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MSC en el Perú

Los Misioneros del
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Los MSC
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Domingos y Ferias del Tiempo Ordinario semanas 19ª-26ª: Año Litúrgico Patrístico A-B-C

- Semana 19
 
Semana 20 

Semana 21 

- Semana 22 

Semana 23 

Semana 24 

Semana 25 

- Semana 26 

 

Semana 19

Domingos: Ciclo A - Ciclo B - Ciclo C

Entre semana: Lunes - Martes - Miércoles - Jueves - Viernes - Sábado

Domingo

Entrada: «Piensa, Señor, en tu alianza, no olvides sin remedio la vida de los pobres. Levántate, oh Dios, defiende tu causa, no olvides las voces de los que acuden a ti» (Sal 73,20.19.22-23).

Colecta (del sacramentario de Bérgamo): «Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre, aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida».

Ofertorio (del Veronense, Gelasiano y Gregoriano): «Acepta, Señor, los dones que has dado a tu Iglesia para que pueda ofrecértelos, y transfórmalos en sacramento de nuestra salvación».

Comunión: «Glorifica al Señor, Jerusalén, que te sacia con flor de harina» (Sal 147,12.14); o bien: «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo, dice el Señor» (Jn 6,52).

Postcomunión (del Misal anterior, antes del Gregoriano, retocada con texto del sacramentario de Bérgamo): «La comunión en tus sacramentos nos salve, Señor, y nos afiance en la luz de tu verdad».

 

19 CICLO A

Se subraya en este Domingo la presencia de Dios, que actúa en medio de los hombres. Esa presencia divina culminó en la encarnación del Verbo, el Emmanuel, Dios con nosotros. Solo con una conciencia viva y constantemente renovada de esta presencia personal divina, el cristiano puede conjurar el mayor riesgo que amenaza al hombre en su paso por la vida: el vacío o la ignorancia de Dios en su quehacer de cada día. Solo la cercanía de Dios, amorosamente vivida en el misterio de Cristo, puede dar trascendencia a nuestra existencia temporal en ruta hacia la eternidad.

El pavor de los discípulos de Jesús al verle andar sobre las aguas del mar es similar al del profeta Elías, en la primera lectura, cuando se encontró con el Señor en el monte santo. San Pablo explica que el pueblo judío, aunque oficialmente no acogió el mensaje de Cristo, es el pueblo que recibió de Dios las promesas y en su seno nació Cristo. Al final de la historia, Israel entrará por la fe en Cristo en el Reino de Dios (cf. Rom 11,5.12.26; Catecismo 674).

1 Reyes 19,9.11-13: Aguarda al Señor en el monte. Elías, el varón de Dios, en medio de hombres idólatras e increyentes, encarna la semblanza del hombre que busca conscientemente la presencia de Dios y su intimidad amorosa, con humilde y profunda sinceridad. Dios es trascendente: no se encuentra en los elementos de la naturaleza ni en las potencias de la historia, sino más allá del ser. Dios es fiel. No abandona a sí mismo a Elías, cuando todo parece perdido y toda esperanza desaparecida. En el mismo lugar en que se manifestó a Moisés, muestra ahora su continuidad en las promesas y la indefectible estabilidad de sus intenciones. Se da a Elías una misión y una nueva fuerza. Dios sigue actuando en la Iglesia con su poder y sus dones de santificación por medio de los sacramentos instituidos por Cristo y con su asistencia peculiar, con una providencia especial en muchos órdenes. San Jerónimo dice:

«Por eso, de pie, como Elías en el hueco de la peña, podían pasar por el ojo de la aguja (1 Re 19,1ss) y contemplar  el dorso del Señor. Nosotros en cambio nos abrasamos de avaricia, y mientras hablamos contra el dinero abrimos el seno al oro y nada nos parece bastante... Obramos así porque no creemos en las palabras del Señor. Y porque la edad que soñamos nos halaga a todos no con la proximidad de la muerte, que por ley de la naturaleza es lo propio de los mortales, sino con la vana esperanza de una larga serie de años» (Carta 125,14, a Geruquia).

–Sigue la misma idea en el Salmo 84: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación... Dios anuncia la paz, la salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra...». La salvación de Cristo está cerca de los que lo temen. Viviendo según la verdad en la caridad, procuremos en todo caso crecer en Él, que es la Cabeza del Cuerpo Místico. «Sed luz en el Señor, el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad» (Ef 5,8-9).

Romanos 9,1-5: Quisiera ser un proscrito en bien de mis hermanos. Jesús, Hijo de Dios encarnado entre los hombres, fue para su propio pueblo el gran desconocido. Este hecho constituyó la más profunda tragedia para el Pueblo de Dios en la historia de la salvación. San Juan Crisóstomo anima al seguimiento de Dios:

«Acaso te parezca por encima de tus fuerzas el imitar a Dios. A la verdad, para quien vive vigilante, ello no es difícil. Pero en fin, si te parece superior a tus fuerzas, yo te pondré ejemplos de hombres como tú. Ahí tienes a José, ahí tienes a Moisés, ahí tienes a Pablo que, no obstante no poder contar cuánto sufrió de parte de los judíos, aún pedía ser anatema por su salvación (Rom 9,3)... Considerando nosotros estos ejemplos, desechemos de nosotros toda ira, a fin de que también a nosotros nos perdone Dios nuestros pecados» (Homilía 61,5, sobre San Mateo).

Mateo 14,22-33: Mándame ir a Ti andando sobre las aguas. El Corazón de Jesucristo, presencia viviente y cercanía plena de Dios en medio de los suyos, es siempre la garantía definitiva de salvación para los hombres. Comenta San Agustín:

«Y el Señor dijo: “ven”. Y bajo la palabra del que mandaba, bajo la presencia del que sostenía, bajo la presencia del que disponía, Pedro, sin vacilar y sin demora saltó al agua y comenzó a caminar. Pudo lo mismo que el Señor, no por sí, sino por el Señor. Lo que nadie puede hacer en Pedro, o en Pablo, o en cualquier otro de los Apóstoles, puede hacerlo en el Señor... Pedro caminó sobre las aguas por mandato del Señor, sabiendo que por sí mismo no podía hacerlo. Por la fe pudo lo que la debilidad humana no podía.

«Estos son los fuertes en la Iglesia. Atended, escuchad, entended, obrad. Porque no hay que tratar aquí con los fuertes, para que sean débiles, sino con los débiles para que sean fuertes. A muchos les impide ser fuertes su presunción de firmeza. Nadie logra de Dios la firmeza, sino quien en sí mismo reconoce su flaqueza... Contemplad el siglo como un mar, lo que cae bajo tus pies. Si amas al siglo, te engullirá. Sabe devorar a sus amadores, no soportarlos. Pero, cuando tu corazón fluctúa invoca la divinidad de Cristo... Dí: “¡Señor, perezco, sálvame!”. Dí: “perezco”, para que no perezcas. Porque solo te libra de la carne quien murió por ti en la carne» (Sermón 76,5-6).

Iluminados por Dios y vinculados en intimidad con el Corazón de Jesucristo, hemos de tener siempre firme fe en Cristo, nuestra verdadera fortaleza en todas las dificultades de la vida.

19 CICLO B

Jesús se nos da como pan de vida en la fe, y sobre todo en la Eucaristía, simbolizada en el pan que alimentó a Elías en el desierto. En la medida en que seamos verdaderos cristianos nos comportaremos como hombres auténticos con todas sus virtudes.

Toda la vida del cristiano es un peregrinar irreversible con vocación de eternidad. Es un «éxodo» permanente que consumará, para la Iglesia y para cada uno de nosotros, el designio de Dios de trasladarnos al Reino del Hijo de su Amor. El Pan de vida que necesitamos en esta peregrinación es la Eucaristía.

1 Reyes 19,4-8: Con la fuerza de aquel alimento caminó hasta el monte del Señor. Mientras vivimos en el tiempo, nuestra existencia cristiana es una ardua peregrinación hacia la eternidad. Como Elías, camino del Sinaí, nuestra debilidad necesita del alimento eucarístico. San Jerónimo explica:

«Cuando Elías, que iba huyendo de Jezabel, se echó cansado bajo una encina, fue despertado por un ángel que llega hasta él y le dice: “Levántate y come”. Y alzó los ojos y vio a su cabecera una hogaza de trigo y un vaso de agua (1 Re 19, 5-6). ¿No podía Dios mandarle vino oloroso y comidas condimentadas con aceite y carnes picadas?... Son innumerables los textos dispersos en las Escrituras divinas que condenan la gula y proponen comidas sencillas; pero como no es mi intención tratar ahora de los ayunos, por otra parte todas estas cosas pertenecen a título y libro especial, baste lo poco que he dicho de entre lo mucho que se podría decir» (Carta 20,9, a Eustoquia).

–Los versos del Salmo 33 nos sirven de oportuno responsorio: «Gustad y ved qué bueno es el Señor: Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca. Mi alma se gloría en el Señor, que los humildes lo escuchen y se alegren... Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias».

Dice San Agustín que en este Salmo es Cristo mismo el que invita a todos los hombres a alabar al Padre juntamente con Él y nos enseña el santo temor de Dios. El estribillo ha sido interpretado en la tradición cristiana como referido a la Eucaristía, de hecho se ha escogido muchas veces para antífona de la Comunión.

Efesios 4,30–5,2: Vivid en el amor como Cristo. Ante el Padre, el Corazón redentor de Cristo es quien nos da la vida y el amor que nos hacen dignos del Padre y el que nos lleva por su Espíritu vivificante. Comenta San Agustín:

«El Padre no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros. Él no opuso resistencia, sino que lo quiso igualmente, puesto que la voluntad del Padre y del Hijo es una, conforme a la igualdad de la forma divina, poseyendo la cual, no consideró objeto de rapiña el ser igual a Dios. Al mismo tiempo, su obediencia fue única en cuanto que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo. Pues Él nos amó y se entregó a Sí mismo por nosotros como oblación y víctima a Dios en olor de suavidad (Ef 5,2). Así pues, el Padre no perdonó a su Hijo, sino que lo entregó por nosotros, pero de forma que también el Hijo se entregó por nosotros.

«Fue entregado el Excelso, por quien fueron hechas todas las cosas; fue entregado en su forma de siervo al oprobio de los hombres y al desprecio de la plebe; fue entregado a la afrenta, a la flagelación y a la muerte, y con el ejemplo de su Pasión nos enseñó cuánta paciencia requiere el caminar con Él» (Sermón 157,2-3).

Por medio del bautismo el fiel ha sido insertado en Cristo, viniendo a ser un solo cuerpo, animado por un solo Espíritu que es fuente de gozo y motivo de esperanza para la gloria futura, viviendo en el Amor y siguiendo a Cristo en su entrega para gloria de Dios y salvación de los hombres.

Juan 6,41-51: Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo. Cristo, el Hijo de Dios vivo, encarnado en nuestra propia carne y sangre, para hacer a los hombres hijos de Dios, se nos ha convertido en Sacramento de Pan de vida al alcance de todos los hombres. San Agustín dice:

«Pan vivo precisamente, porque descendió del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el maná era la sombra, éste es la verdad... ¿Cuándo iba la carne a ser capaz de comprender esto de llamar al pan carne? Se da el nombre de carne a lo que la carne no entiende; y tanto menos comprende la carne, porque se llama carne. Esto fue lo que les horrorizó y dijeron que esto era demasiado y que no podía ser. Mi carne, dice, es la vida del mundo. Los fieles conocen el cuerpo de Cristo si no desdeñan ser el cuerpo de Cristo. Que lleguen a ser cuerpo de Cristo si quieren vivir del Espíritu de Cristo. Del Espíritu de Cristo solamente vive el cuerpo de Cristo.... Mi cuerpo recibe ciertamente de mi espíritu la vida. ¿Quieres tú recibir la vida del Espíritu de Cristo? Incorpórate al Cuerpo de Cristo... El mismo Cuerpo de Cristo no puede vivir sino del Espíritu de Cristo.

«De aquí que el Apóstol Pablo nos hable de este Pan, diciendo: Somos muchos un solo Pan, un solo Cuerpo. ¡Oh qué misterio de amor, y qué símbolo de unidad, y qué vínculo de caridad!. Quien quiere vivir sabe dónde está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque, y que crea, y que se incorpore a este Cuerpo, para que tenga participación de su vida» (Tratado sobre el Evangelio de San Juan26,13).

 

19 CICLO C

Vigilar siempre, como los criados que aguardan a su Señor. El «paso» del Señor en la noche para librar a su pueblo y de noche salió del sepulcro Cristo Jesús. En todo momento necesitamos la fe, como lo expone el autor de la Carta a los Hebreos en la segunda lectura.

Todas las lecturas de este Domingo nos ofrecen una meditación seria y serena sobre el problema de nuestra salvación eterna. Es una invitación a hacer una revisión de vida.

Sabiduría 18,6-9: Castigaste a los enemigos y nos honraste llamándonos a Ti. La noche de la liberación de Egipto y la primera celebración del sacrificio pascual fueron para los israelitas el memorial permanente del amor de Dios, que los puso en camino de salvación.

El pueblo de Dios pasa la noche en vigilia esperando el doble acontecimiento: su salvación y el castigo de sus enemigos. Yahvé con el mismo gesto castiga a los enemigos y salva a los israelitas, haciendo de ellos un pueblo consagrado a su servicio y a su culto. La liberación de Israel es el acto de su glorificación ante las naciones y antes la historia. Su destino al culto del Dios verdadero es su gran vocación.

El culto de Israel comenzó en aquella noche. El hombre, a través de la sabiduría, de la ley y de la fe, es llamado a entrar en comunión con Dios. Ahí está su éxito, su felicidad, su prosperidad; fuera de esto están la ruina y la muerte.

–Por eso cantamos como responsorial el Salmo 32, en el que se invita a los justos a alabar al Señor: «La misericordia de Dios es justicia y derecho, porque todas sus obras son verdad y sinceridad». Pero el derecho y la justicia son en Él misericordia, porque en todas sus obras busca con amor la autenticidad y la verdad de nuestro ser. Si el creyente de todos los tiempos tiene motivo para confiar alegre y esperanzado en la Palabra divina, llena de amor y misericordia, el cristiano sabe que esa misma Palabra se ha hecho hombre (Jn 1,14), para realizar los proyectos del Corazón de Dios: la redención.

Hebreos 11,1-2.8-19: Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios. La verdadera salvación se realiza en nosotros por la fe en Cristo, nuestra Pascua (1 Cor 5,7) y por la esperanza que nos mantiene fieles a los designios de salvación que el Padre nos ofrece. Comenta San Agustín con gran belleza:

«Es la fe anticipo para los que esperan, prueba de las cosas que no se ven» (Heb 11,1). Si no se ven, ¿cómo persuadirles de su existencia? Y ¿de dónde procede lo que ves sino de un principio invisible? Si, en efecto, tú ves algo para llegar por ahí a creer en algo; la fe en lo invisible se apoya en lo que vemos. No seas desagradecido a quien te dio los ojos, por donde puedes llegar a creer lo que todavía no ves. Dios te puso en la cara los ojos y la razón en el alma; despierta esa razón, despierta al que mora dentro de tus ojos, asómate a esas ventanas y mira por ellas la creación divina. Porque alguien hay que mira por los ojos. ¿No te sucede alguna vez que, ocupado ese que mora dentro de ti en otros pensamientos, no ves lo que tienes delante de los ojos? En vano están de par en par las ventanas si está ausente quien por ellas mira.

«No son, pues, los ojos quienes ven, sino que alguien ve por los ojos; levántale, despiértale. No, no te fue rehusado; hízote Dios animal racional, te antepuso a las bestias, te formó a su imagen. ¡Qué! Esos tus ojos, ¿no van a servirte para ver de hallar, como los animales, cebo para el vientre y nada para la mente? Levanta, pues, la mirada de la razón, usa de los ojos cual hombre, ponlos en el cielo y en la tierra: en las bellezas del firmamento, en la fecundidad del suelo, en el volar de las aves, en el nadar de los peces, en la vitalidad de las semillas, en la ordenada sucesión de los tiempos; pon los ojos en las hechuras y busca al Hacedor; mira lo que ves, y sube por ahí al que no ves» (Sermón126,3).

Lucas 12,32-38: Estad preparados. Mientras vivimos en el cuerpo, vamos peregrinando lejos del Señor y caminamos en la fe» (2 Cor 5,6), por ello, el desprendimiento de los bienes perecederos, el corazón fijo en la alegría de la salvación y la vigilancia en estado de alerta permanente constituyen las actitudes de la esperanza constante del cristiano. Comenta San Agustín:

«Tenéis también la advertencia clarísima del Señor que dice: “tened la cintura ceñida y las lámparas encendidas, y sed como siervos que esperan a su señor” (Lc 12,35-36). Estemos a la espera de su llegada; no nos encuentre adormilados. Vergonzoso es para una mujer casada no desear el retorno de su marido. ¡Cuánto más vergonzoso para la Iglesia no desear el de Cristo!... Ha de venir el Esposo de la Iglesia a traer los abrazos eternos, a hacer sus herederos para siempre consigo, ¡y nosotros vivimos de tal manera que no solo no deseamos su venida, sino que hasta la tememos! ¡Cuán verdad es que ha de llegar aquel día, como en los tiempos de Noé! ¡A cuántos ha de hallar así, incluso entre los que se llaman cristianos!» (Sermón 361,19).

El misterio de nuestra salvación es, a diario, problema real para nuestra autenticidad cristiana, vivida no solo en el templo o en el altar, sino en cada momento de nuestra vida y de nuestra conducta ante Dios, ante los hombres y ante nuestra propia conciencia.

19Lunes

Años impares

Deuteronomio 10,12-22: Se invita a Israel a temer a Dios, observando sus mandamientos y amándole. Vida interior. Espiritualidad profunda.

Dios no ama solamente a los patriarcas, sino que incesantemente renueva su amor, y es la situación actual del pueblo la que se hace digna de amor a sus ojos. El amor de Dios no es rechazado ni por la pequeñez ni a causa del pecado.

La elección, revelación del amor de Yahvé a su pueblo, implica la idea de que este último debe testimoniar por su parte su amor y adhesión a Dios. Esta reciprocidad de amor, que no es otra que la Alianza, invita al pueblo a amar a los pobres y a los extranjeros con el mismo amor que Dios siente hacia ellos. Exigencia, tanto más extraordinaria, cuanto que el pueblo marcha incesantemente a la conquista de un país que está en poder de extranjeros. Los profetas, y en esta lectura también, insisten mucho en la interioridad, en la compunción del corazón, del cumplimiento de la voluntad de Dios y del amor con que es cumplida.

–Bendecimos al Señor con el Salmo 147:  «Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión, que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti... Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina, envía su mensaje a la tierra y su palabra corre veloz... Con ninguna nación obró así ni les dio a conocer sus mandatos».

Verdaderamente, si con ninguna nación obró así Dios como con Israel, anunciándole su palabra y dándole a conocer sus decretos y mandatos en la Alianza, ¿quién podrá imaginar la realidad de la Nueva Alianza en la Iglesia, en la que perpetuamente vive Cristo, realmente presente en la Eucaristía? Acercarse a la Eucaristía es acercarse a la Palabra omnipotente de Dios, que hace el mayor milagro: acercarse a los hombres y hacerse una misma cosa con ellos.

Años pares

Ezequiel 1,2.5.24-2,1: La gloria del Señor. El Señor se muestra bajo la forma de un fuego abrasador. La descripción hace resaltar la trascendencia omnipotente de Dios sobre el universo creado. San Gregorio Magno enseña:

«Del buen fuego está escrito: “Yo vine a traer fuego a la tierra, y ¿qué quiero sino que arda?” (Lc 12, 49). Según esto, se trae fuego a la tierra cuando el alma terrena, inflamada por el ardor del Espíritu Santo, quema totalmente sus deseos carnales. Pero del mal fuego se dice:  “el fuego abrasador que ha de consumir a los enemigos” (Heb 10,27), porque el corazón perverso se consume en su malicia; pues como el fuego del amor eleva la mente, así el fuego de la malicia la hace caer por tierra; pues así como el Espíritu Santo eleva el corazón que Él llena, así el ardor de la malicia le inclina siempre a lo bajo...

«No dice la visión de la gloria, sino: una semejanza de la gloria, a saber, para mostrar que, por más atención que ponga la mente humana, aunque rechace del pensamiento todos los fantasmas de imágenes corporales, aunque ya aparte de los ojos del alma todos los espíritus finitos, con todo, mientras permanezca en carne mortal, no puede ver la gloria de Dios tal como es, sino que lo que de ella resplandece en el alma una semejanza es, no ella misma» (Homilía 2 y 8 sobre Ezequiel).

–El Salmo 148 nos ofrece un contenido precioso en relación con la lectura anterior: «Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria... Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto, ángeles, sus ejércitos, jóvenes, doncellas, viejos y niños, el único nombre sublime»... Dios merece toda alabanza por la creación, por sus maravillas en la historia de la salvación y, sobre todo, por la redención realizada por Jesucristo y prolongada en la vida de la Iglesia, especialmente en la sagrada Eucaristía, con todo lo que ésta lleva consigo.

Mateo 17,21-24: Lo matarán pero resucitará. Luego de haber anunciado por segunda vez su cercana pasión, Jesús responde a la pregunta acerca del impuesto del Templo, volviendo a insistir sobre todo en la libertad de los hijos de Dios ante tal impuesto. Pero Jesús no es ningún revolucionario: quiere evitar el escándalo que provocaría si rechazase pagar el canon, especialmente en favor del Templo. San Jerónimo dice:

«Nuestro Señor era hijo de rey según la carne y según el espíritu, como descendiente de la estirpe de David y como Verbo del Padre omnipotente. Luego como hijo de rey no debía pagar el impuesto pero, dado que ha asumido la debilidad de la carne, ha debido «cumplir toda justicia» (Mt 3,15). Desdichados de nosotros que estamos censados bajo el nombre de Cristo y no hacemos nada digno de tan grande majestad; Él, por nosotros, ha llevado la cruz y ha pagado el impuesto, nosotros no pagamos impuestos en su honor. [Los miembros del clero no pagaban impuestos después que Constantino reconoció el cristianismo] y como si fuéramos hijos de rey, estamos dispensados de los tributos...

«No sé qué admirar primero aquí, si la presciencia del Salvador o su grandeza; la presciencia porque sabía que el pez tenía una moneda en la boca y que era el primero que iba a ser capturado; su grandeza y su poder porque a una palabra suya se formó una moneda en la boca del pez y su palabra realizó lo que iba a suceder.

«En sentido místico me parece que este pez capturado en primer lugar es aquel que estaba en el fondo del mar y moraba en las profundidades saladas y amargas para ser liberado por el segundo Adán, él, el primer Adán, y por lo que se había encontrado en su boca, es decir, su confesión, fue entregado por Pedro al Señor. Y está bien que sea dado precisamente ese precio, pero está dividido en dos partes, por Pedro es entregado como precio por un pecador, en cambio nuestro Señor no había conocido pecado ni se había hallado mentira en su boca (Is 53,9; 1 Pe 1,22)» (Comentario al Evangelio de Mateo 17,25-27).

19Martes

Años impares

Deuteronomio 31,1-8: Sé fuerte y valiente, se dice a Josué. Moisés exhorta a Josué a que cobre ánimo y energías para que sea capaz de hacer penetrar a Israel en la tierra de promisión. De la misma manera que lo hizo con Josué, Dios aportará la salvación a su pueblo por medio de Jesucristo que nos introducirá en el Reino de los cielos. La historia de la salvación continúa. Los hombres se suceden unos a otros. Todos hemos de realizar la misión que nos corresponde.

Dios quiere llevar a los hombres a una vida de comunión con Él. Esta idea fundamental para la doctrina de la salvación es la que expresa el tema de la alianza. En el Antiguo Testamento dirige todo el pensamiento religioso, pero se ve cómo con el tiempo se va profundizando. En el Nuevo Testamento adquiere una plenitud sin igual, pues ahora tiene ya por contenido todo el misterio de Cristo.

–Como salmo responsorial se han escogido unos versos delDeuteronomio 32: «La porción del Señor fue su pueblo». El tema del pueblo de Dios, en el que se organizan en síntesis todos los aspectos de la vida de Israel, es tan central en el Antiguo Testamento, como lo será en el Nuevo, el tema de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, pero también cuerpo de Cristo. Entre los dos sirve de enlace la escatología profética: en el marco de la antigua alianza, anuncia y describe anticipadamente al pueblo de la Nueva Alianza, aguardado para el fin de los tiempos.

Años pares

Ezequiel 2,8–3,4: Comió el volumen y le supo dulce como la miel. Dios presenta al profeta Ezequiel un libro para que se lo coma. Contiene ese libro la revelación del Señor. La imagen expresa la identificación de la voz del profeta con la palabra de Dios. San Gregorio Magno dice:

«El libro que llenó las entrañas se ha hecho en la boca dulce como la miel, porque los que de veras han aprendido a amarle en las entrañas de su corazón, ésos saben hablar dulcemente del Señor omnipotente. Si la Sagrada Escritura es dulce al paladar de éstos, cuyas vísceras vitales están llenas de los mandatos de Él, porque a quien los lleva impresos interiormente para vivir, a ése le es agradable hablar de ellos. En cambio, no resulta dulce el sermón a quien una vida réproba está remordiendo dentro de la conciencia.

«De ahí la necesidad de que quien predica la palabra de Dios considere primero cómo debe vivir, para que luego, de su vida, deduzca qué y cómo debe predicar; porque en la predicación, la conciencia enamorada de Dios edifica más que el arte de hablar; pues amando lo celestial, dentro de sí mismo lee el predicador el modo de persuadir cómo deben despreciarse las cosas terrenas» (Homilía 10, 13 sobre Ezequiel).

–Con unos versos del Salmo 118 oramos: «Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas las riquezas. Tus preceptos son mi delicia, tus decretos mis consejeros. Más estimo yo los preceptos de tu boca, que miles de monedas de oro y plata. ¡Qué dulce al paladar tu promesa! más que miel en la boca. Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Abro la boca y respiro, ansiando tus mandamientos».

Mateo 18,1-5.10.12-14: Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños. Esta es una de las reglas que se han de seguir en la vida comunitaria de la Iglesia: es necesaria la sencillez para entrar en el Reino de los cielos. San Jerónimo enseña:

«Si alguno fuere tal que imita a Cristo en su humildad, en él se recibe a Cristo. Y, para que cuando les suceda esto a los apóstoles no lo consideren una gloria personal, prudentemente añade que deberán ser recibidos no por sus méritos, sino en honor a su Maestro. Pero el que escandalice... Aunque ésta pueda ser una condenación general de los que provocan escándalos, sin embargo, según el contexto, también se puede ver en ella una crítica de los apóstoles quienes, al preguntarle quién era el mayor en el Reino de los cielos, parecían disputarse los honores. Si hubieran perseverado en ese defecto, podían perder a aquéllos que llamaban a la fe por causa del escándalo, al ver que los apóstoles se disputaban los honores.

«Sus palabras: “sería preferible para él que le atasen al cuello una piedra de moler”, se refieren a una costumbre del país. Éste era entre los antiguos judíos el castigo de los grandes criminales: se los arrojaba al fondo del mar con una piedra atada al cuello. Es preferible, sin embargo, para él, porque es mucho mejor recibir el castigo inmediato que ser reservado para los tormentos eternos (2Pe 2,9)... Cada uno de los fieles sabe lo que le hace daño o turba su corazón y lo somete a menudo a tentación. Es preferible una vida solitaria que perder la vida eterna por las necesidades de la vida presente» (Comentario al Evangelio de Mateo 18,5.6.8).

 

19Miércoles

Años impares

Deuteronomio 34,1-12: No surgió otro profeta como Moisés. Moisés sube al monte Nebo, desde donde el Señor le hace ver la  tierra prometida. Después de la muerte de aquél, le sucedió Josué, ya que por la imposición de las manos había recibido el espíritu de sabiduría (Num 27,18-23).

Para Israel es Moisés el profeta sin igual (Dt 34,10ss), por el que Dios liberó a su pueblo, selló con él su alianza, le reveló su ley. Es el único al que, juntamente con Cristo da el Nuevo Testamento el nombre de «mediador». Pero, al paso que por la mediación de Moisés (Gal 3,19), su siervo fiel (Heb 3,5), dio Dios la ley al solo pueblo de Israel, a todos los hombres los salva por la mediación de Cristo (1 Tim 2,4ss), su Hijo (Heb 3,6); «la ley nos fue dada por Moisés; la gracia y la verdad nos han venido por Jesucristo» (Jn 1,17). Este paralelismo entre Moisés y Jesucristo pone en evidencia la diferencia de los dos Testamentos.

–Con el Salmo 65 cantamos un himno de acción de gracias por la liberación: «Bendito sea Dios, que nos ha devuelto la vida». Por eso se invita a toda la tierra a cantar a Dios, a tocar para su nombre, a ver las obras de Dios, sus proezas en favor de los hombres. «Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, haced resonar sus alabanzas...»

Las liberaciones que tuvieron lugar en el pueblo de Israel eran figuras y señales de una liberación más completa, que se llevaría a cabo con Cristo Redentor. Por eso también nosotros cantamos y nos llenamos de júbilo y queremos que todos los pueblos aclamen al Señor. Para todos ha venido la liberación, con la Encarnación de Cristo. Son muchos los beneficios que debemos a Dios, tanto en el orden de la naturaleza, como en el orden sobrenatural. Bien podemos decir también nosotros: «Fieles de Dios, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo: a Él gritó mi boca y lo ensalzó mi lengua».

Años pares                                          

Ezequiel 9,1-7.10.18-22: Ezequiel ve abatirse el castigo sobre el templo mancillado con todo género de ídolos. Son asolados los moradores de Jerusalén, mas gracias a la intervención de Ezequiel, queda perdonado un «resto»: aquéllos que permanecieron fieles y fueron marcados con el sello de Dios. La gloria del Señor abandona luego el templo para dirigirse a Oriente. Comenta San Agustín:

«Interesa sobremanera saber dónde lleva el hombre la señal de Cristo, si solo en la frente o en la frente y en el corazón. Oísteis lo que decía hoy el santo profeta Ezequiel; cómo Dios, antes de enviar al exterminador del pueblo malvado, mandó delante a quien había de sellar diciéndole: “Vete y señala en la frente a quienes gimen y se afligen por los pecados de mi pueblo que se cometen en medio de ellos ”[contra los donatistas]. Pero gimen y se duelen y por ello son señalados en la frente, en la frente del hombre interior, no en la del exterior. Pues hay una frente en el rostro y otra en la conciencia.

«A veces cuando se toca la frente interior, se ruboriza la exterior; en ella fueron sellados los elegidos para evitar el exterminio, pues aunque no corregían los pecados que se cometían en medio de ellos, se dolían y ese mismo dolor los separaba de los culpables. Estaban separados a los ojos de Dios y mezclados a los de los culpables. Son señalados ocultamente para no ser dañados abiertamente... ¡Cuán gran seguridad se os ha dado, hermanos míos, a vosotros que gemís en este pueblo y os doléis de las iniquidades que se comenten en medio de vosotros, sin cometerlas vosotros!» (Sermón 107,7).

–Con el Salmo 112 decimos: «La gloria del Señor se eleva sobre el cielo». Es muy adecuado a la lectura anterior, pues con él se comienza los Salmos del Hallel o de la alabanza y se cantaba durante la Pascua. El motivo de esta alabanza es la trascendencia de Dios sobre la naturaleza y sobre la historia humana. Yahvé sobrepasa en grandeza a todos los pueblos. Pero lo más admirable es que este Dios sublime no se digna comprometerse con los más humildes, que parecen sus favoritos. Dios baja hasta lo más profundo de la mi-seria humana, sin que por eso pierda su transcendencia. «¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra? El Señor se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre el cielo... Bendito el nombre del Señor ahora y por siempre».

Tenemos nosotros más motivos para alabar al Señor que los israelitas, por las inmensas maravillas que ha realizado con nosotros: la redención, los sacramentos, la doctrina de Jesucristo, la Iglesia y, sobre todo, la Eucaristía...

Mateo 18,15-20: Si te hace caso has salvado a tu hermano. La paz entre todos los miembros de la comunidad. El tema importante de este pasaje evangélico es el perdón. San Jerónimo escribe:

«Si nuestro hermano ha pecado contra nosotros y nos ha perjudicado en algo, tenemos la posibilidad, más bien la obligación, de perdonarlo, porque se nos ha prescrito que perdonemos  sus deudas a nuestros deudores (Mt 6,12); pero si alguien hubiera pecado contra Dios, no depende de nosotros... Nosotros, indulgentes con las injurias que se hacen a Dios, manifestamos odio por las ofensas que nos hacen. Y debemos corregir al hermano en privado, no sea que, si ha perdido una vez el pudor y la vergüenza, permanezca en pecado.

«Y, si nos escucha, ganamos su alma y por la salud de otro procuramos también la nuestra. Pero si se niega a escucharnos, que se llame a un hermano; si se niega a escuchar a éste, llámese a un tercero, ya sea para tratar de corregirlo ya para amonestarlo delante de testigos. Pero si tampoco a ellos quisiere escucharlos, entonces hay que decirlo a muchos para que lo detesten y el que no pudo ser salvado por la vergüenza se salve por las afrentas» (Comentario al Evangelio de Mateo 18,17).

San Agustín comenta:

«Debemos reprender con amor; no con deseo de dañar, sino con afán de corregir... Si corriges por amor propio nada haces. Si lo haces por amor hacia él, obras excelentemente... Considera por las mismas palabras por amor de quien debes hacerlo, si por el tuyo o por el de él... ¿Cómo no vas a pecar contra Cristo, si pecas contra un miembro de Cristo?» (Sermón 82,1-5).

19Jueves

Años impares

Josué 3,7-10.11.13-17: Lo mismo que en el mar Rojo sucede ahora en el Jordán. Lo atravesaron a pie enjuto. La travesía del Jordán se presenta como una procesión litúrgica. Se diría que el paso del río se reduce a llevar el arca de una orilla a otra del río. No se presta atención más que a ello.

En ese capítulo se le menciona diecisiete veces y el pueblo recibe órdenes precisas para ir delante de ella en señal de veneración. Es como si el mismo Yahvé entrase solemnemente en el país prometido. Gran sentido de lo sagrado. Las aguas se detienen. Resplandece aquí de modo especial la presencia de Dios en medio de su pueblo. En medio de nosotros está Cristo en la Eucaristía. Hemos de ser conscientes de esa verdad y actuar en consecuencia.

–Rezamos con el Salmo 113: «Cuando Israel salió de Egipto, los hijos de Jacob, de un pueblo balbuciente, Judá fue su santuario, Israel fue su dominio. El mar al verlos huyó, el Jordán se echó atrás...  ¿Qué te pasa, mar, que huyes, a ti, Jordán, que te echas atrás?» Las maravillas de Dios obradas en el Antiguo Testamento se renuevan y aventajan en el Nuevo Testamento, y en el tiempo de la Iglesia son realizadas por Dios en cada una de las almas, que son otros tantos santuarios en los que Dios habita.

Cristo enseña a los hombres a confiar en el Padre celestial y otorga a todos una bendición sobreabundante, comunicando a los hombres su misma vida divina.

Años pares

Ezequiel 12,1-12: Emigra a la luz del día, a la vista de todos: Dios invita al profeta a que imite la emigración a fin de anunciar la futura deportación y el destierro, y de modo especial  el ocaso del reinado de Sedecías, el último rey de Judá. Es el castigo de aquellos que «tienen ojos para ver y no ven; y oídos para oír y no oyen». Con estas palabras repetidas varias veces, reprocha Cristo el desinterés de algunos de sus oyentes ante las realidades de lo alto que les enseña.

La emigración es constante en nuestros tiempos: campos absorbidos por las ciudades; países pobres por los ricos; ciudades en paro por las de mucho trabajo... Es un signo de las limitaciones del hombre. Todo desplazamiento viene a ser como un desarraigo de la persona. El cristiano debe ver todo esto con un criterio sobrenatural: llevar la cruz, acogida al hermano, caridad constante en unos y en otros... Así contribuimos a hacer una humanidad más conforme a los mandatos de Dios y a Dios mismo. Se ha de dar en la Iglesia una preocupación grande para que la vida espiritual y la práctica religiosa de los emigrantes no decaigan, sino que se vivifiquen.

–Con el Salmo 77 proclamamos: «No olvidéis las acciones de Dios... Tentaron a Dios Altísimo y se rebelaron, desertaron y traicionaron... Dios los oyó y se indignó... entregó su pueblo a la espada»... La historia de Israel, resumida en este Salmo, es una historia de Alianza de Dios con su pueblo, marcada por la fidelidad inquebrantable de Dios y por las infidelidades humanas. Es ocasión de hacer una gran revisión de vida. ¿hay en nosotros infidelidades? Volvámonos a Dios, que es un Padre misericordioso y nos perdona siempre. Es San Pablo quien nos dice que todo lo del Antiguo Testamento sucedió como ejemplo para nosotros, para nuestra vida de cristianos (1 Cor 10,11-13). Aceptemos con humildad esas lecciones y actuemos en consecuencia: correspondamos con un mayor amor a los beneficios inmensos que Dios nos otorga.

Mateo 18,21–19,1: Perdón constante. Jesucristo indica a Pedro que se ha de perdonar sin  límites, sin medida y eso mismo enseña con la parábola del rey que  quiso ajustar las cuentas. Comenta San Agustín:

«Ved, hermanos, que la cosa está clara y que la amonestación es útil. Se debe, pues, la obediencia realmente salutífera para cumplir lo mandado. En efecto, todo hombre al mismo tiempo que es deudor  ante Dios tiene a su hermano por deudor... Se queremos que se nos perdone a nosotros, hemos de estar dispuestos a perdonar todas las culpas que se cometan contra nosotros» (Sermón 83,2 y 4).

San Jerónimo comenta:

«Sentencia temible si el juicio de Dios se acomoda y cambia de acuerdo a las disposiciones de nuestro espíritu. Si no perdonamos una pequeñez a nuestros hermanos, las cosas grandes no nos serán perdonadas por Dios. Como cada uno puede decir: “Yo no tengo nada contra él, él sabe, tiene a Dios por juez, no me importa lo que quiere hacer, yo le he perdonado”, el Señor confirma su sentencia y destruye totalmente la simulación de una paz fingida diciendo: “Si cada uno no perdona de corazón a su hermano”» (Comentario al Evangelio de Mateo18,35).

 

19Viernes

Años impares

Josué 24,1-3: Os saqué de Egipto. Os dí una tierra. El Señor habla al pueblo  por boca de Josué y le recuerda las maravillas obradas en su favor.

El relato de la asamblea de Siquem ilustra de forma interesante el contenido de la Alianza, que no se reduce, en primer término, al hecho de Dios que reconoce a su pueblo. Es ante todo, la constitución de un pueblo en torno a una fe común y a un culto común. Israel reconoció a su Dios. Nacionalidad y religión son inseparables en Israel. Todo es comunitario. Dios no quiso la santificación ni la salvación de unos cuantos individuos considerados aisladamente, sino la constitución de un pueblo, de un reino, de una nación, donde se santifiquen y se salven los individuos. Esto en el Antiguo Testamento, en el Nuevo y en la vida de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. De ahí el sentido comunitario de la liturgia que no parte del «yo» sino del «nosotros».‘

–Esto da ocasión para que, con el Salmo 135, demos gracias  al Señor, «porque es eterna su misericordia; dio su tierra en heredad, en heredad a Israel, su siervo y lo libró de sus opresores». En este salmo se desarrolla el tema en forma de grandiosa letanía que, a través de las obras de Dios que se conmemoran, dejada grabada en el corazón una sola idea: que la misericordia de Dios es eterna, cosa que se repite veintiséis veces.

Recordando que este salmo lo recitó Cristo después de la institución de la Eucaristía, es un buen momento para agradecer a Dios tan inmenso don en el que se manifestó su misericordia, como en ninguna otra obra suya. Este Salmo es llamado el Gran Hallel, o la Gran Alabanza. La obra de la creación y toda la historia de la salvación no es más que una sola y grande manifestación del inmenso amor de Dios para con los hombres. Esto exige de nosotros una incesante correspondencia de amor.

Años pares

Ezequiel 16,1-15.60.63: Dios bondadoso otorga sus bienes, pero el hombre los rechaza. Resumen de la historia de Israel, que es mimado por Dios, pero él no le corresponde. Castigo y perdón, pues Dios, que es infinito en todo, lo es también en su amor misericordioso.

El amor de Yahvé por Jerusalén se manifiesta como una elección personal, como un don del corazón, como instituciones, culto... Se trata  de una comunión total, y nada en la vida de la ciudad es ignorado por el amor y la gracia divina. Por todo esto, la infidelidad de Jerusalén es particularmente grave. Ningún pueblo ha sido tan favorecido por Dios, por lo cual son menos culpables que Jerusalén. ¿Qué decir de la vida cristiana, de nuestra elección a la vida de la gracia, a la íntima unión con Dios, a pertenecer al Cuerpo Místico de Cristo? Nuestras infidelidades son más graves que las de Jerusalén.

–Como Salmo responsorial se han escogido algunos versos deIsaías 12: «Ha cesado tu ira y me has consolado». Por eso el piadoso profeta exulta de gozo: «El Señor es mi Dios y Salvador; en Él confío y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor. Él fue mi salvación. De la Fuente de la Salvación saco agua, es decir, de su Sagrado Corazón. Doy gracias, invoco su nombre, cuento a los pueblos sus hazañas, proclamo que su nombre es excelso...¡Qué grande es el Señor en medio de nosotros!».

Mateo 19,3-12: Matrimonio indisoluble y exaltación del celibato. Dios quiere que marido y mujer estén unidos como una sola carne. Nadie es quien para cambiar el sentido de unas palabras tan claramente enunciadas: «lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre», aunque este hombre fuese Moisés. San Juan Crisóstomo dice:

«Mirad la sabiduría del Maestro. Preguntado si es lícito abandonar a la mujer, no responde a bocajarro: “No, no es lícito”, con lo que podían alborotarse y turbarse sus preguntantes. No; antes de pronunciar su sentencia, pone la cuestión en evidencia por el hecho mismo de la Creación, haciendo así ver que el mandato venía también de su Padre, y que, si Él mandaba aquello, no era por oponerse a Moisés. Pero mirad cómo no lo afirma solo por el hecho mismo de la Creación, sino por el mandamiento mismo de su Padre. Porque no solo dijo que Dios hizo un solo hombre y una sola mujer, sino que mandó también que uno solo se uniera con una sola. Si Dios, en cambio, hubiera querido que el hombre pudiera dejar a una y tomar a otra, después de hacer un solo varón, hubiera formado muchas mujeres. Pero, la verdad es que tanto por el modo de la Creación como por los términos de su Ley, Dios demostró que uno solo ha de convivir con una sola para siempre y que jamás puede romperse la unión» (Homilía 62,1, sobre San Mateo).

 

19Sábado

Años impares

Josué 24,14-29: Elección por el Señor. Josué propone a la asamblea que concluya un pacto con el Señor, cosa que aceptó el pueblo afirmando ardorosamente su decisión de servir a Dios y de obedecerle. Es un ejemplo siempre actual y siempre necesario: elegir a Dios, servir a Dios, aunque Él no lo necesite. Oigamos a San Ireneo:

«Así acontece en el servicio de Dios: a Dios no le aporta nada, pues Dios no tiene necesidad del servicio de los hombres; mas a aquellos que le sirven y le siguen, Dios les da la vida, la incorruptibilidad y la gloria eterna. Él concede su benevolencia a los que le sirven por el hecho de servirle, y a los que le siguen por el hecho de seguirle, pero no recibe de ellos beneficio alguno, porque es perfecto y no tiene ninguna necesidad. Si Dios solicita el servicio de los hombres es para poder, siendo bueno y misericordioso, otorgar sus beneficios a aquellos que perseveran en su servicio; porque, del mismo modo que Dios no tiene necesidad de nada, el hombre tiene necesidad de la comunión con Dios, pues la gloria del hombre está en perseverar en el servicio de Dios» (Tratado contra las herejías 4,3).

