El Itinerario del Ser (Resumen histórico)
Autor:
Lluís Pifarré,
Catedrático de Filosofía de I.E.S.
Capítulo
7: VI.- Averroes y Avicena: ser en la
filosofía árabe.
El pensador cordobés
Averroes, consideraba que la filosofía
aristotélica era la que mejor expresaba la
verdad, restableciendo su doctrina en pleno S.
XII, en su aspecto más cerrado y radical. El ser
y la sustancia son para Averroes una y la misma
cosa; decir que algo es actualmente real y decir
que es, es decir idénticamente lo mismo. El
mundo del filósofo árabe aparece compuesto
únicamente de sustancias aristotélicas, cada una
de las cuales está dotada de unidad y del ser
que pertenece a todos los seres. De ahí que no
haya que distinguir entre sustancia, unidad y
ser, porque todo estos conceptos significan lo
mismo.
En su análisis de las diez
categorías de Aristóteles, Averroes reafirma que
la primera categoría es la sustancia y las nueve
siguientes están formadas por los accidentes
posibles, y entre éstos, no encontramos la
existencia. La existencia, aunque es algo que le
acontece a la sustancia no puede ser sustancia,
y dado que no es ninguno de los accidentes,
tampoco puede ser accidente. Por tanto, habrá
que deducir que la existencia no es nada, pues
todo lo que es, o bien es sustancia o bien es
accidente, teniendo en cuenta que las diez
categorías abarcan todo el universo de lo que se
puede decir y conocer de las cosas. No hay
cabida para la existencia en una doctrina en el
que el ser es idéntico a la sustancia, a lo que
es, con lo cual la existencia no añade nada al
ser. Averroes vuelve a incurrir en el error de
Aristóteles al concebir el ser con un sólo
significado, ya que la palabra ser no significa
más que es, en cuanto ser es el nombre derivado
del verbo (es), y su interpretación no puede ser
más que lo qué es.
Rememorando a los
epicúreos, dirá que el mundo, la sustancia y el
movimiento son eternos y todo está determinado
por el acontecer necesario del universo. Aunque
en los movimientos de las cosas haya una
ininterrumpida sucesión, el movimiento como tal
no tiene principio ni fin, siempre hay un antes
de donde procede y un después a donde se dirige.
Todo lo que acontece está siempre ahí,
idénticamente igual, a pesar de su aparente
mutabilidad. Es, como observamos, un mundo
cerrado, autoidéntico, en el que nunca sucede
nada nuevo y en el que no existe la más mínima
imprevisibilidad, permaneciendo eternamente tal
como es. Este mundo ideal es el más adecuado al
pensamiento conceptual y abstracto, puesto que
es un mundo formalmente perfecto y
coherentemente lógico.
En un mundo como
el de Averroes, que es como ha sido siempre y
siempre será, en que ser y ser lo que es, se
identifican, no se plantea la cuestión de su
comienzo o de su fin, con lo que carece de
sentido el concepto mismo de creación. Dios como
primer motor, en su eterno aislamiento, es
indiferente a los seres individuales y sólo
conoce las especies, pues sólo ellas en cuanto
son eternas merecen ser incluidas en su divina
autocontemplación. Dios es, como ya señaló
Aristóteles, un pensamiento que eternamente se
piensa a sí mismo en la soledad de su
perfección. Los individuos no tienen por sí
mismos ningún valor, pues sólo la especie es la
verdadera realidad. Los seres individuales
aparecen y desaparecen sin perturbar la marcha
del universo, pero aunque los individuos
perezcan sus especies nunca perecen. Las
especies pasan a través de un infinito número de
individuos que eternamente se suceden y
reemplazan para mantener la especie a la cual
deben sus propias formas inteligibles. Es así,
que los individuos participan del primer motor
mientras duran en sus formas inteligibles o
especies, y, que en cuanto objetos posibles de
definición, estas formas constituyen su esencia.
Si lo que es procede de su esencia, entonces la
esencia misma es el ser. El averroismo desemboca
en una metafísica de la esencia, y aunque siga
siendo el mundo sustancial de Aristóteles,
puede, en última instancia, ser considerado como
si fuera el mundo ideal de Platón. En el ámbito
de su contexto histórico, tanto Spinoza con su
única sustancia, como Hegel con su espíritu
absoluto, darán buena cuenta del averroísmo, al
revivir lo más esencial de sus sistema
especulativo.
En su aspecto
epistemológico, el intelecto humano, es para
Averroes, una forma inmaterial, única y eterna,
que procede de la inteligencia suprema y engloba
a todos los intelectos humanos. Es, por tanto,
un intelecto colectivo e impersonal, único para
la especie humana, puesto que nadie posee en
propiedad su entendimiento y nadie perdura en su
intelecto cuando muere. Averroes niega pues, la
inmortalidad personal, que en el caso de
Aristóteles estaba en situación confusa, al
sostener que, cuando el individuo muere, su
conciencia se desvanece y sólo permanece la
específica. La eternidad del movimiento y la
unidad específica del intelecto humano, serán
los dos puntos en que el averroismo latino
influirá más en la filosofía
occidental.
