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Domingo 16 del Tiempo Ordinario C - María y Marta - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios durante la celebración de la Misa dominical parroquial

Recursos adicionales para la preparación


A su disposición
Exégesis: Alois Stöger - Escuchar la palabra (Lc.10,38-42)

Comentario Teológico: San Agustín - Marta y María (Lc. 10,38-42).

Santos Padres: San Ambrosio - Acogiendo la Sabiduría de Dios

Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - Marta y María

Aplicación: San Juan Pablo II - La necesidad de la vida interior

Aplicación: BEATO MANUEL GONZÁLEZ - La oración de oír

Aplicación: R. P. R. Cantalamessa OFMCap - Los amigos de Jesús

Aplicación: Benedicto XVI - Escuchar la Palabra de Dios

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - MARTA Y MARÍA

Aplicación: Directorio Homilético - Decimosexto domingo del Tiempo Ordinario

EJEMPLOS

 

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

Comentarios a Las Lecturas del Domingo

 

Exégesis: Alois Stöger - Escuchar la palabra (Lc.10,38-42)


38 Siguiendo ellos su camino, entró Jesús en cierta aldea; y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
El comienzo de esta narración tiene semejanza con la primera del relato del viaje. Se pone de relieve el caminar de Jesús. Aquí halla Jesús lo que no había hallado en la aldea de Sanaría: alojamiento. No se nos dice dónde se hallaba esta aldea ni cómo se llamaba. Según la tradición de san Juan se trataba de Betania (Juan 11:1), que estaba situada cerca de Jerusalén. Esto no podía decirlo Lucas, aunque lo supiera. En efecto, Jerusalén es la meta de la expedición, que sólo se podía alcanzar cuando hubiera llegado la hora de su muerte y de su ascensión al cielo.

Una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Jesús se hospedó en la casa a fin de que fuera oída su palabra. Como Marta, también otras mujeres acogieron y alojaron a los mensajeros del Evangelio: «Escuchaba una de ellas, por nombre Lidia, traficante en púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, y a la cual el Señor abrió el corazón para atender a lo que Pablo decía. Una vez que se hubo bautizado ella y los de su familia, nos rogó diciendo: Si me habéis juzgado fiel al Señor, entrad y quedaos en mi casa. Y nos forzó a ello» (Hec_16:14 s).

39 Tenía ella una hermana llamada María, la cual sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. 40 Marta, entre tanto, andaba muy atareada con los muchos quehaceres del servicio; por fin, se presentó y dijo: Señor, ¿es que no te importa que mi hermana me deje sola para servir? Dile, pues, que venga a ayudarme.

María, hermana de Marta, se sentó a los pies de Jesús. Estaba sentada, como Pablo a los pies de Gamaliel, su maestro (Hec_22:3). Jesús es maestro, María su discípula. Los doctores judíos de la ley no explican la ley a las mujeres. El Maestro, en cambio, que es también Señor, anuncia su doctrina también a la mujer (Hec_8:2). Lucas presenta el hecho con palabras que procedían de la comunidad primitiva: Jesús es el Señor, María escucha la palabra. La Iglesia es la comunidad de los que no cesan de oír la palabra del Señor (Hec_8:21). Jesús se ve honrado en su visita de dos maneras. María está sentada, sin hacer nada, a los pies del Señor y escucha sin pestañear su palabra. Marta andaba muy atareada, preocupada por el servicio de la mesa. Jesús es honrado con las obras de un amor que presta servicios y con el hecho de escuchar su palabra, como lo dijeron los padres de la Iglesia: con la vida activa y con la vida contemplativa. Marta sirve a Jesús atareada con muchos quehaceres, María sirve sin atarearse con muchos quehaceres, como dice san Pablo cuando recomienda la virginidad: «Y esto lo digo mirando a vuestro provecho, no para tenderos un lazo, sino para una digna y solícita dedicación al Señor» (1Co_7:35).

Marta no comprende que María esté escuchando sin hacer nada, pues hay que preparar la mesa para los huéspedes. EL servicio de la mesa le importa más que el servicio de la palabra, que consiste ante todo y sobre todo en escuchar. No comprende que Jesús quiere ser primeramente el que da, no el que recibe; no comprende que ha sido enviado para anunciar la salvación y que la mejor manera de servirle consiste en oír y cumplir su palabra de salvación. Habla a Jesús con un ligero acento de reproche y quiere que María deje de escuchar la palabra para dedicarse al servicio de la mesa. Da demasiada importancia a su servicio y rebaja el hecho de escuchar la palabra de Jesús, antepone las obras al hecho de oír la palabra.

41 Pero el Señor le contestó: Marta, Marta, por muchas cosas te afanas y te agitas; sin embargo, una sola cosa es necesaria. María ha escogido la buena parte, que no se le ha de quitar.

La repetición del nombre: Marta, Marta, proviene de simpatía, de solicitud y de amor. Jesús no deja de apreciar lo que hace, pero en las palabras con que designa su actividad muestra también cómo la enjuicia. Su acción es solicitud inquieta e inquietud solícita, dejando de lado lo principal. «Buscad su reino (el de Dios), y estas cosas se os darán por añadidura» (Lc.12:31). La palabra de Dios no puede llevar fruto si el que oye es retenido por una inquieta solicitud (Lc.8:14).

Una sola cosa es necesaria; María ha escogido la buena parte. Jesús presenta la audición de la palabra como lo único necesario. No dice que Marta habría debido preparar un solo plato (o pocos) a fin de poder oír la palabra de Dios; más bien no habría debido preparar nada, pues sólo una cosa es necesaria: oír la palabra que anuncia Jesús. El primer puesto corresponde a lo divino. «Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas...» También la lucha de Jesús contra el amor a la riqueza proviene de su preocupación, de su temor de que Dios no sea el único pensamiento que domine la vida del hombre. Para mostrar a los hombres que sólo una cosa es necesaria envió a sus mensajeros sin bolsa, sin alforja y sin calzado. Él mismo sólo tiene un manjar: hacer la voluntad del que le envió (cf. Jua_4:31-34).

Oír la palabra es la buena parte. La palabra toma y da la salvación, la vida eterna. La buena parte, como tal, no se ha de quitar. La salvación dura siempre. En las palabras de Jesús a María laten sin duda las palabras del salmo: «La porción de mi herencia y de mi copa eres tú, Yahveh; tú eres el que cuida de mis suertes. En delicias me cayeron las medidas y mi herencia me place» (Sal_15:5 s). Jesús llama bienaventurados a los que oyen la palabra de Dios y la guardan (Lc.11:28).

Aunque no se puede negar que son también grandes el servicio de la mesa y todas las obras de caridad, puesto que, según la palabra de Cristo, son servicios prestados a él mismo (Mat_25:40), sin embargo, no por eso hay que rebajar y descuidar el hecho de escuchar la palabra. Conforme a esta palabra dejaron los apóstoles de servir a los pobres a la mesa a fin de quedar libres para la proclamación de la palabra y confiaron a los diáconos el servicio de los pobres (Hec_6:1 s). El relato de la acción del buen samaritano tiene su necesario complemento en el relato de la visita a Marta y a María.
(Stöger, Alois, El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)





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Comentario Teológico: San Agustín - Marta y María (Lc. 10,38-42).

1. Las palabras de nuestro Señor Jesucristo que se nos leyeron en el Evangelio nos advierten que existe algo, único, a lo que debemos tender mientras trabajamos envueltos en las preocupaciones de este mundo. Tendemos porque somos aún caminantes que no hemos llegado al descanso; porque nos hallamos todavía en el camino, no en la patria; tendemos con el deseo, no con el gozo. Con todo, tendamos y hagámoslo sin cesar y sin pereza para que podamos llegar algún día.

2. Marta y María eran dos hermanas no sólo en la carne, sino también en la devoción. Ambas se unieron al Señor, ambas le sirvieron en unidad de corazón cuando vivía en la carne en este mundo. Marta le recibió en su casa como suele recibirse a los peregrinos. La sierva recibe al Señor, la enferma al Salvador, la criatura al Creador. Lo recibió para alimentarlo en la carne, ella que iba a ser alimentada en el espíritu. Quiso el Señor tomar la forma de siervo y en ella ser alimentado por los siervos, mas no por necesidad, sino porque así se dignó. Dignación suya fue el dejarse alimentar por los hombres. Tenía carne en la que sentía hambre y sed; pero ¿ignoráis que en el desierto, cuando tuvo hambre, le alimentaron los ángeles? Luego el querer ser alimentado fue gracia que otorgó al que lo alimentaba. ¿Y qué tiene de extraño, siendo así que concedió a una viuda la gracia de alimentar a Elías, a quien antes alimentaba él por medio de un cuervo? ¿Por ventura le faltaba con qué alimentarlo cuando lo envió a la viuda? De ninguna manera; no le faltaban alimentos, sino que disponía las cosas para bendecir a aquella viuda piadosa en recompensa del servicio que prestaba a su siervo. Así, pues, fue recibido como huésped el Señor que, viniendo a su casa, los suyos no lo recibieron, pero a cuantos lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, adoptando a los siervos y convirtiéndolos en hermanos, redimiendo a los cautivos y haciéndolos coherederos. Que ninguno de vosotros diga: «Bienaventurados los que merecieron recibir a Cristo en su propia casa». No te duela ni te apenes; no te quejes de haber nacido en tiempo en que no es posible ver al Señor en la carne. No te privó de esta gracia quien dijo: Lo que hicisteis a uno de mis pequeños, a mí me lo hicisteis.