–El Salmo 15 es un poema de oro, que hace una opción absoluta por Dios; un poema precioso, que convierte la fe en un manantial inagotable de amor: «Tú eres, Señor, mi heredad... El Señor es el lote de mi heredad y mi cáliz, mi suerte está en su mano... Bendigo al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré».

Nuestro ejemplo y modelo es Cristo, que hizo siempre la voluntad del Padre (Mt 26,39; Lc 2,49). Donde está la Cabeza allí ha de estar el Cuerpo. Somos coherederos con Cristo (Rom 8,16-17). Para todo cristiano Dios es el único y sumo Bien. Todo «ídolo» que se introduce en la vida cristiana la empobrece hasta destruirla, porque quita a Dios sus derechos y seca la fuente vital de la existencia humana hecha a imagen y semejanza de Dios. Solamente en Dios podemos encontrar la fuente de la alegría, de la paz y la promesa segura de una vida eterna feliz. Hemos optado por Dios. Ahí está nuestra verdadera felicidad y victoria.

Años pares

Ezequiel 18,1-10.13.30-32: Os juzgué a cada uno según su conducta. Dios da cuenta, por medio del profeta, de la responsabilidad de cada uno de cara al juicio divino: es un llamamiento a la conversión del corazón y al cambio de vida. San Cipriano escribe:

«Cuál y cuánta es la paciencia de Dios se ve en que aguanta con toda calma la afrenta que hacen a su soberanía y dignidad los hombres, levantando templos idolátricos, fabricando estatuas, practicando sacrificios sacrílegos. Se ve en que hace nacer el día y el sol lo mismo sobre los buenos que sobre los malos, y riega la tierra con lluvias, sin quedar nadie excluido de sus beneficios, porque no discrimina entre justos y malvados. Vemos que, por una equidad inseparable de la paciencia, lo mismo a los inocentes que a los culpables, a los piadosos que a los impíos, a los agradecidos que a los ingratos sirven por disposición de Dios las estaciones, favorecen los elementos, soplan los vientos, corren las fuentes, crecen las mieses, maduran las uvas, florecen los prados.

«Y a pesar de provocar continuamente con ofensas la ira de Dios, sin embargo contiene su cólera y aguarda con calma el día prescrito para la sanción; aunque tiene en sus manos la venganza, prefiere dar tiempo con su clemencia y demora para ofrecer la posibilidad de que ceda alguna vez la prolongada malicia, y los hombres encenagados en errores y crímenes, al menos al final, se vuelvan a Dios, ya que dirige estas advertencias: “No quiero la muerte del pecador,  sino que se arrepienta y viva” (Ez 18,32)» (De los bienes de la paciencia 3-4).

–Ese espíritu de conversión lo hacemos oración con el Salmo 50: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu, devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso... un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias, Señor». Hasta el fin de los tiempos este Salmo será la plegaria de todo hombre que busca el camino de la salvación y que lucha contra el mal que se anida en su corazón.

Mateo 19,13-15: No impidáis a los niños que se acerquen a Mí, de ellos es el Reino de los cielos. Oigamos a San Agustín, que en una octava de la Pascua predica:

«De los tales es el Reino de los cielos (Mt 19,14), es decir, de los humildes, de los párvulos en el espíritu. No los despreciéis; no los aborrezcáis. Esta sencillez es propia de los grandes; la soberbia, en cambio, es la falsa grandeza de los débiles, que, cuando se adueña de la mente, levantándola, la derriba; inflándola, la vacía; y de tanto extenderla, la rompe. Él humilde no puede dañar; el soberbio no puede no dañar... Así, pues, si guardáis esta piadosa humildad que la Escritura Sagrada muestra ser una infancia santa, estáis seguros de alcanzar la inmortalidad de los bienaventurados: de los tales es el Reino de los cielos» (Sermón 353,1).

 

 

 

Semana 20

Domingos: Ciclo A - Ciclo B - Ciclo C

Entre semana
: Lunes - Martes - Miércoles - Jueves - Viernes - Sábado

Domingo

Entrada: «Oh Dios!, Escudo nuestro; mira el rostro de tu Ungido. Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa» (Sal 83,10-11). Deseo del cielo es lo que nos dicen en el canto de entrada y la oración colecta.

Colecta (del Misal anterior, y antes del Gregoriano, retocada con textos del Gelasiano y del Sacramentario de Bérgamo): «¡Oh Dios, que has preparado bienes inefables para los que te aman; infunde tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo».

Ofertorio (del Veronense): «Acepta, Señor, nuestros dones, en los que se realiza un admirable intercambio, para que, al ofrecerte lo que tú nos diste, merezcamos recibirte a ti mismo».

Comunión: «Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa» (Sal 129,7); o bien: «Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo –dice el Señor–; el que coma de este Pan vivirá para siempre» (Jn 6,51-52).

Postcomunión (del Misal de París, de 1738): «Señor, después de haber recibido a Cristo en estos sacramentos, imploramos de tu misericordia que, transformados en la tierra a su imagen, merezcamos participar de su gloria en el cielo».

 

20 CICLO A

Las tres lecturas convergen en un mismo tema: Dios llama a todos los hombres a la salvación. Esta universalidad del designio de salvación y del misterio redentor de Cristo Jesús constituye la razón de ser más profunda de la Iglesia y debería constituir también una inquietud permanente en quienes, por un don gratuito y electivo, hemos sido incorporados ya al Misterio de Cristo y de la Iglesia.

Isaías 56,1.6-7: A los extranjeros los traeré a mi monte santo. En el Nuevo Testamento Dios mismo ha roto los exclusivismos de Israel, para abrir el evangelio y la obra redentora de Cristo a todos los hombres, mediante el don de la fe.

La condición del sábado y de la alianza manifiestan el empeño total del hombre con Dios. Esto se llama también servicio y amor. Dios ofrece a los paganos la participación plena del culto.

En el nuevo régimen, el templo, centro y corazón del judaísmo, será ante todo «casa de oración» y, como tal, estará abierta a todos los pueblos: es una expresión típica del universalismo profético del Antiguo Testamento. Jesucristo mismo dirá un día ese texto: «Mi casa es casa de oración para todos los pueblos» (Mt 21,13). Dios reunirá no solo a los dispersos de Israel, sino a otros muchos hombres.

–Sigue esa idea en el Salmo 66, cuyo tema central se repite en cada una de sus partes: «Oh Dios, que te alaben todos los pueblos, que todos los pueblos te alaben», con lo cual se quiere expresar el anhelo ardiente de que Dios sea, finalmente, reconocido como Señor universal de toda la tierra.

Romanos 11,13-15.29-32: Los dones y la llamada de Dios son irrevocables para Israel. Este fue el pueblo elegido para Cristo. Por su infidelidad, permaneció fuera del Evangelio y rechazó a Cristo. Pero en los designios divinos del Padre siempre es posible su salvación. El amor de Dios es irrevocable. Escribe San Ireneo:

«La gloria del hombre es Dios; pero el receptáculo de toda acción de Dios, de su sabiduría y de su poder, es el hombre. Y así como el médico se prueba que es tal en los enfermos, así Dios se manifiesta en los hombres. Por eso dice San Pablo: ‘‘Incluyó a todos los hombres en la incredulidad, a fin de que todos alcanzaran su misericordia’’ (Rom 11,32). Esto dice del hombre, que desobedeció a Dios y fue privado de la inmortalidad, pero después alcanzó misericordia y, gracias al Hijo de Dios, recibió la filiación, propia de Éste» (Contra las herejías 3,20,2).

Mateo 15, 21-28: Mujer, grande es tu fe. San Juan Crisóstomo comenta este lugar evangélico:

«Porque, ¿qué le respondió Cristo?: “¡Oh mujer, grande es tu fe!” He ahí explicadas todas las dilaciones: quería el Señor pronunciar esa palabra, quería coronar a la mujer. Como si dijera: “tu fe es capaz de lograr cosas mayores que ésa; pues hágase como tú quieres”. Semejante es esa expresión a aquella otra: «hágase el cielo y el cielo fue hecho» (Gen 1,1). Y a partir de aquel momento quedó sana su hija. Mirad cuán grande parte tuvo la mujer en la curación de su hija. Porque por eso no le dijo Cristo: “quede curada tu hija”, sino: «grande es tu fe; hágase como tú quieres». Con lo cual nos da a entender que sus palabras no se decían sin motivo, ni para adular a la mujer, sino para indicarnos la fuerza de la fe. Y la prueba y la demostración de esa fuerza dejóla el Señor al resultado mismo de las cosas. Desde aquel momento, dice el evangelista, su hija quedó sana.

«Mas considerad también, os ruego, cómo, vencidos los apóstoles y fracasados en su intento, la mujer consiguió su pretensión. Tanto puede la perseverancia en la oración. De verdad Dios prefiere que seamos nosotros quienes le pidamos en nuestros asuntos, que no los demás por nosotros. Cierto que los apóstoles tenían más confianza con el Señor; pero la mujer demostró más constancia. Y por el resultado de su oración, el Señor se justificó también ante sus discípulos de todas sus dilaciones y les hizo ver que con razón no hizo caso de sus pretensiones (Homilía 52,2-3 sobre San Mateo).

 

20 CICLO B

La lectura ininterrumpida del capítulo sexto del Evangelio según San Juan sobre la promesa de la institución de la Eucaristía, provoca la elección de la primera lectura, tomada del Libro de los Proverbios y en parte también la segunda lectura. Cristo Jesús es una realidad que se ha de vivir personalmente, mediante una asimilación profunda por parte del creyente, y el sacramento ordinario que verifica y perfecciona esta cristificación es, por designio divino, la Eucaristía.

Proverbios 9, 1-6: Venid a comer mi pan y a beber mi vino que he mezclado. En la revelación divina, intimidad y unión entre Dios y sus elegidos aparece frecuentemente bajo el símil de un convite a su mesa lleno de amor. La actitud más adecuada para participar en él es la pobreza, la humildad, los corazones abiertos a esta intimidad. San Jerónimo dice:

«Y los que antes tenían sus miembros cansados, descansen y vean la alegría de las aves y las colas de los rebaños. Para que tomen alas de paloma y, abandonado los lugares bajos, se apresuren a subir a las alturas y puedan decir con el salmista: “dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor” (Sal 118,1). Y este camino, esto es, nuestro Dios, será para nosotros tan recto, tan llano, tan campestre, que no habrá equivocación alguna y los tontos y los insensatos podrán entrar por él. De ellos habla la Sabiduría en los Proverbios: “Quien sea simple, lléguese acá”. Al carente de seso le dice: “Venid a comer mi pan y beber del vino que he mezclado. Dejad la simpleza y viviréis e id derechos por el camino de la inteligencia” (Prov 9,4-6). Dios “escogió a los torpes del mundo” (1 Cor 1,27). Entre los que el primero dice: “Dios mío, tú conoces mi ignorancia” (Sal 68,6). “La locura de Dios es más sabia que los hombres” (1 Cor 1,25)» (Comentario sobre el profeta Isaías 3,5).

–De nuevo el Salmo 33 ofrece materia adecuada para meditar en las realidades de la lectura anterior: «Gustad y ved qué bueno es el Señor..., los ricos empobrecen y pasan hambre, los que buscan al Señor no carecen de nada». La Iglesia ha dado siempre gran importancia a este Salmo, como cántico adecuado para la comunión.

Efesios 5,15-20: Daos cuenta de lo que el Señor quiere. La fidelidad y la conducta responsable de cada creyente ante el Corazón Redentor de Cristo constituyen el índice de autenticidad que define su vida cristiana en el tiempo y para la eternidad. Comenta San Agustín:

«Dos cosas, hermanos, hacen que los días  sean malos: la maldad y la miseria. Se habla de días malos a causa de la malicia y de la miseria de los hombres... La miseria es común a todos, pero no debe serlo la malicia» (Sermón 167).

El Apóstol va contra el relativismo moral que tan graves consecuencias tiene siempre. La  nueva vida recibida en el Bautismo se ha de caracterizar por la sensatez, frente a la necedad de quienes se empeñan en vivir de espaldas a Dios. Por eso el Concilio Vaticano II exhortó a todo el mundo:

«Como en nuestra época se plantean nuevos problemas, y se multiplican errores gravísimos que pretenden destruir desde sus cimientos la religión, el orden moral e incluso la sociedad humana, este santo Concilio exhorta de corazón a los seglares, para que cada uno, según las cualidades personales y la porción recibida, cumpla con suma diligencia la parte que le corresponde, según la mente de la Iglesia, en aclarar los principios cristianos, difundirlos y aplicarlos certera-mente a los problemas de hoy» (Apostolicam Actuositatem 6).

En las celebraciones litúrgicas los cánticos son manifestaciones de júbilo por los inmensos dones de Dios, tanto en lo material cuanto en lo espiritual. San Pablo nos da aquí una lección magnífica de cómo ha de ser nuestra participación en la liturgia de la Iglesia. La acción del Espíritu Santo en las almas hace que se sientan ebrios de gozo espiritual que se traduce en «salmos, himnos y cánticos inspirados» (Ef 5,19).

Juan 6,51-58: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El Cristo real y viviente es el que en el tiempo y en el espacio se nos da en la realidad misteriosa de la Eucaristía y por la que el hombre se deja transformar realmente en Cristo. Sin Eucaristía vivida no hay vida real cristiana. Escribe Clemente de Alejandría:

«¡Oh maravilla de misterio! Uno es el Padre de todo, uno el Logos de todo, y uno el Espíritu Santo, el mismo en todas partes; y una sola también es la Virgen Madre: me complazco en llamarla Iglesia. Únicamente esta madre no tuvo leche, porque solo ella no llegó a ser mujer, sino que es al mismo tiempo virgen y madre, intacta como virgen, pero amante como madre. Ella llama a sus hijos para alimentarlos con una leche santa, el Logos acomodado a los niños. Por esto no tuvo leche, porque la leche era ese niño hermoso y querido: el Cuerpo de Cristo. Con el Logos alimentaba ella a estos hijos que el mismo Señor dio a luz con dolores de carne, que el Señor envolvió en los pañales de su sangre preciosa.

«¡Oh santos alumbramientos! ¡Oh santos pañales! El Logos lo es todo para el niño, padre, madre, pedagogo y nodriza: “Comed mi carne y bebed mi sangre”, dice (Jn 6,53). Estos son los alimentos apropiados que el Señor nos proporciona generosamente; nos ofrece su carne y derrama su sangre. Nada falta a los hijos para que puedan crecer» (Pedagogo 1,6,42).

Y San Cirilo de Alejandría:

«El Cuerpo de Cristo vivifica a los que de Él participan; aleja a la muerte al hacerse presente en nosotros, sujetos a la muerte, y aparta la corrupción, ya que contiene en Sí mismo la virtualidad necesaria para anularla» (Comentario al Evangelio de San Juan 4).

 

 

 

20 CICLO C

A Cristo se le profetizó que sería signo de contradicción (Lc 2,34) y lo fue de hecho. Este ha de ser el signo del cristiano en nuestro mundo y lo es de hecho. Recuérdense las persecuciones recibidas en la Iglesia durante los veinte siglos de su existencia.

Jeremías 38,4-6.8-10: Me engendraste hombre de pleito para todo el país. En la Historia de la Salvación, Jeremías, en su condición de profeta fiel al designio de Dios, fue «el varón de contradicción», por denunciar la frivolidad y las falsas esperanzas de su pueblo, como también lo serían siglos más tarde Cristo y su Evangelio.

Frente a la tribulación muchos cristianos se cierran en sí mismos y dudan de la Providencia divina. La confianza adamantina de Jeremías es una enseñanza muy elocuente y eficaz también para nosotros, cuando nos visita el dolor. Como enseña San Pablo, el cristiano sabe que «la tribulación produce la paciencia, la paciencia una virtud probada, y la virtud probada la esperanza» (Rom 5,3ss). En otras palabras, el sufrimiento despega al hombre de sí mismo y le abre al don de Dios. Se trata de una purificación que nos aparta del orgullo y nos acerca confiadamente a Dios, que es el único que puede colmar nuestra pobreza radical.

–El Salmo 39 es muy adecuado a la lectura anterior. El salmista se ve rodeado de muchos males y clama al Señor: «Señor, date prisa en socorrerme». En la Carta a los Hebreos se ponen en boca de Cristo algunos versos del mismo. La tradición cristiana lo ha aplicado a Cristo paciente. Con este salmo aprendemos la sumisión y la obediencia, que son un sacrificio muy agradable a Dios: «Yo esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y escuchó mi grito. Me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca y aseguró mis pasos. Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Muchos al verlo quedaron sobrecogidos y confiaron en el Señor. Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor se cuida de mí. Tú eres mi auxilio y mi liberación, Dios mío, no tardes».

Hebreos 12,1-4: Corramos la carrera que nos toca sin retirarnos. «No puede ser el discípulo de mejor condición que su Maestro» (Mt 10,24; Lc 6,40). El auténtico creyente cristiano habrá de vivir su fidelidad a Cristo en medio de una nube de testigos, que difícilmente aceptarán su vida y su ejemplo de virtud y santidad.

El cristiano, en el camino hacia la meta, no procede ciegamente. Le ha precedido un guía seguro: Cristo. Sobre Él hemos de dirigir nuestra mirada, siendo el autor y el perfeccionador de la fe. El mensaje de salvación ha sido proclamado por Él. Con su sacrificio cruento ha penetrado en el santuario celeste, abriéndonos el camino hacia la gloria y perfeccionando la fe, esto es, llevando a cumplimiento las promesas y actuando las esperanzas de los justos del Antiguo Testamento, nos ha alcanzado los bienes mesiánicos.

Lucas 12,49-53: No he venido a traer la paz, sino la división. Paradójicamente, el Corazón de Jesucristo, que es nuestra paz (Ef 2,14) y nuestra reconciliación con Dios, ha venido a provocar el choque y la ruptura entre la verdad y el error, el bien y el mal, la santidad y el pecado. Es el misterio de la cruz aceptado o repudiado por los hombres. San Ambrosio explica el contenido de esta perícopa en sentido espiritual:

«Aunque de casi todos los pasajes evangélicos se puede extraer un sentido espiritual, sin embargo, en este actual se exige con mayor insistencia, para ablandar el sentido literal con una profundización espiritual, para que a nadie le resulte dura esta sencilla narración, sobre todo tratándose de la sacrosanta religión, que invita siempre, con exhortaciones llenas de humanidad y con el ejemplo de una piedad humilde, a todos, aun a los extraños a la fe, a que la reverencien, con el fin de lograr, por medio de una educación atrayente, la aniquilación de unos prejuicios, endurecidos por supersticiones, y obligar dulcemente los corazones, cautivos del error, a creer con la fe, con esa fe que ha logrado vencerles a base de bondad... No se te prohíbe amar a tus padres, sino anteponerlos a Dios; porque las cosas buenas de la naturaleza son dones del Señor, y nadie debe amar más el beneficio que ha recibido que a Dios, que es quien conserva el beneficio recibido de Él» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII, 134.136).

20Lunes

Años impares

Jueces 2,11-19: Ni a los jueces hacían caso. Grandes desgracias en Israel. Todo por haber abandonado al verdadero Dios y seguir cultos idolátricos. El Señor es siempre fiel a sus promesas y quiere la salvación de Israel, para ello suscita hombres llenos del espíritu de Dios, pero ni a ellos hacían caso.

Muchas veces ha sucedido esto en la historia de la Iglesia y siempre ha provocado grandes males para la sociedad. Hemos de tener fe firme en la Iglesia, en sus instituciones, en sus carismas, en sus sacramentos, en su jerarquía. Es inútil que se luche contra la indefectibilidad de la Iglesia. Durará hasta el fin del mundo y no sufrirá cambio sustancial ni en su doctrina, ni en su constitución, ni en su culto. Siempre se la ha combatido de una y otra parte, mas ella sigue en pie y sus opositores desaparecieron. La Historia de la Salvación nos ofrece ejemplos maravillosos. Oigamos a San Ambrosio:

«Es cosa normal que, en medio de este mundo tan agitado, la Iglesia del Señor, edificada sobre la piedra de los apóstoles, permanezca estable y se mantenga firme sobre esta base inquebrantable contra los furiosos asaltos sobre la mar. Está rodeada por las olas, pero no se bambolea, y aunque los elementos de este mundo retumban con un inmenso clamor, ella, sin embargo, ofrece a los que se fatigan la gran seguridad de un puerto de salvación» (Carta2,1-2).

–El Salmo 105 es otra vez eco de una lectura bíblica: «Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo». Emparentaron con los gentiles, imitaron sus costumbres, adoraron sus ídolos, inmolaron a los demonios sus hijos y sus hijas, se mancharon con sus acciones, se prostituyeron con sus maldades. La ira del Señor se encendió contra su pueblo y aborreció su heredad. Mas, ¡cuántas veces los libró! Sin embargo, ellos, obstinados en su actitud, perecían por sus culpas... Pero la misericordia del Señor no tiene límites. Por muchas y graves que sean las prevaricaciones del pecador, el Señor, siempre compasivo y lleno de inmensa bondad, lo quiere rehabilitar y llenarlo de sus dones y gracias. Así en el Antiguo Testamento, en el Nuevo y en la vida de la Iglesia.

Años pares

Ezequiel 24,15-24: El profeta sirve de modelo. A la muerte de su esposa el profeta recibe del Señor la orden de no manifestar duelo. El pueblo debe imitarlo ante la ruina de la ciudad. Es inútil cualquier lamento. Todo será destruido, incluso el templo, lo más estimado para el israelita, y todo por su infidelidad. Dios exige a su pueblo la fidelidad de la Alianza que Él renueva libremente. Si Abrahán y Moisés son modelos de fidelidad, Israel en su conjunto imita la infidelidad de la generación del desierto. Y donde no se es fiel a Dios, desaparece la fidelidad para con los hombres, y entonces no se puede contar con nadie. Esta corrupción no es propia de Israel. Existe siempre, incluso entre nosotros los cristianos. Es una lección grande la que se nos ofrece en esta lectura.

Israel, escogido por Dios para ser su testigo, permaneció ciego y sordo.

–Como Salmo responsorial se han escogido algunos versos deDeuteronomio 32: «Despierta a la Roca que te engendró... Olvidaste a tu Dios... Lo vio el Señor e, irritado, rechazó a sus hijos y a sus hijas... Son una generación desagradecida, unos hijos desleales... Me han irritado con ídolos vacíos...». La idolatría no es una actitud superada de una vez para siempre, sino que renace bajo diferentes formas: como luego cesa de servir al Señor, se convierte uno en esclavo de las realidades creadas: dinero, voluntad de dominar al prójimo, ansias de poder, placer, envidia y odio... Todo esto conduce a la muerte, mientras que el fruto del Espíritu es vida. Tras estos vicios que son la idolatría se esconden un desconocimiento del Dios único, el único que merece nuestra confianza.

Mateo 19,16-22:  Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, así tendrás un tesoro en el cielo. No hay otro camino para la vida eterna que la observancia de los mandamientos de Dios. Mas quien desee ser perfecto y obtener la plenitud de la felicidad, ha de renunciar a sus bienes en favor de los pobres y seguir al Maestro. Comenta San Agustín:

«El Señor no quiso llamar vida a la que han de tener los impíos, aunque hayan de vivir en el fuego una vida sin fin, para que la pena sea también sin fin... A ésta no quiso llamarla vida y sí a la que es feliz y eterna. De aquí que al preguntar aquel rico al Señor, “¿qué he de hacer de bueno para alcanzar la vida eterna?”, el mismo Señor a ninguna otra llama vida sino a la feliz. Pues también los impíos la tendrán eterna, pero no feliz, puesto que estará llena de tormentos... Pero, cuando le respondió aludiendo a los mandamientos ¿qué dijo? “Si quieres llegar a la vida”. No le habló más que de la vida feliz, puesto que de la desdichada ni siquiera se la ha de llamar vida.

«Por tanto, vida, la que es digna de ser llamada por este nombre, no es más que la feliz. Y no será feliz si no es eterna. Esta verdad y esta vida es la que quieren, la que queremos todos. Pero, ¿por dónde se va a tan gran posesión, a tan gran felicidad? Los filósofos inventaron las vías del error... Les quedó oculto el camino, porque Dios resiste a los soberbios. Nos estaría oculto también si no hubiera venido a nosotros. Por esto dijo el Señor: “Yo soy el Camino”. ¡Viandante perezoso!, puesto que no quieres venir al camino, vino el Camino a ti. Buscabas por dónde ir: “Yo soy La Verdad y la Vida”. No te extraviarás si vas a Él por Él» (Sermón 150,10).

20Martes

Años impares

Jueces 6,11-24: Gedeón, salva a Israel ¡Yo te envío! No obstante la humildad de su origen fue llamado para salvar a Israel de la opresión. Una vez más el Señor viene en ayuda de su pueblo. La paz es deseada y el ángel del Señor se la da: «no morirá». La paz es uno de los mayores dones deseados en el Antiguo Testamento. Se promete al pueblo de Israel como recompensa a su fidelidad (Lev 26,6) y aparece como una obra de Dios. Gedeón levantó un altar al Señor y le puso el nombre «Señor-de-la-paz». Pero el verdadero don de la paz vendrá a la tierra con la venida del Mesías (Is 11,6-9). No se trata de una paz externa, sino también interna, realizada por la redención de Jesucristo. San Beda escribe:

«La verdadera, la única paz para las almas en este mundo consiste en estar llenos del amor de Dios y animados de la esperanza del cielo, hasta el punto de considerar poca cosa los éxitos o reveses del mundo... Se equivoca quien se figura que podrá encontrar la paz en el disfrute de los bienes de este mundo y en las riquezas. Las frecuentes turbaciones de aquí abajo y el fin de este mundo deberían convencer a ese hombre de que ha construido sobre arena los fundamentos de la paz» (Homilía 12 en la Vigilia de Pentecostés).

Y San Gregorio Nacianceno: 

«La paz es un nombre y una cosa sabrosa, que sabemos proviene de Dios, según dice el Apóstol a los filipenses: “la paz de Dios”; y que es de Dios lo muestra también cuando dice a los efesios: “Él es nuestra paz”. La paz es un bien recomendado a todos, pero observado por pocos. ¿Cuál es la causa de ello? Quizá el deseo de dominio, o de ambición, o de envidia, o de aborrecimiento del prójimo, o de alguna otra cosa, que vemos en quienes desconocen al Señor. La paz procede de Dios, que es quien todo lo une. La transmite a los ángeles... y se extiende también a todas las criaturas que verdaderamente la desean» (Sermón 3,4).

San León Magno dice a su vez:

«Esta paz no se logra ni con los lazos de la más íntima amistad, ni con una profunda semejanza de espíritu, si todo ello no está fundamentado en una total comunión de nuestra voluntad con la voluntad de Dios. Una amistad fundada en deseos pecaminosos, en pactos que arrancan de la injusticia y en el acuerdo que parte de los vicios nada tiene que ver con el logro de esa paz» (Sermón 95).

–El Salmo 84 invita a lo mismo: «El Señor anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón. La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan».

Años pares

Ezequiel 28,1-10: Eres hombre y no Dios. Ezequiel anuncia la caída del rey de Tiro que, orgulloso, se equipara con Dios.

Donde hay un soberbio, todo acaba influido por la soberbia. Exigirá un trato especial, como si fuera un dios, se cree distinto de los demás. La Biblia nos asegura muchas veces que la soberbia solo ocasiona contiendas, que altivas frentes de los hombres serán abatidas, que Yahvé asola la casa del soberbio y que la soberbia es odiosa al Señor... Los santos Padres, como Casiano, insisten en lo mismo:

«No existe ninguna pasión como la soberbia, capaz de aniquilar las virtudes y despojar al hombre de toda justicia y santidad. Al modo de una enfermedad contagiosa que afecta a todo el organismo, y no se contenta con debilitar un solo miembro, sino que corrompe el cuerpo entero, así esta pasión derriba a aquellos que están ya firmes en la cima de la virtud para deshacerse de ellos» (Instituciones 12).

«Hay dos clases de orgullo: el primero es carnal, el segundo espiritual. Éste es más peligroso, por cuanto inquieta más especialmente a los que han progresado en alguna virtud» (Colaciones5).

Y San Gregorio Magno:

«Es la reina suprema de todo el ejército de los vicios. Aunque puede decirse que la soberbia es la madre y la raíz de todos los vicios y pecados, hay tres de los que es de una manera específica: la vanagloria, la ambición y la presunción» (Homilía 31 sobre los Evangelios).

–Como Salmo responsorial se ha escogido también Deuteronomio 32: «Yo doy la muerte y la vida. Yo pensaba: Voy a dispersarlos y a borrar su memoria entre los hombres: Pero, no; que temo la jactancia del enemigo y la mala interpretación del adversario... Son una nación que ha perdido el juicio»... Pero el Señor se compadeció, como tantas veces lo hemos visto ya en la Historia de la Salvación: «Porque el Señor defenderá a su pueblo y tendrá compasión de sus siervos».

Mateo 19,23-30: Dificultad del apego a las riquezas para entrar en el reino de los cielos. Comenta San Agustín:

«Los premios celestiales no se prometen solamente a los mártires, sino también a quienes siguen a Cristo con fe íntegra y perfecto amor. Estos serán honrados entre los mártires. Así lo promete la Verdad cuando dice: ‘‘todo el que deja casa o campos, o padres, o hermanos...’’ (Mt 19,29). ¿Qué puede hacer el hombre más glorioso que vender sus bienes y comprar a Cristo, ofrecerle a Dios un obsequio grato en extremo: la fuerza incontaminada de un alma y la alabanza íntegra de la devoción; acompañar a Cristo cuando venga a tomar venganza de sus enemigos, sentarse a su lado cuando ocupe su trono para juzgar; ser coherederos con Cristo, igual a los ángeles y gozarse de la posesión del reino celeste con los patriarcas, los apóstoles y los profetas? ¿Qué persecución puede vencer, qué tormentos pueden superar esos pensamientos?

«Un alma resistente, fuerte, estable y fundamentada en consideraciones religiosas se mantiene firme contra todos los terrores del diablo y contra las amenazas del mundo. La fe en los bienes futuros, cierta y bien cimentada, le da fuerza. La persecución cierra sus ojos, pero se abre al cielo» (Sermón 303,2).

Y San Jerónimo:

«Así pues, los que por la fe en Cristo y la predicación del Evangelio hubieran despreciado todo otro afecto y las riquezas y placeres del mundo, recibirán el céntuplo y poseerán la vida eterna. Con ocasión de esta frase algunos introducen un período de mil años después de la resurrección [error del milenarismo o quiliasmo]. Entonces, dicen, nos será devuelto el céntuplo de todas las cosas que hemos dejado y la vida eterna.

«Ellos no comprenden que si respecto a las otras cosas la promesa es decente, en lo que se refiere a las esposas aparece claramente su deshonestidad, porque el que hubiera dejado una por el Señor, recibirían cien en la vida futura. El sentido, entonces, es éste: “El que ha dejado por el Salvador los bienes carnales, recibirá los espirituales”; comparando el valor de unos y otros es como si un número pequeño se compara a cien. Por eso dice también el Apóstol que había dejado solamente una casa y un pequeño campo en una provincia: “Como quien no tiene nada aunque lo poseemos todo” (2 Cor 6,10)» (Comentario al Evangelio de Mateo 19,29).

20Miércoles

Años impares

Jueces 9,6-15: El Señor es nuestro Rey. La fábula de Yotán constituye un aviso contra el régimen de la monarquía. En realidad Dios es el verdadero Rey de Israel. Por el contrario, no pocas veces los gobernantes humanos, en lugar de buscar el bien común del pueblo, buscan sus propias ventajas.

–Adecuadamente el Salmo 20 canta ahora: «Señor, el rey se alegra por tu fuerza. ¡Y cuánto goza con tu victoria! Le has concedido el deseo de su corazón, no le has negado lo que pedían sus labios. Te adelantaste a bendecirlo con el éxito, y has puesto en su cabeza una corona de oro fino. Te pidió vida, y se la has concedido, años que se prolongan sin término. Tu victoria ha engrandecido su fama, lo has vestido de honor y de majestad. Le concedes bendiciones incesantes, lo colmas de gozo en tu presencia».

En realidad el Salmo habla de Cristo, cuyo reino no tendrá fin. Bellamente expone esto San Ambrosio:

«Todo lo tenemos en Cristo; todo es Cristo para nosotros. Si quieres curar tus heridas, Él es médico; si estás ardiendo de fiebre, Él es manantial; si estás oprimido por la iniquidad, Él es justicia; si tienes necesidad de ayuda, Él es fuerza; si temes la muerte, Él es Vida. Si deseas el cielo, Él es el Camino. Si refugio de las tinieblas, Él es Luz. Si buscas manjar, Él es alimento» (Sobre la virginidad 16,99).

Y San Jerónimo:

«El Señor viene con fortaleza y en su mano tiene el Reino, la potestad y el imperio» (Comentario al Evangelio de Mateo 3,19).

San Hipólito escribe:

«¿Qué es el advenimiento de Cristo? La liberación de la esclavitud, el principio de la libertad, el honor de la adopción filial, la fuente de la remisión de los pecados y la vida verdaderamente in-mortal para todos» (Homilía de Pascua).

San Agustín comenta:

«Cristo no era Rey de Israel para imponer tributos, ni para tomar ejércitos armados y guerrear visiblemente contra sus enemigos. Era Rey de Israel para gobernar las almas, para dar consejos de vida eterna, para conducir al Reino de los cielos a quienes estaban llenos de fe, de esperanza y de amor» (Tratado sobre el Evangelio de San Juan 51,4).

San Cirilo de Alejandría:

«Posee Cristo la soberanía de todas las criaturas, no arrancada por fuerza, ni quitada por nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza» (Comentario al Evangelio de San Lucas 10).

 

Años pares

Ezequiel 34,1-11: Libraré a mis ovejas de sus fauces. Los habitantes de Judá fueron gobernados por pérfidos monarcas y luego fueron víctimas de los explotadores. El profeta augura el advenimiento de un nuevo Pastor, según el Corazón de Dios. Cristo se llamó a Sí mismo Pastor, pues vino a buscar y a salvar a las ovejas. San Agustín comenta:

«Se acusa a los pastores que se apacientan a sí mismos en vez de a las ovejas, por lo que buscan y lo que descuidan. ¿Qué es lo que buscan? Os coméis su enjundia, os vestís con su lana... Después de haber hablado el Señor de lo que estos pastores aman, habla de lo que desprecian. Son muchos los defectos de las ovejas, y las ovejas sanas y gordas son muy pocas, es decir, las que se hallan robustecidas con el alimento de la verdad, alimentándose de los buenos pastos por gracia de Dios.

«Pues bien, aquellos malos pastores no las apacientan. No les basta con no curar  a las débiles y enfermas, con no cuidarse de las errantes y perdidas. Tampoco hacen todo lo posible por acabar con las vigorosas y cebadas... Los pastores pueden gloriarse, pero el que se gloría que se gloríe del Señor. Esto es hacer que Cristo sea el Pastor, esto es apacentar para Cristo, esto es apacentar en Cristo, y no tratar de apacentarse a sí mismo, al margen de Cristo» (Sermón 46, sobre los pastores).

–El Salmo 22 nos ayuda a meditar la lectura anterior : «El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas, me guía por el sendero justo, marcha conmigo, su cayado me sosiega, prepara una mesa ante mí, me unge con perfume, su bondad y su misericordia me acompañan». Cristo es el Buen Pastor, al cual han de imitar todos los pastores en la Iglesia. Cristo no solo dio su vida por las ovejas, sino que se hizo su alimento, su pasto: la Sagrada Eucaristía.

Mateo 20,1,16: ¿Vas a tener envidia porque yo soy bueno? El salario concedido por Dios es un don gratuito y libre de su misericordia, como lo muestra la parábola del dueño de la viña que buscó operarios para que la cultivasen. El pacto establecido es un signo de la alianza entre Dios y el hombre. Don inmenso de Dios. San Jerónimo escribe:

«Considera al mismo tiempo que no advierten que la injusticia de la cual acusan unánimemente al padre de familia con respecto a los obreros de la hora undécima, se da también respecto a ellos mismos. Si el padre de familia es injusto, no lo es con respecto de uno solo sino de todos, porque el obrero de la tercera hora no trabajó lo mismo que el que fue enviado a la viña  a la primera hora; del mismo modo, el obrero de la hora sexta trabajó menos que el de la tercera y el de la hora novena menos que el de la hora sexta.

«Así todos los que fueron llamados antes envidian a los gentiles y se retuercen por la gracia del Evangelio. Por eso el Salvador concluye la parábola diciendo: Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros, porque los judíos, de cabeza que eran, se convirtieron en cola y nosotros pasamos de ser cola a ser cabeza» (Comentario al Evangelio de Mateo, 20,12).

20Jueves

Años impares

Jueces 11,29-35: Concepto elemental de valores religiosos y morales que se irán perfeccionando poco a poco. Una gran lección de esta lectura: no hacer juramentos sin motivos suficientes y preferir una persona a todos los motivos sacralizantes. Voto y victoria del juez Jefté, que sacrificó a su hija.

–Reza el Salmo 39: «Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras que se extravían con engaños. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio entonces yo digo: Aquí estoy –como está escrito en el libro– para hacer tu voluntad. Dios mío lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, Tú lo sabes».

El autor de la Carta a los hebreos pone en boca de Cristo algunos versos de este Salmo. Toda la vida de Cristo fue una identificación perfecta de su voluntad con la de su Padre (Lc 22,42), hasta tal punto que pudo afirmar que su alimento era hacer la voluntad de su Padre (Jn 4,34). Por eso insistía el Apóstol San Juan en que los discípulos de Jesús hicieran siempre lo que es agradable al Padre (1 Jn 3,22). Ésa es la verdadera religión.

Cristo ha cumplido el sacrificio total e interior de la propia voluntad al Padre, en la sumisión y obediencia que manifestó desde la Encarnación hasta su inmolación en la cruz.

El sacrificio en espíritu y en verdad que la Iglesia realiza en unión con Cristo en su liturgia es, al mismo tiempo, fuente y fruto de la Redención.

«Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras que se extravían con engaños. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio entonces yo digo: Aquí estoy –como está escrito en el libro– para hacer tu voluntad...».

Años pares

Ezequiel 36,23-28: Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo. El destierro es el castigo por los pecados de Israel. Con todo y en razón de la ruina del pueblo de Dios, el nombre del Señor fue profanado entre los gentiles. Por consiguiente, el honor divino exige una acción favorable respecto a su pueblo. El retorno de los exiliados será lo que hará brillar el poder divino ante los ojos de todas las naciones. Se prevé la economía de la salvación realizada por Cristo. San Jerónimo dice:

«Oigamos a Ezequiel, hijo del hombre que anticipadamente habla del poder de quien había de ser Hijo del Hombre: “Yo os tomaré de entre todas las naciones y os rociaré con agua limpia y quedaréis limpios de todas vuestras impurezas, y os daré un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ez 36,24-26). Os limpiaré, dice, de todas vuestras impurezas. En todas no se omite ninguna. Si las impurezas se limpian, ¡con cuánta más razón la pureza seguirá sin mancilla! Os daré un corazón nuevo y un espíritu nuevo; porque en Cristo Jesús lo que vale es la nueva creación (Gal 6,15). Por eso cantamos un cantar nuevo, y abandonando al hombre viejo no caminamos ya en la caducidad de la letra, sino en la novedad del espíritu. Esta es la piedra nueva, en que está inscrito el nombre nuevo que nadie sabe leer sino el que lo recibe (Ap 2,17)» (Carta 68,7, a Océano).

–El Salmo 50 canta de nuevo la misericordia del Señor, al que le pedimos: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme... mi sacrificio es un espíritu quebrantado, pues Tú no desprecias un corazón quebrantado y humillado».

Con la purificación de la culpa, el pecador renueva la petición de la purificación interior y crea en él un corazón puro (Ez 36,25ss) y un espíritu generoso para poder perseverar en el bien.

La humanidad pecadora, guiada por Cristo, encuentra el camino para pasar de la esclavitud del mal a una vida renovada, obteniendo la infusión del Espíritu Santo y un corazón puro santificado por la gracia divina para ofrecerse ella misma como sacrificio viviente, santo y agradable a Dios (cf. Rom 12,1).

Mateo 22,1-14: Invitación a la boda. Imagen privilegiada para expresar la felicidad del Reino de los cielos. Oigamos a San Agustín:

«El mismo Señor que nos propuso esta parábola, el esposo que llama al banquete y da vida a los invitados, Él mismo nos indicó que aquel hombre no simboliza a un personaje, sino a muchos... Muchos son los llamados y pocos los escogidos... Los muchos estaban simbolizados en aquella única persona, porque ella está en lugar del único cuerpo que comprenden los malos, los que no tienen el vestido nupcial. ¿Qué cosa es el vestido nupcial? Sin duda se trata de algo que no tienen en común los buenos y los malos. No el ser hombres y no bestias; no el recibir la luz y las lluvias... Todo esto es común a buenos y malos... Si no tengo caridad de nada me sirve (1  Cor 13, 1-3). He aquí el vestido nupcial; vestíos con él, ¡oh comensales! para estar sentados con tranquilidad» (Sermón 96,4ss).

20Viernes

Años impares

Rut 1,1.3-6.14-16.22: La extranjera Rut, nuera de Noemí de Belén, se queda junto a ésta al morir su esposo y permanece fiel a la familia judía. Así se convertirá en antecesora del rey David y del Mesías. Es admirable la elección de Dios con respecto a la Historia de la Salvación y, en definitiva a la venida del Mesías. Se rompen siempre los moldes humanos. Es Dios quien dirige la historia, incluso en el ejercicio de la libertad humana. Ya lo hemos dicho: no Eliezer, sino Abrahán, no Esaú sino Jacob, no Rubén sino Judá, no Saúl, sino David.

–El Salmo 145 ofrece grandes motivos para la alabanza divina:«Dichoso al que auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor, su Dios que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él, que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos... El Señor ama a  los justos, el Señor guarda a los peregrinos. Sustenta al huérfano y a la viuda.. El Señor reina eternamente»... Como puede verse se trata de llevar una vida totalmente entregada a la alabanza de Dios, una vida que sea sinónimo de alabanza de Dios, nacida del amor. Por eso decía San Juan de la Cruz: «Mi alma se ha empleado / y todo mi caudal en su servicio. / Ya no guardo ganado, / ni ya tengo otro oficio; / que ya solo en amar es mi ejercicio».

Tenemos motivos para este ejercicio perenne del amor, pues contemplamos las obras que Dios ha manifestado en Cristo y por eso la Iglesia invita a los pueblos a alabar al Señor, que es grande, que es poderoso, que ha hecho grandes maravillas con la redención. Con razón se ha escrito que Cristo es la revelación del Corazón de Dios lleno de Amor.

Años pares

Ezequiel 37,1-14: El Espíritu del Señor vivifica todo. Visión de los huesos que vuelven a la vida: profecía sobre el resurgir del pueblo de Dios. Habrá una nueva restauración nacional comparable a una nueva creación animada por el Espíritu de Dios a través del profeta. Comenta Orígenes:

«Grande es el misterio de la resurrección y difícil de contemplar para la mayoría de nosotros. Pero la Escritura lo afirma en muchos lugares, especialmente en aquellas palabras de Ezequiel: Profetiza sobre estos huesos y diles: Vosotros huesos secos, oíd la palabra del Señor... Cuando vengan la auténtica resurrección del verdadero y perfecto cuerpo de Cristo, los que ahora son miembros de Cristo y entonces serán huesos secos, serán reunidos hueso a hueso y articulación a articulación; y ninguno que no esté articulado podrá entrar a formar parte del hombre perfecto que tiene las proporciones de la edad perfecta del cuerpo de Cristo (Ef 4,13). Entonces una multitud de miembros formará un solo cuerpo, en cuanto que todos los miembros, aunque sean muchos, entrarán a formar parte de un solo cuerpo» (Comentario al Evangelio de San Juan 10,228ss).

