La Santa Misa en 62 Historietas

Un Servicio de los MSC Misioneros del Sagrado Corazón

 

 

 

31.

Nada, ni un centavo.

(Quien no da - Colecta)

 

Papá estaba de viaje, muy lejos, en una construcción. Mamá estaba realizando el gran lavado de ropa, había planchado hasta muy entrada la noche y luego, agotada, se había acostado y se había dormido profundamente. Alrededor de la una y media el mayor de los hijos, Guillermo que tenía catorce años, despertó repentinamente. Primero pensó: "Huele a pinos". Pero luego  tuvo un acceso de tos por el humo que llenaba su cuarto. Enseguida se puso alerta. Había un incendio. Saltó de la cama y corrió donde la mamá: "La casa se está quemando". E hizo lo que no se debe hacer: abrió la ventana de par en par. La mamá, muerta de cansancio había olvidado de desenchufar la plancha eléctrica. La mesa comenzó a arder y luego el incendio se extendió por todas los ambientes de la casa. Al entrar oxigeno por la ventana abierta las llamas se levantaron y convirtieron la casa en un infierno.

 

La mamá despertó a la abuela. Guillermo sacó del sueño a su hermana que le seguía en edad. La mamá juntaba un poco de ropa y cosas de valor. Todos salieron corriendo de la casa. De repente la mamá exclamó: "El chiquito". Quiso volver a la casa pero el mayor ya había cruzado el umbral de la casa. Muy pronto salió de nuevo cargando a su hermanito de dos años. Cuando pasaba delante de la ventana le cayó encima una viga en llamas y le golpeó el hombro. No le dio importancia sino entregó su hermanito a la mamá y luego corrió para avisar a los bomberos. Más tarde el jefe de los bomberos dijo: "En medio de la desgracia le felicito por su hijo tan valiente y decidido. Si no hubiera actuado con este arrojo el chiquito ya no viviría. Dependía de minutos".

 

Han pasado muchos años. El "chiquito" se había convertido en un comerciante rico y exitoso. Vivía en una chalet elegante y tenía una mujer moderna. No tenían hijos pero si tenían dos autos, una piscina en el jardín y una casa en la playa y las cosas más finas. Un día sonó el timbre. Venía de visita el hermano mayor que le llevaba doce años, Guillermo. Su postura era un poco torcida. En la noche del incendio la viga en llamas le había roto la clavícula y había producido una infección tras otra. De ahí la postura torcida. Tenía un buen trabajo, estaba casado con una mujer simpática y tenía cuatro hijos. Pero en medio de su felicidad vivía una situación estrecha. Luego de haber saludado a su hermano le presentó tartamudeando su pedido.

 

Había ahorrado por mucho tiempo y quería comprar una casita modesta. Pero le faltaba una suma considerable. Por fin había dicho todo: "¿Puedes ayudarme con 20 000 dólares? El prójimo año te los devolveré". Con todo se le veía en la cara del hermano menor que no quería saber nada del asunto. La cuñada tomó la palabra. Los había escuchado a los dos: "No podemos ni queremos darte nada. El departamento que has alquilado es suficiente para ustedes. No deberías tener tantos hijos. Por eso tienes tantos problemas para financiar la compra". El hermano hablaba de la misma manera: "Tenemos que pagar una casa en la playa que hemos comprado para los días de verano. No nos sobra ni un centavo".

 

El hermano mayor se levantó y dijo: "¡Muchas gracias! Perdonen que les haya estorbado. Sólo quería recordarles la noche del incendio de hace treinta años". Luego salió silenciosamente. Le caían las lagrimas. Pensaba: "Para salvarlo he arriesgado mi vida. Y no le sobra ni un centavo".

 

 

 

Muy similar es a veces la situación en la Santa Misa. Cristo ha dado su vida el Viernes Santo. Delante de nosotros vemos en la Misa su cruz, sus heridas, su cabeza inclinada en la muerte. Nos mira y nos pregunta: "¿Qué tienes para mí?" Jesucristo está sentado en el trono de la gloria del Padre y es Señor del universo. Nosotros, por medio de nuestros dones, deberíamos mostrarle que estamos agradecidos. Cierto, no importa tanto el don sino el corazón. El pan y el vino en el ofertorio quieren decir: "¡Acéptanos! ¡Acéptame! Te pertenezco. ¡Quiero vivir para Ti como tú has vivido y muerto por mí!"

 

¿Qué es lo que pensaría Cristo, nuestro hermano mayor, si no tendríamos nada para Él? También la limosna para los pobres, las misiones, la diáspora, para el templo pueden ser signo que tenemos un corazón agradecido para Jesucristo. Pero lo importante no es el dinero sino el corazón y la intención: "No se haga mi voluntad sino la tuya". Nada es suficiente cuando se trata de Dios.

 

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