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El Camino Neocatecumenal
según el Presidente de la Conferencia Episcopal Española

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(CAMINEO.INFO) - El actual Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Mons. Ricardo Blázquez, Obispo de Bilbao, escribió el año 1992 el libro: "Iniciación cristiana y Nueva Evangelización" publicado por DDB (Biblioteca Catecumenal) en el que analizaba el papel, función y perfil del Camino Neocatecumenal dentro de la Iglesia Católica, a raíz de la Carta enviada por Juan Pablo II en 1990 en la que reconocía el Camino como un itinerario de formación católica, válido para la sociedad y los tiempos de hoy.

En todo un capítulo desgranaba los entresijos de dicha Carta que a continuación publicamos y que profundizan seriamente en la labor que el Neocatecumenado realiza en las parroquias como un servicio para la Nueva Evangelización.

Mons. Blázquez, es, además de Obispo y Presidente de la CEE, Doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y ha sido profesor de Teología Dogmática en la Universidad Pontifica de Salamanca, Decano de la Facultad de Teología y Vicerrector de la Universidad.


 

UN CAMINO DE INICIACIÓN CRISTIANA

En la Nueva Evangelización nada puede suplir a un celo apostólico renovado; se requiere absolutamente “nuevo ardor”. La Iglesia necesita que el Espíritu Santo se comunique en forma de “lenguas de fuego” (Hch. 2,3) para que en su seno y en medio del mundo surjan testigos con la “parresía” del Pentecostés primero. Este enardecimiento misionero es un don, que el cristiano debe pedir a Dios, acoger en su corazón y alentar diariamente; no puede dárselo a si mismo ni brota espontáneamente de los análisis de la situación o de las programaciones pastorales.

La Nueva Evangelización necesita, además, nuevos caminos, “nuevos métodos”. Cada ciclo evangelizador, según la situación histórica de la humanidad, debe buscar –y por la promesa del Señor encontrará (Mt. 7,7) – cauces adecuados para evangelizar, que comprende inseparablemente la transmisión fiel del Evangelio y la respuesta a los hombres con sus afanes, fracasos y victorias, con sus modos de pensar, de sentir y de vivir, con sus logros, indigencias y valores. Todo método es una andadura pedagógica, una síntesis vital de lo permanente y lo cambiante, de lo universal y lo concreto, de la apertura y la respuesta.

En este capítulo trataremos del llamado “Camino Neocatecumenal” que es un catecumenado estricto; y, consiguientemente está centrado en la Iniciación cristiana. Como en nuestras iglesias la mayor parte fuimos bautizados de pequeños, esta iniciación es post-bautismal. El “Camino Neocatecumenal es un instrumento apto, un método adecuado, para la nueva evangelización, como ha reconocido el Papa con su autoridad de Obispo de Roma y de Pastor de la Iglesia universal. Es un camino de iniciación suficientemente avalado por la experiencia.

Después de reproducir la Carta de Juan Pablo II, por la que reconoce eclesialmente y recomienda a los pastores el Camino Neocatecumenal como “un itinerario de formación católica válida para la sociedad y para los tiempos de hoy” haremos un comentario a la misma. En un tercer momento ofreceremos unas reflexiones teológico-pastorales motivadas por la misma Carta:




Al venerado hermano, Paul Joseph Cordes, 
Encargado "ad personam"
Del apostolado de las Comunidades Neocatecumenales


Siempre que el Espíritu hace germinar en la Iglesia impulsos de una mayor fidelidad al evangelio, florecen nuevos carismas que manifiestan tal realidad y nuevas instituciones que la ponen en práctica. Así ha sucedido después del concilio de Trento y después del concilio Vaticano II.

Entre las realidades suscitadas por el Espíritu en nuestros días figuran las comunidades neocatecumenales, iniciadas por el señor K. Argüello y por la señora C. Hernández (Madrid, España), cuya eficacia para la renovación de la vida cristiana era acogida por mi predecesor Pablo VI como fruto del Concilio: "Cuánta alegría y cuánta esperanza nos dais con vuestra presencia y con vuestra actividad... Vivir y promover este despertar es lo que vosotros llamáis una forma de "después del bautismo" que podrá renovar, en las actuales comunidades cristianas, aquellos efectos de madurez y de profundización que en la Iglesia primitiva se realizaban gracias al período de preparación al bautismo" Pablo VI a las comunidades neocatecumenales, audiencia general, 8 de mayo de 1974.

