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El Adulterio Espiritual comienza en el Corazón

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Nunca  aceptemos malos pensamientos


Walter Costas, rcc.org.ar 28 de julio de 2003



Walter CostasEsta meditación tiene por objetivo reflexionar con el corazón y con la inteligencia, sobre una problemática que emerge en el contexto de la vida cristiana y también en la vida sacerdotal y religiosa. Nos ayudarán la Palabra de Dios y de los Santos Padres. La meditación quiere hacernos hacer un itinerario espiritual de conversión, para ayudarnos a penetrar cada vez más en el misterio de Dios revelado en Cristo por medio del Espíritu Santo.

Abramos entonces las puertas del corazón al huésped divino e invoquemos al Padre para que, en nombre de Jesús nos conceda el don del Espíritu Santo. El tema de esta meditación lo encontramos en el Evangelio de Juan 8, 1-11.

La escena que Juan, o quien por él, nos presenta es aquella de un juicio en el cual se debería pronunciar una sentencia de muerte irrevocable. La Ley prescribía esto y esto se debía hacer (Lev. 20,10; Deut. 22,22-24).

Por una parte tenemos al juez, por la otra a la mujer y a sus acusadores. La mujer sabe que no tiene justificación que presentar. La única esperanza que le queda es Jesús.

Y Jesús propone una solución antes de su sentencia: "Quien de vosotros esté libre de pecado, que arroje la primera piedra contra ella" y anota el evangelista, "se fueron yendo uno por uno, comenzando por los más ancianos hasta los últimos". Sigue entonces la sentencia del Señor: "Yo tampoco te condeno, vete y no peques más".

 

Quien esté sin pecado tire la primera piedra



¿Qué nos quiere enseñar el Espíritu Santo con esta escena?

Yo creo que varias cosas, algunas se las diré yo y otras se las sugerirá Él.

Primero: ante Cristo debo decir que lamentablemente, estamos todos en una situación de adulterio, primero los más ancianos y luego los más jóvenes, como nos dice el Evangelio más arriba.

Todos somos adúlteros en cuanto no hemos respetado el pacto de alianza con Dios.

El adulterio es el preferir los ídolos al Dios viviente, así como se prefiere la sensualidad del extraño al amor del cónyuge.

¿Qué es entonces, la conversión? Es la irrupción del amor en nuestra vida, es el sentirse amados y perdonados, más allá de nuestras expectativas y de nuestros méritos, es el corresponder al amor con el amor.

La vida espiritual comienza con una respuesta de amor al amor de Dios: "vete, esto es, obra, actúa, vive sin pecado, pero amando".

"¿Quién es un pecador?" le preguntaron un día a Santa Bernardita, y ella dio una respuesta asombrosa para su edad y para su formación: "El pecador es aquel que ama el pecado", que ama, no que hace pecados.

En efecto, hay una gran diferencia entre el amor al pecado y la caída en el pecado.

Me preguntaréis qué significado tendrá esta situación con la vida cristiana, la vida consagrada con el Bautismo. Tiene un significado fundamental. ¿Qué es la vida cristiana sino el practicar el mandamiento del amor?

"El primero y más grande mandamiento es amar a Dios y el segundo es similar a éste: amar al prójimo" (Cf. Mt. 22,37). El prójimo (el próximo) no es un ser remoto, sino aquel que está a nuestro lado, a veces, como una espina.

El prójimo es el sacramento de Dios, su manifestación, por lo que "es un mentiroso aquel que afirma amar a Dios y luego odia a su hermano", afirma Juan (1 Jn 4, 20).

Ante Jesús que justifica, nuestra actitud debe ser la tuvo la adúltera, que no tuvo otra esperanza sino la misericordia. Ante Jesús que salva gratuitamente, nuestra actitud no puede ser la del fariseo, debe ser la del publicano. Ante nuestras traiciones y fracasos, debemos reconocer que no hemos amado, que no hemos respondido con amor al amor de Dios.

La vida cristiana es este actuar no para merecer el amor, sino para agradecer a Dios por su amor.

Nuestra vida debe ser una respuesta de amor al amor de Dios.

