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Domingo 17 del Tiempo Ordinario -C - 'Enséñanos a orar' - Comentarios de Sabios y Santos I : con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

Recursos adicionales para la preparación

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

A su servicio
Exégesis: Alois Stöger - La nueva oración (Lc.11,1-13)

Comentario Teológico: Catecismo de la Iglesia Católica - SEGUNDA SECCION: LA ORACION DEL SEÑOR: "PADRE NUESTRO"

Santos Padres: San Ambrosio - El amigo importuno Lc 11, 5-13

Aplicación: P. Alfredo Sáenz, S. J. - El Señor enseña a rezar

Aplicación: San Juan Pablo II - Señor, enséñanos a orar

Aplicación: R. P. Leonardo Castellani - PADRE NUESTRO El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos

Aplicación: R. P. Raniero Cantalamessa OFMCap - Jesús orando

EJEMPLOS

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

comentarios a Las Lecturas del Domingo


Exégesis: Alois Stöger - La nueva oración (Lc.11,1-13)


Hasta 13,22 no se vuelve ya a hablar del viaje. En el relato del viaje están intercaladas enseñanzas de Jesús. Jesús trae el nuevo mensaje del Padre y del Espíritu Santo, y con ello una nueva oración (11,1-13); se anuncia a sí mismo como nuevo portador de salud, que es ciertamente otro y enseña de manera distinta de lo que habían imaginado los dirigentes en Israel (11, 14-54); el seguimiento de este Mesías cobra nueva y propia forma, de la que se habla en un conjunto de palabras y sentencias de Jesús (12,1-53). El nuevo tiempo que aporta Jesús exige a todos la conversión (12,54-13,21).


a) La oración de los discípulos (Lc/11/01-04)

1 Un día estaba él orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos.

Por lo regular ora Jesús en la soledad (Mar_1:35; Luc_5:16; Mat_14:23.), en un monte (Lc_6:12; 9:28.29), separado de sus discípulos (Lc.9:18). No se nos dice cuándo y dónde oró Jesús en el caso presente; la mirada no debe distraerse de lo esencial: la doctrina sobre la oración.

Juan Bautista había enseñado a orar a sus discípulos. La oración había de corresponder a la novedad de su predicación, había de ser un distintivo que uniera a sus discípulos entre sí y los separara de los demás. También los discípulos de Jesús quieren poseer una oración que fluya de la proclamación del reino de Dios y esté marcada por el hecho salvífico, cuyos testigos han venido a ser ellos. La palabra de Jesús abría nuevas perspectivas, creaba nuevas esperanzas, anunciaba una nueva ley. ¿No deberá también transformar la oración? La oración es la expresión de la fe y de la esperanza, de la vida religiosa.


2 él les dijo: Cuando vayáis a orar, decid: Padre, santificado sea tu nombre; venga tu reino.

La oración[1] comienza con la invocación: Padre, abba. Así habló Jesús en la oración a Dios (Mar_14:36), así podían también hablar a Dios sus discípulos (Gal_4:6; Rom_8:15). Jesús introduce a sus discípulos en su relación con Dios. La invocación abba, padre querido, empalma quizá con oraciones de los niños judíos. Un judío no osaba nunca decir la palabra abba hablando con Dios; caso que llamara a Dios Padre se servía de la palabra ab o abi (padre mío), que no pertenecía al arameo corriente, sino que estaba tomada del lenguaje solemne de la oración en la liturgia. La palabra abba ilustra la singularísima relación de Jesús con Dios. El tiempo de la salvación aporta también esto: «Yo me preguntaba: ¿Cómo voy a contarte entre mis hijos y a darte una tierra escogida, una magnífica heredad, preciosa entre las preciosas de todas las gentes? Pensaba yo que me llamarías «Padre mío» y no volverías a apartarte de mí» (Jer_3:19). «Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mat_5:9).

Santificado sea tu nombre. Estas palabras no son deseo, sino ruego. Se invoca a Dios rogándole que santifique su nombre. Mediante la fórmula impersonal se atrae la atención más al obrar de Dios que a la persona del orante. El ruego es expresión de un anhelo ilimitado de la santificación definitiva del nombre divino. El nombre es Dios, en cuanto él mismo se revela, Dios en su obrar salvífico, Dios para nosotros. Dios se santifica cuando mediante la revelación de su poder se manifiesta como el completamente otro. «Yo santificaré mi nombre grande, profanado entre las gentes, profanado por vosotros en medio de ellas, y sabrán las gentes que yo soy Yahveh, dice el Señor, Yahveh, cuando yo me santificare a sus ojos por causa de vosotros» (Eze_36:23). Dios se santifica cuando mediante la revelación de su misericordia se manifiesta como Padre, cuando se revela a los pequeños y los convierte en niños pequeños, cuando alborea el reino de Dios.

Venga tu reino. La petición de que sea santificado el nombre es preparación para esta otra petición. La petición de que venga el reino es la verdadera petición del padrenuestro, así como la doctrina del reino de Dios ocupa el centro de la predicación de Jesús. El reino de Dios es el señorío de Dios. Cuando Dios se posesione de su reino, cuando imponga su señorío, quedará vencido Satán y habrá comenzado el tiempo de salvación. Esta revelación ha aparecido ya en Jesús. El «año de gracia del Señor» ha llegado ya (Lc.4:19). Los discípulos son llamados dichosos porque están viendo lo que con tanta ansia habían aguardado los profetas y los reyes (Lc.10:23 s). Sin embargo, Jesús enseña a orar y a pedir que venga el reino, el señorío de Dios. Lo que ha traído Jesús es tiempo de salvación pero a su vez no es sino comienzo de lo que ha de venir. Lo que es el reino se puede ver por lo que Jesús trajo con su vida; la vida de Jesús es, en efecto, la manifestación de la salud en un determinado lugar en el transcurso de la historia de la salvación. La magnificencia de lo que ya se ha descubierto hace que sea tanto más ardiente el ruego de que venga el reino de Dios. El reino vendrá cuando venga Jesús mismo. El ruego de que venga el reino se identifica con el ruego de que venga Jesús. «Ven, Señor nuestro», Marana tha (1Co_16:22).

3 Danos cada día nuestro pan cotidiano; 4 y perdónanos nuestros pecados, pues también nosotros perdonamos a todo el que nos debe; y no nos lleves a la tentación.

Los discípulos viven en el período intermedio entre el tiempo de salvación, inaugurado por Jesús, y su segunda venida. En este tiempo intermedio están todavía oprimidos por la angustia de la existencia, por la culpa y por la tentación. Cuando se inicie plenamente el tiempo de salvación con la venida de Jesús, pasará toda angustia y toda aflicción. Así también estas peticiones de la segunda parte del padrenuestro son, en definitiva, peticiones de que venga el reino de Dios.

Danos cada día nuestro pan cotidiano. El pan significa todo lo necesario para la vida en la tierra. Pedimos el pan, porque es un don de Dios. «En gracia, amor y misericordia da él (Dios) pan a toda carne, porque su gracia permanece eternamente... él da de comer y provee a todos, y otorga bienes a todos, y prepara manjares para todas sus criaturas. Seas alabado, Señor, que nos alimentas» (oración judía para antes de las comidas). El discípulo pide nuestro pan, el pan que tanto necesita el hombre, él y la comunidad; no ora en la estrechez del yo, sino en la amplitud de los hijos del Padre. El pan cotidiano es el pan necesario para cada día. El discípulo sólo pide lo necesario. «No me des pobreza ni riqueza, dame aquello de que he menester» (Pro_30:8). Cada día: El discípulo ha de confesar cada día ante el Padre su necesidad y pedirle cada día su pan cotidiano. Debe orar incesantemente (Pro_18:1).

Perdónanos nuestros pecados. El discípulo sabe que es pecador. Aun cuando lo haya hecho todo, no es todavía más que un siervo inútil (Pro_17:10). Tiene que confesar: Tenga Dios misericordia de mí (Pro_18:13). E1 pecado es en la Biblia desobediencia contra Dios: «Contra ti solo he pecado» (Sal_51:6). Por eso también sólo por Dios puede ser perdonado. Dado que el tiempo de salvación proclamado por Jesús, es tiempo de perdón y de misericordia, por eso podemos pronunciar con confianza esta petición. Precisamente en el Evangelio de Lucas, el gozo de Dios en perdonar es rasgo incomparable y sumamente característico de la proclamación del reino de Dios por Jesús.

Jesús proclamó: Perdonad y seréis perdonados (Lc.6:37). Quien perdona a su hermano puede esperar que también Dios le perdone a él. La voluntad de perdonar al hermano es condición de la misericordia de Dios en el juicio. Los discípulos son tales si están penetrados de la misericordia del Padre. «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc.6:36). Por eso, cuando el discípulo pide perdón de sus pecados, añade: pues también nosotros perdonamos a todo el que nos debe. El que peca contra otro se carga con una deuda que tiene que saldar. Tiene que reparar, restituir. Esto lo hace perdonando a los que se han hecho culpables contra él.

No nos lleves a la tentación. En la explicación de la parábola del sembrador habla Lucas de algunos que durante algún tiempo creen, pero luego decaen en el tiempo de la tentación, cuando irrumpen tribulaciones y persecuciones por la palabra de Dios (Lc.8:13). La tentación es amenaza para la fe, peligro de apostasía. La petición brota del conocimiento de la propia debilidad y de la prepotencia del mal. Las tres peticiones de liberación de la miseria humana son también confesión de esta miseria. El hombre que confiesa su miseria ante Dios, tiene la promesa de que le alcanzará el reino de Dios. Bienaventurados los pobres, los hambrientos, los que lloran... El padrenuestro es la oración de aquellos en quienes ha alboreado y alborea el reino de Dios.

La entera existencia humana se presenta a Dios como una existencia angustiosa. El presente: danos cada día; el pasado: perdónanos; el futuro: no nos lleves a la tentación. El reino de Dios produce una gran mutación, y ésta tiene su garantía en Dios, que se santifica y muestra su poder, que, como abba, es Dios para nosotros.

b) El amigo importuno (/Lc/11/05-08).
5 Y les añadió: Supongamos que uno de vosotros tiene un amigo y acude a él a medianoche para decirle: Amigo, préstame tres panes, 6 porque un amigo mío ha llegado de viaje a mi casa, y no tengo qué ofrecerle; 7 y que el otro desde dentro le responde: No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos en la cama; no puedo levantarme para dártelos. 8 Os digo que, aunque no se levante a dárselos por ser amigo suyo, se levantará al menos por su importunidad y le dará cuantos necesita.

