El Itinerario del Ser (Resumen histórico)


Autor: Lluís Pifarré,
Catedrático de Filosofía de I.E.S.
 



Capítulo 12: XI.- Kant: El Ser como en Si Incognoscible

La doctrina de Wolff gozó de gran predicamento en las escuelas filosóficas de Europa, y especialmente en Alemania durante el S. XVII. Wolff fue para Kant lo que Suárez había sido para Wolff. Kant lo considera como el más grande de los filósofos dogmáticos, e incluso lo eleva por encima de los más importantes filósofos racionalistas. Cuando Kant dice que Hume le había despertado de su sueño dogmático, quería decir que lo había despertado de su sueño wolffiano, pues hasta la época de su madurez, había estado inmerso en su doctrina.

Cuando se encuentra con el empirismo de Hume, Kant reaccionará contra la abstracción metafísica, pues observa que en la realidad hay elementos que no pueden deducirse a priori, por medio de simples razonamientos analíticos como hace Wolff. Hume, en su crítica del principio de causalidad se da cuenta de que las relaciones causales actualmente dadas por la experiencia no se pueden deducir como leyes necesarias, de las propiedades analíticas propias de las esencias abstractas, al advertir el radical darse de la existencia. En esta línea, Kant afirmará que el plano de la causalidad física es diferente al de la causalidad abstracta de los conceptos, pues la causalidad física no es una relación entre dos seres posibles, sino entres seres reales actualmente existentes.
Realizar una deducción analítica en el plano de la causalidad abstracta, no ofrece especiales dificultades, pues en este orden de relaciones de esencias no está incluida la existencia actual. Pero en el momento en que la existencia como acto se introduce en el interior de la filosofía, el esencialismo analítico se desvanece. De ahí que tanto Hume como Kant no acepten el que un ser sea a se, es decir, que su existencia se pueda deducir de su esencia, en la medida que ninguna esencia puede implicar su existencia. Si Kant y Hume hubieran conocido lo que sobre esta cuestión había dicho un fraile dominico, que ellos consideraban como un teólogo perdido en la oscuridad de la noche medieval, posiblemente hubieran modificado la interpretación del problema, pues, si efectivamente, ninguna esencia implica su existencia, bien podría ser que hubiera una existencia tal que su acto de ser fuera su propia esencia, y la fuente de todas las otras esencias y existencias.

La Crítica de la Razón Pura es en cierto modo, una reindivicación de los derechos de la existencia frente al esencialismo de Wolff, es un intento de contrarrestar el descuido de la existencia en favor de la esencia. Kant, de alguna forma, es consciente de la originalidad del acto de existir, es por ello, que afirmará que la existencia no es un predicado real que pueda añadirse a la esencia de una determinada cosa, sino que la existencia es la posición absoluta de la cosa, que no es más que la posición de dicha cosa en el marco de la experiencia, captada de forma pasiva mediante la intuición sensible. Para Kant, el único signo de la existencia es, por tanto, la experiencia sensible de la misma o el enlace con lo que es experimentado. Al poner la existencia actual fuera del orden de la predicación, la pone fuera del orden de las relaciones lógicas. Así por ejemplo, refiriéndose a la esencia de Julio César, dirá frente a Leibniz, que en cuanto posible la esencia de Julio César incluye todos los predicados que se precisan para su determinación. Pero si en cuanto posible Julio César no existe, su noción predicativa completamente determinada no tiene por qué incluir la existencia, pues la existencia no es un predicado. Ha sido Wittgenstein quien ha señalado que en ocasiones, el lenguaje es una trampa por su equivocidad y ambiguedad, pues si afirmamos que algunos triángulos existen en la naturaleza, da la impresión de que adscribimos la existencia a tales figuras, cuando en realidad lo que ocurre, es que algunos objetos naturales existentes, les corresponde el predicado incluido en el concepto de triángulo

El darse de la existencia actual puesta de relieve por Hume, no se pierde del todo en Kant. Aunque éste nunca reflexionó sobre la existencia como tal, no la niega ni la olvida. Para él, los sentidos y el intelecto son las dos fuentes del conocimiento. Por los sentidos las cosas nos son dadas (es el momento empírico que permanece como legado de Hume), por el intelecto las cosas son pensadas. Frente al idealismo de Berkeley, según el cual el mundo material, lo dado, no existe, pues el ser es pura percepción subjetiva, o el idealismo problemático de Descartes, según el cual la existencia del mundo externo necesita ser probada a partir del cogito, hay que reconocer en el idealismo crítico de Kant, el intento de asumir un realismo de la existencia, especialmente cuando trata del papel que juega la intuición sensible, donde la sensibilidad es pura receptividad frente a la realidad sensible dada. Todo aquello que impresiona sobre nuestra sensibilidad, expresa la intuición de la existencia.