3. Debido a la escasez del tiempo, hemos hablado poco sobre el Señor que es alimentado en su carne, pero alimenta el espíritu. Pasemos al tema que propuse: la unidad. Marta, preparando y aderezando el alimento para el Señor, se afanaba en infinidad de quehaceres; María, su hermana, prefirió ser alimentada por el Señor. Abandonando en cierto modo a su hermana entregada a los afanes domésticos, ella se sentó a los pies del Señor y, libre de los ajetreos humanos, escuchaba su palabra. Con suma atención había oído decir: Quedad libres de cuidados y ved que yo soy el Señor. Aquélla se agitaba, ésta se alimentaba; aquélla disponía muchas cosas, ésta atendía sólo a una. Ambas ocupaciones eran buenas; pero ¿cuál era la mejor? ¿He de decirlo yo? Tenemos a quien preguntar. Oigámoslo sin prisas. Ya oímos cuando se leyó qué es mejor. Oigámoslo otra vez, recordándolo yo. Marta interpela al huésped y pone en manos del juez el cargo de sus piadosas querellas: que su hermana la había abandonado y no se preocupaba de ayudarla, estando tan agobiada de trabajo. María, aunque presente, no responde; juzgue el Señor. María, como despreocupada, prefiere poner su causa en manos del juez, y por eso no se molesta en contestar, pues preparar la respuesta le supondría apartar la atención de lo que oía de boca del Señor. Responde por ella el Señor, para quien no suponía esfuerzo preparar palabras, puesto que era la Palabra. Y ¿qué dijo? Marta, Marta. Esta repetición del nombre es indicio de amor, o quizás un modo de recabar su atención. Para que escuchase más atentamente, la llama dos veces: Marta, Marta, escúchame: Tú estás afanada en muchas cosas, y sólo una es necesaria; sólo una. No se dijo escuetamente opus, como tomando el término por un sustantivo en singular, sino opus est, frase que significa conviene, es necesario. Esta única obra necesaria es la que eligió María.

4. Pensad en la unidad, hermanos míos, y ved que, si os agrada una multitud, es por la unidad que existe en ella. ¡Ved cuántos sois vosotros, a Dios gracias! ¿Quién podría gobernaros si no gustaseis una sola y misma cosa? ¿De dónde proviene esta calma en una multitud tan grande? Si hay unidad, hay pueblo; sin ella, una turbamulta. Pues ¿qué es una turbamulta sino una multitud turbada? Escuchad al Apóstol: Os ruego, hermanos—lo dice a una multitud que deseaba ver convertida en unidad—, que digáis todos lo mismo y que no haya entre vosotros cismas, sino que estéis perfectamente unidos en el mismo pensamiento y en el mismo parecer. Y en otro lugar: Sed unánimes, tened un mismo sentimiento; nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria. Y el Señor que ruega al Padre por los suyos: para que todos sean uno como nosotros somos uno. Lo mismo se lee en los Hechos de los Apóstoles: La multitud de los que habían creído tenían un solo corazón y un alma sola. Por tanto, engrandeced al Señor conmigo y ensalcemos su nombre todos juntos. Una sola cosa es necesaria: aquella unidad celeste, la unidad por la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola cosa. Ved cómo se nos recomienda la unidad. Es cierto que nuestro Dios es una Trinidad. El Padre no es el Hijo, y el Hijo no es el Padre, y el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo, sino el Espíritu de ambos. Y con todo, estas tres personas no son tres dioses, ni tres omnipotentes, sino un solo Dios omnipotente. La misma Trinidad es un solo Dios, porque una sola cosa es necesaria. Y a la consecución de esta única cosa sólo nos lleva el tener los muchos un solo corazón.

5. Buena cosa es servir a los pobres y, sobre todo, a los santos de Dios, como obsequio de piedad. Este servicio más bien se devuelve que se da; es decir, es deuda, no dádiva, en conformidad con las palabras del Apóstol: Si hemos sembrado en vosotros bienes espirituales, ¿es gran cosa que recojamos vuestros bienes carnales? Es cosa buena; os exhortamos a ello, edificándoos con la palabra del Señor; no seáis remisos en hospedar a los santos. Hubo quienes sin saberlo, dando acogida a quienes desconocían, acogieron a ángeles. Es cosa buena ésta, pero es mejor lo que escogió María. Por necesidad aquello arrastra consigo preocupación; esto, dulzura que proviene del amor. Cuando el hombre sirve, quiere estar a todo, y a veces no puede: busca lo que le falta, prepara lo que tiene, y el alma se llena de preocupaciones. Si Marta se hubiera bastado para este servicio, no hubiera pedido la ayuda de su hermana. Muchos y diversos son estos servicios en cuanto temporales y carnales. Y aunque son cosa buena, son transitorios. ¿Qué dice el Señor a Marta? María escogió la mejor parte. Tú no la elegiste mala, pero ella la eligió mejor. Escucha por qué es mejor: Porque no le será quitada. Algún día se te quitará a ti el peso de la necesidad; la dulzura de la verdad, en cambio, es eterna. Por tanto, no se le quitará lo que eligió. No se le quitará y se le aumentará. En esta vida se aumenta, en la otra alcanzará la perfección, pero jamás se le quitará.

6. Por lo demás, tú, Marta, con tu venia lo digo, tú que fuiste bendecida en tu servicio, buscas una recompensa, el descanso, a tu trabajo. Ahora estás ocupada en multitud de quehaceres, preocupada por alimentar cuerpos mortales, aunque sean de santos. ¿Acaso cuando llegues a la patria hallarás peregrinos a quienes hospedar, hambrientos a quienes ofrecer pan, sedientos a quienes apagar la sed, enfermos a quienes visitar, litigantes a quienes poner en paz o muertos a quienes sepultar? Nada de esto habrá allí. ¿Qué habrá, pues? Lo que eligió María. Allí, en efecto, en lugar de alimentar, seremos alimentados. Allí se hallará la plenitud y perfección de lo que aquí eligió María, migajas solamente de la opulenta mesa de la palabra del Señor. ¿Queréis saber lo que habrá allí? El mismo Señor lo dice a sus siervos: En verdad os digo que los sentará a su mesa, pasará y se pondrá a servirles. ¿Qué significa sentarse, sino estar libre de cuidados? ¿Qué significará, sino descansar?

¿Y cuál es el significado de pasará y se pondrá a servirle? Que primero pasa y después los sirve. Pero ¿dónde? En aquel convite celestial del cual dice: En verdad os digo que vendrán muchos de oriente y de occidente y se Sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Quien allí alimenta es el Señor, pero antes ha de pasar de aquí. Como sabéis, Pascua significa tránsito. Vino el Señor, obró cosas divinas y padeció cosas humanas. ¿Acaso es escupido o abofeteado todavía? ¿Es acaso coronado de espinas, flagelado, crucificado o herido con la lanza todavía? Son cosas que ya pasaron; pasó él. De idéntica manera habla el evangelista a propósito de la Pascua celebrada con sus discípulos. ¿Qué dice el Evangelio? Habiendo llegado a Jesús la hora de pasar de este mundo al Padre. Luego pasó para alimentar; sigámosle para que nos alimente.
SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X), Sermón 103, 1-6, BAC Madrid 1983, 700-706


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Santos Padres: San Ambrosio - Marta y María acogiendo la Sabiduría de Dios (1Co 1,24)

La virtud no tiene más que una cara. El ejemplo de Marta y María nos demuestra en las obras de una la dedicación activa y en la otra la atención piadosa del corazón a la palabra de Dios. Si esta atención está unida a una fe profunda, es preferible a las obras mismas: “María ha escogido la mejor parte y no se le quitará”.