–Con el Salmo 106 decimos: «Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia, que lo confiesen los redimidos por el Señor, los que rescató de la mano del enemigo, los que reunió de todos los países: Norte, Sur, Oriente y Occidente..., se les iba agotando la vida, pero gritaron al Señor en su angustia y los arrancó de la tribulación»... Toda la vida cristiana debe ser una constante acción de gracias, unaeucaristía, cantada y vivida para gloria de Dios. La Eucaristía no solo es el centro de la vida cristiana, sino que en ella se hace palpable la misericordia del Señor que eleva al hombre a una resurrección constante para identificarse con Cristo. El mundo sobrenatural de la gracia y de la vida eterna se presenta en la Biblia como una segunda creación y un retorno a la felicidad del paraíso.

Mateo 22,34-40: Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo. Síntesis de toda la religión cristiana: el amor. San Agustín ha comentado este pasaje evangélico muchas veces:

 «¿Qué nos ha prometido Dios? Hermanos míos, ¿qué he decir que sea deseable para nosotros? ¿Qué puedo decir? ¿Es oro? ¿Es plata? ¿Son posesiones? ¿Son honores? ¿Es algo de lo que conocemos en la tierra? Si es así, es algo despreciable. Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni subió nunca al corazón del hombre es lo que ha preparado Dios a los que le aman (1 Cor 2,9). En pocas palabras voy a decirlo: no sus promesas, sino Él mismo.

«Quien lo hizo todo es mayor que todo; quien dio forma a todo es más hermoso que todo, quien dio fuerza a todo es más poderoso que todo. Así, pues, en comparación con Dios, nada es cualquier cosa que amemos en la tierra. Es poca cosa, es nada eso que amamos; nosotros mismos nada somos. El mismo amante debe sentirse vil en comparación de lo que debe amar. No es otra cosa que aquella caridad que debe brotar de todo el corazón, de todo el alma, de toda la mente. Pero añadió: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se compendian la ley y los profetas (Mt 22,37.39.40), de forma que si amas al Señor, sabes que te amas a ti mismo, si en verdad amas al Señor. Si, por el contrario, no amas a Dios, ni siquiera a ti mismo te amas. Cuando aprendas a amarte a ti mismo amando a Dios, arrastra al prójimo hacia Dios para que juntos disfrutéis del bien, del gran bien, que es Dios» (Sermón 301,A,6).

20Sábado

Años impares

Rut 2,1-3.8-11; 4.13-17: Tu hijo te ha dado quien responda por ti. Su hijo será el abuelo de David. En Israel, las promesas son la clave de la Historia de la salvación, que es el cumplimiento de las profecías y de los juramentos de Dios. Estos juramentos hacen irrevocables los dones de Dios. Las infidelidades de Israel ocasionan a veces restricciones de estas promesas, pero las promesas mismas serán mantenidas, gracias a un resto, a un Hijo del Hombre (Dan 7,13ss).

El judaísmo subrayará por un lado la confianza en las promesas, y por otro su carácter de recompensa: con la obediencia a los mandamientos hay que merecer la herencia prometida. El cristianismo, por el contrario, verá en ellas la pura iniciativa de Dios, el don prometido a todos los que creen. Por eso San Pablo, preocupado por mostrar que la base de la vida cristiana es la fe, se ve llevado a mostrar que la esencia de la Escritura y del designio de Dios consiste en la promesa dirigida a Abrahán y cumplida en Jesucristo (Gal 3, 16-29). En esto hay que situar la presencia de Rut, elegida por Dios a través de los acontecimientos.

–El Salmo 127 está todo transfigurado por el amor familiar, tan en consonancia con la lectura anterior. Pero esto hay que verlo como signo y figura del amor de Dios a su pueblo y el amor del pueblo para con Dios, amor de cada uno por su hermano. Todo se ve realizado en la Iglesia, Madre fecunda de todos sus hijos por el bautismo, que nos prepara al festín eucarístico. San Agustín exhortaba a sus diocesanos a cantar este Salmo como una revelación de Cristo, en el cual, como en un solo hombre, viven todos los que temen al Señor (Enarraciones en Sal 127,3.7). De Sí y de la Iglesia dice Cristo: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos, el que permanece en Mí y yo en él, dará mucho fruto» (Jn 15,5). «Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor: Dichoso el que sigue los caminos del Señor».

 

Años pares

Ezequiel 43,1-7: La gloria del Señor llena el templo. La plenitud de esto se alcanzó en Cristo, verdadero templo de Dios. Es el signo de la presencia de Dios entre los hombres. Pero se trata de un signo provisional, que en el Nuevo Testamento será sustituido por un signo de otra índole: Cristo y su Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, y en otro aspecto, del cristiano en gracia: templo vivo de Dios (Jn 2,19.21ss). Es muy explícita la doctrina de San Pablo (1 Cor 3,10-17; 2 Cor 6,16ss; Ef 2,20ss, etc.).

–Con el Salmo 84 proclamamos que «la gloria de Dios habitará en nuestra tierra». La gloria de Dios se considera acompañada de todos sus atributos: amor y verdad que se entrelazan; justicia y paz que se besan; verdad, fidelidad y justicia que miran desde el cielo; felicidad y abundancia de toda clase de bienes... Todo esto y más aún se encuentran en el Templo que es Cristo, que es la Iglesia, que son los cristianos en gracia: «Vendremos a él y haremos en él nuestra morada».

Mateo 23,1-12: No hacen lo que dicen. En este pasaje evangélico Cristo arremete contra la hipocresía de los responsables del judaísmo. Él enseña la humildad y el servicio. San Agustín comenta:

«También a estos los toleró el Apóstol; pero no les ordenó que fuesen así. También ellos hacen algo y son instrumentos de bien. Buscan lo suyo, pero anuncian a Cristo. No te preocupes de lo que busca el predicador; lo que anuncia, eso ten. No mires  ni te interese lo que él pretende. Escucha la salvación de su boca y reténla aunque venga de sus labios. No te constituyas juez de su corazón... Escucha solo la salvación que predican. “Haced lo que dice”. Te da seguridad en tu obrar. ¿Y qué es esto? ¿Obran mal? No hagáis lo que hacen (Mt 23,3). ¿Obran bien, es decir, no saludan por el camino, no anuncian el Evangelio por oportunismo? Imitadlos como ellos imitan a Cristo. ¿Es bueno el hombre que predica? Toma la uva del racimo de la vid. ¿Es malo? Coge la uva, aunque prenda del seto espinoso. El racimo es fruto del sarmiento, no de las espinas, aunque haya crecido enredado entre ellas. Por lo tanto, cuando lo ves, si tienes hambre, cógelo, con cuidado, no sea que al meter la mano para coger el racimo te pinches con las espinas. Esto es lo que te digo: oye lo bueno y no imites las malas costumbres» (Sermón 101,10).

Y San Jerónimo:

«¿Quién más manso, quién más bueno que el Señor? Es tentado por los fariseos, sus trampas se rompen..., y sin embargo, por respeto al sacerdocio, por la dignidad de su nombre, exhorta al pueblo a sometérsele, en consideración no de sus obras sino de su doctrina»(Comentario al Evangelio de Mateo 23,1-3).

 

 

 

Semana 21

Domingos: Ciclo A - Ciclo B - Ciclo C

Entre semana
: Lunes - Martes - Miércoles - Jueves - Viernes - Sábado

 

Domingo

Entrada: «Inclina tu oído, Señor, escúchame. Salva a tu siervo que confía en ti. Ten piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día» (Sal 85,1-3).

Colecta (del Misal anterior y antes del Gelasiano y Gregoriano): «¡Oh Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría».

Ofertorio: «Por el único sacrificio de Cristo, tu Unigénito, te has adquirido un pueblo de hijos; concédenos propicio los dones de la unidad y de la paz en tu Iglesia».

Comunión: «La tierra se sacia de tu acción fecunda, Señor; para sacar pan de los campos y vino que alegre el corazón del hombre» (Sal 103,13-15); o bien: «El que come mi carne y bebe mi sangre –dice el Señor– tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,55).

Postcomunión (Gelasiano): «Te pedimos, Señor, que lleves en nosotros a su plenitud la obra salvadora de tu misericordia; condúcenos a perfección tan alta y mantennos en ella de tal forma que en todo sepamos agradarte».

 

21 CICLO A

Cristo otorga las llaves del Reino de los cielos a Pedro después de su profesión de fe. Alude a este poder de las llaves en el Antiguo Testamento la primera lectura. San Pablo corona sus reflexiones sobre el destino de Israel con un himno a la infinita sabiduría de Dios.

El Concilio Vaticano II dijo que toda la Iglesia es como un sacramento visible de unidad y de salvación (LG 1). Por ello ha sido providencial la figura de Pedro, como signo vivo y permanente que garantiza la unidad visible  de las comunidades eclesiales. Sin Cristo no existiría la Iglesia, pero ésta tiene que ser como la quiso Cristo, no como la quieran los hombres. En el querer de Cristo está la figura de su Vicario visible: el Papa. Donde está Pedro allí esta la Iglesia. Donde están Pedro y la Iglesia, allí está también la plenitud operante del Misterio de Cristo entre los hombres.

Isaías 22,19-23: Colgaré de su hombro la llave del palacio de David. En el ambiente del Antiguo Testamento el signo de los poderes y de la responsabilidad sobre la suerte del pueblo era la imposición de las llaves sobre los hombros de los elegidos.

La función de las llaves es el poder de abrir y cerrar la casa del rey, soberano absoluto, y corresponde al primer ministro o visir. Es como el plenipotenciario del rey, el que hace sus veces. Ésta será en el Nuevo Testamento la función de Pedro en la Iglesia, reino de Dios. En las antífonas «O», antes de Navidad se dice el 20 de diciembre: «Oh llave de David y cetro de la Casa de Israel». Es el poder que Cristo confió en primer lugar a Pedro y a sus sucesores, luego a los demás apóstoles. Estos la otorgan a los obispos y sacerdotes para perdonar los pecados en el sacramento de la penitencia. Es la gran misericordia del Señor para con el hombre pecador.

–Por esto cantamos en el Salmo 137: «Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos. Damos gracias al Señor por ello con todo nuestro corazón, lo alabamos, lo veneramos, le damos gracias. Él nos escucha cuando lo invocamos... se fija en el humilde y de lejos conoce al soberbio». Cristo que, siendo rico se hizo pobre, anima a su Iglesia en medio de las pruebas, para que nunca desfallezca, sino que tenga siempre sus ojos puestos en su gran misericordia.

Romanos 11,33-36: Cristo es origen, guía y meta del universo. San Pablo, al término de su reflexión sobre el misterio de Israel y sobre el papel de la ley de la salvación, ve caer por el suelo los esquemas en que él creyó y, como iluminado por la luz de Cristo, prorrumpió en este grito que exalta la sabiduría y la libertad divina en la disposición de la historia salvífica de la humanidad. «¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento el de Dios!». Dice San Jerónimo:

«Cuando el pueblo sea llevado al cautiverio, porque no tuvo ciencia, y perezca de hambre y arda de sed, y el infierno agrande su alma; y bajen los fuertes y los altos y gloriosos a lo profundo, y sea humillado el hombre, y haya recibido conforme a sus méritos, entonces el Señor será exaltado en el juicio, que antes parecía injusto; y Dios será santificado por todos en la justicia... Por lo cual debemos cuidar no adelantarnos al juicio de Dios, cuyos juicios son grandes e inenarrables, y del cual dice el Apóstol: “Inescrutables son tus juicios e imposibles de conocer sus caminos” (Rom 11,35). Hasta que Él ilumine las cosas ocultas en las tinieblas y abra los pensamientos de los corazones» (Comentario sobre el profeta Isaías 4,3).

Mateo 16,13-20: Tú eres Pedro y te daré las llaves del Reino de los cielos». La promesa del Primado constituye, además de un acontecimiento histórico evangélico, un designio eclesiológico en la intención de Cristo. Pedro es la realidad básica y permanente de la Iglesia, que perdura por iniciativa y garantía de Dios, llámese como se llame. San Hilario de Poitiers escribe:

«La confesión de Pedro obtiene plenamente la recompensa merecida, por haber visto en el hombre al Hijo de Dios (Mt 16,13-19). Es dichoso, es alabado por haber penetrado más allá de la mirada humana viendo lo que venía no de la carne, ni de la sangre, sino contemplando al Hijo de Dios revelado por el Padre celestial. Y es juzgado digno de reconocer el primero aquello que en Cristo es de Dios.

«¡Oh feliz fundamento de la Iglesia, proclamado con su nuevo nombre; piedra digna de ser edificada, porque quebranta las leyes del infierno, las puertas del Tártaro y todas las prisiones de la muerte! ¡Oh dichoso custodio del cielo, a cuyo juicio son entregadas las llaves del acceso a la eternidad; cuyas decisiones, anticipadas en la tierra, son confirmadas en el cielo! En su virtud, aquello que ha sido atado o suelto en la tierra, recibirá en el cielo la condición de una decisión idéntica» (Comentario al Evangelio de San Mateo 16,7).

 

21 CICLO B

La reafirmación de Pedro en el requerimiento de Cristo se corresponde a la del pueblo judío a su entrada en la tierra prometida. Cristo y la Iglesia, modelo de amor matrimonial y humano, según San Pablo.

La conflictividad de Cristo-Eucaristía no está en Él, sino en nosotros, que podemos aceptarlo con todas las consecuencias, como Pedro y los discípulos, o podemos, por inconsciencia, indiferencia o incredulidad, apartarnos del Él, como aquellos que lo hicieron en Cafarnaún.

Josué 24,1-2.15-17.18: Nosotros serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios. La alianza de salvación es siempre de iniciativa divina, pero no elimina la responsabilidad humana. Hemos de corresponder con gran amor al amor inmenso de Dios.

La respuesta del pueblo elegido es un acto de fe y de aceptación: servirá al Dios del éxodo o salida de Egipto, al Dios que ha realizado tan grandes maravillas en su favor, al Dios que siempre ha sido fiel a sus promesas, no obstante las muchas rebeliones de Israel, que ahora funda su elección en el recuerdo agradecido y en la reflexión de la experiencia histórica vivida. Es una gran lección para nosotros, que hemos sido más favorecidos que el Antiguo Israel.

–El Salmo 33 nos ofrece elementos para meditar la lectura anterior: «Gustad y ved qué bueno es el Señor». Por eso lo bendecimos en todo momento y nuestra alma se gloría en el Señor, que está cerca de los atribulados y salva a los abatidos.

Efesios 5,21-32: Es éste un gran misterio y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. Nuestra aceptación de Cristo y nuestra comunión de vida con Él tiene como marco de garantía la comunión eclesial con su Esposa fiel, amada y purificada con su sangre. Escribe Orígenes:

«No quisiera que creyerais que se habla de la Esposa de Cristo, es decir, la Iglesia, con referencia únicamente al tiempo que sigue a la venida del Salvador en la carne, sino más bien se habla de ella desde el comienzo del género humano, desde la misma creación del mundo. Más aún, si puedo seguir a Pablo en la búsqueda de los orígenes de este misterio, he de decir que se hallan todavía más allá, antes de la misma creación del mundo. Porque dice Pablo: “Nos escogió en Cristo, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos’’ (Ef 1,4).

«Y dice también el Apóstol que la Iglesia está fundada, no solo sobre los apóstoles, sino también sobre los profetas (Ef 2,20). Ahora bien, Adán es adnumerado a los profetas: él fue quien profetizó aquel gran misterio que se refiere a Cristo y a la Iglesia, cuando dijo: “Por esta razón un hombre dejará su padre y su madre y se adherirá a su mujer, y los dos serán una sola carne” (Gen 2,24). La Historia de la Salvación nos ofrece ejemplos maravillosos. El Apóstol, en efecto, se refiere claramente a estas palabras cuando afirma: “Este misterio es grande: me refiero en lo que respecta a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5,32).

«Más aún, el Apóstol dice: “Él amó tanto a la Iglesia, que se entregó por ella, santificándola con el lavatorio de agua” (Ef 5,26); aquí se muestra que la Iglesia no era inexistente antes. ¿Cómo podía haberla amado si no hubiera existido? No hay que dudar que existía ya, y por eso la amó. Porque la Iglesia existía en todos los santos que han existido desde el comienzo de los tiempos. Y por eso, Cristo amaba a la Iglesia y vino a ella» (Comentario al Cantar 2).

Juan 6,61-70: Tú tienes palabras de vida eterna. Ante la Eucaristía han de definirse la fe y las actitudes de los hombres. San Agustín comenta:

«‘‘Si no coméis mi carne...’’. Y ¿quién sino la Vida pudiera decir esto de la Vida misma? Este lenguaje, pues, será muerte, no vida, para quien juzgue mendaz la Vida, escandalizáronse los discípulos; no todos a la verdad, sino muchos, diciendo entre sí: ¡Qué duras son estas palabras! ¿Quién puede sufrirlas?... ¿Qué les respondió, pues? ¿Os escandaliza esto? Pues, ¿qué será ver al Hijo del Hombre subir a donde primero estaba? Claro es; si puedo subir íntegro, no puedo ser consumido.

«Así, pues, nos dio en su Cuerpo y en su Sangre un saludable alimento y, a la vez, en dos palabras, resolvió la cuestión de su integridad. Coman, por lo mismo, quienes lo comen y beban quienes lo beben; tengan hambre y sed; coman la Vida, beban la Vida. Comer esto es rehacerse; pero en tal modo te rehaces que no se deshace aquello con que te rehaces. Y beber aquello, ¿qué otra cosa es sino vivir? Cómete la Vida, bébete la Vida; tú tendrás vida sin mengua de la Vida. Entonces será esto, el Cuerpo y la Sangre de Cristo será Vida para cada uno cuando lo que en este sacramento se toma visiblemente, el pan y el vino, que son signos, se come espiritualmente y espiritualmente se beba lo que significa. Porque le hemos oído al Señor decir: “El Espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Pero hay en vosotros algunos que no creen” (Ibid. 64-65). Eran los que decían: “¡Cuán duras palabras son estas!, ¿quién las puede aguantar?” (ib. 62). Duras, sí, para los duros; es decir son increíbles, mas lo son para los incrédulos» (Sermón131,1).

 

21 CICLO C

Todos los hombres están llamados a vivir con Dios, pero han de pasar por la puerta estrecha de la renuncia y del don de sí mismos. El profeta Isaías nos enseña que el plan de Dios es congregar a todos los hombres para mostrarles su gloria. Soportar la prueba como una purificación para la gloria (segunda lectura).

La Iglesia no es una casta de puritanos. Es una comunidad de creyentes que gratuitamente han sido llamados por el Padre para participar del Misterio de Cristo. El auténtico cristiano es consciente de la necesidad que tienen de Cristo todos los hombres y actúan consecuentemente.

Isaías 66,18-21: Traerán a todos vuestros hermanos de entre todas las naciones. Isaías es el pregonero del Nuevo Pueblo de Dios, depositario de la salvación, como patrimonio para todos los pueblos.

La evangelización y el testimonio no son ante todo un andar, unhacer, sino principalmente un ser. Algunos cristianos han sido llamados a vivir este aspecto de un modo especial  (piénsese en el monacato antiguo y moderno), mas toda la Iglesia está llamada a descubrir este aspecto y vivirlo según su género de vida. Debemos ir a los no creyentes, mas al mismo tiempo vivir de forma tal que seamos signos, para que sean atraídos.

También en el Nuevo Testamento es fundamental la vida litúrgica. Todos son convocados a la alabanza divina y a la adoración del Señor. La liturgia punto de llegada y de partida: fons et culmen.

A esto conduce también el Salmo 116, escogido como responsorial: «Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos».

Hebreos 12,5-7.11.13: El Señor reprende a los que ama. La visión paternal de Dios es siempre más amplia y amorosa que la irresponsabilidad engreída de los hijos.

La reflexión sapiencial sobre el valor pedagógico del sufrimiento es un intento de respuesta al problema del dolor, como los que aparecen en el libro de Job. Ese intento puede tener validez, pero también limitaciones. Casiano dice:

«Todo cuanto nos viene de parte de Dios, y que de pronto nos parece próspero o adverso, nos es enviado por un Padre lleno de ternura y por el más sabio de los médicos, con miras a nuestro propio bien» (Colaciones 7,28).

Lucas 13,22-30: Vendrán de Oriente y de Occidente y se sentarán en la mesa del Reino de Dios. Frente al racismo religioso y presuntuoso de Israel, el Evangelio es diáfano. La salvación se alcanza con fidelidad humilde a la voluntad del Padre, que quiere que todos los hombres se salven (1 Tim 2,4), no con la propia auto-justificación o nuestra presunción de elegidos.

Lo que importa no es saber si son muchos los que se salvan, sino vivir responsablemente la inquietud del problema de la salvación, evitando toda presunción religiosa y pietismos estériles.

Cristo hubo de vivir el drama frente a la presunción religiosa de Israel y con la vivencia acuciante de la indigencia de la salvación que tienen todos los hombres. Este problema afectó también a la Iglesia primitiva (Hch 15,6ss). La catolicidad es una responsabilidad de toda la Iglesia y un derecho de toda la humanidad. Nuestro encuentro con Cristo no concluye con la celebración eucarística. Debemos identificarnos con la inmolación reparadora del Corazón de Cristo en favor de todos los hombres. A todos los hombres debemos testimoniar fraternalmente nuestros anhelos por su salvación. Con todos los hombres debemos sentirnos solidarios en la necesidad que todos tenemos de Cristo Salvador.

21Lunes

Años impares

1 Tesalonicenses 1,1-5.8-10: Vivir aguardando la segunda venida del Salvador. En Tesalónica hay una auténtica vida cristiana y San Pablo da gracias a Dios por ello. Es un signo del éxito de su predicación allí. Hay que  servir al único Dios, vivo y verdadero. Severiano de Gábala escribe:

La vida interior está afianzada sobre el ejercicio de las virtudes teologales, ya que «la fe estimula a obrar bien, la caridad ayuda a soportar las fatigas y la esperanza hace resistir con longanimidad a quienes deben luchar» (Comentario a I Tes.).

Y San Juan Crisóstomo:

«La creencia y la fe se prueban por las obras; no diciendo que se cree, sino con acciones reales, cumplidas con perseverancia y con un corazón encendido de amor» (Homilía sobre I Tes.).

–Con el Salmo 149 proclamamos: «El Señor ama a su pueblo» Esto es motivo de gran alegría y de alabar al Señor: «Cantemos al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en nuestras reuniones litúrgicas o no, alegrémonos por nuestro Creador, por nuestro Rey. El Señor nos ama y adorna con la victoria a los humildes. Festejemos sus gloria, cantemos jubilosos, todos unidos, con vítores a Dios en la boca. Esto es nuestro gran honor».

Es una exhortación a celebrar con un cántico nuevo la salvación manifestada en el Nuevo Testamento, realizada por Cristo y proclamada por los misioneros de todos los tiempos. Es también un anuncio de las realidades futuras. Dios es nuestra gloria y nosotros hemos de ser gloria suya, con nuestra fe vivificada con obras generosas de caridad.

Años pares

2 Tesalonicenses 1,1-5.11-12:  El Señor sea nuestra gloria y nosotros seamos la suya. La obediencia a Dios está por encima de toda gloria humana. En Dios se halla el único fundamento sólido de la gloria. San Agustín enseña:

«Por una admirable condescendencia, el Hijo de Dios, el único según la naturaleza, se ha hecho hijo del hombre, para que nosotros, hijos del hombre por naturaleza, nos hagamos hijos de Dios por la gracia» (Ciudad de Dios 21,15).

Antes escribió San Ireneo:

«Si el Verbo se ha hecho carne, y si el Hijo de Dios se dijo Hijo del Hombre, ha sido para que el hombre, entrando en comunión con el Verbo, y recibiendo el privilegio de la adopción, llegase a ser  hijo de Dios» (Contra las herejías 3,19).

Y San Juan Crisóstomo:

«Ved que la caridad y la unión recíproca de los fieles entre sí es un gran socorro para resistir a los males y soportar con entereza las aflicciones. En esa honda fraternidad se encuentra el más grande consuelo. Las aflicciones solo hacen tambalearse a una fe débil y a una caridad imperfecta; pero una fe sólida y robusta encuentra en ella la ocasión de afianzarse. Mientras que un alma lánguida y débil no encuentra en el dolor ningún elemento de fuerza, el alma generosa apoya sobre él un nuevo impulso de energía» (Homilía  sobre II Tes.).

–Con el Salmo 95 decimos: «Contad a los pueblos las maravillas del Señor. Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra, cantad al Señor, bendecid su nombre. Proclamad día tras día su victoria... Porque es grande el Señor y muy digno de alabanza»...

El deseo del piadoso israelita y también el nuestro es que todos los pueblos y naciones reconozcan la gloria de Yahvé y la dignidad suprema de su nombre, que todas las familias de la tierra le ofrezcan la gloria y el honor, que toda la tierra tiemble de emoción religiosa y se anuncie por doquier su nombre santo y glorioso, resplandeciente en Cristo y su obra redentora y evangelizadora.

Mateo 23,13-32: ¡Ay de vosotros, ciegos, guías de ciegos! Las maldiciones consuman la separación entre Jesús y las enseñanzas del judaísmo oficial: los escribas y fariseos son condenados por su minuciosidad en la interpretación de la ley. El Evangelio es siempre actual. San Juan Crisóstomo escribe:

«Siempre es, ciertamente, grave cosa la maldad; pero lo es sobre todo cuando el malo no cree necesitar corrección. Y llega el mal a su colmo cuando el malo cree que es capaz de corregir a otros. Lo que Cristo pone de manifiesto al llamar a los escribas y fariseos ciegos y guías de ciegos. Extrema desgracia y miseria es que un ciego se imagine que no necesita guía; pero que encima pretenda guiar a los demás es querer precipitarse todos al abismo.

«Al hablar así el Señor, no hacía sino aludir una vez más a la loca ambición de gloria de aquellos y ponerles el dedo en la llaga de su rabiosa enfermedad. Porque no otra cosa era la causa de todos sus males, sino el hacerlo todo por ostentación. Esto los apartó de la fe, les hizo descuidar la verdadera virtud y los indujo a poner todo su empeño en las purificaciones corporales, sin atender para nada a la purificación del alma. Por ello justamente, para llevarlos a la verdadera virtud y a la pureza del alma les recuerda aquí la misericordia, la justicia y la fidelidad. Estas virtudes son, en efecto, las que conservan nuestra vida, éstas las que purifican el alma» (Homilía 73,2 sobre San Mateo).

21Martes

Años impares

1 Tesalonicenses 2,1-8: Entrega total de Pablo por las almas. Responde a las acusaciones que han formulado contra él: mientras estuvo en Tesalónica no buscó otra cosa que agradar a Dios, predicar el evangelio de Jesucristo y estar dispuesto a entregarse por todos, sin ser carga para nadie. San Juan Crisóstomo pone en boca de San Pablo estas palabras:

«Es verdad que os he predicado el Evangelio para obedecer un mandato de Dios. ¡Pero os amo con un amor tan grande que habría deseado poder morir por vosotros! Tal es el modelo acabado de un amor sincero y auténtico. El cristiano que ama a su prójimo debe estar animado por estos sentimientos. Que no espere a que se le pida entregar su vida por su hermano, antes bien debe ofrecerla él mismos» (Homilía sobre I Tes.).

–Oramos con el Salmo 138: «Señor, Tú me sondeas y me conoces... De lejos penetras mis pensamientos... Todas mis sendas te son familiares... Tanto saber me sobrepasa; es sublime y no lo abarco». Es un himno a la omnisciencia y omnipresencia de Dios. Se lo ha calificado como la cumbre de la teodicea inspirada. Encaja perfectamente con la lectura anterior. Hay que tener confianza en Dios, a pesar de las contradicciones que puedan presentarnos los hombres. Dios penetra hasta el fondo de la conciencia. Por eso San Pablo pudo decir que Dios prueba sus intenciones. Vivir en la presencia de Dios como consecuencia lógica de nuestra fe.

Años pares

2 Tesalonicenses 2,1-3.13-16: Conservad las tradiciones. Sobre la segunda venida de Cristo no hay que dejarse engañar, ni andar preocupados. Pero hay que estar siempre vigilantes, guardando fidelidad a Dios. San Gregorio Magno dice sobre esto:

«Quiso el Señor que se nos ocultase el tiempo de nuestra muerte, para que la misma incertidumbre de aquel momento nos obligue  a estar siempre dispuestos» (Comentarios a Job lib. 12c, 38).

–Esta confianza es la que se respira en todo el Salmo 95, escogido como responsorial: «El Señor llega a regir la tierra: Decid a los pueblos: El Señor es Rey, Él afianzó el orbe y no se moverá; Él gobierna a los pueblos rectamente». Todo esto invita a la alabanza divina: «Retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos; porque el Señor rige el orbe con justicia y los pueblos con equidad».

Mateo 23,23-36: Siguen las maldiciones del día anterior. La enseñanza doctrinal de Cristo es clara: la fidelidad en las cosas mínimas hace posible un cuidado grande para las cosas fundamentales. Pero no sucedía así en los fariseos del tiempo de Jesucristo. Esto puede darse ahora también, si cuidamos el cumplimiento minucioso de cosas mínimas y dejamos de cumplir los mayores preceptos del Señor, sobre todo los referentes a la caridad. Las cosas pequeñas tienen gran valor, con tal que se hagan por amor de Dios. Ahí está el valor de todas nuestras actuaciones. Se ha escrito que todos los días tenemos que escoger entre el dolor de amar o el dolor, mucho más grande, de no amar. Y solo se ama si se vive en la verdad. «Purifiquemos primero el corazón», como decía San Agustín (Sermón 38).

 

21Miércoles

Años impares

1 Tesalonicenses 2,9-23: Una obsesión: proclamar el Evangelio de Dios. Esto es lo que hizo San Pablo y los fieles se lo agradecieron con una gran acogida. La actitud de San Pablo es siempre modélica. Esto mismo es un aliciente a la aceptación de su doctrina evangélica. San Gregorio Magno escribe:

«Cuando descubrís algo de provecho, procuráis atraer a los demás. Tenéis, pues, que desear que otros os acompañen por los caminos del Señor. Si vais al foro o a los baños y topáis con alguno que se encuentra desocupado, le instáis a que os acompañe. Aplicad a lo espiritual esa costumbre terrena, y cuando vayáis a Dios no lo hagáis solos (Homilías sobre el Evangelio 6,6).

–El Salmo 138, como ya hemos dicho, es un canto a la omnisciencia de Dios y también a su omnipresencia: «Señor, Tú me sondeas y me conoces. ¿A dónde iré lejos de tu aliento, a dónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás Tú, si me acuesto en el abismo, allí me agarrará tu derecha... Ni la tiniebla es oscura para Ti y la noche es clara como el día».

Tengamos confianza plena en Dios. Estemos siempre conscientemente en la presencia de Dios.

Años pares

1 Tesalonicenses 3,6-10.16-18: El que no trabaje que no coma. La ociosidad es enemiga del alma. San Pablo es ejemplo también en el trabajo. El trabajo no es solamente una necesidad, es también un valor que, dentro de su orden, debe responder a exigencias precisas. Si el hombre quiere tomar parte, como hijo de Dios, en la edificación del Reino, debe contribuir a la humanización de la tierra y a la transformación de las relaciones entre los hombres, entre todos los hombres. La doctrina social de la Iglesia es muy explícita y precisa en el valor del trabajo. Esto no quita para que los fieles contribuyan a las realizaciones del ministerio por el que se dedican los pastores al bien de las almas, cosa que no podrían hacer en una disponibilidad permanente si estuvieran dedicados a trabajos diferentes del ministerio.

–Con el Salmo 127 decimos: «Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien».

Mateo 23,27-32: Siguen las maldiciones. Son las últimas. Son duras y provocan la ruptura entre el Señor y los jefes religiosos de los judíos. Comenta San Agustín:

«Si nos mantenemos en el buen camino no llamamos padres a quienes dieron muerte a los profetas, sino a quienes fueron muertos por los padres de ellos. Porque si uno puede degenerar por las costumbres, de idéntica manera, puede llamarse hijos por ellas. Así, a nosotros se nos llamó hijos de Abrahán... Si Abrahán fue justo por creer, todos los que después de él imitaron la fe de Abrahán se hicieron hijos de él...

«“Vosotros dais testimonio a vosotros mismos de que sois hijos de quienes dieron muerte a los profetas, puesto que los llamáis padres vuestros. También vosotros colmaréis la medida de vuestros padres”. Esto último es una profecía de lo que ellos mismos harían con el propio Jesucristo y más tarde con sus discípulos. Fueron peores que sus padres. Cristo vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. La Luz brilló en las tinieblas, pero éstas la rechazaron. También a nosotros nos puede suceder lo mismo» (Sermón 305, A,3ss).

21Jueves

Años impares

1 Tesalonicenses 3,7-13: Sobre todo amor. Goza San Pablo por las noticias que ha recibido de ellos. Quiere volver a verlos. De momento les exhorta a que crezcan en el amor, para ser santos e irreprochables, como el mismo Pablo ama a todos. San Juan Crisóstomo enseña:

«Amar a una persona y mostrar indiferencia a otras es característico del afecto puramente humano; pero San Pablo nos dice que nuestro amor no debe tener ninguna restricción... Ser irreprochables ante Dios. En esto consiste propiamente el mérito real de la virtud, y no simplemente en ser irreprochables delante de los hombres... Sí, lo repetiré: es la caridad, es el amor quien nos hace irreprochables» (Homilía sobre I Tes.).

–Con el Salmo 89 proclamamos: «Sácianos de tu misericordia y estaremos alegres, Señor... Baje a nosotros la bendición del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos». El amor de Dios a los hombres es muy superior a lo que podemos figurarnos, incluso teniendo presente lo que dice San Juan en el Evangelio que ‘‘tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Unigénito’’ (3,1). Oigamos a San Juan Crisóstomo:

«Hasta te serviré, porque vine a servir y no a ser servido. Yo soy amigo, y miembro, y Cabeza y hermano y hermana y madre; todo lo soy y solo quiero contigo intimidad. Yo, pobre por ti, mendigo por ti, crucificado por ti, sepultado por ti; en el cielo por ti ante Dios Padre; y en la tierra soy legado suyo ante ti, Todo lo eres para Mí, hermano y coheredero. ¿Qué más quieres?» (Homilía 76 sobre San Mateo).

Años pares

1 Corintios 1,1-9: Enriquecidos por Cristo. Agradece San Pablo las gracias inefables con que han sido enriquecidos los fieles de Corinto. San Juan Crisóstomo comenta:

«Un médico no trata del mismo modo al paciente al inicio de la enfermedad y cuando está convaleciente, un maestro no usa el mismo método con los niños y con los que requieren una enseñanza más elevada. Así actúa el Apóstol: escribe según las necesidades y según el tiempo» (Homilía sobre la Carta a los Romanos 5,3).

Y sigue diciendo el mismo autor:

«La llama el Apóstol Iglesia de Dios para designar que la unidad es el carácter esencial y necesario. La Iglesia de Dios es una en los miembros y no forma más que una Iglesia con todas las comunidades extendidas en el universo, porque la palabra Iglesia no es la designación del cisma, sino de la unidad, de la armonía, de la concordia...

«No hay verdadera paz, como no hay verdadera gracia, sino las que vienen de Dios. Poned esta paz divina y no tendréis nada que temer, aunque fuerais amenazados por los mayores peligros, ya sea por los hombres, ya sea incluso por los mismos demonios. Al contrario, para el hombre que está en guerra con Dios por el pecado, mirad cómo todo le da miedo» (Homilía sobre I Cor 4,2).

–Con el Salmo 144 proclamamos: «Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi Rey... Día tras día te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás. Grande es el Señor y merece toda alabanza, es incalculable su grandeza. Una generación pondera tus obras a la otra y le cuenta tus hazañas; alaban ellos la gloria de tu majestad, y yo repito tus maravillas. Encarecen ellos tus temibles proezas, y yo narro tus grandes acciones; difunden la memoria de tu inmensa bondad y aclaman tus victorias».

Todo cuanto digamos en su honor es poco, pues las gracias y dones que nos ha otorgado son innumerables y mucho más estimables que las otorgadas al pueblo de Israel, como lo manifiestan sin cesar los escritos de los Santos Padres y el Magisterio de la Iglesia.

Mateo 24,42-51: Estad preparados. Cristo exhorta con varias parábolas a la vigilancia y a la perseverancia en la fidelidad. San Juan Crisóstomo insiste mucho en ello al explicar este lugar en el Comentario del Evangelio de San Mateo:

«Insiste todavía más y repite por qué ha afirmado que ni los ángeles ni Él mismo conocen el día ni la hora del fin del mundo, sino sólo el Padre, porque no les convenía a los apóstoles saberlo. Introduce el ejemplo del padre de familia, es decir, de Él mismo, y de sus fieles servidores, los apóstoles, para exhortarles a la vigilancia, a fin de que, esperando la recompensa, distribuyan a sus compañeros, a su tiempo, el alimento de la doctrina... Esto mismo se lo enseña para que sepan que el Señor vendrá en el  momento menos pensado y para exhortar a los administradores a la vigilancia y a la solicitud»...

 

21Viernes

Años impares

1 Tesalonicenses 4,1-8: Dios quiere de nosotros una vida sagrada. Somos templos vivos de Dios. No podemos profanarlo. La pureza no es solamente cuestión de voluntad, sino también signo de que el hombre ha sido santificado en lo más profundo de su ser por la presencia del Espíritu Santo. Escribe San Juan Crisóstomo:

«Una tierra buena hace algo más que devolver el grano que le ha sido confiado; así también el alma no debe limitarse a cumplir lo que está mandado, sino ir más lejos... Dos condiciones configuran la virtud: evitar el mal y hacer el bien. Huir del mal no completa la virtud, sino que es el principio del camino que conduce a ella. Es necesario añadir un celo ardiente por el bien... Estos crímenes que comentamos no quedarán ni mucho menos impunes, El deleite que nos producen causa menos encantos que dolores traerán consigo los sufrimientos con que serán castigados» (Homilía sobre I Tes.).

La llamada universal a la santidad ha sido una doctrina enseñada por la Iglesia en todos los tiempos. Son bien expresivos los testimonios de los Santos Padres, de San Francisco de Sales y de San José-maría Escrivá, y sobre todo del Concilio Vaticano II. Enseña Casiano:

«El fin último de nuestro camino es el Reino de Dios; pero nuestro blanco, nuestro objetivo inmediato es la pureza de corazón. Sin ella es imposible alcanzar ese fin» (Colaciones 1,4).

–El Salmo 96 es un himno a la realeza de Dios que viene. Puede decirse que toda la historia bíblica gira alrededor de la venida del Señor, preconizada en las venidas parciales, que anuncian la gran venida en los últimos tiempos: «El Señor ama al que aborrece el mal, protege la vida de sus fieles y los libra de los malvados. Amanece la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón». Por eso se invita a los justos a alegrarse con el Señor.

Años pares

1 Corintios 1,17-25: Predicación de Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los griegos, pero sabiduría para los creyentes. Oigamos a San Agustín:

«La sabiduría de este mundo es necedad ante Dios. No tenemos, pues, un corazón como el vuestro. Reciba la cruz de Cristo, póngala en la frente, donde está el asiento del pudor; allí precisamente donde antes se nota el rubor; póngala allí para no avergonzarse de ella... Lo necio de Dios es más sabio que la sabiduría de los hombres» (Sermón174,3).

Y San Teodoro Estudita:

«¡Oh don preciosísimo de la Cruz! ¡Qué aspecto tiene  más esplendoroso!... Es un árbol que engendra la vida, sin ocasionar la muerte; que ilumina sin producir sombras; que introduce en el paraíso, sin expulsar a nadie de él; es un madero al que Cristo subió, como rey que monta en su cuadriga, para derrotar al diablo que detentaba el poder de la muerte, y librar al género humano de la esclavitud a que la tenía sometido el diablo. Este madero, en el que el Señor, cual valiente luchador en el combate, fue herido en sus divinas manos, pies y costado, curó las huellas del pecado y las heridas que el pernicioso dragón había infligido a nuestra naturaleza... Aquella suprema sabiduría, que, por así decir, floreció en la cruz, puso de manifiesto la jactancia y la arrogante estupidez de la sabiduría mundana» (Sermón en la Adoración de la Santa Cruz).

–El Salmo 32 nos muestra que los proyectos del Señor subsisten siempre, contra todo criterio meramente humano. Así manifiesta su misericordia que llena toda la tierra. Por eso «los justos aclaman al Señor, que merece la alabanza de los buenos, dan gracias al Señor con cítaras y tocan en su honor el arpa de diez cuerdas... La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales. Él ama la justicia y el derecho. Deshace los planes de los malvados y frustra sus proyectos». Todo esto nos debe mover a poner en Dios toda nuestra confianza.

Mateo 25,1-13: Llega el Señor, salid a recibirlo. La parábola de las diez vírgenes es muy aleccionadora. El tiempo de la vida presente ha de ser un tiempo de espera del Señor. Hemos de estar siempre en vela esperándolo y bien preparados. San Agustín expone con frecuencia este pasaje evangélico en sus sermones:

«Estas cinco y cinco vírgenes son la totalidad de las almas de los cristianos. Pero cinco prudentes y cinco necias. Toda alma que vive en un cuerpo se asocia al número cinco, porque se sirve de los cincos sentidos. Fueron y entraron las cinco prudentes. ¡Cuán muchos sois, hermanos míos, en el nombre de Cristo! Hállense entre vosotros las cinco vírgenes prudentes. Vendrá, en efecto, la hora; vendrá y en el momento que desconocemos. Vendrá a media noche, estad en vela... Si, pues, hemos de dormir, ¿cómo estaremos en vela? Vela con el corazón, con la fe, con la esperanza, con la caridad, con las obras. Y una vez que te hayas dormido en el cuerpo, ya llegará el momento de levantarte. Cuando te hayas levantado, prepara las lámparas. Que no se te apaguen entonces, que ardan con el aceite interior de la conciencia..., entonces te introducirá el Esposo en la Casa en la que nunca duermes, en la que tu lámpara nunca puede apagarse. Hoy, en cambio, nos fatigamos y nuestras lámparas fluctúan en medio de vientos y tentaciones de este mundo. Pero arda con vigor nuestra llama para que el viento de la tentación más bien acreciente el fuego que no lo apague» (Sermón 93).

21Sábado

Años impares

1 Tesalonicenses 4,9-11: Dios mismo nos enseña a amarnos. La caridad viene de Dios. No es solo benevolencia, sino una verdadera comunión, creada por la participación de una misma vida. Por eso es fraternidad. El cristiano se purifica progresivamente del pecado y así se deja invadir más y más por la vida divina. San Clemente Romano escribe:

«La altura a la que nos eleva la caridad es inenarrable. La caridad nos une con Dios, la caridad cubre la muchedumbre de pecados, la caridad todo lo soporta, la caridad es paciente. Nada hay vil en la caridad, nada soberbio... En la caridad se perfeccionaron todos los elegidos de Dios. Sin la caridad nada es agradable a Dios» (Carta a los Corintios I,49).

–Con el Salmo 97 proclamamos que en la concordia y la paz de todos brota la alabanza divina, pues todo nos viene del Señor: «El Señor llega para regir la tierra con rectitud. Cantemos al Señor un cántico nuevo porque hace maravillas; su diestra le ha dado la victoria; retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan; aplaudan los ríos, aclamen los montes. El Señor rige el orbe con justicia y los pueblos con rectitud». De Él aprendemos todos y así todos viviremos en la paz, que es uno de los mejores  bienes de los pueblos.

San Pablo decía a los Filipenses: «La paz de Dios que sobrepuja todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros sentidos en Jesucristo» (4,7). La paz del cristiano es de orden interior, conocimiento de las propias miserias y de las propias virtudes, respeto a los demás y una confianza plena en el Señor.