En Palestina se viaja con frecuencia de noche, porque durante la noche hace fresco. Cada día, antes de la salida del sol, la mujer cuece el pan (en forma de delgadas tortas) para el consumo del día; por eso no hay allí panaderías. Tres panes son la comida para una persona. En las pequeñas aldeas se sabe quién tiene pan de repuesto. Atender al huésped es un deber sagrado. El hombre al que se pide el favor se disgusta. Se le llama «amigo», pero él no responde en los mismos términos. La casa sólo tiene una habitación. La puerta está atrancada con una gran viga. De lecho sirve una estera que se extiende por la noche. Los niños duermen con los padres. Abrir por la noche es muy fatigoso y ruidoso: todos tienen que levantarse. No sin razón se habla varias veces de levantarse. El decir «no puedo» significa: no tengo gana.

Al fin no tendrá más remedio que levantarse y dar lo que le pide el amigo. Jesús da la razón de ello: Si ya no por la amistad, al menos por la molestia y la importunidad. No por amor al vecino, sino por amor al descanso nocturno. Así somos los hombres. Y Dios ¿cómo es? Si el discípulo reflexiona sobre su propio comportamiento, se le ocurrirá cómo se comportará Dios con él. Como el amigo, después de todo, acaba por atender al amigo que le pide con insistencia e importunidad, así Dios también escucha al que le pide sin cejar, importunamente. Un doctor de la ley dice: «El importuno vence al Maligno, ¡cuánto más al Dios todo bondad!». Se ha prometido que será escuchada la oración perseverante y confiada, que no cede aunque no sea escuchada inmediatamente. Dios es bondadoso: no hay hombre que se le pueda comparar. Da no sólo lo que se le pide, sino todo lo que uno necesite. De esta manera procedió también Jesús con la mujer cananea (Mat_15:21 ss) y con el ciego de Jericó (Lc.18:33 ss).

c) Certeza de ser escuchados (Lc/11/09-13)

9 Pues bien, yo os digo: Pedid y os darán; buscad y encontraréis; llamad y os abrirán. 10 Porque todo el que pide, recibe, y el que busca, encuentra, y al que llama, le abren.

Jesús asegura que Dios escucha la oración. Al pedir responde el recibir, al buscar el encontrar, al llamar el abrir. Dios no se muestra sordo al hombre, no se le esconde. Dios ama a los hombres.

El que ora pide, busca y llama. El hombre recurre a Dios como pobre, como extraviado, como sin hogar. El que se sabe y se siente pobre, extraviado, sin hogar, halla el camino de la oración y de Dios. El bien que, según la predicación de Jesús, puede saciar todas las ansias del hombre, que ocupa el centro de todas las promesas, es el reino de Dios. La primera condición para entrar en el reino de Dios es la confesión de la propia pobreza. En la oración se abre el reino de Dios.

En este pasaje no se dice qué es lo que se pide, qué es lo que se busca, por qué y dónde se llama. Lo importante es la actitud de pedir, de buscar, de llamar. Todo el que adopta esta actitud halla lo que pide, lo que busca y lo que desea cuando llama. La oración pone al hombre en la actitud de conversión, lo hace consciente de la propia insuficiencia, le hace poner su esperanza en Dios. La oración convierte al hombre en un hombre que, por razón de su consciente pequeñez, espera ser agraciado con lo mayor.

11 Pues ¿hay entre vosotros algún padre, que, si su hijo le pide un pescado, en lugar de un pescado le dé una serpiente? 12 O, si pide un huevo, ¿le dará un escorpión? 13 Y si vosotros, que sois malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿con cuánta más razón el Padre que está en el cielo dará Espíritu Santo a los que le piden?

Es inconcebible que un padre no responda con cosas buenas a los ruegos de su hijo. Tanto más habrá que decir esto de Dios. Los hombres son malos, Dios es bueno. Si un padre de la tierra es bueno con su hijo que le pide, ¡cuánto más habrá de serlo Dios! Al fin y al cabo, el padre no se burla de su hijo necesitado, no le hace un mal juego, no comete con él un atentado criminal. Dar una piedra en lugar de pan es una burla, dar una serpiente en lugar de un pescado es un mal juego, dar un escorpión en lugar de un huevo es un atentado criminal. Un padre no abusa del desvalimiento de su hijo pequeño, que no sabe distinguir todavía (a la vista) entre una piedra y un pan, entre un pescado parecido a una serpiente (por ejemplo, una anguila) y una serpiente, entre un escorpión apelotonado y un huevo. Precisamente porque el niño es pequeño e indefenso, le prodiga el padre todo cuidado y cariño.

El buen don que da el Padre al que le pide, es el Espíritu Santo. Este don lo envía el Padre desde el cielo. El Espíritu Santo es el presente celestial. Por el actúa Jesús. Convierte a los discípulos en lo que deben ser. Toma su pensar y su obrar bajo su dirección. Por él cumplen ellos la voluntad de Dios. Según Mateo, da Dios cosas buenas (/Mt/07/11), los bienes de salvación; según Lucas el Espíritu Santo. El don que se da a los discípulos que viven en el período intermedio entre el tiempo de salvación de Jesús y su venida al fin de los tiempos, es el Espíritu Santo. éste es el don salvífico en el tiempo de la Iglesia. Para poder alcanzarlo se necesita la oración.

Hay estrecha conexión entre oración, Padre (abba) y Espíritu Santo. Lo nuevo que enseña Jesús sobre la oración está relacionado con su proclamación del reino de Dios. Es Padre de todos los hombres, lo es para todo el que ora. Pero esto nuevo está relacionado también con el carácter del tiempo de salvación; éste es un tiempo que lleva la impronta del Espíritu Santo. El portador de la salvación está ungido con el Espíritu Santo, su potente obra es causada por el Espíritu; su don, que contiene todos los demás dones, es el Espíritu Santo. La oración está sostenida por el Espíritu Santo, y como oración así influida por el Espíritu, está marcada por la confianza en el Padre. «El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad. Porque no sabemos cómo pedir para orar como es debido; sin embargo, el Espíritu mismo intercede con gemidos intraducibles en palabras» (Rom_8:26).
(Stöger, Alois, El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)



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Comentario Teológico: Catecismo de la Iglesia Católica - SEGUNDA SECCION: LA ORACION DEL SEÑOR: "PADRE NUESTRO"


2759 "Estando él [Jesús] en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: 'Maestro, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.'" (Lc 11, 1). En respuesta a esta petición, el Señor confía a sus discípulos y a su Iglesia la oración cristiana fundamental. San Lucas da de ella un texto breve (con cinco peticiones: cf Lc 11, 2-4), San Mateo una versión más desarrollada (con siete peticiones: cf Mt 6, 9-13). la tradición litúrgica de la Iglesia ha conservado el texto de San Mateo:

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en
el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.


2760 Muy pronto, la práctica litúrgica concluyó la oración del Señor con una doxología. En la Didaché (8, 2) se afirma: "Tuyo es el poder y la gloria por siempre". Las Constituciones apostólicas (7, 24, 1) añaden en el comienzo: "el reino"': y ésta la fórmula actual para la oración ecuménica. La tradición bizantina añade después un gloria al "Padre, Hijo y Espíritu Santo". El misal romano desarrolla la última petición (Embolismo: "líbranos del mal") en la perspectiva explícita de "aguardando la feliz esperanza" (Tt 2, 13) y "la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo"; después se hace la aclamación de la asamblea, volviendo a tomar la doxología de las Constituciones apostólicas.



Artículo 1 “RESUMEN DE TODO EL EVANGELIO”

2761 "La oración dominical es en verdad el resumen de todo el Evangelio" (Tertuliano, or. 1). "Cuando el Señor hubo legado esta fórmula de oración, añadió: 'Pedid y se os dará' (Lc 11, 9). Por tanto, cada uno puede dirigir al cielo diversas oraciones según sus necesidades, pero comenzando siempre por la oración del Señor que sigue siendo la oración fundamental" (Tertuliano, or. 10).


I CORAZON DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS

2762 Después de haber expuesto cómo los salmos son el alimento principal de la oración cristiana y confluyen en las peticiones del Padre Nuestro, San Agustín concluye:

Recorred todas las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que podáis encontrar algo que no esté incluido en la oración dominical (ep. 130, 12, 22).

2763 Toda la Escritura (la Ley, los Profetas, y los Salmos) se cumplen en Cristo (cf Lc 24, 44). El evangelio es esta "Buena Nueva". Su primer anuncio está resumido por San Mateo en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5-7). Pues bien, la oración del Padre Nuestro está en el centro de este anuncio. En este contexto se aclara cada una de las peticiones de la oración que nos dio el Señor:

La oración dominical es la más perfecta de las oraciones... En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también forma toda nuestra afectividad. (Santo Tomás de A., s. th. 2-2. 83, 9).

2764 El Sermón de la Montaña es doctrina de vida, la oración dominical es plegaria, pero en uno y otra el Espíritu del Señor da forma nueva a nuestros deseos, esos movimientos interiores que animan nuestra vida. Jesús nos enseña esta vida nueva por medio de sus palabras y nos enseña a pedirla por medio de la oración. De la rectitud de nuestra oración dependerá la de nuestra vida en El.



II “LA ORACION DEL SEÑOR”

2765 La expresión tradicional "Oración dominical" [es decir, "oración del Señor"] significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es "del Señor". Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado (cf Jn 17, 7): él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración.

2766 Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico (cf Mt 6, 7; 1 R 18, 26-29). Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús no sólo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el Espíritu por el que éstas se hacen en nosotros "espíritu y vida" (Jn 6, 63). Más todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre "ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: '¡Abbá, Padre!'" (Ga 4, 6). Ya que nuestra oración interpreta nuestros deseos ante Dios, es también "el que escruta los corazones", el Padre, quien "conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en favor de los santos es según Dios" (Rm 8, 27). La oración al Padre se inserta en la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu.