Esforcémonos, pues, nosotros también, en poseer lo que nadie nos podrá quitar jamás, prestando atención; porque si no, el mismo grano de la palabra divina puede ser arrebatado si cae al borde del camino. (cf Lc 8,5.12) Sé, pues, como María, animado por el deseo de la sabiduría; es una obra mayor y más perfecta. Que las preocupaciones del servicio no te priven de aprender a conocer la palabra celestial. No critiques, ni juzgues como holgazanes a los que vieras aplicarse a la sabiduría, porque Salomón, el pacífico, la invocó para que hiciera morada en su casa. (Cf Sb 9,10)

Con todo, no se trata de reprochar a Marta sus buenos servicios, pero María tiene la preferencia, por haber elegido la mejor parte. Jesús posee muchas riquezas y las distribuye con largueza. La mujer más sabia ha escogido lo que había juzgado como más importante. En cuanto a los apóstoles, no prefirieron dejar la palabra de Dios para dedicarse al servicio (Hch. 6,2)

Las dos actitudes son obra de la sabiduría, porque Esteban, él también, estaba lleno de sabiduría y fue escogido como servidor, como diácono (Hch. 6,5.8)... Porque el cuerpo de la Iglesia es uno; y los miembros siendo diversos, tienen necesidad los unos de los otros. “El ojo no puede decir a la mano: No te necesito; ni la cabeza puede decir a los pies: No os necesito...” (1Cor 12,21)... Si algunos miembros son más importantes, los otros son, sin embargo, necesarios. La sabiduría reside en la cabeza, la actividad en las manos.
(San Ambrosio (c 340-397), obispo de Milán - Comentario al evangelio de Lucas, 7, 85-86; SC 52)

 


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Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - Marta y María

El evangelio de este domingo nos presenta a Cristo en casa de quienes fueron sus amigos más íntimos, Lázaro, Marta y María

Marta y María eran hermanas y ambas tenían estrecha familiaridad con Jesús. María estaba sentada a los pies de Cristo, escuchando sus enseñanzas, mientras Marta iba de aquí para allá, atareada en los quehaceres domésticos. Como su hermana, fascinada por las palabras de Jesús, no la ayudaba, Marta se quejó ante el Señor por su inactividad y falta de colaboración.

Toda la Tradición ha visto en estas hermanas, los dos estilos de vida que hay en la Iglesia. Marta representa la vida activa y María la contemplativa.

Tal vez en algún momento y lugar se hizo de esta escena un motivo de controversia: que lo único trascendente es la vida contemplativa, o, por el contrario, que es más importante la acción que la contemplación, etc. Dejemos de hacer dialéctica inútil. Marta y María se complementan mutuamente. Siempre hubo y siempre habrá en la Iglesia de Cristo las Martas y las Marías.

La historia de la Iglesia nos enseña que hubo momentos donde prevaleció más la contemplación que la acción. Por ejempló durante la época de los monjes del desierto, o en la Edad Media con San Bernardo, o en los tiempos de Santa Teresa. Lo cierto es que en los monasterios tanto occidentales como orientales, tanto católicos como ortodoxos, cientos de hombres y mujeres han entregado y siguen entregando sus vidas a la oración y a la contemplación, anticipando así el cielo en la tierra.

Si bien es verdad que la contemplación es uno de los estados más elevados de vida en la Iglesia, no lo es menos también la vida activa, la vida apostólica, reviste suma importancia. Así nos lo demuestran los mismos Apóstoles, principalmente San Pablo, el apóstol por antonomasia, así como Santo Domingo, San Francisco Javier, San Vicente de Paul, Don Orione, San Juan Bosco, el mismo beato Juan Pablo II, y tantos otros.

Es cierto que cuando Marta se quejó al Señor, éste le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria". A lo que podríamos agregar que de alguna manera es envidiable la situación de María que contempla al Señor. Ella "eligió la mejor parte", como le dijo a Marta el mismo Señor, destacando así la grandeza de la contemplación y de la oración.

Pero si María se quedó con la mejor parte, también es verdad que Nuestro Señor no le prohibió a Marta llevar a cabo los quehaceres de la casa. ¡Alguien tenía que hacer las tareas domésticas!

La contemplación y la acción no son contrarias sino complementarias. Los que contemplan, ya están gozando de lo "único necesario", han elegido la "mejor parte". Los que trabajan, deben alcanzar a Dios a través de esa actividad. Si se trata de los trabajos que exige el apostolado, ellos se ordenan a que también los demás puedan llegar a contemplar y amar al Único Necesario. De San Ignacio se decía que era "contemplativo en la acción".

Vida activa y vida contemplativa. Una lleva a la otra. La una es más fuente de la otra y, a la vez, su refugio y fortaleza.

Decíamos recién que los diversos tiempos de la historia se caracterizan porque algunos de ellos se inclinan más a la contemplación y otros más a la acción. Parece evidente que nuestra época muestra una marcada inclinación por la actividad. Y ello influye fuertemente aun en la misma Iglesia. En su momento la Santa Sede condenó el "activismo americanista", señalando en ello un grave peligro para el catolicismo.

El mundo de hoy se caracteriza por ser visceralmente anti-contemplativo. Se vive en un activismo desenfrenado, que pareciera pretender evacuar todo lo que huela a trascendentalismo Los hombres se han lanzado a una especie de carrera por vivir cada vez más y cada vez mejor, en el sentido hedonista de la palabra, la carrera por el poder y el tener. La "competencia" es cada vez más intensa. Detenerse sería fracasar, perderlo todo.

Inclusive en el campo católico, dentro de la misma Iglesia, muchas veces se ha dejado "la parte mejor" en aras de la actividad, llamando "apostolado" a lo que en realidad es una forma de "activismo".

En muchas familias católicas observamos desconocimiento, e incluso cierto menosprecio, muchas veces inconsciente, del valor de la contemplación. Podrán los padres aceptar que su hija sea de la Acción Católica, e incluso que entre en la vida religiosa, cuidando enfermos, educando niños, etc... Pero ¿que sea religiosa de clausura? ¡Eso es perder el tiempo y la vida!

Creemos que en esta materia se impone un serio examen de conciencia. Fácilmente podemos caer en el activismo, quizás sin damos cuenta de ello. Juan Pablo I decía: "Menos reuniones y más oración". En los últimos tiempos hemos trabajado mucho. No nos ha faltado ni la gente ni los medios. Contamos con parroquias y capillas en todos los barrios del país; hay colegios con los distintos niveles (jardines de infantes, primarios, secundarios, etc.), universidades, medios de comunicación, revistas, librerías, etc. Hay en la Iglesia numerosos métodos y lugares de convocatoria: encuentros, convivencias, congresos, campamentos, jornadas, peregrinaciones, santuarios, etc.

Gozamos además de circunstancias que, humanamente hablando, nos son favorables, como por ejemplo la libertad que siempre hemos tenido en nuestra patria para practicar y manifestar públicamente nuestra fe. A diferencia de lo que ha acontecido en numerosos países, particularmente en los que estuvieron o están sujetos al yugo comunista, no somos perseguidos ni condenados a muerte por ser católicos.

Y sin embargo los efectos no parecen guardar correspondencia con la multiplicidad de los medios empleados. ¿No será quizás porque nuestra acción más que "apostolado" fue "actividad"? Debemos reconocer con humildad que el activismo se ha introducido en muchos sectores de la Iglesia. Fácilmente llamamos "retiros espirituales" a lo que en realidad no son sino "encuentros" entre chicos y chicas; con frecuencia reemplazando el Sagrario por el fogón o la reunión. En cierta oportunidad, una religiosa de un colegio que cuenta con más de mil doscientas alumnas, manifestaba su preocupación porque su Congregación no tenía vocaciones que salieran de su colegio. Y ello no parecía ser por falta de actividad. Organizaban encuentros, convivencias, charlas vocacionales. Cuando se le preguntó cuántas veces por año hacían adoración ante el Santísimo Sacramento para pedir especialmente por las vocaciones, respondió que una sola vez. No más, aclaraba, porque las chicas se aburrían...

Volvamos nuestros ojos a Jesucristo, el paradigma del apóstol y el gran contemplador. Él es el Verbo hecho carne. Pero paradojalmente ese Verbo –Verbo significa Palabra– se mantuvo voluntariamente en silencio durante treinta años en Nazaret, para luego lanzarse a la vida pública del apostolado, que sería tan breve, de sólo tres años. ¡Treinta años de silencio para prepararse a tres de años de predicación! Sin duda que con ello nos quiso enseñar que la verdadera acción apostólica no puede ser sino el fruto, el desborde de la contemplación silenciosa o del silencio contemplativo.

Sólo la acción que brota de la soledad y del silencio, sólo ella "da mucho fruto". La acción sin la contemplación es puro ruido, pura cáscara, pura exterioridad, por grandes que parezcan ser los proyectos y las organizaciones que se monten.

