Jesús los que lo han visto en su gloria, no los otros que no han podido ver más que su cuerpo; pues no se ve a Jesús con los ojos del cuerpo, sino con los ojos del alma.

6. Más aún, los judíos, viéndole, no le han visto. Abrahán lo vio, porque está escrito: Abrahán ha visto mi día y se ha regocijado. Luego Abrahán lo ha visto, y es cierto que no ha visto al Señor en su cuerpo. Mas verlo en espíritu es verlo corporalmente; por el contrario, verlo corporalmente sin verlo en espíritu, equivale a no ver corporalmente al que veían. Isaías lo ha visto y, como él lo veía en espíritu, lo ha visto igualmente en su cuerpo. ¿No ha dicho él: No había en El ni apariencia ni hermosura? Los judíos no lo han visto: Se entenebreció su insensato corazón. El mismo nos atestigua en otro lugar que no podía ser visto por los judíos: ¡Guías de ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! No lo vio Pilatos, ni lo vieron los que gritaban: Crucifícale, crucifícale; si le hubiesen conocido, jamás hubiesen crucificado al Señor de la gloria Ver a Dios es, pues, ver al Emmanuel, es decir, a Dios con nosotros. El que no ha visto a Dios con nosotros no ha podido ver a Aquel que una Virgen ha dado a luz. Los que no creyeron en el Hijo de Dios, tampoco han creído en el Hijo de la Virgen.

7. ¿Qué es, pues, ver a Dios? No me lo preguntéis a mí; preguntadlo al Evangelio, preguntadlo al mismo Señor; o mejor, escuchadle: Felipe, quien me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy con el Padre, y el Padre está en mí? No se ve el cuerpo en el cuerpo, ni el espíritu en el espíritu, sino que sólo el Padre se ve en el Hijo, como este Hijo en su Padre. No se ve al uno en el otro, en efecto, como personajes desemejantes; sino que desde el momento que existe una unidad de operación y de actividad, se ve al Hijo en el Padre y al Padre en el Hijo. Las obras que yo realizo, dice, también Él las realiza Se ve a Jesús en sus obras, y en las obras del Hijo se ve también al Padre. Se ve a Jesús viendo el misterio que Él realiza en Galilea; pues nadie sino el Señor del mundo puede transformar los elementos. Veo a Jesús cuando leo que ungió con lodo los ojos del ciego y le devolvió la vista, pues reconozco en El al que ha formado al hombre del barro y le infundió el espíritu de vida y la luz para ver. Veo a Jesús cuando El perdona los pecados, pues nadie puede perdonar los pecados sino sólo Dios Veo a Jesús cuando resucita a Lázaro, y los testigos oculares no lo vieron. Veo a Jesús, veo también al Padre, cuando elevo los ojos al cielo, cuando los dirijo hacia el mar o los vuelvo sobre la tierra, pues los atributos invisibles de Dios resultan visibles por la creación del mundo.

8. Como nos las trasmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares y después ministros de la palabra. El hombre perfecto posee una doble facultad: la intención y la ejecución. El santo evangelista ve estas dos facultades en los apóstoles: no sólo, dice, han visto la Palabra, sino también que le han servido. La intención se relaciona con la visión, y la ejecución con el servicio; más el término de la intención es la ejecución, y el principio de la ejecución es la intención. Usando un ejemplo de los propios apóstoles, intención es cuando Pedro y Andrés, al oír la voz del Señor que decía: Yo os haré pescadores de hombres, sin demora alguna dejaron la barca y siguieron al Verbo. Pero la ejecución no es simultánea a la intención. Del mismo modo, no hay todavía ejecución, sino intención, cuando Pedro dice: Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Mi vida daré por ti Había intención del martirio, pero no su realización; aunque ésta ya se encuentra en los ayunos, en las vigilias, en el desprecio de los placeres corporales; pues ésa es la acción del cristiano.
No es necesario que en todas las cosas la intención y la ejecución sean simultáneas, sino que lo que es la ejecución de una cosa, no es todavía más que la intención con relación a otra. Esto mismo había asentado ya Pedro con energía y constancia apostólica; por eso, cuando el Señor le dijo más tarde: Tú, sígueme, él tomó su cruz, siguió al Verbo y conoció la realidad del martirio.