Años pares

1 Corintios 1,26-31: Dios ha escogido lo débil del mundo. Dios llama a todos, a sabios e ignorantes, a vivos y a pobres, a gente distinguida y a gente sencilla..., porque lo que Él da no está sujeto a la riqueza, a la sabiduría humana ni a la aristocracia. Está por encima de todo eso. Este es el nuevo orden de cosas que trajo el Señor a la tierra, los más grandes son aquellos que más sirven, los más elevados son aquellos que más se abajan por amor a Dios y al prójimo. Comenta San Agustín:

«¿Quieres ser grande? Comienza por hacerte pequeño. ¿Piensas construir un edificio de colosal altura? Dedícate primero al cimiento bajo. Y cuanto más elevado sea el edificio que quieres levantar, tanto más honda debes preparar su base... Los edificios antes de llegar a las alturas se han de humillar. El remate se levanta airoso después de la humillación» (Sermón 142).

San Juan Crisóstomo exclama:

«¡Qué hermoso es el orden que el Apóstol pone en su lenguaje! Dios nos ha hecho sabios sacándonos del error; después justos y santos comunicándonos su espíritu» (Homilía sobre I Cor)

–El Salmo 32 nos muestra la misma doctrina: Es dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad. Es dichosa la nación no porque tiene riquezas y poder, sino porque su Dios es el Señor. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia. Es la enseñanza de San Juan Crisóstomo:

«Porque la soberbia fue la raíz y la fuente de la maldad humana, contra ella pone el Señor la humildad, como firme cimiento, porque una vez colocada ésta debajo, todas las demás virtudes se edificarán con solidez, pero si ésta no sirve de base, se destruye cuanto se levante por bueno que sea» (Homilía 15 sobre San Mateo).

Mateo 25,14-30: La fidelidad para entrar en el Reino. La parábola sobre los talentos exhorta a una postura activa y generosa en toda la vida. San Juan Crisóstomo comenta:

«Este hombre, padre de familia, es Cristo, sin ninguna duda. Él, al ascender victorioso al Padre después de su resurrección, llamó a los apóstoles y les confió la doctrina evangélica, dando a uno más y a otro menos, no por liberalidad o parsimonia, sino según las fuerzas de los que recibían, como dice también el Apóstol que había alimentado con leche a los no podían tomar alimento sólido. Por eso acoge con la misma alegría al que había transformado en diez los cinco talentos que al que había transformado los dos en cuatro, no considerando la magnitud de la ganancia sino la intención de su esfuerzo... Lo que había dicho para excusarse, se vuelve contra él mismo.

«Es llamado servidor malo porque acusa, sin razón, a su señor; perezoso porque no quiso duplicar el talento, de modo que por un lado se le condena por su indolencia y por el otro, por su negligencia... La palabra divina, que debería haber sido dada a los banqueros y negociantes, es decir, ya sea a los otros doctores –que es lo que hicieron los apóstoles consagrando presbíteros y obispos en cada provincia– o a todos los creyentes que hubieran podido duplicar el dinero y devolverlo con interés ejecutando con obras todo lo que habían aprendido con palabras...» (Comentario al Evangelio de Mateo25,14-15.26-28).

 

 

 

 

 

Semana 22

Domingos: Ciclo A - Ciclo B - Ciclo C

Entre semana: Lunes - Martes - Miércoles - Jueves - Viernes - Sábado

Domingo

Entrada: «Piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día; porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan» (Sal 85,3.5).

Colecta: «Dios todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves» (del Misal anterior, y antes del Gelasiano y Gregoriano).

Ofertorio: «Esta ofrenda, Señor, nos atraiga siempre tu bendición salvadora, para que se cumpla por tu poder lo que celebramos en estos misterios» (del Misal anterior, y antes del Gelasiano y Gregoriano).

Comunión: «¡Qué bondad tan grande, Señor, reservas para tus fieles» (Sal 30,20); o bien: «Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “los hijos de Dios”» (Mt 5,9-10).

Postcomunión: «Saciados con el pan del cielo, te pedimos, Señor, que el amor con que nos alimentas fortalezca nuestros corazones y nos mueva a servirte en nuestros hermanos».

 

22 CICLO A

Cristo anuncia su Pasión. Figura de ella fue el profeta Jeremías, con las contradicciones que tuvo que pasar. También nosotros tenemos que sufrir y ese sacrificio hemos de ofrecerlo juntamente con el de Cristo, reactualizado sacramental-mente en la Misa, como una «hostia viva, santa y agradable a Dios».

En la cruz debe morir permanentemente nuestro hombre viejo y renovarse constantemente en Cristo. La urgencia y la teología vivenciada de la cruz de Cristo es siempre un imperativo insoslayable de nuestra vocación de cristianos. Es la garantía evangélica de nuestra incorporación a Cristo.

Jeremías 20,7-9: La palabra del Señor se volvió oprobio para mí. Entre los profetas mesiánicos, Jeremías fue un símbolo viviente de la contradicción entre los designios de Dios y las posturas pseudo-religiosas e irresponsables de los hombres. Como una figura del misterio de Cristo, signo de contradicción (Lc 2,34).

San Jerónimo expone el sentido espiritual de los serafines que rodeaban el trono alto y sublime y del que con un carbón ardiente toca la boca del profeta Isaías. Y comenta, sobre otro pasaje de Jeremías:

«Parecido a esto es aquello de Jeremías: “Toma de mi mano esta copa de vino espumoso y hazla beber a todas las naciones  a las que yo te envíe; beberán hasta vomitar, enloquecerán y caerán ante la espada que voy a soltar entre ellas” (Jer 25,15-16). Al oír esto el profeta, no se negó ni dijo a ejemplo de Moisés: “¡Por favor, Señor! No soy digno. Busca a otro a quien enviar” (Gen 2,24), sino que como amaba a su pueblo, y creía que, si bebían la copa, serían exterminadas y caerían las naciones enemigas, tomó de buena gana la copa de vino espumoso, sin saber que entre todas las naciones también iba incluida Jerusalén.

«...Respecto a esta profecía, y aunque el orden está alterado en la mayoría de los códices, escucha lo que dice en otro pasaje: “Me has seducido, Señor, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido; me he convertido en irrisión y en objeto de burla todo el día” (Jer 20,7). El profeta tiene conciencia de la presencia divina en su vida. Esta presencia lo envuelve completamente. El fuego es una imagen muy apta para indicar la acción: quema, purifica, ilumina y calienta. La palabra de Dios es un impulso irresistible. Quien tiene la experiencia de Dios y de su Palabra no puede guardarla para sí. Tiene que transmitirla, hacerla fructificar y salvar a los hombres por ella, aunque los hombres, como sucedió con Jeremías, no quieran atender y se vuelvan contra el que la anuncia» (Carta 18,A,15, a Dámaso).

–Con el Salmo 62 proclamamos: «Mi alma está sedienta de Ti..., mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin vida... Tu gracia vale más que la vida... Mi alma está unida a Ti y tu diestra me sostiene. Por eso canto con júbilo... Te alabarán mis labios».

Romanos 12,1-2: Ofreceos vosotros mismos como sacrificio vivo. Un culto de propiciación es bueno, pero puede tener el peligro de ser utilitarístico. El culto cristiano es ante todo acción de gracias a Dios por todo cuanto hemos recibido de Él. Ha de ser también una respuesta de fe a través del empeño de una vida correspondiente. Ofrenda de cuanto tenemos y somos. Es también una súplica, pues nosotros y todos los hombres tenemos muchas necesidades temporales y eternas. San Juan Crisóstomo comenta:

«¿Cómo, dices, puede ser el cuerpo sacrificio? Que tu ojo no mira nada malo, y se hace sacrificio; no hable tu lengua nada torpe y se hace oblación; que tu mano no haga nada inicuo y se convierte en holocausto. Mas no bastan estas cosas; también es necesario que hagamos buenas obras, que tu mano dé limosnas, que tu boca bendiga a los que te injurian, que tus oídos escuchen asiduamente la predicación. La hostia no tiene mancha, la hostia es primicia. Que nosotros ofrezcamos así a Dios las manos, los pies, la boca y todos los otros miembros como primicias. Esa hostia agrada a Dios, no la de los judíos que era inmunda... Aquellos ofrecían muerto lo que era sacrificado; en nuestro caso, lo que se sacrifica se hace viviente. Cuando mortificamos nuestros miembros, entonces podemos vivir. Esta ley del sacrificio es ciertamente nueva» (Comentario a la Carta a los Romanos 20,1).

Mateo 16,21-27: El que quiere venirse conmigo que se niegue a sí mismo. La vida y la enseñanza de Cristo nos induce al «radicalismo». No podemos contemporizar con los bienes y criterios de este mundo. Hay que sentirse solidarios con las exigencias de un cristianismo total. El genuino cristiano es siempre un hombre conscientemente crucificado con Cristo en medio de los hombres. En esto consiste su sacerdocio y su sacrificio cristiforme. San Juan Crisóstomo dice:

«“Tome su cruz”. Lo uno se sigue de lo otro. No pensemos que la negación de nosotros mismos ha de llegar solo a las palabras, injurias y agravios. No. El Señor nos señala hasta dónde hemos de negarnos a nosotros mismos: hasta la muerte y la muerte más ignominiosa... “Y sígame”. Cabe padecer y, sin embargo, no seguir al Señor, cuando no se padece por causa suya... Que todo se haga y se sufra por seguirle; que todo se soporte por amor suyo; que juntamente con el sufrimiento se practiquen las otras virtudes» (Homilía 55,2 sobre San Mateo).

 

22 CICLO B

Observar la ley sin glosas. Esto es lo que nos enseñan las lecturas primera y tercera y la segunda explica que el verdadero culto se ha de manifestar en las obras de caridad y en no contaminarse con el mundo.

El ser humano, propenso siempre a la supervaloración de lo externo y socialmente cotizable en su vida y en su conducta, fácilmente se inclina el formalismo religioso. Se ha de insistir en la interiorización de los cultos religiosos, pues la trascendencia de la fe cristiana y del Evangelio radica, fundamentalmente, en la transformación interior del hombre según el diseño y la gracia santificadora del Corazón de Jesucristo.

Deuteronomio 4,1-2.6-8: No añadáis nada a lo que os mando y así cumpliréis los preceptos del Señor. Ya la Antigua Alianza, fruto de la iniciativa salvífica de Dios, supuso y exigía un compromiso de fidelidad personal y colectivo, suficiente para condicionar la vida del pueblo de Dios. Revelación del amor de Dios, la ley es también revelación y don de sabiduría. La posterior tradición bíblica sapiencial mantuvo este concepto: la sabiduría divina se manifestará a Israel en el don divino de la ley (Prov 1,7; 9,10). Sabiduría práctica y vivida que difunde existencialmente en la vida del fiel la visión que Dios mismo tiene de la historia y del destino del hombre. La Sabiduría de Dios se proyecta sobre los otros pueblos, con unión universalística de la salvación.

–El Salmo 14 nos ayuda a meditar la lectura anterior: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda? El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia, el que no hace mal a su prójimo... Este es el que cumple con la ley del Señor».

Santiago 1,17-18.21.23-27: Llevad la palabra a la práctica. La fe cristiana es un don de Dios; sus exigencias son siempre de iniciativa divina. La única postura coherente por parte del hombre elegido e iluminado es la de convertirse, de hecho y por sus obras, en una nueva criatura. Comenta San Agustín:

«El bienaventurado Apóstol Santiago amonesta a los oyentes asiduos de la Palabra de Dios, diciéndole: “Sed cumplidores de la palabra y no solo oyentes, engañándoos contra vosotros mismos” (Sant 1,22). A vosotros mismos os engañáis, no al autor de la palabra ni al ministro de la misma. Partiendo de una frase que da la fuente misma de la Verdad a través de la veracísima boca del Apóstol; también yo me atrevo a exhortaros, y mientras os exhorto a vosotros, pongo la mirada en mi mismo. Pierde el tiempo predicando exteriormente la palabra de Dios, quien no es oyente  de ella en su interior. Quienes predicamos la palabra de Dios a los pueblos no estamos tan alejados de la condición humana y de la reflexión apoyada en la fe que no advirtamos nuestros peligros.

«Pero nos consuela el que donde está nuestro peligro por causa del ministerio, allí tenemos la ayuda de vuestras oraciones... Debéis orar y levantar a quienes obligáis a ponerse en peligro... Yo que tan frecuentemente os hablo por mandato de mi señor y hermano, vuestro obispo, y porque vosotros me lo pedís, solo disfruto verdaderamente cuando escucho, no cuando predico. Entonces mi gozo carece de temor, pues tal placer no lleva consigo la hinchazón. No hay lugar para temer el precipicio de la soberbia, allí donde está la piedra sólida de la verdad» (Sermón 179,1-2).

Marcos 7,1-8.14-15.21-23: Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres. Sustituir la fe por ritos convencionales, aun legítimos, la moral por una ética convencional humana, la santidad por una mera educación sociopolítica... es tan antievangélico como lo fuera en tiempo de Cristo el farisaísmo judáico. ¡Una suplantación real de la Voluntad divina en nuestra vida!

La observancia de la pureza legal se sobreponía con rigorismo a la más general y benigna ley mosaica. Los signos externos religiosos son buenos si manifiestan la religiosidad interior del corazón. Cristo no cree en un moralismo que mira superficialmente a algunos resultados sin pasar a través del corazón del hombre para transformarlo radicalmente. A esto tiende todo el mensaje evangélico.

 En el cristianismo, toda religiosidad no avalada por una auténtica formación de la conciencia personal degenera normal-mente en farisaísmo, en pietismo subjetivo irresponsable. Esto es lo que condenó el Señor en su tiempo y se hace en nuestros días por el magisterio constante de la Iglesia. Seamos consecuentes con nuestra participación en las acciones litúrgicas, que exigen una voluntad decidida de fe vivida, de caridad afectiva y efectiva, de verdadera santidad en toda nuestra vida.

 

22 CICLO C

Lección de humildad dada por Jesús en el Evangelio. A ella corresponde también la lectura primera, tomada del libro del Eclesiástico. En la segunda lectura se nos enseña que la vida cristiana supera la del Antiguo Testamento.

La humildad en espíritu y en verdad, para el cristiano, no es solo una instancia moral o ética, sino el fundamento teológico, que hace posible en nuestras vidas la alianza salvadora, nos abre plenamente al misterio de Cristo y nos torna receptivos de las iniciativas y de las gracias divinas. Ante Dios no tenemos otro derecho que el de nuestra propia indigencia y nuestra humilde disponibilidad para recibir el perdón, el amor y la gracia que gratuitamente Dios nos ofrece.

Eclesiástico 3,19-21.30-31: Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios. Frente a toda presunción humana, la modestia de vida y de pensamiento, la «pobreza de espíritu» (Mt 5,3), o la negación de uno mismo (Mt 16,14), son siempre caminos que conducen a la salvación y evidencian el poder amoroso del Señor sobre sus elegidos.

La humildad consiste en la conciencia del puesto que ocupamos frente a Dios y frente a los hombres, y en la sabia moderación de nuestros deseos de gloria. Nada tiene que ver la humildad con la timidez, la pusilanimidad o la mediocridad. La humildad está en ver y manifestar todo lo bueno que hay en nosotros, en lo natural y en lo sobrenatural, como perteneciente a Dios, como don de Dios y, por lo mismo, a Él debemos agradecerlo. San Gregorio Magno escribe:

«Dígase, pues, a los humildes, que al par que ellos se abajan, aumentan su semejanza con Dios; y dígase a los soberbios que, al par que ellos se engríen, descienden, en imitación del ángel apóstata» (Regla Pastoral 3,18).

Y San Juan Crisóstomo:

«La humildad no debe estar tanto en las palabras cuanto en la mente; debemos estar convencidos en nuestro interior de que somos nada y que nada valemos» (Comentario a Ef 4).

–El Salmo 67 nos ofrece material para meditar según la lectura anterior: «Has preparado, Señor, tu casa a los desvalidos... Padre de huérfanos, protector de viudas... Libera a los cautivos y los enriquece... Su rebaño habitó en la tierra que la bondad de Dios preparó a los pobres».

Hebreos 12,18-19.22-24: Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo. La salvación temporal en la Antigua Alianza se realizó bajo el signo de una impresionante teofanía. En cambio, la salvación definitiva nos ha llegado por el camino de la humildad, la sencillez y la amorosa mansedumbre del Verbo encarnado, para redimirnos de nuestros engreimientos y soberbias. San León Magno expone:

«Lo mismo que no se puede negar que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14), así tampoco puede negarse que “Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo” (2 Cor 5,19). Sin embargo, ¿qué reconciliación podrá darse, por la que Dios intercediera por el género humano, si el Mediador entre Dios y los hombres no asumiera sobre Sí la culpa de todos. Pero, ¿cómo cumpliría Cristo su realidad de Mediador si Él, que es igual al Padre en su condición divina, no participa, en su condición de siervo, de nuestra naturaleza?

«Así, mediante un solo hombre nuevo se lograría la renovación del hombre viejo y el vínculo de la muerte, contraído por la prevaricación de uno solo, se saldaría con la muerte del único que nada debió a la muerte (cf. Rom 5,15). Pues la efusión de la sangre del justo por los pecadores fue tan poderosa en orden a la exculpación del hombre y tan alto su valor, que si la universalidad de los cautivos creyera en su Redentor, no mantendrían ninguna atadura que les esclavizase, porque, como dice el Apóstol, “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Rom 5,20); y dado que, habiendo nacido bajo el dominio del pecado, han recibido la fuerza para renacer a la justicia, el don de la libertad se ha hecho más fuerte que la deuda de la esclavitud» (Carta 124,3).

Lucas 14,1.7-14: Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido. Todo el Evangelio es permanente teología de la humildad, como lección primordial del Corazón de Jesucristo y como actitud exigida a las almas que realmente quieren seguirle. San Gregorio Magno comenta:

«Así como por el temor subimos a la piedad, por la piedad somos llevados a la ciencia, por la ciencia subimos a robustecernos con la fortaleza, por la fortaleza ascendemos al consejo, por el consejo nos adelantamos al entendimiento y por el entendimiento llegamos hasta la madurez de la sabiduría, por siete gradas llegamos a la puerta por la que se nos abre la entrada a la vida espiritual. Y se dice bien que había un zaguán delante de ella, porque quien primeramente no tuviera humildad no sube las gradas de estos dones espirituales... En este valle de lágrimas ha dispuesto en su corazón las gradas para subir al lugar santo (Sal  83,6-7). El valle es, en efecto, un lugar humilde y todo pecador que de corazón se aflige y llora humildemente, progresa subiendo de virtud en virtud» (Homilía 7 sobre Ezequiel 7-8).

22Lunes

Años impares

1 Tesalonicenses 4,13-17: Morir en Cristo para reinar en Cristo. Muchos están preocupados por el momento de la segunda venida de Cristo: ¿Salvación? ¿Condenación? Todos hemos de participar en la gloria de Cristo si hemos participado en su muerte y resurrección. San Juan Crisóstomo enseña:

«Afligirse en exceso por la muerte de los amigos es actuar como un hombre al que no anima la esperanza cristiana. Y, de hecho,  quien no tiene fe en la resurrección y mira la muerte como un aniquilamiento total, tiene razón en llorar, lamentarse y gemir por sus gentes, aniquiladas para siempre. Pero vosotros, cristianos, que creéis en la resurrección, que vivís y morís en la esperanza, ¿por qué os lamentáis con exceso?» (Homilía sobre I Tes.).

La idea de San Pablo es que los difuntos no solo estarán en un reino maravilloso, sino que compartirán el Reino con el Señor. Cristo ha asumido la condición humilde y mortal de los hombres y a cambio de esto dará a los resucitados su gloria y la participación de su señorío. Es lo que manifiestan elocuentemente las fórmulas paulinas: «si padecemos con Él seremos con Él glorificados».

–El Salmo 95 nos ofrece temas para la reflexión espiritual con respecto a la lectura anterior: «El Señor llega a regir la tierra, cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra. Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones. Porque grande es el Señor, y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo. Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena, vitoreen los campos y cuanto hay en ellos. Aclamen los árboles del bosque delante del Señor que ya llega, ya llega a regir la tierra: regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad».

Años pares

1 Corintios 2,1-5: Anuncio de Cristo crucificado. Es el tema de la predicación paulina. San Pablo ha llegado al conocimiento y al amor de la Cruz de Cristo, después de largos años de incomprensión en el judaísmo. Como sus contemporáneos judíos, no podía ni imaginar un Mesías crucificado. Escribe Orígenes:

«Y es así que la palabra de los que a los comienzos predicaron la religión cristiana, y trabajaron en la fundación de las Iglesia de Dios y, por tanto, su enseñanza tuvo ciertamente fuerza persuasiva, pero no como la que se estila en los que profesan la sabiduría de Platón o de cualquier otro filósofo, hombres al cabo y que nada tienen fuera de la naturaleza humana. La demostración, empero, de los apóstoles de Jesús era dada por Dios y tomaba su fuerza persuasiva del espíritu y del poder (1 Cor 2,4). Así se explica que su palabra corriera rápida y agudísimamente (Sal 147,4) o, por mejor decir, la palabra de Dios, que por su medio convertía a muchos que pecaban por natural tendencia y por costumbre; a los que nadie, ni a fuerza de castigos, hubiera hecho mudar de vida, los cambió la palabra viva, formándolos y moldeándolos a su talante» (Contra Celso 3,68).

Es lo mismo que afirma San Pablo: «no me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado».

–Con esta ciencia de la Cruz, San Pablo hace suya, y nosotros también, la doctrina de esos versos del Salmo 118: «¡Cuánto amo tu voluntad, Señor! Todo el día la estoy meditando. Tu mandato me hace más sabio que mis enemigos, siempre me acompaña. Soy más docto que todos mis maestros, más sagaz que los ancianos... no me aparto de tus mandamientos, porque Tú me has instruido».

Lucas 4,15-30: Evangelización de los pobres. Lectura en la sinagoga de Nazaret del pasaje de Isaías 58,6; 61,1-2. Comenta San Ambrosio:

«Ve aquí la Trinidad perfecta y coeterna. La escritura nos afirma que Jesús es Dios y hombre, perfecto en lo uno y en lo otro; también nos habla del Padre y del Espíritu Santo. Pues el Espíritu Santo nos ha sido mostrado cooperando, cuando en la apariencia corporal de una paloma descendió sobre Cristo en el momento en el que el Hijo de Dios era bautizado en el río y el Padre habló desde el cielo. ¿Qué testimonio podemos encontrar más grande que el de Él mismo, que afirma haber hablado en los profetas? El fue ungido con un óleo espiritual y una fuerza celestial, a fin de inundar la pobreza de la naturaleza humana con el tesoro eterno de su resurrección, de eliminar la cautividad del alma, iluminar la ceguera espiritual, proclamar el año del Señor, que se extiende sobre los tiempos sin fin y no conoce las jornadas del trabajo, sino que concede a los hombres frutos y descanso continuos. Él se ha entregado a todas las tareas, incluso no ha desdeñado el oficio de lector, mientras que nosotros, impíos, contemplamos su cuerpo y rehusamos creer en su divinidad que se deduce de sus milagros» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. IV,45).

22Martes

Años impares

1 Tesalonicenses 5,1-6.9-11: Murió por nosotros, para que vivamos por Él. No sabemos el día ni la hora de su segunda venida. Por eso hay que velar y estar alerta en el tiempo presente. Explica San Juan Crisóstomo:

«La embriaguez de que habla aquí el Apóstol no es solamente la que resulta del vino, sino la que resulta del pecado. La riqueza, la ambición, la codicia y todo su cortejo de pasiones, esto es lo que causa la borrachera del alma. Pero, ¿por qué se da al pecado el nombre de sueño? Porque el esclavo del pecado se encuentra sin energía, sin acción para las obras de virtud. Sumergido en las ilusiones y el encanto delirante del mal, sus obras no tienen nada de real, nada de sólido; se limita a correr tras unos fantasmas» (Homilía sobre I Tes. 4,2).

–Con el Salmo 26 decimos muy adecuadamente: «Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida... El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la Casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo. Espero gozar de la dicha del Señor».

Quien recibe el bautismo puede decir con toda verdad: «El Señor es mi Luz y mi salvación y la defensa de mi vida; el bautizado es conciudadano de los Santos y familiar de Dios» (Ef 2,19). Pertenece a la Iglesia y puede ofrecer a Dios, juntamente con Cristo, el sacrificio más agradable a Dios, que es la sagrada Eucaristía. La fe ayuda a la Iglesia a reconocer el rostro de Cristo en la Escritura, en las celebraciones litúrgicas, en los pobres y perseguidos y luego en la visión beatífica.

 

Años pares

1 Corintios 2,10-16: Solo el hombre espiritual puede captar lo que es propio del Espíritu. Comenta San Agustín:

«El Espíritu de Dios es el Espíritu de caridad, mientras que el espíritu de este mundo es soberbio e ingrato para Dios» (Sermón283,3).

El Espíritu de Dios proporciona el pensamiento y el vocabulario que permiten hablar de Dios como conviene. El Espíritu de Dios en el corazón del cristiano es la facilidad que da para juzgar todas las cosas desde un punto más elevado, pero hace falta aún una seria voluntad de humildad y de apertura a Dios para ser capaz de acceder a ello. San Juan Crisóstomo lo expone adecuadamente en su Homilía sobre este pasaje paulino:

«El que ve claro, ve todo, incluso al que no ve; en cambio, el que no ve no puede ver lo que hace referencia al que ve claro. Nosotros, los cristianos, comprendemos nuestra condición y la situación de los infieles; los infieles, sin embargo, no entienden la nuestra. Nosotros sabemos como ellos y mejor que ellos cuál es la naturaleza de las cosas presentes; los infieles no conocerán sino un día las excelencias de las cosas futuras, mientras que nosotros vemos desde ahora los sufrimientos de los malvados y las coronas destinadas a los buenos».

–Por eso cantamos jubilosos con el Salmo 144: «El Señor es justo en todos sus caminos. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas... Es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. Su reinado es un reinado perpetuo y su gobierno va de edad en edad». Toda la grandeza de Dios, su majestad inconmensurable está al servicio de su bondad. Esto debe llenarnos de alegría y de generosidad para corresponder a Él con gran amor.

Lucas 4,31-37: Cristo es el Santo de Dios. Hasta los demonios lo reconocen. San Ambrosio comenta:

«¿Quién es el que en la sinagoga estaba poseído de un espíritu inmundo? ¿No es el pueblo judío? Como atrapado por los anillos de una serpiente y cogido por las redes del diablo, manchaba su pretendida pureza corporal por las inmundicias interiores del alma. Con razón había en la sinagoga un hombre poseído del espíritu inmundo, porque había perdido el Espíritu Santo. El diablo había entrado en el lugar de donde había salido Cristo. Al mismo tiempo se nos muestra que la naturaleza del diablo no es mala y que sus obras son inicuas: pues el que en virtud de su naturaleza superior reconocía como Señor, por sus obras lo reniega.

«Esto significa la malicia y depravación de los judíos, que ha esparcido por este pueblo una tan gran ceguera y tan gran raquitismo espiritual, que niega lo que los mismo demonios reconocían. ¡Oh herencia de discípulos peores que el maestro! Él tienta al Señor con la palabra, estos con los hechos; él dice: Échate, ellos intentan precipitarlo. No obstante estas cosas, desde un punto de vista más profundo, debemos entender aquí la salud del alma y del cuerpo...» (Tratado sobre San Lucas lib. IV,61-62).

22Miércoles

Años impares

Colosenses 1,1-8: El mensaje de la verdad ha llegado al mundo entero. San Pablo agradece a Dios la fe, el amor y la esperanza de los colosenses. El Apóstol exalta la esperanza de lo que Dios les tiene reservado en el cielo. Cristo nos anuncia en cada página del Evangelio un mensaje de esperanza; más aún, Él mismo es nuestra esperanza. El objeto de la esperanza es la herencia incorruptible (1 Pe 1,4). Oigamos a San Basilio:

«El único motivo que te queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en Cristo» (Homilía 20 sobre la humildad).

Dice San León Magno:

«El pueblo cristiano es invitado a gozar de las riquezas del paraíso, y a todos los regenerados les ha quedado abierto el regreso a la patria perdida, a no ser que ellos mismos se cierren aquel camino que puede ser abierto por la fe de un ladrón» (Sermón 15 sobre la Pasión).

San Cirilo de Jerusalén enseña:

«La esperanza del premio conforta al alma para realizar las buenas obras» (Catequesis 48,18).

–A esta esperanza nos lleva el Salmo 51: «Confío en tu misericordia por siempre jamás... Te daré siempre gracias, porque has actuado. La obra de Dios en el universo, en la redención y en la santificación de las almas debe llenarnos de confianza en Él. Junto a Dios tenemos seguridad en todo. La inseguridad nace cuando se debilita la fe. Recordemos a San Pedro andando sobre el agua... «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada...? En todo esto vencemos por aquel que nos amó. Ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios» (Rom 8,31ss).

Años pares

1 Corintios 3,1-9: Colaborar con Dios en el apostolado. Divisiones entre los corintios por su apego a las cosa de aquí abajo. Los predicadores son los siervos y colaboradores de Dios. No actúan en su propio nombre; hablan porque han sido llamados y porque tendrán que rendir cuentas a Dios. San Juan Crisóstomo advierte:

«El mal comportamiento es un obstáculo para conocer la verdad. Lo mismo que un hombre obcecado en el error no puede perseverar largo tiempo en el camino recto, también es muy difícil que quien vive mal acepte el yugo de nuestros sublimes misterios. Para abrazar la verdad hay que estar desprendido de todas las pasiones... Esta libertad del alma ha de ser completa, para alcanzar la verdad» (Homilía sobre I Cor 3,5).

Es muy lamentable que por dejarnos  llevar de principios humanos permanezcamos aún en una fase de embotamiento. Esto es lo que hace que no acojamos al predicador en todo lo que él es, por antipatías humanas, con lo cual se crean divisiones en la Iglesia. No estamos preparados para tomar los alimentos sólidos de que habla el Apóstol.

–Con el Salmo 32 proclamamos: «Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad... Él modeló cada corazón y comprende todas sus acciones... Nosotros aguardamos al Señor, Él es nuestro auxilio y escudo, con Él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos». A nosotros nos ha confiado el Señor la misión de realizar su palabra. Hemos conocido el plan de Dios como un bien inmenso, por eso hemos de difundirlo por doquier con todos los medios puestos a nuestro alcance, especialmente con la oración, el sacrificio, las obras buenas y nuestro ejemplo, si no podemos comunicarlo con nuestra palabra. Todo lo esperamos de Él.

Lucas 4,38-44: Tiene la misión de proclamar la buena nueva en todas partes. Cristo nos da ejemplo de la misión universal de su mensaje. Todos los hombres están llamados a formar parte del Pueblo de Dios, que ha de extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos. Comenta San Ambrosio:

«Tal vez, en esta mujer, suegra de Simón estaba figurada nuestra carne, enferma con diversas fiebres de pecados y que ardía en transportamientos desmesurados de diversas codicias... Nuestra fiebre es la lujuria, nuestra fiebre es la cólera; que, aunque sean vicios de la carne hacen penetrar su fuego  en los huesos, afectan al espíritu, al alma y a los sentidos» (Comentario a San Lucas 4,63).

Para esto envió Dios a su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, para que sea Maestro, Rey y Sacerdote de todo, Cabeza del pueblo nuevo y universal de los hijos de Dios. Para esto envió Dios el Espíritu de su Hijo, Señor y vivificador, quien es para toda la Iglesia y para todos y cada uno de los creyentes el principio de su asociación y unidad en la doctrina de los apóstoles, en la mutua unión, en la fracción del pan y en la oraciones. Todo esto debe llevarnos a una íntima comunión con Cristo y su mensaje.

22Jueves

Años impares

Colosenses 1,9-14: Salidos de las tinieblas e introducidos en el Reino de la Luz. Progreso espiritual incesante en la luz en que estamos. Es un don de Dios que hemos de agradecer. Comenta San Juan Crisóstomo:

«Como en las carreras del hipódromo se redoblan los gritos de ánimo para el jinete conforme se va acercando al término de la carrera, así el Apóstol estimula con toda su energía a los fieles más avanzados en la perfección... Además del propio don con que nos gratifica, nos da también la virtud necesaria para recibirlo... Dios no solo nos ha honrado haciéndonos partícipes de la herencia, sino que nos ha hecho dignos de poseerla. Es doble, pues, el honor que recibimos de Dios: primero, el puesto, y segundo, el mérito de desempeñarlo bien» (Homilía sobre la Carta a los Colosenses).

–Con el Salmo 97 cantamos las maravillas del Señor que nos ha introducido en el Reino de la Luz: «Revela su justicia a todas las naciones... Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios sobre el pecado, el demonio, la esclavitud, las tinieblas. Por eso invitamos a toda la tierra a que aclame al Señor, lo vitoree y lo aplauda. Es un gran gozo el que nos invade por la Luz esplendorosa en que nos encontramos. Decimos con el salmista: «Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos; con clarines y al son de trompetas aclamad al Rey y Señor».

Años pares

1 Corintios 3,18-23:  Todo para vosotros, pero vosotros para Cristo y Cristo para Dios. No podemos gloriarnos en nosotros mismos, pues la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios. Dice Casiano:

«Esforcémonos también nosotros en subir, con la gracia de una caridad indisoluble, a este tercer grado de los hijos, que miran como suyo lo que es de su Padre; merezcamos recibir la imagen y semejanza de nuestro Padre celestial. Imitando al Hijo verdadero, podemos decir también: Todo lo que el Padre tiene es mío (Jn 16,15). De lo que se hizo eco el bienaventurado San Pablo al decir: Todas las cosas son vuestras, ya sea Pablo o Apolo o Cefas, sea el mundo, o la vida o la muerte, el presente o el futuro, todo es vuestro» (1 Cor 3,22)» (Colaciones 11,7).

–El Salmo 23 expresa las condiciones para intimar con Dios en el templo o fuera de él: «¿Quien puede entrar en el recinto sagrado... El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos. Este es el que recibirá la bendición del Señor y le hará justicia». La Iglesia, pueblo de Dios, es la tierra que pertenece a Cristo y le ha dado un fundamento sólido de vida sobrenatural. Es el auténtico monte santo, en el que confluyen todos los pueblos de la tierra.

Lucas 5,1-11: Dejarlo todo por seguir a Cristo. Ser pescadores de hombres es participar en el apostolado de Cristo y en la expansión de la Buena Nueva. Comenta San Jerónimo:

«Quiénes son estos que deben cantar el cántico nuevo lo dicen las palabras que siguen: Los que descendéis, dice, hasta el mar. Jesús viendo a los apóstoles en la orilla remendando sus redes junto al mar de Genesaret, los envió a alta mar (Lc 5,4), para hacerlos, de pescadores de peces, pescadores de hombres. Ellos predicaron el Evangelio hasta el Ilírico y España, dominando también, en breve tiempo, el poder inmenso de la ciudad de Roma. Ciertamente, descendieron al mar y lo traspasaron, soportando las tormentas y las persecuciones de este mundo. También las islas y sus habitantes, la diversidad de las gentes y la multitud de las Iglesias» (Comentario sobre el profeta Isaías 42,11).

22Viernes

Años impares

Colosenses 1,15-20: Todo fue creado por Él y para Él. Himno a Cristo, primogénito de toda criatura. Es la cabeza de la Iglesia. Comenta San Agustín:

«Fue entregado a la afrenta, a la flagelación y a la muerte, y con el ejemplo de su pasión nos enseñó cuánta paciencia requiere el caminar con Él. A su vez, con el ejemplo de su resurrección nos afianzó en aquello que debemos esperar de Él mediante la paciencia... Somos el Cuerpo de aquella Cabeza, en la que se ha realizado ya el objeto de nuestra esperanza. De Él se ha dicho que es la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia, el primogénito, el que tiene la primacía (Col 1,18)... Y, dado que antes de resucitar nuestra Cabeza recibió el tormento de la flagelación, afianzó también nuestra paciencia... No decaigamos ante el azote, para gozarnos en la resurrección... Aunque no haya llegado la plenitud de nuestro gozo, no por eso nos ha dejado ahora sin gozo alguno, puesto que estamos salvados en esperanza» (Sermón 157,3-4).

–Con el Salmo 99 decimos: «Entrad en la presencia del Señor con vítores». Esto es lo que hemos de hacer al considerar que en Cristo reside toda la plenitud y que nos reconcilió por su sangre en la cruz. Por eso aclamamos al Señor en toda la tierra, le servimos con alegría, entramos con vítores en su presencia. Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño, le damos gracias y bendecimos su nombre. El Señor es bueno, su misericordia es eterna y su fidelidad por todas las edades». Si todo esto es integrado en nuestra vida, sabremos que el servicio del Dios vivo es la suprema alegría y felicidad; más aún, que la alegría es una forma de servicio: un medio por el cual podemos ser sacrificios vivientes de acción de gracias.

Años pares

1 Corintios 4,1-5: El Señor pondrá al descubierto los designios del corazón. Los apóstoles han de ser fieles a su misión. Hemos de dar cuenta al Señor. Comenta San Agustín:

«Ver el corazón es propio de Dios; propio del hombre no es más que juzgar las cosas externas. “No juzguéis, pues, antes de tiempo”. ¿Qué significa antes de tiempo? Lo dice a continuación: “Hasta que venga el Señor e ilumine lo que se oculta en las tinieblas”. ¿De qué está hablando? Escucha lo que sigue: “Y manifestará los pensamientos del corazón” (1 Cor 4,5). Esto es iluminar lo que se oculta en las tinieblas: manifestar los pensamientos del corazón. Ahora nuestros pensamientos son luminosos para nosotros mismos, para cada uno en particular; mas para nuestros prójimos están en las tinieblas, puesto que no los ven. Allí también Él ha de conocer lo que tú sabes que estás pensando. ¿Por qué temes? Ahora quieres ocultar tus pensamientos, tienes miedo a que se conozcan, quizá en alguna ocasión piensas algo malo, quizá algo torpe o algo vanidoso; allí no pensarás nada que no sea bueno, honesto, verdadero, puro, sincero. Pero esto cuando estés allí. Como ahora quieres que se vea tu rostro, así querrás entonces que se vea tu conciencia» (Sermón 243,5).

–Con el Salmo 36 proclamamos: «El Señor es el que salva a los justos». Confiemos en el Señor. Él será nuestro juez, hagamos el bien, practiquemos la lealtad, que el Señor será nuestra delicia y Él nos dará lo que pide nuestro corazón. No temamos, encomendemos nuestro camino al Señor, confiemos en Él y Él actuará, hagamos su justicia, es decir, cumplamos sus mandamientos y Él nos presentará radiantes. Apartémonos del mal y hagamos el bien. El Señor ama la justicia. En realidad el justo verdadero es solo Cristo. Nosotros hemos de seguirlo, imitarlo, siguiendo en todo sus enseñanzas. Así no temeremos que se vea nuestra conciencia. Pero, además, Él es infinitamente misericordioso.

Lucas 5,33-39: Solo ayunarán en los días ausentes de Cristo. Es lo que hizo la primitiva Iglesia en los días anteriores a la Pascua, es decir, el Viernes y Sábado Santos. Luego se fue alargando más, hasta llegar a la Cuaresma en el siglo IV. Escribe San Ambrosio:

«¿Qué días son estos en que nos será arrebatado Cristo, siendo así que Él ha dicho: “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos” (Mt 28,30) y : “Yo no os dejaré huérfanos” (Jn 14,18). Pues es cierto que si Él nos abandonase no podríamos ser salvados. Nada puede arrebatarte a Cristo si tú no quieres. Que no te lo arrebate ni tu vanidad, ni tu presunción, ni presumas de la ley; pues no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores... Los hijos del Esposo, es decir, los hijos del Verbo, elevados por la regeneración del bautismo a la condición de la naturaleza divina, mientras el Esposo estuviera con ellos no podían ayunar.

«Ciertamente no se trata de una prohibición del ayuno con el cual se mortifica la carne y se debilita la sensualidad; pues este ayuno nos lo recomienda Dios. ¿Cómo había de prohibir el Señor el ayuno  a sus discípulos, cuando Él mismo ayunaba y cuando les decía que los malísimos espíritus no podían ser superados sino con la oración y el ayuno? (Mt 17,20). También en este lugar llamó al ayuno vestido viejo, que el Apóstol ha estimado se ha de desechar (Gal 3,9.10), para revestirnos el que ha sido renovado por la santificación del Bautismo» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. V, 20.23).

22Sábado

Años impares

Colosenses 1,21-23: Reconciliados por Cristo, podemos presentarnos ante Dios santos y sin mancha. Por sí mismo el hombre es incapaz de reconciliarse con Dios, al que ha ofendido con su pecado. La acción de Dios es aquí primera y decisiva. Él no dejó nunca de amarnos y por eso envió a su Hijo para reconciliarnos. El misterio de nuestra reconciliación empalma con el de la Cruz y del gran amor con hemos sido amados (Ef 2,4).

Toda la obra de la salvación está ya realizada por parte de Dios, pero se continúa aplicando a los hombres hasta la parusía final. San Pablo define su misión apostólica como el ministerio de la reconciliación (2 Cor 5,18). Pero hemos de tener presentes que la acción divina no ejerce su eficacia sino para los que están dispuestos a aceptarla por la fe. Por eso dice San Pablo: «Os suplicamos en nombre de Cristo: dejaos reconciliar con Dios» (2 Cor 5,20).

–Con el Salmo 53 decimos: «Ved que Dios es mi auxilio» Le suplicamos ardientemente dentro de nuestra propia miseria: «Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder, oh Dios, escucha mi súplica, atiende a mis palabras». Vemos que el Señor nos escucha y vemos su actuación: «Pero el Señor es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida». Le ofrecemos el sacrificio de acción de gracias. El Señor nos ha reconciliado.

Años pares

1 Corintios 4,6-15: Penalidades del Apóstol en la predicación del Evangelio. La vida del apóstol se desarrolla en el seno de las paradojas: aporta la bendición del Evangelio al precio de las maldiciones de que es objeto; anuncia la consolación y sufre la calumnia; inicia la verdadera sabiduría y se hace tratar de loco. Es la lección saludable de la cruz de Cristo. San Juan Crisóstomo explica:

«El tiempo que ha precedido al bautismo era un tiempo de entrenamiento y de ejercicios, donde las caídas encontraban su perdón. A partir de hoy, la arena está abierta para vosotros, el combate tiene lugar, estáis bajo la mirada pública, y no solo los hombres, también el pueblo de los ángeles contemplan vuestros combates. Pablo grita en su Carta a los Corintios: “Nosotros hemos sido presentados como espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres ”(1 Cor 4,9). Los ángeles nos contemplan y el Señor de los ángeles es el que preside el combate. Para nosotros es no solo un honor, sino también una seguridad. Cuando, en efecto, aquel que ha entregado su vida por nosotros es juez de estos asaltos, ¿qué honor y qué seguridad no es para nosotros?» (Ocho Catequesis bautismales 3,8),

–El Salmo 144 proclama: «Cerca está el Señor de los que lo invocan». A pesar de las dificultades el Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones... satisface el deseo de sus fieles, escucha sus gritos y los salva. El Señor guarda a los que lo aman, pero destruye a los malvados. En todo momento hemos de alabar al Señor, Él nos libra de nuestros opresores. Pasan los perseguidores y la Iglesia sigue pujante. La victoria es de nuestro Dios y de Nuestro Señor Jesucristo.