También yo, en los numerosos encuentros que he tenido como obispo de Roma, en las parroquias romanas, con las comunidades neocatecumenales y con sus pastores, he podido constatar copiosos frutos de conversión personal y un fecundo impulso misionero.
Tales comunidades hacen visible en las parroquias el signo de la Iglesia misionera y se esfuerzan por abrir el camino a la evangelización de aquellos que casi han abandonado la vida cristiana, ofreciéndoles un itinerario de tipo catecumenal, que recorre todas aquellas fases que en la Iglesia primitiva recorrían los catecúmenos antes de recibir el sacramento del bautismo; les acerca de nuevo a la Iglesia y a Cristo" (cf Catecumenato postbattesimale en Notitiae 96 [1974] 229). Es el anuncio del evangelio, el testimonio en pequeñas comunidades y la celebración eucarística en grupos (cf Notificazione sulle celebrazioni nei gruppi del "Camino neocatecumenale" en L'Osservatore Romano, 24 de diciembre de 1988) lo que permite a sus miembros ponerse al servicio de la renovación de la Iglesia.

Numerosos hermanos en el episcopado han reconocido los frutos de este Camino. Quiero limitarme a recordar al entonces arzobispo de Madrid, monseñor Casimiro Morcillo, en cuya diócesis y bajo cuyo gobierno han nacido, en el año 1964, las comunidades neocatecumenale que él acogió con tanto amor.

Después de más de veinte años de vida de las comunidades, difundidas en los cinco continentes, teniendo en cuenta la nueva vitalidad que anima a las parroquias, el impulso misionero y los frutos de conversión que brotan del testimonio de los itinerantes y, últimamente, de la obra de las familias que evangelizan en zonas descristianizadas de Europa y del mundo entero; considerando las vocaciones a la vida religiosa y al presbiterado surgidas de este Camino y el nacimiento de colegios diocesanos de formación al presbiterado para la nueva evangelización, como el Redemptoris Mater de Roma; habiendo visto la documentación por Vd. Presentada: acogiendo la petición que se me ha dirigido, reconozco el Camino neocatecumenal como un itinerario de formación católica, válida para la sociedad y para los tiempos de hoy.

Deseo vivamente, por tanto, que los hermanos en el episcopado valoricen y ayuden - junto con sus presbíteros - a esta obra para la nueva evangelización, para que se realice según las líneas propuestas por los iniciadores, en espíritu de servicio al Ordinario del lugar y en comunión con él, y en el contexto de la unidad de la Iglesia particular con la Iglesia universal.

En prenda de este vivo deseo, imparto a Vd. y a cuantos pertenecen a las comunidades neocatecumenales, mi bendición apostólica.

Desde el Vaticano, a 30 de agosto de 1990, XII de pontificado.

Joannes Paulus II


 


2. Comentario de la Carta

Con fecha 30 de agosto de 1990 envió el Papa Juan Pablo II una Carta, cuyo texto hemos reproducido, a Mons. P.J. Cordes, Vicepresidente del Pontificio Consejo para los Laicos, acerca del llamado Camino Neocatecumenal. Cordes es el encargado ad personam de acompañar el apostolado de la Renovación Carismática y de las Comunidades Neocatecumenales, según consta en el Anuario Pontificio.

Algunos medios de comunicación social tuvieron varios días antes pistas de la noticia, aunque se aventuraron equivocadamente en su contenido, pues creyeron que se trataba de constituir el Camino en una Prelatura personal. Una vez publicada la Carta, dieron cuenta adecuada de su significado.

¿Qué dice la Carta del Papa dirigida a la Iglesia a través de un destinatario personal? ¿qué alcance tiene?

a) La Carta es un hito decisivo en el discernimiento cristiano y eclesial del Camino

Nace el Camino Neocatecumenal en 1964 en Palomeras Altas, un suburbio de Madrid. Su iniciador Kiko Argüello fue a la barriada con el deseo de ponerse junto a Jesucristo, que se identifica con los pobres y miserables de la tierra; en su corazón, según confesión personal, alentaba la intuición, -alumbrada al escuchar de labios de Juan XXIII un discurso “que se refería a la Iglesia de los pobres” – de que la renovación de la Iglesia provendría de los pobres. Lo demás fue una sorpresa del Espíritu Santo, que abre caminos con libertad soberana. Pronto llegó Carmen Hernández a Palomeras Altas; y quedó sorprendida por algunos hechos: el interés de los pobres por oir hablar de Jesucristo, el cambio operado en el grupo de oyentes, la manera de expresar su vivencia en forma de oración…En estos 25 años, transcurridos desde aquel comienzo hasta hoy, han sido los dos conjuntamente el instrumento de Dios para el desarrollo no programado, para la expansión mundial y para la configuración progresiva del Camino Neocatecumenal. Se ha dado a conocer sin buscar nunca la publicidad de la imagen. Han sido la fuerza de la predicación y el testimonio de la vida suscitada sus credenciales de presentación.

