El Itinerario del Ser (Resumen histórico)
Autor:
Lluís Pifarré,
Catedrático de Filosofía de I.E.S.
Capítulo
18: XVII.- El "Esse" y la inmortalidad del
alma
La noción del actus essendi
permite fundar adecuadamente la inmortalidad del
alma humana. El alma es sustancia en virtud del
esse que posee, y en tanto que sustancia el alma
está compuesta de una esencia que es una forma
espiritual y del acto de ser que la actualiza.
El alma es forma del cuerpo y a la vez es
sustancia, pero lo que hace de ella una
sustancia es el esse que ejerce. Al perderse la
noción del esse en el pensamiento moderno, se
perdió también la concepción del alma como una
sustancia constituida por una forma simple y su
acto de ser.
A lo largo del pensamiento
filosófico se han desarrollado toda una serie de
interpretaciones sobre la realidad del alma
considerada en sí misma y en relación con el
cuerpo sensible. Platón influido por una
concepción órfico-pitagórica considerará el
cuerpo como una cárcel del alma. Con Aristóteles
se rehabilita el orden sensible, que en Platón
era una sombra del mundo de las Ideas, y el alma
racional hace de forma del cuerpo y como toda
forma es acto, el alma es el acto del cuerpo.
Pero como la forma por sí misma no está fundada
potencialmente en otro acto, no puede existir
separada del cuerpo, lo que significa que la
destrucción del cuerpo implica la destrucción
del alma. La muerte del hombre determina la
descomposición de ambos principios ( el alma
como forma y el cuerpo) con lo que en rigor, el
alma individual no es inmortal. En todo caso,
Aristóteles admitirá una especie de intelecto
agente universal que abarca a todos los
intelectos individuales, aunque es distinto y se
da separado de ellos. Los averroistas
acogiéndose a este enfoque aristotélico,
sostendrán en parecidos términos, que el alma al
ser forma de un cuerpo, no podía existir
separada de éste, y considerarán, para intentar
justificar la inmortalidad del alma como tal,
que ésta es un entendimiento supremo o sustancia
eterna, de la cual participan los entendimientos
particulares para ejercer sus operaciones. La
inmortalidad no es en este caso individual, sino
que es colectiva, en cuanto el alma individual
se funde en la unidad universal de la sustancia
eterna.
Diversos pensadores cristianos
tuvieron serios inconvenientes para ofrecer una
concepción del hombre filosóficamente coherente
con la fe. Así, los que conciban el alma como
forma del cuerpo les será difícil explicar
porqué el alma es también sustancia separada del
cuerpo. Los que consideran el alma como
sustancia completa en sí misma tendrán que
aclarar como siendo sustancia puede desempeñar
el papel de forma del cuerpo. Lo problemático es
conciliar estas dos posturas con la unidad
sustancial del ser humano tal como lo exige una
recta antropología cristiana. Lo que sí es
manifiesto, es que abordar esta problemática
cuestión de una forma inadecuada, puede
llevarnos a concepciones francamente
irracionales, como la que ofrece Descartes, que
con el intento de explicar la relación y
comunicación del alma con el cuerpo, como dos
sustancias independientes, alojará el alma
humana nada menos que en la glándula pineal.