9. Pero supongamos que en Pedro, Andrés, Juan y en los demás apóstoles, la ejecución ha sido a la medida de la intención. No es menos verdadero que a veces la intención sobrepasa la ejecución, o la ejecución a la intención. Esta es la diferencia que el Evangelio nos muestra entre Santa María y Santa Marta: pues la una escuchaba la palabra y la otra se preocupaba del servicio: Y presentándose, dijo: Señor, ¿nada te importa que mi hermana me haya dejado sola con todo el servicio? Dile, pues, que venga a ayudarme. Y respondiendo le dijo el Señor: Marta, Marta, María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada Luego, predomina en una la atención amante y en la otra la actividad del servicio. Por lo mismo, en ambas se encontraba el celo de estas dos virtudes: si Marta no hubiese escuchado la Palabra, no se hubiera puesto a su servicio; su actividad es índice de su atención; y en cuanto a María, tanto había progresado en la una y otra virtud, que le fue dado ungir los pies de Jesús, enjugarlos con sus cabellos y llenar la casa con el perfume de su fe.
Sucede a veces que el estudio es muy grande y la ejecución estéril, como si alguien se ocupase de la medicina y conociese todas las reglas médicas y no las aplicase, si bien la esterilidad de la realización supone también la del estudio. En algunos, por el contrario, el acto podrá ser más rico y la intención más pobre como si alguien recibiese el sacramento salvador del bautismo, mas no quisiera conocer las reglas de las diversas virtudes; con frecuencia esta negligencia en la atención hace perder el fruto del acto.
Es necesario, por consiguiente, buscar la plenitud de las dos virtudes, la cual ha sido dada a los apóstoles, de los cuales se ha dicho: Los que desde el principio han visto y han servido; para que se entienda por la visión su deseo de conocer a Dios, y por el servicio se declare su actividad.

10. Me ha parecido bien. Puede ser que no haya sido el único en encontrar bueno lo que él declara haberle parecido bien; no, la voluntad del hombre no es la única para encontrar el bien, sino que tal ha sido el agrado de Aquel que habla en mí, Cristo, que hace que esto que es bueno, pueda también parecernos así. El llama a aquel del cual se apiada. Por eso el que sigue a Cristo puede responder si se le pregunta por qué ha querido ser cristiano: Porque me ha parecido bien; y al hablar así, no niega que Dios lo ha encontrado bueno: Es Dios, en efecto, el que prepara la voluntad humana. Si Dios es honrado por un santo, es gracia de Dios. Muchos han querido escribir el evangelio; mas sólo cuatro, que han merecido la gracia divina, han sido recibidos.

11. Me ha parecido bien, después de haberlas investigado todas escrupulosamente desde su origen y orden. Que este evangelio es más largo que los demás nadie lo duda. Y, por lo mismo, no reivindica para sí lo que es falso, sino lo verdadero. Por lo demás, ha merecido que el mismo apóstol San Pablo dé testimonio de su exactitud. Así alaba a San Lucas: Cuyo elogio en la predicación del Evangelio está difundido por todas las iglesias Es con toda verdad digno de elogios el que ha merecido ser alabado por el gran Doctor de los Gentiles. Él ha investigado, dice, no un poco, sino todo; y cuando ha tenido conocimiento de todo, le ha parecido bien no escribir todo, sino un extracto de este todo; pues él no ha escrito todo, mas todo lo ha conocido. Hay muchas cosas que hizo Jesús, se ha dicho, las cuales, si se escribiesen una por una, ni en todo el mundo cabrían los libros que se escribieran Se notará que ha omitido deliberadamente lo que había sido escrito por los otros; de este modo, diversas gracias refulgen en el evangelio, y cada libro tiene sus milagros, sus misterios, sus acciones propias que lo distinguen. Los soldados dividieron para sí los vestidos de Cristo, como en su lugar explicaremos más detenidamente.

12. Este evangelio ha sido escrito para Teófilo, es decir, para el que es amado por Dios. Si amas a Dios, para ti ha sido escrito; si para ti ha sido escrito, recibe este regalo del evangelista, conserva con cuidado en lo más profundo de tu corazón este recuerdo de un amigo: Guarda el precioso depósito por el Espíritu Santo, que habita en nosotros; míralo con frecuencia, examínalo a menudo. La fidelidad es el primer deber para un depósito; a la fidelidad sigue la diligencia para que este depósito no sea atacado por la polilla o el hollín; pues lo que se nos ha confiado puede ser atacado. El Evangelio es un precioso depósito, más ten cuidado no sea atacado en tu corazón por la polilla o el hollín. Es atacado por la polilla si, habiéndolo leído bien, lo crees mal.