En la Carta recuerda el Papa algunas de las aportaciones del Camino: Nueva vitalidad comunicada a tantas parroquias, impulso misionero de los catequistas itinerantes, frutos de conversión que aparecen en todas partes, obra evangelizadora de familias enteras en zonas descristianizadas de Europa y del mundo, innumerables vocaciones para la vida religiosa y el presbiterado, seminarios erigidos en diversas diócesis por los respectivo Obispos al estilo del “Redemptoris Mater” de Roma…Hay, efectivamente, muchas manifestaciones que avalan la fecundidad cristiana y apostólica del Camino.

Que el Camino surgiera en el ámbito espiritual del Concilio Vaticano II, y que se haya desarrollado en el post-concilio buscando siempre traducir en la vida de la Iglesia los textos y la inspiración conciliares, hacen de este Neocatecumenado una realidad inseparable de la renovación intentada por el Concilio. “Siempre que el Espíritu santo ….   En nuestro días figuran las Comunidades Neocatecumenales” (Carta)

La comparación entre los dos grandes Concilios de reforma de la Iglesia, unidos por la actuación del Espíritu Santo que suscita nuevas respuestas evangélicas en cada situación histórica, sitúa al Camino en su sentido global: Es un carisma llamado a prestar un servicio de renovación cristiana en el horizonte abierto por el Vaticano II. Es una manifestación del Espíritu que junto con otras de carácter apostólico, contemplativo, teológico etc, convergen en la misma renovación, intentada por el Concilio, soñada por Juan XXIII como “nuevo Pentecostés”.

El itinerario de discernimiento del Camino ha sido largo, tan largo en realidad como su existencia misma. Para los iniciadores han sido años de trabajo intenso, de fidelidad y de gratitud a Dios, de obediencia a la Jerarquía de la Iglesia, de paciencia y de confianza. Al gozo por el reconocimiento de hoy han precedido acusaciones e incertidumbres dolorosas de ayer.

La Carta del Papa alude a varios momentos de esa clarificación. En estos años muchos Obispos han expresado su reconocimiento al Camino. Con acento especial se recuerda la aprobación, en los mismos inicios, de Mons. Casimiro Morcillo, Arzobispo de Madrid. Después de escuchar larga y atentamente las inculpaciones de un grupo de sacerdotes y la explicación-defensa de Kiko comprendió –con la comprensión del carisma discernidor del pastor- que aquella realidad incipiente provenía del Espíritu renovador. Y siendo un hombre más bien moderado, apoyó en adelante decididamente el Camino que contenía tantas novedades, muchas de las cuales han perdido ya su impacto al haberse generalizado; por ejemplo, la necesidad del catecumenado de adultos. Con una carta de presentación recomendó al Cardenal A.Dell’Acqua, Vicario de la diócesis de Roma, a los iniciadores Kiko Argüello y Carmen Hernández.

La alegría manifestada por Pablo VI, cuyas palabras se citan, en los encuentros con las Comunidades Neocatecumenales, la esperanza que veía levantarse con ellas en el horizonte, el respeto por el Catecumenado post-bautismal (de ahí su nombre de neocatecumenado) que se estaba gestando…son recogidos en su Carta por Juan Pablo II. El discernimiento final se apoya en los discernimientos previos y parciales tanto de los Obispos, como de las Congregaciones Romanas (para la Doctrina de la Fe, el Culto Divino, el Clero…) como del Papa.

El mismo Juan Pablo es testigo, como Obispo de Roma y como Pastor de la Iglesia universal, de los “numerosos frutos de conversión personal y fecundo impulso misionero”

La Carta recuerda el itinerario de forma sucinta y significativa. Y a la vista de los resultados cristianos del Camino y de los juicios autorizados emitidos previamente, pronuncia su discernimiento como Pastor supremo. Por esto nos parece que esta toma de postura es un hito determinante en la recepción por la Iglesia Católica del Camino Neocatecumenal. En esto, en que haya tenido lugar tal reconocimiento público, reside probablemente el significado más alto de la Carta.
 

b) “Reconozco el Camino Neocatecumenal como un itinerario de formación católica”

Este es el juicio madurado lentamente en la Iglesia, preparado por diversas intervenciones episcopales y papales, y pronunciado por el Papa como garantía última del discernimiento.

