"Reavivar la
conciencia del amor conyugal
como don del
Espíritu"
-
07/11/1988 -
lNDICE
Significado profético de
la Encíclica
Colaboración entre los
diversos organismos
Crisis de la moral
conyugal y aspectos positivos
Algunas sugerencias y
propuestas
La santidad del matrimonio
y de la familia
1. Con íntima alegría dirijo mi afectuoso saludo a todos
vosotros, hermanos en el Episcopado, y a tantos otros hermanos a quienes
vosotros representáis.
Al saludo
acompaño mi agradecido aprecio por la disponibilidad en emplear una parte de
vuestro tiempo y toda vuestra caridad pastoral en la reflexión sobre un tema de
particular importancia para la vida y para la misión de la Iglesia.
Un especial
agradecimiento debo además al Pontificio Consejo para la Familia, que ha organizado
este encuentro y está siguiendo sus trabajos.
2. El
motivo del encuentro es el XX aniversario de la Encíclica Humanae vitae que
Pablo VI publicó el 25 de julio de 1968 sobre el grave problema de la recta
regulación de la natalidad. En la alocución del miércoles siguiente a la
publicación de la Encíclica, el mismo Pablo VI confió a los fieles los
sentimientos que lo habían guiado en el cumplimiento de su mandato apostólico.
Decía: "El primer sentimiento ha sido el de una gravísima responsabilidad
nuestra. Ese sentimiento nos ha introducido y sostenido en lo vivo del problema
durante los cuatro años requeridos para el estudio y la elaboración de esta
Encíclica. Os confesamos que este sentimiento nos ha hecho incluso sufrir no poco
espiritualmente. Jamás habíamos sentido como en esta coyuntura el peso de
nuestro cargo. Hemos estudiado, leído, discutido cuanto podíamos, y también
hemos rezado mucho... Invocando las luces del Espíritu Santo, hemos puesto
nuestra conciencia en la plena y libre disponibilidad a la voz de la verdad,
tratando de interpretar la norma divina que vemos surgir de la intrínseca
exigencia del auténtico amor humano, de las estructuras esenciales de la
institución matrimonial, de la dignidad personal de los esposos, de su misión
al servicio de la vida, así como de la santidad del matrimonio cristiano; hemos
reflexionado sobre los elementos estables de la doctrina tradicional y vigente
de la Iglesia, y especialmente sobre las enseñanzas del reciente Concilio; hemos
ponderado las consecuencias de una y otra decisión, y no hemos tenido duda
alguna sobre nuestro deber de pronunciar nuestra sentencia en los términos
expresados por la presente Encíclica" (cf. Insegnamenti di Paolo VI, vol.
VI, 1968, págs. 870-871).
De todos
son conocidas las reacciones, a veces ásperas y hasta despreciativas, que
también en algunos ambientes de la misma comunidad eclesial ha recibido la
Encíclica Humanae vitae. Mi venerado predecesor las había previsto claramente.
De hecho, escribía en la Encíclica: "Se puede prever que estas enseñanzas
no serán quizá fácilmente aceptadas por todos: son demasiadas las voces
-ampliadas por los modernos medios de propaganda- que están en contraste con la
de la Iglesia. A decir verdad, ésta no se extraña de ser, a semejanza de su
Divino Fundador, 'signo de contradicción' (cf. Lc 2, 34); pero no deja por esto
de proclamar con humilde firmeza toda la ley moral, tanto natural como
evangélica" (n. 18).
Por otra
parte, Pablo VI mantuvo siempre una profunda confianza en la capacidad de los
hombres de hoy de acoger y de comprender la doctrina de la Iglesia sobre el
principio de la "inseparable conexión, que Dios ha querido y que el hombre
no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal:
el significado unitivo y el significado procreador". (n. 12). "Nos
pensamos -escribía él- que los hombres, en particular los de nuestro tiempo, se
encuentran en situación de comprender el carácter profundamente razonable y
humano de este principio fundamental" (n. 12).
3. En
realidad, los años sucesivos a la Encíclica, no obstante la insistencia de
críticas injustificadas y de silencios inaceptables, han podido demostrar con
creciente claridad cómo el documento de Pablo VI era no sólo siempre de viva
actualidad, sino investido hasta de un significado profético.