III ORACION DE LA IGLESIA

2767 Este don indisociable de las palabras del Señor y del Espíritu Santo que les da vida en el corazón de los creyentes ha sido recibido y vivido por la Iglesia desde los comienzos. Las primeras comunidades recitan la Oración del Señor "tres veces al día" (Didaché 8, 3), en lugar de las "Dieciocho bendiciones" de la piedad judía.

2768 Según la Tradición apostólica, la Oración del Señor está arraigada esencialmente en la oración litúrgica.

El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque él no dice "Padre mío" que estás en el cielo, sino "Padre nuestro", a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt. 19, 4).

En todas las tradiciones litúrgicas, la Oración del Señor es parte integrante de las principales Horas del Oficio divino. Este carácter eclesial aparece con evidencia sobre todo en los tres sacramentos de la iniciación cristiana:

2769 En el Bautismo y la Confirmación, la entrega ["traditio"] de la Oración del Señor significa el nuevo nacimiento a la vida divina. Como la oración cristiana es hablar con Dios con la misma Palabra de Dios, "los que son engendrados de nuevo por la Palabra del Dios vivo" (1 P 1, 23) aprenden a invocar a su Padre con la única Palabra que él escucha siempre. Y pueden hacerlo de ahora en adelante porque el Sello de la Unción del Espíritu Santo ha sido grabado indeleble en sus corazones, sus oídos, sus labios, en todo su ser filial. Por eso, la mayor parte de los comentarios patrísticos del Padre Nuestro están dirigidos a los catecúmenos y a los neófitos. Cuando la Iglesia reza la Oración del Señor, es siempre el Pueblo de los "neófitos" el que ora y obtiene misericordia (cf 1 P 2, 1-10).

2770 En la Liturgia eucarística, la Oración del Señor aparece como la oración de toda la Iglesia. Allí se revela su sentido pleno y su eficacia. Situada entre la Anáfora (Oración eucarística) y la liturgia de la Comunión, recapitula por una parte todas las peticiones e intercesiones expresadas en el movimiento de la epíclesis, y, por otra parte, llama a la puerta del Festín del Reino que la comunión sacramental va a anticipar.

2771 En la Eucaristía, la Oración del Señor manifiesta también el carácter escatológico de sus peticiones. Es la oración propia de los "últimos tiempos", tiempos de salvaci ón que han comenzado con la efusión del Espíritu Santo y que terminarán con la Vuelta del Señor. Las peticiones al Padre, a diferencia de las oraciones de la Antigua Alianza, se apoyan en el misterio de salvación ya realizado, de una vez por todas, en Cristo crucificado y resucitado.

2772 De esta fe inquebrantable brota la esperanza que suscita cada una de las siete peticiones. Estas expresan los gemidos del tiempo presente, este tiempo de paciencia y de espera durante el cual "aún no se ha manifestado lo que seremos" (1 Jn 3, 2; cf Col. 3, 4). La Eucaristía y el Padrenuestro están orientados hacia la venida del Señor, "¡hasta que venga!" (1 Co. 11, 26).


RESUMEN

2773 En respuesta a la petición de sus discípulos ("Señor, enséñanos a orar": Lc 11, 1), Jesús les entrega la oración cristiana fundamental, el "Padre Nuestro".

2774 "La oración dominical es, en verdad, el resumen de todo el Evangelio" (Tertuliano, or. 1), "la más perfecta de las oraciones" (Santo Tomás de A. s. th. 2-2, 83, 9). Es el corazón de las Sagradas Escrituras.

2775 Se llama "Oración dominical" porque nos viene del Señor Jesús, Maestro y modelo de nuestra oración.

2776 La Oración dominical es la oración por excelencia de la Iglesia. Forma parte integrante de las principales Horas del Oficio divino y de los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Inserta en la Eucaristía, manifiesta el carácter "escatológico" de sus peticiones, en la esperanza del Señor, "hasta que venga" (1 Co 11, 26).



Artículo 2 “PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO”

I ACERCARSE A EL CON TODA CONFIANZA

2777 En la liturgia romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el Padre Nuestro con una audacia filial; las liturgias orientales usan y desarrollan expresiones análogas: "Atrevernos con toda confianza", "Haznos dignos de". Ante la zarza ardiendo, se le dijo a Moisés: "No te acerques aquí. Quita las sandalias de tus pies" (Ex 3, 5). Este umbral de la santidad divina, sólo lo podía franquear Jesús, el que "después de llevar a cabo la purificación de los pecados" (Hb 1, 3), nos introduce en presencia del Padre: "Hénos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio" (Hb 2, 13):

La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito: 'Abbá, Padre' (Rm 8, 15) ... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto? (San Pedro Crisólogo, serm. 71).

2778 Este poder del Espíritu que nos introduce en la Oración del Señor se expresa en las liturgias de Oriente y de Occidente con la bella palabra, típicamente cristiana: "parrhesia", simplicidad sin desviación, conciencia filial, seguridad alegre, audacia humilde, certeza de ser amado (cf Ef 3, 12; Hb 3, 6; 4, 16; 10, 19; 1 Jn 2,28; 3, 21; 5, 14).


II “¡PADRE!”

2779 Antes de hacer nuestra esta primera exclamación de la Oración del Señor, conviene purificar humildemente nuestro corazón de ciertas imágenes falsas de "este mundo". La humildad nos hace reconocer que "nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar", es decir "a los pequeños" (Mt 11, 25-27). La purificación del corazón concierne a imágenes paternales o maternales, correspondientes a nuestra historia personal y cultural, y que impregnan nuestra relación con Dios. Dios nuestro Padre transciende las categorías del mundo creado. Transferir a él, o contra él, nuestras ideas en este campo sería fabricar ídolos para adorar o demoler. Orar al Padre es entrar en su misterio, tal como El es, y tal como el Hijo nos lo ha revelado:

La expresión Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie. Cuando Moisés preguntó a Dios quién era El, oyó otro nombre. A nosotros este nombre nos ha sido revelado en el Hijo, porque este nombre implica el nuevo nombre del Padre (Tertuliano, or. 3).

2780 Podemos invocar a Dios como "Padre" porque él nos ha sido revelado por su Hijo hecho hombre y su Espíritu nos lo hace conocer. Lo que el hombre no puede concebir ni los poderes angélicos entrever, es decir, la relación personal del Hijo hacia el Padre (cf Jn 1, 1), he aquí que el Espíritu del Hijo nos hace participar de esta relación a quienes creemos que Jesús es el Cristo y que hemos nacido de Dios (cf 1 Jn 5, 1).

2781 Cuando oramos al Padre estamos en comunión con El y con su Hijo, Jesucristo (cf 1 Jn 1, 3). Entonces le conocemos y lo reconocemos con admiración siempre nueva. La primera palabra de la Oración del Señor es una bendición de adoración, antes de ser una imploración. Porque la Gloria de Dios es que nosotros le reconozcamos como "Padre", Dios verdadero. Le damos gracias por habernos revelado su Nombre, por habernos concedido creer en él y por haber sido habitados por su presencia.

2782 Podemos adorar al Padre porque nos ha hecho renacer a su vida al adoptarnos como hijos suyos en su Hijo único: por el Bautismo nos incorpora al Cuerpo de su Cristo, y, por la Unción de su Espíritu que se derrama desde la Cabeza a los miembros, hace de nosotros "cristos":

Dios, en efecto, que nos ha destinado a la adopción de hijos, nos ha conformado con el Cuerpo glorioso de Cristo. Por tanto, de ahora en adelante, como participantes de Cristo, sois llamados "cristos" con justa causa. (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 3, 1).

El hombre nuevo, que ha renacido y vuelto a su Dios por la gracia, dice primero: "¡Padre!", porque ha sido hecho hijo (San Cipriano, Dom. orat. 9).

2783 Así pues, por la Oración del Señor, hemos sido revelados a nosotros mismos al mismo tiempo que nos ha sido revelado el Padre (cf GS 22, 1):

Tú, hombre, no te atrevías a levantar tu cara hacia el cielo, tú bajabas los ojos hacia la tierra, y de repente has recibido la gracia de Cristo: todos tus pecados te han sido perdonados. De siervo malo, te has convertido en buen hijo... Eleva, pues, los ojos hacia el Padre que te ha rescatado por medio de su Hijo y di: Padre nuestro... Pero no reclames ningún privilegio. No es Padre, de manera especial, más que de Cristo, mientras que a nosotros nos ha creado. Di entonces también por medio de la gracia: Padre nuestro, para merecer ser hijo suyo (San Ambrosio, sacr. 5, 19).

2784 Este don gratuito de la adopción exige por nuestra parte una conversión continua y una vida nueva. Orar a nuestro Padre debe desarrollar en nosotros dos disposiciones fundamentales:

El deseo y la voluntad de asemejarnos a él. Creados a su imagen, la semejanza se nos ha dado por gracia y tenemos que responder a ella.

Es necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios 'Padre nuestro', de que debemos comportarnos como hijos de Dios (San Cipriano, Dom. orat. 11).

No podéis llamar Padre vuestro al Dios de toda bondad si mantenéis un corazón cruel e inhumano; porque en este caso ya no tenéis en vosotros la señal de la bondad del Padre celestial (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 7, 14).

Es necesario contemplar continuamente la belleza del Padre e impregnar de ella nuestra alma (San Gregorio de Nisa, or. dom. 2).

2785 Un corazón humilde y confiado que nos hace volver a ser como niños (cf Mt 18, 3); porque es a "los pequeños" a los que el Padre se revela (cf Mt 11, 25):

Es una mirada a Dios nada más, un gran fuego de amor. El alma se hunde y se abisma allí en la santa dilección y habla con Dios como con su propio Padre, muy familiarmente, en una ternura de piedad en verdad entrañable (San Juan Casiano, coll. 9, 18).

Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor, el gusto en la oración, ... y también la esperanza de obtener lo que vamos a pedir ...¿Qué puede El, en efecto, negar a la oración de sus hijos, cuando ya previamente les ha permitido ser sus hijos? (San Agustín, serm. Dom. 2, 4, 16).


III PADRE “NUESTRO”

2786 Padre "Nuestro" se refiere a Dios. Este adjetivo, por nuestra parte, no expresa una posesión, sino una relación totalmente nueva con Dios.