Quizá sea oportuno explicitar brevemente el contenido de este juicio pastoral. Es, dice el Papa, “un itinerario de formación católica”. Cuál sea la manera concreta de esa formación se ha indicado antes: “Es un itinerario de tipo Catecumenal”; por tanto, tiende a la iniciación cristiana, no a cualquier proceso formativo. Tiene que ver con el bautismo, que es el fundamento sacramental de la existencia cristiana. Católica puede tener doble significado; el primer sentido es obvio: el Camino Neocatecumenal no “huele” a protestante; quizá incluso nos desvele una limitación de nuestra enseñanza tradicional en relación con las realidades centrales de la fe y de la justificación; el Camino es católico sin ambigüedades; podemos fiarnos de su catolicidad. El segundo sentido sería éste: Su validez no se limita a los núcleos urbanos, o a los países de nuestro ámbito geográfico de Europa occidental, o a ciertos grupos sociales…

(Lo que la encíclica Redemptoris Missio dice a propósito de la misión ad gentes es realidad experimentada por el Camino Neocatecumenal en su servicio a la nueva evangelización: “Lugares privilegiados deberían ser las grandes ciudades, donde surgen nuevas costumbres y modelos de vida, nuevas formas de cultura que luego influyen sobre la población. Es verdad que la “opción por los últimos” debe llevar a no olvidar los grupos humanos más marginados y aislados, pero también es verdad que no se puede evangelizar las personas o los pequeños grupos descuidando, por así decir, los centros donde nace una humanidad nueva con nuevos modelos de desarrollo. El futuro de las jóvenes naciones se está formando en las ciudades (nº 37) San Pablo evangelizó en los centros de irradiación del Imperio. La acreditación del Evangelio en nuestro tiempo pasa por su arraigo en la nueva cultura desarrollada especialmente en las ciudades.

Puede conectarse con lo que terminamos de decir una constante de la historia de la salvación: “el resto” . A través de un resto Dios muestra su fidelidad a las promesas en medio de las situaciones difíciles del pueblo; y de esta forma el resto es como un germen para la nueva etapa que empieza y que más tardes alcanzará maduración y esplendor. El resto fiel es como el fermento vigoroso, que actúa en el pueblo y poco a poco lo transforma. En esta pedagogía de Dios se inscriben las reformas de la Iglesia a lo largo de la historia, las fundaciones de nuevas familias espirituales, los movimientos de renovación de ayer y de hoy…La vocación del resto no es encerrarse en si mismo, sino irradiar luz, fermentar la Iglesia. En este sentido la “estrategia” a través del resto no tiende al repliegue sino apunta a largo plazo. La Nueva Evangelización difícilmente puede afrontarse dirigiéndonos inmediatamente al conjunto como tal de los cristianos; sin descuidar muchas tareas siempre posibles, poco a poco irá entrando en la ola renovadora del resto. Por este motivo se impone la atención especial a los “fermentos” a través de los cuales se anticipa el futuro)

…Ha mostrado su capacidad de iniciación a la fe cristiana en Europa occidental y en la Europa del centro y del este, en Estados Unidos y en Brasil, en Nicaragua y en Chile, en Japón y en Costa de Marfil…Personas de diversa condición, cultura y edad…forman parte de la misma comunidad. Esta universalidad verificada pone una cierta sordina a algunos reclamos de la inculturación; no se puede acentuar tanto la peculiaridad cultural de cada espacio humano que se ponga en peligro la comunidad universal en la misma fe, en la misma liturgia y en la misma moral cristianas.

