El Itinerario del Ser (Resumen histórico)
Autor:
Lluís Pifarré,
Catedrático de Filosofía de I.E.S.
Capítulo
8: VII.- El ser en la edad
media
La metafísica era para
Aristóteles la ciencia propiamente divina. A
pesar de ello, no se apercibe del todo que la
metafísica está ordenada al conocimiento de la
primera causa del ser. Y no estaba en
condiciones de captar este principio debido a
que la idea de una causa primera y eficiente en
todos los ámbitos del ser es algo ausente en su
pensamiento. De las cuatro causas aristotélicas,
la causa formal puede reducirse a la causa final
y en su idoneidad como causa final también puede
afirmarse como causa motriz. Pero en cambio,
estas tres causas no pueden ser eso y, a la vez,
ser causa material, pues la materia es por ella
misma una causa primera formando parte de la
estructura de las sustancias materiales, como
uno de sus elementos irreductibles. En virtud de
ello, no puede decirse que la metafísica
aristotélica sea la ciencia de todos los seres
por sus causas, porque al menos hay una causa,
la material, que no merece el título de ser. El
Dios de Aristóteles es una de las causas y
principio de las cosas, pero no es la causa y el
principio de todas las cosas, pues en el ámbito
del ser hay algo de lo que Dios no puede dar
razón: la materia. Por ello, su metafísica no
puede reducirse a una estricta unidad.
En
cambio, para Sto. Tomás, Dios es la causa de
todo lo que es, incluida la materia. Su doctrina
sobre la creación modifica sustancialmente la
noción de la metafísica al introducir en el
campo del ser una causa primera de la que
dependen todas las cosas. El conocimiento del
ser ya no se definirá como ciencia del ser por
sus causas primeras, sino por su causa primera,
dando, con ello, un sentido nuevo a las fórmulas
de Aristóteles. El fin último de la metafísica
se identifica con el fin último del hombre, pues
al ser Dios su causa primera, el hombre, en la
medida que desea conocer la realidad por su
causa primera, desea como su fin último conocer
a Dios. La más excelente de todas las ciencias
tiene por objeto esencial el saber sobre Dios,
con lo que la metafísica ya no puede definirse
como la ciencia del ser en cuanto ser o ciencia
de los seres en cuanto conocidos por sus causas
primeras. La metafísica se convierte en la
ciencia del ser en sí mismo y en su causa
primera; ciencia de Dios, en cuanto cognoscible
por la razón natural. Frente a la diversidad de
objetos de la metafísica aristotélica, la
filosofía metafísica de Sto. Tomás, merced a
esta original reordenación, adquiere una sólida
unidad orgánica.
Es indudable la impronta
aristotélica en el pensamiento del Aquinate,
especialmente cuando éste se refiere al ser como
idéntico a la sustancia, con lo que no aparece
ante su mente, la capital distinción entre la
esencia y el esse, al considerar que la esencia
es una con el esse. Esto tiene su lógica, pues
allí donde Sto. Tomás conserva en su integridad
la estructura de la sustancia aristotélica, no
es el lugar más adecuado para establecer esta
distinción. Así por ejemplo, estará de acuerdo
con aquellos textos de Aristóteles en que
hombre, ser, cosa y uno, aunque designen
diversas determinaciones de la realidad
expresadas en nociones diferentes, significan la
misma cosa, pues la composición de su ser con su
esencia no es distinta de su intrínseca unidad.
No obstante, la sustancia aristotélica, al ser
integrada por Sto. Tomás en el mundo cristiano,
sufrirá profundas y hondas transformaciones
internas al convertirse en una sustancia
creada.
Como ya comentábamos con
anterioridad, la realidad de las sustancias no
le ofrecen a Aristóteles ningún problema: ser y
ser una sustancia es una y la misma cosa, por
eso no se interroga por el origen del universo,
puesto que la sustancia agota toda la realidad,
existiendo por derecho propio, y al
identificarse con la necesidad le es imposible
no existir. Para Sto. Tomás en cambio, las
sustancias no existen por derecho propio, ya que
el mundo al ser producido por creación es
radicalmente contingente en su misma raíz, pues
podría no haber existido nunca, y aunque esté
destinado a existir siempre, continúa siendo, en
cierto modo, permanentemente contingente en su
causa, y su existencia actual dependería de la
absoluta gratuidad y liberalidad de su creador.