2787 Cuando decimos Padre "nuestro", reconocemos ante todo que todas sus promesas de amor anunciadas por los Profetas se han cumplido en la nueva y eterna Alianza en Cristo: hemos llegado a ser "su Pueblo" y El es desde ahora en adelante "nuestro Dios". Esta relación nueva es una pertenencia mutua dada gratuitamente: por amor y fidelidad (cf Os 2, 21-22; 6, 1-6) tenemos que responder "a la gracia y a la verdad que nos han sido dadas en Jesucristo (Jn 1, 17).

2788 Como la Oración del Señor es la de su Pueblo en los "últimos tiempos", ese "nuestro" expresa también la certeza de nuestra esperanza en la última promesa de Dios: en la nueva Jerusalén dirá al vencedor: "Yo seré su Dios y él será mi hijo" (Ap 21, 7).

2789 Al decir Padre "nuestro", es al Padre de nuestro Señor Jesucristo a quien nos dirigimos personalmente. No dividimos la divinidad, ya que el Padre es su "fuente y origen", sino confesamos que eternamente el Hijo es engendrado por El y que de El procede el Espíritu Santo. No confundimos de ninguna manera las personas, ya que confesamos que nuestra comunión es con el Padre y su Hijo, Jesucristo, en su único Espíritu Santo. La Santísima Trinidad es consubstancial e indivisible. Cuando oramos al Padre, le adoramos y le glorificamos con el Hijo y el Espíritu Santo.

2790 Gramaticalmente, "nuestro" califica una realidad común a varios. No hay más que un solo Dios y es reconocido Padre por aquellos que, por la fe en su Hijo único, han renacido de El por el agua y por el Espíritu (cf 1 Jn 5, 1; Jn 3, 5). La Iglesia es esta nueva comunión de Dios y de los hombres: unida con el Hijo único hecho "el primogénito de una multitud de hermanos" (Rm 8, 29) se encuentra en comunión con un solo y mismo Padre, en un solo y mismo Espíritu (cf Ef 4, 4-6). Al decir Padre "nuestro", la oración de cada bautizado se hace en esta comunión: "La multitud de creyentes no tenía más que un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32).

2791 Por eso, a pesar de las divisiones entre los cristianos, la oración al Padre "nuestro" continúa siendo un bien común y un llamamiento apremiante para todos los bautizados. En comunión con Cristo por la fe y el Bautismo, los cristianos deben participar en la oración de Jesús por la unidad de sus discípulos (cf UR 8; 22).

2792 Por último, si recitamos en verdad el "Padre Nuestro", salimos del individualismo, porque de él nos libera el Amor que recibimos. El adjetivo "nuestro" al comienzo de la Oración del Señor, así como el "nosotros" de las cuatro últimas peticiones no es exclusivo de nadie. Para que se diga en verdad (cf Mt 5, 23-24; 6, 14-16), debemos superar nuestras divisiones y los conflictos entre nosotros.

2793 Los bautizados no pueden rezar al Padre "nuestro" sin llevar con ellos ante El todos aquellos por los que el Padre ha entregado a su Hijo amado. El amor de Dios no tiene fronteras, nuestra oración tampoco debe tenerla (cf. NA 5). Orar a "nuestro" Padre nos abre a dimensiones de su Amor manifestado en Cristo: orar con todos los hombres y por todos los que no le conocen aún para que "estén reunidos en la unidad" (Jn 11, 52). Esta solicitud divina por todos los hombres y por toda la creación ha animado a todos los grandes orantes.


IV “QUE ESTAS EN EL CIELO”

2794 Esta expresión bíblica no significa un lugar ["el espacio"] sino una manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está "fuera", sino "más allá de todo" lo que acerca de la santidad divina puede el hombre concebir. Como es tres veces Santo, está totalmente cerca del corazón humilde y contrito:

Con razón, estas palabras 'Padre nuestro que estás en el Cielo' hay que entenderlas en relación al corazón de los justos en el que Dios habita como en su templo. Por eso también el que ora desea ver que reside en él Aquél a quien invoca (San Agustín, serm. Dom. 2, 5. 17).

El "cielo" bien podía ser también aquellos que llevan la imagen del mundo celestial, y en los que Dios habita y se pasea (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 11).

2795 El símbolo del cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos cuando oramos al Padre. El está en el cielo, es su morada, la Casa del Padre es por tanto nuestra "patria". De la patria de la Alianza el pecado nos ha desterrado (cf Gn 3) y hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del corazón nos hace volver (cf Jr 3, 19-4, 1a; Lc 15, 18. 21). En Cristo se han reconciliado el cielo y la tierra (cf Is 45, 8; Sal 85, 12), porque el Hijo "ha bajado del cielo", solo, y nos hace subir allí con él, por medio de su Cruz, su Resurrección y su Ascensión (cf Jn 12, 32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17; Ef 4, 9-10; Hb 1, 3; 2, 13).

2796 Cuando la Iglesia ora diciendo "Padre nuestro que estás en el cielo", profesa que somos el Pueblo de Dios "sentado en el cielo, en Cristo Jesús" (Ef 2, 6), "ocultos con Cristo en Dios" (Col 3, 3), y, al mismo tiempo, "gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celestial" (2 Co 5, 2; cf Flp 3, 20; Hb 13, 14):

Los cristianos están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan su vida en la tierra, pero son ciudadanos del cielo (Epístola a Diogneto 5, 8-9).


RESUMEN

2797 La confianza sencilla y fiel, la seguridad humilde y alegre son las disposiciones propias del que reza el "Padre Nuestro".

2798 Podemos invocar a Dios como "Padre" porque nos lo ha revelado el Hijo de Dios hecho hombre, en quien, por el Bautismo, somos incorporados y adoptados como hijos de Dios.

2799 La oración del Señor nos pone en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Al mismo tiempo, nos revela a nosotros mismos. (cf GS 22,1).

2800 Orar al Padre debe hacer crecer en nosotros la voluntad de asemejarnos a él, así como debe fortalecer un corazón humilde y confiado.

2801 Al decir Padre "Nuestro", invocamos la nueva Alianza en Jesucristo, la comunión con la Santísima Trinidad y la caridad divina que se extiende por medio de la Iglesia a lo largo del mundo.

2802 "Que estás en el cielo" no designa un lugar sino la majestad de Dios y su presencia en el corazón de los justos. El cielo, la Casa del Padre, constituye la verdadera patria hacia donde tendemos y a la que ya pertenecemos.



Artículo 3: LAS SIETE PETICIONES


2803. Después de habernos puesto en presencia de Dios nuestro Padre para adorarle, amarle y bendecirle, el Espíritu filial hace surgir de nuestros corazones siete peticiones, siete bendiciones. Las tres primeras, más teologales, nos atraen hacia la Gloria del Padre; las cuatro últimas, como caminos hacia El, ofrecen nuestra miseria a su Gracia. "Abismo que llama al abismo" (Sal 42, 8).

2804. El primer grupo de peticiones nos lleva hacia El, para El: ¡tu Nombre, tu Reino, tu Voluntad! Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquél que amamos. En cada una de estas tres peticiones, nosotros no "nos" nombramos, sino que lo que nos mueve es "el deseo ardiente", "el ansia" del Hijo amado, por la Gloria de su Padre,(cf Lc 22, 14; 12, 50): "Santificado sea ... venga ... hágase ...": estas tres súplicas ya han sido escuchadas en el Sacrificio de Cristo Salvador, pero ahora están orientadas, en la esperanza, hacia su cumplimiento final mientras Dios no sea todavía todo en todos (cf 1 Co 15, 28).

2805 El segundo grupo de peticiones se desenvuelve en el movimiento de ciertas epíclesis eucarísticas: son la ofrenda de nuestra esperanza y atrae la mirada del Padre de las misericordias. Brota de nosotros y nos afecta ya ahora, en este mundo: "danos ... perdónanos ... no nos dejes ... líbranos". La cuarta y la quinta petición se refieren a nuestra vida como tal, sea para alimentarla, sea para curarla del pecado; las dos últimas se refieren a nuestro combate por la victoria de la Vida, el combate mismo de la oración.

2806 Mediante las tres primeras peticiones somos afirmados en la fe, llenos de esperanza y abrasados por la caridad. Como criaturas y pecadores todavía, debemos pedir para nosotros, un "nosotros" que abarca el mundo y la historia, que ofrecemos al amor sin medida de nuestro Dios. Porque nuestro Padre cumple su plan de salvación para nosotros y para el mundo entero por medio del Nombre de Cristo y del Reino del Espíritu Santo.



I SANTIFICADO SEA TU NOMBRE

2807 El término "santificar" debe entenderse aquí, en primer lugar, no en su sentido causativo (solo Dios santifica, hace santo) sino sobre todo en un sentido estimativo: reconocer como santo, tratar de una manera santa. Así es como, en la adoración, esta invocación se entiende a veces como una alabanza y una acción de gracias (cf Sal 111, 9; Lc 1, 49). Pero esta petición es enseñada por Jesús como algo a desear profundamente y como proyecto en que Dios y el hombre se comprometen. Desde la primera petición a nuestro Padre, estamos sumergidos en el misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la salvación de nuestra humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos implica en "el benévolo designio que él se propuso de antemano" para que nosotros seamos "santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (cf Ef 1, 9. 4).

2808 En los momentos decisivos de su Economía, Dios revela su Nombre, pero lo revela realizando su obra. Esta obra no se realiza para nosotros y en nosotros más que si su Nombre es santificado por nosotros y en nosotros.

2809 La santidad de Dios es el hogar inaccesible de su misterio eterno. Lo que se manifiesta de él en la creación y en la historia, la Escritura lo llama Gloria, la irradiación de su Majestad (cf Sal 8; Is 6, 3). Al crear al hombre "a su imagen y semejanza" (Gn 1, 26), Dios "lo corona de gloria" (Sal 8, 6), pero al pecar, el hombre queda "privado de la Gloria de Dios" (Rm 3, 23). A partir de entonces, Dios manifestará su Santidad revelando y dando su Nombre, para restituir al hombre "a la imagen de su Creador" (Col 3, 10).

2810 En la promesa hecha a Abraham y en el juramento que la acompaña (cf Hb 6, 13), Dios se compromete a sí mismo sin revelar su Nombre. Empieza a revelarlo a Moisés (cf Ex 3, 14) y lo manifiesta a los ojos de todo el pueblo salvándolo de los egipcios: "se cubrió de Gloria" (Ex 15, 1). Desde la Alianza del Sinaí, este pueblo es "suyo" y debe ser una "nación santa" (o consagrada, es la misma palabra en hebreo: cf Ex 19, 5-6) porque el Nombre de Dios habita en él.