Pero, es verdad, también es ley misionera la inculturación de la fe. Esta inculturación se refiere a la aclimatación honda de la fe, de su celebración y de su práctica dentro de las variadas culturas de los diferentes pueblos; y también dentro de un mismo pueblo a la inserción profunda en sus diversas etapas histórico-culturales. La fe cristiana necesita ser “inculturada” en África, por ejemplo, y también en nuestra cultura científico-técnica, autosuficiente y con pretensiones de radical emancipación. En este sentido completa el Papa con los siguientes términos su discernimiento central: “Reconozco el Camino Neocatecumenal como un itinerario de formación católica, válido para la sociedad y para los tiempos de hoy” El Camino ha realizado una síntesis vital entre fe cristiana y hombre contemporáneo, impregnado por la secularización, desconfiado antes las llamadas a la trascendencia, tocado de un marxismo difuso, de vuelta de una forma religiosa de comportarse…

A  nuestro modo de ver uno de los aspectos más originales y vigorosos del Camino Neocatecumenal consiste en la manera de presentar la salvación. Es simultáneamente responsable con la fe cristiana, transmitida por la Iglesia, y elocuente al hombre actual. Poco a poco percibe vitalmente el oyente que a la luz de la muerte y resurrección de Jesucristo está siendo desenmascarada su existencia irredenta y se le hace la promesa muy concreta de una existencia nueva. El que haya escuchado hablar a Kiko Argüello sobre la cruz gloriosa de Jesucristo difícilmente se puede sustraer a la convicción de que ahí se contiene y expresa con una penetración singular lo que más hondamente afecta al hombre: el perdón de los pecados, la salvación, la liberación, la posibilidad de amar en una dimensión nueva.

Uno sospecha que la Nueva Evangelización, que es ante todo una llamada a la fe y a la conversión, necesita hallar todavía en buena medida las claves actualizadas del discurso soteriológico. Mucho hemos encontrado en la experiencia renovada de la oración; es importante acentuar la fidelidad con la que Jesús avanza hacia su muerte; bastante de soteriología contiene la liberación del hombre en sus dimensiones colectivas; la teoría de la “satisfacción”, elaborada en la edad media, mantiene su vigencia…; pero ¿dónde están las grandes realidades del pecado, de la muerte, del diablo…, de la misericordia del Padre, de la muerte y resurrección de Jesucristo, del Espíritu Santo…, del perdón de los pecados, de la vida eterna, del hombre nuevo…? Aquí precisamente, en la renovación fiel de este núcleo esencial cristiano, de este fundamental “corpus paulinum” es probablemente donde el Camino Neocatecumenal muestra su mayor fuerza. No podemos ahora detenernos más en esto; algo dijimos al respecto en el capítulo primero, y más adelante volveremos sobre ello. La vinculación tan honda y la disponibilidad tan admirable que suscita el Camino en catequistas itinerantes, en matrimonios abiertos a la vida, en vocaciones para el presbiterado y la consagración religiosa…tiene que ver estrechamente con lo que terminamos de afirmar.

La aprobación del Papa enseña autorizadamente, por tanto, que el Camino Neocatecumenal es “un itinerario de formación católica”, y señala también como un vigilante que otea las direcciones  del Espíritu  que aquí se nos ofrece una vía para llegar al hombre contemporáneo. Es un don del Espíritu Santo suscitado en nuestro tiempo y como respuesta a las necesidades misioneras de la Iglesia en nuestra época.

El Papa en su Carta no entra en los elementos organizativos del Camino Neocatecumenal, ni en la estructura que va tomando o podría tomar este numerosísimo grupo de cristianos. Estudió la petición que le fue dirigida, y respondió con este discernimiento.

El Camino Neocatecumenal no quiere ser –con ese querer inherente a todo carisma- ni una orden religiosa, ni un instituto secular, ni una sociedad de vida apostólica, ni una prelatura personal, ni una asociación pública o privada de laicos, ni un movimiento especializado de Acción católica…Todo eso es respetado en su alma católica. Quiere ser un camino de iniciación cristiana; esto y no otra cosa, esto y no más, esto y no menos. La Iglesia tiene la responsabilidad de escrutar los dones del Espíritu, de ayudarlos en su maduración, de abrirles espacio a su dinamismo, de acompañarlos siempre pero de forma especialmente atenta y cordial hasta que hallen la forma a que aspiran con el “instinto” del Espíritu, y de facilitarles su configuración dentro de la Iglesia. El Papa en su Carta respeta exquisitamente estas “leyes” connaturales a los carismas. Es, por otra parte, necesario –con la necesidad también interna a su condición carismática- que los carismas se dejen lealmente discernir y eventualmente corregir, y poco a poco integrar en la comunión pacífica de la Santa Iglesia.
 


c) “Deseo que los hermanos en el Episcopado valoricen y ayuden…esta obra para la Nueva Evangelización”

Una vez pronunciado el discernimiento se dirige el Papa a los Obispos como presidentes de las Iglesias particulares. No quiere en este aspecto ejercer su autoridad suprema en forma de mandato; pide con encarecimiento, confiadamente espera, seriamente desea (todos estos matices puede tener la palabra del original italiano) que se estime, que se apoye y que se favorezca el Camino Neocatecumenal. La Carta solicita una vinculación cordial y convincente. La petición dirigida a los Obispos se extiende expresamente a los Presbíteros, en cuya inmediata responsabilidad están puestas las parroquias, dentro de las cuales se abre y madura la comunidad neocatecumenal como un fermento de renovación de la misma parroquia y como un camino evangelizador de los alejados.