Lucas 6,1-5: El Hijo del Hombre es también Señor del sábado. Esto es una manifestación de su divinidad, tantas veces proclamada en los evangelios, con sus palabras, con sus obras y con su propia vida. San Ambrosio escribe:

«No solo por la ternura de sus palabras, sino por la misma práctica y por el ejemplo de sus actos, el Señor Jesús comenzó a despojar al hombre de la observancia de la Ley antigua y a revestirlo del vestido nuevo de la gracia. Así lo conduce ya en día de sábado por los sembrados, es decir, que lo aplica a obras fructuosas. ¿Qué quiere decir sábado, mies, espigas? No se trata de un misterio sin importancia. El campo es todo el mundo presente; la mies del campo es, por la semilla del género humano, la cosecha abundante de los santos; las espigas del campo, los frutos de la Iglesia, que los apóstoles remueven por su actividad, nutriéndose y alimentándose de nuestros progresos. Se levantaba ya la mies fecunda de virtudes, con muchas espigas, a las cuales son comparados los frutos de nuestros méritos...

«En adelante, sobre la Ley está la doctrina de Cristo, que no destruye la Ley, sino que la cumple, pues ni siquiera destruye el sábado. Si el sábado ha sido hecho para el hombre, y la utilidad del hombre pedía que el hombre hambriento, que hacía tiempo había sido privado de los frutos de la tierra, evitase el ayuno del hambre antigua, cierto no hay destrucción de la Ley, sino su cumplimiento» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. V,28-29.34).

 

 

 

Semana 23

Domingos: Ciclo A - Ciclo B - Ciclo C

Entre semana
: Lunes - Martes - Miércoles - Jueves - Viernes - Sábado

Domingo

Entrada: «Señor, tú eres justo, tus mandamientos son rectos. Trata con misericordia a tu siervo» (Salmo 118,137.124). Somos hijos de Dios. Él mira con bondad a los que ama por Cristo en quien creemos.

Colecta (del Gelasiano y del Gregoriano): «Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor de padre, y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna».

Ofertorio (del Veronense): «¡Oh Dios!, fuente de la paz y del amor sincero, concédenos glorificarte por estas ofrendas y unirnos fielmente a ti por la participación en esta eucaristía».

Comunión: «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 41,2-3); o bien: «Yo soy la luz del mundo –dice el Señor–. El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).

Postcomunión (Oración inspirada en el Misal de París de 1738): «Con tu palabra, Señor, y con tu pan del cielo, alimentas y vivificas a tus fieles; concédenos que estos dones de tu Hijo nos aprovechen de tal modo que merezcamos participar siempre de su vida divina».

 

23 CICLO A

La corrección fraterna es una gran forma de caridad, a esto alude también la lectura primera, tomada del profeta Ezequiel. San Pablo nos exhorta a observar la ley suprema del amor.

El misterio de la Iglesia de Cristo, en cuanto comunidad fraterna, impone a todos sus miembros actitudes de celo apostólico por la salvación de todos los hombres, ya que se alimenta de la Eucaristía, sacramento de unidad y de amor. El amor a Cristo nos lleva al amor a los hermanos y viceversa.

Ezequiel 3,7-9: Si no hablas al malvado te pediré cuenta de su sangre. Testigo del amor de Dios, el creyente debe ayudar también a su hermano en su reconciliación con el Padre. Escribe San Gregorio Magno:

«Mas es de notar por cuán contumaz es tenido aquel cuya contumacia tan frecuentemente se repite. Luego el pecador debe ser reprendido y jamás temido; debería, sí, ser temido el hombre, si él mismo, en cuanto hombre, temiera al autor de todo; pero quien no usa de la razón  para temer a Dios, tanto menos debe ser temido en nada cuanto él es menor en lo que debe ser... Hay que mirar atentamente y con cuidado lo que el Señor dice al profeta: que primero oiga sus palabras y que después hable. Oímos las palabras de Dios si las cumplimos; y entonces las hablamos rectamente a los prójimos cuando primero las hubiéremos cumplido nosotros» (Homilías sobre Ezequiel1,10).

–El Salmo 94 nos ayuda a meditar la lectura anterior: «Ojalá escuchéis hoy su voz. No endurezcáis vuestro corazón». La voz del Señor es la corrección fraterna que hemos de recibir con alegría, plena disponibilidad y agradecimiento.

Romanos 13,8-10: La plenitud de la Ley es el amor. La trascendencia de la caridad evangélica es tal que hace al cristiano responsable de la gloria de Dios y de la salvación de los hermanos por encima de cualquier otra urgencia religiosa o legalista. Comenta San Agustín:

«Solo la caridad distingue a los hijos de Dios de los del diablo. Sígnense todos con la señal de la Cruz de Cristo; respondan todos: Amén; canten todos: Aleluya; bautícense todos, frecuenten la iglesia, apíñense en las basílicas. No se distinguirán los hijos de Dios de los del diablo, si no es por la caridad. Los que tienen caridad nacieron de Dios; los que no la tienen no nacieron de Él. Gran distintivo y señal. Ten todo lo que quieras, si te falta solo la caridad, de nada te aprovecha todo lo que tengas. Si no tienes otras cosas, ten ésta, y cumplirás la Ley. “Quien ama a su prójimo cumple la Ley”, dice el Apóstol. Y también: “El pleno cumplimiento de la Ley es la caridad”(Rom 13,8.10)» (Exposición de la Carta a los Romanos 5,7).

Mateo 18,15-20: Si te hace caso has salvado a tu hermano. La búsqueda evangélica de la persona humana, para salvarla y redimirla, fue la clave de la misión personal del Corazón de Jesucristo y su entrega amorosa. Así comenta este pasaje San Agustín:

«Debemos reprender con amor; no con deseo de dañar, sino con afán de corregir. Si fuéramos así, cumpliríamos con exactitud lo que hoy se nos ha aconsejado... ¿Por qué le corriges? ¿Porque te duele el que haya pecado contra ti? En ningún modo. Si lo haces por amor propio nada haces. Si lo haces por amor hacia él, obras excelentemente. Considera en las mismas palabras por amor de quien debes  hacerlo, si por el tuyo o por el de él... Hazlo por él, para ganarlo a él. Si haciéndolo ganas, no haciéndolo pierdes... Que nadie desprecie el pecado contra el hermano... Precisamente porque todos hemos sido hechos miembros de Cristo. ¿Cómo no vas a pecar contra Cristo, si pecas contra un miembro de Cristo?» (Sermón 82).

En medio del mundo nos espera la responsabilidad de hacer el bien, venciendo el mal con sobreabundancia de amor. Procuremos la salvación de todos.

 

 

23 CICLO B

La muchedumbre se admira de los milagros de Jesús. Ya Isaías profetizó las maravillas que haría el Mesías (lecturas primera y tercera). Santiago exalta las atenciones hechas a los pobres (segunda lectura). Frente a las miserias y los derrotismos humanos, el Corazón de Jesucristo es siempre la garantía de nuestra vida y la prueba permanente de que el Padre nos ama.

Isaías 35,4-7: Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará. En los días mesiánicos la cercanía bienhechora de Dios se manifestará en la rehabilitación de los indigentes: abriendo los oídos a los sordos y devolviendo la palabra a los mudos. Esto se realiza espiritualmente en el rito del Bautismo. San Jerónimo enseña:

«La causa de la seguridad y de la constancia es que Cristo vendrá, al que el Padre entregó todo juicio (Jn 5,22), y dará a cada uno según sus obras... Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y los sordos oirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo y quedará suelta la lengua de los mudos. Lo cual, aunque se cumplió en la grandeza de los signos cuando el Señor hablaba a los discípulos de Juan, que le fueron enviados (Lc 7,22), también se cumple entre las gentes cuando los que antes eran ciegos y con su lengua lanzaban piedras, miran la Luz de la Verdad. Y los que, con sus oídos sordos, no podían oír las palabras de la Escritura, se alegran ahora ante los mandatos de Dios. Cuando, los que antes eran cojos y no andaban por camino recto, saltan como los ciervos, imitando a sus doctores, y se suelta la lengua de los mudos, cuya boca había cerrado Satanás, para que no pudieran confesar al solo Señor.

«Por tanto, se abrirán los ojos, oirán los oídos, saltarán los cojos y se soltará la lengua de los mudos, porque han brotado con fuerza las aguas del bautismo y los torrentes y ríos en la soledad, es decir, las abundantes gracias espirituales» (Comentario sobre el profeta Isaías35,3-6).

–Con el Salmo 145 alabamos al Señor que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, libera a los cautivos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan, ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda... Con gran gozo espiritual gritamos: «El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión (Iglesia, alma cristiana), de edad en edad».

Santiago 2,1-5: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos herederos del Reino?  La verdadera humildad religiosa, basada en la conciencia de la propia indigencia, constituye para el auténtico creyente el mejor aval de su esperanzado optimismo ante el Padre y de su amor real a todos los hermanos.

Se puede afirmar que el tema de la pobreza bíblica atraviesa todo el Nuevo Testamento. Es como el fondo de la predicación evangélica. Recordemos la escena en la sinagoga de Nazaret, cuando el Señor leyó el pasaje de Isaías: «... me ha enviado para evangelizar a los pobres...» (Lc 4,18). San Agustín escribe a San Jerónimo:

«Pienso que en cuanto a la acepción de personas, no se ha de considerar pecado leve pensar que se tiene la fe de nuestro Señor Jesucristo y aplicar a los honores eclesiásticos aquella diferencia entre sentarse y quedarse de pie. ¿Quién puede comprender que se elija a un rico para una sede de honor en la iglesia en detrimento de un pobre más instruido y más santo? Pues, si se trata de las asambleas corrientes, ¿quién no peca –si es que se peca– juzgando dentro de sí mismo que uno es tanto mejor cuanto es considerado más rico? Eso parece indicar el pasaje de Santiago 2,4» (Carta 132,18).

Marcos 7,31-37: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos. La apertura humilde a la voz del Padre y el derecho a la oración o al diálogo filial con Él son, en nosotros, dones divinos, recibidos de Dios a través de su Hijo Redentor y Mediador. San Gregorio Magno dice:

«Oímos las palabras de Dios si las cumplimos; y entonces las hablamos rectamente a los prójimos, cuando primero las hubiéremos cumplido nosotros. Cosa que confirma bien el Evangelista San Marcos cuando narra el milagro obrado por Cristo, diciendo: “presentáronle un hombre sordomudo, suplicándole que pusiera sobre él su mano” e indica el orden de esta curación cuando añade: “le metió los dedos en las orejas y con la saliva le tocó la lengua” (Mc 7,32-33). ¿Qué se significa por los dedos del Redentor, sino los dones del Espíritu Santo?... Pero, ¿qué significa el tocar con saliva la lengua de él? La lengua de nuestro Redentor es para nosotros la sabiduría de la palabra de Dios que  hemos recibido. En efecto, la saliva fluye de la cabeza a la boca; y así, aquella sabiduría que es Él mismo, al tocar nuestra lengua, en seguida la dispone para predicar» (Homilías sobre Ezequiel 1,10).

 

23 CICLO C

Renunciar a todo para seguir a Cristo. Por eso hemos de buscar las intenciones de Dios sobre nosotros, de este modo podemos organizar nuestra vida, para corresponder a lo que Dios exige de nosotros (lecturas primera y tercera). En la segunda lectura vemos el cariño y la comprensión con respecto a un esclavo que se había fugado.

Se nos invita en este Domingo a una meditación profunda sobre el sentido de nuestra existencia en medio del mundo y sobre la necesidad de alcanzar la maduración necesaria para vivir permanentemente nuestra fidelidad a Cristo en medio de las criaturas.

Sabiduría 9,13-19: ¿Quién comprende lo que Dios quiere? Los planes de Dios sobre nuestra vida no siempre son coincidentes con nuestros planes y proyectos humanos. La fidelidad filial a la Voluntad de Dios sólo es posible en la medida en que, con humildad y en la oración, el hombre abre su conciencia al Señor para buscar y seguir su beneplácito. San Agustín escribe:

«El alma entregada a los placeres temporales, continuamente se abrasa en deseos que no puede saciar y, henchida de múltiples y ruinosos pensamientos, no le dejan contemplar el simple bien; tal es aquella de la cual se dice: “el cuerpo corruptible embaraza el alma y la morada terrena abate la razón, que piensa muchas cosas” (Sab 9,15). Este alma, por el acceso y el receso de los bienes temporales, desde el tiempo del trigo,  del vino y del óleo, de tal modo se halla acrecentada y repleta de innumerables imaginaciones, que no puede poner por obra lo preceptuado: “sentid el bien del Señor y buscadle con sencillez de corazón” (Sab 1,1). Esta multiplicidad se opone con vehemencia a aquella sencillez y, por tanto, el varón fiel, habiendo abandonado a estos, que en realidad son muchos y que, sin duda, acrecentados por los bienes temporales, dicen: ¿Quién nos mostrará los bienes? Los que no debe buscarse fuera con los ojos de la carne, sino dentro, con la sencillez de corazón» (Comentario al Salmo 4,9).

–Por eso, en el Salmo 89 cantamos al Señor «que ha sido nuestro refugio de generación en generación» y le pedimos que nos enseñe a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato, que baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos.

Filemón 9-10.12-17: Recíbelo no como esclavo, sino como un hermano querido. La renuncia al propio egoísmo por amor a Dios es también clave de nuestro amor fraterno..., de nuestro perdón, y de nuestra convivencia caritativa con los hombres, que son hermanos nuestros.

La actitud de San Pablo con respecto a Filemón es un cierto modo de ejercer la autoridad en cualquier aspecto que se mire. Como apóstol podía mandar, ordenar, prescribir; sin  embargo, prefiere persuadir apelando a los sentimientos de fraternidad y de amistad que deben animar a todo cristiano. Es cierto, en el ejercicio de la autoridad hay que tener en cuenta el derecho y el amor que se manifiesta en la persuasión. Si se descuida el derecho se hace mal al individuo y a la sociedad; si se deja el amor también. No se oponen estas dos actitudes. Dios es justísimo y, al mismo tiempo, sumamente misericordioso.

Lucas 14,25-33: El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser mis discípulo. El Evangelio impone y reclama la negación de sí mismo y el control del propio corazón para mantener la fidelidad a la Voluntad de Dios y seguir realmente a Cristo, Sabiduría de Dios que nos salva (1 Cor 1,24). Comenta San Agustín:

«He aquí que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido... No dejaron grandes fortunas, puesto que eran pobres; pero se puede decir que han dejado grandes riquezas quienes han vencido todos sus deseos... Los apóstoles abandonaron todo lo que poseían... ¿Qué has dejado, oh Pedro? Una navichuela y una red... La pobreza total, es decir, el pobre de todo, tiene pocas riquezas, pero muchos deseos. Dios no se fija en lo que tienen, sino en lo que desean. Se juzga la voluntad que escruta invisiblemente el Invisible. Por tanto, todo lo dejaron, y hasta el mundo entero dejaron, puesto que cortaron todas sus esperanzas en este mundo y siguieron a quien hizo el mundo y creyeron en sus promesas. Muchos hicieron esto mismo después de ellos... No solo los plebeyos, no solo los artesanos, los pobres, los necesitados, los de la clase media, sino también muchos ricos opulentos, senadores, e incluso mujeres de la más alta alcurnia social renunciaron a todas sus cosas...» (Sermón 301,A).

Seguir a Cristo exige elecciones radicales, que excluyen todo compromiso y ha de ser objeto de una gran reflexión ponderada e iluminada por la fe y el amor. Solo así se puede explicar estar despegado de todo.

Seguir realmente a Cristo no es hacer de Él una filosofía o un conjunto de convencionalismos piadosos. Exige una renuncia permanente a todo cuanto esté en contradicción con Cristo y su Evangelio en nuestra vida cotidiana.

23Lunes

Años impares

Colosenses 1,24-2,3:  Pablo, ministro de la Iglesia, nombrado por Dios, para anunciar el misterio de la salvación. Pero esto no lo hace sin dolor, contradicciones y luchas. Todo esto es un instrumento válido para hacer crecer a la Iglesia.

La afirmación de que en Cristo «están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» se fundamenta en que Cristo –Dios hecho hombre– es la encarnación de la misma Sabiduría divina, pues la Sabiduría es uno de los nombres que se aplican en la Sagrada Escritura a la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Por eso comenta San Atanasio:

«Dios,  ya que no ha querido darse a conocer, como en tiempos anteriores, por la imagen y sombra de sabiduría que aparece en las criaturas, sino que determinó que la verdadera Sabiduría en persona se encarnara, se hiciera hombre  y sufriera muerte de cruz, para que en adelante pudieran lograr la salvación todos los fieles por la fe, que en la cruz tiene su punto de apoyo» (Sermón 2 contra los arrianos).

Y San Jerónimo comenta:

«Ese tesoro en el que están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2,3) es la Palabra de Dios, que aparece encerrada en la carne de Cristo; o la Sagrada Escritura, en la que está guardada la noticia del Salvador. Cuando alguno lo encuentra en ellas, debe despreciar todas las ganancias de este siglo para poseer a Aquel a quien encontró» (Comentario al Evangelio de San Mateo 13,44).

–«De Dios nos viene la salvación y la gloria», dice el Salmo 61. Nuestra alma descansa en Dios porque Él es nuestra esperanza. Solo Él es nuestra Roca y salvación, nuestro Alcázar, por eso no vacilaremos. Confiamos en Él, en Él desahogamos nuestro corazón, pues es nuestro refugio. Cristo es nuestro modelo. No tuvo una vida fácil, vivió austeramente, trabajó, fue incomprendido, abandonado, traicionado: vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, lo rechazaron. Murió en una cruz... Se abandonó enteramente al Padre. Este es también nuestro camino: abandono total en Dios.

 

Años pares

1 Corintios 5,1-8: Barred la levadura vieja para ser una realidad nueva: Cristo, nuestra víctima pascual ha sido inmolado. Esto significa que hemos de luchar contra la maldad y la perversidad. San Juan Crisóstomo dice:

«El tiempo presente es, pues, un día de fiesta, porque, al decir : “celebremos la fiesta”, Pablo no añade: “porque la Pascua o Pentecostés está próxima”. No, él señala que toda esta vida es un día de fiesta para los cristianos, en razón de los bienes inefables que les han sido concedidos. En efecto, cristianos, ¿qué grandes bienes no habéis recibido de Dios. Por vosotros, Jesucristo se ha hecho hombre; os ha librado de la condenación eterna, para llamaros a la posesión de su reino. Con este pensamiento, ¿podéis no estar en fiesta continua durante los días de vuestra vida terrestre? Lejos de nosotros cualquier abatimiento por la pobreza, la enfermedad o las persecuciones que nos agobian. La vida presente es, siguiendo al Apóstol, un tiempo de fiesta» (Homilía sobre I Cor 5,1-8).

–Con el Salmo 5 vemos que, no obstante las tribulaciones de este mundo, el cristiano tiene una felicidad grande en lo interior de su alma, pues tiene fe en la protección del Señor, a quien acude con gran confianza. Son bien elocuentes estas expresiones: «escucha, atiende, haz caso, a ti te suplico, te expongo mi causa». El justo tiene acceso a la intimidad con Dios, entra en el santuario divino con el humilde reconocimiento de la gran bondad de Dios. Cada día celebra la Eucaristía, que es siempre una gran fiesta; «Guíame, Señor, con tu justicia. Tú no eres un Dios que ame la maldad... que se alegren los que se acogen a Ti, con júbilo eterno protégelos, para que se llenen de gozo los que aman tu nombre». Un júbilo eterno es, o debe ser, la celebración de la sagrada Eucaristía.

Lucas 6,6-11: Estaban al acecho para ver si curaba en sábado. Los enemigos de Cristo lo espían para tener algo con qué atacarlo, pero Él los desbarata. La gloria de Dios está servida en primer lugar por su bondad para con los infelices. Liberar a un pobre de las cadenas del mal es una consecuencia que siempre hemos de sacar de la santificación del Domingo y de los días de fiesta. Oigamos a San Ambrosio:

«Con esta ocasión Cristo arguye a los judíos que, por sus falsas interpretaciones, violaban los preceptos de la Ley, juzgando que estaba prohibido en sábado realizar incluso obras buenas, ya que la Ley, prefigurando en el presente la fisonomía del futuro, prohibía las obras malas, no las buenas. Pues, si se ha de descansar de las obras de este mundo, sin embargo, no es un acto vacío de buenas obras descansar en la alabanza del Señor.

«Has oído las palabras del Señor, que dice: “Extiende la mano”. He aquí el remedio común y general. Y tú, que crees tener la mano sana, cuídate de que la avaricia y el sacrilegio no la contraigan. Extiéndela con frecuencia: extiéndela hacia ese pobre que implora; extiéndela para ayudar al prójimo, para llevar socorro a la viuda, para arrancar de la injusticia al que tienes sometido a una vejación inicua; extiéndela hacia Dios por tus pecados. Así es como se extiende la mano, así es como se cura» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. V,39-40).

23Martes

Años impares

Colosenses 2,6-15: Dios nos perdona los pecados y nos dio su vida divina por Cristo. Las falsas doctrinas pululaban también en los comienzos de la Iglesia. San Pablo sale al paso de ellas para refutarlas. Esto no es superioridad sobre los demás, sino servicio en el orden de la comprensión de las cosas y de las personas, como lo hizo el mismo Cristo. San Agustín enseña:

«Cristo significó con su resurrección nuestra nueva vida, que renacía de la antigua muerte, por la cual estábamos sumergidos en el pecado. Esto es lo que realiza en nosotros el gran sacramento del Bautismo: que todos los que reciben esta gracia mueran al pecado... y que renazcan a la nueva vida» (Enchiridion 41-42).

Y San Juan Crisóstomo:

«Los ha borrado, no tachado; pero tan bien borrados que no queda en nuestra alma ninguna traza de ellos. Los ha abolido por completo, los ha clavado en la cruz... Nosotros éramos culpables y merecedores de los castigos más rigurosos ¡pues todos nosotros estábamos en el pecado! ¿Qué hizo entonces el Hijo de Dios? Por su muerte en la cruz borra nuestras manchas y nos exime del castigo merecido por ellas. Él toma el pliego de nuestros cargos, lo clava en la cruz por medio de su persona y lo destroza» (Homilía sobre la Carta a los Colosenses 2,13-14).

–Con el Salmo 144 cantamos: «El Señor es bueno con todos. Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey, bendeciré tu nombre por siempre jamás. Día tras día te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas». Por eso deseamos que todas las criaturas den gracias al Señor, que lo bendigan sus fieles; que proclamen la gloria de su reinado, que hablen de sus hazañas. Si esto se decía en el Antiguo Testamento, ahora tenemos más razón para ello, por las inmensas maravillas que el Señor ha obrado y obra en su Iglesia.

Años pares

1 Corintios 6,1-11: Paz entre todos. Si surge un pleito, se debe proceder con moderación, y tratando de resolverlo entre cristianos. El Evangelio dignifica la ley humana, que puede ser justa. El mismo San Pablo apeló al tribunal romano: «soy ciudadano de Roma». Pero los corintios, como señala San Juan Crisóstomo, disputaban y pleiteaban entre sí. Contrariaban el Evangelio con muchas transgresiones:

«Una, no poder soportar pacientemente una injuria; otra, ser autor de una ofensa; después  buscar árbitros para este altercado; por último, usar tales procedimientos con un cristiano, su hermano en la fe» (Homilía sobre I Cor 6,7-8).

En el cristianismo la ley humana y civil puede adquirir otra dimensión, otra superación. Son muchas las veces en que la Iglesia se ha visto obligada a censurar las diversas legislaciones de los pueblos. Ella es la que determina el sentido de la ley natural. Da luego San Pablo una lista de pecados que son inadmisibles entre cristianos. Con ellos no podrán heredar el Reino de Dios. Dice San Agustín:

«Habrá, pues, un cielo nuevo y una tierra nueva que habitarán los justos, donde no habrá ningún impío, ni un malvado, ni un perverso. Quien se encuentre entre estos últimos, piense donde le gustaría habitar, mientras le queda tiempo para cambiar» (Sermón 161,3).

–El Señor ama a su pueblo. Por eso cantamos con el Salmo 149al Señor un cántico nuevo, que resuena su alabanza en la asamblea de los fieles... Él nos ha dado una ley santa para librarnos de toda la esclavitud del pecado. «Alabemos su nombre con danzas, cantémosle con tambores y cítaras. Él adorna con la victoria a los humildes. Festejemos su gloria. Cantemos jubilosos en común, con vítores a Dios en la boca. Esto es un gran honor para sus fieles».

Lucas 6,12-19: Pasó la noche en oración. Luego escogió a sus apóstoles. Es impresionante las veces que los Evangelios nos narran la oración de Jesucristo. Era un coloquio sin igual con el Padre en unión con el Espíritu Santo. Comenta San Ambrosio:

«Pasó la noche orando. Te da un ejemplo, te traza el modelo que has de imitar. ¿Qué es necesario que tú hagas por tu salvación, cuando Cristo pasa la noche en oración? ¿Qué debes hacer tú, cuando quieres realizar un deber piadoso, si Cristo, al enviar a los apóstoles, ha orado y ha orado solo? En ninguna parte encuentro, si no me equivoco, que Él haya orado con los apóstoles; siempre ora solo; pues los augurios humanos no pueden captar el plan de Dios, y nadie puede tener parte en el pensamiento íntimo de Cristo. ¿Quieres saber que no ha orado por sí, sino por mí?

«Llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos, para enviarlos, sembradores de la fe, para propagar el auxilio de la salvación de los hombres por todo el universo. Advierte al mismo tiempo el plan celestial: no son los sabios, ni los ricos, ni los nobles, sino pecadores y publicanos los que Él ha escogido para enviarlos, para que no pareciese que habían sido manejados por la habilidad, redimidos por la riqueza, atraídos por el prestigio del poder y de la nobleza; para que prevaleciese la verdad en sí misma y no el encanto del discurso. También Judas fue elegido, no por imprudencia, sino por providencia.

«¡Qué grande es la verdad, que ni siquiera la desvirtúa el ministro enemigo! ¡Qué grandeza de carácter del Señor, que ha querido más bien comprometer a nuestros ojos su juicio, que no su amor! Había aceptado la fragilidad del hombre y ni siquiera rehusó este aspecto de dicha fragilidad. Él ha querido el abandono, ha querido la traición de un apóstol, para que tú, si un compañero te abandona, si un compañero te traiciona, tomes con calma el error de tu juicio, el derroche de tu beneficio» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. V,43-45).

23Miércoles

Años impares

Colosenses 3,1-11: Hemos muerto con Cristo. Hemos resucitado con Él. Busquemos los bienes de allá arriba, donde está Cristo. No los de la tierra. Hemos sido re-novados por el bautismo. Buscamos lo absoluto, no lo de vida precaria. A esto nos induce el creer en la presencia en nuestra vida de una persona: El Espíritu de Cristo. Desde ese momento no dependemos más que de la persona de Cristo que nos da vida.

La experiencia auténtica de la fe nos invita a descubrir que no se vive por uno mismo, sino por Cristo que es nuestra vida. Comenta San Agustín:

«Si vivimos bien hemos muerto y resucitado, quien en cambio aún no ha muerto ni ha resucitado, vive mal todavía; y, si vive mal, no vive; muere para no morir. ¿Qué significa muere para no morir? Cambie para no ser condenado. Repito las palabras del Apóstol: “Si habéis resucitado con Cristo, saboread las cosas de arriba”... A quien aún no ha muerto, le digo que muera; a quien aún vive mal, le digo que cambie. Si vivía mal, pero ya no vive, ha muerto; si vive bien, ha resucitado» (Sermón 231,3ss).

–Con el Salmo 144 decimos, una vez más: «El Señor es bueno con todos. Bendigamos al Señor día tras día, alabemos su nombre por siempre jamás». Él nos ha hecho morir al hombre viejo, al pecado, y resucitar con Cristo glorioso a una vida nueva. Grande es el Señor y merece toda alabanza, es incalculable su grandeza. Nos ha llenado con sus gracias y dones. Que todas las criaturas den gracias al Señor, que lo bendigan los fieles, que proclamen la gloria de su reinado, que hablen de su hazañas. Hemos sido salvados, ¿qué mejor hazaña se podría explicar a los hombres? El reinado del Señor es un reinado perpetuo, su gobierno va de edad en edad.

Años pares

1 Corintios 7,25-31: Sentido recto del matrimonio y de la virginidad. En todo caso tener presente la fugacidad de este mundo. San Agustín predica:

«Cesen ya las fornicaciones. Sois templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros. Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. El matrimonio es cosa lícita, no busquéis más. No es tan grande el peso que se os ha impuesto. Mayor es el que pesa sobre las vírgenes. Las vírgenes renunciaron a lo que les estaba permitido para agradar más a Aquél a quien se entregaron. Ambicionemos la belleza superior del corazón... Respecto a las vírgenes, dice el Apóstol, no tengo precepto del Señor. Entonces, ¿por qué se comportan así? Pero les doy un consejo. Ellas, tan llenas de amor, a quienes parecieron viles las nupcias terrenas..., en tal grado aceptaron el precepto, que no rechazaron el consejo, para agradar más, más se embellecieron» (Sermón 161,11).

–Con el Salmo 44 decimos: «Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna, prendado está el Rey de tu belleza, póstrate ante Él que Él es tu Señor»...  El Señor ha escogido a las almas vírgenes con una vocación especial, con un amor más grande, esas almas corresponden también con mayor amor. Dejan todo por su Señor. En la aplicación de la Iglesia este Salmo es más que un Salmo mesiánico: la Iglesia lo aplica a la Virgen María y a todos aquellos que han renunciado a todo por el Reino de los cielos. Es el canto también de la Iglesia, Esposa virgen. Renuncian a todo por el Señor y le obedecen sin reserva. Así encuentran la paz, pues no están divididos en su amor. También encuentran la alegría.

Lucas 6,20-26: Bienaventuranzas y maldiciones. Un programa de vida que hemos de elegir libremente. Las bienaventuranzas no son prometidas a los pobres porque sean pobres, y las maldiciones no conciernen a los ricos por ser ricos. Jesús elogia a los primeros porque viven en dos mundos a la vez: el presente y el escatológico, y amenaza a los segundos que sólo viven en un mundo: el que arrastra al que lleva una vida confortable.

Satisfecho de lo que posee, el rico no busca la profundidad de su ser y, por otra parte, nada le invita a hacerlo. Sobreviene un cambio, como el que nosotros vivimos, y los ricos son llevados con el mundo, exteriorizando a veces su miedo, su desesperación, su odio y su rencor.

El pobre solo posee su soledad, pero si la vive con gran generosidad y entrega, esto mismo le lleva a las profundidades de la fe, en donde percibe otro mundo. Solitario dentro de este orden, él es rico de la participación en este otro orden de cuyas victorias y cuya proximidad él ya participa. Él es el revelador de este más allá que llega a través de suertes y desgracias, éxitos y fracasos, victorias y traiciones.

Con la venida de Cristo se dan virtualmente todos los bienes, puesto que en Él halla finalmente la bienaventuranza su realización; y por Él se dará el Espíritu Santo, suma de todos los bienes. Solo el que haya puesto a Cristo en el centro de su fe, puede oír sus bienaventuranzas y evitar sus maldiciones. Nos importa seguir decididamente a Cristo con toda generosidad, con gran amor y entrega total.

23Jueves

Años impares

Colosenses 3,12-17: Por encima de todo el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Todo un programa de vida cristiana. Hemos de vivir una moral que sea signo de la soberanía de Cristo sobre la humanidad. Santidad es en un aspecto separación, y en otro, consumación. Dios es el Todo Otro y al mismo tiempo se comunica a las almas. Esto en el Antiguo Testamento y más aún en el Nuevo con Cristo.

Las  fuentes más inmediatas y autorizadas en las que pueden encontrarse esas palabras son los libros del Nuevo Testamento. San Juan Crisóstomo dice que esos escritos «son maestros que no dejarán de instruirnos... Abrid estos libros. ¡Qué tesoros de remedios tan eficaces!... Solo hace falta que pongáis vuestros ojos sobre el libro, lo recorráis y retengáis bien las sabias enseñanzas que os dan. La causa de todos nuestros males viven de la ignorancia que tenemos de los libros sagrados» (Homilía sobre la Carta a los Colosenses 3,16).

–Alabamos a Dios, por los inmensos beneficios que nos ha otorgado, con el Salmo 150: «Alabamos al Señor en su templo, en su fuerte firmamento, por sus obras magníficas, por su inmensa grandeza, tocando trompetas, con arpas y cítaras, con tambores y danzas, con trompas y flautas, con platillos sonoros, con platillos vibrantes. Que todos los seres alaben al Señor». Pero hemos de considerar que la melodía más agradable a Dios es la vida cristiana con toda su perfección posible, con el ejercicio de las virtudes, de modo especial con la virtud de la caridad, del amor para con Dios y para con todos los hombres, que son hermanos nuestros y formamos la gran familia de Dios. Si así se hiciera se terminaría en el mundo toda clase de violencia.

Años pares

1 Corintios 8,1-7. 11-13: Si pecamos contra los hermanos, turbando su conciencia, pecamos contra Cristo. Procedamos sin escandalizar a nadie. Comenta San Agustín:

«¡Ojalá pudiesen pensar todos en un solo y único amor! Solo él vence todo y sin él nada vale todo lo demás, el que dondequiera que se halle atrae a todos hacia sí. Él es el que no envidia. ¿Buscas la causa? Fíjate en lo que sigue: “No se infla...” El primer vicio es la soberbia y luego la envidia... Crezca, pues, el amor en vosotros y el alma se hace sólida, porque no se infla. La ciencia, dice el Apóstol, infla... Amad, pues, la ciencia, pero anteponedle el amor. La ciencia, si está sola, infla; mas como el amor edifica, no permite que la ciencia infle» (Sermón 364,6).

–Con el Salmo 138 decimos: «Guíame, Señor, por el camino eterno. El Señor nos sondea y nos conoce..., de lejos penetra nuestros pensamientos, distingue nuestro camino y nuestro descanso, todas nuestras sendas le son familiares... Es Él quien nos ha creado. Démosle gracias, porque nos ha escogido portentosamente y sus obras son admirables». Pidámosle con fe que nos guíe por el camino eterno. En Dios vivimos, nos movemos y existimos (Hechos 17,28).

Lucas 6,27-38: Sed compasivos como lo es Dios, nuestro Padre. El amor que Cristo enseña es universal. De lo sagrado obtenemos mayor fuerza para amar con plena eficacia. San Clemente Romano exhorta:

«Seamos, pues,  humildes, hermanos, deponiendo toda jactancia, ostentación, insensatez y arrebato de ira y cumplamos lo que está escrito. Dice, en efecto, el Espíritu Santo: “No se gloríe el sabio en su sabiduría, ni el fuerte en su fuerza...” (Jer 9,23-24; 1 Cor 1,31; 2 Cor 10,7). ¿Y qué más, si tenemos presentes las palabras del Señor Jesús aquellas que habló enseñando la benignidad y la longanimidad? Dijo, en efecto, de esta manera: “compadeceos y seréis compadecidos, perdonad para que os perdonen a vosotros. De la misma manera que vosotros hiciereis, así se hará también con vosotros... Con la medida que midiereis, se os medirá a vosotros” (Lc 6,31-38)» (Carta a los Corintios 13,1-2).

23Viernes

Años impares

1 Timoteo 1,1-2.12-14: Humildad de San Pablo en reconocer su actitud anterior a su conversión. Considera que Dios tuvo compasión de él. Fue «un blasfemo, un perseguidor y un violento». Dios es nuestro único Salvador. San Juan Crisóstomo dice:

«Sufrimos muchos males, pero tenemos grandes esperanzas; estamos expuestos a peligros y asechanzas, pero tenemos un Salvador, que no es un hombre, sino Dios. A nuestro Salvador no le pueden faltar fuerzas, puesto que es Dios, y por grandes que sean los peligros, los superamos» (Homilía sobre I Tim 1,1-2).

Los relatos sobre la vocación son las páginas más impresionantes de la Sagrada Escritura. La vocación es el llamamiento que hace Dios al hombre que ha escogido para una misión especial en la historia de la salvación. El caso de San Pablo es de grandísima importancia en la historia de la Iglesia, pero sobre todo en aquellos comienzos del cristianismo.

Es increíble que el gran perseguidor de Cristo y de sus discípulos, se convirtiese en el más celoso apóstol del mismo, hasta llegar a confesar que no quiere saber otra cosa que a Cristo crucificado.

–El Salmo 15 nos ayuda a orar: «Tú eres, Señor, mi heredad... El Señor es el lote de mi heredad y mi cáliz, mi suerte está en su mano». Una vez conocida la llamada, el alma se entrega totalmente al Señor y en Él confía: «Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha». El Señor eligió a San Pablo y, como dice San Agustín: «De perseguidor se convirtió en predicador y doctor de los gentiles... Por la gracia de Dios somos liberados de nuestros pecados que nos tienen enfermos» (Sermón 278,1).

Años pares

1 Corintios 9,16-19,22-27: Me he hecho todo a todos para ganar a algunos. La libertad cristiana está al servicio de la caridad. Así lo hizo San Pablo. El aparente relativismo del apóstol en algunos problemas no es una política personal, sino el signo mismo de su misión al servicio del Señor, que le impone servir a cada uno de los hombres adaptándose a todo lo que es bueno en ellos con el fin de que todo eso se convierta en piedra de toque del Reino de Dios. Enseña San Juan Crisóstomo:

«Nada hay más frío que un cristiano que no se preocupe por la salvación de los demás... No digas: “no puedo ayudar a los demás”, pues si eres cristiano de verdad es imposible que no lo puedas hacer. Las propiedades de las cosas naturales no se pueden negar: lo mismo sucede con esto que afirmamos, pues está en la naturaleza del cristiano obrar de esta forma. No ofendas a Dios con una falsedad. Si dijeras que el sol no puede lucir, infliges una ofensa a Dios y lo haces mentiroso. Es más fácil que el sol no luzca ni caliente que no que deje de dar luz un cristiano; más fácil que esto, sería que la luz fuese tinieblas. No digas que es una cosa imposible; lo imposible es lo contrario... Si ordenamos bien nuestra conducta, todo lo demás seguirá como consecuencia natural. No puede ocultarse la luz de los cristianos, no puede ocultarse una lámpara tan brillante» (Homilía sobre los Hechos2).

–Nuestro premio es la eternidad, la morada de Dios. Por eso con el Salmo 83 decimos gozosos: «¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo... Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre... Dichosos los que encuentran en ti su fuerza, al preparar su peregrinación. Porque el Señor es sol y escudo. Él da la gracia y la gloria. El Señor no niega sus bienes a los de conducta intachable».

Lucas 6,39-42: Un ciego no puede guiar a otro ciego. Relación entre el discípulo y el maestro, entre la paja y la viga. No juzguéis y no seréis juzgados. Una manifestación de humildad es evitar el juicio negativo sobre los demás. Si nos conocemos a nosotros mismos evitaremos el juzgar a los demás. San Agustín tiene una frase genial:

«Procurad adquirir las virtudes que creéis faltan a vuestros hermanos y ya no veréis sus defectos, porque no los tendréis vosotros» (Comentario al Salmo 30).

Dios, que conoce las verdaderas raíces del actuar humano es quien verdaderamente comprende, justifica y perdona. San Bernardo dice:

«Aunque viereis algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo, sino más bien excusadle en vuestro interior. Excusad la intención si no podéis excusad la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia, o por sorpresa, o por desgracia. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla, aun entonces creedlo así y decid para vuestro interior: la tentación habrá sido muy fuerte» (Sermón 40 sobre el Cantar de los Cantares).

 

23Sábado

Años impares

1 Timoteo 1,15-17: Vino para salvar a los pecadores. San Pablo se considera el primero de ellos. Comenta San Agustín:

«Se había extraviado el hombre por su libre albedrío; vino el Dios hombre por su gracia liberadora. ¿Quieres saber lo que vale para el mal el libre albedrío? Centra tu atención en el hombre pecador. ¿Quieres saber lo que vale el auxilio del Dios hombre? Considera la gracia liberadora que hay en Él. En ningún lugar se pudo manifestar y expresar más claramente que en el primer hombre el poder real de la voluntad humana usurpada por la soberbia, para evitar el mal sin la ayuda de Dios. He aquí que pereció el primer hombre; pero, ¿dónde estaría si no hubiera venido el segundo? Porque era hombre aquél es hombre también éste... Con toda seguridad, en ningún lado aparece la benignidad de la gracia y la libertad de la omnipotencia de Dios como en el hombre mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús» (Sermón 174,2).

–Con esta consideración de nuestra liberación del pecado, cantamos al Señor, llenos de alegría, con el Salmo 112: «Bendito sea el nombre del Señor por siempre... Alabemos el nombre del Señor. Desde la salida del sol hasta el ocaso alabado sea el nombre del Señor. El Señor se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre el cielo. ¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se abaja para mirar al cielo y a la tierra? Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre». En realidad desvalidos y sentados en la basura estábamos nosotros por el pecado y nos alzó a la vida de la gracia y nos hizo coherederos suyos de la gloria.

 

Años pares

1 Corintios 10,14-22: Todos formamos el Cuerpo místico de Cristo por la gracia y nos alimentamos del Pan de la Eucaristía. Unidad en la Iglesia. Comenta San Agustín:

«Este pan que vosotros veis sobre el altar, santificado por la palabra de Dios, es el Cuerpo de Cristo. Este cáliz, mejor, lo que contiene el cáliz, santificado por la palabra de Dios, es la Sangre de Cristo. Por medio de estas cosas quiso el Señor dejarnos su Cuerpo y su Sangre, que derramó para remisión de nuestros pecados. Si lo habéis recibido dignamente, vosotros sois eso mismo que habéis recibido. Dice en efecto el Apóstol: “nosotros somos un sólo cuerpo”... En este Pan se os indica cómo habéis de amar la unidad» (Sermón227,1).

Y San Juan Crisóstomo:

«¿Qué es en realidad el Pan? El Cuerpo de Cristo. ¿Qué se hacen los que comulgan? Cuerpo de Cristo» (Homilía sobre I Cor 10,16-17).

–Con el Salmo 115, decimos, una vez más: «Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré el cáliz de la salvación invocando su nombre». En la Santa Misa damos al Señor las gracias más eficaces que podíamos dar. Necesariamente agrada al Señor, pues es la reactualización sacramental del sacrificio de Cristo en la cruz. Esto satisface plenamente al Señor. Por eso hemos de participar siempre en la celebración eucarística con toda nuestra alma.

Lucas 6,43-49: No solo en decir: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7,21). Oigamos a San Juan Crisóstomo:

«Si no me hubiera retenido el amor que os tengo, no hubiera esperado hasta mañana para marcharme. En toda ocasión yo digo al Señor: Señor, hágase tu voluntad, no lo que quiera éste o aquél, sino lo que Tú quieres que se haga. Éste es mi alcázar, ésta es mi roca inamovible, éste es mi báculo seguro. Si esto es lo que quiere Dios, que se haga. Si quiere que me quede aquí, le doy gracias. En cualquier lugar donde me mande le doy gracias también» (Homilía antes del exilio1-3).

«Esforcémonos en guardar sus mandamientos, para que su Voluntad sea nuestra alegría» (Carta de Bernabé 2).

 

 

 

 

Semana 24

Domingos: Ciclo A - Ciclo B - Ciclo C

Entre semana: Lunes - Martes - Miércoles - Jueves - Viernes - Sábado

Domingo

Entrada: «Señor, da la paz a los que esperan en ti y deja bien a tus profetas; escucha la súplica de tu siervo y la de tu pueblo Israel» (Eclo 36,18).

Colecta (del Veronense): «¡Oh Dios, creador y dueño de todas las cosas, míranos; y, para que sintamos el efecto de tu amor, concédenos servirte de todo corazón».

Ofertorio (del Misal anterior y antes del Gelasiano y Gregoriano): «Sé propicio a nuestras súplicas, Señor, y recibe con bondad las ofrendas de tus siervos, para que la oblación que ofrece cada uno en honor de tu nombre sirva para la salvación de todos».

Comunión: «¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Los humanos se acogen a la sombra de tus alas» (Sal 35,8). O bien: «El cáliz de nuestra acción de gracias nos une a todos en la sangre de Cristo; el pan que partimos nos une a todos en el cuerpo de Cristo» (1 Cor 10,16).