13. La polilla es la herejía, la polilla es Fotino, tu polilla es Arrio. Rompe el vestido el que separa el Verbo de Dios. Fotino rompe el vestido cuando él lee: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y Dios era; la integridad del vestido pide que se lea: Y el Verbo era Dios. Rompe el vestido el que separa Cristo de Dios. Se rompe el vestido si se lee: Esta es la vida eterna, el conocerte a ti, solo verdadero Dios; hay que reconocer también a Cristo, pues conocer al Padre sólo como verdadero Dios, no es toda la vida eterna; sino conocer igualmente a Cristo como Dios verdadero, Verdad de Verdad, Dios de Dios, he aquí la vida sin fin. Es polilla conocer a Cristo sin creer en su divinidad o en el sacramento de su cuerpo. Polilla es Arrio, polilla es Sabelio. Estas polillas atacan a los espíritus fluctuantes, estas polillas atacan al espíritu que no cree que el Padre y el Hijo son una sola divinidad. Rompe lo que está escrito: Mi Padre y yo somos una sola cosa, el que divide esta unidad en sustancias distintas. Esta polilla ataca al espíritu que no cree que Jesucristo ha venido en la carne, y él mismo es polilla, pues es el anticristo. Por el contrario, los que son de Dios conservan la fe y no pueden ser atacados por la polilla que corroe el vestido. Todo lo que está dividido en sí mismo, como el reino de Satanás, no puede durar para siempre.

14. Existe también el hollín del corazón cuando los placeres terrenos apartan la atención de las cosas santas o la pureza de la fe es alterada por la nube del error. El hollín del alma es el deseo, de las riquezas; el hollín del alma es la negligencia; el hollín del alma es la pasión de los honores si se coloca en estas cosas toda la esperanza de la vida presente.
Tornémonos, pues, hacia las cosas de Dios, agudicemos nuestro espíritu, ejercitemos nuestro amor, a fin de tener siempre preparada, siempre brillante, encerrada, por así decirlo, en la vaina del alma, la espada que el Señor manda comprar vendiendo el vestido. Pues las armas espirituales, poderosas en manos de Dios para allanamiento de fortalezas, han de ser portadas siempre por los soldados de Cristo, para que cuando llegue el jefe de la milicia celeste, ofendido del mal estado de nuestras armas, no nos excluya de sus legiones.

)SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.1, 1-14, BAC Madrid 1966, pág. 49-60

Notas
Jr 28, 1
Jn 1, 14
Ex 20, 18
1 Jn 1, 1-2
Mt 17, 3
Jn 8, 56
Is 53, 2
Rm 1, 21
Mt 23, 24
1 Co 2, 8
Jn 14, 9-10
Jn 5, 19
Jn 2, 9
Jn 9, 6
Mc 2, 5.7
Rm 1, 20
Mt 5, 19
Jn 13, 37
Jn 21, 22
Lc 10, 40-42
Jn 12, 3
2 Co 13, 3
Pr 8, 35, versión de los LXX
2 Co 8, 18
Jn 21, 25
2 Tm 1, 14
Jn 1, 1
Jn 17, 3
Jn 10, 30
1 Jn 4, 2ss
Lc 22, 36
2 Co 10, 4

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Aplicación: P.Jorge Loring, S.J. - Tercer Domingo del Tiempo Ordinario Año C, Lc. 1:1-4; 4:14-21

1.- El Evangelio que acabo de leer es el comienzo del Evangelio de San Lucas. Se dirige a Teófilo, personaje real o imaginario, pues Teófilo significa «amante de Dios», y todo fiel cristiano es amante de Dios. Dice que antes de escribir su obra se ha informado con toda exactitud de los hechos que va a narrar.

2.- Esto me da pie para hablar de la HISTORICIDAD DE LOS EVANGELIOS, tan atacada por los enemigos de la Iglesia.

3.- Voy a tratar tres puntos: a) Los evangelistas conocían muy bien los hechos que narran. b) Los Evangelios se escribieron para un pueblo que conocía los hechos que allí se narran. c) Tenemos abundantes documentos que nos garantizan que nuestros Evangelios son fieles al original, aunque éstos se perdieron, como todos los libros de aquel tiempo, pues se escribieron en hojas de papiro que es un material deleznable. Por eso dice «enrollando el libro», porque las hojas pegadas unas con otras se enrollaban en un cilindro de madera. Enrollar el libro es como cerrarlo.

