El Itinerario del Ser (Resumen histórico)
Autor:
Lluís Pifarré,
Catedrático de Filosofía de I.E.S.
Capítulo
6: V.- Aristólteles: el ser como
sustancia
Como Platón, Aristóteles
pretende conocer la naturaleza de todo aquello
que es, aunque su interpretación de la idea
platónica como realidad óntica, sea muy
diferente. En principio, para Aristóteles, la
realidad es algo individual y actualmente
existente, se la puede observar y experimentar:
este hombre determinado, esta flor concreta...
son realidades ontológicas individuales y
precisas, capaces de subsistir en sí mismas. Al
estagirita no le interesa, como le ocurrió a
Platón, el hombre en sí mismo, como idea
universal, sino el hombre individual y concreto,
al que puedo llamar Pedro o Juan. En esta
tesitura, Aristóteles tratará de encontrar que
es lo que hay en las cosas existentes que hace
que sean una ousía, una determinada sustancia
real, capaz de subsistir y proseguir en sí
misma.
En su búsqueda para aclarar esta
cuestión, observa que algunas de las cosas que
experimentamos, aunque se hacen presentes en un
ser real, consideradas en sí mismas no tienen un
ser propio; su único modo de ser es ser en otro.
Así determinadas cosas que nos son dadas, como
un color o un sonido, no tienen pertenencia
propia, sino que pertenecen a un sujeto o
realidad que tiene color o emite un sonido. A
estas propiedades que no son en sí mismas, sino
que son en otro, Aristóteles las denomina
accidentes. Pero al no ser capaces de subsistir
en sí mismos y no cumplir, por tanto, con los
requisitos de lo que verdaderamente es, estos
accidentes no son las ousías o realidades que
está buscando. Por otra parte, encuentra que un
determinado ser es un hombre o una flor y que
estas propiedades no tienen su ser en otro como
les ocurre a los accidentes, sino que pertenecen
necesariamente a unos determinados sujetos. Un
hombre sin ser hombre, o una flor sin ser flor,
es imposible, aunque es posible que el primero
no sea blanco o la segunda roja. La hominidad o
la floreidad, si así puede decirse, no son
propiedades o ideas que puedan estar o no estar,
sino que son propiedades esenciales a esos
sujetos. A estas propiedades esenciales o
conceptos abstractos, Aristóteles les aplica el
término de predicabilidad, y aunque no existan
por sí mismos ni tengan realidad propia,
significan lo que se puede describir o predicar
necesariamente de los hombres o de las flores
reales y concretas.
Si Aristóteles
concibiera a estos predicables o nociones
abstractas como si fueran seres reales, entonces
estaría reproduciendo el error de Platón que
consideraba a estas propiedades o ideas como
realidades de hecho, existiendo más allá del
mundo sensible. Pero esto, inicialmente no
ocurre, puesto que Aristóteles ha procedido a
una doble eliminación de lo que no es la
realidad; por un lado los accidentes, y por otro
las propiedades o predicables esenciales del
ser. Es así que si el ser verdadero no puede ser
un accidente o una mera predicabilidad esencial,
deberá ser un sujeto individual en el cual los
accidentes son simples determinaciones
sobreañadidas. Aristóteles denominará con el
término de sustancia al sujeto individual, ya
que la sustancia se puede representar
racionalmente como lo que está debajo
(sub-stans) y soportando a los accidentes.
Coincidirá con Platón al rehusar que las
cualidades sensibles, como meros accidentes,
tengan un ser real, pero se apartará de él, por
la circunstancia de que Platón, atribuía el ser
real a las nociones universales y
abstractas.
Es indudable que con
Aristóteles nos introducimos en un mundo
distinto al de Platón, en el cual el ser ya no
es pura mismidad, sino energía y eficacia
operativa. El concepto de ser, se convierte en
una palabra activa y dinámica que
fundamentalmente significa ejercicio de un acto
(enérgeia, ya sea el acto mismo de ser, ya sea
el acto de ser blanco. De ahí el doble
significado del término acto en Aristóteles, ya
que puede referirse a la sustancia misma en
cuanto es (acto primero),o referirse a la
operación que ejerce esta sustancia que es (acto
segundo). Con el nombre de ousía designará a la
verdadera realidad, esto es, a la sustancia
individual, y cualquier ousía se manifiesta por
sus operaciones, y en este sentido se llama
naturaleza o fisis, a condición de que esta
sustancia sea un acto, pues el acto es el
principio de toda actividad. Por tanto, el fondo
último de la realidad es el acto sustancial, o
también acto primero.