Valoremos como corresponde el sentido sagrado del silencio y de la contemplación. Aprendamos a quedarnos con "la mejor parte". Sin Dios, sin la vigencia del orden sobrenatural, jamás podremos llegar a ser auténticos apóstoles de Cristo. Sin la oración, esa oración que Santa Teresa describía como "estar a solas con quien sabemos que nos ama", se irá extinguiendo la luz de nuestra fe y el ardor de nuestra caridad. Hagamos la gran experiencia de nuestra vida: juntemos en nuestro interior a Marta y María.
(ALFREDO SÁENZ, S.J., Palabra y Vida - Homilías Dominicales y festivas ciclo C, Ed. Gladius, 1994, pp. 226-229)




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Aplicación: SAN JUAN PABLO II - Necesidad de la Vida Interior


1- Sentido sobrenatural en lo ordinario
Si San Pablo exhorta a los cristianos a hacerlo “todo para gloria de Dios” (1 Cor 10,31), esto vale también para vosotros. El cristiano debe comportarse como tal siempre, en cualquier ocasión, en cualquier trabajo, cualquiera que sea la actividad que desempeñe. A todas partes debe llevar el fermento y el estímulo de la propia fe. Por este motivo, también vuestra vida debe ser guiada por la Palabra de Dios, y a su luz debe desarrollarse, crecer y madurar.

2- Marta y María
Hemos escuchado en la lectura del Evangelio según San Lucas el conocido e instructivo episodio de las dos hermanas, Marta y María, que un día acogieron a Jesús en su casa. Una de ellas, Marta, “se multiplicaba para dar abasto con el servicio” (Lc 10,40), hasta el punto de desentenderse casi de la presencia tan cercana del Maestro: un ejemplo de excesiva generosidad, que se preocupa más de las actividades externas que de sensibilizarse ante el significado transformador de Aquel que está presente para hacerse escuchar y para interrogarnos a cada uno de nosotros.

María, en cambio, “sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra” (ib., 10,39). Y es precisamente esta actitud, contrapuesta ante todo a la anterior, la que recibe el elogio de Jesús. En María está personificado, en efecto, el discípulo atento y vigilante: no tanto el que se vigila a sí mismo, lo que sería aún un modo de replegarse sobre la propia personalidad, cuanto el que se siente captado por la presencia y la Palabra del Señor, hasta el punto de olvidarse de sí mismo. Porque el verdadero discípulo no piensa en sí mismo, sino que enseguida y ante todo se vuelve a su Maestro y se siente como transportado hacia Él, según un movimiento que le hace como salir de sí mismo; subyugado con su palabra, forma parte de aquellos que Jesús proclama “dichosos”, porque “oyen la Palabra de Dios y la guardan” (ib., 11,28).

3- Necesidad de la vida interior
Por ello Jesús advierte amorosamente a Marta: “Sólo una cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y no se la quitarán” (ib., 10,42). Esta frase debe ser entendida en un doble nivel: por una parte, alude a la exigencia de una sobriedad en la mesa, que Jesús en aquella ocasión no quería excesivamente abastecida; por otra, verifica el tránsito o un significado más profundo, referido a la vida espiritual: también en este ámbito es innecesario y puede ser incluso peligroso, perderse en diversas tentativas y buscar por demasiados caminos la inspiración que unifique la propia vida interior. “Sólo una cosa es necesaria”, y es la actitud de María, hecha a base de escuchar la Palabra de Jesús, teniendo sus ojos y su corazón, vueltos hacia Él, no sólo atentos, sino disponibles para cuanto Él dice. Como ora el Salmista: “Señor, mis ojos están vueltos a Ti; en Ti me refugio, no me dejes indefenso” (Sal 141,8).

Tratemos de llevar a nuestra vida diaria esta lección del Evangelio de San Lucas. Que ninguna otra palabra, venga de donde venga, nos distraiga de nuestra adhesión de fe y de amor al Señor Jesús. Extraigamos de su voz la fuerza necesaria para afrontar y superar todas las dificultades que se interponen en nuestro camino. Para hacerlo así, acojámoslo en nuestra casa, como lo hicieron Marta y María, y reconozcámosle el puesto de honor que le corresponde. De su presencia y de su disponibilidad nace y se consolida el sentido de nuestra existencia, y dimana la alegría que siempre necesitamos para hacer más llevadero el camino de la vida.
(Homilía del beato Juan Pablo II en la Misa a los empleados de las villas pontificias en Castelgandolfo el día 17 de julio de 1983)


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Aplicación: BEATO MANUEL GONZÁLEZ - La oración de oír

991. Jesús se ha sentado a descansar en la casa de Marta, María y Lázaro en la Betania de sus consuelos y desagravios: Marta se agita e inquieta de acá para allá preparando la comida del Maestro y de sus amigos. María, ajena a todos los preparativos se sienta a los pies del Maestro para oírlo.

Marta se queja ante Él de la inmovilidad de su hermana, y al paso que para aquélla hay un reproche, aunque cariñoso y paternal, para María hay una aprobación solemne: "María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada" [1].

¿Cuál era esa mejor parte?

Según el Evangelio, ésta: María, sentada a los pies de Jesús, oía su palabra.

¡Oír a Jesús! ¡Dedicarse a esto sólo: a oír a Jesús! ¡Y dedicarse por toda la vida a oír a Jesús en su estado de palabra callada del Sagrario!

¡Cuántos misterios de gloria de Dios y cuántos misterios de santificación excelsa para nosotros están encerrados en esa oración de oír a Jesús-Hostia callada del Sagrario!

Con el favor de Él ya os iré levantando el velo de ese desconocido mundo de misterios y secretos del silencio de Jesús.


Orar oyendo a Jesús

992. ¡Cuántos misterios de gloria de Dios y cuántos secretos de santificación excelsa para nosotros están encerrados en esta oración de oír a Jesús-Hostia callada del Sagrario! Ahondando en la imitación de ese modo de orar de la Magdalena que le valió el "ha escogido la mejor parte, que no le será quitada", os quiero llamar la atención sobre estos dos puntos:

1.º Qué es oír a Jesús; y

2.º Qué es oír a Jesús-Hostia callada, para deducir del estudio de esos dos puntos el valor y la excelsitud de la oración de oír al modo de la Magdalena. Obténgame la santa de la contemplación silenciosa, acierto y claridad para producir enterados y entusiasmados de su imitación.


Qué es oír a Jesús

993. Dar a Jesús nuestro oído es:
1.º El gran mandamiento del Padre celestial.
2.º El precepto más repetido y más abundantemente sancionado por el mismo Jesucristo; y
3.º El homenaje primordial y el más urgente deber del hombre para con Jesús.


I. El gran mandamiento del Padre

Dos veces tan sólo, según el santo Evangelio, ha dejado oír a los hombres su palabra el Padre celestial; y ¡cosa notable!, las dos veces para proclamar un mismo testimonio en honor de su Hijo y promulgar un mismo mandamiento acerca de Él:

"ÉSTE ES MI HIJO MUY AMADO. OÍDLO" [2]

Oír a Jesús: a eso se reduce y en eso se compendia cuanto el Padre nuestro, que está en los cielos, pide y manda a los hombres que están en la tierra.

Si el precepto de la caridad fraterna o de amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado, se ha llamado el precepto nuevo por antonomasia de Jesús, en el que se contienen como en su causa, esencia y raíz todos los demás preceptos antiguos y nuevos, el mandamiento que obliga a todos los hombres a oír a Jesús debe ser llamado con toda razón el Mandamiento, el gran Mandamiento del Padre celestial, en el que están contenidos todos sus preceptos y ordenaciones del Antiguo como del Nuevo Testamento.

¿No es esto claro?


II. El precepto más repetido y más abundantemente sancionado de Jesús

994. Abrid el Evangelio y quizá no encontréis página en la que no tropiecen vuestros ojos con algún nuevo modo de urgir el precepto de oír a Jesús.

Incontables veces lo encuentro directa o indirectamente urgido.

¿Castigos a los que no lo oyen?

Los más terribles.

Los compara a las piedras, incapaces de guardar y hacer fructificar un grano de semilla; los declara necios, juzgados por su obstinación y condenados por Dios, y de ellos asegura que no son de la verdad ni de Dios...

¿Premios a los que lo oyen? Se puede asegurar que el vaso de la infinita liberalidad de su Corazón se vuelca sobre los que oyen a Jesús...

Los llama en cien ocasiones sabios, bienaventurados, hijos de su Padre que está en los cielos, y objeto de sus agradecimientos y llega a dar el título y el honor de hermanos y hasta de padre y madre de Él, a los que oyen su palabra y la guardan.

¿Cabe mayor galardón?