Postcomunión (del Misal anterior y antes del Gelasiano y Gregoriano): «La acción de este sacramento, Señor, penetre en nuestro cuerpo y nuestro espíritu, para que sea su fuerza, no nuestro sentimiento, quien mueva nuestra vida».

 

24 CICLO A

La primera y tercera lecturas nos hablan del perdón de los pecados. En la segunda San Pablo desea que no vivamos para nosotros mismos, sino para el Señor.

En la Iglesia, comunidad de redimidos y reconciliados con el Padre en el Corazón de su Hijo muy amado, se nos garantiza el perdón divino y se nos impone amorosamente el perdón recíproco entre todos. Nada más exigente para la genuina convivencia cristiana en el Misterio de la Iglesia, que el acontecimiento mismo de nuestra Pascua: nuestra reconciliación con Dios y con los hermanos.

Eclesiástico 27,33–28,9: Perdona la ofensa a tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. Ya la revelación profética del Antiguo Testamento preparaba el mandato divino del perdón de las injurias, como una expresión de la humilde y perpetua necesidad que también nosotros tenemos del perdón divino.

Es evidente que quien no quiere perdonar no puede presentarse ante nadie para ser perdonado y, menos ante Dios. No está en buenas disposiciones de alma para obtener el perdón. Con la medida con que medimos seremos medidos. Para este perdón mutuo necesitamos estar despojados de nuestro amor propio, que es el gran enemigo de nuestra felicidad, de nuestra paz, de nuestra santidad. Sólo con amor divino podemos amar al prójimo como Dios quiere. Ante todo y sobre todo abnegación propia. Esto es lo que prepara el camino que nos lleva a la reconciliación con Dios y con los hermanos, que son todos los hombres.

–Bien nos lo muestra el Salmo 102: «El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia... Él perdona todas nuestras culpas y cura nuestras enfermedades, rescata nuestra vida de la fosa y nos colma de gracia y de ternura. No está siempre acusando, ni guarda rencor perpetuo. No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestra culpas. Como se levanta el cielo sobre la tierra se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso así aleja de nosotros nuestros delitos». Nosotros, dentro de nuestras limitaciones, hemos de hacer lo mismo con los que nos ofenden. Así estaremos dispuestos para bendecir al Señor con todo nuestro ser y no olvidar sus beneficios».

Romanos 14,7-9: En la vida y en la muerte somos del Señor. Porque hemos sido perdonados para Cristo y redimidos por su amor, el perdón fraterno es, entre nosotros, una exigencia de nuestra pertenencia a Cristo, el Señor. El vivir y morir para el Señor tiene habitualmente un sentido sacrificial, cultual. El cristiano está invitado a renunciarse a sí mismo, a la propia afirmación, exaltación y gloria para afirmar con toda su vida el dominio de Dios. Comenta San Cirilo de Alejandría:

«Se ha dicho que Cristo tuvo hambre, que soportó la fatiga de largas caminatas, la ansiedad, el terror, la tristeza, la agonía y la muerte en la cruz. Sin ser presionado por nadie, por sí mismo ha entregado su propia alma por nosotros, para ser Señor de vivos y muertos (Rom 14,9). Con su propia carne ha pagado un rescate justo por la carne de todos, con su alma ha llevado a cabo la redención de todas las almas, aunque si Él ha vuelto a tomar su vida, es porque, como Dios, Él es viviente por naturaleza» (Sobre la Encarnación del Unigénito 4).

Mateo 18,21-35: «Perdonar hasta setenta veces siete», esto es, siempre. El Evangelio nos exige un corazón perdonado por el Padre y hecho a descubrir a Dios y perdonar a todos, incluso a los propios enemigos. Se terminó con el Evangelio la ley del talión: ojo por ojo y diente por diente. San Juan Crisóstomo dice:

«De modo que no encerró el Señor el perdón en un número determinado, sino que dio  a entender que hay que perdonar continuamente y siempre. Esto por lo menos declaró por la parábola puesta seguidamente. No quería que nadie pensara que era algo extraordinario y pesado lo que Él mandaba de perdonar hasta setenta veces siete. De ahí añadir esta parábola con la que intenta justamente llevarnos al cumplimiento de su mandato, reprimir un poco de orgullo de Pedro y demostrar que el perdón no es cosa difícil, sino extraordinariamente fácil.

«En ella nos puso delante un propia benignidad a fin de que nos demos cuenta, por contraste, de que, aun cuando perdonemos setenta veces siete, aun cuando perdonemos continuamente todos los pecados absolutamente de nuestro prójimo, nuestra misericordia al lado de la suya, es como una gota de agua junto al océano infinito. O, por mejor decir, mucho más atrás se queda nuestra misericordia junto a la bondad infinita de Dios, de la que, por otra parte, nos hallamos necesitados, puesto que tenemos que ser juzgados y rendirle cuenta» (Homilía 61,1, sobre San Mateo).

24 CICLO B

Las lecturas primera y tercera nos evocan la pasión del Señor. Santiago, en la segunda lectura, nos enseña que la fe ha de ser autenticada con las obras. El anuncio hecho por Jesús de su propia Pasión evoca en nuestra fe el misterio de la Cruz, como clave de nuestra autenticidad cristiana. Esto nos recuerda que la ley de la Cruz es ley fundamental en la obra de Cristo, y, por lo mismo, debe serlo para todos nosotros: «Los que son de Cristo se conocen en que tienen crucificados sus cuerpos con sus vicios y concupiscencias» (Gal 4,24).

Isaías 50,5-9: Ofrecí la espalda a los que me golpeaban. El tercer canto del profeta Isaías sobre el Siervo de Dios nos traza ya la semblanza victimal del Cordero Redentor: absoluta docilidad obediencial al Padre y signo de contradicción (Lc 2,34) entre los hombres.

Se subraya de modo especial en este pasaje de Isaías la suma confianza del Siervo en el Señor, no obstante los sufrimientos y las humillaciones inauditas. Ha cumplido su misión de portavoz de Dios con una firmísima y con una constancia inflexible. No podemos prescindir de Cristo en la lectura de este pasaje bíblico. Él sufrió al máximo los tormentos del Siervo y nadie como Él estuvo unido a la voluntad del Padre. Enseña San Gregorio Nacianceno:

«Sobre todos los demás el Salvador y Señor de todos, que no solo se anonadó tomando forma de siervo (Flp 2,6) y ofreció su rostro a los salivazos y a las bofetadas, y fue contado entre los delincuentes (Is 50,6:53,12); que se ofreció en expiación por las manchas de los pecados y lavó, en hábito de esclavo, los pies de sus discípulos (Jn 13,4-5)... Y para terminar brevemente: bella es la contemplación y hermosa asimismo la acción; aquélla, subiendo hasta el Santo de los Santos, luchando y consagrando nuestra alma a aquello para lo que está creada; ésta recibiendo a Cristo, sirviéndole y mostrando el amor con las obras» (Sermón 14,2-4).

–Con el Salmo 114 decimos: «Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida. Amo al Señor porque me escucha, porque inclina su oído hacia mí. Me envolvían olas mortales, me alcanzaron los lazos del abismo, caí en tristeza y en angustia... Pero el Señor arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída».

Santiago 2,14-18: La fe, si no tiene obras, está muerta. Para el cristiano, la autenticidad de su fe se mide por su amor sacrificado, que se hace palpable en las obras de amor a Dios y al prójimo. Siempre será necesario inculcar una vida santa con la práctica de las virtudes, especialmente de la caridad, de lo contrario no tenemos más que una fe muerta. Los Santos Padres han insistido mucho en esto y, en general, toda la vida de la Iglesia. Así San Agustín dice que:

«Deben basarse todas tus obras en la fe, porque ‘‘el justo vive de la fe’’ y ‘‘la fe obra por el amor’’. Que tus obras tengan por fundamento la fe, porque creyendo en Dios te harás fiel» (Comentario al Salmo 32).

Y San Juan Crisóstomo explica:

«Mira que ni siquiera le pregunta el Señor  [a Bartimeo] si tiene fe, como solía hacer otras veces, pues sus gritos y su abrirse paso entre la gente ponía bien de manifiesto su fe a los ojos de todos» (Homilía 66 sobre San Mateo).

También San Gregorio Magno dice:

«Ni la fe sirve sin obras, ni las obras sin fe, a no ser que se hagan para alcanzar la fe, como Cornelio, que antes de ser creyente mereció ser oído por sus buenas obras» (Homilía 1 sobre Ezequiel).

«No cree verdaderamente sino quien, en su hogar, pone en práctica lo que cree. Por eso, a propósito de aquéllos que de la fe no poseen más que palabras, dice San Pablo: “profesan conocer a Dios, pero le niegan con las obras”» (Homilía 26 sobre los Evangelios).

Y San Jerónimo:

«¿De qué sirve invocar con la voz a quien niegas con las obras?» (Homilía sobre los Evangelios).

Marcos 8,27-35: Tú eres el Mesías... El Hijo del hombre tiene que padecer mucho. Pese a la incomprensión de los propios discípulos, Cristo Jesús proclamó la ley de la Cruz, necesaria para Él y también para los que le quieran seguir.

Es ciertamente una lección dura, pero propuesta con toda claridad por el mismo Jesucristo. Los Evangelistas cuando escribían los Evangelios estaban viendo que las palabras del Señor se cumplían en muchos cristianos contemporáneos suyos, probados incluso con la persecución. Dios ha realizado la salvación del mundo en el anonadamiento de su propio Hijo, con una muerte en la cruz. Comenta San Agustín:

«El hombre se perdió por primera vez a causa del amor a sí mismo. Pues, si no se hubiese amado, hubiera antepuesto a Dios a sí mismo, hubiera estado siempre sometido a Dios; no se hubiera inclinado a hacer su propia voluntad descuidando la de Él. Amarse uno a sí mismo no es otra cosa que querer hacer la propia voluntad. Antepón la voluntad de Dios; aprende a amarte, no amándote» (Sermón96,2).

 

24 CICLO C

Las lecturas primera y tercera nos refieren la misericordia del Señor con respecto al pecador arrepentido. San Pablo en la segunda lectura se presenta como el pecador perdonado, el perseguidor convertido. Se insiste en la necesidad de la conversión, tanto más necesaria cuanto mayor es el peligro cotidiano de ser infieles al designio divino, de identificarnos cada vez más con su Hijo muy amado (Rom 8,29).

Solo con una actitud constante de renovación en Cristo conseguiremos mantener la aptitud para participar en la herencia de los santos en la Luz (Col 1,12), para la que el Señor nos ha destinado.

Éxodo 32,7-11.13-14: El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado. Dios mantiene siempre la Alianza de la salvación. Aunque se rompa la fidelidad por parte del hombre o del pueblo elegido, no se rompe el proceso de la misericordia divina, abierta siempre al perdón para el arrepentido. Se dice en la Carta de Bernabé (4,6-8):

«... No os asemejéis a ciertos hombres que no hacen sino amontonar pecados, diciéndoos que la alianza es tanto de ellos como vuestra. Porque es nuestra, pero aquéllos, después de haberla recibido de Moisés, la perdieron absolutamente... Volviéndose a los ídolos la destruyeron, pues dice el Señor: Moisés, Moisés, baja a toda prisa, porque mi pueblo, a quien saqué yo de Egipto, ha prevaricado (Ex 32,7; 3,4; Dt 9,12). Y cuando Moisés lo comprobó, arrojó de sus manos las dos tablas, y se rompió su alianza, para que la de su amado Jesucristo fuera sellada en nuestro corazón con la esperanza de la fe en Él».

–Con el estribillo del arrepentimiento del hijo pródigo: «Me pondré en camino, adonde está mi padre» se dicen algunos versos delSalmo 50: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado... Oh Dios, crea en mí un corazón puro... un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias».

1 Timoteo 1,12-17: Jesús vino para salvar a los pecadores. Para el verdadero convertido a Cristo, como Pablo, su pecado y toda su vida pasada en la infidelidad le sirven de aguijón para intensificar su amor a Cristo y su ansiedad insobornable por la santidad. San Pablo evoca el momento más decisivo de su vida, cuando de obstinado enemigo de Cristo y de los cristianos, vino a ser su seguidor y apasionado Apóstol. Ha sido una acción espléndida de la gracia divina. San Agustín ha comentado con frecuencia este pasaje paulino:

«Cuando el Apóstol Pablo perseguía a los cristianos, arrestándolos dondequiera que los hallare, presentándolos a los sacerdotes para que los oyeran en tribunal y los castigasen, ¿qué pensáis que hacía la Iglesia? ¿Oraba por él o contra él? La Iglesia que había aprendido la lección de su Señor, quien pendiente de la Cruz dijo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, pedía eso mismo para Pablo, mejor, para Saulo en aquel entonces, a fin de que tuviera lugar en él lo que efectivamente realizó» (Sermón 56,3).

Lucas 15,1-32: Habrá alegría en el cielo por un pecador que se convierta. Ante el misterio del Corazón Redentor de Cristo, todo hombre es siempre recuperable para la salvación y la santidad. La Iglesia muestra muchos ejemplos de esto y es una consoladora revelación que nos garantiza toda la historia de la salvación. San Ambrosio escribe:

«Un poco más arriba has aprendido cómo es necesario desterrar la negligencia, evitar la arrogancia, y también adquirir la devoción y a no a entregarte a los quehaceres de este mundo, ni anteponer los bienes caducos a los que no tienen fin; pero, puesto que la fragilidad humana no puede conservarse en línea recta en medio de un mundo tan corrompido, ese buen médico te ha proporcionado los remedios, aun contra el error, y ese juez misericordioso te ha ofrecido la esperanza del perdón. Y así, no sin razón, San Lucas ha narrado por orden tres parábolas: la de la oveja perdida y hallada después, la de la dracma que se había extraviado y fue encontrada, y el hijo que se había muerto y volvió a la vida; y todo esto para que aleccionados con este triple remedio, podamos curar nuestras heridas, pues “una cuerda triple no se rompe” (Eclo 4,12).

«¿Quién es este padre, ese pastor y esa mujer? ¿Acaso representan a Dios Padre, a Cristo y la Iglesia? Cristo te lleva sobre sus hombros, te busca la Iglesia y te recibe el Padre. Uno porque es Pastor, no cesa de llevarte; la otra, como madre, sin cesar te busca y el Padre te vuelve a vestir. El primero por obra de misericordia; la segunda cuidándote, y el tercero, reconciliándote con Él. A cada uno de ellos le cuadra perfectamente una de esas cualidades: El Redentor viene a salvar, la Iglesia asiste y el Padre reconcilia. En todo actuar divino está presente la misma misericordia, aunque la gracia varíe según nuestros méritos. El Pastor llama a la oveja cansada, es hallada la dracma que se había perdido, y el hijo, por sus propios pasos, vuelve al Padre y vuelve arrepentido del error que le acusa sin cesar» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VII, 207-208).

24Lunes

Años impares

1 Timoteo 2,1-8: Pedid por todos los hombres a Dios, que quiere que todos los hombres se salven. Oración en la asamblea litúrgica: Orar por todos. Cristo es el Mediador. Representar a la humanidad ante Dios, mostrarse solidario de ella ante Él; estas son las condiciones esenciales de la oración cristiana. Cristo ha sido el primero en asumirlas, pues se ofreció por todos en la cruz. San Clemente Romano nos ha dejado en el siglo I un bello testimonio de la oración por los gobernantes:

«Danos ser obedientes a tu omnipotente y santísimo nombre y a nuestros príncipes y gobernantes sobre la tierra... Dales, Señor, salud, paz, concordia y constancia, para que sin tropiezo ejerzan la potestad que por Ti les fue dada... Endereza Tú, Señor, sus consejos conforme a lo bueno y acepto en tu presencia, para que ejercitando en paz y mansedumbre y piadosamente la potestad que por Ti les fue dada, alcancen de Ti misericordia» (Carta a los Corintios I,60-61).

Comenta San Agustín:

«San Pablo mandaba rezar por los reyes cuando éstos perseguían a la Iglesia. Pero a los que entonces perseguían mientras oraban por ellos, ahora los defiende después de haber sido escuchado en beneficios de ellos» (Sermón 149,17).

–Sigue la misma idea en el Salmo 27: «Bendito el Señor que escuchó mi voz suplicante. Escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario. El Señor es nuestra fuerza y nuestro escudo, en Él hemos de confiar pues nos socorre, por eso hemos de alegrarnos y cantarle agradecido. Él es nuestro Pastor y nuestro guía, nuestro apoyo y salvación». San Juan Crisóstomo dice:

«La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Por ella, nuestro espíritu, elevado hasta el cielo, abraza a Dios con abrazos inefables; por ella, nuestro espíritu espera el cumplimiento de sus propios anhelos y recibe unos bienes que superan lo natural y visible» (Homilía 6 sobre la oración).

Años pares

 1 Corintios 11,17-26: Evitar las divisiones. Amar y fomentar la unidad cuyo símbolo y eficacia es la Eucaristía. San Pablo recuerda la tradición apostólica sobre la sinaxis eucarística. La perspectiva de Pablo es la de la significación de la asamblea litúrgica: ésta es símbolo de la reunión de todos los hombres en el Reino y en el Cuerpo de Cristo. Una asamblea dividida no puede dar testimonio de esta unión y viene a ser un contrasigno. Comenta San Agustín:

«Recibid, pues el Cuerpo de Cristo, transformados ya vosotros mismos en miembros de Cristo, en el Cuerpo de Cristo; recibid y bebed la Sangre de Cristo. No os desvinculéis, corred al vínculo que os une; no os estiméis en poco, bebed vuestro precio... Si recibís santamente este sacramento que pertenece al Nuevo Testamento y os da motivos para esperar la herencia eterna, si guardáis el mandamiento nuevo de amaros unos a otros, tendréis vida en vosotros, pues recibís aquella carne de la que dice la Vida misma: «el pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo» y «Quien no come mi carne y bebe mi sangre, no tendrá vida en Mí» (Sermón 228,B,3).

–Cantamos con el Salmo 39 la frase que repetimos en la liturgia eucarística: «Proclamad la muerte del Señor hasta que vuelva». Tú no quieres sacrificios ni ofrendas de animales y cosas, sino el sacrificio eucarístico, reactualización sacramental del sacrificio eucarístico. Él dijo: «Aquí estoy para hacer tu voluntad» (cf. Heb 10,7). «Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas». Proclamaré la salvación de Dios ante todos los hombres. No cerremos nuestros labios, para que se alegren y gocen contigo todos los que te buscan y todos juntos digamos: «Grande es el Señor». Hemos de tener los mismos sentimientos de Cristo: «Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre» (Jn 4,34).

Lucas 7,1-10: La gran fe del centurión. San Ambrosio afirma que esa fe representa al pueblo pagano, que se hallaba aprisionado por las cadenas de la esclavitud al mundo, enfermo de pasiones mortales, y que había de ser sanado por la bondad del Señor. En la curación del siervo del centurión, Jesús se contenta con la palabra y responde así al elogio de la eficacia de la palabra pronunciada por el centurión, cuando éste último invita a Cristo a servirse únicamente de su palabra para realizar la curación. La Iglesia ha recogido las palabras del centurión en la Misa, antes de la comunión, para expresar su fe en Cristo, realmente presente en la Eucaristía.

Todos los días nos pide Dios que tengamos fe en su Palabra, que nos llega a través de la Iglesia. La fe lo ilumina todo con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre. Dice San León Magno:

«No es la sabiduría terrena la que descubre la fe, ni la opinión humana la que puede conseguirla: el mismo Hijo único del Padre es quien la ha enseñado y el Espíritu Santo quien la instruye» (Sermón 75, Pentecostés).

Y San Ambrosio comenta:

«Observa cómo la fe da un título para la curación. Advierte también que aun en el pueblo gentil hay penetración del misterio: el Señor va, el centurión quiere excusarse y, dejando la arrogancia militar, se llena de respeto, dispuesto a creer y a rendirle honor. La fe de este hombre la antepone a aquellos elegidos que ven a Dios (interpretación del nombre de Israel). Observa la economía: es probada la fe del señor, la salud del siervo es robustecida. El mérito del dueño puede ayudar también a sus servidores, no solo en cuanto al mérito de la fe, sino también en cuanto al celo de la conducta» (Comentario a San Lucas lib. V,85-88).

24Martes

Años impares

1 Timoteo 3,1-13: Cualidades de los responsables de la comunidad cristiana, para ser capaces de conducir a la Iglesia adecuadamente. Comenta San Agustín:

«Si conviene que la conducta del obispo sea irreprochable, ¿será acaso decoroso que la del cristiano sea reprochable? Obispo es un término griego que en nuestra lengua puede traducirse por ‘inspector’ o ‘visitador’: Nosotros somos obispos, pero con vosotros somos cristianos. Recibimos el nombre particular debido del hecho de visitar; todos recibimos el nombre común [de cristiano] del hecho de la unción. Si todos hemos sido ungidos, todos participamos en el combate. Mas ¿por qué os visitamos si nada bueno vemos en vosotros?» (Sermón176, A).

En el rito de la ordenación episcopal, con un texto de principios del siglo III, se pide:

«Concede, oh Padre, que conoces los corazones, a este servidor que has escogido para el episcopado, que apaciente tu sagrado rebaño, sirviéndote de noche y de día; que haga complaciente tu rostro y que ofrezca las oblaciones de tu Iglesia santa; que pueda perdonar los pecados en virtud del Espíritu del Sacerdocio supremo, según tu mandato.., que te complazca por la naturaleza y pureza de su corazón, presentándote un nuevo perfume, por tu Hijo Jesucristo».

Todos debemos reverencia santa a la jerarquía eclesiástica: obispos, presbíteros y diáconos. Por todos ellos hemos de orar al Señor.

–Con el Salmo 100 cantamos al Señor: Andaré con rectitud de corazón. Cantemos la bondad y la justicia del Señor, caminemos por el camino perfecto y suspiremos por la venida del Señor, andemos con rectitud de corazón, apartemos nuestros ojos de intenciones viles, oremos por los que oran mal para que se conviertan. No prestemos oídos a los que difaman al prójimo, oremos por los engreídos y de corazón arrogante. Hagamos el bien a todos, a ejemplo de Cristo, el Rey-Mesías que se entregó al servicio de todos y formar junto a Él un reino de leales que buscan la verdad, la justicia, la sencillez y sobre todo amar como Él amó.

Años pares

1 Corintios 12,12-14.27-31: Todos formamos el Cuerpo de Cristo. Los dones espirituales o naturales no deben ser factor de división, sino que deben contribuir a la unión. Comenta San Agustín:

«A Cristo lo constituyen muchos miembros, que son un único Cuerpo. Descendió del cielo por misericordia y no asciende nadie sin Él, puesto que también nosotros estamos en Él por la gracia... No se trata de diluir la dignidad de la Cabeza en el Cuerpo, sino de no separar la Cabeza de la unidad del Cuerpo» (Sermón 263, A,2).

Y San Juan Crisóstomo:

«Cabría esperar otra consecuencia y decir, así también la Iglesia; pero no... Porque lo mismo que la cabeza y el cuerpo forman un mismo hombre, así Cristo y la Iglesia forman un mismo Cuerpo; y así en lugar de nombrar a la Iglesia, nombra a Cristo» (Homilía sobre 1 Cor, 12, 12-13).

San Agustín:

«Cristo entero está formado por la Cabeza y el Cuerpo, verdad que no dudo que conocéis bien. La Cabeza es nuestro mismo Salvador, que padeció bajo Poncio Pilato y ahora, después que resucitó de entre los muertos, está sentado a la diestra del Padre. Y su Cuerpo es la Iglesia. No esta o aquella Iglesia, sino la que se halla extendida por todos el mundo. Ni es tampoco solamente la que existe entre los hombres actuales, ya que también pertenecen a ella los que vivieron antes de nosotros y los que han de existir después, hasta el fin del mundo. Pues toda la Iglesia, formada por la reunión de los fieles –porque todos los fieles son miembros de Cristo–, posee a Cristo por Cabeza, que gobierna su Cuerpo desde el Cielo. Y, aunque esta Cabeza se halle fuera de la vista del Cuerpo, sin embargo, está unida por el amor» (Comentario al Salmo 56,1).

–Con el Salmo 99 decimos: «Somos su pueblo y ovejas de su rebaño». Aclamemos al Señor, tierra entera, sirvámosle con alegría, entremos en su presencia con vítores. Él Señor es Dios. Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. Él es nuestro Pastor, conocemos su voz y Él nos conoce a nosotros. Formamos un solo Cuerpo. Él es nuestra Cabeza. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades. Un solo corazón y una sola alma. Todos los dones al servicio de todos, con gran amor a ejemplo de Jesucristo.

Lucas 7,11-17: Resurrección del hijo de la viuda. Comenta San Ambrosio:

«Este pasaje también es rico en un doble provecho; creemos que la misericordia divina se inclina pronto a las lágrimas de una madre viuda, principalmente cuando está quebrantada por el sufrimiento y por la muerte de su hijo único... Mas, aunque los últimos síntomas de la muerte hayan hecho desaparecer toda esperanza de vida y que los cuerpos de los difuntos están próximos al sepulcro, sin embargo, a la palabra de Dios, los cadáveres, dispuestos a perecer, resucitan, se entrega el hijo a la madre, se llama de la tumba, se arranca del sepulcro. ¿Cuál es esta tumba, la tuya, sino las malas costumbres? Tu tumba es la falta de fe; tu sepulcro es esta garganta que profiere palabras de muerte. Este es el sepulcro del que Cristo te libra; resucitarás de esa tumba si escuchas la palabra de Dios.

«Aunque existe un pecado grave que no puede ser lavado con las lágrimas de tu arrepentimiento, llora por la madre Iglesia, que interviene por cada uno de sus hijos como una madre viuda por sus hijos únicos; pues ella se compadece, por un sufrimiento especial que le es connatural, cuando ve a sus hijos arrastrarse hacia la muerte por vicios funestos. Somos nosotros entrañas de sus entrañas; pues también existen entrañas espirituales... Somos nosotros las entrañas de la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, hechos de su carne y de sus huesos. Que llore, pues, la piadosa madre y que la multitud la asista; que no solo la multitud, sino una multitud numerosa compadezca a la buena madre. Entonces tú te levantarás del sepulcro; los ministros de tus funerales se detendrán y comenzarás a pronunciar palabras de vida; todos temerán, pues, por el ejemplo de uno solo, serán muchos corregidos; y más aún, alabarán a Dios que nos ha concedido tales remedios para evitar la muerte» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. V, 89-92).

24Miércoles

Años impares

1 Timoteo 3,14-16: Grande es el misterio que veneramos: la obra de Cristo en favor de la salvación de los hombres. La comunidad cristiana es el nuevo templo, el nuevo sacerdocio que es ejercido de modo especial por el sacerdocio ministerial. La Carta a los Hebreos trata de esa liturgia nueva que es toda la comunidad cristiana que se dirige en una procesión solemne hacia el monte Sión, la Jerusalén celeste. San Ireneo escribe:

«No hemos llegado al conocimiento de la economía de nuestra salvación si no es por aquellos por medio de los cuales nos ha sido transmitido el Evangelio. Ellos entonces lo predicaron, y luego, por voluntad de Dios, nos lo entregaron en las Escrituras, para que fueran columna y fundamento de nuestra fe (1 Tim 3,15). Y no se puede decir, como algunos tienen la malicia de decir, que ellos predicaron antes de que alcanzaran el conocimiento perfecto. Los cuales se glorían de enmendar a los mismos apóstoles. Porque, después de que nuestro Señor resucitó de entre los muertos..., fueron llenados de todos los dones y alcanzaron el conocimiento perfecto» (Contra las herejías3,1,1-2).

–Por eso damos gracias al Señor de todo corazón con el Salmo 110 en compañía de los rectos, en la asamblea litúrgica: «Grandes son las obras del Señor, dignas de contemplación para los que las aman. Esplendor y belleza son sus obras, su generosidad dura por siempre, ha hecho maravillas memorables, da alimento a sus fieles (la Eucaristía), recuerda siempre su alianza (en Cristo, con pacto sellado por su sangre redentora); muestra a su pueblo la fuerza de su obrar (la Redención)». El Señor es con toda verdad piadoso y clemente». La Iglesia tiene que vivir y proclamar sobre la tierra el misterio del Hombre-Dios. La Eucaristía cumple su misión entre los hombres debido a que engendra a los miembros de la verdadera humanidad aunándolos en la unidad familiar del Padre, la Casa del Dios vivo, al mismo tiempo que los envía a sus responsabilidades humanas.

Años pares

1 Corintios 12,31-13,13: La mayor de todas es el amor. El gran himno de la caridad. La lección esencial de este pasaje consiste en la manera en que San Pablo supera todas las definiciones humanas del amor, comprendidas también aquéllas que están más espiritualizadas y hasta las que son más heroicas.

Si San Pablo canta un amor tan distinto de los comportamientos humanos y que, sin embargo, es un acto humano, es porque nuestra conducta no se apoya en un catálogo de actos o en una obligación meramente legal, sino en la presencia activa de Jesucristo en nosotros, con todo lo que esto supone en el cumplimiento de su amor. Comenta San Agustín:

«Quien abandona la unidad, viola la caridad, y quien viola la caridad, tenga lo que tenga, es nada. Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, aunque conozca todos los misterios, aunque tenga toda la fe hasta transplantar los montes... si no tiene caridad nada es y de nada le vale. Inútilmente posee cuanto posee, quien carece de aquella única cosa que hace útil todo lo demás. Abracémonos, pues, a la caridad, esforcémonos en guardar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz» (Sermón 88,21).

San Gregorio Magno enseña:

«El amor es paciente, porque lleva con ecuanimidad los males que le infligen. Es benigno porque devuelve bienes por males. No es envidioso porque como no apetece nada en este mundo, no sabe lo que es envidiar las prosperidades terrenas. No obra con soberbia, porque anhela con ansiedad el premio de la retribución interior y no se exalta por los bienes exteriores. No se jacta, porque solo se dilata por el amor de Dios y del prójimo e ignora cuanto se aparta de la rectitud. No es ambicioso, porque, mientras con todo su ardor anda solícito de sus propios asuntos internos no sale fuera de sí para desear los bienes ajenos. No busca lo suyo, porque desprecia como ajenas cuantas cosas posee transitoriamente aquí abajo, ya que no reconoce como propio más que lo permanente.

«No se irrita, y, aunque las injurias vengan a provocarle, no se deja conmover por la venganza, ya que por pesados que sean los trabajos de aquí, espera para después premios mayores. No toma en cuenta el mal, porque ha afincado su pensamiento en el amor de la pureza, y mientras que ha arrancado de raíz todo odio, es incapaz de alimentar en su corazón ninguna aversión. No se alegra por la injusticia, ya que no alimenta hacia todos sino afecto y no disfruta con la ruina de su adversarios. Se complace con la verdad, porque amando a los demás como a sí mismo, cuanto encuentra de bueno en ellos le agrada como si se tratara de un aumento de su propio provecho» (Morales sobre el libro de Job 10,7,8,10).

–«Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad». Así cantamos con el Salmo 32. «Demos gracias a Dios con la cítara. Toquemos en su honor con el arpa de diez cuerdas, cantémosle un cántico nuevo acompañando los vítores con bordones. Él nos ha enseñado el camino recto del amor. La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales. Él ama la justicia y el derecho y su misericordia llena la tierra. Somos pueblo del Señor. Él nos rescató de la esclavitud. Su misericordia es eterna».

Lucas 7, 31-35: Cristo se duele de la incredulidad del pueblo.No creyó ni en Juan Bautista ni en Él. Se escandalizan de Él. Comenta San Ambrosio:

«Aunque no es incongruente con el carácter de los niños que, no teniendo aún la sabia gravedad de la edad madura, agitan y mueven  su cuerpo  a la ligera, sin embargo, pienso que se puede entender esto en un sentido más profundo: es que los judíos no han creído primero en los Salmos, ni luego en las lamentaciones de los profetas: los Salmos invitaban a las promesas, las lamentaciones los apartaban de los errores... Toma tú la cítara, a fin de que tocado por el plectro (o palillo) del Espíritu, la cuerda de tus fibras interiores den el sonido de la buena obra. Toma el arpa, a fin de que produzca el acorde armoniosos de vuestras palabras y vuestros actos. Coge el tamborín, para que el espíritu haga cantar interiormente el instrumento de tu cuerpo y que el ejercicio de tu actividad traduzca la amable dulzura de nuestras costumbres» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, lib. VI, 5-10).

24Jueves

Años impares

1 Timoteo 4,12-16: Cuídate tú y cuida la enseñanza; así te salvarás tú y salvarás a los que te escuchan. Durante su vida pública, confía Jesús a sus discípulos ciertas misiones transitorias. Sólo después de su resurrección reciben de Él una orden precisa, que los instituye a la vez predicadores, apóstoles y doctores. San Jerónimo comenta:

«A Timoteo, que había formado desde su infancia en las letras sagradas, le da instrucciones y exhorta al estudio de la Escritura, para que no descuide la gracia que le fue dada por la imposición de las manos del colegio de los presbíteros (1 Tim 4,13ss)... Porque la santa rusticidad no aprovecha más que a sí misma, y si por una parte con su vida meritoria edifica a la Iglesia de Cristo, por otra la daña al no ser capaz de resistir a los que la destruyen» (Carta 53, 3, a Paulino, presbítero).

–Dios hizo maravillas en la predicación del Evangelio. Así lo proclamamos con el Salmo 110: «Grandes son tus obras, Señor. Justicia y verdad son las obras de sus manos, todos sus preceptos merecen confianza, son estables para siempre jamás y se han de cumplir con verdad y rectitud. Envió la redención a su pueblo, ratificó para siempre su alianza, su nombres es sagrado y temible. Primicia de la sabiduría es el temor del Señor, tienen buen juicio los que lo practican; la alabanza del Señor dura por siempre».

Años pares

1 Corintios 15,1-11: San Pablo predica su mensaje salvífico del Evangelio y sobre todo el Misterio Pascual del Señor que padeció, murió y resucitó. Reducida así a lo esencial, la fe transmitida por San Pablo se reduce esencialmente al acontecimiento pascual. No se trata solo de un acontecimiento histórico ni de sus pruebas, sino también de su significación doctrinal: Cristo muere por nuestros pecados, lo que supone que estamos muertos al pecado y esto hemos de actuarlo en todo momento. La misma resurrección es considerada en su significación doctrinal. De este modo, la resurrección de Cristo introduce un régimen religioso inédito que nos afecta directamente: implica un nuevo es-tilo de vida, signo de nuestra resurrección (cf. Rom 6,1-6; 1 Cor 15,20; 2 Cor 4,14). San Juan Crisóstomo dice:

«Para Pablo no se trata de ayunar, sino de sufrir hambre; sin embargo, él mismo se llama un aborto (1 Cor 15,8)... Porque este hombre no obraba jamás a la ligera, sino siempre con motivo justo y razonable; y perseguía designios opuestos con tanta sabiduría que obtenía siempre los mismos elogios... Pablo glorificándose (2 Cor 11,21–12,10), se ha atraído más honor que otros disimulando grandes virtudes; nadie, en efecto, hace tanto bien ocultando sus méritos como este hombre revelando los suyos» (Homilìa 5 sobre las alabanzas de Pablo).

«¿Tú has visto a Pablo como león furioso en sus correrías en todos los sentidos? Míralo ahora con la mansedumbre de un cordero: ¡qué cambio tan súbito! Mira a aquél que en otro tiempo encadenaba, metía en prisión, perseguía con ahínco y combatía a cuantos creían en Cristo, bajando por la muralla en una espuerta para poder escapar de las trampas de los judíos, huido de noche a Cesarea y de allí enviado a Tarso para no ser despedazado por el furor de los judíos. ¡Has visto, querido, cómo ha cambiado! ¡Has visto cómo se ha transfigurado! Has visto cómo, después de haberse beneficiado de la generosidad de lo alto, él puso de su parte su generosidad, quiero decir el celo, el fervor, la fe, la decisión, la paciencia, la grandeza de alma, la firmeza inflexible. Por ello ha merecido un mayor socorro de lo alto que le ha hecho exclamar: “yo he trabajado más que todos ellos; pero, no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo” (1 Cor 15,10). Ese ejemplo, yo os lo pido, imitadlo, vosotros que ahora habéis merecido abrazar el yugo de Cristo, y recibido la gracia de la filiación» (Ocho Catequesis4,10-11).

–Cantamos el Salmo 117, lleno de espíritu pascual: «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque su misericordia es eterna. La diestra del Señor es poderosa, la diestra del  Señor es excelsa. No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor». Su resurrección nos conducirá a la resurrección final. Damos gracias al Señor, que es nuestro Dios, y lo alabamos.

Lucas 7,36-50: Se le perdonó mucho porque amó mucho. Comenta San Agustín:

«Creyó que no la conocía porque no la rechazó ni le prohibió acercarse y permitió ser tocado por una pecadora... Alimentas al Señor y no sabes por quién has de ser alimentado tú. ¿De dónde deduces que Él no sabía quien era aquella mujer, sino de que toleró que le besara los pies, se los secara y ungiese? Si tal vez se hubiera acercado a los pies del fariseo, hubiera dicho las palabras de Isaías respecto a esa gente: “Apártate, no me toques, que estoy limpio”. No obstante, la impureza se acercó al Señor para regresar limpia; se acercó enferma, para volver sana; arrepentida para convertirse en seguidora de Cristo. Oyó el Señor el pensamiento del fariseo. De este hecho puede comprender ya el fariseo si no podía ver que era una pecadora, Él que podía oír su pensamiento» (Sermón 99,2-3).

 

24Viernes

Años impares

1 Timoteo 6,2-12: Tú, practica la justicia. El Apóstol debe evitar las querellas por las palabras y atender al ejercicio de las virtudes cristianas. En eso consiste el combate espiritual para alcanzar la vida eterna. Comenta San Agustín:

«He aconsejado a los ricos. Oíd ahora los pobres. Los primeros, dad; los segundos, no robéis. Los unos dad de vuestra riqueza; los otros frenad vuestras apetencias. Escuchad los pobres al Apóstol: Es una gran ganancia la piedad con lo suficiente. Tenéis en común con los ricos el mundo, pero no la casa. Tenéis en común con ellos el cielo y la luz. Buscad lo que basta; buscad eso, nada más. Las demás cosas oprimen, no elevan; cargan, no honran... Nació el rico, nació el pobre. Os encontrasteis caminando al mismo tiempo por un camino. Tú no oprimas; tú no engañes. Este necesita, aquel tiene. A ambos los hizo el Señor. A través del que tiene socorre al necesitado; a través de quien no tiene prueba al que tiene. Lo hemos escuchado; lo hemos dicho; hermanos, preocupémonos, oremos, lleguemos» (Sermón 85,5-7).

–Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos. Con el Salmo 48 decimos: «¿Por qué habré de temer los días aciagos, cuando me cerquen y acechen los malvados que confían en su opulencia y se jacten de sus inmensas riquezas? Nadie puede salvarse ni dar a Dios un rescate... No te preocupes si se enriquece un hombre y aumenta el fasto de su casa; cuando muera, no se llevará nada, su fasto no bajará con él». Todo esto no quiere decir abandono de los bienes de este mundo. El sentido es el que de tal modo utilicemos las cosas temporales que no perdamos las eternas. “Todas las cosas son para vosotros, vosotros para Cristo y Cristo para Dios”, dice San Pablo.

Años pares

1 Corintios 15,12-20: La resurrección de Cristo, fundamento de nuestra fe. Desde el día de Pentecostés se convierte la resurrección del Señor en el centro de la predicación apostólica. Habían sido testigos de la presencia del Señor resucitado. Era un inmenso bien que los había impactado y lo difunden por doquier. Oigamos a San Agustín:

«El ser liberado del cuerpo de esta muerte no equivale a carecer de cuerpo. Lo tendrás, pero no será el cuerpo de esta muerte. Será el mismo y no será el mismo. Será el mismo porque existirá la misma carne; no será el mismo porque no será mortal. La forma de liberación del cuerpo de esta muerte consistirá en que lo mortal se vista de inmortalidad, lo corruptible de incorruptibilidad... En Adán mueren todos, de aquí proceden tus gemidos, de aquí tu lucha con la muerte; de aquí el cuerpo de esta muerte. Pero como todos mueren en Adán, del mismo modo todos recibirán la vida en Cristo... Entonces habrás sido liberado del cuerpo de esta muerte, pero no por tu poder, sino por la gracia de Dios a través de Jesucristo» (Sermón 154,17).

–«Al despertar me saciaré de tu semblante». Oremos con elSalmo 16: «Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mis súplicas, que en mis labios no hay engaño... Muestra las maravillas de tu misericordia, Tú que salvas de los adversarios a quien se refugia a tu derecha... Yo con mi apelación vengo a tu presencia»... Lo que consta al cristiano es el estar convencido de que Dios es preferible al mundo entero y que la suprema felicidad consiste en vivir con Él ahora y luego en la vida eterna, para saciarnos en la contemplación de su rostro.

Lucas 8,1-3: Las mujeres que acompañaban a Jesús y le ayudaban con sus bienes. La Iglesia primitiva tuvo gran veneración de estas mujeres que seguían a Jesús y le ayudaban. Es un inmenso bien contribuir a las obras de apostolado.

Durante veinte siglos de cristianismo han sido muchas las mujeres que han hecho un firme y eficaz apostolado; otras, no pudiendo hacer esos ministerios han contribuido con sus bienes a la ayuda de tales obras de caridad que la Iglesia ha prodigado siempre por doquier, de modo que sin esa aportación no se hubiera podido realizar la inmensa labor apostólica, que se ha hecho y hace la Iglesia. Otras, muy especialmente han contribuido y contribuyen eficacísimamente con su vía de oración y de sacrificio en la vida religiosa contemplativa, como muchas veces lo ha manifestado con gratitud la competente jerarquía de la Iglesia. Oigamos a San Agustín:

«El mismo Señor poseía bolsa, en la que depositaban las cosas necesarias y encerraba también el dinero para sus propias necesidades y las de quienes le acompañaban. En efecto, cuando el evangelista dice que sintió hambre (Mt 4,2; 21,18) no mentía. Quiso sentir hambre por ti, para que tú no sintieras hambre en aquel que, siendo rico, se hizo pobre para que nosotros participáramos en su riqueza (2 Cor 8, 9). También el Señor tuvo bolsa, y se nos narra que ciertas mujeres devotas lo seguían a los lugares a donde iba a evangelizar y le servían de sus propios haberes, entre las cuales estaba también la mujer de un cierto Cusa, procurador de Herodes (Lc 8,3)» (Comentario al Salmo103,3).

 

24Sábado

Años impares

1 Timoteo 6,13-16: Fidelidad a la profesión de fe cristiana. El pastor de almas no puede ejercer su misión más que en un incesante combate, que debe librar con vigor si quiere permanecer fiel a su compromiso bautismal y al mandamiento solemne de la Iglesia. San Gregorio de Nisa dice:

«Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado. “A Dios nadie lo ha visto jamás”, dice San Juan (Jn 1,18); y San Pablo confirma esta sentencia con aquellas palabras tan elevadas: “a quien ningún hombre ha visto ni puede ver” (1 Tim 6,16). Ésta es aquella piedra leve, lisa y escarpada, que aparece como privada de todo aguante intelectual; de ella afirmó también Moisés en sus decretos que era inaccesible, de manera que nuestra mente nunca puede acercarse a ella por más que se esfuerce en alcanzarla, ni puede nadie subir por sus laderas escarpadas» (Homilía 7 sobre las bienaventuranzas).

El pastor ideal es ante todo el que dirige los combates de la fe. Esto es fundamental en la doctrina paulina. Lo esencial en ese combate no es la lucha contra los enemigos de la fe; la fe es un combate en la medida en que la creencia lleva automáticamente consigo la fidelidad y la constancia, la lucha consigo mismo para obtener la victoria personal y la preocupación por la fe y la salvación de los demás, sobre todo cuando se es responsable de una comunidad. Por eso ha de ser constante nuestra oración por los que rigen la Iglesia o algunas de sus partes.

