El Itinerario del Ser (Resumen histórico)
Autor:
Lluís Pifarré,
Catedrático de Filosofía de I.E.S.
Capítulo
15: XIV.- Nietzsche: el Ser como
apariencia
Desde su perspectiva
cósmica, Nietzsche es el filósofo vital por
antonomasia. Equipado con una ontología de la
voluntad como fundamento de lo real inspirada en
la filosofía de Schopenhauer, y en una
gnoseología de cadencia kantiana, considerará
que en la constitución de lo real, es mucho más
lo que ponemos con nuestras representaciones
subjetivas, que lo que nos es dado por una
supuesta realidad objetiva y en sí. Las cosas o
realidades en sí, ya no son solamente
inaccesibles a nuestro conocimiento, como
afirmaba Kant, sino que son simples ilusiones
psicológicas, al modo de una especie de velo
místico que encubre la vaciedad ontológica del
ser y, que, mediante la falacia de los conceptos
abstractos, basados en inexistentes realidades
metafísicas, pretenden explicar arrogantemente
la totalidad de lo real. En todo caso, para
Nietzsche, lo en sí procede de errores cometidos
en el juego combinatorio de la imaginación
perceptiva, y que por la inercia de la costumbre
se ha interpretado durante siglos como lo que
funda la verdad, revistiéndola con el disfraz de
unas determinadas categorías metafísicas. Una
vez disueltas en el futuro estas categorías,
quedará abolida la distinción entre la cosa en
sí y lo subjetivamente representado en mí,
dejando inservibles el conjunto de estas
categorías que se han irrogado la autorización
para separar un mundo en sí de un mundo como
representación propia.
Para el filósofo
alemán el ser no es más que un término
introducido y forjado por una simple utilidad
práctica que lleva más de dos milenios, y que
sirve para proyectar en un inexistente "más
allá", esencias e ideas inmutables y
universales, que no son más que pretendidas
pseudorealidades opuestas a la facticidad
cambiante de los acontecimientos vitales. Por
eso dirá Nietzsche, que la creencia en el ser ha
surgido por la falta de fe y desconfianza en el
"devenir", por el recelo y la sospecha respecto
a la fluencia evolutiva de lo real
fenoménico.
Desde nuestras perspectivas
psicológicas como contenido de nuestros
sentimientos y deseos afectivos, se configura
imaginativamente el mundo de lo aparente que
desvela mejor el sentido de la vida que el
tradicionalmente llamado mundo real de la
metafísica clásica. Estas perspectivas
psicológicas elaboradas al nivel reflexivo de la
conciencia, configuran la estructura fluyente y
sucesiva del proceso de la temporalidad, al
reproducir fielmente la estructura del ser como
apariencia, del ser incesantemente cambiante
sumergido en la corriente del devenir. Nietasche
sólo aceptará como real, grados diversos de
intensidad en la forma de reflejarse el mundo de
la apariencia, y no un supuesto ser en sí, con
el pretexto de constituir y fundar los conceptos
abstractos de los metafísicos, y las esencias
formales de los teólogos. Estos aspectos, son
todos ellos inconciliables con la vida como
contenido vivencial en mí. Por otra parte, el
ser de los clásicos, con sus atributos de
atemporalidad e inmutabilidad, intenta "fijar"
tiránicamente el proceso fluyente y azaroso de
la temporalidad, aquello que por naturaleza es
permanentemente mutable y aparente. No hay, por
tanto, verdades absolutas, no hay esencias
permanentes, no hay hechos eternos, sólo hay
verdades aparentes, relativas a nosotros, para
nosotros, según las conciben nuestras
representaciones y sentimientos. El mundo
aparente transmutado en forma de contenidos
psicológicos, (psicologización del ser), es
equivalente a la verdad. Si en nuestras
representaciones inventivas e imaginativas
rechazamos la realidad del mundo aparente, ya no
queda ninguna verdad. La verdad se identifica
con la apariencia, la vida humana está
totalmente sumergida en la contra-verdad y de
ahí no podemos salir.
Nietzsche niega la
verdad como realidad en nombre de la verdad como
apariencia, la verdad de lo eterno e inmutable
se niega frente a la instantaneidad de lo
presente mutable; no sólo oposición entre
pensamiento y ser como ocurre en Kierkegaard,
sino rechazo radical de la verdad del ser frente
a la verdad de lo aparente. Nietzsche dice
sentir verguenza del concepto de verdad, de esa
palabra imperativa y orgullosa, y quiere
alcanzar la victoria sin el auxilio de la
verdad, derrotada ésta por la vaciedad
ontológica de sus falsas objetivaciones, y que
será sustituida por la contra-verdad, que ya no
va a fundarse en el principio de realidad de las
sustancias aristotélicas, sino que será
engendrada por la corriente vivencial de
nuestras representaciones, por aquel sentimiento
subjetivo que obtiene su eficacia creativa y
constituidora de realidad, en función de su
mayor o menor instinto de "fuerza" como
expresión de su voluntad de poder.