La Nueva Evangelización, a la que insistentemente nos viene convocando Juan Pablo II, y de cuya necesidad nos hemos apercibido todos, debe ser con palabras del Papa, “nueva en su ardor, nueva en sus métodos, nueva en sus expresiones”. Pero, ¿dónde están los cristianos que asuman esta nueva evangelización en todo su desafío? El Papa durante la IV Jornada Mundial de la Juventud, en el Monte del Gozo, invitó a aquellas riadas incontables de jóvenes a ser evangelizadores en el umbral del año dos mil. ¿Qué caminos, qué métodos, qué formas poseemos? Pues bien, el Camino Neocatecumenal ha redescubierto, con la requerida fidelidad y renovación necesaria, el “método” más “tradicional” de la Iglesia y más concorde con la evangelización, a saber la iniciación cristiana. Es realmente un camino abierto y un camino fecundo; es un camino real y no un mero proyecto; ha nacido en contacto con la vida de muchas comunidades.

En el marco de la exhortación a los Obispos y a los Presbíteros para que acojan con responsabilidad este don del Espíritu a la Iglesia en nuestro tiempo, se sitúan dos apuntes eclesialmente muy relevantes. En ellos se articulan con recíproco respeto las tres realidades que están en juego: Genuinidad del carisma, comunión de las Diócesis en torno al Obispo, y unidad católica de la Iglesia particular y de la Iglesia universal. Atender a cada realidad en su sentido eclesial y en su peso propio no es un encaje de bolillos sino un equilibrio eclesialmente fecundo. En torno a ellas giró en bastantes ocasiones el diálogo dentro de la Asamblea Sinodal de 1987; fueron probablemente incluso dos de los puntos más calientes al tratar las llamadas “nuevas realidades eclesiales”.



A. Originalidad del carisma y comunión diocesana

El Papa desea y pide inseparablemente dos cosas: Que el carisma pueda desarrollarse dentro de las Iglesias particulares y de las parroquias según su propia originalidad, y que la comunión de la diócesis no sufra quebranto. Una realidad no puede afirmarse ni crecer a costa de la otra ya que el mismo Espíritu Santo es el Creador de los dones espirituales y el principio más misterioso y eficaz de la unidad de la Iglesia. Donde está el Espíritu de Dios allí está la libertad de los hijos de Dios y la concordia cristiana (Cfr. 1 Cor. 12, 11; 2ª Cor. 3,17). Aplicando esto a nuestro caso: “Se realice (esta obra) según las líneas propuestas por los iniciadores, en el espíritu de servicio al Ordinario del lugar y de comunión con él” (Carta). Conservando fielmente las líneas del Camino existe la confianza y la experiencia de que Dios muestra su fecundidad; si lo desfiguráramos, habríamos cambiado lo que dio el Espíritu a la Iglesia con unos contornos precisos y característicos. Y, por otra parte, la Diócesis debe conservar la unidad necesaria y propiciar la libertad legítima.

La iniciación cristiana, promovida por el Camino Neocatecumenal, comporta una serie de requisitos, que solo se comprenden en su justo alcance, si se los sitúa en la pedagogía de una experiencia. Por ejemplo, Santa Teresa de Jesús recibió personalmente un carisma, formuló como escritora genial su experiencia, y como maestra y fundadora la transmitió en forma de andadura a otras mujeres. En su pedagogía hasta la recreación tiene un sentido, y unos matices característicos la celebración de Navidad.