III. El homenaje primordial y el deber primero para con Jesús

995. Una sencilla reflexión nos lo demuestra.

¿Quién es Jesús? El Verbo de Dios hecho Hombre.

La Palabra viva, sustancial, personal, única y eterna de Dios hecha hombre para, con boca de carne, hacerse oír de los hombres.

Cuando decimos y creemos que el Padre nos dio a su Hijo, decimos y creemos que nos dio a su Verbo, a su Palabra, o como enseña el doctor san Juan de la Cruz, "porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola palabra y no tiene más que hablar".

¿Comenzamos ahora a entender por qué al presentar el Padre al mundo su Don, el gran Don de su Hijo muy amado, sólo le exige y le impone el mandamiento de oírle?

¿Entendemos ahora la gran alegría con que el ápostol san Pablo comenzaba su primera epístola a los Hebreos, descubriéndoles el misterio del Hijo-Palabra de Dios "lo que antiguamente habló Dios en los profetas nuestros padres de muchos modos y maneras, ahora a la postre, en estos días, nos lo ha hablado con el Hijo todo de una vez?" [3].

Y pregunto ahora. A esa Palabra de Dios hecha boca de carne humana para ser oída por oídos de carne, ¿cuál es el primer tributo, el homenaje primordial que le deben la gratitud y la justicia de los hombres?

¿Puede ser otro que el tributo y el homenaje de su oído?

996. Sí, sí; lo primero que Jesús, Palabra encarnada de Dios, tiene derecho a exigir de los hombres es que le rindan pronta, dócil y perennemente el homenaje de su oído.

Por ahí quiere entrar Él a hacer su obra de redención en el alma del hombre, por el oído: "La fe por el oído".

¡Boca de Jesús, trono, custodia y vehículo del Verbo de Dios, yo quiero que mi cuerpo sea para Ti todo oído para no desperdiciar ni una sola letra de las que profieras y mi alma sea toda ella relicario para guardar todo lo que me has dicho, me dices y me dirás en las páginas de tu Evangelio, en la voz de tu Iglesia o en el silencio de tu Eucaristía...!


Qué es oír a Jesús-Hostia callada

997. ¡Qué misterio y qué confusión para nuestro orgullo!

Jesús es siempre Maestro; lo mismo sobre su Cátedra del pesebre de Belén, sobre el pavés de la sinagoga y del templo, sobre la Cruz del Calvario, sobre el solio pontificio de Pedro, como oculto bajo las especies de la una Hostia consagrada y guardado dentro del copón del más ruinoso y abandonado Sagrario.

¡Siempre Maestro!

¡Siempre pudiendo afirmar, como ante el tribunal de sus enemigos, que Él había venido a dar testimonio de la verdad!

Jesús no sólo es siempre Maestro, sino también y en todos sus estados, de gloria como de ignominia, es siempre Palabra de Dios, lo mismo en el seno del Padre, como encarnado en el seno de María u oculto en el fondo del Copón.


998. Y aquí viene el gran misterio: ese Maestro eterno y esa Palabra viva de Dios que se hace boca de carne para que los hombres oigan hablar a Dios y directamente por Él sean enseñados a conocerlo, a amarlo y a poseerlo, ese Maestro-Dios y esa Palabra-Dios decretan enseñar a los hombres treinta y tres años hablando, y siglos y siglos callando...

Cierto que quedarán a los hombres siempre, siempre, las palabras que dijo en los Evangelios, y que una autoridad auténtica, infalible e indeficiente, representante visible de su excelso magisterio repetirá, explicará, interpretará y aplicará perennemente las palabras que dijo Jesús... es cierto, sí; pero también lo es que la boca que profirió aquellas palabras del Evangelio y de la Iglesia no se ha muerto, sino que está viva, como viva la Cabeza que la dirigía y vivo y palpitante el Corazón que por ella hablaba y se desbordaba, y que esa boca, esa cabeza y ese corazón no sólo viven en el cielo empíreo, sino dentro de cada Hostia consagrada.

¡Jesús-Maestro callado!

¡Jesús-Palabra eterna de Dios callada!

¡Y con qué silencio!

999. En torno de ese gran Maestro, el único Maestro, hay ejércitos de niños sin Catecismo, de doncellas y jóvenes en riesgos y peligros horribles, de hombres sin fe y sin caridad, de mujeres sin piedad y sin pudor, de ancianos sin esperanzas, de enfermos sin remedio, de dolientes, de hambrientos, de moribundos sin luz, sin calor, sin consuelo... ¡Oh! ¡Si el Maestro hablara! ¡Una palabra siquiera!

En torno de esa Hostia se oyen alabanzas y blasfemias, se consuman adoraciones y sacrilegios, se sienten amores, odios y abandonos... ¡Si la Hostia hablara! ¡Una sola palabra de aprobación, de queja, de reprobación...! ¡Un ¡ay! siquiera!

¡El Maestro calla!

¡La Hostia, callada!

¡Qué bien se adivina por ese tesón en callar que la lección de que más necesita el hombre es la del silencio de su amor propio! ¡La de aprender a callar!


1000. Una pregunta: ¿Pero entonces con ese Jesús-Hostia callada de nuestros Tabernáculos no urgirá ya el gran Mandamiento del Padre celestial y el precepto tan repetido del Hijo de que le prestemos oído? ¿No hay ya obligación, ni necesidad, ni utilidad en ponerse a oír a Jesús callado en su vida de Hostia? ¿Basta sólo con que lo oigamos por medio de su eco o intermediaria la Iglesia?

Aquí, aquí, a ese misterio y estado de silencio de Jesús-Hostia es a donde yo invitaba a las almas enteradas y generosas a imitar el modo de orar de la Magdalena, de orar oyendo a Jesús, lo mismo cuando habla ternuras e intimidades como en Betania, cuando exhala penas y ayes como en la Cruz o cuando enmudece muerto como en el sepulcro.

¿Pues qué? ¿no es tan amable y adorable el silencio de Jesús como su Palabra? ¿No es tan Maestro cuando enseña callando como cuando enseña hablando?

Si Él lleva el anonadamiento de su amor al hombre a la negación de su palabra, ¿no es muy justo que el hombre lleve su correspondencia de amor a la negación de su oído?

¿No corresponde a un Maestro mudo por amor un discípulo sordo por amor a todo ruido de palabra y sutil sólo para oír su silencio?


¿Qué cómo se entiende eso? ¿Qué cómo se practica ese oír a quien no habla?

1001. Yo respondo también con unas palabras del gran Maestro de oración, el doctor san Juan de la Cruz:

"Una palabra habló el Padre que fue su Hijo, y Éste habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma" [4].

Yo responderé también con la psicología y la teología que tanto el amor como el conocimiento, mientras más intensos, elevados y perfectos son, menos palabras necesitan y hablan.

Yo responderé, sobre todo, invitando a que hagan ensayos y experiencias los que quieran saber en qué consiste oír a ese Jesús-Hostia callada.

Sí, haced la prueba; id al Sagrario en donde Él vive envuelto en ese divino silencio, y primero habladle, habladle cuanto queráis, y más con el corazón que con la boca, de vosotros, de los demás, de Él, y después callad, esperad en silencio de vuestro amor propio y de vuestras pasiones, la respuesta que en silencio os dará el más atento y fino de los maestros.

Y estad ciertos de que el Espíritu Santo, el gran Agente de la oración, que está entre la boca cerrada de Jesús y vuestro oído abierto, os dará la respuesta en forma de firmeza nueva a vuestra voluntad quizá vacilante, de rayo de luz disipadora de dudas y oscuridades y reveladora de secretos y mundos nuevos, de estremecimiento de alegría que sacuda penas y tristezas, de unción de bálsamo vigorizante... y con respuesta en esa forma y sin respuesta ninguna, siempre el poneros a oír el silencio de Jesús-Hostia dará a gustar a vuestra alma una paz, un sosiego que os hará entender que Él queda enterado y vosotros habéis hecho lo vuestro por glorificar su estado de Palabra de Dios inmolada.

1002. ¡Ah! ¡si las almas tan quejosas y aburridas de sus meditaciones distraídas y secas, se decidieran a glorificar el silencio de Jesús-Hostia callada poniéndose muchas veces a orar oyendo en silencio, el silencio de Jesús!

María Magdalena, la que siempre oyó a Jesús, la que desde su conversión jamás interrumpió el diálogo de corazón a corazón con Él, interceda para que tenga muchos imitadores en el oírlo hablando y en el oírlo callando, como si estuviera muerto...
(Beato Manuel González, Oremos en el sagrario como se oraba en el Evangelio, cap. IV)

 

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Aplicación: R. P. R. Cantalamessa OFMCap - Los amigos de Jesús

«En aquel tiempo, Jesús entro en un pueblo, y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres». La aldea es Betania y la casa es la de Lázaro y sus dos hermanas. En ella a Jesús le gustaba detenerse y descansar cuando desarrollaba su ministerio cerca de Jerusalén.