Sin embargo este resurgir de la existencia como algo experimentalmente dado e irreductible a los conceptos, no producirá los frutos que se podían esperar, porque Kant neutraliza esta valoración de la existencia con las formas a priori basadas en su idealismo trascendental. De este modo, la existencia en su configuración real, queda sometida a las categorías subjetivas del entendimiento, después de haber sido inicialmente afirmada, terminando por disolverse en un simple concepto. Si para Hume la realidad es opaca para decirnos por qué si una cosa es, otra deba ser también, ello significa para Kant que la inteligibilidad no pertenece a las cosas en sí mismas, sino que esta inteligibilidad ha de ser puesta por el entendimiento. Es el famoso giro copernicano, en el que ya no son las cosas quienes rigen al entendimiento, sino que es el entendimiento quien rige y formaliza a las cosas, determinando con este giro epistemológico, el que la existencia quede relegada en el ámbito de la subjetividad. En este progresivo proceso de subjetivización, propia del idealismo, la existencia sólo podrá conocerse dentro de la configuración de la realidad que es primordialmente obra de la mente, y aunque no pueda ser un modo de la esencia como en Wolff, fácilmente se convertirá en una mera modalidad asertórica del juicio. Kant mantendrá la existencia fuera de su sistema, cuya estricta posición empírica, es su única función en cuanto ser, y con ello no tiene nada más que decirnos. Que las cosas son, es un hecho que hay que asumir, pero de lo que son, sólo el entendimiento es responsable.

En el pensamiento maduro de Kant, que es su filosofía definitiva, la existencia será una x, una incógnita. En su fidelidad al empirismo, esta x como posición, nunca será eliminada del todo, y al mismo tiempo sigue siendo una x, porque nunca se desprenderá de Wolff. De esa x en si misma, como nóumeno, no sabemos nada, salvo que es. Todo lo que podemos hacer es sentirla o afirmarla, sin que podamos añadir nada a la noción de lo que afirma, es decir, que se le pueden sumar o restar cualquier concepto, sin que estos se alteren. En cuanto que percibida, la existencia es su fenómeno, esto es, su apariencia, pues en Kant aquellas propiedades dadas en la intuición de una cosa material pertenecen tan sólo a su apariencia, aunque la existencia de la cosa que aparece no queda suprimida o puesta entre paréntesis, como sucede en el idealismo puro. Aunque no podemos conocer esa cosa tal como es en sí misma, para Kant debe haber existencia fenoménica para que pueda haber conocimiento, aunque el hecho mismo de que lo real existe, no entra en el conocimiento científico de la realidad. Lo cual es cierto (no en el sentido que le da Kant) puesto que el conocimiento de la existencia no puede ser científico, sino metafísico, pues la ciencia como tal, no precisa de la existencia actual de lo pensado, ni es ese su objeto de conocimiento. A pesar de que Kant relega la cosa en sí en el mundo de lo incognoscible (noúmeno), la ha conservado como condición de posibilidad para el conocimiento de la realidad sensible. Este es el motivo fundamental por el que no suprimió la cosa en sí, que básicamente es lo que diferencia su idealismo crítico del idealismo puro, cuyo modelo más acabado esta representado por el pensamiento de Husserl.

Si el entendimiento es el que prescribe y hace ser a la naturaleza dándole su sentido y configurándola formalmente, por ese mismo principio también podría el entendimiento prescribir la existencia. Kant no querrá llegar a estas consecuencias que se derivan de sus propios planteamientos, para no desembocar en un idealismo puro. El filósofo de Köningsberg, quiso conservar la existencia porque deseaba construir una crítica del conocimiento que para él era idéntico al conocimiento científico. Con posterioridad a Kant, la existencia, al ser considerada como la raíz común de la que brotan la sensibilidad y el entendimiento, era inevitable que fuera sacada a la luz de la especulación, y al no poder permanecer constantemente como una incógnita extraña, inserta en el mundo inteligible del entendimiento, la existencia será negada por el fenomenismo post-kantiano, o bien será deducida a priori como hará el idealismo puro.