Y esto lo podemos hacer no evadiéndonos de la comunidad sino en la comunidad, algunas veces hasta el martirio, aunque debo reconocer que una vida en común (como la de los religiosos) sin amor no es vida sino muerte, porque "quien no ama permanece en la muerte" (1 Jn 3,14).

Siempre me ha impresionado la última parte de la vida de San Juan de la Cruz: la persecución que sufrió de su superior porque, cuando éste era aún joven, Juan que entonces era su superior, lo reprendió.

San Juan ha aceptado todo con amor para responder al amor crucificado de nuestro Dios. Ha aceptado, identificándose así con Cristo, que crucificado, perdona.

Si no testimoniamos el amor de Dios en la vida en común, en el ministerio apostólico, entre los jóvenes, en el ministerio de la reconciliación, etc. Nuestra religión es vana (Sant. 1, 26). Santiago dice esto a propósito de la lengua, pero todos los daños de la vida en común ¿no llegan a causa de la lengua, que no se la sabe o no se la quiere frenar?

El amor de Dios crucificado


Nunca es demasiado tarde para comenzar de nuevo, lo importante es tener el corazón abierto y dispuesto al perdón, porque perdonados, a nuestra vez, perdonamos. Porque perdonados, agradecemos a Dios viviendo en el respeto de sus mandamientos. Ahora observar los mandamientos no será más una obligación sino una exigencia de amor.
¿Qué es entonces, la vida cristiana, sino la respuesta al amor de Dios que llama? Y llama no por sadismo sino para que el individuo acepte el plan de Dios para la santificación propia y ajena.

En la Regla de Maestro se lee a propósito de la recepción del novicio en el monasterio para la profesión: "Dirá el abad: ¿Quieres tu hacer la promesa? Y el novicio responderá: Es Dios quien lo ha querido antes, entonces lo quiero también yo (hoc primo Deo, sic et mihi)".

Si los esposos sostuvieran su quererse bien, si el que permanece célibe sostuviera su decisión sobre su propia elección sobre la comunidad que humanamente lo ha recibido bien y con la cual durante el período de prueba ha vivido en paz y con espíritu de amor, estaríamos todavía en un espacio de pecado. Significa que los sentimientos de la adúltera arrepentida no son todavía los nuestros.

Nuestras voluntades son mutables, nuestros corazones son inconstantes, nuestros caracteres son inestables. Entonces si alguien pone como fundamento de la entrega de toda su vida la voluntad humana, el fracaso está asegurado. Y por fracaso entiendo no sólo el abandono del estado de santidad bautismal o sacerdotal, sino una vida sin amor, en un adulterio continuo.

No debemos entonces, olvidar lo que dijimos más arriba: a nosotros no se nos imputa nada de lo que sale bien mientras todo, verdaderamente todo depende de la apertura al Espíritu Santo que obra en nosotros y es el amor del Padre amante hacia su Hijo amado.

Es cuanto nos invita a hacer San Benito: "Atribuir a Dios y no a sí mismo el bien que se cree tener" (RB 4.42). Y podemos decir con San Pablo: "La gracia de Dios en mí no ha sidovana" (1 Cor. 15,10), o sea: no he hecho vana, no he hecho inútil la gracia de Dios que me ha concedido, convirtiéndome e instruyéndome en Cristo.

Es inevitable que en un cierto punto de la vida cristiana sobrevenga el momento de la tentación, más aún normalmente esta se hace más fuerte luego de tomar conciencia de la vocación a la santidad dada por Dios en el bautismo.

En aquella hora de prueba la claridad racional no sirve más, la voluntad humana de fuerte se transforma en débil e impotente, el entusiasmo de las fuerzas va disminuyendo.

Los Padres del desierto han siempre insistido sobre la dificultad de garantizar continuidad y desarrollo positivo al entusiasmo inicial: algunos se quedaron en las primeras dificultades, otros siguieron sus propios proyectos y no los de Dios, otros terminaron por endurecerse, por agriarse, por replegarse sobre sí mismos. Sólo pocos llegan a ser lo que el Señor quiere que seamos: obras de arte cristianos y de hombres que puedan exclamar con Maria: "¡El Señor ha hecho grandes cosas en mí!" (Lc. 1, 49).