Hasta aquí todo
parece bastante claro, no obstante, llegados a
este punto Aristóteles no acaba de decirnos qué
es lo que hace ser a la realidad como tal, qué
es lo que hay en un sujeto individual, que
realmente le hace ser, pues las sustancias en su
más íntima realidad nos son desconocidas. Sólo
lo que podemos saber es que, puesto que actúan,
son, y son actos. Aristóteles se apercibe de que
ser es ser en acto, pero decir qué es un acto,
esto ya no logra decírnoslo. Se da cuenta del
simple darse del acto, ya que solamente podemos
conocer la actualidad con tal que la percibamos
y se haga presente, y por este motivo nunca la
pondrá aparte como irrevelante para la realidad,
ya que la realidad no está por encima del ser,
sino que está en el ser, aunque esta realidad al
estar más allá del alcance de cualquier
concepto, no se la puede definir adecuadamente.
Pero este mismo ser que una sustancia es, en la
medida que es un acto ¿qué clase de ser es? o
también ¿qué significa cuando dice de un ser en
acto, que es?. Se trata de esclarecer si cuando
habla del ser actual está pensando en la
existencia como acto o en otra cosa. Es cierto
que para Aristóteles, las cosas reales y
concretas son cosas actualmente existentes, pero
también es cierto que no se detuvo a considerar
el acto de la existencia en sí mismo, y
deliberadamente procedió a excluirla del ser.
Por eso se ha señalado con cierta razón que el
mundo de Aristóteles está compuesto de
existentes sin existencia, en cuanto su
existencia actual nada tiene que ver con lo que
los existentes son. En efecto, Aristóteles
cuando habla del ser nunca piensa en la
existencia como tal y la pasa por
alto.
Intentemos avanzar en estas
reflexiones. Como discípulo de Platón,
Aristóteles considera que el primer significado
del ser es aquél en que significa lo que es.
Este es, es el qué de la sustancia que la hace
pertenecer a una determinada especie o esencia,
no el hecho de que sea. Una vez captada por los
sentidos, la existencia ya no tiene nada más que
decirnos, por eso Aristóteles la da por supuesta
y prescinde de ella. Si una sustancia existe se
referirá sólo acerca de lo que es, no acerca de
la existencia, convirtiendo a ésta en un mero
prerequisito del ser sin tener ninguna función
en su estructura. Por tanto, el verdadero nombre
del ser es el de sustancia, que es equivalente a
lo que es un ser, o también a la quididad o
esencia de la cosa como su mismo ser. Ahora
bien, una sustancia no es lo que es por su
materia, puesto que ésta es lo que hay de más
inferior en el individuo debido a su
indeterminación, sino que es lo que es, porque
posee un principio interior que explica la razón
de su sistema orgánico, de sus accidentes y de
la dinamicidad de sus operaciones. Este
principio interior es para Aristóteles la forma
que es precisamente el acto mismo por el cual
una sustancia es lo que es. Eso supone que si en
una sustancia algo es en acto, es por su forma,
y si una sustancia es primariamente lo que es,
cada ser es una forma sustancial, siendo, por
tanto, ésta forma sustancial, el fondo último de
la realidad, puesto que es lo mismo que el acto
sustancial como tal.
Esto explica que la
metafísica aristotélica no reconoce ningún acto
que sea superior a la forma, ni siquiera el acto
de ser. Pero si no hay nada por encima del ser,
y en el ser en acto no hay nada por encima de la
forma, entonces se deberá concluir, que la forma
de un ser dado es un acto del cual no hay acto.
Se desconoce en esta doctrina la posibilidad de
poner por encima de la forma, un acto que de
razón de ser al acto de la forma. En cuanto
inteligible e inteligida, a la forma se la
denomina como esencia, y esta esencia es común
para todos los sujetos individuales de una misma
especie. Al llegar aquí, se apercibe que estas
formas aristotélicas no son más ni menos, que
las Ideas de Platón, trasladadas del mundo ideal
al mundo sensible. El reparo de Aristóteles
hacia Platón de que el hombre en sí mismo como
noción abstracta, no existe, pues lo único que
podemos conocer no es el hombre como concepto
predicable, sino los hombres individuales. Pero
este reparo hacia su maestro, se le vuelve
contra sí mismo, puesto que al establecer que la
forma, como principio del individuo, es la misma
para toda la especie, resulta que el ser del
individuo singular no difiere del ser de la
especie común, con lo que a semejanza de Platón,
su filosofía ya no precisará de los individuos
ni les dará cabida, a pesar de su reconocido
interés por el individuo como tal. Aristóteles
sabe que sólo este hombre concreto, no el hombre
como predicable, es real, pero por otra parte,
al sostener que lo últimamente real de este
hombre individual se debe a lo que cada hombre
es; es decir, a su forma, esta es lo que le hace
ser tal o cual sustancia. En esta situación, ya
no puede compaginar la realidad concreta de los
individuos con la unidad formal de la especie,
surgiéndole una extraña y aparente
paradoja.