Si en Aristóteles las sustancias existen en
cuanto sustancias, la existencia como acto de
ser, no es nunca en Sto. Tomás, la esencia de
ninguna sustancia, lo que significa que ninguna
esencia puede por sí misma, ser su propio
existir. En un mundo de estas características,
todo aparece incierto y precario, nada existe
por necesidad, sin embargo está creado para que
dure y nunca se desgaste. Esta es sin duda una
de las cuestiones más difíciles de la metafísica
tomista, pues nos exige mantener el delicado
equilibrio, profundo y real, entre la totalidad
del ser creado como indestructible en sí mismo
y, a la vez, totalmente contingente en su
relación y dependencia con el Creador.
El
ser absoluto es para Sto. Tomás, uno y simple en
cuanto es acto puro. Los seres creados en
cambio, participan en grados diversos de la
actualidad de su causa, y debido a esas diversas
relaciones con el acto primero, según se
acerquen en más o en menos al acto puro de ser,
diferirán en sus esencias. Dios es el acto puro
de ser, y sólo él puede causar la existencia,
pues la creación de un ser finito requiere un
poder infinito, ya que entre el ser y la nada
existe un abismo infinito. Crear un efecto
finito no requiere necesariamente un poder
infinito, pero si que es preciso poseer un poder
infinito para crearlo de la nada. En vez de
sostener como Aristóteles que las sustancias
deben su ser a alguna otra cosa, Sto. Tomás
intenta hallar en las sustancias mismas un lugar
para su existencia, pues aunque la existencia no
es la sustancia misma, si que es la existencia
de la sustancia y deriva del principio que,
presente en la sustancia, la hace ser. Nos
volvemos a enfrentar con el viejo dilema: si la
existencia como acto no es ni una sustancia, ni
un accidente ¿qué es?. Puesto que no existen
conceptos para definir el ser como existencia,
Sto. Tomás no nos responderá directamente qué es
la existencia, se limitará a mostrarla para que
nos demos cuenta de que es, ya que ser no es
algo (aliquid), ni una cosa (quid), y aunque no
es la esencia de la cosa, es su acto de ser. No
es accidente, tampoco es materia, ya que la
materia es potencia y el ser es un acto, tampoco
es forma, ya que si fuera una forma no haría
falta añadirla a la esencia, pues en cuanto
forma, la esencia existiría por derecho propio.
En el análisis de estas cuestiones nos
extenderemos con más amplitud en los capítulos
finales .
Para Duns Escoto la distancia
entre Dios y la nada es también infinita, pero
en cambio dirá que la distancia que existe entre
un ser finito y su propia nada es tan finita
como su ser. Y es que para Escoto el ser es por
su esencia, no por su acto, pues la esencia es
idéntica al ser, y si un ser es finito tiene una
esencia finita, incapaz, por tanto, de
establecer una distancia infinita con su nada.
La existencia se convierte entonces en un
accidente de la esencia que no está incluida en
su quididad, pues la existencia es una simple
modalidad del ser que le acontece a la esencia
creada. Mediante la existencia, la esencia queda
completa, individualizada, permitiendo que
reciba su último grado de actualización
(haecceitas); pero si le adviene o no le adviene
la existencia, esa naturaleza como tal, no se
altera en su esencia, tanto es así, que, por
ejemplo un roble, tiene la misma definición
esencial, tanto si existe como si no existe).
Así el ser de la esencia es superior y
prioritario con respecto al ser de la
existencia, esta es algo accidental que le
sobreviene a la naturaleza. Por tanto, la
existencia se distingue de la esencia con una
distinción accidental, aunque en sentido
estricto, como dice Escoto, no es verdaderamente
accidental, puesto que la distinción no es real
(como la que hay entre una cosa y la otra) sino
meramente modal, (afirmación de la que tomará
nota Spinoza), pues la existencia es un simple
modo de la esencia individual. Todas las
esencias poseen por necesidad el modo de existir
que les es propio y que tiene una doble
virtualidad: si real, real; si posible, posible.
Dios es una esencia a la que de forma eminente
le conviene la existencia, pues la existencia se
halla incluida en el concepto de su esencia.
Preanunciando con cuatro siglos de antelación la
conocida fórmula leibniziana, Escoto afirmará
que si Dios es posible, entonces
existe.