La vida cristiana no es una estructura que garantice por sí el éxito. Es un camino en el desierto. Se debe seguir la caravana del pueblo de Dios, cada uno con su propio peso, para poder llegar todos juntos a la meta.
En el desierto es fácil caer, ser presa de epidemias, perder de vista el punto de llegada, estar deslumbrados por un espejismo, descorazonarse antes de llegar al lugar deseado. En un cierto momento, llega la hora de la depresión, la hora en la cual no se sabe cómo y porqué ir adelante, este salirse del camino, esta oscuridad llega para todos, aún para quien parece tener particulares carismas y haber sido privilegiado por el Señor con dones y protecciones particulares.
Ni siquiera los grandes profetas como Elías (1 Rey. 19,34) y Jeremías (1,10; 15,10; 20,10; etc.) estuvieron al margen de momentos de oscuridad, también para ellos llegaron los días en los que se sintieron incapaces de profetizar, días en los que dudaron fuertemente de su vocación, "días de adulterio". Por ello es absolutamente necesario que el ofrecimiento de la propia vida, las promesas bautismales o los votos religiosos, sobrevengan en respuesta a Dios, como consecuencia de Su amor que nos ha llamado primero y que siempre está dispuesto a decirnos Su palabra: "No te condeno, vete y no peques más".

Don Vicente

 

El que mira una mujer con malos ojos...



¡NUNCA TENGAN MALOS PENSAMIENTOS!

Los malos pensamientos generan siempre, en algún modo, una mala acción.

No es necesario que se trate de un pensamiento causado por un odio profundo. A veces es suficiente con sentir envidia por alguien, para producir efectos devastadores.
El mecanismo por el cual esto sucede es suficientemente simple y se puede esquematizar con la siguiente progresión.

Yo tengo envidia de una persona a la cual le va todo bien. Entonces comienzo a pensar que no es justo que a ella le vaya todo bien y a mí no. No es necesario que le desee el mal, basta sólo con sentir envidia.

Llegado a este punto, Satanás, siempre vigilante y listo como un león rugiente buscando presas para devorarlas, hace suyo este pensamiento, y sí hace que a la persona objeto de nuestra envidia le suceda algo desagradable.

Yo, cuando me entero del hecho que a la persona que envidio le sucedió algo desagradable, íntimamente me regocijo y pienso "finalmente hay un poco de justicia".

Satanás, así, mata dos pájaros de un tiro, porque yo, faltando a la caridad, me transformo en una probable conquista suya y al mismo tiempo, la persona objeto de mis "atenciones", cayendo presa de la desesperación por la desgracia que le sucedió, piensa, si no tiene una fe firme, que Dios la ha abandonado y ha procedido injustamente y de este modo, cae en las garras del maligno.

Fátima



¿Cómo nos podemos defender de todo esto? La Ssma. Virgen viene a nuestro encuentro y nos dice qué hacer.

En la aparición del 13 de julio de 1917 en Fátima, la Virgen dijo:
"...vendré a pedir la consagración de Rusia a Mi Corazón Inmaculado y la Comunión reparadora en los primeros sábados del mes. Si se escuchan mis palabras, Rusia se convertirá y se tendrá paz. En caso contrario, difundirá sus errores por el mundo, suscitando guerras y persecuciones contra la Iglesia... el Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá y será concedido al mundo un período de paz".

Ella no suscita el rencor hacia Rusia, sino que pide la consagración de esta nación a Su Corazón Inmaculado. También en Belpasso, en el mensaje dado durante la aparición del 23 de noviembre de 1986, dijo:
"... mis hijos, aquellos verdaderos, deben entrar en el seguro refugio de Mi Corazón. El mundo está sobrecargado de injusticias, de opresiones, de pecados. Las naciones del mundo dependen de dos naciones más grandes, pero todas se equivocan... deseo que no sólo se convierta Rusia y se la consagre a Mi Corazón Inmaculado, cosa que pronto sucederá, sino que también se conviertan los Estados Unidos de América.