4.- Los evangelistas narran los hechos que ellos presenciaron, o los oyeron de testigos presenciales.

5.- El pueblo al que se dirigía conocía los hechos, y no hay un solo documento de aquel tiempo que los refute.

6.- Tenemos documentos muy próximos a los hechos: El Bodmer II de Ginebra (cien años posterior a San Juan), el Rylands de Manchester (35 años posterior a San Juan), el 7Q5 de Qumrán descubierto por el jesuita español (aunque de apellido irlandés), el papirólogo P. O¹Callaghanque

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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Misión de Libertador, Lc 1, 1-4; 4, 14-21

“Me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos”.
En este versículo Cristo se aplica dos veces su misión de Libertador.

El hombre desea la libertad. Es que está llamado a la libertad: “vuestra vocación es la libertad”. Pero ¿una libertad para todo? No, “no para el egoísmo” sino “para el amor”.

Y ¿sólo en Cristo está la verdadera libertad? “Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres” pues “para ser libres nos ha liberado Cristo”.

Cristo nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte “porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte” y de la esclavitud del demonio.

La libertad verdadera está en Cristo porque la libertad se alcanza imitando la Verdad. Y la Verdad es Cristo: “Yo soy la Verdad” y “la verdad os hará libres”.

Cristo nos enseña con su vida a vivir en libertad. La libertad de Cristo lo llevó a la máxima prueba de amor: dar la vida por los amigos. Cristo por su muerte fue libre y nos liberó y la libertad que nos consigue es para que también nosotros lo imitemos entregando nuestra vida por los hermanos.

“Ama y haz lo que quieras” verdadera libertad porque el que ama al prójimo ha conquistado la plena libertad pues “la caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud”.

La libertad que nos presenta el mundo es la libertad para todo y para todos pero sin barreras. En ella se incluye el egoísmo aún en perjuicio del prójimo y por tanto la esclavitud a sí mismo. La libertad de Cristo implica el olvido de sí mismo. Porque podemos ser esclavos de lo material. Quizá podemos franquear esta barrera pero la última barrera por franquear en el camino de la libertad está en nosotros mismos, somos nosotros mismos, es nuestro egoísmo. Hasta que no nos desatemos de nuestra dura esclavitud no seremos totalmente libres.

¿Hay una libertad absoluta? Para el hombre no. No, por ser creado.
Ser creado implica una naturaleza propia: la humana en este caso que tiene sus leyes. Estas leyes las ha puesto el que la creó. Por eso la naturaleza obedece al Creador y cada uno de los individuos tiene una ley de naturaleza que no puede eludir sin salirse del orden natural y volverse en cierta manera un monstruo.

Es evidente que hay un orden en toda la naturaleza y que el hombre que es parte de esa naturaleza entra en un orden que tiene que obedecer si quiere mantenerse en su existir propio.
No hay libertad absoluta para el hombre por ser creado. El hombre es libre si actúa según su naturaleza.

Pero si hubiese una ley superior a la naturaleza y el hombre acatara esa ley ¿crecería notablemente por sobre el orden natural?

Somos esclavos de Dios porque nos ha creado en esta naturaleza y somos esclavos de Cristo porque nos ha recreado a un orden sobrenatural.

“La verdad os hará libres”. ¿Cuál verdad? La verdad de nuestra creaturidad, la verdad de nuestra vida sobrenatural. Vivir la creaturidad es someternos al Creador y vivir la filiación divina es someternos a Cristo y a su ley de gracia.

Si el hombre ambiciona una libertad absoluta se pone en lugar de Dios y se aparta de la verdad.
El hombre que vive en absoluta libertad cae en la esclavitud de las criaturas, de sí mismo, del dinero, de la concupiscencia del mundo y en definitiva del demonio. Se sale de la órbita de la verdad y fuera de la verdad solo hay mentira. Es la mentira del hombre moderno. Es la mentira que estamos viviendo hoy. Libertad para todos y para todo. Falsa libertad que manifiesta claramente su malicia por los efectos, por los frutos se conoce el árbol.

