El Itinerario del Ser (Resumen histórico)
Autor:
Lluís Pifarré,
Catedrático de Filosofía de I.E.S.
Capítulo
5: IV.- Plotino y el Neoplatonismo: el uno
por encima del ser
Poner un principio
por encima del ser supone poner un principio por
encima de lo inteligible. De ahí se explica, que
en su búsqueda de la verdad última y fundante,
Platón en escasas ocasiones se atreverá a ir más
allá del ser, y, si lo hace, se queda allí por
breve tiempo. Seis siglos después, el egipcio
Plotino no tendrá reparos en afirmar que si hay
un principio que sea superior al ser, habrá que
hacer de este principio el fundamento mismo de
la filosofía. Un principio que por estar por
encima y más allá del ser, no se le puede
aplicar ningún nombre, en todo caso, y a título
puramente nominal, se le podrá denominar con los
dos nombres ya utilizados por Platón: el Uno y
el Bien , que son una y la misma cosa, aunque en
sentido estricto no son cosas, en cuanto es lo
supremo desconocido.
Analizando la
naturaleza del ser, Plotino considerará que el
ser es, porque es uno. Esto le llevará a deducir
que el principio último que está por encima del
ser y del que éste depende es lo Uno. En su más
significativa obra Las Eneadas, escribe en
repetidas ocasiones y de modos diversos que lo
Uno es el origen y causa de toda unidad de ser
participada. Plotino pondrá sin paliativos, al
Uno por encima del ser, por cuanto cada ser
particular no es más que una cierta unidad,
también particular, que depende por vía de
emanación, de la unidad en sí de lo Uno. Si este
primer principio fuera sólo un cierto uno, no
sería lo Uno en sí, anterior a los seres
particulares que se manifiestan en distintos
grados de ser. Así el Uno en cuanto nada en él
es, hace que todas las cosas provengan de él. Lo
Uno, no es, por tanto, ni un algo o una cosa
determinada, aquella o la otra, y si no hay
ninguna cosa que sea lo Uno, entonces podemos
decir que lo Uno no es nada.
Otro aspecto
que lleva a Plotino a poner al Uno por encima
del ser, es que concibe al Uno como un principio
que no es racional al cual se pudiera acceder
mediante una ascensión dialéctica, como ocurre
en el Sofista de Platón, mediante el proceso
ascensional al mundo de las Ideas. El Uno no
puede ser racional puesto que está más allá de
toda realidad, y. por tanto, de toda
inteligibilidad. Incluso se podría añadir que es
más real que la realidad misma y es más que un
dios. En estas condiciones, el ser ya no es el
primer principio metafísico y pasa a ocupar el
lugar de principio segundo, puesto que por
encima de él existe un principio metafísico de
orden superior, tan perfecto en sí mismo, que al
no estar contaminado de ser, es un puro no ser.
Y aquí aparece en escena uno de los argumentos
más llamativos del pensamiento plotiniano, que
ha dejado honda huella en los posteriores
filósofos del neoplatonismo, que más o menos
dice así: si el primer principio fuera él mismo
un ser, entonces el ser sería lo primero y
debido a ello no podría tener causa, pues se
reproduciría a sí mismo. Pero como el primer
principio no es ser, es precisamente por lo que
puede constituirse como causa del ser. Hasta
aquí el argumento. Y es que en Plotino, para que
una causa pueda dar algo de sí misma, tiene que
estar por encima de aquello que da, pues si lo
superior poseyera ya aquello que causa, no
podría causarlo; lo sería.
Al serle ajena la
idea de creación del universo, desconocerá el
concepto de participación del efecto creado
respecto de su causa eficiente. Al acogerse a la
teoría de la emanación, se vio obligado a
sostener, para evitar que su sistema desembocara
en un craso monismo, que el primer principio
metafísico no es. Efectivamente; si tenemos en
cuenta que en la metafísica monista el ser
absorbe, impregna ydisuelve totalmente la
realidad en su propio ser, queda claro que en
Plotino, donde el primer principio está por
encima del ser, en el que el ser procede del
Uno, y el Uno mismo no es, su pensamiento se
aleja del peligro de cualquier tipo de monismo
sobre el ser. Por tanto, no existe ninguna
identidad de ser entre el conjunto de los seres
particulares y un primer principio que no tiene
ser. Plotino dirá al respecto: Nada hay en lo
Uno, por lo que todas las cosas provienen de él.