Un
testimonio de particular valor lo ofrecieron los obispos en el Sínodo de 1980,
cuando escribieron así en la Propositio 22: "Este Sagrado Sínodo, reunido
en la unidad de la fe con el Sucesor de Pedro, mantiene firmemente lo que ha
sido propuesto en el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes, 50) y después
en la Encíclica Humanae vitae, y en concreto, que el amor conyugal debe ser
plenamente humano, exclusivo y abierto a una nueva vida" (Humanae vitae,
11 y cf. 9 y 12)
Yo mismo
después, en la Exhortación post-sinodal Familiaris consortio, propuse de nuevo,
en el más amplio contexto de la vocación y de la misión de la familia, la
perspectiva antropológica y moral de la Humanae vitae sobre la trasmisión de la
vida humana (cf. nn. 28-35). Asimismo, durante las audiencias de los miércoles,
dediqué las últimas catequesis "sobre el amor humano en el plano
divino" a confirmar y a iluminar el principio ético fundamental de la
Encíclica de Pablo VI acerca de la conexión inseparable de los significados
unitivo y procreativo del acto conyugal, interpretado a la luz del significado
esponsal del cuerpo humano.
Entre los
frutos del Sínodo de los Obispos sobre las tareas de la familia en el mundo de
hoy se debe recordar la constitución de dos importantes organismos eclesiales,
destinados el uno a estimular la actividad pastoral sobre el matrimonio y la
familia, y el otro a promover la reflexión científica.
El primer
organismo es el Pontificio Consejo para la Familia, con el cual venía
profundamente renovado al precedente Comité Pontificio para la Familia querido
por Pablo VI. En la Exhortación Familiaris consortio indicaba el sentido y la
finalidad del nuevo organismo: ser "un signo de la importancia que yo
atribuyo a la pastoral de la familia en el mundo, para que al mismo tiempo sea
un instrumento eficaz a fin de ayudar a promoverla a todos los niveles"
(n. 73).
El segundo
organismo es el Instituto Juan Pablo II para estudios sobre matrimonio y
familia, querido "para que la verdad acerca del matrimonio y la familia
pueda ser cada vez mejor investigada científicamente, de modo que laicos,
religiosos y sacerdotes puedan recibir formación, ya sea filosófico-teológica, ya
en ciencias humanas, en esta materia, a fin de que su ministerio pastoral y
eclesial se pueda desarrollar de manera más eficaz en favor del Pueblo de
Dios" (Cons. Apost. Magnum matrimonii, 7 de octubre, 1982, n. 3).
Ya fundado
y operante desde algunos años en la Pontificia Universidad Lateranense, recibió
el reconocimiento jurídico en 1982 y ha continuado su laudable tarea alargando
su actividad a otros países. En estos mismos días el Instituto ha programado el
II Congreso internacional de teología moral sobre el tema "Humanae vitae:
20 años después", con reflexiones y análisis que se mueven en la línea de
las preocupaciones pastorales propias también de esta reunión vuestra.
La gravedad
de los problemas hoy planteados en el ámbito del matrimonio y de la familia
hace cada vez más necesario que dentro de las Conferencias Episcopales
nacionales o regionales, y a veces también en diócesis singulares, se
constituyan y se hagan operantes organismos análogos a los ahora recordados:
sólo así los problemas pueden encontrar, con la debida profundización
doctrinal, válidas respuestas pastorales oportunamente coordinadas con las
iniciativas de los otros organismos eclesiales.
4. La
presente reunión reviste ya una particular importancia por el mismo hecho de
desarrollarse entre obispos aquí congregados como representantes de las
Conferencias Episcopales de los respectivos países, en los que les han sido
confiados específicos encargos en este sector de la pastoral. Venerados
hermanos: La problemática teológica y pastoral suscitada por la Encíclica
Humanae vitae y por la Exhortación Familiaris consortio, representa sin duda un
capítulo fundamental de vuestra solicitud de maestros y de Pastores de la
verdad evangélica y humana acerca del matrimonio y la familia.
Este
encuentro puede ser para vosotros una preciosa ocasión para que, mediante la
comunicación de experiencias, se pueda describir y analizar mejor la actual situación
de la Iglesia, sea refiriendo los desarrollos vinculados a la temática de la
Humanae vitae, sea informando acerca de la respuesta que, en las diversas
situaciones sociales y culturales, se ha dado al respecto.
El método
de estos trabajos y los resultados que se obtendrán pueden quizá sugerir la
oportunidad de volver a convocar en el futuro semejantes encuentros. Ellos de
hecho se mueven en el contexto de una colaboración ya presente entre el
Pontificio Consejo para la Familia y los Episcopados de los diferentes países,
sobre todo con ocasión de las visitas ad Limina. Las múltiples dificultades a
las que debe hacer frente la familia en el mundo contemporáneo inducen a desear
la consolidación ulterior de tal colaboración a fin de ofrecer a los esposos
toda ayuda posible para corresponder mejor a su propia vocación.