[Para formar una verdadera fraternidad] es necesario un verdadero camino de liberación interior. Cristo nos ha liberado. Su cruz nos da una doble certeza: la de ser amados infinitamente y la de poder amar sin límites. Nada como la cruz de Cristo puede dar de modo pleno y definitivo estas certezas y la libertad que deriva de ellas. Gracias a ellas, cualquier persona se libera progresivamente de la necesidad de colocarse en el centro de todo y de poseer al otro, y del miedo a darse a los hermanos; aprende más bien a amar como Cristo ha amado y darse como ha hecho el Señor. En virtud de este amor, nace la comunidad como un conjunto de personas libres y liberadas por la Cruz de Cristo.
Este camino de liberación, que conduce a la plena comunión y a la libertad de los hijos de Dios, exige, sin embargo, la valentía de la renuncia a sí mismo en la aceptación y acogida del otro, a partir de la autoridad. Se trata de un compromiso ascético necesario e insustituible para toda liberación capaz de hacer que un grupo de personas sea una fraternidad cristiana. Es una respuesta que exige un paciente entrenamiento y una lucha para superar la simple espontaneidad y la volubilidad de los deseos.

Notas
v. 18
Ga 5, 13
Cf. Ga 5, 13-14
Jn 8, 36
Ga 5, 1
Rm 8, 2
Cf. Jn 8, 41-48
Jn 14, 6
Jn 8, 32
San Agustín, Exposición de la Epístola de Juan a los Partos, Tratado VII, 8, O.C., t. XVIII (último), BAC Madrid 1959, 304
Rm 13, 10
Cf. Mt 7, 16-20
Directorio de Vida fraterna en común nº 33 y 34, Directorios y Reglamentos del Instituto del Verbo Encarnado, t. I, Del Verbo Encarnado San Rafael 1995, 165

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Aplicación: Benedicto XVI - Jesús es el «hoy» de la salvación en la historia

¡Queridos hermanos y hermanas!
La liturgia de hoy nos presenta, unidas en sí, dos piezas separadas del evangelio de Lucas. El primero (1,1-4) es el prólogo, dirigido a un tal “Teófilo”; ya que este nombre en griego significa "amigo de Dios", podemos ver en él a todo creyente que se abre a Dios y quiere conocer el evangelio. El segundo pasaje (4,14-21), nos presenta a Jesús que "con el poder del Espíritu", se presenta el sábado en la sinagoga de Nazaret. Como buen observante, el Señor no se excluye del ritmo litúrgico semanal y se une a la asamblea de sus conciudadanos en la oración y en la escucha de las Escrituras. El rito consiste en la lectura de un texto de la Torá o de los profetas, seguido de un comentario.

Ese día, Jesús se levantó a leer y encontró un pasaje del profeta Isaías, que comienza así: "El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, / porque cuanto me ha ungido el Señor, / me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres" (cf. 61,1-2). Orígenes comenta: "No es una coincidencia que al abrir el libro, halló el capítulo dedicado a la lectura que profetiza sobre él, ya que también esto fue obra de la providencia de Dios" (Homilías sobre el Evangelio de Lucas, 32, 3). Jesús, por cierto, terminada la lectura, en un silencio lleno de atención, dijo: "Esta Escritura que acaban de oír, se ha cumplido hoy" (Lc. 4,21). San Cirilo de Alejandría dice que el "hoy", que se encuentra entre la primera y la última venida de Cristo, está relacionado con la capacidad del creyente para escuchar y arrepentirse (cf. PG 69, 1241).

Pero, en el sentido aún más radical, el mismo Jesús es "el hoy" de la salvación en la historia, porque lleva a cumplimiento la plenitud de la redención. El término "hoy", muy querido por san Lucas (cf. 19,9; 23,43), nos lleva de nuevo al título cristológico preferido por el evangelista, es decir, "salvador" (soter). Ya en los relatos de la infancia, está presente en las palabras del ángel a los pastores: "Les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador; que es el Cristo Señor" (Lc. 2,11).

Queridos amigos, este pasaje nos interpela también "hoy" a nosotros. En primer lugar, nos hace pensar en nuestra forma de vivir el domingo: día de descanso y de la familia, pero ante todo un día para dedicar al Señor, participando en la Eucaristía, en la cual somos alimentados por el Cuerpo y la Sangre de Cristo y de su Palabra de vida. En segundo lugar, en este tiempo de dispersión y distracción, el evangelio nos invita a preguntarnos acerca de nuestra capacidad para escuchar. Antes de que podamos hablar de Dios y con Dios, se requiere escucharlo, y la liturgia de la Iglesia es la "escuela" de esta escucha del Señor que nos habla. Por último, nos dice que cada momento puede convertirse en un "hoy" propicio para nuestra conversión. Todos los días (kathemeran) puede volverse salvíficos, porque la salvación es una historia que continúa para la Iglesia y para todos los discípulos de Cristo. Esto es el sentido cristiano del "carpe diem": ¡aprovechar el día en que Dios te llama para darte la salvación!