2811 A pesar de la Ley santa que le da y le vuelve a dar el Dios Santo (cf Lv 19, 2: "Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios soy santo"), y aunque el Señor "tuvo respeto a su Nombre" y usó de paciencia, el pueblo se separó del Santo de Israel y "profanó su Nombre entre las naciones" (cf Ez 20, 36). Por eso, los justos de la Antigua Alianza, los pobres que regresaron del exilio y los profetas se sintieron inflamados por la pasión por su Nombre.

2812 Finalmente, el Nombre de Dios Santo se nos ha revelado y dado, en la carne, en Jesús, como Salvador (cf Mt 1, 21; Lc 1, 31): revelado por lo que él ss, por su Palabra y por su Sacrificio (cf Jn 8, 28; 17, 8; 17, 17-19). Esto es el núcleo de su oración sacerdotal: "Padre santo ... por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad" (Jn 17, 19). Jesús nos "manifiesta" el Nombre del Padre (Jn 17, 6) porque "santifica" él mismo su Nombre (cf Ez 20, 39; 36, 20-21). Al terminar su Pascua, el Padre le da el Nombre que está sobre todo nombre: Jesús es Señor para gloria de Dios Padre (cf Flp 2, 9-11).

2813 En el agua del bautismo, hemos sido "lavados, santificados, justificados en el Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6, 11). A lo largo de nuestra vida, nuestro Padre "nos llama a la santidad" (1 Ts 4, 7) y como nos viene de él que "estemos en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros santificación" (1 Co 1, 30), es cuestión de su Gloria y de nuestra vida el que su Nombre sea santificado en nosotros y por nosotros. Tal es la exigencia de nuestra primera petición.

¿Quién podría santificar a Dios puesto que él santifica? Inspirándonos nosotros en estas palabras 'Sed santos porque yo soy santo' (Lv 20, 26), pedimos que, santificados por el bautismo, perseveremos en lo que hemos comenzado a ser. Y lo pedimos todos los días porque faltamos diariamente y debemos purificar nuestros pecados por una santificación incesante... Recurrimos, por tanto, a la oración para que esta santidad permanezca en nosotros (San Cipriano, Dom orat. 12).

2814 Depende inseparablemente de nuestra vida y de nuestra oración que su Nombre sea santificado entre las naciones:

Pedimos a Dios santificar su Nombre porque él salva y santifica a toda la creación por medio de la santidad... Se trata del Nombre que da la salvación al mundo perdido pero nosotros pedimos que este Nombre de Dios sea santificado en nosotros por nuestra vida. Porque si nosotros vivimos bien, el nombre divino es bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según las palabras del Apóstol: 'el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones'(Rm 2, 24; Ez 36, 20-22). Por tanto, rogamos para merecer tener en nuestras almas tanta santidad como santo es el nombre de nuestro Dios (San Pedro Crisólogo, serm. 71).

Cuando decimos "santificado sea tu Nombre", pedimos que sea santificado en nosotros que estamos en él, pero también en los otros a los que la gracia de Dios espera todavía para conformarnos al precepto que nos obliga a orar por todos, incluso por nuestros enemigos. He ahí por qué no decimos expresamente: Santificado sea tu Nombre 'en nosotros', porque pedimos que lo sea en todos los hombres (Tertuliano, or. 3).

2815 Esta petición, que contiene a todas, es escuchada gracias a la oración de Cristo, como las otras seis que siguen. La oración del Padre nuestro es oración nuestra si se hace "en el Nombre" de Jesús (cf Jn 14, 13; 15, 16; 16, 24. 26). Jesús pide en su oración sacerdotal: "Padre santo, cuida en tu Nombre a los que me has dado" (Jn 17, 11).


II VENGA A NOSOTROS TU REINO

2816 En el Nuevo Testamento, la palabra "basileia" se puede traducir por realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar, nombre de acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:

Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos (San Cipriano, Dom. orat. 13).


2817 Esta petición es el "Marana Tha", el grito del Espíritu y de la Esposa: "Ven, Señor Jesús":

Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del Reino, habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al Señor con grandes gritos: '¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?' (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino! (Tertuliano, or. 5).

2818 En la oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete. Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor "a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo" (MR, plegaria eucarística IV).

2819 "El Reino de Dios es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14, 17). Los últimos tiempos en los que estamos son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo entre "la carne" y el Espíritu (cf Ga 5, 16-25):

Solo un corazón puro puede decir con seguridad: '¡Venga a nosotros tu Reino!'. Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: 'Que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal' (Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: '¡Venga tu Reino!' (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 13).

2820 Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (cf GS 22; 32; 39; 45; EN 31).

2821 Esta petición está sostenida y escuchada en la oración de Jesús (cf Jn 17, 17-20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva según las Bienaventuranzas (cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).


III HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO

2822 La voluntad de nuestro Padre es "que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 3-4). El "usa de paciencia, no queriendo que algunos perezcan" (2 P 3, 9; cf Mt 18, 14). Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que "nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado" (Jn 13, 34; cf 1 Jn 3; 4; Lc 10, 25-37)

2823 El nos ha dado a "conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano ... : hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza ... a él por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su Voluntad" (Ef 1, 9-11). Pedimos con insistencia que se realice plenamente este designio benévolo, en la tierra como ya ocurre en el cielo.

2824 En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el mundo: " He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad" (Hb 10, 7; Sal 40, 7). Sólo Jesús puede decir: "Yo hago siempre lo que le agrada a él" (Jn 8, 29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: "No se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42; cf Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He aquí por qué Jesús "se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la voluntad de Dios" (Ga 1, 4). "Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 10).

2825 Jesús, "aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia" (Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en él! Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn 8, 29):

Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo (Orígenes, or. 26).

Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. El ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice 'Que tu voluntad se haga' en mí o en vosotros 'sino en toda la tierra': para que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 19, 5).

2826 Por la oración, podemos "discernir cuál es la voluntad de Dios" (Rm 12, 2; Ef 5, 17) y obtener "constancia para cumplirla" (Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino "haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7, 21).

2827 "Si alguno cumple la voluntad de Dios, a ese le escucha" (Jn 9, 31; cf 1 Jn 5, 14). Tal es el poder de la oración de la Iglesia en el Nombre de su Señor, sobre todo en la Eucaristía; es comunión de intercesión con la Santísima Madre de Dios (cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han sido "agradables" al Señor por no haber querido más que su Voluntad:

Incluso podemos, sin herir la verdad, cambiar estas palabras: 'Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo' por estas otras: en la Iglesia como en nuestro Señor Jesucristo; en la Esposa que le ha sido desposada, como en el Esposo que ha cumplido la voluntad del Padre (San Agustín, serm. Dom. 2, 6, 24).



IV DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DIA

2828 "Danos": es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. "Hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5, 45) y da a todos los vivientes "a su tiempo su alimento" (Sal 104, 27). Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en efecto, a nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de toda bondad.

2829 Además, "danos" es la expresión de la Alianza: nosotros somos de El y él de nosotros, para nosotros. Pero este "nosotros" lo reconoce también como Padre de todos los hombres, y nosotros le pedimos por todos ellos, en solidaridad con sus necesidades y sus sufrimientos.

2830 "Nuestro pan". El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y espirituales. En el Sermón de la montaña, Jesús insiste en esta confianza filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25-34). No nos impone ninguna pasividad (cf 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere librarnos de toda inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial de los hijos de Dios:

A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, él les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta, si él mismo no falta a Dios. (S. Cipriano, Dom. orat. 21).

2831 Pero la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo, llama a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la familia humana. Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas del pobre Lázaro (cf Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf Mt 25, 31-46).

2832 Como la levadura en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la tierra con el Espíritu de Cristo (cf AA 5). Debe manifestarse por la instauración de la justicia en las relaciones personales y sociales, económicas e internacionales, sin olvidar jamás que no hay estructura justa sin seres humanos que quieran ser justos.

2833 Se trata de "nuestro" pan, "uno" para "muchos": La pobreza de las Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por amor, para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros (cf 2 Co 8, 1-15).

2834 "Ora et labora" (cf. San Benito, reg. 20; 48). "Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros". Después de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo don de nuestro Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por él. Este es el sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana.

2835 Esta petición y la responsabilidad que implica sirven además para otra clase de hambre de la que desfallecen los hombres: "No sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios" (Dt 8, 3; Mt 4, 4), es decir, de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos deben movilizar todos sus esfuerzos para "anunciar el Evangelio a los pobres". Hay hambre sobre la tierra, "mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios" (Am 8, 11). Por eso, el sentido específicamente cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía (cf Jn 6, 26-58).

2836 "Hoy" es también una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña (cf Mt 6, 34; Ex 16, 19); no hubiéramos podido inventarlo. Como se trata sobre todo de su Palabra y del Cuerpo de su Hijo, este "hoy" no es solamente el de nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios:

Si recibes el pan cada día, cada día para ti es hoy. Si Jesucristo es para ti hoy, todos los días resucita para ti. ¿Cómo es eso? 'Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy' (Sal 2, 7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita (San Ambrosio, sacr. 5, 26).

2837 "De cada día". La palabra griega, "epiousios", no tiene otro sentido en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de "hoy" (cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza "sin reserva". Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia (cf 1 Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra [epiousios: "lo más esencial"], designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, "remedio de inmortalidad" (San Ignacio de Antioquía) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn 6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este "día" es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se celebre "cada día".

La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos... Este pan cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación (San Agustín, serm. 57, 7, 7).

El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf Jn 6, 51). Cristo "mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la Iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celestial" (San Pedro Crisólogo, serm. 71)



V PERDONA NUESTRAS OFENSAS COMO TAMBIEN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN

2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase, –"perdona nuestras ofensas"– podría estar incluida, implícitamente, en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de Cristo es "para la remisión de los pecados". Pero, según el segundo miembro de la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra respuesta debe haberla precedido; una palabra las une: "como".


Perdona nuestras ofensas

2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una "confesión" en la que afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, "tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados" (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).

2840 Ahora bien, este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.

2841 Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero "todo es posible para Dios".


... como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden

2842 Este "como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos 'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed misericordiosos, 'como' vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36); "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que 'como' yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida "del fondo del corazón", en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra Vida" (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, "perdonándonos mutuamente 'como' nos perdonó Dios en Cristo" (Ef 4, 32).