Es indudable que, al constituir el alma
como una sustancia se le atribuye al alma una
entidad propia, y afirmando que es forma del
cuerpo le conferimos su índole de sustancia
espiritual. En la filosofía del actus essendi la
esencia del alma es una forma simple, espiritual
e inmaterial, compuesta de esse, constituida y
actualizada por este esse. Al ser simple, la
forma no sufre descomposición y al igual que las
sustancias materiales la forma hace que sea lo
que ella es, y el esse constituye esa forma,
haciendo que sea. El esse no hace que el alma
sea alma, esto lo hace la forma, sino que hace
del alma una sustancia al actualizar su forma;
esta es su constitución ontológica. Con
anterioridad comentábamos que en las sustancias
materiales el esse competía a la esencia, es
decir, al compuesto de materia y forma. En las
sustancias espirituales (o intelectuales) como
el caso de los ángeles o del alma humana, el
esse compete sólo a la forma, ya que son
sustancias desprovistas de materia. En las
sustancias materiales el receptáculo del esse es
la esencia, en las sustancias espirituales el
sujeto del esse es la forma. El alma humana
tiene como exclusiva un esse propio, lo que no
ocurre con las otras formas sustanciales
inscritas en la materia
Dado que el alma
posee su propio acto de ser, en sí misma no
depende del cuerpo para ser, sino que el alma le
comunica al cuerpo al unirse con él su acto de
ser. Esa unión es muy íntima, ya que están
unidos por el ser y en el ser. El esse que
recibe el cuerpo es el esse que pertenece al
alma, por tanto, en el hombre no hay más que un
sólo acto de ser que es común al cuerpo y al
alma. Esta unidad sustancial se funda en el
actus essendi que posee el alma y que hace de
ella una sustancia. Si la sustancialidad del
alma es el fundamento de la sustancialidad del
hombre, esto acredita su inmortalidad, puesto
que el esse concierne directamente a la forma
como entidad subsistente. Si el alma no tuviera
su propio acto de ser, no tendría ningún
principio intrínseco de perpetuidad, y con la
muerte se extinguiría al descomponerse el ente
material, pero al estar dotada de su propio
esse, la muerte no implica la desaparición de su
forma. No puede haber un principio interno de
corrupción en una sustancia como el alma,
compuesta de una forma simple y de acto de
ser.
En la antropología de corte
platónico-agustiniano, el alma se une al cuerpo
por el bien de este, pues el cuerpo
=especialmente en los neoplatónicos, se
considera como algo negativo. En la antropología
del actus essendi es el alma la que por su
propio bien se une al cuerpo, ya que desprovista
del cuerpo resulta una sustancia incompleta. En
todo caso puede decirse que el alma es una
sustancia separable del cuerpo, en cuanto goza
de personalidad propia, y es una sustancia
completa desde el punto de vista existencial (de
su esse), pero incompleta desde el punto de
vista específico, ya que no puede ejercer las
actividades propias de la especie humana, pues
sin cuerpo le faltan los medios adecuados para
ejercer con plenitud todos los propios actos del
hombre. Existencialmente completa,
específicamente incompleta, el alma está
aguardando la resurrección final del cuerpo al
que estuvo unida en su vida terrena. Unida a su
cuerpo se asemeja más a Dios, porque eso
corresponde mejor a su
naturaleza.
Inserta en el tiempo, el alma
trasciende a éste por la simplicidad de su ser.
El problema de Kierkegaard de cómo es que en el
hombre la existencia se encuentra junto con la
eternidad, está mal planteado, al confundir la
existencia en el tiempo con la existencia como
tal. Perdurar en el tiempo es, en efecto,
existir, y la existencia temporal es para
nosotros los seres finitos el modo más
manifiesto de existencia. Pero el hombre no
existe solamente en el tiempo, sino que lo
trasciende en la medida en que, ya ahora, está
en comunicación con su propia eternidad, y lo
hace en cuanto sustancia espiritual, que como
tal trasciende la materia y la mortalidad. Es
natural, por ello, que el ser humano trate con
las cosas eternas (la verdad, la bondad y la
belleza objetivas). Se podría decir que el
problema no es la eternidad, sino el tiempo, que
es el que incesantemente interrumpe la eternidad
del hombre. Cada uno de nosotros se encuentra ya
en medio de la eternidad desde el primer
instante de la vida, rodeados de seres no menos
eternos. Y es que el ser humano no lucha
angustiosamente en el tiempo (como pensaban
Spinoza y Unamuno) para no perder la eternidad,
ya que es eterno por derecho propio, pero tiene
que devenir en el tiempo para "ser más"
plenamente.
El alma espiritual condensa y
subsume en sí las operaciones que la preceden, y
ella es la única forma sustancial del hombre, en
virtud de la cual el ser humano es hombre,
animal, viviente, cuerpo, sustancia y ser. Un
ente dotado de entendimiento y voluntad,
distinguiéndose de los otros seres por su
libertad, que le confiere el dominio de sus
actos, siendo, por tanto, responsable de ellos.
En tal sentido nada hay en el universo material
superior al ser humano, un ser, cuya última raíz
de su personalidad reside en el esse, en cuanto
todas sus operaciones provienen de su alma la
cual debe su existencia a su propio actus
essendi, siendo un centro autónomo de actividad
y la fuente de sus
determinaciones.
Lluís
Pifarré
Catedrático de Filosofía de
I.E.S.
Doctor en
Filosofía
lpifarre@pie.xtec.es