Para que el ser sea, es necesario que lo Uno
mismo sea, no el ser, sino aquello que engendra
el ser. El ser, pues, es como su hijo
primogénito (2). Por otra parte, tampoco podemos
catalogar a la doctrina plotiniana como una
teoría de índole panteísta como clásicamente se
ha interpretado. Eso podría ser así, si la
emanación plotiniana de lo Uno vertiéndose en
gradual descenso sobre lo múltiple, fuera una
emanación de los seres a partir del Ser como
primer principio, pero como estamos comprobando
sucede todo lo contrario.
Lo que sí se
puede constatar, es que el ser en el sistema de
Plotino, sufre una radical devaluación. Y es que
allí donde prevalezca el genuino platonismo, el
ser ya no puede ocupar el primer lugar, sino
sólo el segundo lugar en el orden universal.
Para Plotino, volvemos a reiterarlo, el artífice
de la realidad y del ser no es, él mismo ninguna
realidad, sino que está más allá de la realidad
y del ser. Este es el núcleo de su doctrina y
justamente lo contrario de una metafísica
cristiana del ser. Todavía implícito en la mente
de Platón, cuya dialéctica parece más bien
haberlo tanteado que encontrado, lo Uno ya
estaba en su idealismo cargado de implicaciones
necesarias, pero con Plotino estas implicaciones
se desvelan y explicítan con toda
claridad.
Al trascender lo Uno toda
inteligibilidad al estar por encima del ser, se
desprenden una serie de consecuencias
epistemológicas. La principal de ellas, es que
lo Uno no puede convertirse en objeto de
conocimiento, pues donde hay conocimiento
aparece para las mentes platónicas, la dualidad
objetiva del cognoscente y lo conocido en cuanto
conocido (en el platonismo se desconoce el
conocimiento como operación inmanente). Esta
dualidad se aparta del marco que exige la unidad
absoluta del Uno, es por ello que en Plotino, la
inteligencia suprema (nous), perfecta en sí
misma en cuanto es la máxima expresión de unidad
compatible con la dualidad de lo inteligible, es
inferior a lo Uno. Por otra parte, el conjunto
de los innumerables seres existentes en el
universo son manifestaciones fragmentarias e
inteligibles de lo Uno. La esencia de estos
seres está constituida por un límite y una
determinada forma, solamente lo que está por
encima del ser(lo Uno) carece de límites y de
forma como propiedades del ser. La inteligencia
suprema no conoce a sus inteligibles, en cuanto
estos son esa misma inteligencia. Por eso la
inteligencia es sus objetos, y como cada uno de
esos objetos es una fracción de ser, la
inteligencia es el ser mismo, que comienza sólo
después de lo Uno. Siguiendo a la tradición
parmenídea y platónica, Plotino vuelve a
establecer la identidad entre el ser y la
inteligencia, en el que el ser y el pensar son
una y la misma cosa. Una vez más se constata,
que en la historia de la filosofía, si se
concibe al ser como existencialmente neutro,
identificándolo con el pensamiento, el ser como
acto real, ya no puede ejercer el papel de
primer principio metafísico.
