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Somos Misioneros del Sagrado Corazón: Testimonio personal de Heinz Lemmer msc

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Capítulo 14

"Por la oración de mi madre"

Heinz Lemmer, 61 años (Alemania-Austria)

¿Qué obstáculo se puede presentar si dejo libre curso a mis memorias y emociones? Ciertamente, mirando atrás y a una distancia de unos decenios, se han aclarado algunas cosas sin torcer los hechos de aquel entonces... Recuerdo muy bien el "test" por escrito de nuestro antiguo párroco y profesor de religión a los alumnos de primaria con sus preguntas respecto a nuestro futuro y nuestro deseo de profesión. Con todo, aquella idea del párroco, cuyo sentido de humor siempre me ha gustado mucho, hoy en día me parece increíble. Mis respuestas parecen haberlo animado a conversar con mi madre al respecto. Estoy convencido sin tener recuerdos concretos que fue ella, mi madre, que me había sugerido la idea del sacerdocio. Su oración diaria contenía entre muchas intenciones también la súplica "por muchos y santos sacerdotes". Inmediatamente después solía pronunciar un pedido tan quedamente que nunca entendí lo que decía. Me daba vergüenza preguntarle y más tarde me olvidé. Mi madre se ha llevado este secre­to a la tumba. Estoy casi seguro que solía pedir por la vocación sacerdotal de su hijo. Ella misma me contó que de joven sentía por un tiempo el deseo de entrar a un convento. Si este deseo no se cumplió, que por lo menos uno de sus hijos - yo era el primero y preferido -caminara por ese camino.

Mi padre no estaba en contra, pero tenía grandes dificultades. Es que no se daban las condiciones económicas. Fuera del trabajo y de las deudas no había nada más en nuestra pequeña granja...

Pero también aquí se verificaba la experiencia de fe del Padre Chevalier: "los obstáculos son para Dios caminos hacia la meta". Un primo menor de mi madre, el P. Baptist Aschenbrenner, ya era MSC y podía aliviar las preocupaciones de mis padres. La Pequeña Obra - eneste caso Ingolstadt - había sido fundada precisamente para permitir a niños de familias pobres el internado y el estudio secundario. En mi caso me ayudaron con dos terceras partes del costo. Seguramente esto ha sido uno de las varias razones para consagrar mi vida a esta congregación religiosa porque "tenía un corazón para los pobres".

Recibía unas impresiones duraderas tanto del buen ambiente comunitario de la Pequeña Obra en Ingolstadt cuanto de los compañeros mayores de aquel entonces en los largos viajes por tren por los bos­ques bávaros; posteriormente ellos serían los padres Michael Hecht y Konrad Kerschner. Esto vale también y más aún para la manera piadosa, sencilla y alegre de mis dos tíos, los padres Baptist y Wolfgang Aschenbrenner. En todo han sido un ejemplo para mí...

En Salzburg-Liefering fue especialmente el buen ambiente de la casa - en aquel entonces éramos internos 100% - que ha aliviado las fases difíciles de mi vida. Casi la mitad de nuestra clase al terminar el año 1962 los estudios secundarios se decidió a entrar al noviciado en Steinerskirchen. Tanto allí como en los dos años siguientes en Innsbruck el proverbial buen ambiente del escolasticado me marcaba y me era de gran apoyo. Nuestros profesores jesuitas que nos visitaban en la calle Frau-Hitt nos tenían envidia según ellos mismos decían. El Pa­dre Franz Wimmer y su navideño santuario de María Kirchental eran para la vida del escolasticado un acontecimiento especial y serán siempre recordados.

Por fortuna le tocó a nuestro curso que dos fueran a estudiar teología en Roma. Apenas llegar fui como pequeño adlátere de nuestro obispo MSC Josef Weigl y estuve presente en la última sesión plenaria del Vaticano II el 7 de diciembre de 1965 en la basílica de San Pedro. ¡Qué regalo, participar en un momento tan crucial para la Iglesia uni­versal! De la misma manera he percibido nuestra comunidad interna­cional en Roma en el transcurso de los cuatro años posteriores. A pesar de tantas diferencias de cultura y de idioma era el espíritu de nuestro Fundador que animaba a los hermanos y nos empujaba a llegar a ser "uno solo corazón y una sola alma" tanto entre nosotros cuanto para con los demás que encontraríamos en el futuro y que nos serían confinados. Al comienzo dije "sí" a Roma sólo por el idioma italiano. Nunca me ha pesado.

Durante el estudio me he preguntado repetidamente por qué no me vino a la mente la idea de ir a las misiones. Ya en aquel entonces se me hacía cada vez más evidente que mi misión era el ambiente de mi patria y que ésta debía realizarse en mi mismo, es decir, en la formación de mi corazón. Mis primeros años de trabajo (1969) estaban acompañados de muchas dudas e inseguridades. Comencé justamente en ese período de crisis la re-orientación de la pedagogía del internado de niños y jóvenes problemáticos. Al darme el P. Karl Unger, a quien le debo mucho huma­na, comunitaria y profesionalmente, la posibilidad de participar en un curso de psicología pastoral en la facultad de teología de Innsbruck, mi trabajo con los jóvenes de convirtió en una especie de "amor a segunda vista". Muchos, ayudados por nuestra solidaridad hacia ellos en las buenas y en las malas, han cambiado su manera de pensar y obrar y han asumido su vida y futuro con responsabilidad. Ellos me han dado muchas enseñanzas para mi propia vida.

Mientras que aquí en Steyr-Gleink el trabajo con los jóvenes se enfocaba ante todo en edificar una vida relacional, desde el 1987 las clases de religión en nuestra secundaria me han exigido algo distinto. Es un reto hasta el día de hoy. Considero que el trabajo y la convivencia con los jóvenes han sido un gran don y una gran gracia. Con todo, me pregunto junto con mis hermanos cómo poder lograr que algunos de entre nuestros discípulos sientan la vocación al sacerdocio y la vida religiosa como para que se sientan alentados a llevar adelante la herencia de nuestro Padre Chevalier y su mensaje del amor de Dios, en el Corazón de Jesús, en una sociedad que amenaza con hundirse en la indiferencia y el egoísmo al igual que hace 150 años...

Mirando hacia atrás puedo decir resumiendo: comenzando con mis padres, tan buenos y piadosos, que se han sacrificado en su pobre­za por mí, e incluyendo a muchos hermanos de corazón grande en particular y a la Congregación en general, que me han abierto el camino por medio de la Pequeña Obra, quisiera agradecer a los muchísimos que me han acompañado una parte del camino de la vida y que siguen acompañándome, diciéndoles de corazón: "Dios se lo pague". Ellos me han permitido ser y me permiten anhelar lo que es mi vocación: Misionero del Sagrado Corazón y que lo es con todo el corazón.