5. Desde
muchas partes la referencia a la Encíclica Humanae vitae se une, casi
automáticamente, a la idea de la "crisis" que ha afectado, y continúa
afectando, a la moral conyugal.
Sin duda se
deben reconocer las múltiples y a veces graves dificultades que en este campo
encuentran los sacerdotes y las parejas, los unos en anunciar la verdad entera
sobre el amor conyugal, y las otras en vivirla. Por otra parte, las
dificultades a nivel moral son el fruto y el signo de otras dificultades más
graves que tocan los valores esenciales del matrimonio como "íntima
comunidad de vida y de amor conyugal" (Gaudium et spes, 48). La pérdida de
estima en relación al hijo como "preciosísimo don del matrimonio"
(Gaudium et spes, 50) y hasta el rechazo categórico de transmitir la vida, a
veces por una errónea concepción de la procreación responsable, y la
interpretación totalmente subjetiva y relativa del amor conyugal, tan
abundantemente difundidas en nuestra sociedad y en nuestra cultura, son el
signo evidente de la actual crisis matrimonial y familiar.
Como raíz
de la "crisis", la Exhortación Familiaris consortio ha señalado una
corrupción de la idea y de la práctica de la libertad, que es "concebida
no como la capacidad de realizar la verdad del proyecto de Dios sobre el
matrimonio y la familia, sino como una fuerza autónoma de autoafirmación no
raramente contra los demás, en orden al propio bienestar egoísta" (n. 6).
Más radicalmente todavía hay que indicar una visión inmanentista y
secularizante del matrimonio, de sus valores y de sus exigencias: el rechazo a
reconocer el manantial divino del que derivan el amor y la fecundidad de los
esposos, expone el matrimonio y la familia a desintegrarse también como
experiencia humana.
Al mismo
tiempo la situación actual presenta también aspectos positivos, entre los
cuales sobresale el descubrimiento de los "recursos" de que el hombre
y la mujer disponen para vivir la verdad plena del amor conyugal.
El primero
y fundamental recurso es el sacramento del matrimonio, o sea, Jesucristo mismo
que se hace presente y operante por medio de su Espíritu y hace a los esposos
cristianos partícipes de su amor a la humanidad redimida. Este
"sacramento" manifiesta plenamente y lleva a total cumplimiento aquel
"sacramento primordial de la creación" por el cual desde el
"principio" el hombre y la
mujer han sido creados por Dios a su imagen y semejanza y llamados al amor y a
la comunión. Así el hombre y la mujer, mientras realizan su
"humanidad" según la vocación matrimonial, se ponen al servicio no
sólo de los hijos, sino también de la Iglesia y de la sociedad.
El período
post-conciliar ha favorecido un progresivo crecimiento en el conocimiento del
significado eclesial y social del matrimonio y de la familia: es éste el lugar
más común y, al mismo tiempo, fundamental en el que se expresa la misión de los
laicos en la Iglesia. La "Carta de los Derechos de la Familia", publicada
por la Santa Sede en 1983 a petición del Sínodo de los Obispos, constituye un
momento de particular importancia para la conciencia del significado social y
político de la vida de pareja y de familia: éstas no son meras destinatarias,
sino verdaderas y propias "protagonistas" de una "política"
al servicio del bien común familiar.
6. Frente a
las dificultades y a los recursos de la familia de hoy, la Iglesia se siente
llamada a renovar la conciencia del encargo que ha recibido de Cristo en
relación al precioso bien del matrimonio y de la familia: la tarea de
anunciarlo en su verdad, de celebrarlo en su misterio y de vivirlo en la
existencia cotidiana de los que han sido "llamados por Dios a servirle en
el matrimonio" (Humanae vitae, 25).
Pero, ¿cómo
desarrollar esta tarea en las presentes condiciones de vida de la Iglesia y de
la sociedad?
La comunión
de ideas y de experiencias durante este encuentro vuestro permitirá ciertamente
encontrar algunas respuestas significativas.
De todas maneras puede ser oportuno, al
principio de vuestros trabajos, ofrecer algunas sugerencias y formular algunas
propuestas.