En escasos
textos, Plotino se referirá a lo Uno como si
fuera un Dios supremo. Fue Proclo, uno de sus
más fieles discípulos, el que se apropiará de
esta concepción plotiniana, afirmando sin rodeos
que lo Uno es Dios. A consecuencia de ello, su
metafísica se moverá principalmente alrededor de
la teología y de la religión, gozando esta
afirmación de que lo Uno y Dios son lo mismo, de
notable influencia en varios teólogos de la Edad
Media. Para Proclo el ser es lo primero de las
cosas creadas, con lo cual se desprende que el
autor del ser y de las demás cosas creadas no es
un ser, reincidiendo en la postura plotiniana de
poner al ser en el segundo lugar de los
principios metafísicos. Es indudable, por otra
parte, que el neoplatonismo griego, cuyo
itinerario filosófico duró varios siglos, fue
fiel a sus principios, unos principios que ni
siquiera modificó después de su incorporación en
el dominio de la especulación cristiana. Proclo
había corrido el riesgo de convertir lo que
debía ser una doctrina filosófica del ser en una
doctrina teológica sobre Dios, identificando la
filosofía y la teología. Algunos neoplatónicos,
al convertirse en cristianos, apenas fueron
conscientes de este riesgo y de las
implicaciones filosóficas que ello comportaba.
Tanto Plotino como Proclo pregonaban la unión
con el Uno mediante el ascetismo y la
contemplación espiritual, y a los neoplatónicos
conversos, les daba la impresión que el
cristianismo transmitía lo mismo. A pesar de
ello, y aunque en la práctica se puede pensar
como platónico y creer como cristiano, es
indudable que la interpretación plotiniana del
ser, presenta una serie de dificultades que hace
muy difícil la interpretación de la naturaleza
del ser, y su relación con el actus essendi
divino.
Aunque es cierto que la Biblia no
es un tratado sobre el ser, también es cierto
que en el libro del Exodo III,14., al preguntar
Moisés a Dios cual era su verdadero nombre ,
éste le contesta. Yo soy el que Es. Así dirás a
los hijos de Israel: El que Es me envía a
vosotros. Aunque no tengamos necesariamente que
deducir de esta respuesta ninguna conclusión
filosófica, sí que es cierto que si lo hacemos
sólo podremos extraer una: que Dios es el Ser, y
si Dios es el principio supremo y causa del
universo, Dios es lo primero. Si El es el Ser,
entonces el Ser es lo primero, y ninguna
filosofía que se inspire en una concepción
cristiana puede poner ninguna cosa por encima
del Ser. En el neoplatonismo, en cambio, el
primer principio es lo Uno, y el ser viene
después como la primera de sus creaturas. Esta
concepción es incompatible con una metafísica en
la que el ser no es la primera de las creaturas,
ya que esta prioridad suprema la posee el
Creador mismo, es decir, Dios. Diversos
filósofos cristianos comprendieron esta
incompatibilidad como fue el caso de San
Agustín, que a pesar de su influencia
neoplatónica, no cometió el error de devaluar el
ser, ni siquiera para ensalzar lo Uno. Para San
Agustín no hay nada por encima de Dios, y puesto
que Dios es el ser, no hay nada por encima del
ser. Como neoplatónico, afirmará que Dios es
también lo Uno y el Bien, pero Dios es, no
porque sea bueno y uno; sino que El es uno y es
bueno porque El es El que Es. San Agustín se
aparta así de Plotino en el principio
fundamental de la primacía del ser.
Para
cualquier pensador cristiano, el texto del Exodo
es una valiosa e histórica prueba, que le
permite comprobar su convergencia en relación
con sus propios desarrollos metafísicos,
ofreciéndole un gran aporte de luz sobre el
problema y la naturaleza del ser, puesto que si
pensara como Plotino que el ser depende de un
principio superior, entonces cabria preguntar
¿quién es El que Es?. Y es que concibiendo el
ser en versión platónica se hace muy difícil
entender el nombre propio de Dios, teniendo en
cuenta que la noción platónica del ser es ajena
a la noción del ser como acto e incompatible con
ella. Al poner lo Uno o el Bien por encima del
ser, se cae irremediablemente en la consecuencia
de concebir a Dios como el supremo no ser. Esto
es precisamente lo que les sucede a algunos
pensadores cristianos de formación neoplatónica,
como es el caso de Mario Victorino o de Dionisio
Aeropagita, al sostener que Dios no es ser en
cuanto Dios, sino en la medida que El es el
creador del ser, que es la primera de sus
creaturas. Es decir, Dios mismo no es ser, pero
El es el ser de todos los seres, y lo que hace
que sea el ser de todos los seres existentes es
que El es el Bien. Bastantes siglos antes,
Platón había escrito: Tienes que admitir que los
objetos cognoscibles deben al Bien, no sólo su
aptitud para ser conocidos, sino incluso su ser
y su realidad, aunque el Bien no es una
realidad, sino que sobrepasa con mucho a la
realidad en poder y majestad (3). Esta
concepción platónica sobre el origen y
procedencia del ser, es evidentemente que pocos
filósofos cristianos la pudieron aceptar, al
empobrecer y devaluar la noción del
ser.