–La doxología paulina a Cristo, Rey de reyes y Señor de los señores, que posee la inmortalidad y habita en una luz inaccesible, ha sugerido el Salmo 99 para aclamar al Señor, para servirle con alegría y entrar en su presencia con vítores. «El Señor es Dios. Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. Entremos por sus puertas con acción de gracias, con himnos y bendiciendo su nombre. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades». A Él le debemos la fe, y todo lo que con ella nos ha otorgado, gracias a la predicación de los apóstoles y la de sus mismos sucesores. Todos nos ayudamos en el combate de la fe con la oración, con el ejemplo, con las palabras sinceras.

Años pares

1 Corintios 15,35-37.42-49: Se siembra lo corruptible, y resucita lo incorruptible. Escuchemos a San Cirilo de Alejandría:

«Uno murió por todos para que todos vivamos por Él. Cuando la muerte tragó al Cordero muerto por todos, en Él y con Él nos vomitó a todos. Destruido el pecado, ¿cómo no quedaría destruida también la muerte, que viene de él? Muerta la raíz, ¿cómo quedaría el tallo en pie? Muerto el pecado, ¿qué causa habrá para que muramos nosotros? Así, pues, con solemne exultación, digamos ante la muerte del Cordero: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde tu aguijón?” (1 Cor 15,35). Como dice el Salmista: a toda maldad se le tapa la boca (Sal 106, 42); no podrá acusar ya a los pecadores por su enfermedad. Dios es el que purifica (Rom 8,33). Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho maldito por nosotros; para que todos huyamos de la maldición del pecado (Gal 3,13)» (Comentario al Evangelio de San Juan2). Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.

–Con el Salmo 55 decimos: «Caminamos en presencia de Dios a la luz de la vida. Confiamos en el Señor cuya promesa alabamos, en Él confiamos y no tememos. Doy gracias al Señor porque libró mi alma de la muerte, mis pies de la caída». Él nos resucitará. «El primer hombre, hecho de tierra era terreno; el segundo hombre es del cielo».

Lucas 8,4-15: Parábola del Sembrador. Hemos de ser tierra buena que acoge la semilla de la palabra de Dios, que colabora con la gracia divina, que con un corazón noble y generoso da a los demás el trigo bueno y sabroso de la vida espiritual intensa, para hacer que todos se conviertan también en tierra buena y generosa, para hacer lo mismo. Escribe San Gregorio de Elvira:

«La Escritura testifica que el campo es el mundo... ¿Cuáles son estos hijos e hijas entre los que el Señor se dice Lirio entre espinas? Llama hijo e hijas a los creyentes. Mas como en la Iglesia hay muchos que engendran abrojos y espinas, por lo deseos mundanos, por las riquezas, los honores y ambiciones dice el Evangelio: andando entre los afanes, riquezas y placeres de la vida  no llegan a madurar (Lc 8,14)? La Iglesia vive entre ellas, ya que, por cierto, la mayor parte de los creyentes se dedica a los cuidados seculares. Mas el que llegue a despreciarlos brillará como lirio entre los otros, a los que llama espinas» (Tratado sobre el Cantar de los Cantares 3).

 

 

Semana 25

Domingos: 25 Ciclo A - 25 Ciclo B - 25 Ciclo C

Entre semana: Lunes - Martes - Miércoles - Jueves - Viernes - Sábado

Domingo

Entrada: «Yo soy la salvación del pueblo –dice el Señor–. Cuando me llamen desde el peligro, yo les escucharé, y seré para siempre su Señor».

Colecta  (del Veronense y de la antigua liturgia hispana o mozárabe): «¡Oh Dios!, que has puesto la plenitud de la ley en el amor a ti y al prójimo; concédenos cumplir tus mandamientos para llegar así a la vida eterna».

Ofertorio (del Veronense): «Acepta propicio, Señor, las ofrendas de tu pueblo, para que alcance en el sacramento eucarístico los bienes en que ha creído por la fe».

Comunión: «Tú, Señor, promulgas tus decretos para que se observen exactamente; ¡ojalá esté firme mi camino para cumplir tus consignas! (Sal 118, 4-5); o bien: «Yo soy el Buen Pastor –dice el Señor–, que conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen» (Jn 10,14).

Postcomunión (del Misal anterior, retocada con textos del Veronense y del Misal de París del año 1738): «Que tu auxilio, Señor, nos acompañe siempre a los que alimentas con tus sacramentos, para que por ellos y en nuestra propia vida recibamos los frutos de la redención».

 

25 CICLO A

A los jornaleros de la viña, llamados por Dios para recompensarlos según su voluntad, corresponde el texto de Isaías que nos manifiesta que los pensamientos del Señor no son como los del hombre (lecturas primera y tercera). San Pablo, en la segunda lectura, nos muestra su intenso amor a Jesucristo y su deseo de que todos lo tengan igual. Esto es, que llevemos una vida digna del Evangelio de Cristo.

Dios es quien tiene derecho absoluto y amoroso a decidir sobre nuestra vida. Es Él quien nos llama y nos indica nuestro quehacer responsable, según su Voluntad, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Por eso, toda actitud irresponsable, engreída o presuntuosa por nuestra parte constituye un riesgo y una infidelidad, que pueden frustrar en nosotros el designio de salvación gratuita por parte de Dios.

Isaías 55,6-9: Mis planes no son vuestros planes. Nuestra salvación es obra de una amorosa iniciativa divina, pero no excluye nuestra responsabilidad de búsqueda humilde y constante de su Voluntad.

Todos los momentos de la vida son buenos para volver a Dios. Pero indudablemente existen algunas circunstancias en las que la llamada divina es más apremiante y se transforma en una dulce violencia. El Señor, para realizar sus planes, usa medios que, con frecuencia, no corresponden a los proyectados por el hombre. Así aparece muchas veces en la historia de la salvación; por ejemplo: José vendido como esclavo por sus hermanos y que luego fue su salvador; Ciro en la liberación de Israel; nacimiento de Cristo y persecución de Herodes; los apóstoles... Someternos al plan divino que hemos de conocer y profundizar en su Palabra, la predicación, la oración...

–Con el Salmo 144 cantamos: «Cerca está el Señor de los que lo invocan. Bendigamos al Señor por sus justos designios, alabemos su nombre por siempre jamás. Grande es el Señor y merece toda alabanza. Es incalculable su grandeza. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones». Nos abandonamos en sus manos con toda confianza.

Filipenses 1,20-24.27: Para mí la vida es Cristo. Dios nos ha elegido y nos ha predestinado para Cristo Jesús, sin Él no tendría razón nuestra existencia en condición de criatura humana. La vida consagrada a Cristo no se mide con el reloj; solo la intensidad de la entrega tiene razón de ser como elemento de valoración. San Cipriano escribe:

«Cristo mismo, el maestro de nuestra salvación, enseña cuánto aprovecha dejar esta vida; cuando sus discípulos se entristecían porque Él había dicho que ya se iba a marchar, les habló diciendo: “si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre” (Jn 14,28), enseñándoles y mostrándoles que, cuando las personas queridas salen de este mundo, debemos alegrarnos más que dolernos» (Sobre la mortalidad7).

San Ignacio de Antioquía escribe:

«De nada me aprovecharán los confines del mundo ni los reinos todos de este siglo. Para mí es mejor morir en Jesucristo (Flp 1,23) que ser rey de los términos de la  tierra. A Aquel quiero que murió por nosotros. A Aquel quiero que por nosotros resucitó» (Carta a los Romanos 6,1).

San Juan Crisóstomo predica:

«Pablo, encerrado en la cárcel, habitaba ya en el cielo; recibía los azotes y las heridas con un agrado superior al de los que, en los juegos, ganaban el premio; amaba las fatigas más que las recompensas, las veía como una recompensa y, por eso, las consideraba una gracia.

«Sopesemos lo que significa. El premio consistía en partir para “estar con Cristo” (Flp 1,23-24); en cambio, quedarse en esta vida significaba el combate. Sin embargo, el mismo anhelo de estar con Cristo le movía a diferir el premio, llevado del deseo de combatir, ya que lo consideraba más necesario» (Homilía 2, sobre las alabanzas de Pablo).

Mateo 20,1-16: ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?En el misterio de nuestra salvación, los criterios de Dios no coinciden a veces con los criterios humanos. La iniciativa es siempre suya, y nosotros hemos de responder con fidelidad. Comenta San Agustín:

«En aquella recompensa seremos todos iguales: los últimos como los primeros y los primeros como los últimos, porque aquel denario es la vida eterna y, en la vida eterna, todos serán iguales. Aunque unos brillarán más y otros menos, según la diversidad de méritos, por lo que respecta a la vida eterna será igual para todos. No será para uno más largo y para otro más corto, lo que en ambos será sempiterno» (Sermón 87,6).

Y San Jerónimo:

«Encontramos el mismo sentido en aquella parábola de Lucas, donde el hijo mayor, celoso del menor, no quiere recibirlo arrepentido y acusa a su padre de injusticia (Lc 15,28-30). Y para que sepamos que el sentido es el que hemos expuesto, el título de esta parábola y su conclusión se corresponden. Así, dice, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos; en efecto, muchos son los llamados y pocos los elegidos» (Comentario al Evangelio de Mateo 20,15-16).

 

25 CICLO B

Las lecturas primera y tercera nos hablan de la pasión del Señor. La vida ha de estar fundada sobre la justicia y la paz (segunda lectura). El misterio de la cruz fue consustancial a la Persona y a la obra del Verbo encarnado para nuestra salvación. Lo mismo debe suceder en los que le siguen por la inevitable reacción del mal, del egoísmo y de la degradación humana. Ni la cobardía, ni el disimulo irenista, ni la condescendencia vergonzante o acomodaticia serán jamás actitudes auténticas del verdadero discípulo de Cristo.

Sabiduría 2,17-20: Lo condenaremos a muerte ignominiosa.La fidelidad insobornable a Dios y a su Voluntad amorosa hará siempre del creyente un proscrito, un ser incómodo en medio del mundo y de los hombres.

El contraste entre la perversidad de los malvados y la mansedumbre de los justos es siempre actual. La mentalidad terrena, cerrada a la trascendencia y ávida solo de éxito y de placer, también hoy actúa y se puede llamar el mito del bienestar y del consumismo.

El hecho de que la vida humilde del justo inquiete la conciencia de los impíos y suscite una rabiosa reacción confirma que el testimonio de una vida recta es de por sí un medio de evangelización, con tal que el justo mantenga la mansedumbre de su carácter y no sea él mismo prepotente con la excusa de imponer el bien. No podemos, no debemos usar las armas de los adversarios.

La protección divina es infalible en esta vida o en la otra. El Evangelio de la Cruz siempre triunfa, aun en la misma debilidad.

Santiago 3,16-4,3: Los que procuran la paz, están sembrando la paz y su fruto es la justicia. La verdadera sabiduría cristiana supera todas las bajas pasiones de los hombres, respondiendo con el sufrimiento, la paz y la caridad humilde y bienhechora. San Beda comenta:

«Pide mal el que, despreciando los mandamientos del Señor, desea de Él beneficios celestiales. Pide mal también el que, habiendo perdido el amor de las cosas celestiales, solo busca recibir bienes terrenales, y no para el sustento de la fragilidad humana, sino para que redunde en el libre placer» (Exposición sobre la Carta de Santiago 4,3).

Orar mal consiste en ser infiel a la sabiduría de que hemos tratado anteriormente. La oración cristiana es eficaz sólo si está animada de caridad, y el servicio, si no es interesado. Estas dos cosas: sabiduría y oración evocan la ley fundamental de la Cruz. El cristiano verdadero es solo el que está dispuesto al don total de sí mismo, hasta considerar siempre a los demás superiores a él.

Marcos 9,30-37: El Hijo del Hombre va a ser entregado... El que quiera ser el primero que sea el último de todos. El misterio de la Cruz de Cristo es para el cristiano un imperativo permanente de caridad y humilde servicio, nunca un título de engreimiento o señorío sobre los hermanos. Ante el misterio de la Cruz la sabiduría humana queda descarriada, porque se encuentra con la reprobación y el sufrimiento del justo. Solo el Espíritu puede hacernos entender que la verdadera sabiduría es la locura de la Cruz. Cuando se ha escogido y vivido este mensaje se llega a la paz del alma. San Agustín escribe:

«Cuando mi alma se turba, no tiene otro remedio que la humildad para no presumir de sus fuerzas: se confunde y abate esperando que la levante Dios; nada bueno se atribuye a sí mismo el que quiera recibir de Dios lo que necesita» (Comentario al Salmo 39,57).

«No dice el Señor: “Aprended de Mí a fabricar el mundo, o a resucitar muertos”, sino “que soy manso y humilde de Corazón”... ¿Tan grande cosa es, oh Señor, el Ser humilde y pequeño, que si Tú que eres grande no lo hubieras practicado, no se pudiera aprender?» (Sobre la Santa Virginidad 35, 29).

Y San León Magno:

«La cruz de Jesucristo, instrumento de la redención del género humano, es justamente sacramento y modelo. Es sacramento que nos comunica la gracia y es ejemplo que nos excita a la devoción: porque, libres ya de la cautividad, tenemos la ventaja de poder imitar a nuestro Redentor» (Sermón 72,1).

 

25 CICLO C

La primera y tercera lecturas nos hablan del buen uso de las riquezas. San Pablo, en la segunda lectura, nos exhorta a orar por todos los hombres, especialmente por los que tienen cargos públicos.

A la luz de la revelación divina vemos el riesgo que, para nuestra condición de peregrinos hacia la eternidad, supone el uso  de los bienes temporales, que están al alcance de nuestras manos y que a diario condicionan nuestra vida. El materialismo o la frivolidad irresponsable no son un peligro puramente imaginario para nuestra salvación. Cada acción u omisión de nuestra vida en el uso de los bienes temporales cuenta para la eternidad.

Amós 8,4-7: Contra los que compran por dinero al pobre. El profeta Amós nos alerta contra la injusticia y el egoísmo, que son incompatibles con la vida de la piedad y el servicio a Dios. El profeta se dirige a una categoría de personas que califica por sus acción opresora con respecto a los otros hombres. Son los que «pisan al pobre» y hacen todo lo posible por aniquilar a los humildes del país. Es el pecado socialmente más grave: hacer imposible la subsistencia de los oprimidos. Los Santos Padres han insistido mucho en estas enseñanzas. Así San Gregorio de Nisa:

«No despreciéis a esos pobres que veis echados en el suelo: considerad lo que son y conoceréis su dignidad. Esos están representando la persona de nuestro Salvador... Los pobres son los dispensadores de los bienes que esperamos, son los porteros del Reino de los cielos, para abrir la entrada a los misericordiosos y cerrarla a los despiadados. Son los pobres vehementísimos acusadores, pero intercesores muy poderosos y favorables... Usad de vuestros bienes. No pretendo impediros su uso. Pero cuidado con abusar de ellos... Es un delito igual, con corta diferencia, el de no prestar al pobre o el de prestarle con usura; porque lo uno es inhumanidad, lo otro es una ganancia sórdida e ilegítima» (De pro amand. 22-25).

–Con el Salmo 112 decimos: «Alabad al Señor que ensalza al pobre... Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo».

2 Timoteo 2,1-8: Pedid por todos los hombres a Dios, que quiere que todos se salven. Los Padres enseñan con frecuencia esa voluntad salvífica de Dios. Así, San Gregorio de Nisa:

«Nosotros le servimos [al Señor] de alimento la salvación de nuestra alma, como dijo Él: “mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre” (Jn 4, 34). Es manifiesto el empeño de la voluntad divina: “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). Esta es la comida [del Señor], nuestra salvación» (Homilía 10 sobre el Cantar de los Cantares).

«¿Cuál es el alimento deseado por Jesús? Después de su diálogo con la Samaritana, dice a sus discípulos: «mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre» (Jn 4,34). Y la voluntad del Padre es bien conocida: quiere que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”  (1Tim 2,4). Luego si Él quiere que nosotros seamos salvos y nuestra salvación es su alimento, aprendamos cuál sea el comportamiento de la voluntad y el afecto de nuestra alma. ¿Cuál? Tengamos hambre de la salvación de nosotros mismos, tengamos sed de la voluntad de Dios, que es que nosotros la cumplamos» (Homilía 4 sobre las Bienaventuranzas).

Y San Agustín:

«Aquel huerto del Señor, hermanos –y lo repito una y tres veces– se compone no solo de las rosas de los mártires, sino también de los lirios de las vírgenes, de la hiedra del matrimonio y de las violetas de las viudas. En ningún modo, amadísimos, tiene que perder la esperanza de su vocación ninguna clase de hombre. Cristo padeció por todos. Con toda verdad está escrito de Él: “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4)» (Sermón 304, 2).

Lucas 16,1-13: No podéis servir a Dios y al dinero. A la hora del encuentro definitivo con el Señor también cuenta el amor o el egoísmo con que hayamos administrado los bienes de la tierra. ¿De qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si puede su alma? Comenta San Agustín:

«De cualquier forma que se acumulen son riquezas de iniquidad. ¿Qué significa que son riquezas de iniquidad? Es al dinero a lo que la iniquidad llama con el nombre de riquezas. Si buscas las verdaderas riquezas, son otras. En ellas abundaba Job, aunque estaba desnudo, cuando tenía el corazón lleno de Dios y, perdido todo, profería alabanzas a Dios cual piedras preciosas. ¿De qué tesoro si nada poseía? Esas son las verdaderas riquezas. A las otras solo la iniquidad las denomina así. Si las tienes no te lo reprocho: llegó una herencia, tu padre fue rico y te las legó. Las adquiriste honestamente. Tienes tu casa llena como fruto de tus sudores; no te lo reprocho.

«Con todo, no las llames riquezas, porque si así lo haces, las amarás y, si las amas, perecerás con ellas; siémbralas para cosecharlas. No las llames riquezas, porque no son las verdaderas. Están llenas de pobrezas y siempre sometidas al infortunio. ¿Cómo llamar riquezas a lo que hace temer al ladrón, te lleva a sentir temor de tu siervo, temor de que te dé muerte, las coja y huya? Si fueran verdaderas riquezas, te darían seguridad. Por tanto, son auténticas riquezas aquellas que una vez poseídas, no podemos perder: ponedlas en el cielo» (Sermón113,4-5).

El dinero es necesario en este mundo, pero no podemos, no debemos estar apegados a él, sino emplearlo honestamente, caritativamente. De tal modo utilicemos las cosas temporales para que no perdamos las eternas. Todo para vosotros, pero vosotros para Cristo y Cristo para Dios, como decía San Pablo.

25Lunes

Años impares

Esdras 1,1-6: Reedificad el templo del Señor. Vuelven los desterrados para sacrificar en el templo del Señor. El templo de Jerusalén, mandado construir por Salomón, sin hacer caducos los demás santuarios, será el centro del culto de Yahvé. A él se acude desde todo el país para «contemplar el rostro de Dios» (Sal 42,3) y es para todos los fieles objeto de un amor conmovedor (Sal 84, 12). Se sabe que la sede de Dios es el cielo (Sal 2,4; 103,19; 115,3). Pero el templo es como una réplica de su sede celestial, a la que en cierto modo hace presente aquí en la tierra. Sin embargo, no todos tienen un sentido adecuado del culto en el templo: sus vidas no responden al culto. Por eso los profetas fustigan ese culto suyo y esa confianza supersticiosa (Jer 7,4; Is 1,11-17; Jer 6,20; Ez 8,7-18). Con la purificación del pueblo en el destierro, Dios quiere la reconstrucción del templo (Esd 3-6), como centro del judaísmo.

Jesús tiene un respeto profundo al templo, pero con su muerte termina su función de signo de la presencia divina. El mismo Cristo es el templo por antonomasia y también los que lo siguen (Jn 2, 21ss; Hch 7,48ss; 1 Cor 3,10-17; 2 Cor 6,16ss; Ef 2,20ss). Todo será finalmente sublimado con las iglesias, en donde se celebra y se guarda la sagrada Eucaristía.

–El Salmo 125 canta la alegría del volver del destierro y la reconstrucción de Jerusalén y del templo: «El Señor ha estado grande con nosotros. Cuando el Señor cambió la suerte de Sión nos parecía soñar:  la boca se nos llenaba de risas y la lengua de cantares. Hasta los gentiles decían: “el Señor ha estado grande con ellos”. Los que sembraron con lágrimas, camino del destierro, cosechan entre cantares al volver a la patria. Al ir  iban llorando; al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas».

Años pares

Proverbios 3,27-34: El Señor aborrece al perverso. Hay una lucha. Querer el bien está al alcance del hombre, pero no el realizarlo: no hace el bien que quiere sino el mal que no quiere (Rom 7,18ss). La concupiscencia le arrastra como contra su voluntad. El hombre que sigue las enseñanzas de la sabiduría halla su gozo en hacer el bien en torno de sí.  Sólo Jesucristo puede atacar el mal en su raíz (Rom 7,25), triunfando en el mismo corazón del hombre. Escogiendo el cristiano vivir así con Cristo para obedecer a los impulsos del Espíritu Santo, se desolidariza de la opción de Adán. Así, el mal moral queda verdaderamente vencido en él.

Los hombres, criaturas inteligentes y libres, han de caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por eso pueden desviarse y de hecho se desviaron y se desvían. Dios lo permite, porque respeta su libertad y, misteriosamente, sabe hacer bienes de los males. Dice San Agustín:

«Porque el Dios todopoderoso... por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir bien del mismo mal» (Enchiridion 11,3).

–El Salmo 14 nos ayuda a meditar en esta ocasión con estas palabras: «El justo habitará en tu monte santo, Señor... El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. El que no hace mal al prójimo ni difama al vecino, el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor. El que no presta dinero a usura, ni acepta soborno contra el inocente, el que así obra nunca fallará». Es como el decálogo del que sirve al Señor no solo en su templo santo, sino en toda su vida. Dios está presente en toda la nación. «Así pues, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios» (Ef 2,19).

Lucas 8,16-18: La luz se coloca sobre el candelero, para iluminar a los hombres.  Orígenes afirma:

«Que Cristo trata aquí de la luz espiritual. La lámpara tiene un gran significado en la Sagrada Escritura. Israel para significar la fidelidad a Dios y la continuidad de la oración, hace arder perpetuamente una lámpara en el santuario (Ex 27,20ss); dejar que se extinga sería dar a entender a Dios que se le abandona (2 Par 29,7). Viceversa, dichosos los que velan en espera del Señor, como las vírgenes sensatas (Mt 25,1-8) o el servidor fiel (Lc 12,35), cuyas lámparas se mantienen encendidas. Dios aguarda todavía más de su fiel: en lugar de dejar la lámpara bajo el celemín o la cama (Mt 5,15ss; Lc 8,16-18), él mismo debe brillar como un foco de luz en medio de un mundo perverso en tinieblas (Flp 2,15), como en otro tiempo Elías, ‘‘cuya palabra ardía como una antorcha’’ (Eclo 48,1) o como Juan Bautista: ‘‘lámpara que ardía y lucía’’ (Jn 5,35), para dar testimonio de la verdadera Luz, que es Cristo. Así la Iglesia, sobre Pedro y Pablo, los dos olivos y los dos candeleros que están delante del Señor de la tierra (Ap 11,4), debe hacer irradiar hasta el fin de los tiempos la gloria del Hijo del Hombre (Comentario a San Lucas 1,12ss).

25Martes

Años impares

Esdras 6,7-8.12.14-20: Terminaron la reconstrucción del templo y celebraron la Pascua, pero antes la dedicación. En todas las religiones es la fiesta un elemento esencial del culto: con ciertos ritos asignados a ciertos tiempos, la asamblea rinde homenaje, ordinariamente en medio del gozo y regocijo de tal o cual aspecto de la vida humana; da gracias e implora el favor de la divinidad. Lo que caracteriza a la fiesta en la Biblia es su conexión con la historia sagrada, pues pone en contacto con Dios, que actúa sin cesar en favor de sus elegidos. La fiesta actualiza una esperanza auténtica al término de la salvación: el pasado de Dios asegura el provenir del pueblo. El Éxodo conmemorado anuncia y garantiza un nuevo éxodo: Israel será un día definitivamente liberado, el reinado de Yahvé se extenderá a todas las naciones.

Cristo practicó sin duda las fiestas judías de su tiempo, pero mostraba ya que solo su persona y su obra les daban pleno significado. Así, tratándose de la fiesta de los Tabernáculos (Jn 7,37ss; 8,12; Mt 21,1-10), o de la Dedicación (Jn 10,22-38). Sobre todo, señaló deliberadamente una nueva alianza con su sacrificio en un sentido pascual (Mt 26,2.17-28; Jn 13,1; 19,36; 1 Cor 5,7ss). La fiesta de Pascua ha venido a ser la fiesta eterna del cielo.

–El Salmo 121 nos conduce a una meditación adecuada con respecto a la lectura anterior: «Llenos de alegría vamos a la Casa del Señor». Estamos en ella. Toda Misa es una gran fiesta como no podían imaginar los judíos. «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor»... La nueva Jerusalén es la Iglesia, extensión espacial y temporal del verdadero templo de Dios, que es Cristo resucitado.

Años pares

Proverbios 21,1-6.10-13: Un  programa de vida espiritual. El culto auténtico lleva a obras de caridad y de justicia para con el prójimo. El culto bíblico ha evolucionado mucho: lugares, objetos y personas sagrados (santuario, arca, altares, sacerdote), tiempos sagrados (fiestas, sábados), actos cultuales (purificaciones, consagraciones, sacrificios, oraciones...), normas y prescripciones (ayunos, entredichos...).

El culto de Israel vendrá a ser espiritual en la medida en que él adquiera conciencia, gracias a los profetas, del carácter interior de las exigencias de la alianza. Esta fidelidad del corazón es la condición de un culto auténtico y la prueba de que Israel no tiene más dios que Yahvé. Todo esto quedará sublimado en el Nuevo Testamento, sobre todo con la Eucaristía.

–El Salmo 118 nos ayuda a contemplar  la vida espiritual como un camino, como un programa de vida: «Guíame, Señor, por la senda de tus mandatos. Dichoso el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor». Pidamos al Señor que nos instruya en el camino de sus decretos y meditemos sus maravillas; escojamos el camino verdadero, deseemos sus mandamientos; que el Señor nos enseñe a cumplir su voluntad y a guardarla de todo corazón, que Él nos guíe por la senda de sus mandatos, porque ahí está nuestro gozo. Cumplamos sin cesar su Voluntad por siempre jamás. Guardar la palabra del Señor es garantía para que seamos amados por Él y habite en nuestra alma con  el Padre y el Espíritu Santo (Jn 14,23). Así le daremos un culto digno de Él, en espíritu y en verdad, con la participación nuestra en la liturgia de la Iglesia, de modo especial en la Eucaristía.

Lucas 8,19-21: Los que escuchan la palabra del Señor y la cumplen son su madre y sus hermanos. Esta es la familia auténtica del Señor. Oigamos a San Ambrosio:

«Es propio del maestro ofrecer en su persona un ejemplo a los demás, y, al dictar sus preceptos, él mismo comienza por cumplirlos. Antes de prescribir a otros que quien no deja a su padre y a su madre no es digno del Hijo de Dios (Mt 10,37; Lc 14,26), Él se somete primero a esta sentencia: no condena la piedad filial con respecto a una madre; pues de Él viene el precepto «Quien no honra a su padre y a su madre, reo es de muerte» (Ex 20,12; Dt 27,16). Pero Él sabe que se debe a los ministerios de su Padre más que a los piadosos sentimientos para con su Madre. Los padres no son injustamente descartados, sino que Él enseña que la unión de las almas es más sagrada que la de los cuerpos» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VI,34-38).

Nadie mejor que la Madre de Jesús ha cumplido la Voluntad divina, fuera de su propio Hijo. Así lo afirma el Concilio Vaticano II:

«A lo largo de su predicación acogió las palabras con las que su Hijo, exaltando el Reino por encima de las condiciones y lazos de  la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que escuchan y guardan la Palabra de Dios, como Ella lo hacía fielmente (cf. Lc 2,19 y 51). Así avanzó la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jn 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de Madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado» (LG 58).

25Miércoles

Años impares

Esdras 9,5-9: Dios no nos abandonó en la esclavitud. Esdras implora el perdón de las faltas de Israel en una plegaria que demuestra una piedad ardiente y da gracias por el retorno del «resto» vaticinado por los profetas. El poder de la oración es grande. Dios está siempre atento a nuestra oración. Los Santos Padres han tratado muchas veces de la oración. Así,  Clemente de Alejandría:

«La oración es una conversación con Dios. Sin que se oiga la voz y aun sin mover los labios estamos clamando en el fondo de nuestro corazón; el Señor oye las súplicas que le dirige nuestro corazón. Para orar, levantamos la cabeza y las manos al cielo, nos esforzamos a arrancar de la tierra nuestro cuerpo, elevando nuestra alma con las alas del deseo de los bienes eternos hasta el santuario de Dios; y mirando con los ojos de un espíritu sublime, consideramos como inferiores a Él los lazos de nuestra carne; como dignos de desprecio siempre que se opongan a la vida eterna» (Pedagogo 17).

Y San Cipriano:

«Sea nuestra ocupación un continuo llanto y una continua oración: estas son las armas celestiales con que perseveran y se defienden nuestras almas. Ayudémonos unos a otros con oraciones, y consolémonos con recíproca caridad en nuestro trabajo. Aquel que por la misericordia de Dios mereciere ir primero, conserve siempre en la presencia de Dios su caridad para con sus hermanos, para implorar la clemencia divina a favor de los fieles que dejó en el mundo» (Carta56,a Cornelio).

«Cuando oramos para conseguir el perdón de nuestras culpas, tenemos las mismas palabras de Aquél que es nuestro Mediador y Abogado. Y pues nos asegura que el Padre celestial nos concederá cuanto le pidamos en su nombre: ¿con cuánta mayor prontitud nos lo concederá, si no solamente en su nombre le suplicamos, sino que oramos con sus mismas palabras?» (Sobre la oración dominical 18).

San Gregorio Nacianceno enseña:

«Admirad la grande bondad de Dios: pues recibe nuestro deseo como si fuera una cosa preciosísima. Se abrasa en deseos de que nosotros nos abrasemos en su amor. Recibe como beneficio el que nosotros le pidamos sus favores; más gusto tiene Dios en dar, que nosotros en recibir lo que Él nos da. No tengamos otro cuidado que el no ser indiferentes ni cortos en nuestras pretensiones con el Señor; jamás le pidamos cosas pequeñas o indignas de la divina magnificencia» (Sermón 40).

–Como Salmo responsorial se nos ofrece la oración de Tobías 13: «Bendito sea Dios que vive eternamente. Él azota y se compadece, hunde hasta el abismo y saca de él. No hay quien escape de su mano». En medio de nuestras dificultades y amarguras debemos darle gracias, proclamar su grandeza. Él es nuestro Dios y Señor, nuestro Padre por los siglos de los siglos... Anunciamos su grandeza y su poder. Convirtámonos y obremos rectamente en su presencia. Él nos muestra siempre su benevolencia y tiene constantemente compasión de nosotros. Oremos con fe, con humildad, con entera confianza.

Años pares

Proverbios 30,5-9: El Señor nos da lo que necesitamos. Pidamos continuar firmemente en el recto camino de la virtud. Ni riqueza ni pobreza. Lo que necesitamos. Para esto tener confianza en Dios. La inseguridad nace cuando se debilita nuestra fe, y con la debilitación de la fe llega la desconfianza. Jesucristo es siempre nuestra seguridad. San Gregorio Magno dice:

«La confianza que el apóstol ha de poner en Dios debe ser tan grande que, aunque no sea necesario para esta vida, tenga por cierto que nada le ha de faltar.

«De la miseria del hombre está llena toda la tierra, y de la misericordia de Dios está llena toda la tierra. Todos necesitan de Dios: lo mismo los desventurados que los felices»  (Homilía 17 sobre los Evangelios).

–El Salmo 118 nos alienta para alabar a Dios: «Apártate del camino falso y dame la gracia de tu voluntad». Estimemos más los preceptos de la boca del Señor mucho más que el oro y la plata, porque la palabra del Señor es eterna, más estable que el cielo. Consideremos los decretos del Señor y odiemos el camino de la mentira, amemos la voluntad del Señor que diariamente nos da lo que necesitamos.

Lucas 9,1-6: Envía sus discípulos a proclamar el Reino de Dios. Escuchemos a San Ambrosio:

«Si se quiere puede entenderse esto en el sentido siguiente: este pasaje parece tener por fin formar un estado de alma enteramente espiritual, que parece se ha despojado del cuerpo, como de un vestido, no solo renunciando al poder y despreciando las riquezas, sino también apartando incluso los atractivos de la carne» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VI,65).

Avancemos superando todo obstáculo en el camino de la santificación, con la mirada fija en Dios, que cuida de nosotros como un Padre amoroso.

25Jueves

Años impares

Ageo 1,1-8: Construid el templo, para que pueda complacerme. El profeta se dirige a dos autoridades: civil y religiosa, como responsables principales de la incuria por no continuar las obras del templo, comenzadas quince años antes (537 antes de Cristo), a raíz del retorno del destierro. Esto fue debido a manejos de gentes hostiles, sin religiosidad. El profeta lo echa en cara, pues se han preocupado más de sus casas que de la del Señor. De ahí el castigo de las malas conductas. Una lección para nosotros: primero lo de Dios, luego lo nuestro. Entonces Dios nos mostrará su gloria.

–El Salmo 149 es el escogido como responsorial: «El Señor ama a su pueblo, por eso le cantamos un cántico nuevo; que resuene su alabanza en la asamblea de sus fieles, que se alegre Israel, la Iglesia santa, por su Creador, los hijos de Sión, la celeste, por su Rey... que los fieles festejen su gloria, y canten jubilosos en la asamblea litúrgica, con vítores a Dios en la boca. Esto es un honor para todos sus fieles».

Años pares

Eclesiástico 1,2-11: Nada nuevo bajo el sol. Todo es pasajero. Hemos de estar desprendidos de todo lo caduco y poner los ojos en la eternidad. Todo es vano.  Utilizarlo para nuestra ayuda, para nuestra utilidad, pero no quedar aprisionados por lo puramente cuantitativo. Para corresponder a la gracia hemos estar libres de esas ataduras. Esto no es desprecio de los bienes terrenos, sino apreciarlos en su justo valor. De tal modo utilicemos las cosas temporales que no perdamos las eternas, como tantas veces lo hemos manifestado. Lo dijo el Señor: «buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6,33).

Los Santos Padres lo han expuesto muchas veces, con expresiones muy elocuentes y precisas. San Ignacio de Antioquía escribe:

«No os doy mandatos, como Pedro y Pablo. Ellos eran Apóstoles, yo no soy más que un condenado a muerte... Pero si logro sufrir el martirio, entonces seré liberto de Jesucristo y resucitaré libre con Él. Ahora, en medio de mis cadenas es cuando aprendo a no desear nada» (Carta a los Romanos 3,1-2).

Y San Gregorio Magno:

«Considerad bien qué poco valor tienen las cosas que pasan con el tiempo. El fin que tienen todas las cosas temporales nos manifiestan cuán poco vale lo que ha podido pasar. Fijad vuestro amor en el amor de las cosas que perduran» (Homilia 14 sobre los Evangelios).

–La brevedad de nuestra vida debe hacernos anhelar y estimar la vida eterna. Esto es lo que nos sugiere el Salmo 89 escogido como responsorial de la lectura anterior: «Tú reduces el hombre a polvo... Mil años en tu presencia son un ayer que pasó, una vela nocturna. Los siembras año por año, como hierba que se renueva; que florece y se renueva por la mañana y por la tarde la siegan y se seca. Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato»... Por eso anhelamos los bienes eternos. «Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos».

Lucas 9,7-9: Admiración por los prodigios de Cristo. Se fijan en las cosas maravillosas, que no son un fin, sino un medio, y descuidan lo principal de la misión del Salvador, que predica para realizar la conversión de los oyentes y de todo el mundo. No invertir el orden. Sigamos el mensaje salvífico de Cristo, busquemos primero el reino de Dios. Lo demás ya vendrá, cuando el Señor lo quiera, pues Él tiene más deseos de hacernos bien que nosotros de recibirlo.

25Viernes

Años impares

Ageo 3,1-10: Dios llena de su gloria el templo. El profeta anuncia que la gloria del futuro templo superará a la del antiguo de Salomón, a pesar de su aparente modestia. Se refiere a la grandeza moral que le está reservada. Será el centro religioso del mundo. En lontananza ve el profeta la era mesiánica, que será interpretada de un modo diferente al que en realidad fue. Dios transformará el mundo totalmente hasta que sea reducido al Reino de Jesucristo. No nos dejemos captar por las apariencias. La grandeza de Dios estará firme en lo interior, en la humildad. Por eso muchos no entendieron a Cristo, ni lo entienden todavía.

–El Salmo 42 nos ayuda a entender el mensaje salvífico del Señor: «espera en el Señor que volverás a alabarlo; salud de mi rostro, Dios mío». La confianza en Dios nos hace gritar: «hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad, sálvame del hombre traidor y malvado; Tú eres mi Dios y protector... Envía tu luz y tu verdad; que ellas me guíen, y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada», en la Jerusalén celeste, llamada visión de paz. Que me acerque ahora al altar de Dios, a la celebración de la Eucaristía, lleno de alegría y júbilo, para darte gracias por tus inmensos beneficios.

Años pares

Eclesiástico 3,1-11: Todo tiene su momento, pero es un momento lleno de vaciedad. Aquí nos viene bien reflexionar sobre el principio y fundamento de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola:

«El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salva el alma. Y las otras cosas sobre la haz de la tierra son creadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para el que fue creado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar de ellas cuanto le ayudan para su fin y tanto debe quitarse de ellas cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y que no le está prohibido; en tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce hacia el fin para el que somos creados».

–Fuera del Señor todo es vacío, por eso cantamos con el Salmo 143: «Bendito el Señor, mi Roca, mi bienhechor, mi alcázar, baluarte donde me pongo a salvo, mi escudo y mi refugio. Señor, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él? ¿Qué los hijos de Adán para que te fijes en ellos? El hombre es igual que un soplo, sus días una sombra que pasa». Tener fe para buscar primero el Reino de Dios y su justicia. Todo lo demás vendrá después.

Lucas 9,18-22: Tú eres el Mesías de Dios. Pedro responde así a Cristo, que les pregunta acerca de su persona, y habla en nombre de todos los apóstoles. La opinión de las masas tiene su interés. Dice San Ambrosio:

«Aunque los demás apóstoles lo conocen, sin embargo, Pedro responde por los demás: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”... Cree, pues, de la manera en que ha creído Pedro a fin de ser feliz tú también, para oír tú también: “no ha sido la carne ni la sangre la que te lo ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos”. Efectivamente, la carne y la sangre no pueden revelar más que lo terreno; por el contrario, el que habla de los misterios en espíritu no se apoya sobre las enseñanzas de la carne ni de la sangre, sino sobre la inspiración divina... El que ha vencido a la carne es un fundamento de la Iglesia y, si no puede igualar a Pedro, al menos puede imitarlo. Pues los dones de Dios son grandes: no solo ha restaurado lo que era nuestro, sino que nos ha concedido lo que era suyo (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VI,93-95).

25Sábado

Años impares

Zacarías 2,1-5.10-11: Yo vengo a habitar dentro de ti. Un ángel mide la nueva Jerusalén: tendrá fortificaciones y murallas de fuego, símbolo de la gloria de Dios. Todos los pueblos acudirán allí para adorar al Señor. San Juan aplica esto a la Jerusalén celeste en el Apocalipsis. Zacarías no podía presentar a sus compatriotas, que se preocupaban afanosamente en reconstruir la ciudad de Jerusalén, un horizonte más optimista.

La ciudad superará el esplendor antiguo y estará bajo la especialísima y personal protección de Dios. Como siempre, los profetas proyectan su mirada hacia los tiempos mesiánicos y esto de un modo espiritual». Cristo, la Iglesia, las almas, la gloria futura. Vivamos nosotros esas realidades con gran espíritu de fe. Solo así podemos ver y gozar de esas realidades en toda su plenitud.

–Como Salmo responsorial se ha escogido un pasaje deJeremías 31, ya expuesto en otra ocasión: «El Señor nos guardará como Pastor a su rebaño. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla en las islas remotas. El que dispersó a Israel lo reunirá, lo guardará como pastor a su rebaño. Porque el Señor redimió a Jacob, a la humanidad, a nosotros mismos, nos rescató con mano fuerte». Por eso acudamos a la celebración litúrgica con aclamaciones, pues allí encontramos los bienes del Señor. Todos nos alegramos, porque el Señor ha hecho grandes maravillas con toda la humanidad, aunque ésta en gran parte no lo conozca o se olvide de ello y ofenda al Señor. Nuestra misión es proclamar esas maravillas por doquier y reparar las ofensas de los hombres.

Años pares

Eclesiástico 11,9–12,8: Acuérdate de tu Creador, ahora que vives, antes de que el polvo vuelva a la tierra y el espíritu vuelva a Dios que lo dio. Dios te llamará a juicio para dar cuenta. El fin del mundo sorprenderá a los hombres, ocupados en sus negocios, sin advertir la inminencia de la llegada de Cristo. Vendrá como Redentor del mundo, como Rey, Juez y Señor de todo el universo, pero también como Padre misericordioso, pues Él es esencialmente Amor. «Cuando venga el Hijo del Hombre... hará comparecer ante Él a todas las naciones y separará a uno de otros» (Mt 25,31-32; Mc 13,26-27; Lc 21,36). San Juan Crisóstomo dice:

«Aunque tengas padres o hijos o amigos o alguien que pudiera interceder por ti, solo te aprovechan tus hechos. Así es este juicio; se juzga solo lo que has hecho» (Homilía sobre la Carta a los Gálatas 2-8).

Y San Gregorio Magno:

«En la vida presente puede ocultarse a los hombres lo que se hace interiormente; pero vendrá ciertamente el Juez a quien no podrá ocultarse nada con callar, a quien no podrá engañarse  negando» (Homilía 17 sobre los Evangelios).

–Acudimos al Señor misericordioso con el Salmo 89: «Señor, Tú has sido nuestro refugio de generación en generación. Tú reduces el hombre a polvo». Ante la eternidad de Dios, el hombre, todo él caduco, se refugia en el Infinito, al que camina sin cesar. Recurre a la Fuente de la Vida. El hombre, miserable, pide misericordia y piedad, el afligido implora el consuelo de la gloria de Dios y Este no lo defrauda. Ahí está nuestra salvación.

Lucas 9,44-45: Nuevo anuncio de la Pasión. Pero los discípulos no lo entendieron. Tan asimilada tenían todos, incluso los apóstoles, una idea radiante del Mesías, que no podían ni imaginar la realidad de la Pasión y de la muerte en cruz del mismo. Era algo inconcebible. ¿Lo es para nosotros? San Juan Crisóstomo dice:

«Oigan los que se avergüenzan de la Pasión y de la Cruz de Cristo... ¿Qué perdón pueden tener aquellos que, después de tan manifiesta demostración, niegan la economía de la Cruz?... Considerad lo que habrán de sufrir los que, después de todo eso, destruyen y anulan el misterio de la Cruz» (Homilía 54 sobre San Mateo).

San Agustín comenta:

«¿De donde nos viene la vida? ¿De dónde le vino a él la muerte? Centra tu atención: “en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios” (Jn 1,1). Busca allí la muerte. ¿Dónde se la encuentra? ¿De dónde le viene? ¿Cómo era la Palabra? “La Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios”. Si encuentras en ella carne y sangre, encuentras también la muerte. Por tanto, ¿de dónde le vino la muerte a aquella Palabra? ¿de dónde nos vino la vida a nosotros, hombre moradores de la tierra, mortales corruptibles y pecadores? Nada había en ella de donde pudiera surgir la muerte y nada teníamos nosotros de donde poder estar en la vida. De nuestro haber, él tomó la muerte, para darnos del suyo la vida» (Sermón 232,5).