Es
especialmente urgente reavivar la conciencia del amor conyugal como don: ese
don que, mediante el sacramento del matrimonio, el Espíritu Santo, que es la
Persona-don en el inefable misterio de la Trinidad (cf. Dominum et
Vivificantem, 10), derrama en el corazón de los esposos cristianos. Este mismo
don es la "ley nueva" de su existencia, la raíz y la fuerza de la vida
moral de la pareja y de la familia. Y en realidad su ethos consiste en vivir
todas las dimensiones del don:
-la
dimensión conyugal, que exige a los esposos llegar a ser cada vez más un solo
corazón y una sola alma, revelando así en la historia el misterio de la misma
comunión de Dios uno y trino;
-la
dimensión familiar, que exige a los esposos estar dispuestos a
"cooperar... con el amor del Creador y del Salvador, quien por medio de
ellos aumenta y enriquece diariamente a su propia familia" (Gaudium et
spes, 50), acogiendo del Señor el don del hijo (cf. Gén 4, 1);
-la
dimensión eclesial y social, por la cual los cónyuges y los padres cristianos,
en virtud del sacramento, "poseen su propio don, dentro del Pueblo de
Dios, en su estado y forma de vida" (Lumen gentium, 11). Y al mismo tiempo
asumen y desarrollan -como "célula primera y vital de la
sociedad".(Apostolicam actuositatem, 11)- su responsabilidad en el ámbito
social y político;
-la
dimensión religiosa, por la cual la pareja y la familia responden al don de Dios
y en la fe, en la esperanza y en la caridad hacen de toda su vida
"sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de
Jesucristo" (l Pe 2, 5).
Sin
descuidar enseñanzas que tienen también su importancia, como son aquellas que
se refieren a los aspectos antropológicos y sicológicos de la sexualidad y del
matrimonio, el esfuerzo pastoral de la Iglesia debe poner decididamente en
primer lugar la difusión y la profundización de la conciencia de que el amor
conyugal es don de Dios confiado a la responsabilidad del hombre y de la mujer:
en esta línea deben moverse la catequesis, la reflexión teológica, la educación
moral y espiritual.
Es además
urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la
conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte
integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con
convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: "...cada
Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia
más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a
la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a
cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la
pastoral de la familia" (n. 70).
La
exigencia insustituible de que la fe se haga cultura, debe encontrar su primer
y fundamental lugar de realización en la pareja y en la familia. El fin de la
pastoral familiar consiste no sólo en hacer la comunidad eclesial más solícita
hacia el bien cristiano y humano de las parejas y de las familias, en
particular de las más pobres y en dificultad, sino también y sobre todo en
estimular el "protagonismo" propio e insustituible de las parejas y
de las familias mismas en la Iglesia y en la sociedad.
Para una
pastoral familiar eficaz e incisiva es necesario orientar hacia la formación de
los agentes, suscitando también vocaciones al apostolado en este campo vital
para la Iglesia y para el mundo. Las palabras de Jesucristo: "La mies es
mucha, y los obreros pocos" (Lc 10, 2), valen también para el campo de la
pastoral familiar. Son necesarios "obreros" que no teman las
dificultades y las incomprensiones al presentar el proyecto de Dios sobre el
matrimonio, dispuestos a "sembrar con lágrimas", pero con la
seguridad de "cosechar entre cantares" (cf. Sal 125/126, 5).
7. Dios
quiere que toda familia sea en Cristo Jesús una "Iglesia doméstica"
(cf. Lumen gentium, 11): de esta "iglesia en miniatura", como gusta
llamar frecuentemente a la familia San Juan Crisóstomo (cf. por ejemplo In
Genesim Serm. VI, 2; VII, 1), depende en su mayor parte el futuro de la Iglesia
y de su misión evangelizadora.
También el
porvenir de una sociedad más humana, inspirada y sostenida por la civilización
del amor y de la vida, depende en gran medida de la "calidad" moral y
espiritual del matrimonio y de la familia, de su "santidad".
Esta es la
finalidad suprema de la acción pastoral de la Iglesia, de la que nosotros
obispos somos los primeros responsables. El XX aniversario de la Humanae vitae
vuelve a plantearnos a todos esta finalidad con la misma urgencia apostólica de
Pablo VI, que concluía su Encíclica dirigiéndose a los hermanos en el
episcopado con estas palabras: "Trabajad al frente de los sacerdotes,
vuestros colaboradores, y de vuestros fieles con ardor y sin descanso, por la
salvaguardia y la santidad del matrimonio para que sea vivido en toda su
plenitud humana y cristiana. Considerad esta misión como una de vuestras
responsabilidades más urgentes en el tiempo actual" (Humanae vitae, 30).
Haciendo
mías estas exhortaciones, imparto a todos con afecto la bendición apostólica.
Joannes
Paulus pp. II
www.clerus.org