2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano". Allí es, en efecto, en el fondo "del corazón" donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.

2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, DM 14).

2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de "pecados" según Lc 11, 4, o de "deudas" según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: "Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24).

Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C-536A).


VI NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACION
2846 Esta petición llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados son los frutos del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no nos "deje caer" en ella. Traducir en una sola palabra el texto griego es difícil: significa "no permitas entrar en" (cf Mt 26, 41), "no nos dejes sucumbir a la tentación". "Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie" (St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el combate "entre la carne y el Espíritu". Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza.

2847 El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior (cf Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en orden a una "virtud probada" (Rm 5, 3-5), y la tentación que conduce al pecado y a la muerte (cf St 1, 14-15). También debemos distinguir entre "ser tentado" y "consentir" en la tentación. Por último, el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es "bueno, seductor a la vista, deseable" (Gn 3, 6), mientras que, en realidad, su fruto es la muerte.

Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres ... En algo la tentación es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios, incluso nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a conocernos, y así, descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por los bienes que la tentación nos ha manifestado (Orígenes, or. 29).

2848 "No entrar en la tentación" implica una decisión del corazón: "Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón ... Nadie puede servir a dos señores" (Mt 6, 21-24). "Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu" (Ga 5, 25). El Padre nos da la fuerza para este "dejarnos conducir" por el Espíritu Santo. "No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito" (1 Co 10, 13).

2849 Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio (cf Mt 4, 11) y en el último combate de su agonía (cf Mt 26, 36-44). En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya (cf Mc 13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es "guarda del corazón", y Jesús pide al Padre que "nos guarde en su Nombre" (Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia (cf 1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. "Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela" (Ap 16, 15).


VII Y LIBRANOS DEL MAL
2850 La última petición a nuestro Padre está también contenida en la oración de Jesús: "No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno" (Jn 17, 15). Esta petición concierne a cada uno individualmente, pero siempre quien ora es el "nosotros", en comunión con toda la Iglesia y para la salvación de toda la familia humana. La oración del Señor no cesa de abrirnos a las dimensiones de la economía de la salvación. Nuestra interdependencia en el drama del pecado y de la muerte se vuelve solidaridad en el Cuerpo de Cristo, en "comunión con los santos" (cf RP 16).

2851 En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El "diablo" ["dia-bolos"] es aquél que "se atraviesa" en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo.

2852 "Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44), "Satanás, el seductor del mundo entero" (Ap 12, 9), es aquél por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva derrota, toda la creación entera será "liberada del pecado y de la muerte" (MR, Plegaria Eucarística IV). "Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno" (1 Jn 5, 18-19):

El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también os protege y os gua rda contra las astucias del Diablo que os combate para que el enemigo, que tiene la costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al Demonio. "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Rm 8, 31) (S. Ambrosio, sacr. 5, 30).

2853 La victoria sobre el "príncipe de este mundo" (Jn 14, 30) se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo está "echado abajo" (Jn 12, 31; Ap 12, 11). "El se lanza en persecución de la Mujer" (cf Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva, "llena de gracia" del Espíritu Santo es preservada del pecado y de la corrupción de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la santísima Madre de Dios, María, siempre virgen). "Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos" (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y la Iglesia oran: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 17. 20) ya que su Venida nos librará del Maligno.


2854 Al pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es autor o instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de la fe la recapitulación de todos y de todo en Aquél que "tiene las llaves de la Muerte y del Hades" (Ap 1,18), "el Dueño de todo, Aquél que es, que era y que ha de venir" (Ap 1,8; cf Ap 1, 4):

Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo (MR, Embolismo).
(Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2759 – 2854)



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Santos Padres: San Ambrosio - El amigo importuno Lc 11, 5-13


87. Si alguno de vosotros tiene un amigo y viniere a él a media noche y le dijere: Amigo, préstame tres panes... Este es un pasaje del que se desprende el precepto de que hemos de orar en cada momento, no sólo de día, sino también de noche; en efecto, ves que este que a media noche va a pedir tres panes a su amigo y persevera en esa demanda instantemente, no es defraudado en lo que pide. Pero ¿qué significan estos tres pa­nes? ¿Acaso no son una figura del alimento celestial?; y es que, si amas al Señor, tu Dios, conseguirás, sin duda, lo que pides, no sólo en provecho tuyo, sino también en favor de los otros. Pues ¿quién puede ser más amigo nuestro que Aquel que entregó su cuerpo por nosotros? David le pidió a media noche, panes y los consiguió; porque, en verdad, los pidió cuando decía: Me levantaba a media noche para alabarte (Sal 118, 62); por eso mereció esos panes que después nos preparó a nosotros para que los comiéramos. También los pidió cuando dijo: Lavaré mi lecho cada noche (Sal 6, 7); y no temió despertar de su sueño a quien sabe que siempre vive vigilando.

88. Haciendo caso, pues, a las Escrituras, pidamos el per­dón de nuestros pecados con instantes oraciones, día y noche; pues si hombre tan santo y que estaba tan ocupado en el go­bierno del reino alababa al Señor siete veces al día (Sal 118, 164), pronto siempre a ofrecer sacrificios matutinos y vespertinos, ¿qué hemos de hacer nosotros, que debemos rezar más que él, puesto que, por la fragilidad de nuestra carne y espíritu, pecamos con más frecuencia, para que no falte a nuestro ser, para su alimen­to, el pan que robustece el corazón del hombre (Sal 103, 15), a nosotros que estamos ya cansados del camino, muy fatigados del transcurrir de este mundo y hastiados de las cosas de esta vida?

89. No quiere decir el Señor que haya que vigilar solamen­te a media noche, sino en todos los momentos; pues El puede llamar por la tarde, o a la segunda o tercera vigilia. Bienaventurados, pues, aquellos siervos a los que encuentre el Señor vigilantes cuan­do venga. Por tanto, si tú quieres que el poder de Dios te de­fienda y te guarde (Lc 12, 37), debes estar siempre vigilando; pues nos cercan muchas insidias, y el sueño del cuerpo frecuente­mente resulta peligroso para aquel que, durmiéndose, perderá de seguro el vigor de su virtud. Sacude, pues, tu sueño, para que puedas llamar a la puerta de Cristo, esa puerta que pide tam­bién Pablo se le abra para él, pidiendo para tal fin las plegarias del pueblo, no confiándose sólo en las suyas; y así pueda tener la puerta abierta y pueda hablar del misterio de Cristo (Col 4, 3).

90. Quizás sea ésta la puerta que vio abierta Juan; pues, al verla, dijo: Después de estas cosas tuve una visión y vi una puerta abierta en el cielo, y la voz aquella primera que había oído como de trom­peta me hablaba y decía: Sube acá y te mostrará las cosas que han de acaecer (Ap 4, 1). En verdad, la puerta ha estado abier­ta para Juan, y abierta también para Pablo, con el fin de que recibiesen los panes que nosotros comeremos. Y, en efecto, éste ha perseverado llamando a la puerta oportuna e importunamente (2 Tm 4, 2) para dar nueva vida, por medio de la abundancia del alimento espiritual, a los gentiles que estaban cansados del camino de este mundo.

91. Este pasaje, primero por medio de un mandato, y des­pués a través del ejemplo, nos prescribe la oración frecuente, la esperanza de conseguir lo pedido y una especie de arte para per­suadir a Dios. En verdad, cuando se promete una cosa, se debe tener esperanza en lo prometido, de suerte que se preste obe­diencia a los avisos y fe a las promesas, esa fe, que, mediante la consideración de la piedad humana, logra enraizar en sí mis­ma una esperanza mayor en la bondad eterna, aunque todo con tal que se pidan cosas justas y la oración no se convierta en pecado (Sal 108, 7). Tampoco Pablo tuvo vergüenza en pedir el mismo favor repetidas veces, y eso con objeto de que no pare­ciera que desconfiaba de la misericordia del Señor, o que se quejaba con arrogancia de que no había obtenido lo que pedía con su primera oración; por lo cual —dijo— he rogado tres ve­ces al Señor (2 Co 12, 8); con eso nos enseñó que, con frecuencia, Dios no concede lo que se le pide por la razón de que sabe que, lo que creemos que nos va a ser bueno, nos va a re­sultar perjudicial.
SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.7, 87-90, BAC Madrid 1966, pág. 386-88



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Aplicación: P. Alfredo Sáenz, S. J. - El Señor enseña a rezar

El domingo pasado hemos comentado el pasaje de Marta y María, tratando de poner de relieve el valor de la oración. No hay duda de la importancia de la oración y de la urgencia que tenemos hoy de ser más contemplativos, de volver a la vida interior. En el pasaje evangélico de hoy contemplamos a Nuestro Señor Jesucristo enseñando Él mismo a rezar a sus discípulos y a todos aquellos que lo seguían. El mismo Hijo de Dios nos enseña a quién debemos rezar, cómo hay que rezar y cuándo rezar. Una tradición que se remonta al siglo IV dice que este episodio sucedió en el Huerto de los Olivos, lugar donde se ha construido un monasterio de carmelitas que tiene escrito sobre varias de sus paredes el Padrenuestro en cincuenta idiomas y dialectos.

Antes de enseñarnos cómo deberíamos rezar, Jesús nos dio ejemplo con su propia vida. Sobre la conducta y las palabras nos instruye sabiamente san Gregorio Magno: "La manera de enseñar algo con autoridad es practicarlo antes de enseñarlo, ya que la enseñanza pierde toda garantía cuando la conciencia contradice las palabras".


1. A quién debemos rezar
En el Antiguo Testamento, los miembros del pueblo elegido aprendieron a venerar a Dios y a temerle. No en vano se les había revelado como "el Dios de los ejércitos", y también "el Altísimo". A Moisés se le manifestó diciéndole: "Yo soy el que soy". Era el tres veces "Santo" del profeta Isaías... Todo lo que se relacionaba con "el nombre de Dios" estaba impregnado de misterio, de respeto, de secreto.