El
profundo trueque que se produce entre lo real y
lo aparente en el ámbito de la realidad,
determinará que sea la voluntad quien configure
el vacío ontológico dejado por el ser, siendo la
voluntad misma la que establezca según sus
intensidades de fuerza el criterio de la verdad
y de los valores. El querer absoluto de la
voluntad reclama el querer ser sin condiciones,
sin aquellos límites impuestos por las doctrinas
de la trascendencia. Un querer surgido de las
propias instancias desiderativas y afectivas del
sujeto, al convertirse el deseo como derecho
incondicional de la vida, y por la fuerza
impulsora de la voluntad de poder, para que la
realidad dada, sea así, como lo determine la
voluntad, y para que toda configuración de lo
real en el ámbito de la inmanencia fenoménica se
amolde a este absoluto querer.
Lo
esencial es suprimir el mundo-verdad, en cuanto
supone el más grave atentado contra la vida, por
el mundo-aparente. La expulsión de la creencia
en la verdad propiciará la fecunda irrupción del
nihilismo nacido de las ruinas del ser, de su
radical negación y, por tanto, como afirmación
positiva de la nada. El ser como apariencia o,
lo que es lo mismo, la nada para el ser, será
concebido como fluencia en decurso infinito
hacia el devenir, en un "eterno retorno" de la
vida. Nietzsche deseaba creer que en su época se
estaban fraguando las condiciones para el
resurgir de un nuevo futuro, de una nueva aurora
para la vida, donde el mundo recobrará su
natural sentido, su original inocencia, haciendo
inviable la admisión de un universo inspirado en
el ser metafísico. Con la aparición del
nihilismo como fase transitoria, nos
introduciremos posteriormente en la esfera de un
mundo radicalmente inmanente, donde la vida,
desgajada y liberada de las doctrinas de la
trascendencia griego-cristianas, desarrollará
todas sus potencialidades y adquirirá su pujante
fuerza. Nietzsche afirmará que "el nihilismo es
una forma divina de pensar como negación de todo
mundo verdadero, de todo ser".
(8).
Frente a la negación de la vida
auspiciada por la razón socrática, que ha
debilitado los instintos del placer, por medio
del más allá platónico y la trascendencia
cristiana, que a través de su concepción
dualista de la realidad han originado la
escisión del único mundo inmanente y natural.
Frente a ello, lo decisivo es la afirmación
dionisíaca de la vida y de los valores. El lugar
vacío dejado por el ser como soporte de los
antiguos valores será ocupado por la fuerza de
sí de la voluntad de poder que mediante una
profunda transvaloración, constituirá el nuevo
orden de los valores, y en cuanto puestos por la
autodecisión del sujeto, estos nuevos valores
dependerán totalmente de la creatividad estética
e inventiva del sujeto, de su modo de sentir y
posicionar estos valores, lo que implica que su
realidad se sustentará en última instancia en la
dinámica fluctuante de los deseos y sentimientos
subjetivos. Al carecer de toda fundamentación en
el principio de la realidad que se ha esfumado
con la pérdida del ser como acto, la nada misma
se convierte en el fundamento de los nuevos
valores, aspecto que se confirma al comprobar
mediante una adecuada evaluación el contenido
real de estos valores. En ella no aparece ningún
valor al que se le pueda atribuir algún
contenido nuevo o alguna cualidad desconocida en
el plano axiológico, con lo que deberemos
deducir que estos supuestos nuevos valores se
disuelven en la nada. El conocimiento sumido en
la corriente de sus subjetivas vivencias
representativas sólo puede acceder a la
verdad-aparente como sustitutivo de la verdad
del ser en el plano ontológico, constituyéndose
como una nueva verdad anhelante de la nada,
determinando el valor de la vida y de las cosas
según el sentimiento de fuerza de un puro acto
de la voluntad como última razón y fundamento de
sí misma.
En su crítica del ser,
Nietzsche invierte el pensamiento de Parménides.
Para el filósofo de Elea sólo lo que tiene ser
es, para Nietzsche sólo lo que es, no tiene ser.
Si para el primero no hay ninguna conexión entre
el ser y el no-ser, para el segundo la verdad
del no-ser aniquila la verdad del ser. En
Parménides lo aparente no es y sólo el ser es,
en Nietzsche el ser no es y lo aparente es.
Quizás cuando Heidegger se refería a Nietzsche
como el último metafísico de la historia de la
filosofía, bien podría ser que lo considerase
como el último filósofo que ha dado cuenta de la
metafísica del ser con su anti-metafísica del
no-ser como fundamento de su metafísica. El acta
de defunción de la metafísica será proclamada a
los cuatro vientos por numerosos filósofos del
S.XX, pero estas precipitados y pesimistas
anuncios, no han podido borrar del espíritu
humano su natural vocación metafísica, su
profundo y constante anhelo por la
trascendencia.