El Itinerario del Ser (Resumen histórico)
Autor:
Lluís Pifarré,
Catedrático de Filosofía de I.E.S.
Capítulo
14: XIII.- Kierkegaard: El Ser como opuesto a
la Existencia
Con el filósofo danés
se produce la reacción de la existencia contra
la esencia, que más tarde se convertirá en la
reacción de la existencia contra la filosofía.
El pensamiento de Kierkegaard es una apasionada
protesta en nombre del individuo de carne y
hueso, que sufre, ama y se alegra, contra el
peligro de su inmersión en la colectividad
impersonal y anónima. El máximo responsable de
ello ha sido según Kierkegaard, el idealismo
hegeliano, pues en su sistema no hay lugar para
el individuo singular y existente, al quedar
absorbido en la universalidad de la Idea
Absoluta, cuando precisamente, la no
universalidad se constituye en lo más importante
y significativo. En el pensamiento idealista, el
individuo se limita a ser un simple espectador
de su tiempo y su existencia, pues al verse
incluido como un mero momento, sumergido en el
proceso del pensamiento absoluto, ya no puede
realizarse a sí mismo a través de la libre
elección de sus alternativas, ahogadas por la
necesidad dialéctica del Espíritu. Menos aún,
puede comprometerse para incrementar su ser como
individuo personal, y poder sentirse cada vez
menos, un miembro disuelto anónimamente en un
determinado grupo.
Kierkegaard considera
que los problemas que importan y angustian al
individuo existente, no se resuelven sólo
recurriendo al pensamiento, adoptando el punto
de vista del filósofo especulativo, sino más
bien, por un acto de elección y compromiso a
nivel de existencia. Si nos hacemos conscientes
de nuestra situación anónima, reaccionaremos
afirmando nuestros principios éticos de
conducta, y a actuar responsablemente de acuerdo
con ellos, aunque vayan en contra de los modos
habitualmente aceptados por el conjunto de la
colectividad social. Entonces, podrá decirse que
nos hemos aproximado más a ser individuos
auténticos y no meros agregados de un todo,
difuso e impersonal.
El pensamiento de
Kierkegaard es antes que cualquier cosa, la
protesta exasperada de una conciencia religiosa
contra la secular supresión de la existencia por
parte del pensamiento filosófico. Pero
sustancialmente, ha sido la protesta de la
existencia contra la filosofía, no el esfuerzo
por volver a abrir la filosofía a la existencia.
Si para el pensador danés la existencia es la
única realidad que el hombre puede captar y la
única que le importa porque es la única que
tiene, entonces la principal actividad del
hombre es existir y no filosofar. Después de
innumerables metafísicas del ser, en las que no
tenía cabida la existencia, la filosofía con
Kierkegaard no encuentra nada mejor que
separarse del ser, que es lo mismo que separarse
de la filosofía, pues si la filosofía no
necesita de la existencia, la existencia tampoco
tiene necesidad de la filosofía. La separación
entre la existencia y la filosofía es total,
aunque quizás la mayor responsabilidad de esta
lamentable situación provenga de aquellas
metafísicas formales sobre las esencias
posibles, que no fueron capaces de unir la
esencia y el ser como acto en la unidad del
ente.
Toda la argumentación de
Kierkegaard descansa en la forzada distinción
que hace entre conocimiento objetivo y
conocimiento subjetivo, distinción que había
tomado de Schelling, al distinguir entre
filosofía negativa, referida al plano objetivo
del conocimiento, y filosofía positiva que
versaba sobre la existencia. Kierkegaard
vislumbra el acto intelectual como operación
inmanente y posesiva del objeto conocido, cuando
afirma que el conocimiento objetivo demanda un
considerable trabajo para su adquisición, pero
una vez adquirido ya no requiere un especial
esfuerzo para la apropiación, pues su
conocimiento es idéntico a su posesión y no
afecta ni quita nada, por su posesión formal, a
la existencia del individuo como tal. Así un
conocimiento objetivo como por ejemplo una
verdad física o matemática, no tiene ninguna
relación con mi "yo", no me compromete a mí
mismo como existente. De ahí deducirá
equivocadamente, debido a su artificial
distinción del conocimiento, que para que sea
posible la adecuación de la cosa con el conocer,
previamente tiene que quedar fuera la
existencia. Al quedar la cosa fuera de la
existencia, adquiere la índole de una pura
abstracción, donde pensamiento y cosa son lo
mismo. Si el pensamiento objetivo no es capaz de
captar la existencia, no queda otro recurso que
acudir al conocimiento subjetivo cuya
adquisición supone la activa y sucesiva
apropiación por parte del sujeto. Este
conocimiento, no se dirige a conocer la verdad
objetiva, la cosa como tal, sino que su relación
consigo mismo es lo que se constituye como la
verdad, una verdad que reside, por tanto, en su
misma subjetividad.