Que la Virgen María sea siempre nuestro modelo y nuestra guía en el saber reconocer y acoger, cada día de nuestra vida, la presencia de Dios, Salvador nuestro y de toda la humanidad.
( Benedicto XVI, 27 de enero de 2013  A mediodía de hoy, el santo padre Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro).



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Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - Jesús en la sinagoga de Nazaret


Mediante la liturgia de la palabra, la Iglesia nos exhorta hoy a reflexionar sobre la importancia del día del Señor. La primera lectura, tomada del libro de Nehemías, nos relata la solemne lec­tura del libro de la Ley, llevada a cabo por el sacerdote y escriba Esdras, frente al pueblo reunido en su presencia. Ello acaeció en Jerusalén, después de la repatriación de Babilonia. Este retorno del pueblo a su patria había suscitado en todos emoción y ale­gría. La lectura comenzó con la bendición a Dios por el don de la Ley, a lo cual respondió todo el pueblo, levantando las manos: "Amén, amén". El texto bíblico destaca el respeto de los allí presentes, que se inclinaron profundamente, adorando al Señor con el rostro en tierra. Y se dijo a todos los circunstantes: "Este es un día consagrado al Señor, nuestro Dios; no estéis tristes, ni lloréis". Esto mismo repitieron Esdras y los levitas, porque la multitud "lloraba al oír las palabras de la Ley". Era el primer día del séptimo mes, el día santo del Señor. Indirectamente el texto sagrado señala las mejores disposiciones para escuchar la pala­bra de Dios: respeto, atención, humillación y revisión de con­ductas pasadas en relación a la norma predicada.


El domingo, día del Señor
La lectura del libro de Nehemías nos lleva como de la mano a reflexionar sobre el significado del domingo. Se ha perdido en nuestros tiempos el sentido religioso de este día. Habitualmente lo destinamos a ocuparnos de lo que no pudimos hacer durante la semana, o también, para distracciones meramente terrenas.

El domingo, como la misma palabra lo indica, es el día del Señor, el día en que Cristo resucitó de entre los muertos, rea­lizando así la redención y la recreación de los hombres. Por ello dicho día nos recuerda, al tiempo que presencializa, el "Misterio Pascual" del Señor, su paso salvífico por la tierra. En cuanto que es el primer día de la semana, nos trae a la memoria la primera creación; en cuanto que es octavo, nos significa la nueva crea­ción inaugurada con la resurrección de Cristo.

Día octavo, decimos, porque sigue al día séptimo, el sábado judío. Desde que el Señor realizó su obra redentora, desde que injertó el cielo en la tierra, ya no podemos seguir teniendo el sábado como su día, porque El ha inaugurado la nueva vida en el tiempo. Este día cumple plenamente la realidad espiritual del sábado judío y además preanuncia el descanso eterno en el Día sin ocaso que será el cielo.

Sabemos que como día que es del Señor, lo debemos dedicar a Él. Todos los fieles cristianos tienen la obligación de asistir a la Santa Misa, y participar en ella con más devoción que la que tuvieron los israelitas al escuchar la Ley de Dios. Somos más deudores que ellos, ya que al encarnarse el Hijo de Dios, y al acceder a comunicamos su Nueva Ley, la del amor, tenemos mayor obligación de bendecir y agradecer al Señor, que se ha tomado el trabajo de ,erir en Persona a revelarnos su palabra. Es por esto mismo qu,3 debemos hacer un alto en el ajetreo de la vida cotidiana, para levantar nuestros ojos y nuestras plegarias a Dios. Y, así como el pueblo de Israel, meditando sobre la ley, trataba de adecuar a ella su conducta, con mucha mayor razón nosotros hemos de observar la ley de Cristo, reductible a la práctica del amor a Dios y al prójimo.

