Los dones del Espíritu Santo
en la vida de los esposos
- 21/11/1984 -
1. Teniendo como fondo la
doctrina contenida en la Encíclica "Humanae vitae", tratamos de
trazar un bosquejo de la espiritualidad conyugal. En la vida espiritual de los
esposos actúan también los dones del Espíritu Santo y, en particular, el
"donum pietatis", es decir, el don del respeto a lo que es obra de
Dios.
2. Este
don, unido al amor y a la castidad, ayuda a identificar, en el conjunto de la
convivencia conyugal, ese acto, en el que, al menos potencialmente, el
significado nupcial del cuerpo se une con el significado procreador. Orienta a
comprender, entre las posibles "manifestaciones de afecto", el
significado singular, más aun, excepcional, de ese acto: su dignidad y la
consiguiente grave responsabilidad vinculada con él. Por tanto, la antítesis de
la espiritualidad conyugal está constituida, en cierto sentido, por la falta
subjetiva de esta comprensión, ligada a la práctica y a la mentalidad
anticonceptivas. Por lo demás, éste es un enorme daño desde el punto de vista
de la cultura interior del hombre. La virtud de la castidad conyugal, y todavía
más, el don del respeto a lo que viene de Dios, modelan la espiritualidad de
los esposos a fin de proteger la dignidad particular de este acto, de esta
"manifestación de afecto", donde la verdad del "lenguaje del
cuerpo" sólo puede expresarse salvaguardando la potencialidad procreadora.
La
paternidad y maternidad responsables significan la valoración espiritual
-conforme a la verdad- del acto conyugal en la conciencia y en la voluntad de
ambos cónyuges, que en esta "manifestación de afecto", después de
haber considerado las circunstancias internas y externas, sobre todo las biológicas,
expresan su madura disponibilidad a la paternidad y maternidad.
3. El
respeto a la obra de Dios contribuye ciertamente a hacer que el acto conyugal
no quede disminuido ni privado de interioridad en el conjunto de la convivencia
conyugal -que no se convierta en "costumbre" - y que se exprese en él
una adecuada plenitud de contenidos personales y éticos, e incluso de
contenidos religiosos, esto es, la veneración a la majestad del Creador, único
y último depositario de la fuente de la vida, y al amor nupcial del Redentor.
Todo esto crea y amplía, por decirlo así, el espacio interior de la mutua
libertad del don, donde se manifiesta plenamente el significado nupcial de la
masculinidad y feminidad.
El
obstáculo a esta libertad viene de la interior coacción de la concupiscencia,
dirigida hacia el otro "yo" como objeto de placer. El respeto a lo
que Dios ha creado libera de esta coacción, libera de todo lo que reduce al
otro "yo" a simple objeto: corrobora la libertad interior del don.
4. Esto
sólo puede realizarse por medio de una profunda comprensión de la dignidad
personal, tanto del "yo" femenino como del masculino, en la
convivencia recíproca. Esta comprensión espiritual es el fruto fundamental del
don del Espíritu que impulsa a la persona a respetar la obra de Dios. De esta
comprensión y, por lo mismo, indirectamente de ese don, sacan el verdadero
significado nupcial todas las "manifestaciones afectivas", que
constituyen la trama del perdurar de la unión conyugal. Esta unión se manifiesta
a través del acto conyugal sólo en determinadas circunstancias, pero puede y
debe manifestarse continuamente, cada día, a través de varias
"manifestaciones afectivas", que están determinadas por la capacidad
de una "desinteresada" emoción del "yo" en relación a la feminidad
y -recíprocamente- en relación a la masculinidad.
La actitud
de respeto a la obra de Dios, que el Espíritu Santo suscita en los esposos,
tiene un significado enorme para esas "manifestaciones afectivas", ya
que simultáneamente con ella va la capacidad de la complacencia profunda, de la
admiración, de la desinteresada atención a la "visible" y al mismo
tiempo "invisible" belleza de la feminidad y masculinidad y,
finalmente, un profundo aprecio del don desinteresado del "otro".
5. Todo
esto decide sobre la identificación espiritual de lo que es masculino o
femenino, de lo que es "corpóreo" y a la vez personal. De esta
identificación espiritual surge la conciencia de la unión "a través del
cuerpo", con la tutela de la libertad interior del don. Mediante las
"manifestaciones afectivas" los cónyuges se ayudan mutuamente a
permanecer en la unión, y al mismo tiempo, estas "manifestaciones"
protegen en cada uno esa "paz de lo profundo" que, en cierto sentido,
es la resonancia interior de la castidad guiada por el don del respeto a lo que
Dios ha creado.
Este don
comporta una profunda y universal atención a la persona en su masculinidad y
feminidad, creando así el clima interior idóneo para la comunión personal. Sólo
en este clima de comunión personal de los esposos madura correctamente la
procreación que calificamos como "responsable".
6. La
Encíclica "Humanae vitae" nos permite trazar un bosquejo de la
espiritualidad conyugal. Se trata del clima humano y sobrenatural, donde
-teniendo en cuenta el orden "biológico" y, a la vez, basándose en la
castidad sostenida por el "donum pietatis"- se plasma la armonía
interior del matrimonio, en el respeto a lo que la Encíclica llama "doble
significado del acto conyugal" (Humanae vitae, 12). Esta armonía significa
que los cónyuges conviven juntos en la verdad interior del "lenguaje del
cuerpo". La Encíclica Humanae vitae proclama inseparable la conexión entre
esta "verdad" y el amor.
Joannes
Paulus pp. II
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