Kierkegaard escribirá
que los idealistas hegelianos, los profesores
que enseñan filosofía, consideran que lo que hay
que hacer para saber filosofía es aprenderla y
nada más. Pero en la antigua filosofía griega y
romana no era así, pues sus pensadores querían
ser verdaderamente filósofos, amantes de la
sabiduría y no meros conocedores de filosofía.
El saber de la filosofía es ser filósofo como
Sócrates, que nunca escribió nada, pero él, con
su vida, era el mismo amor de la sabiduría. Y no
llamamos amante a quien lo sabe todo del amor
pero no está "enamorado", ya que estar enamorado
y saber del amor son una y la misma cosa.
Sócrates no tenía ninguna filosofía, él la era,
los hegelianos y profesores no son sus propias
filosofías, sólo las tienen, y son, por tanto,
inauténticos, ya que por una parte viven en el
reino de la abstracción, y por otra su conducta
personal está anulada por este ficticio reino
abstracto. Sin embargo, quieran o no, estos
filósofos existen, y por más abstractos y
formales que sean su pensamientos, el pensador
abstracto es, y no puede dejar de ser. El
filósofo danés podía escribir con autoridad
moral de estas cosas, porque había una íntima
conexión entre su vida y su filosofía. Uno de
los atractivos de su pensamiento, es
precisamente el carácter intensamente personal
de su filosofía, en cuanto es una filosofía
vivida, surgida de una opción personal y un
compromiso radical sediento de autenticidad. No
es el espectador el que habla, sino el actor, el
protagonista existente. El filósofo que se
contenta y se limita al papel de espectador del
mundo y de la vida, todo lo interpreta mediante
la especulación de una dialéctica de conceptos
abstractos. Se puede decir, que existe como
sujeto, pero no existe en sentido propio, porque
desea comprenderlo todo, pero no se compromete
con nada.
Esta exigencia de autenticidad
existencial, querrá transferirla al plano
ético-religioso, pues el filósofo danés,
considerará que lo que le importa, no es conocer
el cristianismo, sino ser cristiano. Y es que,
la influencia del pensamiento hegeliano ha hecho
creer que ser cristiano es conocer el
cristianismo, que hay un sistema, un proceso
especulativo, mediante el cual es posible llegar
a ser cristiano. Y aunque la religión es vida,
una forma de existir, está en constante peligro
de degenerar en simple disquisición teórica.
Ello es debido, según Kierkegaard, a que uno de
los tradicionales despropósitos de la filosofía,
por eliminar la existencia de su campo
especulativo. Saber matemáticas o física es
conocer la realidad objetivamente, tal como es,
y hablar objetivamente es hablar de la cosa.
Pero conocer la filosofía o la religión no es
conocerlas tal como son, pues al afectar al yo,
al sujeto, la subjetividad no es lo que es la
cosa
Si el fin de la religión cristiana
es dar a cada hombre la promesa de la eterna
beatitud, observará Kierkegaard con gran
hondura, tal promesa es de un interés infinito,
y el único modo de acoger esta promesa es
experimentar por ella una pasión infinita,
sentir una apasionada e inquebrantable voluntad
por alcanzar esta beatitud. Una respuesta a
medias, una postura mediocre, sería
desproporcionada para tal fin eterno, una
actitud tibia, no sería un querer aquel fin
infinito, ni sería en absoluto un querer, pues
el auténtico querer es infinito. Pero aunque el
fin sea el mismo para muchos hombres, no hay una
solución general para la salvación eterna como
fin, justo al contrario, es algo que sólo
incumbe a cada sujeto en particular y deberá ser
resuelta un infinito número de veces por cada
uno, en el transcurrir de la historia.
El
conocimiento ético-religioso es el único real en
cuanto se refiere directamente al sujeto
cognoscente que existe, pues la verdad es
idéntica a la existencia y la existencia
idéntica a la verdad. Lo que hace que sea
subjetiva, y, por tanto verdadera, la existencia
ético-religioso, es su apropiación real por
parte del individuo. Pero no será verdadera, por
el hecho de que incremente y amplíe nuestros
conocimientos de estos objetos y contenidos
ético-religiosos. Si un teólogo habla o escribe
cosas acerca de Dios, podrá desarrollar sus
discursos de modo indefinido sin por ello
acercarse a un conocimiento real de Dios. El
conocimiento de Dios sólo surge en el momento en
que la existencia del sujeto, entra en relación
vivencial con Dios.
