El Itinerario del Ser (Resumen histórico)
Autor:
Lluís Pifarré,
Catedrático de Filosofía de I.E.S.
Capítulo
4: III.- Platón: el ser como
mismidad
Para Heidegger, Platón ha
sido el filósofo que más ha contribuído a la
pérdida del ser, iniciando el itinerario de su
esencialización del que ya no se recuperará. El
ser se irá empobreciendo progresivamente de su
contenido real y mostrativo a costa de trasponer
y transferir su realidad como acto, al mundo de
las ideas formales e inteligibles como sustrato
de su verdadero fundamento.
Frente al ser
absolutamente cerrado y circular de Parménides,
Platón opondrá lo que comúnmente se ha
denominado su idealismo.Entre los múltiples
objetos de conocimiento, Platón querrá averiguar
cuáles son aquellos que merecen el título de
ser, y llegará a la conclusión que lo que hace
que un ser sea verdaderamente, y esta es una de
las claves centrales de su pensamiento, es que
sea su propia y proseguida mismidad, es decir,
que sea lo mismo con respecto a sí mismo". Lo
esencial del ser y que determina que sea
verdaderamente un ser es, por tanto, su propia
mismidad, restableciendo así la relación
parmenídea entre identidad y mismidad.
En
su búsqueda del ser, Platón descubre las Ideas.
Indagando en el mundo de las cosas sensibles,
observa que éstas no son en sentido pleno y
verdadero, puesto que son y no son, aparecen y
desaparecen, y en sus contenidos cualitativos no
poseen una acabada perfección. Pero para saber
esto, previamente tenemos que conocer lo que son
las realidades plenas, y perfectas sin
restricciones. Pero como resulta que nada de lo
que conocemos mediante la experiencia sensible
posee esta exigencia de plenitud y perfección,
Platón deducirá que nuestras almas antes de
incardinarse en el cuerpo sensible, han
contemplado la plena belleza y perfección de las
Ideas. El contacto con las cosas sensibles nos
provoca el recuerdo o reminiscencia (anámnesis)
de las Ideas en otro tiempo contempladas. Es
así, que el ser que buscaba Parménides, no está
en las cosas, sino fuera de ellas, en el mundo
de las Ideas. Estas Ideas son reales seres
metafísicos, unas, inmutables y eternas, sin
mezcla de no-ser, ya que son en absoluto. Las
Ideas son el modelo o paradigma de las cosas del
mundo sensible. Estas cosas, son en la medida
que reflejan la realidad de las Ideas y en su
particular forma imitan lo que aquellas son. La
relación entre el mundo de lo sensible y el
mundo inteligible de las Ideas se realiza
ontológicamente mediante el concepto de
participación (en el sentido de que las cosas
sensibles toman parte de un todo constituido por
las formas ejemplares de las Ideas). En cuanto
participan de la forma de las Ideas, las cosas
son en cierto modo, pero al participar sólo en
parte, no son de modo pleno y verdadero. Desde
la perspectiva de las Ideas, podemos conocer que
las cosas sensibles que simultáneamente son y no
son, pueden llegar a ser y dejar de ser, cambien
y se muevan, y a pesar de ello no contradigan
los predicados del ser (contradicción que no
pudo superar Parménides), haciendo compatibles
la unidad del ser con la multiplicidad de las
cosas cambiantes. Por tanto, las cosas sensibles
no tienen el ser por sí mismas, sino que lo
tienen recibido, participando de otras
realidades que están fuera de ellas mismas: las
Ideas.
Para Platón, como antes
indicábamos, lo que hace que un ser sea
verdaderamente un ser, es que sea lo mismo con
respecto a sí mismo. La verdadera realidad se
encierra en la permanencia de lo que siempre es
lo que es, o en lo que es idéntico a sí mismo.
La persistencia de la autoidentidad propia, que
se manifiesta como absoluta unidad y mismidad,
constituye el rasgo más intrínseco de lo
realmente real, que es el ser o Idea. En el
pensamiento platónico, cuanto más ser tiene una
cosa, tanto más cognoscible es. Las Ideas al ser
lo máximo como ser, son lo más inteligible; el
conocer y lo conocido, como ya había sentenciado
Parménides, son una y la misma cosa, pero no
como acto de conocer, sino como realidad del
ser. Una posición metafísica pura, que el mismo
Hegel la pondrá como eje de su pensamiento. Si
en Platón son equiparados el ser y la
inteligibilidad, es porque antes el ser ha sido
equiparado con la autoidentidad que es lo más
propio del conocimiento abstracto. Por eso,
definir el ser como autoidentidad es una de las
tentaciones permanentes del intelecto humano,
pues al igualar la realidad con la identidad se
hace ser a la realidad lo que debiera ser según
el pensar, para que resulte totalmente
inteligible. En estas condiciones, el
pensamiento se complace a sí mismo contemplando
las esencias mismas de los objetos construidos
por la mente (falsedad cognoscitiva, pues el
pensar no construye, sino que posee), para
satisfacer sus necesidades especulativas. Y es
que más allá de la complejidad de las cosas
concretas y particulares, se obtiene la
simplicidad de las especies universales,
reduciendo abstractamente la diversidad de los
sensibles, a la igualdad y unidad de su idea
común, mediante el artificio lógico.
