Mensaje del Papa Benedicto XVI al III Congreso Americano Misionero
Del 12 al 17 de agosto 2008 se celebró en Quito, Ecuador, el III Congreso
Americano Misionero (CAM3) y el VIII Congreso Misionero Latinoamericano
(COMLA8), que culminó con el lanzamiento de la Misión Continental propuesta
por la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano que se
celebró en mayo de 2007 en Aparecida. El mensaje fue leído en la misa de su
inauguración.
Al Señor Cardenal
Antonio José González Zumárraga,
Arzobispo emérito de Quito,
Presidente de la Comisión Central del
III Congreso Americano Misionero.
El III Congreso Americano Misionero, que se celebra en Quito, es una
oportunidad incomparable que el Espíritu Santo brinda para profundizar en la
experiencia importante que supuso la celebración de la V Conferencia General
del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, así como en el programa
evangelizador que de allí emanó, dando de este modo un paso más en el
impulso del ardor misionero en América.
En estas jornadas, bajo el lema "América con Cristo: escucha, aprende y
anuncia", el Señor ocupará el centro de sus plegarias y de sus sesiones de
estudio, reflexión y diálogo. Él, como el verdadero Maestro, los iluminará
para que, dando cabida en sus corazones a su mensaje de amor y redención,
vayan y den frutos de santidad copiosos y duraderos (cf. Jn 15,16).
Deseo saludar con entrañable afecto y estima a Vuestra Eminencia, así como
al Arzobispo de Quito, Mons. Raúl Eduardo Vela Chiriboga, a los que han
preparado con esmero este encuentro continental y a los Señores Cardenales,
Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que participan en él.
"A ustedes que, consagrados por Cristo Jesús, han sido llamados a ser pueblo
de Dios en unión con todos los que invocan en cualquier lugar el nombre de
Jesucristo, que es Señor de ellos y de nosotros, gracia y paz de parte de
Dios nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor" (1 Co 1,2-3).
Mi Enviado Especial, el Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, Arzobispo
de Santo Domingo, les hará presente en estos intensos días mi cercanía
espiritual y mi gozo al saberles unidos en un mismo sentir y en un mismo
pensar con miras a que las comunidades eclesiales de América se renueven
mediante la conversión al Señor Jesús, que tuvo siempre como alimento hacer
la voluntad de Dios, su Padre (cf. Jn 4,32-34; Hb 10,5-10).
A ese Congreso, como a un cenáculo continental, llega la fuerza potente del
Espíritu Santo, que con sus dones y carismas continúa impulsando a la
Iglesia a pregonar la Buena Noticia de la salvación a cada persona, en
particular a las que desconocen a Cristo o, tal vez, lo han olvidado,
llegando hasta los extremos confines de la tierra.
El Congreso será también el marco en el que se dará un solemne inicio a una
"Misión continental", en la que, armonizando esfuerzos pastorales e
iniciativas evangelizadoras, las distintas Iglesias particulares en América
Latina y el Caribe van a intensificar su quehacer, para que el Señor sea
cada día más conocido, amado, seguido y alabado en esas benditas tierras. Él
ha vencido el pecado y la muerte, nos otorga cotidianamente su perdón, nos
enseña a perdonar y nos llama a vivir una vida alejada del egoísmo que nos
esclaviza y colmada del amor que nos engrandece y dignifica.
La hora presente es una ocasión providencial para que, con sencillez,
limpieza de corazón y fidelidad, volvamos a escuchar cómo Cristo nos
recuerda que no somos siervos, sino sus amigos. Él nos instruye para que
permanezcamos en su amor sin amoldarnos a los dictados de este mundo. No
seamos sordos a su Palabra. Aprendamos de Él. Imitemos su estilo de vida.
Seamos sembradores de su Palabra (cf. Mc 3,15; Jn 8, 33-36; 15,1-8;
17,14-17). De este modo, con toda nuestra vida, con el gozo de sabernos
amados por Jesús, a quien podemos llamar hermano, seremos instrumentos
válidos para que Él siga atrayendo a todos con la misericordia que brota de
su Cruz.