Descendiendo a nuestro pequeño ámbito, ¿qué podemos hacer para defendernos cuando pensamos que alguien desea nuestro mal? Simplemente debemos poner en práctica las enseñanzas de la Ssma. Virgen, consagrado a esa persona a Su Corazón Inmaculado.

Cada vez que se nos ocurra que alguien la tiene con nosotros, ¡consagrémoslo al Corazón Inmaculado de Maria!

Si vivimos una situación difícil, en el trabajo, en los afectos, en la salud, pongamos esa situación en el Corazón Inmaculado de Maria. Ella pensará cómo hacer para que el mal se convierta en bien y al mismo tiempo, contribuiremos a la salvación de nuestros hermanos.

Pero es necesario tener presente, también, otro aspecto del problema: frecuentemente nos sentimos mejor que los otros y pensamos que los sentimientos de envidia no pueden albergarse en nosotros. ¡No es así!
Muy seguido, sin que nos demos cuenta, resbalamos también nosotros en este sentimiento, porque la envidia es algo que se insinúa escondidamente y de modo engañoso.

Nuestra Madre Celestial nos pone en guardia. En el mensaje dado en Belpasso el 11 de mayo de 1986, dice: "...Es necesario hacer obras de bien, sí, pero eduquen también sus pensamientos, sean humildes con sus pensamientos: la humildad está bendecida por Dios..."

Siguiendo este consejo, también aprenderemos a ser prudentes en las relaciones con los otros, ya que la prudencia es hija de la humildad.

No contemos a otras personas todo aquello que nos sucede de hermoso y de positivo. Podríamos, aún sin quererlo, suscitar la envidia de alguien que no tiene aquello que tenemos y podríamos también, nosotros mismos, caer en la soberbia.

Recibamos todo lo que de bueno nos sucede como don de Dios, recordando que la Virgen "...conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón..." (Lc 2-19, 2-51)

La Virgen no tiene hijos e hijastros. Todos somos sus hijos, nos ama a todos y desea la salvación de todos! Ayudémosla en esta misión, consagrémonos a nosotros mismos y a nuestras familias, a nuestros seres queridos, a nuestros amigos y aún a nuestros enemigos al Corazón Inmaculado de Maria!

"... Los protegeré siempre, y aún si como árboles se doblan ante el viento, manténganse firmes: confíen en Mí...". Belpasso, 1º de mayo de 1988

ACTO DE CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN INMACULADO DE MARIA

Heme aquí, o Madre, a Tus pies, para adherir a Tu materno deseo de pertenecer enteramente y por siempre a Ti, para consagrarme y confiarme a Tu Corazón Inmaculado.

Tu Corazón, que arde de amor por nosotros, OH! Maria, sea una llama que incendie nuestros corazones, fríos y alejados.

Pongo en Tus manos y en Tu corazón todo mi ser, mi vida presente y futura, para así pertenecer completamente a Ti en el pensamiento, en el corazón, en el alma y en el cuerpo.

Forma en mí, con Tu materna bondad, desde este día, una vida nueva, la vida de Tu Jesús, sabiduría encarnada, piedra viva, roca desde la cual brota toda gracia.

Previene y acompaña, OH! Reina del Cielo, mis acciones, aún las más pequeñas, con Tu inspiración materna, para que cada cosa en mí, sea pura y aceptable a los ojos del Padre, del Hijo Nuestro Señor y del Espíritu Santo.

Haz siempre más santa mi alma y mi cuerpo, como Jesús nos ha mandado, como nos pide y desea Tu Corazón Inmaculado.

Haz que siempre esté consagrado a Tu servicio en cuerpo y en alma.

Sírvete de mí como a Ti plazca, para que puede caminar en humilde y amoroso servicio sin cansarme nunca, en el colaborar para construir el Reino de Paz que Dios ha confiado a Tu Corazón, hasta el último instante de mi vida que Tu, como Madre, protegerás siempre.

Amen.

CORAZÓN INMACULADO DE MARIA, REINA DE LA PAZ, PROTEJE MÍ VIDA Y MI CAMINO DE FE

Modificado el ( miércoles, 14 de diciembre de 2005 )


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