Cuando el Verbo se hizo carne nos reveló mejor los grandes misterios de Dios, corriendo el velo para que lo conociésemos y amásemos más. Nos reveló la paternidad divina y nos explicó en qué consiste nuestra verdadera filiación. Dios es un Padre dispuesto a abrazar a su hijo, aunque haya sido un gran pecador, como en la parábola del hijo pródigo. Cristo quiso prolongar y expresar el espíritu paternal de Dios tocando con su mano al leproso, dando la salud a la hemorroísa, sentándose a la mesa con los pecadores, compadeciéndose de los miembros de su rebaño cuando vagaban como ovejas sin pastor o cuando la multitud no tenía qué comer. Se compadeció con el que sufría y fue capaz de devolver la vida a quien la había perdido.

Ningún nombre del Antiguo Testamento se puede comparar al revelado por Jesús. Ninguno encierra todo lo que se dice en la palabra "Padre", la primera palabra de la oración que nos enseñó el Señor.

Quizás sea ésta la revelación más trascendente que nos hizo Cristo, la que nos permitió atrevemos a decir "Padre nuestro". Es verdad que somos hijos adoptivos y no por naturaleza. ¡He aquí la gran prueba del amor de Dios! Los padres por naturaleza aman a sus hijos porque son carne de su carne y sangre de su sangre; hay un cierto "deber" de amar a los propios hijos. En el caso de la adopción, el amor es mucho más meritorio, porque no hay obligación de adoptar ni de amar. Dios nos ha amado y adoptado gratuitamente, por puro amor, sin mérito alguno de nuestra parte.

Leía en cierta oportunidad que uno de los mayores dramas del mundo moderno, es la llamada "muerte del padre". Miles de jóvenes ya no creen en sus padres; muchos padres no tienen coraje para serlo; algunos, más que padres, son abuelos o compinches de sus hijos. A veces también algunos sacerdotes nos olvidamos que somos "padres", aunque nos llamen así, y cedemos a la tentación de convertirnos en simples compañeros o amigos de nuestros fieles...

Pero más grave que esto es la pérdida de la paternidad divina. En consecuencia de ello, el mundo se va convirtiendo en un gran orfanato de hijos que han dejado de creer y de amar a su Padre del cielo.


2. Cómo rezar
El mismo Cristo nos exhorta a rezar: "Pedid, buscad, llamad..." La necesidad de la oración para nuestra vida espiritual, para la perseverancia en la fe, para la santidad, es semejante a la que tenemos con respecto al aire o los alimentos para seguir viviendo.

Rezar es reconocer lo que somos delante de Dios. Un auténtico acto de humildad. No podemos todo, no tenemos todo. Santa Teresa decía que en el juego del ajedrez hay muchas fichas, pero cada una tiene su valor, siendo la Dama la más importante. Ella comparaba esta pieza con la humildad en la oración.

Además debemos rezar con fe. Dios ha empeñado su palabra: "Pedid y se os dará". La fe nos enseña que aquel a quien pedimos tiene entrañas de Padre. Con la oración conmovemos el amor misericordioso de un Dios que cuida de todos, buenos y malos, justos e injustos. Él mismo lo aseguró: "Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre del cielo os dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan".


3. Cuándo rezar
¿En qué ocasiones rezar? Siempre. Sin cesar. "Velad y orad", aconsejó Jesús. La parábola que hemos leído en el evangelio de hoy nos enseña que debemos rezar con insistencia hasta conseguir lo que pedimos. Hay que "cansar" a Dios, como aquella viuda pobre de la parábola, quien acudió al juez tantas veces que éste, para sacársela de encima, a pesar de ser inicuo le hizo justicia.

Lamentablemente no somos perseverantes en la oración. Cuando no vemos frutos inmediatos, con facilidad abandonamos la oración. Por otra parte, no siempre Dios nos dará lo que le pedimos, sea porque Él sabe que no nos conviene, sea porque solicitamos cosas malas. "No sabéis lo que pedís", respondió el Señor a la demanda de aquellos que querían ocupar los cargos más importantes según sus propios criterios y no los de Dios.

El secreto de la oración está en la perseverancia. Ciertamente que es lo que más nos cuesta: somos muy impacientes, rezamos con poca fe... Además rezamos muy poco, porque llevamos una vida muy desorganizada y extrovertida. A Dios no le damos el lugar que le corresponde en nuestro día. Resulta significativo que personas jóvenes o incluso ya mayores se limiten a rezar, como los niños, un Padre Nuestro y un Ave María cuando se retiran a dormir. Han crecido biológicamente, han madurado, son quizás profesionales conocidos, pero no han dejado de ser "almas enanas", como las llamaba Santa Teresa.

Recemos sin cansarnos. Aprovechemos la Santa Misa porque es el "lenguaje divino", decía el Cura de Ars. Es el momento para glorificar a Dios y también para pedirle lo que necesitamos, sabiendo que Dios nos lo dará si es para nuestro bien, nos lo dará cuando Él así lo disponga.
ALFREDO SÁENZ, S.J., Palabra y Vida - Homilías Dominicales y festivas ciclo C, Ed. Gladius, 1994, pp. 230-233



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Aplicación: San Juan Pablo II - Señor, enséñanos a orar

1- Oración
"Señor enséñanos a orar": estas palabras dirigidas directamente a Cristo y que hoy nos recuerda la lectura del Evangelio, no pertenecen sólo al pasado. Son palabras repetidas constantemente por los hombres, es un problema siempre actual: el problema de la oración.

¿Qué quiere decir rezar? ¿Cómo hay que rezar? Por eso la respuesta que dio Cristo es siempre actual. ¿Y qué respuesta dio Cristo? En cierto sentido, Él enseñó, a los que le preguntaban, las palabras que debían pronunciar para rezar, para dirigirse al Padre.

Cristo, pues, enseñó las palabras de la oración; las palabras más perfectas, las palabras más completas; en ellas se encierra todo.

¿Qué quiere decir rezar? Rezar significa sentir la propia insuficiencia, sentir la propia insuficiencia a través de las diversas necesidades que se presentan al hombre, las necesidades que constantemente forman parte de su vida. Como, por ejemplo, la necesidad de pan a que se refiere Cristo, poniendo como ejemplo al hombre que despierta a su amigo a media noche para pedirle pan. Tales necesidades son numerosas. La necesidad de pan, es en cierto sentido, el símbolo de todas las necesidades materiales, de las necesidades del cuerpo humano, de las necesidades de esta existencia que nacen del hecho de que el hombre es el cuerpo.


2- Súplica de Abraham
A la respuesta de Cristo, en la liturgia de hoy, pertenece también ese maravilloso pasaje del Génesis, cuyo personaje principal es Abraham. Y el principal problema es el de Sodoma y Gomorra; o también, en otras palabras, el del bien y el del mal, del pecado y de la culpa; es decir, el problema de la justicia y de la misericordia. Espléndido es ese coloquio entre Abraham y Dios, en que se demuestra que rezar quiere decir moverse continuamente en la obra de la justicia y de la misericordia, es un introducirse entre una y otra en Dios mismo.

Rezar, por tanto, quiere decir ser consciente de todas las necesidades del hombre, de toda la verdad sobre el hombre y, en nombre de esa verdad, cuyo sujeto directo soy yo mismo, pero también mi prójimo, todos los hombres, la humanidad entera..., en nombre de esa verdad, dirigirse a Dios como al Padre.

Ahora bien, según la respuesta de Cristo a la pregunta “enséñanos a orar” todo se reduce a este singular concepto: aprender a rezar quiere decir “aprender quién es el Padre”. Si nosotros aprendemos, en el sentido pleno de la palabra, en su plena dimensión, la realidad “Padre”, hemos aprendido todo. Aprender quién es el Padre quiere decir aprender la respuesta a la pregunta cómo se debe rezar, porque rezar quiere decir también encontrar la respuesta a una serie de preguntas ligadas, por ejemplo, al hecho de que yo rezo y a veces no soy escuchado.

Cristo da respuestas indirectas a estas preguntas también en el Evangelio de hoy. Las da en todo el Evangelio y en toda la experiencia cristiana. Aprender quién es el Padre quiere decir aprender lo que es la confianza absoluta. Aprender quién es el Padre quiere decir adquirir la certeza de que Él no podrá absolutamente rechazar nada. Todo esto se dice en el Evangelio de hoy. Él no te rechaza ni siquiera cuando todo, material y psicológicamente, parece indicar el rechazo. Él no te rechaza jamás.

3- Conocer a Dios Padre
Por tanto, aprender a rezar quiere decir “conocer al Padre” de ese modo; aprender a estar seguros de que el Padre no te rechaza jamás nada, sino que, por el contrario, da el Espíritu Santo a quienes lo piden.

Los dones que pedimos son diversos como lo son nuestras necesidades. Pedimos según nuestras exigencias y no puede ser de otro modo. Cristo confirma esa nuestra actitud; sí, así es; debéis pedir según vuestras exigencias, tal como las sentís. El Padre nos da el Espíritu Santo. Y lo da en consideración de su Hijo. Por esto ha dado a su Hijo, ha dado a su Hijo por los pecados del mundo, ha dado a su Hijo saliendo al encuentro de todas las necesidades del mundo, de todas las necesidades del hombre, para poder siempre, en este Hijo crucificado y resucitado dar el Espíritu Santo. Este es su don.

Aprender a rezar quiere decir aprender quién es el Padre y adquirir una confianza absoluta en Aquel que nos ofrece este don cada vez más grande y, ofreciéndonoslo, jamás nos engaña. Y si a veces o incluso frecuentemente no recibimos directamente lo que pedimos, en este don tan grande -cuando se nos ofrece- se hallan encerrados todos los otros dones; aunque no siempre nos damos cuenta de ello.

El ejemplo que más me ha impresionado es el de un hombre que encontré en un hospital. Estaba gravemente enfermo a consecuencia de las lesiones sufridas durante la insurrección de Varsovia. En aquel hospital me habló de su extraordinaria felicidad. Este hombre llegó a la felicidad por cualquier otro camino, ya que juzgando visiblemente su estado físico desde el punto de vista médico, no había motivo para ser tan feliz, sentirse tan bien y considerarse escuchado por Dios. Y sin embargo había sido escuchado en otra dimensión de su humanidad. Recordó el don en que encontró la felicidad, aun siendo tan infeliz.