 

 

 

 

 

Semana 26

Domingos: 26 Ciclo A - 26 Ciclo B - 26 Ciclo C

Entre semana:
Lunes - Martes - Miércoles - Jueves - Viernes - Sábado

Domingo

Entrada: «Lo que has hecho con nosotros, Señor, es un castigo merecido, porque hemos pecado contra ti y no pusimos por obra lo que nos habías mandado; pero da gloria a tu nombre y trátanos según tu abundante misericordia» (Dan 3,31.29. 30.43.42).

Colecta (del Misal anterior y antes en el Gelasiano y Gregoriano): «¡Oh Dios!, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia; derrama incesantemente sobre nosotros tu gracia, para que, deseando lo que nos prometes, consigamos los bienes del cielo».

Ofertorio: «Dios de misericordia, que nuestra oblación te sea grata y abra para nosotros la fuente de toda bendición».

Comunión: «Recuerda la palabra que diste a tu siervo, de la que hiciste mi esperanza. Este es mi consuelo en la aflicción» (Sal 118,49-50); o bien: «En esto hemos conocido el amor de Dios: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos» (1 Jn 3,16).

Postcomunión (del Misal anterior, retocada con textos del Veronense y del Misal de París del año 1782):  «Que esta Eucaristía renueve nuestro cuerpo y nuestro espíritu, para que participemos de la herencia gloriosa de tu Hijo, cuya muerte hemos anunciado y compartido».

 

26 CICLO A

El malvado que se convierta de su maldad será salvado. Esto es lo que nos enseñan las lecturas primera y tercera. San Pablo nos exhorta a tener los mismos sentimientos de Cristo, viviendo en humildad, como él vivió.

Por su misma naturaleza, la vocación cristiana exige una respuesta exacta y constante al designio de Dios. De nuestra actitud de fidelidad o infidelidad a este designio depende el que esta vocación, gratuita y amorosa, alcance su coronación, conduciéndonos a la salvación definitiva. Ni irresponsabilidad ante la voluntad salvífica de Dios ni presunción o falsa confianza en nosotros mismos. Hemos de tener una actitud personal de conversión permanente.

Ezequiel 18,25-28: Cuando el malvado se convierta de su maldad, salvará la vida. Ezequiel es, en la historia de la salvación, el profeta que más altamente proclama la responsabilidad personal ante la voluntad e iniciativa divinas sobre nuestra vida. La muerte o la vida son consecuencias de una vida vivida en la impiedad o en la honestidad. Cada uno es responsable de sus actos. Cada uno ha de responder con su parte a su propio destino: o con Dios o contra Dios.

–Por eso cantamos en el Salmo 20: «Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna». Pedimos al Señor que nos enseñe sus caminos, que nos instruya en sus sendas, que caminemos con lealtad, porque Él es nuestro Salvador y todo el día lo estamos esperando. Le rogamos que no se acuerde de nuestros pecados, de nuestras maldades, que tenga misericordia de nosotros por su inmensa bondad. El Señor es bueno y recto, enseña el camino a los pecadores, hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes.

Filipenses 2,1-11: Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. El modelo de fidelidad a la voluntad del Padre es el mismo Corazón de Jesucristo, Hijo de Dios, hecho hombre para enseñar a los hombres a ser y vivir como hijos de Dios. Oigamos a San Agustín:

«Escucha al Apóstol, que quiere que consideremos la misericordia del Señor, quien se hizo débil por nosotros para reunirnos bajo sus alas, como polluelos y enseñar a los discípulos a que si alguno, superada la debilidad común, se ha elevado a una cierta robustez, se compadezca también él de la debilidad de los otros, considerando que Cristo descendió de su celeste fortaleza a nuestra debilidad. Les dice el Apóstol: “tened vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”. Dignaos, dijo, imitar al Hijo de Dios en su compasión hacia los pequeños...

«Al decir “existiendo en la forma de Dios”, mostró que era igual a Dios... Como todos los hombres eligen para sí la mejor de las muertes, así eligió la peor de todas, la más execrable para todos los judíos. Él, que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, no temió morir en la ignominia de la Cruz, para librar a todos los creyentes de cualquier otra ignominia. Por tanto, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz. Con todo es igual a Dios por naturaleza; fuerte en el vigor de su majestad y débil por compasión a la humanidad; fuerte para crearlo todo y débil para recrearlo de nuevo» (Sermón 264).

Mateo 21,28-32: Después se arrepintió y fue. Ni la falsa fidelidad del presuntuoso, ni la impenitencia del irresponsable son caminos de salvación. Sólo la humilde conversión puede abrir nuestro corazón a la fidelidad ante la voluntad del Padre, según el diseño de fidelidad del Corazón de Jesucristo. Escribe San Jerónimo:

«Son los dos hijos descritos en la parábola de Lucas (cf. Lc 15,11-32), uno sobrio y otro disoluto, de los que también habla el profeta Zacarías (11,7). Primero se le dice al pueblo pagano por el conocimiento de la ley natural: “ve y trabaja en mi viña”, es decir, no hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti. Él respondió con soberbia: “no quiero”. Sin embargo, después de la venida del Salvador, hizo penitencia, trabajó en la viña de Dios y reparó con su esfuerzo la obstinación de sus palabras. El segundo hijo es el pueblo judío, que respondió a Moisés: “haremos todo lo que ha dicho el Señor” (Ex 24,3), pero no fue a la viña, porque después de haber muerto el hijo del padre de familia se consideró heredero.

«Otros no creen que la parábola se refiera a los paganos y a los judíos, sino simplemente a los pecadores y a los justos. El mismo Señor explica a continuación sus palabras: “os aseguro que los publicanos y las prostitutas os precederán en el Reino de Dios”. Aquellos que por su mala conducta se habían negado a servir al Señor, después recibieron de Juan el bautismo de penitencia; mientras que los fariseos, que hacían profesión de justicia y se jactaban de cumplir la Ley de Dios, despreciando el bautismo de Juan, no cumplieron los preceptos de Dios» (Comentario al  Evangelio de Mateo 21,32).

 

26 CICLO B

El Espíritu de Dios sopla donde quiere: esto es lo que nos dan a entender las lecturas primera y tercera. La segunda lectura nos enseña el buen uso que hemos hacer de las riquezas y que éstas no pueden ser adquiridas injustamente.

Los dones que Dios ha repartido, tanto naturales cuanto sobrenaturales, no son valores absolutos puestos a nuestro servicio egoísta y personalmente irresponsable. Hay que ejercitarlos con la virtud de caridad. No somos dueños absolutos. De todos ellos hemos de dar cuenta a Dios en el día del juicio.

Números 11,25-29: Ojalá todo el pueblo fuera profeta. Dios reparte sus dones gratuitamente, a quien quiere y como quiere. Pero todos los dones divinos han de emplearse para el bien de todos y para la unidad del pueblo de Dios.

El episodio de la lectura sirve para demostrar que el gobierno del pueblo de Dios no es un asunto de naturaleza política o económica, sino solamente religiosa. Los dones de Dios son distribuidos de modo que nadie puede criticarlos o hacer recriminaciones. La Iglesia es guiada por el Espíritu en la predicación de sus verdades y en la santificación de sus miembros por medio de los sacramentos.

–El Salmo 18 nos manifiesta un contenido precioso para meditar sobre la lectura anterior: «los mandatos del  Señor alegran el corazón; la ley del Señor es perfecta y es descanso del alma;  el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante, la voluntad del Señor es pura y eternamente estable»... Pero podemos presumir de ello. Por eso pedimos al Señor: «preserva a tu siervo de la arrogancia, para que no nos domine; así quedaremos libres e inocentes del gran pecado».

Santiago 5,1-6: Vuestra riqueza está corrompida. También los bienes materiales caen bajo la ley y responsabilidad de la caridad. Son dones de Dios. Pero nuestro egoísmo puede hacerlos malditos. Así lo enseña el Concilio Vaticano II:

«Los cristianos que toman parte activa en el movimiento económico-social de nuestro tiempo y luchan por la justicia y la caridad, convénzanse de que pueden contribuir mucho al bienestar de la humanidad y a la paz del mundo. Individual y colectivamente den ejemplo en este campo. Adquirida la competencia profesional y la experiencia, que son absolutamente necesarias, respeten en la acción temporal la justa jerarquía de valores, con fidelidad a Cristo y a su Evangelio, a fin de que su vida, tanto la individual como la social quede saturada con el espíritu de pobreza. Quien,  con obediencia a Cristo busca ante todo el Reino de Dios, encuentra en éste un amor más fuerte y más puro para ayudar a todos los hermanos, y para realizar la obra de la justicia bajo la inspiración de la caridad» (Gaudium et spes 72).

Clemente de Alejandría decía:

«La posesión de las riquezas es odiosa en público y en particular cuando excede a las necesidades de la vida: la adquisición de las riquezas es trabajosa y difícil, su conservación penosa,  y su uso incómodo» (Pedagogo 32,3).

Y San Hilario:

«No es delito tener riquezas, como se arregle el uso de ellas; porque aunque no se abandonen los fondos que sirven de manantial a la limosna, esto no impide el repartir sus bienes con los necesitados. Luego no es malo tener hacienda, sino poseerla de modo que nos sea perniciosa. El riesgo está en el deseo de enriquecerse, y un alma justa que se ocupa en aumentar su hacienda, se impone una pesada carga; porque un siervo de Dios no puede adquirir los bienes del mundo sin exponerse a juntar vicios que son inseparables de los bienes» (Comentario al Evangelio de San Mateo 19,8).

Marcos 9,37-42.44.46-47: El que no está contra nosotros está a nuestro favor. El pecado de escándalo, tan frecuentemente reprobado por Cristo, es siempre el triunfo del egoísmo personal y de la irresponsabilidad humana sobre la ley de la caridad y sobre las necesidades de nuestros hermanos. Cristo lo condenó con palabras durísimas. Hay que proclamarlo por doquier, pues se nota una insensibilidad generalizada con respecto a los escándalos: corrupciones, pornografías, opresiones y mil formas de abusos se comenten con toda naturalidad, sin temor de Dios, sin recriminaciones...

No pueden existir razones que permitan ser indulgentes contra teorías, doctrinas, prácticas y costumbres que conducen al mal o que lo presentan desnaturalizado y privado de malicia. Es nuestra vida íntegra la que ha de proclamar nuestra fe operante o la que puede desmentir en nosotros la verdad de nuestra religiosidad, sea litúrgica o extralitúrgica.

Los Santos Padres han tratado de eso con mucha precisión y muy frecuentemente. Concretamente San Basilio:

«Si aun cuando en las cosas permitidas, y en las que nos es libre hacer o no hacer, causamos escándalo a los débiles o ignorantes, incurrimos en una vigorosa condenación, según dijo el Salvador con estas palabras: “mejor le sería que se arrojase en el mar con una piedra de molino al cuello, que escandalizar a uno de estos pequeñuelos”. Vuelvo a decir, nos ha de juzgar con tan terrible rigor sobre las cosas permitidas, ¿qué sucederá en las cosas que son prohibidas?» (Cuestiones 10,25).

Y San Juan Crisóstomo:

«No me digáis, esto o aquello está prohibido, ni que está permitido, siempre que habléis de alguna cosa que escandaliza a los demás; porque, aunque la permitiera el mismo Jesucristo, si advertís que alguno se escandaliza, absteneos, no uséis del premio que os ha dado. De este modo procedió el grande Apóstol, no queriendo tomar cosa alguna de los fieles, no obstante que el Señor lo había permitido a los Apóstoles» (Homilía 21,9).

 

26 CICLO C

La primera y tercera lecturas enseñan que la vida de aquí abajo prepara la futura. La vida disoluta y egoísta no puede conducir a la gloria futura. La segunda lectura nos exhorta también a llevar una vida de fidelidad para con Dios,

Hemos de tener en cuenta los riesgos que el vivir cotidiano supone para cuantos, conscientes o irresponsables, olvidan temerariamente que todo hombre está llamado a rendir cuentas a Dios al final de su existencia temporal. El amodorramiento típico de las vidas ahogadas por el materialismo o por el egoísmo irresponsable, es la peor droga para nuestra conciencia cristiana. Hay que reaccionar a tiempo.

Amós 6,1,4-7: Los que lleváis una vida disoluta, iréis al destierro. La frivolidad egoísta o la inconsciencia de nuestra irresponsabilidad ante Dios son caminos que llevan a la condenación.

Lo que se condena es el exceso de riqueza y, sobre todo, la insensibilidad egoísta  que degenera en desinterés no solo religioso, sino también político y civil. A esto conduce el panorama actual consumista, que embota las potencias del alma y la encierra en lo puramente cuantitativo. Dios hizo todo para la utilidad del hombre. Lo que Dios no quiere es el desorden. La Iglesia nos recuerda en sus oraciones litúrgicas que de tal modo utilicemos las cosas temporales que no perdamos las eternas. San Ambrosio escribe:

«Los mundanos estiman las comodidades de la vida como grandes bienes; los cristianos las deben considerar como perjuicios y males. Porque aquellos que reciben bienes en este mundo, como sucedió al Rico avariento, se verán atormentados en el otro; mas los que aquí han sufrido males como Lázaro, hallarán en el cielo su consuelo y alegría» (Sobre los Oficios 19).

Y San Juan Crisóstomo:

«La vida presente es muy semejante a una comedia en la que uno hace el papel de emperador; otro, de general de ejército; otro, de soldado; otro de juez; y así los demás estados. Y cuando llega la noche y se acaba la comedia, el que representaba al emperador ya no es reconocido por emperador; el que hacía de juez, ya no es juez; y el capitán, ya no  es capitán; lo mismo sucede en el día que dura esta vida, al fin de la cual cada uno de nosotros será tratado, no según el papel que representa, sino según las acciones que haya ejecutado» (Paranesis 3).

–El Salmo 145 nos presenta un programa de vida con la actuación de Dios: «Él hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos, abre los ojos a los ciegos, endereza a los que ya se doblan, ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda... El Señor reina eternamente. Alaba, alma mía, al Señor».

1 Timoteo 6,11-16: Guarda el mandamiento hasta la venida del Señor. Estamos destinados a la eternidad. El camino es la fe y la actitud de fidelidad amorosa a la Voluntad divina, aceptada con todas sus consecuencias. También nosotros tenemos que vivir la fidelidad al mensaje, custodiarlo intacto, mantener puro el testimonio.

El empeño de la conservación es esencial para todas las Iglesias. Conservar intacto el depósito de la fe quiere decir ser obediente y sumiso a toda la Palabra de Dios, no pretender jamás agotarla, pues es trascendental. En esta conservación, aunque parezca que es una paradoja, está la fuente de la permanente renovación de La Iglesia. El nº 10 de la Constitución Dei Verbum del Vaticano II es fundamental: la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia forman una gran unidad. Si se quita una de ellas, las otras dos se tambalean.

Lucas 16,19-31: Tú recibiste bienes, y Lázaro males; ahora él encuentra consuelo, mientras tú padeces. En la muerte no se improvisa la salvación cristiana. La vida temporal no se vive más que una vez y, tras ella hay un juicio irrevocable (Heb 9,27).

Jesús no dice que todos los ricos van al infierno, ni que van por haber disfrutado de sus riquezas. El verdadero pecado está en la insensibilidad con respecto a los necesitados, a los pobres, y en el rechazo a una participación consciente y adecuada a los problemas de un pueblo o de una nación, como se dice en la primera lectura de este Domingo. Oigamos a San Ambrosio:

«Con toda intención, el Señor nos ha presentado aquí a un rico que gozó de todos los placeres de este mundo, y que ahora, en el infierno, sufre el tormento de un hambre que no saciará jamás; y no en vano presenta, como asociados a sus sufrimientos, a sus cinco hermanos, es decir, los cinco sentidos del cuerpo, unidos por una especie de hermandad natural, los cuales se estaban abrasando en el fuego de una infinidad de placeres abominables; y, por el contrario, colocó a Lázaro en el seno de Abrahán, como en un puerto tranquilo y en un asilo de santidad, para enseñarnos que no debemos dejarnos llevar de los placeres presentes ni, permaneciendo en los vicios o vencidos por el tedio, determinar una huida del trabajo. Trátase, pues, de ese Lázaro que es pobre en este mundo, pero rico delante de Dios, o de aquel otro hombre que, según el Apóstol, es pobre de palabra, pero rico en fe (Sant 2,5). En  verdad, no toda pobreza es santa, ni toda riqueza reprensible» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VIII,13).

26Lunes

Años impares

Zacarías 8,1-8: Yo libertaré a mi pueblo del país de Oriente y Occidente. Son oráculos de felicidad. Zacarías es el profeta del retorno del destierro; reconstrucción, vida larga, alegría... Pero todo esto se realizará en Cristo y su obra con sentido espiritual y sublime. El profeta está convencido de que Dios está en el corazón de la ciudad como lo estaba en la columna de fuego y en la tienda del desierto. El amor de Dios es inmenso. Mas donde se mostró en su plenitud fue en la Encarnación del Unigénito del Padre: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Unigénito, como dice San Juan en el Evangelio (Jn 3,16). Este es el signo grande del amor de Dios.

–El Salmo 101 nos ofrece un material adecuado para meditar con respecto a la lectura anterior: «el Señor reconstruyó Sión y apareció en su gloria; los gentiles temerán su nombre y los reyes del mundo su gloria». Es en la reconstrucción de Sión, la Santa Iglesia, donde brilla con esplendor su gloria... Él se inclina a la súplica de los indefensos y no desprecia sus peticiones. Esto se escribió para las generaciones futuras hasta el fin de los tiempos; el pueblo de Dios que fue creado alabó al Señor y lo alaba constantemente en las celebraciones litúrgicas y fuera de ellas. El Señor miró desde su excelso santuario, desde el cielo se fija en la miseria del hombre pecador, escuchó los gemidos de la humanidad doliente y la salvó, libró a los condenados a muerte. «Bendito sea el nombre del Señor».

 

Años pares

Job 1,6-22: El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Bendito sea el nombre del Señor. Enseña San Gregorio Magno:

«El santo varón, tentado por el adversario, había perdido todo. Sabiendo que si el Señor no lo permitía, Satanás no tendría fuerzas para tentarlo, no dijo: “el Señor me lo dio, el diablo me lo quitó”, sino “el Señor me lo dio y el Señor me lo quitó”. Quizá hubiera sido para dolerse si el enemigo hubiera quitado lo que el Señor había dado. Pero como el que quitó fue el mismo que dio, es suyo lo que recibió y no nuestro lo que se nos quitó. Si hemos recibido de Él los bienes que empleamos en esta vida, ¿por qué dolerse si el mismo Juez nos exige lo que generosamente nos había prestado? No es injusto el acreedor que no estando sujeto al vencimiento de ningún plazo, exige lo prestado cuando quiere. De ahí  que rectamente se añada: “como ha agradado al Señor, así ha sucedido”.

«Cuando en esta vida sufrimos males que no queremos, debemos dirigir los esfuerzos de nuestra voluntad a Aquel que nada injusto puede querer. Es de gran consuelo saber que las cosas desagradables que nos ocurren, suceden por orden de Aquel a quien solo agrada lo justo. Si sabemos que lo justo agrada al Señor y que no podemos sufrir nada sin su beneplácito, consideraremos justos nuestros sufrimientos y de gran injusticia murmurar de lo que justamente padecemos» (Los Morales sobre Job lib. II,18,31).

–Con el Salmo 16 proclamamos: «Inclina el oído y escucha mis palabras. Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores; presta oído a mis súplicas, que en mis labios no hay engaño. Emane de Ti la sentencia, miren tus ojos la rectitud. Aunque sondees mi corazón, visitándolo de noche; aunque me pruebes a fuego, no encontrarás malicia en mí. Yo te invoco, porque Tú me respondes, Dios mío, inclina el oído y escucha mis palabras. Muestra las maravillas de tu misericordia, Tú que salvas de los adversarios a quien se refugia a tu derecha».

Lucas 9,46-50: El más pequeño entre vosotros es el más importante. Puso Jesús por modelo a un niño. La humildad es una disposición del alma. Está dentro del corazón y del espíritu profundo, que se inclina y se doblega ante la majestad del Señor. Dice San Juan Crisóstomo:

«Todas las oraciones, ayunos, obras de misericordia, la castidad y por último, las virtudes todas, perecerán algún día y se destruirán si no van fundadas sobre la humildad, porque así como la soberbia es la fuente de todos los vicios, la humildad es el manantial de todas las virtudes... Hace Jesucristo de las Bienaventuranzas, como una escala divina, y la primera es como un escalón para subir a la segunda; porque la humildad del corazón va sin repugnancia a llorar sus pecados. Esto  será como un efecto necesario, benigno, justo y misericordioso. El que esté lleno de benignidad, justicia y misericordia, tendrá puro el corazón. El que tenga puro el corazón, será sin duda pacífico; y el que posea todas estas virtudes, no temerá los peligros, ni se turbará con cuantas calamidades carguen sobre él» (Homilía 15, 43-44).

26Martes

Años impares

Zacarías 8,20-23: Vendrán pueblos incontables a consultar al Señor en Jerusalén. El profeta se abre al universalismo. La Jerusalén celeste que celebra no es un ghetto. Abre ampliamente sus puertas a los paganos. Zacarías aparece como esencialmente misionero. No se trata de un simple retorno de emigrados a su país. Los paganos los acompañarán para conocer su fe y unirse a ella. Todo esto solo se realizó en Cristo y en su obra redentora. La Iglesia es en realidad la Jerusalén abierta a todos los pueblos. Fue el mismo Jesús el que dio el mandato: «id a todos los pueblos y predicad la buena nueva; el que crea se salvará, el que no crea será condenado» (Mt 28,19; Mc 16,15-18). De ese mandato parte siempre la condición misionera de toda la Iglesia, de todo cristiano.

–El Salmo 86 es como un eco de la profecía de Zacarías: el universalismo, que en realidad solo se vio en la obra de Cristo y así se ve en la actualidad. La única religión abierta a todas las naciones, a todos los pueblos y a todos los hombres es el cristianismo. Por eso con toda razón podemos cantar acerca de la Iglesia: «Dios está con nosotros. Él la ha cimentado sobre el monte santo, el Señor la prefiere a todo lo demás, a todas las moradas de Jacob. ¡Qué pregón para ti, ciudad de Dios! Puede contar todos los pueblos entre sus fieles, todos han nacido allí... El Altísimo en persona la ha fundado».

La Iglesia se extiende por doquier. Su esplendor es inmenso, no obstante las persecuciones y las infidelidades de algunos de sus hijos. Son innumerables sus santos y continúa la lista sin parar. Lo vemos constantemente por las beatificaciones y canonizaciones. Verdaderamente «Dios está con nosotros».

Años pares

Job 3,1-3.11-17.20-23: Gran sufrimiento. Dolor de haber nacido. Maldecir es afirmar el carácter infernal de la vida, es definir el mal como reverso del bien. Preguntar por el mal es una cuestión que ha existido siempre y existe también hoy. ¿Por qué el mal? Enseña San Gregorio Magno:

«Si analizamos  con finura las palabras del santo Job, descubrimos que su maldición no procede de la malicia del pecador, sino de la rectitud del Juez; no es la ira de un hombre alterado, sino la enseñanza de un hombre tranquilo. El que maldijo, pronunciando palabras tan rectas, no cayó en el vicio de la perturbación, sino que se entregó al magisterio de la doctrina. Vio, en efecto, a sus amigos llorar con grandes gritos, vio cómo se rasgaban las vestiduras, vio cómo echaban polvo sobre sus cabezas, vio cómo enmudecían al contemplar su estado, y el santo varón advirtió que sus amigos –que deseaban la prosperidad temporal y que lo juzgaban según su propia mentalidad–, creían que las desgracias temporales eran las que a él le afligían. Advirtió que el llanto desesperado de los amigos, derramado por una aflicción pasajera, no hubiera sido tal si ellos mismos no hubieran apartado su mente de la esperanza de la salud interior.

«Así, prorrumpiendo por fuera con un grito de dolor, muestra la virtud de la medicina a los que están enfermos por dentro, diciendo: “perezca el día en que nací” ¿Qué se debe entender por el día del nacimiento sino todo este tiempo de nuestra condición mortal? Mientras éste nos retiene en nuestro estado actual de corruptibilidad, no nos aparece la inmutabilidad de la eternidad. Por eso, quien ve ya el día de la eternidad, a duras penas soporta el día de su condición mortal... ¿Qué significa, por tanto maldecir el día del nacimiento, sino decir claramente: “perezca el día de la corrupción y surja la luz de la eternidad”?» (Morales sobre Job lib.IV,1,3-4).

–Sigue este tema en el Salmo 87: «Llegue, Señor, hasta ti mi súplica. Señor, Dios mío, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia; llegue hasta ti mi súplica, inclina tu oído a mi clamor, porque mi alma está colmada de desdicha, mi vida está al borde del abismo; ya me cuentan con los que bajan a la fosa; soy como un inválido, tengo mi cama entre los muertos, como los caídos que yacen en el sepulcro, de los cuales ya no guardas memoria, porque fueron arrancados de tu mano. Me has colocado en lo hondo de la fosa, en las tinieblas del fondo. Tu cólera pesa sobre mí. Me echas encima todas tus olas».

Lucas 9,51-56: Decide Jesús ir a Jerusalén, donde sufrirá la pasión y la muerte en la cruz. Rehúsa castigar a las ciudades de Samaría, que no quieren recibirle. San Ambrosio comenta:

«Y si Él  increpó a sus discípulos porque querían que descendiera fuego sobre aquellos que no recibieron a Cristo, nos quiere enseñar con ello que no siempre hay que vengarse de los que pecan, porque a veces la clemencia tiene grandes ventaja,  para adquirir más paciencia y lograr así la corrección del culpable. Además, los samaritanos creyeron más pronto en aquellos que apartaron el fuego de aquel lugar.

«Al mismo tiempo aprende que Él no quiso ser recibido por aquellos de quienes sabía que no se convertían con una mente sincera; pues, de haberlo querido, habría hecho hombres entregados aun de esos mismos que estaban dominados por el egoísmo...Pero el Señor hace admirablemente las cosas. Él no recibe a nadie que se entrega con presunción ni se enfada para castigar a quienes, egoístamente, rechazan a su propio Señor, y actúa así con el fin de enseñarnos que la virtud perfecta no guarda ningún deseo de venganza y que donde esté presente la verdadera caridad, no tiene lugar la ira y, en fin, que la debilidad no debe ser tratada con dureza, sino que debe ser ayudada. La indignación está tan lejos de las almas piadosas, como lo está el deseo de venganza de las almas magnánimas y la amistad irreflexiva y la necia simplicidad, de las almas prudentes» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas  lib.VII,27-28).

26Miércoles

Años impares

Nehemías 2,1-8: Reconstrucción de la ciudad. Ha comprendido Nehemías que sus privilegios no pueden quedar para sí mismo, sino que ha de ponerlos al servicio de su pueblo. Por eso fue a Palestina en calidad de especialista delegado para asesorar a sus compatriotas, que no llegan a organizarse en la independencia. Hemos de tener una actitud de servicio como Cristo que, sirviendo a Dios, salva a los hombres, reparando así una negativa de servir. Él nos reveló cómo quiere ser servido el Padre: quiere que se consuman en el servicio de sus hermanos, como lo hizo Cristo. «El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida» (Mc 10,45). «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22,27).

–El Salmo 136 nos evoca algo de las circunstancias de la lectura anterior: «Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti... ¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera! Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha. Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías».

Años pares

Job 9,1-12.14-16: El hombre no es justo frente a Dios. Job ensalza, con una especie de himno de alabanza, la grandeza de Dios creador, ante el cual se reconoce incapaz de justificarse. Desde el principio existe Dios, y su existencia se impone como un hecho inicial que no tiene necesidad de ninguna explicación. Dios no tiene origen ni devenir. Dice San Agustín:

«El que desea con ansia a Dios, canta de corazón sus alabanzas, aunque su lengua calle; pero el que no le desea, por más que esté hiriendo con sus clamores los oídos de los hombres, es mudo en la presencia de Dios» (Comentario al Salmo 86).

 San Anselmo:

«Siempre está Dios presente a Sí mismo: sin poderse olvidar se está contemplando y amándose. Si estáis, pues, según vuestra capacidad, infatigablemente ocupados en la memoria de Dios: si le estáis mirando sin cesar con los ojos del espíritu, y vuestro corazón se abrasa en su amor, seréis una perfecta imagen suya, porque procuraréis hacer lo que Dios hace siempre. El hombre debe referir toda su vida a la memoria, al conocimiento, y al amor del Supremo Bien. Debéis, pues, aplicar todos los pensamientos, y excitar y conformar de tal suerte los movimientos de vuestro corazón, que jamás se canse el alma de suspirar por Dios, y de respetar la memoria de Dios, y adelantarse en el conocimiento de Dios: de hacer nuevos progresos en el amor de Dios y de remontarse a la nobleza de su origen, y en fin, acordándonos de que fuimos criados a la semejanza de Dios: porque como dijo el Apóstol: no debe el hombre cubrir su cabeza cuando ora, por ser la imagen de Dios y la expresión de su gloria (cf. 1Cor 10,7)» (Primera meditación, Obras completas BAC 100,291).

–Con el Salmo 88 decimos: «Llegue, Señor, hasta Ti mi súplica». El salmista es como Job, aquejado de un mal incurable que le roe, un mal repugnante, que le mantiene alejado del resto de los hombres; un mal que no hay que buscarlo fuera de él, ni en unos enemigos que le persiguen, ni en calumniadores que le atacan, o en jueces injustos que le condenan. Su mal lo lleva dentro de su alma, porque su mal es la misma muerte que le va royendo las entrañas. Piensan algunos que es el Salmo más triste de todo el salterio: «¿Por qué, Señor, me rechazas y me escondes tu rostro?».

Lucas 9,57-62: Te seguiré a donde vayas. Comenta San Agustín:

«Estableced una jerarquía, un orden y dad a cada uno lo que se le debe. No sometáis lo primario a lo secundario. Amad a los padres, pero anteponed a Dios. Contemplad a la madre de los Macabeos... Oíd a Dios, anteponedle a mí, no os importe el que me quede sin vosotros. Se lo indicó y lo cumplieron. Lo que la madre enseñó a los hijos, eso enseñaba nuestro Señor Jesucristo a aquel  a quien decía: “sígueme”... Atribuye de forma absoluta a su piedad el ser justo, y el ser pecador atribúyelo a tu maldad. Sé tú el acusador y Él será tu indultador. Todo crimen, todo delito, todo pecado se debe a nuestra negligencia, y toda virtud, toda santidad a la divina clemencia. Él eligió a los que quiso. Te llama el Oriente y tú miras al Occidente» (Sermón 100).

26Jueves

Años impares

Nehemías 8,1-4.5-67-12: Esdras abrió el libro de la Ley, pronunció la bendición y el pueblo respondió: Amen. Amén. La Palabra ocupa en todo este relato un lugar esencial: convoca al pueblo, se lee durante siete días, es traducida y comentada. Los organizadores velan por su comprensión y la adhesión de los fieles. La Palabra es, por lo mismo, elemento constitutivo de la asamblea litúrgica. También en el cristianismo tiene un relieve especial. San Cipriano escribe:

«En los juicios, en las oraciones de los tribunales, hágase ambiciosa ostentación de las riquezas de la elocuencia. Mas cuando se habla de Dios, la pura sinceridad de las palabras no estriba en las fuerzas de la elocuencia para los argumentos de la fe, sino en las cosas. Toma no sentencias discretas, sino fuertes; no las adornadas con expresiones cultas para halagar a los oídos del pueblo, sino verdades desnudas y sencillas para predicar la benignidad divina» (Carta I a Donato).

San Juan Crisóstomo dice:

«Meditad las Escrituras. No quiere Jesucristo que nos contentemos con la simple lectura de las Escrituras, sino que profundizando, por decirlo así, hasta la médula, saquemos toda la sustancia, pues acostumbra la Escritura a encerrar en pocas palabras una infinidad de sentidos» (Homilía 37 sobre el Génesis, 104).

Y San Cirilo de Alejandría:

«La Sagrada Escritura nos enseña cuál es la fuerza del amor a Jesucristo nuestro Señor: también nos lo enseñó Éste por sí mismo, cuando dijo: “El que me ama, que me siga y esté conmigo, por todas partes por donde yo estuviera”. Porque es preciso que siempre estemos en su presencia: que le amemos, que le sigamos por todas partes, y que no nos alejemos jamás de Él. Todo esto lo cumpliremos, si buscamos su gloria» (Homilía 3,13).

–Con el Salmo 18 decimos: «Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón. La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. La norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. Son más preciosos que el oro fino, más dulces que la miel de un panal que destila». Por eso hemos de amarlos y observarlos totalmente.

Años pares

Job 19,21-27: Yo sé que mi Redentor está vivo. Job implora la piedad de sus amigos, que se encarnizan contra él  en el momento de la prueba. Proclama su fe en Dios, el único Viviente, que acabará haciéndole justicia. Escribe San Jerónimo:

«Job, dechado de paciencia, ¿qué misterios no contiene en sus palabras? Empieza en prosa, prosigue en verso y termina nuevamente en prosa, y fija las reglas de toda dialéctica en el modo de utilizar la proposición, la inducción, la confirmación y la conclusión. Cada palabra está llena de sentidos, y para no decir nada de otros puntos, profetiza de tal manera la resurrección de los cuerpos, que nadie ha escrito de ella ni más clara ni más prudentemente; dice: “sé que mi Redentor vive y que al fin he de levantarme otra vez de la tierra. Y otra vez he de rodearme de mi piel y en mi carne veré a Dios y lo veré yo mismo, y lo contemplarán mis ojos y no otro. Esta esperanza ha sido puesta en mi interior” (Job 19,25-27) (Carta 53,8 a Paulino, presbítero).

–Es un gran consuelo meditar estas palabras con el Salmo 26: «Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Escúchame, Señor, que te llamo, ten piedad de mí, respóndeme. Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que Tú eres mi auxilio; no me deseches... Espera en el Señor; sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor». Comenta San Agustín:

«Tu rostro buscaré, Señor... Magnífico, nada puede decirse más excelente... Todo lo que existe fuera de Dios no es deleite, para mí. Quíteme el Señor todo lo que quiera darme y déseme Él» (Comentario al Salmo 26,8).

Lucas 10,1-12: Vuestra paz descansará sobre ellos. Nótese la importancia de acoger a los mensajeros del Señor. Comenta San Ambrosio:

«Hay otra virtud que se desprende de este pasaje, y es la de no pasar de una cosa a otra llevado de un sentir vagabundo, y eso con el fin de que guardemos la constancia en el amor a la hospitalidad y no rompamos con facilidad la unión de una amistad sincera, antes bien llevemos ante nosotros el anuncio de la paz, de suerte que nuestra llegada sea secundada con una bendición de paz, contentándonos con comer y beber lo que nos presentaren, no dando lugar a que se menosprecie el símbolo de la fe, predicando el Evangelio del Reino de los Cielos, y sacudiendo el polvo de los pies si alguien nos juzgase indignos de ser hospedados en su ciudad» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,64).

26Viernes

Años impares

Baruc 1,15-22: Pecamos contra el Señor no haciéndole caso. El pueblo ofrece al Dios de sus padres su humilde súplica, confesando sus pecados de infidelidad y desobediencia. A lo largo de la Sagrada Escritura vemos cómo Dios exige que el pecador se aparte de su pecado y vuelva a Él. Escribe San Cipriano:

«¡Qué vergonzoso es en un cristiano, siendo él un siervo, huir del trabajo y no querer padecer por sus pecados, habiendo padecido Jesucristo por los nuestros, siendo el Señor! Si el Hijo de Dios padeció por hacernos a nosotros también hijos, ¿cómo los hombres rehúsan el padecer por conservar la calidad de  hijos de Dios y semejantes a Jesucristo?» (Carta 56, a Cornelio,6). Y el mismo autor dice:

«¡Ah, miserable, has perdido tu alma, has empezado a sobrevivir a tu muerte espiritual, y a llevar andando por este mundo tu mismo sepulcro y no lloras amargamente! ¡No te escondes y ocultas, o por la vergüenza del delito, o por la continuación de los lamentos! Ve aquí las peores heridas de los pecadores; ve aquí los mayores delitos. ¡Haber pecado, y no dar satisfacción! ¡Haber delinquido, y no llorar los delitos!» (Sobre los lapsos 13).

–Con el Salmo 78 decimos: «Por el honor de tu nombre, sálvanos, Señor». Lamentación por la destrucción del templo y de la ciudad. También nosotros debemos llorar la destrucción y devastación de tantos templos vivos de Dios por el pecado de los hombres. Es una ruina peor, con peores consecuencias. Por eso hemos de implorar la misericordia divina sobre nosotros y sobre todos los hombres. En verdad, «han profanado el templo santo de Dios, han reducido Jerusalén a ruinas, echaron los cadáveres de los siervos de Dios en pasto a las aves del cielo y su carne a las fieras de la tierra. Hemos sido el escarnio de nuestros vecinos, la irrisión y burla de los que nos rodean... Socórrenos, Señor Dios y Salvador nuestro, por el honor de tu nombre, líbranos y perdona nuestros pecados a causa de tu nombre».

Años pares

Job 38,1.12-21.39.33-35: Dios da a conocer la obra de la creación, y ante ésta la inteligencia humana se siente impotente. Job acata los designios misteriosos de Dios. Enseña San Gregorio Magno:

«Con razón se designa con el nombre de amanecer o alba a toda la Iglesia de los elegidos, ya que el amanecer o alba es el paso de las tinieblas a la luz de la fe. Y así, a imitación del alba, después de las tinieblas se abre al esplendor de la claridad celestial... Efectivamente, la santa Iglesia, por su deseo del don de la vida celestial, es llamada alba, porque, al tiempo que va desechando las tinieblas del pecado, se va iluminando con la luz de la justicia» (Morales sobre Job 29,2-3).

–Con el Salmo 138 decimos: «Guíame, Señor, por el camino eterno. Señor, Tú me sondeas y me conoces... de lejos penetras mis pensamientos, distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares... Si escalo el cielo allí estás Tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. Donde quiera que vaya, allí está Dios. ¡Qué alegría! Él es mi salvación». Debo ser consciente de esta presencia de Dios en mi vida... «Te doy gracias, Señor, porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras».

Lucas 10,13-16: Quien rechaza a Cristo, rechaza al Padre que le envió. Cristo recrimina la falta de fe. Hemos de vivificar nuestra fe. Así lo enseña San Ireneo:

«La única fe verdadera y vivificante es la que la Iglesia distribuye a sus hijos, habiéndola recibido de los Apóstoles. Porque, en efecto, el Señor de todas las cosas confió a sus apóstoles el Evangelio, y por ellos llegamos nosotros al conocimiento de la verdad, esto es, de la doctrina del Hijo de Dios. A ellos dijo el Señor: “el que a vosotros oye, a Mí me oye y el que a vosotros desprecia a Mí me desprecia, y el que me desprecia a Mí, desprecia al que me envió” (Lc 10,16). No hemos llegado al conocimiento de la economía de nuestra salvación si no es por aquellos por medio de los cuales nos ha sido transmitido el Evangelio. Ellos entonces predicaron, y luego, por voluntad de Dios, nos lo entregaron en las Escrituras, para que fueran columna y fundamento de nuestra fe» (Contra las herejías 3,1,1-2).

26Sábado

Años impares

Baruc 4,5-12.27-29: El que os mandó las desgracias os mandará el gozo eterno. Reconoce el pecado que han cometido, pero los exhorta a la penitencia y al arrepentimiento, para volver a encontrar el gozo eterno junto al Señor. El pecado es siempre fuente de desgracias personales y colectivas. Cuando el hombre peca gravemente se pierde para sí mismo y para Dios. Escribe Orígenes:

«Así como el médico procura con medicamentos atraer a la parte exterior del cuerpo ciertas enfermedades o daños interiores, aunque ocasione en esta operación al paciente más crueles dolores de los que padecía, del mismo modo Dios, cuando ve que nuestros males espirituales penetran hasta lo íntimo, saca al público la iniquidad que estaba oculta, para que nos reconozcamos y apliquemos los remedios oportunos» (Comentario al Éxodo 2).

Y San Ambrosio:

«Nuestro pecado es nuestro mayor enemigo; esto nos turba en el reposo, nos aflige en la salud, nos entristece en el gozo, nos inquieta en la tranquilidad, mezcla su amargura en nuestra misma dulzura y nos despierta en el descanso del sueño. Por el pecado, nos vemos convencidos sin acusador sin verdugo; atados sin cadenas y vendidos sin que  nadie nos haya puesto en venta» (Comentario al Salmo 37,45).

San Juan Crisóstomo dice:

«Pongamos todos los días delante de nuestros ojos los pecados que hemos cometidos después del bautismo, para que esta memoria nos sirva como de freno que nos tenga continuamente en la humildad y la modestia» (Homilía 31,9).

–Con el Salmo 68 decimos: «El Señor escucha a los pobres. Miradlo los humildes y alegraos, buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. No desprecia el Señor a los cautivos, a los pecadores, sino que los llama al arrepentimiento... El Señor salvó a Sión y reconstruyó las ciudades de Judá y las habitaron en posesión. La estirpe de sus siervos la heredarán, los que amaron su nombre vivirán en ella». También nosotros poseeremos la gran Ciudad de Dios si nos arrepentimos de nuestros pecados. Por eso entonamos un himno de alabanza y pedimos que lo alaben el cielo, la tierra, las aguas y cuanto hay en ellas.

 

Años pares

Job 42,1-3.5-6.12-16: Job reconoce que ha hablado con ligereza, se arrepiente de sus palabras, y Dios le premia. Job ha reflexionado durante mucho tiempo, ha discutido con sus amigos. Ha penetrado en los designios de Dios y ha descubierto la grandeza del pensamiento divino. Adopta la actitud primera de aceptar la Voluntad de Dios generosamente. Se convence de que la Sabiduría de Dios es inalcanzable y reconoce el valor del sufrimiento. La Cruz es la gran revelación de Dios para Job y para nosotros. San Juan Crisóstomo enseña:

«La cruz nos trae admirable utilidad: ella nos sirve de arma saludable y es un escudo  impenetrable contra los tiros del demonio. Armémonos con la Cruz en la guerra que nos hace, no llevándola solamente como estandarte, sino sufriendo los trabajos que son el verdadero aparato de la cruz» (Homilía 13).

–Con el Salmo 118 proclamamos: «El Señor hace brillar su rostro sobre su siervo. Nuestra vida ha de gustar y comprender los mandatos del Señor y fiarnos de ellos». El sufrir es bueno para nosotros, hemos de reconocerlo. Así aprendemos mejor los mandamientos del Señor. Reconocemos con Job que los mandamientos del Señor son justos y que con razón nos hizo sufrir, participar en la cruz de su Hijo bienamado. Somos siervos del Señor, pidámosle luces para conocer sus preceptos y cumplirlos. «La explicación de sus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes».

Lucas 10,17-24: Estad alegres, porque vuestros nombres están escritos en el cielo. Los discípulos vuelven contentos de la misión evangelizadora, pero Jesús les indica la verdadera alegría. Comenta San Agustín:

«Si a uno no le dio resucitar muertos, y a otro no le hizo el don de la palabra, a todos, sin embargo, les dio... ¿Qué?:  “Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). ¿Qué sirve hacer milagros, si es soberbio el que los hace, si no es humilde y manso de corazón? ¿Acaso no será contado en el número de quienes al fin de los siglos han de salir diciendo: Pues, “¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre cantidad de prodigios?” Y ¿qué respuesta oirán? “No os conozco. Apartaos de mí todos los obradores de iniquidad”. ¿Qué, pues, conviene que aprendamos?... Una caridad acendradísima, noble, sin fastuosidad, sin altivez, sin doblez» (Sermón 142, 11-12).

 

 

 

 

 



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