Quien sí la aceptó fue el irlandés
Escoto Eriúgena, discípulo de Dionisio
Aeropagita y maestro de letras en la corte de
Carlos el Calvo en el S.IX. Influído por la
mística neoplatónica, identificará la divinidad
con el no ser (divinidad a la que denominará
como la naturaleza creadora y no creada").
Debido a que los efectos que la divinidad
produce tiener ser, es decir son, ella misma no
es, rememorando con ello, el esencial argumento
plotiniano, puesto que El ser de todos los seres
es la divinidad que está por encima del ser y es
anterior a cualquier cosa creada. Por otra
parte, en Escoto Eriúgena, existe cierta
confusión entre los términos de emanación y de
creación", pues en algunas ocasiones dice que el
mundo de los seres ha emanado de los dos
atributos esenciales de la divinidad, que son la
bondad y la fecundidad, aunque el ser de las
creaturas ("la naturaleza creada y no creadora")
no puede participar del ser de Dios, ni lo puede
conocer, ya que Dios mismo no tiene ser y es por
ello, incognoscible.
En estas condiciones,
entre Aquél que no es y las cosas que son,
aparece un infranqueable abismo metafísico. Por
eso es inadecuado, como frecuentemente se ha
hecho, acusarle de monismo o de panteísmo, pues
Dios y las creaturas son distintos, y el ser, en
cuanto propio de las creaturas, no se puede
aplicar a Dios sin más, y bajo ningún concepto.
Escoto Eriúgena pretendió elevar a Dios tan por
encima de los seres que lo elevó por encima del
ser. Su error fundamental fue pensar que podía
trasponer la filosofía existencialmente neutra
de Platón al ámbito de la teología cristiana. En
parecidos términos, el maestro Eckart afirmará
que el ser no le pertenece a Dios, ya que El es
algo más alto que el ser. Para Eckart, Dios no
tiene ni ser ni entidad, puesto que si una causa
es realmente causa y Dios es la causa de todo
ser, el ser no puede estar formalmente en Dios,
reproduciendo de nuevo, el viejo argumento
plotiniano.
Estas consideraciones nos
permiten concluir que si un filósofo afirma la
extraña paradoja de que Dios es el ser de los
seres, porque El mismo no es, sostiene una
afirmación incorrecta desde una perspectiva
cristiana. A las corrientes neoplatónicas la
existencia como tal les parecía algo
inconcebible, lo que les llevó en su reflexión
metafísica a concebir el ser como lo que es,
referido estrictamente a su esencia, a sus
propiedades, sin ninguna relación al hecho de
que es, a su acto de ser. Como ya comentamos, el
ser se convierte en Platón en mismidad, y esta
mismidad no se puede entender de otro modo que
como unidad autoidéntica. Esta metafísica del
ser dio origen a la metafísica de lo Uno. Al
reducir la totalidad del ser a autoidentidad, el
ser se subordinó a una causa trascendente
radicalmente diferente del ser como acto. Esta
es una de las razones por las que todo
platonismo lleva, tarde o temprano, al
misticismo, que aunque en sí mismo sea
excelente, hay que reconocer que no lo es como
filosofía. La historia nos muestra qué
consecuencias conlleva el intento de dejar la
existencia actual fuera del ser; una vez
separada del ser, ya difícilmente puede ser
recuperada la existencia; y, una vez privado de
su acto, el ente no puede dar una explicación
inteligible de sí
mismo.