En Wolff y en Hegel
teníamos una ontología sin existencia, pero en
Kierkegaard tenemos una existencia sin
ontología, sin metafísica del ser. Desde su
perspectiva existencialista, resulta que cuanto
más se trata de conocer con objetividad, tanto
menos subjetivamente se hace, por eso, no puede
haber una filosofía objetiva de la existencia,
pues la existencia al ser indefinidamente
abierta no puede ser un sistema sólido y cerrado
para una mente existente. El sistema y la
existencia son inconciliables, porque la
estructura del pensamiento sistemático exige
pensar la existencia, no como existiendo, sino
como anulada e inerte, puesto que la existencia
es un intervalo que mantiene en sus sucesivos
instantes las cosas fragmentadas y separadas, en
cambio lo sistemático precisa del ensamblaje y
ligazón de las cosas, lo que implica disolver su
existencialidad original.
Kierkegaard le
hará a Hegel la misma crítica que éste le hizo a
Wolff. El filósofo danés dirá que Hegel había
hecho sorprendentes y arbitrarias maravillas con
los conceptos contradictorios, pues por el
simple hecho de sumergirlos en el proceso de la
aufheben dialéctica, estos conceptos podían
indiferentemente ser suprimidos y conservados
con sólo superarlos. Pero la contradicción
conceptual y abstracta no deja de serlo por
haber sido abstractamente superada. Si la
existencia actual se reduce a un problema de
lógica, se podrá logicizar la existencia, pero
no se podrá existencializar la lógica, y ésta se
reducirá a ser la perpetua superación de las
contradicciones abstractas. En este plano, nada
es más fácil de conseguir, pues como nada
existe, no hay lugar para la disyunción y
oposición real. Hegel superó con facilidad y sin
contratiempos la contradicción porque en el
ámbito de la abstracción no hay contradicción,
solamente la existencia como factualidad, puede
ser requisito para la contradicción. La
existencia es algo que no permite ser pensado,
pues si la pienso la anulo, pues quien piensa
existe y su existencia es puesta tan pronto se
opone al pensamiento. El principio cartesiano
"si pienso, soy" es invertido por el filósofo
danés, pues para él rige el principio de "si
pienso, no soy", puesto que pensar es olvidar la
existencia. Lo que conozco es mi pensamiento en
mi existencia, no mi existencia en mi
pensamiento, y el conocimiento de mi propia
existencia es de mi absoluto y exclusivo
interés. Si el hombre fuera meramente una cosa
pensante, alcanzaría la pura objetividad, y la
existencia quedaría aniquilada, pues si
lográramos pensar plenamente, cesaríamos de
existir.
Pero el hombre por su finitud
está inmerso en el tiempo de lo contingente, y
en ella, la eternidad coexiste con el tiempo.
Estar inmerso en el tiempo, es ser en el momento
presente y lo presente no es nada más, para
Kierkegaard, que la existencia. Pero, por su
dimensión de infinitud, el hombre también
concibe y proyecta mediante el pensamiento como
objetivación abstracta, la eternidad. La
co-presencia de eternidad y de existencia es la
paradoja misma en que consiste el hombre,
hallándose yuxtapuestas en la unidad de su único
ser, interfiriéndose en su conciencia religiosa
sin confundirse. La oposición entre la
existencia como presente temporalidad y la
eternidad como infinitud concebida, produce una
angustiosa ruptura en el ser humano. Ruptura
que, para Kierkegaard, origina que los hombres
sean patéticos, pues al precio de un esfuerzo
infinito tratan de convertir la eternidad en su
propia existencia, para salvar así, el abismo
ontológico de la eternidad, con el tiempo
coincidente con la existencia actual. Si el
hombre fuera eternidad ya no tendría existencia,
sino ser, pero el hombre piensa y existe, y la
existencia separa el pensamiento del ser. El
dualismo platónico, entre la existencia actual y
el pensamiento como inteligibilidad de lo
eterno, vuelve ha asomar discretamente, sin que
Kierkegaard sea consciente de ello.
Esta
ruptura entre la existencia como temporalidad y
el ser como eternidad, ha inspirado importantes
aspectos del existencialismo contemporáneo.
Algunos filósofos de esta corriente, partiendo
de que la existencia es un fracaso del ser,
dirán en tonos pesimistas, que si ser un
existente es tener existencia, la vida humana es
el desesperado intento por superar su propia
ruina hacia la nada, el incesante tambalearse de
todos los existentes hacia su propio naufragio
ontológico. Kierkegaard al oponer la existencia
frente a la posibilidad de las esencias
abstractas, características de Wolff, ha
convertido la existencia actual en una nueva
esencia: la esencia que no tiene esencia. Frente
a las anteriores filosofías del ser en las que
nada se había previsto para la existencia como
acto, la existencia como presencia actual, no
encuentra nada mejor que separarse del ser y,
por tanto de la
filosofía.