El hombre, defraudado de tantos programas, de tantas ideologías ligadas a la dimensión del cuerpo, a la temporalidad, al orden de la materia, se somete a la acción del espíritu y descubre en sí el deseo de lo que es espiritual. Creo que, realmente, hoy pasa una revolución así por el mundo. Son muchas las comunidades que rezan, rezan quizá como nunca se rezó antes, de modo diverso, más completo, más rico, con una más amplia apertura a ese don que nos da el Padre; y también con una nueva expresión humana de esa apertura. Diría que con un nuevo programa cultural de la oración nueva. Deseo unirme con ellas por dondequiera se encuentren.

Esta gran revolución de la oración es el fruto del don y es también el testimonio de las inmensas necesidades del hombre moderno y de las amenazas que pesan sobre él y sobre el mundo contemporáneo. Creo en la oración de Abraham y su contenido es muy actual en los tiempos en que vivimos. Es tan necesaria una oración así, para tratar con Dios por cada hombre justo; para rescatar al mundo de la injusticia. Es indispensable una oración que se introduzca, diríamos en el corazón de Dios entre lo que en Él es la justicia y lo que en Él es la misericordia.

La respuesta de Cristo a la pregunta "enséñanos a orar" es siempre actual; debemos descifrarla en su contenido original.
(Homilía de San Juan Pablo II en Castelgandolfo el día 27 de julio de 1980)



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Aplicación: R. P. Leonardo Castellani - PADRE NUESTRO El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos.

Porque él no dice "Padre mío" que estás en el cielo, sino "Padre nuestro", a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia
(San Juan Crisóstomo, hom. in Mt. 19, 4).

"Señor —me dijo el viejo—, perdón, pero Ud. yerra; la suerte de los hombres no es más o menos una:
reina desigualdad espantosa en la tierra y nos marca un destino fatal desde la cuna".

Era en un hospital olvidado y antiguo
aunque con gran fachada y un buen portón helénico, donde entre pobres sábanas y de color ambiguo yacían pobres seres oliendo a ácido fénico.

Y era un extraño enfermo con unos ojos trágicos que ardían de dolores, de fiebre y de misterio, que conocía el mundo con sus placeres mágicos y el dolor infinito de aquel otro hemisferio.

"Por aquella ventana... Pasan los automóviles yo desde aquí los veo sin volver la cabeza y los hombres gallardos, distinguidos, inmóviles y mujeres radiantes de salud y belleza.

"Yo, Señor, no me quejo, pero yo nací enfermo; mis deleites más hondos son los que el dolor no arrecie; para ellos es el mundo jardín; para mí, yermo; somos de dos distintas, no de una misma especie.

"Y así tiene que ser y así es... ¡Siempre fue! Cierto que a veces ellos padecen y yo río; pero sumado todo y hecho un balance a fe ¡qué enorme diferencia nos arroja, Dios mío!"

Delante aquel filósofo de voz humilde y grave y triste, yo temblaba de lástima, y le digo: "—No se abandone a ideas malas. ¡Ud. que sabe lo que otros sufren! ¡Resignación, amigo!"

El me detuvo alzando la flaca mano: "¡No! no me quejo —me dice— ni hay envidia en mi pecho. Para juzgar el orden del mundo ¿quién soy yo?... ¡Señor, es que es un hecho, y yo constato el hecho!

"Es la desigualdad ante el dolor... ¡Qué cosa fatal! ¡Los que prometen la igualdad que me sanen, que me alegren, que saquen de la tumba a mi esposa y mi hijo el asesino que lo enmienden y ganen!

"Pero yo no blasfemo, sé que hay un Infinito Director de las cosas, que hay una Voluntad que así como del caos las levantó de un grito, no quiere que en la nada se vuelvan a tumbar...

"Yo sé que si padezco sin cesar, hay razón, que si yo me retuerzo de tristeza, es por algo, que si parece ciego, no es ciego el aguijón y sabe por qué punza, dónde voy, cuánto valgo...

"Pero aquellos que pasan coronados de rosas y aguzando su vista nuestro dolor siniestro aquellos... ¿piensan mucho, Señor, en estas cosas? y si piensan, ¿dirán, al rezar, Padre Nuestro?

"Padre de ellos será pues les da la guirnalda que ellos solos se ciñen... Que arrimen al sombrío fardo de sus hermanos afligidos la espalda, o callen y no mientan...¡ o digan Padre Mío!

"Mas el pobre que aguanta su agonía suprema se resigna y perdona de innumerables modos ese sí es el que dice verdad y no blasfema y al decir Padre Nuestro, ya es hermano de todos...

"¿Y no tiemblan, si creen que hay justicia, los otros mientras tragan los bienes que Tú, Señor, les diste, y pasan por la vida como jóvenes potros
pisoteando la sangre de nosotros los tristes?

"¿No hay una cosa en ellos misteriosa y helada? ¿No hay un vago, un incógnito temor en sus alcores?[2] ¿No sienten en sus cielos una nube cargada con el rayo de todos los ajenos dolores?

“Yo pienso hace mil años en este enigma grande... Da el dolor a los hombres cierta clarividencia... Yo pido a Dios sus luces; y si no, que me mande una ciega, infinita, dulce y triste paciencia...”
(Castellani, El libro de las oraciones, Cintra Buenos Aires 1951, 47- 49)



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Aplicación: R. P. Raniero Cantalamessa OFMCap - Jesús orando

No es posible conocer al verdadero Jesús si se prescinde de la fe, si se realiza un acercamiento a Él como no creyentes o ateos declarados.

El evangelio del domingo, XVII del Tiempo Ordinario, empieza con estas palabras: «Un día Jesús estaba orando en cierto lugar; cuanto terminó, le dijo uno de sus discípulos: "Señor, enséñanos a orar como enseñó Juan a sus discípulos". Él les dijo: "Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino"».

Cómo sería el rostro y toda la persona de Jesús cuando estaba inmerso en oración, lo podemos imaginar por el hecho de que sus discípulos, sólo con verle orar, se enamoran de la oración y piden al Maestro que les enseñe también a ellos a orar. Y Jesús les contenta, como hemos oído, enseñándoles la oración del Padre Nuestro.

También esta vez queremos reflexionar sobre el evangelio inspirándonos en el libro del Papa Benedicto XVI sobre Jesús: «Sin el arraigo en Dios –escribe el Papa-, la persona de Jesús es fugaz, irreal e inexplicable. Éste es el punto de apoyo sobre el que se basa este libro mío: considera a Jesús a partir de su comunión con el Padre. Éste es el verdadero centro de su personalidad».

Los evangelios justifican ampliamente estas afirmaciones. Por lo tanto nadie puede contestar históricamente que el Jesús de los evangelios vive y actúa en continua referencia al Padre celestial, que ora y enseña a orar, que funda todo sobre la fe en Dios. Si se elimina esta dimensión del Jesús de los evangelios no queda de Él absolutamente nada.

De este dato histórico se deriva una consecuencia fundamental, esto es, que no es posible conocer al verdadero Jesús si se prescinde de la fe, si se realiza un acercamiento a Él como no creyentes o ateos declarados. No hablo en este momento de la fe en Cristo, en su divinidad (que viene después), sino de fe en Dios, en la acepción más común del término. Muchos no creyentes escriben hoy sobre Jesús, convencidos de que son ellos los que conocen al verdadero Jesús, no la Iglesia, no los creyentes. Lejos de mí (y creo que también del Papa) la idea de que los no creyentes no tengan derecho a ocuparse de Jesús. Jesús es «patrimonio de la humanidad» y nadie, ni siquiera la Iglesia, tienen el monopolio sobre Él. El hecho de que también los no creyentes escriban sobre Jesús y se apasionen con Él no puede sino agradarnos.

Lo que desearía mostrar son las consecuencias que se derivan de un punto de partida tal. Si se niega la fe en Dios o se prescinde de ella, no se elimina sólo la divinidad, o el llamado Cristo de la fe, sino también al Jesús histórico tout court; no se salva ni siquiera el hombre Jesús. Si Dios no existe, Jesús no es más que uno de los muchos ilusos que oró, adoró, habló con su sombra o con la proyección de su propia presencia, por decirlo al modo de Feuerbach. Pero ¿cómo se explica entonces que la vida de este hombre «haya cambiado el mundo»? Sería como decir que no la verdad y la razón han cambiado el mundo, sino la ilusión y la irracionalidad. ¿Cómo se explica que este hombre siga, a dos mil años de distancia, interpelando a los espíritus como ningún otro? ¿Puede todo ello ser fruto de un equívoco, de una ilusión?

No hay más que una vía de salida a este dilema, y hay que reconocer la coherencia de los que (especialmente en el ámbito del californiano «Jesus Seminar») la han tomado. Según aquellos, Jesús no era un creyente hebreo; era en el fondo un filósofo al estilo de los cínicos; no predicó un reino de Dios, ni un próximo final del mundo; sólo pronunció máximas sapienciales al estilo de un maestro Zen. Su objetivo era despertar en los hombres la conciencia de sí, convencerles de que no tenían necesidad ni de Él ni de otro Dios, porque ellos mismos llevaban en sí una chispa divina. Pero éstas son -mira por dónde- ¡las cosas que lleva décadas predicando la Nueva Era!

La mirada del Papa ha sido adecuada: sin el arraigo en Dios, la figura de Jesús es fugaz, irreal; yo añadiría contradictoria. No creo que esto deba entenderse en el sentido de que sólo quien se adhiere interiormente al cristianismo puede entender algo de él, pero ciertamente debería alertar respecto a creer que sólo situándose fuera de éste, fuera de los dogmas de la Iglesia, se pueda decir algo objetivo sobre él.

 

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EJEMPLOS

Santa Mónica

La leyenda de los dos jóvenes

La importancia de la oración


La importancia de la oración
Hay que trabajar mucho, pero hay que estar unidos a Dios en nuestros trabajos por medio de la corriente de la oración y de la gracia.

Imaginemos las más hermosas instalaciones eléctricas; todo está a punto: acumuladores, lámparas, cables, llaves. Pero no pasa la corriente.

De esta manera puede un hombre con la esmerada preparación de unos profundos estudios filosóficos, teológicos, científicos, literarios. Todo está a punto. Pero ¿para qué sirve todo eso si no se establece contacto con Dios por medio del fluido vivificador de la oración? Orar es cargar los acumuladores.

No lo olvidemos: los que confían demasiado en los medios humanos, deben acordarse de que no valen nada sin los auxilios divinos.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Tomo II, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 101)

(Cortesía: iveargentina.org et alii)

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