Para que así sea, será conveniente que hagamos un alto en las actividades de rutina, descansemos, tomemos parte en el Santo Sacrificio del Altar, y meditemos la palabra de Dios. No nos excusemos fácilmente de asistir a la Santa Misa. Es Dios quien nos invita a su banquete. Aprendamos incluso a ordenar nuestra semana en torno a este Día que hizo el Señor.

Además de ir a Misa, y de dedicar un tiempo a Dios y al descanso, la Iglesia nos recomienda que nos demos más a la relación familiar. Todavía existe en nuestros países cristianos la costumbre de reunirse familiarmente en la hora del almuerzo para compartir este día. Es una tradición que debe ser respetada como buena y mantenida para las futuras generaciones. Cuando tras haber transcurrido nuestra estadía en la tierra, lleguemos a la Casa del Padre, y nos sentemos en el Banquete de Bodas del Cordero, para celebrar el domingo eterno, gozaremos para siem­pre de Dios, en el seno de la gran Familia cristiana reunida en la Paz del Señor, que ya no se verá perturbada.

Es cierto que a veces nos veremos ineludiblemente obligados a trabajar el domingo. El Catecismo Católico dice a este respecto: "Cuando las costumbres (deportes, restaurantes, etc.) y los compromisos sociales (servicios públicos, etc.) requieren de algunos un trabajo dominical, cada uno tiene la responsabilidad de dedicar un tiempo al descanso... Los poderes públicos deben asegurar a los ciudadanos un tiempo destinado al descanso y al culto divino."

La Palabra proclamada
El texto evangélico de este domingo se refiere a otra proclamación de la Palabra, más modesta en su forma que la de Esdras, pero en realidad infinitamente más solemne. Era sábado, y habiendo ido el Señor a la sinagoga, lo invitaron a leer un pasaje de la Escritura. Le fue entregado el rollo, con un texto del Profeta Isaías. Como nada es casual, sino que la Providencia, es decir, el mismo Cristo, como Dios encamado que es, lo dispone, quiso que viniera a sus manos justamente ese pasaje. En él se describe admirablemente el objeto del ministerio del Mesías que había de venir, sólo que los judíos allí presentes no sabían que dicho pre­anuncio ya se estaba cumpliendo en Jesús. En dicho texto se decía cómo obraría el futuro Mesías la redención de la humani­dad, con especial referencia a los más humildes.

"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagra­do por la unción. El me envió a evangelizar a los pobres..." Sólo Cristo, el Ungido, podía leer este pasaje enprimera persona. Él mismo, el Verbo, lo había preparado todo. El mismo, la Palabra, se lo había comunicado al Profeta para que lo escribiese. El mismo, ahora presente, lo verifica en sí, dándole su sentido y explicación. Por eso Jesús, una vez terminado aquel anuncio, dice: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acabáis de oír". El, que era la meta y el cumplimiento de todo el Antiguo Testamento, se encuentra allí presente en Persona, lleno del Espíritu Santo, para anunciar a los hombres que ya no hay por qué temer, que ya no hay por qué desesperar, pues ha llegado la redención y el día del Señor.

La Palabra de Dios, presente entre los hombres, hablando a los hombres, nos explica los designios de la voluntad eterna. Así como los judíos, según nos lo relata el texto sagrado, tenían los ojos fijos en el Señor, esperando qué era lo que iba a decir, de manera análoga también los fieles deben estar atentos a lo que en la Santa Misa les dice el celebrante en su homilía. El sacerdote es el representante de Jesús, enviado por El para que en su nombre se pronuncie y explique el misterio del Evangelio. El sacerdote es como un nuevo Esdras, o mejor, es más que eso, es el mismo Jesús que nos habla por sus labios. Y así como Cristo proclamó la palabra de Dios con toda solemnidad, para desgra­nar su sentido, así ha de hacerlo el sacerdote, de modo que los fieles se sientan luego movidos a glorificar a Dios.

Preparación para escuchar
Nosotros todavía somos viajeros que se dirigen hacia la Patria Prometida, hacia la Jerusalén celestial. Mientras vamos de camino, como Pueblo peregrinante, reflexionamos en el mensaje evangélico.