En
este punto nos podemos preguntar a qué se
refiere Platón cuando dice que una Idea es,
especialmente, si tenemos en cuenta la
ambigüedad en la que se desenvuelve el término
ser". El término ser, puede significar el hecho
de que es, o significar aquello que es, su
esencia. Algo se puede aclarar si nos
apercibimos que Platón desconoce el primer
significado, referido al ser como acto, y que
tiene un marcado carácter existencial, y sólo
concibe del ser el segundo significado que tiene
un carácter puramente esencial. Para él, una
Idea es, en cuanto es exclusivamente lo que es:
su propia autoidentidad. Y en sus hermosos
diálogos no nos dará ninguna otra respuesta, en
la medida que no se cuestiona ninguna pregunta
inspirada en supuestos existenciales. Pero esta
noción del ser a primera vista tan sencilla e
inte- ligible, pronto aparecerá llena de
dificultades. Parménides había formulado
explícitamente que lo que es es, y aquello que
no es, no es". Frente a ello, Platón dirá que
las cosas son pero no del todo. No establece la
radical contraposición parmenídea entre el ser y
el no-ser, la realidad y la apariencia, sino que
admitirá que en la apariencia hay algo de
realidad. La oposición ya no es entre el ser y
el no-ser, sino entre lo que es realmente real:
la Idea, y aquello que, aunque real, no lo es
plenamente: las cosas sensibles.
Esta
postura ambivalente y equívoca respecto de lo
real que no es, nos desvela la indiferencia del
platonismo respecto al orden del ser actual,
pues en este marco, no puede haber oposición
intermedia entre el ser y el no-ser, puesto que
en el ser como acto, una cosa es acto o no lo
es, y entre estas dos posibilidades no existe
efectivamente término medio. En esta plano de la
existencia real o ser actual, la mismidad se
concibe como que cada ser es lo mismo consigo
mismo, sólo una vez, en la medida que es
distinto de las demás cosas (en cuanto se puede
ser de diversos modos). Por tanto, la unidad
como la mismidad son insuficientes para explicar
la complejidad y multiplicidad de lo real
existente. En Platón, lo verdadero está referido
a lo que lo real es, no a que es,
desvinculándose del contexto existencial de
Parménides. En esta situación la esencia se
convierte en la propiedad de lo realmente real
como tal, haciendo que un ser sea un ser con
respecto a sí mismo, en su persistente mismidad,
en cuanto que en esta causa metafísica se funda
su propia autoidentidad.
La cuestión se
complica si se acepta el principio metafísico de
la autoidentidad como causa fundamental de la
Idea, ya que antes habrá que aclarar como una
Idea puede ser autoidéntica, sin ser distinta en
tanto sí misma y en tanto que idéntica.
Ciertamente es un problema saber como sea
posible para una multiplicidad de cosas
sensibles, participar en la unidad de su Idea
común, pero también lo es comprender como una y
la misma Idea en el cosmos noetós, puede
participar de su propia y solitaria unidad,
puesto que es indudable que si una Idea es
autoidéntica, es una. La total e interna
igualdad no es nada más que total unidad, pero
entonces resulta que es la misma cosa decir que
una Idea es autoidéntica, que decir que es y
simultáneamente decir que es una, surgiendo un
inevitable conflicto especulativo, pues si la
idea de justicia es lo que es ser justo, la idea
de igualdad es lo que es ser igual, la idea de
agua es lo que es ser agua, etc., cada una de
estas ideas es, por una parte, sólo aquello que
ella es, pero al ser cada una de ellas una, de
forma común están participando de un modo
semejante en otra Idea que es la unidad misma de
sí misma. La unidad está entonces, con respecto
a cada una de las diversas ideas, en una
relación similar a la que hay entre una Idea
dada y sus múltiples individuos, entre el género
y la especie. Si nos referimos a su carácter
común que es el ser realmente real, entonces la
Idea es, porque es una, el ser es, porque es
uno. Así, todo lo realmente real es un ser que
es uno, o también un uno que es, apareciendo
conjuntamente el compuesto del uno y del ser.