A María le parecía increíble tener al Maestro, por una vez, todo para ella, poder escuchar en silencio las palabras de vida eterna que Él decía hasta en los momentos de descanso. Así que ella se acurrucaba a sus pies para escucharle, como se acostumbra todavía en Oriente. No es difícil imaginar el tono, entre resentido y bromista, con el que Marta, pasando ante los dos, le dice a Jesús (¡pero también para que lo oiga su hermana!: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude».

Fue en este momento cuando Jesús pronunció una palabra que por sí sola constituye un pequeño evangelio: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será arrebatada».

La tradición ha visto en las dos hermanas el símbolo, respectivamente, de la vida activa y de la vida contemplativa; la liturgia, con la elección de la primera lectura (Abraham, que acoge a los tres ángeles en la encina de Mambré), muestra que ve en el episodio un ejemplo de hospitalidad. Considero, sin embargo, que el tema más evidente es el de la amistad: «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro» se lee en el Evangelio (Jn 11,5); cuando le dan la noticia de la muerte de Lázaro, dice a los discípulos: «Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle» (Jn 11,11). Ante el dolor de las dos hermanas, rompe a llorar Él también, tanto que los presentes exclaman: «¡Mirad cómo le amaba!» (Jn 11,36). Es muy bello y consolador saber que Jesús ha conocido y cultivado ese sentimiento tan precioso para los hombres que es la amistad.

De la amistad se debe decir lo que San Agustín afirmaba del tiempo: «Sé qué es el tiempo, pero si alguien me pide que se lo explique, ya no lo sé». En otras palabras, es más fácil intuir qué es la amistad que explicarlo con palabras. Es una atracción recíproca y un entendimiento profundo entre dos personas, pero no basada en el sexo, como lo es el amor conyugal. Es la unión de dos almas, no de dos cuerpos. En este sentido, los antiguos decían que la amistad es tener «una sola alma en dos cuerpos». Puede constituir un vínculo más fuerte que el parentesco. Éste consiste en tener la misma sangre en las venas; la amistad en tener los mismos gustos, ideales, intereses.

Es esencial para la amistad que se funde en una búsqueda común de lo bueno y de lo honesto. Lo que existe entre personas que se unen para hacer el mal no es amistad, sino complicidad, es «asociarse para delinquir», como se dice judicialmente.

La amistad es diferente también del amor al prójimo. Éste debe abrazar a todos, incluso a quien no te quiere, también al enemigo, mientras que la amistad exige reciprocidad, esto es, que el otro corresponda a tu amor.

La amistad se alimenta de confianza, o sea, del hecho de que yo confío a otro aquello que es más íntimo y personal en mis pensamientos y experiencias. A veces digo a los jóvenes: ¿queréis descubrir quiénes son vuestros verdaderos amigos y hacer una graduación entre ellos? Intentad recordar cuáles son las experiencias más secretas de vuestra vida, positivas o negativas; observad a quiénes las habéis confiado: esos son vuestros verdaderos amigos. Y si hay algo de vuestra vida tan íntimo que lo habéis revelado a una sola persona, esa es vuestro mayor amigo o amiga.

La Biblia está llena de elogios a la amistad: «El amigo fiel es seguro refugio; el que le encuentra, ha encontrado un tesoro» (Si 6, 14 ss). La prueba de la verdadera amistad es la fidelidad. «Se acabaron los dineros, se acabaron los amigos», dice un popular refrán. No es auténtica amistad la que decae a la primera dificultad del amigo. El verdadero amigo se ve en la prueba. La historia está llena de casos de grandes amistades inmortalizadas por la literatura; y también la historia de la santidad conoce ejemplos de amistades famosas.

Un problema delicado acerca de la amistad es si ésta es posible también una vez que se está casado. No está dicho que se deba cortar tajantemente con todas las amistades cultivadas antes del matrimonio, pero ciertamente se requiere una reorganización, so pena de dificultades y crisis en la pareja.

Las amistades más seguras son las que se cultivan juntos, como pareja. Entre las amistades cultivada separadamente, aquellas con personas del propio sexo crearán menos problemas que las de sexo distinto. Frecuentemente en estos casos es castigada la presunción, el hecho de creerse por encima de toda sospecha y de todo peligro. Películas con títulos del tipo: «La mujer de mi mejor amigo» hablan del tema... Pero aparte de este hecho extremo, se crean problemas prácticos serios. El amigo no puede tener más importancia que el cónyuge. No se puede salir todas las noches con los amigos dejando al otro (¡con mayor frecuencia a la otra, a la esposa!) solo en casa.

También para las personas consagradas las amistades más seguras son las compartidas con el resto de la comunidad. Hablando de Lázaro, Jesús no dice «mi amigo Lázaro», sino «nuestro amigo Lázaro». Lázaro y sus hermanas se habían hecho amigos también de los apóstoles, según el célebre principio «los amigos de mis amigos son mis amigos». Así eran las grandes amistades entre algunos santos, por ejemplo, entre Francisco de Asís y Clara. Francisco es hermano y padre de todas las religiosas; Clara es la hermana y la madre de todos los frailes.

 

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Aplicación: Benedicto XVI - Escuchar la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas:
Estamos ya en pleno verano, al menos en el hemisferio boreal. Es el tiempo en el que cierran las escuelas y se concentran la mayor parte de las vacaciones. También las actividades pastorales de las parroquias se reducen y yo mismo he suspendido las audiencias por un período. Es por lo tanto un momento favorable para dar el primer lugar a lo que efectivamente es más importante en la vida, o sea, la escucha de la Palabra del Señor.

Así lo recuerda también el Evangelio de este domingo, con el célebre episodio de la visita de Jesús a casa de Marta y María, narrado por san Lucas (10, 38-42). Marta y María son dos hermanas; tienen también un hermano, Lázaro, quien en este caso no aparece. Jesús pasa por su pueblo y —dice el texto— Marta le recibió (cf. 10, 38). Este detalle da a entender que, de las dos, Marta es la mayor, quien gobierna la casa. De hecho, después de que Jesús entró, María se sentó a sus pies a escucharle, mientras Marta está completamente ocupada en muchos servicios, debidos ciertamente al Huésped excepcional.

Nos parece ver la escena: una hermana se mueve atareada y la otra como arrebatada por la presencia del Maestro y sus palabras. Poco después, Marta, evidentemente molesta, ya no aguanta y protesta, sintiéndose incluso con el derecho de criticar a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Marta quería incluso dar lecciones al Maestro. En cambio Jesús, con gran calma, responde: «Marta, Marta —y este nombre repetido expresa el afecto—, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc 10, 41-42).

La palabra de Cristo es clarísima: ningún desprecio por la vida activa, ni mucho menos por la generosa hospitalidad; sino una llamada clara al hecho de que lo único verdaderamente necesario es otra cosa: escuchar la Palabra del Señor; y el Señor en aquel momento está allí, ¡presente en la Persona de Jesús! Todo lo demás pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a nuestra actividad cotidiana.

Queridos amigos: como decía, esta página del Evangelio es especialmente adecuada al tiempo de vacaciones, pues recuerda el hecho de que la persona humana debe trabajar, sí; empeñarse en las ocupaciones domésticas y profesionales; pero ante todo tiene necesidad de Dios, que es luz interior de amor y de verdad. Sin amor, hasta las actividades más importantes pierden valor y no dan alegría. Sin un significado profundo, toda nuestra acción se reduce a activismo estéril y desordenado. Y ¿quién nos da el amor y la verdad sino Jesucristo?

Por eso aprendamos, hermanos, a ayudarnos los unos a los otros, a colaborar, pero antes aún a elegir juntos la parte mejor, que es y será siempre nuestro mayor bien.