Aristóteles que empezó
afirmando que la verdadera realidad es la
sustancia individual, terminará diciendo que lo
más importante de la realidad es la forma
sustancial, que es el principio de la especie o
esencia. Este es el proceso en el que desemboca
la metafísica aristotélica al detenerse al nivel
de la sustancia, pues en última instancia será
la especie y no los individuos los que
constituirán el verdadero ser y la verdadera
realidad, a pesar de que para evitar el
desdoblamiento de la realidad, dirá que las
esencias de las cosas, lo propiamente
inteligible, no se distingue más que
accidentalmente de las cosas individuales, lo
propiamente existente. Una concepción del ser,
que siendo realista de intención, se liga
finalmente a la esencia o a lo inteligible
formal de suyo, con descuido de los problemas
auténticamente existenciales.
La imprecisión
del pensamiento aristotélico se pone de relieve
en sus consecuencias posteriores, especialmente
en la Edad Media, con la famosa controversia de
los universales, cuya cuestión central era la de
dilucidar como la especie puede estar presente
en la pluralidad de individuos, y
simultáneamente, como los individuos pueden
participar de la unidad de la especie. Los
nominalistas, desde su perspectiva empírica,
dirán que la forma de la especie es simplemente
el nombre común y nominal que atribuimos a los
individuos que entre sí poseen una semejanza
externa, puramente fenoménica; los de filiación
neoplatónica (realismo exagerado) dirán que la
forma de la especie esen sí, y debe ser por sí,
ya que es por ella que los individuos son. Una
polémica, que en gran parte procede del equívoco
de Aristóteles de usar el verbo ser con un sólo
significado, cuando en realidad tiene dos
significados. Si queremos significar que una
cosa es, como acto real, entonces sólo los
individuos son, y las formas no son, pero si nos
referimos al ser como lo que una cosa es, en su
vertiente esencial, entonces sólo las formas son
y los individuos no son. Si las esencias
existieran no podrían ser participadas por los
individuos, pues de lo contrario perderían su
unidad específica y su ser, si los individuos
son, entonces cada uno de ellos tendría que
constituir una especie distinta, con lo que no
podría haber especies que pudieran incluir en su
unidad una pluralidad de individuos, pero las
esencias son y los individuos existen. Cada
esencia es en y por algún individuo, como por su
esencia cada individuo participa de una
determinada especie. Esto exige que distingamos
entre individuación e individualidad, darse
cuenta que más que la misma esencia, la
existencia forma parte de la estructura del ser
actual.
Por lo dicho, se constata en la
filosofía de Aristóteles como un doble aspecto.
Por un lado se muestra como un perspicaz
biólogo, atento observador de los seres
existentes y concretos, por otro se aproxima a
Platón al sostener prevalentemente que los
individuos poseen una forma común y específica.
Al prevalecer esta última en épocas posteriores,
los hombres pensarán saber de las cosas en
cuanto conozcan su esencia común, lo que son, y
no sentirán la necesidad de mirar las cosas para
conocerlas. Será suficiente establecer los
atributos comunes a la pluralidad de individuos
de una vez por todas, pues dentro de cada
especie todos son iguales, conocido uno,
conocidos todos. Pero esto supondrá un
empobrecimiento ontológico de la diferencia y
peculiar riqueza del ser individual como
acto.
En definitiva, podemos decir que la
noción aristotélica de sustancia, al ser en
última instancia ajena al acto de ser,éste no
jugará ningún papel en la descripción del ser.
La actualidad de la sustancia como tal,
constituye toda la actualidad del ser como tal.
Ser es ser sustancia; si esta es incorpórea será
pura forma, si es corpórea constituirá la unidad
sustancial de materia-forma. En ambos casos las
sustancias son en virtud de su forma, que es
acto por definición, y como no hay nada por
encima del acto, toda la realidad de un ser se
explica por la actualidad de su forma, que
informa y determina toda la
realidad.