Durante la semana hemos de estar ansiosos de oír al Señor que nos habla por medio de su Evangelio. Debemos estar deseo­sos de escuchar su mensaje, y guardar su palabra como lo hizo la Virgen Santísima, conservándolo en su corazón. Para que esa semilla se deposite en nuestra alma y dé mucho fruto, será pre­ciso que nosotros mismos, con la ayuda de la Gracia, roturemos nuestra tierra, que debe estar deseosa de recibir tal semilla, y luego la abonemos con la oración, para que la palabra prenda fuertemente. Pero al deseo ardiente agreguemos la humildad. Muchas veces el mensaje de Jesús nos hace doler, y nos lleva a revisar nuestra conciencia. Así sucede porque es un mensaje de salvación, que busca desarraigar de nosotros todo lo que no condiga con la ley y la voluntad de Dios. Nos relata el Evangelio que en cierta ocasión los judíos, luego de escuchar a Jesús, se irritaron con Él, y quisieron despeñarlo. El motivo fundamental, que los impulsaba, a proyectar esa terrible acción, era su cerra­zón a la gracia, su falta de humildad y de acogimiento a la pala­bra divina. Aprendamos a ser cada vez más dóciles al mensaje de Dios, especialmente en los tiempos que nos tocan vivir, donde el hombre, en su soberbia, pretende enmendar el mensaje evangé­lico, queriéndolo adaptar a sus pareceres, aun a costa de ter­giversaciones sustanciales.

Frente a la Palabra de Dios, seamos humiles, sencillos y sumisos.

Pidámosle a la Santísima Virgen María, que penetró como nadie en el Misterio de su Hijo, porque meditaba asiduamente la Palabra de Dios, que nos ayude a ser conscientes de la importancia del Domingo, donde escuchamos esa Palabra, además de tomar parte en la renovación del misterio salvífico. Pidámosle que nos ayude a poner en práctica lo que escuchamos, y que en nuestras vidas se goce el Sembrador, porque con su ayuda damos fruto centuplicado.
(ALFREDO SÁENZ, SJ, Palabra y Vida Homilías dominicales y Festivas, Ciclo C, Ed. Gladius, Buenos Aires, 1994, pp. 75-80)



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Ejemplos Predicables

El helecho y el bambú
Un día decidí darme por vencido... renuncié a mi trabajo, a mi relación, a mi espiritualidad... quería renunciar a mi vida.
Fui al bosque para tener una última charla con Dios.
- "Dios -le dije- ¿podrías darme una buena razón para no darme por vencido?"

Su respuesta me sorprendió...
- "Mira a tu alrededor -me dijo- ¿ves el helecho y el bambú?".
- "Sí", respondí.

- "Cuando sembré las semillas del helecho y el bambú, las cuidé muy bien. Les di luz. Les di agua. El helecho rápidamente creció. Su verde brillante cubría el suelo. Pero nada salió de la semilla de bambú. Sin embargo no renuncié al bambú. En el segundo año el helecho creció más brillante y abundante. Y nuevamente, nada creció de la semilla de bambú. Pero no renuncié al bambú." dijo Él.

"En el tercer año, aun nada brotó de la semilla de bambú. Pero no renuncié", me dijo.
"En el cuarto año, nuevamente, nada salió de la semilla de bambú. No renuncié.

"Luego en el quinto año un pequeño brote salió de la tierra. En comparación con el helecho era aparentemente muy pequeño e insignificante. Pero sólo 6 meses después el bambú creció a más de 100 pies de altura. Se la había pasado cinco años echando raíces. Aquellas raíces lo hicieron fuerte y le dieron lo que necesitaba para sobrevivir. No le daría a ninguna de mis creaciones un reto que no pudiera sobrellevar.
¿Sabías, mi niño, que todo este tiempo que has estado luchando, realmente has estado echando raíces?.
No renunciaría al bambú. Nunca renunciaría a ti. No te compares con otros.

El bambú tenía un propósito diferente al del helecho, sin embargo, ambos eran necesarios y hacían del bosque un lugar hermoso.
Tu tiempo vendrá -Dios me dijo- ¡crecerás muy alto!".
- "¿Qué tan alto debo crecer?", pregunté.
- "¿Qué tan alto crecerá el bambú?" me preguntó en respuesta.
- "¿Tan alto como pueda?" indagué.
- "Sí", Él dijo. "Dame Gloria al crecer tan alto como puedas".
Dejé el bosque exaltado, trayendo esta historia para compartirla con ustedes.

Espero que estas palabras puedan ayudarte a entender que Dios nunca renunciará a ti. Nunca te arrepientas de un día en tu vida. Los buenos días te dan felicidad. Los malos días te dan experiencia. Ambos son esenciales para la vida.


cortesía: ive.org

 





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