(Ángelus, Palacio Apostólico de Castelgandolfo, Domingo 18 de julio de 2010)



Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - MARTA Y MARÍA


Encontramos a María en un estado de ocio contemplativo “sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra”. Marta, en cambio, “estaba atareada en muchos quehaceres”. Y esos muchos quehaceres la llevaron a sentir que era la única que hacía algo por Jesús y en cierta manera a reprocharle la actitud de su hermana. María se manifiesta con mucha más libertad que Marta.
“La vida activa es servidumbre: la contemplativa, libertad”, dice San Gregorio. Y también dice el mismo Santo explicando porqué es libertad: “la vida contemplativa produce cierta libertad de espíritu al no pensar en las cosas temporales, sino en las eternas”. Por su parte dice Boecio: “Necesariamente las almas humanas son más libres cuando se mantienen en la contemplación del espíritu divino que cuando descienden a los cuerpos”.
El hombre alcanza con más facilidad el estado de tensión extrema que el estado de relajación y abandono, por más que este no implique esfuerzo. Sin embargo, el esfuerzo extremado lleva consigo el peligro de arrastrar al hombre a perder su condición de hombre y en cierta manera a animalizarlo y el que le ayuda a proteger y salvar lo verdaderamente humano es el ocio contemplativo porque lo hace trascender de lo propiamente humano llevado de una especie de arrobamiento. María escuchaba embelesada las palabras de Jesús y contemplaba su rostro divino. Se había distraído de los quehaceres de la casa no porque no le importasen sino porque estaba transportada a una esfera más alta. Trascendía su contemplación la vida terrena y por eso el Señor dijo: “ha elegido la mejor parte que no le será quitada”, es decir, María se encontraba en una atmósfera celestial.
Dice San Gregorio: “La vida contemplativa es más meritoria que la activa, puesto que ésta se consagra a las obras presentes”, a sea, a remediar las necesidades del prójimo, y “aquélla gusta ya interiormente el descanso futuro”, a saber: en la contemplación de Dios.
Ninguna de las dos hizo un esfuerzo extraordinario para realizar su propia obra: Marta se encontraba a gusto haciendo los quehaceres y María contemplando a Jesús. Cada una había recibido de Dios una vocación. La primera, vocación a la vida activa, la otra, a la contemplativa.
Los que están más inclinados a las pasiones a consecuencia de su ímpetu para la acción, son igualmente más aptos para la vida activa, por su espíritu inquieto. Por eso dice San Gregorio que “tan inquietos son algunos, que, si llegaran a no tener trabajo, sufrirían grandemente, porque tanto más difícilmente soportan la agitación tumultuosa de su espíritu, cuanto más libertad tienen para entregarse a sus pensamientos”. –Otros, en cambio, naturalmente tienen pureza de espíritu y sosiego, que los hacen aptos para la contemplación. Si éstos tuvieran que entregarse totalmente a la acción, se perjudicarían. Por eso dice San Gregorio que “hay hombres de alma tan tranquila, que, si les fuera preciso trabajar, sucumbirían al comienzo mismo de su trabajo”.
Pero, como poco después añade, “muchas veces el amor impulsa a los espíritus perezosos al trabajo, y el temor obliga a los inquietos a la contemplación”. Por consiguiente, los que son más aptos para la vida activa pueden por su ejercicio disponerse para la contemplativa, y, en cambio, los mejor dotados para la vida contemplativa pueden soportar las obras de la vida activa para hacerse así más aptos todavía para la contemplación.
Las dos vidas son llamados de Dios y las dos vidas son camino para alcanzar la salvación. Jesús no reprocha la actividad de Marta, sí, su inquietud y su falta de ocio contemplativo, y la exhorta a buscar la contemplación en la actividad, hay necesidad absoluta de una sola cosa, la que ha elegido María. Quizá la falta de ocio de Marta, o el descuido en ese momento, la llevó a criticar la actitud de su hermana. Sin embargo, aunque la actividad de Marta es buena, la de María es mejor.
La vida contemplativa en absoluto es más excelente que la activa.

Primero, porque la vida contemplativa conviene al hombre por razón de lo que en él hay de más excelente, a saber: por razón del entendimiento, y respecto a los objetos propios, como son las cosas inteligibles.

Segundo, porque la vida contemplativa puede ser más continua, aunque no siempre en el grado más elevado de contemplación. Por eso María, símbolo también de la vida contemplativa, nos es presentada continuamente a los pies del Señor.

Tercero, porque es mayor el deleite de la vida contemplativa que el de la vida activa. Y así, dice San Agustín: “Marta se turbaba, María se deleitaba”.

Cuarto, porque en la vida contemplativa el hombre se basta mejor a sí mismo, puesto que muy pocas cosas son necesarias. Por eso dice el Señor: “Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas”.

Quinto, porque la vida contemplativa se busca por sí misma, mientras que la vida activa se ordena a otra cosa. Y así dice el Salmo: “Una sola cosa he pedido al Señor y ésa procuraré: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para conocer sus delicias”.

Sexto, porque la vida contemplativa consiste en cierto descanso y reposo, según el Salmo: “Descansad y ved que yo soy Dios”.

Séptimo, porque el objeto de la vida contemplativa es algo divino; el de la activa, algo humano. Así dice San Agustín: “En el principio era el Verbo”: he aquí lo que oía María. “El Verbo se hizo carne”: he aquí a quien servía Marta”.

Octavo, porque la vida contemplativa es conforme a lo que es más propio del hombre, el entendimiento. En cambio, en los actos de la vida activa toman parte también las energías inferiores, comunes a nosotros y a los animales.

Cristo añade un argumento más cuando dice: “María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada”. Palabras que comenta así San Agustín: “No has escogido tú un mal partido, pero ella escogió uno mejor. Oye por qué mejor: porque no le será arrebatado. Tú un día serás libertada del peso de la necesidad; la dulzura de la verdad es eterna”.

Marta servía al Señor y esto es una gran prueba de amor así como todo trabajo exterior tolerado por Cristo, pero es una prueba mucho más elocuente de caridad el dejar las cosas de esta vida y deleitarse solamente en la contemplación de Dios.

Nosotros somos hijos de una época de hiperactividad y estamos tentados de dejarnos arrastrar por la vorágine de la actividad. Incluso pareciese que la actividad nos es más acorde y nos agrada más y llegamos, a veces, a justificarnos ante Dios porque somos grandes servidores, porque somos muy activos.

A los llamados a la vida contemplativa la vida activa sólo es un medio, una ayuda para la contemplación en cuanto que ordena las pasiones o sólo si por voluntad de Dios el contemplativo es llamado a la vida activa. Por ejemplo, si por su gran amor a Dios consiente en abandonar durante algún tiempo las dulzuras de la contemplación para que se cumpla la voluntad de Dios y por su mayor gloria. Y así dice el Apóstol: “Deseaba yo mismo ser anatema de Cristo en favor de mis hermanos”; al exponer lo cual dice el Crisóstomo: “De tal modo el amor de Cristo había empapado su alma, que abandonaba lo que por encima de todo más amaba, es decir, estar con Cristo, con tal de agradarle así”.

Los contemplativos están llamados a ser testigos de lo trascendente. Y el mejor modo de ser testigos es con el culto eucarístico.

Nuestra esperanza es que este verdadero sentido de la visibilidad del Sacramento se manifieste de tal forma en la celebración del culto, que el “hombre nacido para el trabajo” sea transportado de la fatiga del día de esfuerzos a un interminable día de fiesta, arrebatado de la angostura del ambiente laboral y centrado en el mundo.

Cf. II-II, 182, 1 ad 2
Cf. Leclercq-Pieper, De la vida serena, Rialp Buenos Aires 19653, 85-86
Cf. II-II, 182, 2c
Cf. II-II, 182, 4 ad 3
Lc 10, 39
Lc 10, 41
Sal 26, 4
Sal 45, 11
Lc 10, 42
Cf. II-II, 182, 1c
Cf. II-II, 182, 2 ad 2
Cf. II-II, 182, 3c
Rm 9, 3
Cf. II-II, 182, 2c
Pieper, El Ocio y la Vida Intelectual, Rialp Madrid 1974, 76

 


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Aplicación: Directorio Homilético - Decimosexto domingo del Tiempo Ordinario

CEC 2571: la hospitalidad de Abrahán
CEC 2241: acoger al extranjero
CEC 2709-2719: la contemplación
CEC 618, 1508: participar del sufrimiento del Cuerpo de Cristo
CEC 568, 772: “la esperanza de la gloria” en la Iglesia y en sus sacramentos


2571 Habiendo creído en Dios (cf Gn 15, 6), marchando en su presencia y en alianza con él (cf Gn 17, 2), el patriarca está dispuesto a acoger en su tienda al Huésped misterioso: es la admirable hospitalidad de Mambré, preludio a la anunciación del verdadero Hijo de la promesa (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38). Desde entonces, habiéndole confiado Dios su Plan, el corazón de Abraham está en consonancia con la compasión de su Señor hacia los hombres y se atreve a interceder por ellos con una audaz confianza (cf Gn 18, 16-33).

2241 Las naciones más prósperas tienen obligación de acoger, en cuanto sea posible, al extranjero que busca la seguridad y los medios de vida que no puede encontrar en su país de origen. Los poderes públicos deben velar para que se respete el derecho natural que coloca al huésped bajo la protección de quienes lo reciben.

Las autoridades civiles, atendiendo al bien común de aquellos que tienen a su cargo, pueden subordinar el ejercicio del derecho de inmigración a diversas condiciones jurídicas, especialmente en lo que concierne a los deberes de los emigrantes respecto al país de adopción. El inmigrante está obligado a respetar con gratitud el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas.