Pero entonces, el ser no es simple, sino
compuesto de dos partes, cada una de las cuales
también está compuesta de dos partes, ya que se
puede decir que un ser es uno y que ser uno es
ser. Con lo que la más simple de las Ideas no
sólo es una, sino que encierra una multiplicidad
virtualmente infinita. Identificar el ser con lo
uno, que bien entendido es algo verdadero, le
acarrea a Platón contradictorias e irresolubles
paradojas: si la condición del ser es que sea el
mismo, la condición del no-ser será que sea lo
otro", y como todo ser idéntico a sí mismo, es,
a la vez, distinto de los otros, se deduce que
el ser será al mismo tiempo no ser. Una
situación que hace aparecer en escena el punto
de partida hegeliano, puesto que faltándole a
Platón el concepto de potencia, su doctrina se
ve amenazada de un monismo absoluto, o por
contra, de una flagarante contradicción. Para
salir de este embrollo, Platón considerará lo
uno mismo en sí mismo, ya no como ser, sino como
meramente uno. Lo uno será, entonces, distinto
del ser, sin relación entre ellos. El horizonte
matemático del último Platón, se justifica por
sí mismo.
Refiriéndonos al concepto de
mismidad, también surgen dificultades. Si el ser
es idéntico con la igualdad, entonces es igual a
sí mismo, no habiendo diferencia entre el ser y
la igualdad. Esto supone que no podremos aplicar
el ser dos cosas distintas, con lo que se hace
ininteligible el hecho esencial en Platón de la
participación, tanto de las Ideas entre sí con
la Unidad, como el de las cosas sensibles
respecto a las Ideas. Para evitar estas
consecuencias que tornarían en inexplicable todo
su estatuto especulativo, y evitar tener que
admitir una Idea que corresponda a la esencia de
cada una de la infinidad de cosas existentes,
Platón se decantará en sus últimas obras por una
interpretación pitagórica que le llevará a
concebir las Ideas, ya no como formas ejemplares
que conllevan la integración de unos contenidos
cualitativos, cuya complejidad es difícil de ser
aprehendida, sino simplemente como
número.
Estos números se derivarán del Uno
como su sustante
fundamentación. Pero no
olvidemos que hasta que no se decide a
transformar las Ideas en números, cada cosa
sensible participa de una multiplicidad de
Ideas, no sólo diferentes, sino en ocasiones
opuestas (se participa a la vez de la altura y
la pequeñez, de la mente y el cuerpo, de la
justicia y la injusticia, etc.). Esta mezcla de
Ideas en las que se encuentran involucrados los
seres sensibles, le lleva a la consideración de
que en el mundo de las Ideas inteligibles existe
también una mezcla entre las Ideas mismas,
puesto que al fin y al cabo, el mundo de lo
sensible (cosmos oratós), es un reflejo e
imitación del mundo de las Ideas (cosmos
noetós). Es así, que la justicia participa de la
igualdad, la igualdad de la cantidad, la
cantidad del número, etc. Pero si cada Idea
entraña una multiplicidad de relaciones, siendo,
a pesar de ello, ella misma en si misma, no
podremos hallar en la mismidad del ser, la causa
de sus relaciones. Esto le impulsará a Platón a
buscar, más allá del ser, un principio supremo y
causa de aquello que el ser es, que le permita
justificar la interna consistencia de cada una
de las Ideas y el hecho de su mutua
compatibilidad y armonía. Será en su obra La
República, donde establecerá que lo realmente
real; el ser de las Ideas, no es el principio
supremo, puesto que por encima y superior a la
esencia (ousía) se encuentra un principio que
está más allá del ser. Tal principio es el Bien
que al estar por encima del ser lo supera en
poder y dignidad, pero también al estar mas allá
del ser que es, el principio supremo, él mismo,
no es. En la filosofía de Platón aparece el
presupuesto de que lo realmente real; el ser,
depende de algo superior que no es real, que lo
cognoscible del cosmos noetós, del mundo ideal,
procede y se fundamenta en un principio
incognoscible. Ya designe este principio último
y superior como lo Uno o el Bien, se pone de
manifiesto que en el platonismo, el ser y la
inteligibilidad de su realidad, a partir de un
determinado momento de su pensamiento, ya no
rigen como lo
supremo.