Queridos hermanos y hermanas, con mansedumbre y fortaleza, con la caridad
que el Espíritu Santo ha derramado en nuestro interior, les animo a
compartir con otros este tesoro, pues no hay riqueza mayor que gozar de la
amistad de Cristo y caminar a su lado. Merece la pena consagrar a esta
hermosa labor nuestras mejores energías, sabiendo que la gracia divina nos
precede, sostiene y acompaña en su realización. Encuentren, pues, en la
oración perseverante, en la meditación ferviente de la Palabra de Dios, en
la obediencia al Magisterio de la Iglesia, en la digna celebración de los
Sacramentos y en el testimonio de la caridad fraterna la fuerza necesaria
para identificarse con los sentimientos de Cristo y así ser discípulos suyos
con coherencia y generosidad, proclamando con el propio ejemplo que Cristo
es el Hijo de Dios, el Redentor del hombre y la roca firme donde cimentar
nuestra existencia. Beban el agua vivificante que mana del costado del
Salvador y sacien de su frescura cristalina a todos los que están sedientos
de justicia, paz y verdad; a los que están sumidos en la cerrazón del
pecado, en el ofuscamiento del relativismo, en la dureza del corazón o en la
oscuridad de la violencia. Sientan el consuelo de Cristo y ofrezcan el
bálsamo de su amor a los atribulados, a los que andan apesadumbrados por el
dolor o han quedado heridos por la frialdad del indiferentismo o el flagelo
de la corrupción. Estos retos exigen superar el individualismo y el
aislamiento y reclaman robustecer el sentido de pertenencia eclesial y la
colaboración leal con los Pastores, con el fin de formar comunidades
cristianas orantes, concordes, fraternas y misioneras.
El servicio más importante que podemos brindar a nuestros hermanos es el
anuncio claro y humilde de Jesucristo, que vino a este mundo para que
tengamos vida y la tengamos en abundancia (cf. Jn 10,10). De nosotros, por
tanto, que sin mérito alguno de nuestra parte somos discípulos suyos, se
espera "un testimonio muy creíble de santidad y compromiso. Deseando y
procurando esta santidad no vivimos menos, sino mejor, porque cuando Dios
pide más es porque está ofreciendo mucho más" (Documento Conclusivo de la V
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, n. 352).
Ante las dificultades de un ambiente a veces hostil, de la escasez de
resultados inmediatos y espectaculares o frente a la insuficiencia de medios
humanos, los invito a no dejarse vencer por el miedo, abatir por el desánimo
o arrastrar por la inercia. Recuerden las palabras de Jesús, el Buen Pastor:
"Ustedes encontrarán la persecución en el mundo. Pero, ánimo, yo he vencido
al mundo" (Jn 16,33).
En esta circunstancia, he querido ofrecer a cada uno de los Presidentes de
las Conferencias Episcopales de Latinoamérica y el Caribe un tríptico en el
que aparece Cristo glorioso que, con sus brazos abiertos, acoge a todos. Él
nos precede en el camino de la vida y nos ayudará a aspirar a la santidad,
de modo que se despierte en cada bautizado el misionero que lleva dentro de
sí y se venza la vacilación o la mediocridad que a menudo nos asalta.
En la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de Guadalupe, podremos siempre
encontrar el modelo de perfecta entrega a su divino Hijo. Como hizo en Caná
de Galilea, Ella nos sigue exhortando a hacer lo que Jesús nos diga (cf. Jn
2,5). A su lado, y confiando en que su tierno amor no nos abandona, queremos
asistir cada día a la escuela de Jesús, donde volvemos a escuchar de sus
labios: "Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). A Ella suplico
su maternal protección, a la vez que imparto a los participantes en ese
Congreso la implorada Bendición Apostólica, que complacido extiendo a todos
los hijos e hijas de América.
Vaticano, 12 de agosto 2008
BENEDICTUS PP XVI