El sistema de Averroes era
difícilmente aceptable para los teólogos de
cualquier credo. Se comprende por ello, que
tuviera sus problemas con los teólogos
musulmanes, al igual que Spinoza, cuya doctrina
es una versión revisada del averroísmo en
lenguaje racionalista, también los tuvo con la
sinagoga judía. En cualquier teología,
especialmente la cristiana, siempre hay novedad
porque siempre hay existencia renovada, pues al
ocuparse de los individuos humanos y de los
problemas de su salvación personal, no puede
ignorar la existencia como realidad actual,
dando con ello un nuevo giro al problema del
ser.
Un siglo antes que Averroes, Avicena
había enseñado que la existencia, al ser algo
que les acaece a los seres actuales, es para
estos seres al modo de un accidente de la
esencia, reestableciendo con ello, la distinción
de esencia y existencia de tan hondas
repercusiones en el pensamiento filosófico.
Avicena parte del principio de que sólo hay un
ser necesario y absoluto, que es Dios, y al que
denomina el Primero, eternamente subsistente en
virtud de su propia necesidad. Todo lo existente
desciende del primer Ser absoluto y se extiende
a todos los seres producidos por El, que son
todos los seres posibles. Efectivamente: todos
los demás seres, al no ser necesarios por sí,
sólo son posibles, y su existencia actual
procede del querer del Primero, que reunidos en
la unidad de su existencia, los hace pasar de la
potencia al acto. Actualizar un posible
significa, por tanto, conferirle la existencia
actual, de tal manera que un ser existente en el
presente es un posible, al que en el eterno
fluir de las cosas cambiantes, le ha tocado el
momento de ser. Estos posibles actualizados son
en virtud del Primero, y mientras son, no pueden
no ser, al dejar de ser posibles y pasando a ser
necesarios.
En la metafísica aviceniana
todo ser actualizado tiene como dos caras
opuestas y contradictorias: por un lado aparece
tal como es, en sí mismo, en cuanto no es más
que un posible, y esto es su esencia, que es ese
ser sí mismo como posible potencial. Por otra,
aparece en su relación con el Primero en cuanto
es necesario como existente. En expresión de
Avicena: Possibile a se necessarium ex alio,
posible por sí, necesario por otro(4). Es así,
que la existencia referida a su esencia,(al
posible en sí mismo), está privada de necesidad,
pues la existencia es un accidente que acontece
a las esencias. En esta situación se hace
difícil admitir que esos seres que son
necesarios en su relación con el Primero, sigan
siendo posibles en sí mismos, puesto que una
esencia antes de ser actualizada es un puro
posible. Pero un puro posible no existe en
absoluto, y de algo que no existe no puede
surgir ninguna necesidad. Si siguiendo a Avicena
tomamos a la esencia posible como actualizada,
entonces existe por la necesidad del Primero,
convirtiéndose en necesaria y dejando de ser
posible. Cuando era posible, no existía, ahora
que existe, ya no es posible. Da la impresión
que en la ontología aviceniana la posibilidad
irrealizada parece perdurar por encima de su
realización actual, como si de su necesidad, la
posibilidad recibiera una vaga realidad. Pero
esto es absurdo, pues si todo lo posible es
necesario, la posibilidad está totalmente
ausente del ser, pues no hay nada en absoluto
que sea posible en un sentido y necesario en
otro. Es indudable que la dialéctica aviceniana
nos introduce en ambiguas y equívocas
contradicciones sobre la naturaleza del
ser.
Averroes no andaba desacertado
cuando veía en la doctrina de Avicena una
especie de sustitutivo filosófico a su noción
religiosa de creación y la consecuente relación
entre Dios y las criaturas, especialmente
expresada en la distinción de esencia y
existencia. En efecto, Avicena quiere dejar
constancia sobre la abismal diferencia
ontológica entre el Ser supremo y necesario y
las criaturas. El ser necesario es el único que
es en virtud de su propia necesidad, es también
el único que es su propia existencia, de aquí
que no tenga esencia. El Dios de Avicena es un
Dios sin esencia: Primus igitur non habet
quidditatem. En cambio, en cada existencia
actualizada, las criaturas proceden de la
necesidad del Primero, con lo que la esencia
como posibilidad no puede ser su propia
existencia. Por tanto, la distinción de esencia
y existencia sólo afecta a las criaturas, pues
su esencia se actualiza mediante el
acontecimiento de la existencia, recibida por la
necesidad productiva del Primero. Para Dios ser
existencia significa ser necesidad. Un Dios tal
está obligado a existir y no puede evitar ser
mientras El es. Toda existencia actual de un
posible es una delegación de su propia
necesidad. Por eso, en sentido estricto, no hay
que hablar de creación en la teología
aviceniana, sino más bien de emanación, en
cuanto todo lo existente emana o fluye de la
intrínseca necesidad del Primero. No obstante,
frente al universo cerrado y determinado de
Averroes, aparece en la metafísica de Avicena
una cierta novedad de acontecimientos, pues
posibles que son meros posibles devienen
actuales, luego pasan y dejan lugar para la
actualización de otros posibles.
La
distinción aviceniana de esencia y existencia
respecto a la estructura ontológica del ser,
será recogida por Sto. Tomás para fundar el ser
como acto, y, en registro distinto influirá en
la escolástica formalista, especialmente en Duns
Escoto. También a partir de Avicena, y de modo
relevante en Leibniz, Wolff y otros pensadores
modernos, el concepto de esencia ya no connotará
el ser, sino que significará la mera posibilidad
de recibir el ser, con lo que la esencia misma
de la esencia será la pura
posibilidad.