III LA ORACION DE CONTEMPLACION

2709 ¿Qué es esta oración? Santa Teresa responde: "no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama" (vida 8).

La contemplación busca al "amado de mi alma" (Ct 1, 7; cf Ct 3, 1-4). Esto es, a Jesús y en él, al Padre. Es buscado porque desearlo es siempre el comienzo del amor, y es buscado en la fe pura, esta fe que nos hace nacer de él y vivir en él. En la contemplación se puede también meditar, pero la mirada está centrada en el Señor.

2710 La elección del tiempo y de la duración de la oración de contemplación depende de una voluntad decidida reveladora de los secretos del corazón. No se hace contemplación cuando se tiene tiempo sino que se toma el tiempo de estar con el Señor con la firme decisión de no dejarlo y volverlo a tomar, cualesquiera que sean las pruebas y la sequedad del encuentro. No se puede meditar en todo momento, pero sí se puede entrar siempre en contemplación, independientemente de las condiciones de salud, trabajo o afectividad. El corazón es el lugar de la búsqueda y del encuentro, en la pobreza y en la fe.

2711 La entrada en la contemplación es análoga a la de la Liturgia eucarística: "recoger" el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de Aquél que nos espera, hacer que caigan nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama para ponernos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y transformar.

2712 La contemplación es la oración del hijo de Dios, del pecador perdonado que consiente en acoger el amor con el que es amado y que quiere responder a él amando más todavía (cf Lc 7, 36-50; 19, 1-10). Pero sabe que su amor, a su vez, es el que el Espíritu derrama en su corazón, porque todo es gracia por parte de Dios. La contemplación es la entrega humilde y pobre a la voluntad amante del Padre, en unión cada vez más profunda con su Hijo amado.

2713 Así, la contemplación es la expresión más sencilla del misterio de la oración. Es un don, una gracia; no puede ser acogida más que en la humildad y en la pobreza. La oración contemplativa es una relación de alianza establecida por Dios en el fondo de nuestro ser (cf Jr 31, 33). Es comunión: en ella, la Santísima Trinidad conforma al hombre, imagen de Dios, "a su semejanza".

2714 La contemplación es también el tiempo fuerte por excelencia de la oración. En ella, el Padre nos concede "que seamos vigorosamente fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en nuestros corazones y que quedemos arraigados y cimentados en el amor" (Ef 3, 16-17).

2715 La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. "Yo le miro y él me mira", decía, en tiempos de su santo cura, un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. Esta atención a El es renuncia a "mí". Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres. La contemplación dirige también su mirada a los misterios de la vida de Cristo. Aprende así el "conocimiento interno del Señor" para más amarle y seguirle (cf San Ignacio de Loyola, ex. sp. 104).

2716 La contemplación es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y adhesión amorosa del hijo. Participa en el "sí" del Hijo hecho siervo y en el "fiat" de su humilde esclava.

2717 La contemplación es silencio, este "símbolo del mundo venidero" (San Isaac de Nínive, tract. myst. 66) o "amor silencioso" (San Juan de la Cruz). Las palabras en la oración contemplativa no son discursos sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre "exterior", el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de Jesús.

2718 La contemplación es unión con la oración de Cristo en la medida en que ella nos hace participar en su misterio. El misterio de Cristo es celebrado por la Iglesia en la Eucaristía; y el Espíritu Santo lo hace vivir en la contemplación para que sea manifestado por medio de la caridad en acto.

2719 La contemplación es una comunión de amor portadora de vida para la multitud, en la medida en que se acepta vivir en la noche de la fe. La noche pascual de la resurrección pasa por la de la agonía y la del sepulcro. Son tres tiempos fuertes de la Hora de Jesús que su Espíritu (y no la "carne que es débil") hace vivir en la contemplación. Es necesario consentir en "velar una hora con él" (cf Mt 26, 40).

Nuestra participación en el sacrificio de Cristo

618 La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2), él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este misterio pascual" (GS 22, 5). El llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24) porque él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1 P 2, 21). El quiere en efecto asociar a su sacrificio redentor a aquéllos mismos que son sus primeros beneficiarios(cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35):

Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo
(Sta. Rosa de Lima, vida)

1508 El Espíritu Santo da a algunos un carisma especial de curación (cf 1 Co 12,9.28.30) para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni siquiera las oraciones más fervorosas obtienen la curación de todas las enfermedades. Así S. Pablo aprende del Señor que "mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza" (2 Co 12,9), y que los sufrimientos que tengo que padecer, tienen como sentido lo siguiente: "completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).

568 La Transfiguración de Cristo tiene por finalidad fortalecer la fe de los Apóstoles ante la proximidad de la Pasión: la subida a un "monte alto" prepara la subida al Calvario. Cristo, Cabeza de la Iglesia, manifiesta lo que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos: "la esperanza de la gloria" (Col 1, 27) (cf. S. León Magno, serm. 51, 3).

772 En la Iglesia es donde Cristo realiza y revela su propio misterio como la finalidad de designio de Dios: "recapitular todo en El" (Ef 1, 10). San Pablo llama "gran misterio" (Ef 5, 32) al desposorio de Cristo y de la Iglesia. Porque la Iglesia se une a Cristo como a su esposo (cf. Ef 5, 25-27), por eso se convierte a su vez en Misterio (cf. Ef 3, 9-11). Contemplando en ella el Misterio, San Pablo escribe: el misterio "es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria" (Col 1, 27)





Ejemplos

El poder de la oración

¿Una buena acción?

No estabas

Los dos remos



El poder de la oración
Algunos dicen que se pierde el tiempo empleado en la oración, que pierden horas de apostolado. ¡Qué gran tentación ésta para los apóstoles más celosos! Si también nosotros pensamos eso, estamos muy equivocados.
Si uno reza por las almas, sabemos que por esa oración, Dios envía un ángel; se acerca a una niña que estaba por sucumbir ante una tentación grave y fortalecida por el invisible mensajero resiste al tentador y vence.
Un pecador hace muchos años que no recibe los sacramentos, mas movido por una fuerza interior irresistible se echa a los pies del confesor, y se levanta para una vida nueva.
Un matrimonio que vive en continua discordia resuelve solicitar el divorcio, pero al día siguiente se dan de nuevo la mano y se prometen fidelidad.
En una casa hay un moribundo que no quiere convertirse, pero al aproximarse el ángel a su lecho, cambia de opinión y se confiesa.
Todo esto lo hace el ángel; todo esto lo has conseguido tú de rodillas, y acaso no lo conseguirías andando de una parte a otra. La consigna debe ser: De la oración a la acción.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Tomo II, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 86)

¿Una buena acción?
Un misionero de la selva visitó un colegio de la ciudad para contar a los muchachos acerca de su labor en la selva: como tiene que remar horas y horas para llegar a la aldeas de sus feligreses, como la lluvia a veces lo sorprende, como hay peligro de parte de serpientes, etc. El misionero cuenta que necesitaría un motor fuera bordo para poder viajar más rápidamente y para poder así ayudar más a sus fieles. Los muchachos están muy impresionados y deciden recolectar el dinero necesario. Lo hacen durante un día domingo y están tan ocupados que no tienen tiempo para participar en la Santa Misa.
¿Que es más importante, participar en la Misa o trabajar para que el misionero pueda ir a celebrar Misa para sus feligreses?

No estabas
Cuentan que se murió una persona y, muy confiada, caminó hacia el cielo para entrar por que había hecho muchas obras buenas. Cuando llegó al trono de Jesús éste le preguntó: "Alma, ¿quien eres? ¡No te conozco!" Contestó el alma: "Pero Señor, yo he hecho tantas cosas buenas por tu reino. Los lunes ayudaba en la clínica, los martes en el orfanato, el miércoles en la Cruz Roja, el jueves en la colecta pública, el viernes a los pobres y el sábado en la parroquia. ¿Y no me conoces?" Le dijo el Señor: "Cada vez cuando quería visitarte, no estabas".

Los dos remos
Cuentan que un monje quería aprender de San Benito como hacer bien las cosas. San Benito lo llevó a un lago, le hizo subir a un bote y le dio un remo en el cual estaba escrito "Labora". El monje comenzó a remar y el bote dio vuelta y vuelta y vuelta y no avanzaba. San Benito le dio otro remo que llevaba escrito "Ora" y le quitó el anterior. El monje remaba por el otro lado pero el bote solo dio vueltas y vueltas ahora en el sentido contrario. San Benito le dio los dos remos, el monje comenzó a remar y el bote avanzó tranquilamente.

 

 

(Cortesía: iveargentina.org et alii)

 

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