¿Cómo preparar las celebraciones, cómo disponer el lugar de la asamblea, cómo dar las catequesis, cómo orar, cómo escrutar la Sagrada Escritura, cómo transmitir la fe a los hijos, cómo ayunar, cómo desprenderse del dinero…? Los grandes valores que el Catecumenado debe enseñar vitalmente se hacen pedagogía menuda en acciones, gestos, ritos, signos… A través de ellos, de manera concreta y adaptada al momento del itinerario y a las personas, se entra en el dinamismo de la fe, de la conversión, de la evangelización, de la celebración, de la compartición de los bienes, de la lectura de la Escritura, del misterio de la Iglesia…Porque esos elementos son “manuductio” efectiva y verificada en las comunidades primeras, se los defiende celosamente en el Camino y se los sustrae a la arbitrariedad de cualquier reformador espontaneo.  Tienen los iniciadores la convicción de que si fueran suprimidos o cambiados desde fuera peligraría la comunicación del carisma, que en definitiva tiende al encuentro con Jesucristo muerto y resucitado, a la conversión continua, a la vivencia de la fe en una comunidad, a la testificación del Evangelio en nuestro mundo. En cada “paso” del Camino, que abre a una nueva etapa, los catecúmenos son iniciados en un aspecto del bautismo por medio de acciones determinadas.

Cada grupo en la Iglesia tiene su propio estilo, sus propias formas, sus propias modalidades pedagógicas. La Sagrada Escritura puede ser leída como “lectio divina” por los monjes, como parte de la “revisión de vida” en los movimientos apostólicos, como “lectura del Evangelio” en los sacerdotes del Prado, como “escrutinio” en el Camino Neocatecumenal…Lo decisivo es ir al encuentro de Dios que nos habla en su Palabra.

Todo carisma, por tanto, en cuanto don del Espíritu debe ser respetado en su identidad y acogido con gratitud y fidelidad. Pero los carismas no nacen en situación adulta ni en estado puro. Necesitan,. Consecuentemente, ser decantados y madurar. Cualquier detalle no es constitutivo de su ser, y por ello no puede ser retenido como cuestión de vida o muerte. De aquí la maleabilidad que se requiere en los iniciadores del Camino Neocatecumenal. Pero el proceso de maduración, de aclimatación y de discernimiento requiere que los iniciadores sean escuchados constantemente. Una irresponsable intervención exterior puede ponerlo en peligro.

El discernimiento debe acontecer en el seno de la Iglesia que es una comunión, fundada en Jesucristo  y en su Espíritu, y presidida sacramentalmente por el Obispo con la colaboración de su presbiterio. El Espíritu Santo va conduciendo a la Iglesia a la verdad completa, le actualiza sin cesar la memoria de Jesús y la unifica en comunión de carismas y ministerios. En esta anchura, y no en cualquier proyecto de pastoral de conjunto, debe asentarse la magnanimidad pastoral y humana de los Obispos y Presbíteros. Tanto la terquedad del carismático como la estrechez del ministro pueden obstaculizar la relación, llamada a ser fecunda, entre la originalidad del carisma y la comunión de la Diócesis en torno al Obispo. El Camino Neocatecumenal tiene muy claro que si el Obispo no quiere ni se abre el Catecumenado en las parroquias de su Diócesis ni una vez abierto se despliega su itinerario (y lo mismo se diga en relación con el párroco).

 

B) Iglesia particular e Iglesia universal

En el discernimiento de los dones espirituales y en su posibilidad de acogida y de expansión la Diócesis no puede cerrarse sobre si misma. La única Iglesia de Jesucristo se realiza y manifiesta ciertamente en cada una de las Iglesias particulares; pero éstas son tales en la comunión viviente, en oferta y acogida siempre fluidas, dentro de la “Católica”, para utilizar la expresión de San Agustín. Ni la Diócesis es como una sucursal administrativa de la Internacional-Iglesia, ni la Iglesia universal es simple resultado de las Iglesias particulares ya constituidas y que ulteriormente decidieran federarse. La Iglesia particular y la comunión de la Iglesia universal se constituyen al mismo tiempo.

La comunión de las Iglesias se realiza diariamente porque todas participan en la misma fe, profesada en el “símbolo” que identifica a los cristianos, porque reciben el Evangelio como forma e inspiración para la vida, y porque celebran los mismos sacramentos, actualización del misterio pascual de Jesucristo por la fuerza del Espíritu Santo. La unión de las Iglesias se expresa y lleva a cabo “colateralmente” por la comunicación afectiva y efectiva entre ellas; y, además, porque hay un centro de comunión –la Iglesia de Roma y su Obispo- que son, con su autoridad, factor insustituible de comunión en la fe y el amor, en la unión visible y la misión. En la fidelidad a la voluntad del Señor, que quiso la unión de sus discípulos, va implicada la acogida del centro de comunión y de comunicación católicas.

Con este trasfondo eclesiológico escribe Juan Pablo II: “Que (esta obra) se realice según las líneas propuestas por los iniciadores…en la unidad de la Iglesia particular con la Iglesia universal”. Así como el carisma debe ayudar al Obispo y estar en comunión con él, la originalidad del carisma debe ser respetada por la Iglesia particular, aunque fuera un carisma nacido fuera de la Diócesis o con especial vinculación al ministerio del Sucesor de Pedro, ya que la comunión universal es constitutiva de cada Diócesis. La responsabilidad del Obispo en su Diócesis no puede prescindir de la solidaridad con las demás Diócesis, ni puede sustraerse a la comunión afectiva y efectiva con el Obispo de Roma. Es Pastor de su Diócesis en relación de fraternidad y de obediencia hacia el Sucesor de Pedro. En cuanto verdadero pastor de una Iglesia particular con auténtica consistencia eclesial debe decidir, animado por un alma de comunión, qué puede y debe hacer, aquí y ahora, ante Dios, en relación con los diversos carismas suscitados por el Espíritu Santo, en el presente y en el pasado de la Iglesia, para el bien de todos.

Son indicios de cómo la Carta tiene en cuenta las Iglesias particulares el que se recuerde el discernimiento realizado anteriormente por otros Obispos, y el que se exhorte a los Obispos y a los Presbíteros a que ayuden en sus Diócesis y parroquias al Camino Neocatecumenal.

Antes de concluir este pequeño comentario a la carta del Papa quizá sea oportuno afrontar una cuestión estrechamente relacionada con ella.

Con frecuencia surge la pregunta por el sentido de los llamados “nuevos movimientos” estrechamente vinculados con el ministerio petrino, y con incidencia más o menos honda en las Diócesis. ¿No se debe su existencia a una eclesiología de “Iglesia universal” que se compaginaría difícilmente con una comprensión de la Iglesia como “comunión de Iglesias” y con la diocesanidad, tan resaltadas por el Concilio Vaticano II?

Estrictamente hablando los “nuevos movimientos” no son desde este punto de vista novedad eclesial. Desde hace siglos hay, por ejemplo, familias religiosas que al mismo tiempo que desempeñan su actividad en las Diócesis poseen una vinculación especial con el centro de la comunión católica, es decir con el Papado, a fin de vivir su carisma y de cumplir su misión de manera más eficaz y más holgada. Este hecho muestra que la Iglesia no se articula exclusivamente en torno a la Diócesis y su Obispo, sino también entorno a una región con sus Diócesis y Obispos, y en torno al principio visible de comunión y de comunidad, que es el Papa. Querer reducir todas las manifestaciones eclesiales a la diocesanidad equivale a empobrecer gravemente la Iglesia.

Por otra parte, la situación actual del mundo, dentro del cual tiene que cumplir la Iglesia su misión, está en un proceso de unificación creciente. Cercernar realidades eclesiales supradiocesanas y universales sería, en este contexto, dejar incumplidas tareas apostólicas necesarias. Si no queremos limitar el quehacer de la Iglesia al culto, que efectivamente puede celebrarse en totalidad dentro de cada Diócesis, la transmisión de la Palabra de Dios dentro de una cultura de los “medios de comunicación”, la misión “ad gentes”, el servicio de la caridad, la defensa de la dignidad humana… desbordan las posibilidades de cada Diócesis. Realizaciones tan eficaces como “Manos unidas” o “Proyecto hombre”, un movimiento tan vigoroso de fe y de evangelización como el Camino Neocatecumenal…son una oferta y una ayuda preciosa a la misión de la Iglesia, que cada Diócesis lleva adelante en su lugar concreto. Sin una cierta organización supradiocesana no podrían garantizar a las Diócesis el ofrecimiento peculiar; y las Diócesis no deberían considerar la presencia y actuación de tales movimientos como perturbación de su carácter diocesano sino como oportunidad de enriquecimiento cristiano y evangelizador.

Sirvan estas notas, que han pretendido explicitar con la mayor fidelidad posible la Carta de Juan Pablo II, para atraer de nuevo la atención hacia la misma; en su brevedad tiene un significado grande tanto para los que se benefician del Camino Neocatecumenal como para los fieles de la Iglesia en general, pues a unos dará mayor seguridad y a otros eliminará posibles dudas.