Celibato y matrimonio
Ramiro Pellitero,
profesor de Teología pastoral,
Universidad de Navarra
Celibato y anticipación del futuro
La víspera de la conclusión del Año Sacerdotal, un sacerdote eslovaco, misionero
en Rusia, le pidió a Benedicto XVI que profundizara en el sentido del celibato.
Resultó muy oportuno que inscribiera su pregunta en el contexto de la
Eucaristía, raíz de la identidad y del ministerio sacerdotal.
El Papa desarrolló su explicación sobre el sentido del celibato a partir de la
Eucaristía y lo relacionó con el matrimonio.
En la Eucaristía –como también al perdonar los pecados– el sacerdote celebra "en
la persona de Cristo", es decir, permitiendo ser asumidos por el "yo" de Cristo,
que es al que sirve de instrumento.
Esa unificación con el yo de Cristo "atrae" al sacerdote también a la vida nueva
de Jesús resucitado. Esa vida está más allá del matrimonio (Mt 22, 23-32). Y "en
este sentido, el celibato es una anticipación. Trascendamos este tiempo y
sigamos adelante, y así nos 'atraemos' a nosotros mismos y a nuestro tiempo
hacia el mundo de la resurrección, hacia la novedad de Cristo, hacia la vida
buena y verdadera".
Se trata, por tanto, de una anticipación de la vida futura del cielo, hecha
posible por la gracia de Dios. Y aquí está, según el Papa, un motivo principal
por el que hoy no se entiende el celibato (cabría añadir: no sólo el celibato
sacerdotal, sino también el celibato en la vida religiosa y en la condición
laical): porque no se piensa ya en el futuro que Dios nos prepara, donde Dios
nos espera; "parece suficiente solo el presente de este mundo. Queremos tener
solo este mundo, vivir solo en este mundo". Pero "así cerramos las puertas a la
verdadera grandeza de nuestra existencia". Pues bien –añade Benedicto XVI– "el
sentido del celibato como anticipación del futuro es precisamente abrir estas
puertas, hacer más grande el mundo, mostrar la realidad del futuro que es vivido
por nosotros ya como presente".
Celibato y no casarse
En otros términos, el sentido del celibato es vivir dando testimonio de la fe
cristiana, que implica la vida eterna, la vida propia de Dios; y, con ello, dar
testimonio, ante todo, de "que Dios existe, que Dios tiene que ver con mi vida,
que puedo fundar mi vida sobre Cristo, sobre la vida futura".
Tiene su lógica –seguía explicando– que para los agnósticos el celibato sea un
"gran escándalo", puesto que supone considerar a Dios como realidad y vivir en
consecuencia. Este escándalo parece que tiene más peso que la moda de no
casarse.
De hecho, "en un cierto sentido, puede sorprender esta crítica permanente contra
el celibato, en un tiempo en el que está cada vez más de moda no casarse". Claro
que este no-casarse tiene un significado totalmente distinto al celibato;
"porque el no casarse se basa en la voluntad de vivir solo para sí mismos, de no
aceptar ningún vínculo definitivo, de tener la vida en todo momento en una
autonomía plena, decidir en cada momento qué hacer, qué tomar de la vida; es por
tanto un 'no' al vínculo, un 'no' a la definitividad, un tener la vida sólo para
sí mismo".
En cambio, "el celibato es precisamente lo contrario: es un 'sí' definitivo, es
un dejarse tomar de la mano por Dios, entregarse en las manos del Señor, en su
'yo', y es por tanto un acto de fidelidad y de confianza, un acto que supone
también la fidelidad del matrimonio; es precisamente lo contrario de este 'no',
de esta autonomía que no quiere obligarse, que no quiere entrar en un vínculo;
es precisamente el 'sí' definitivo que supone, confirma el 'sí' definitivo del
matrimonio"; es decir, de la forma bíblica y natural de relacionarse el hombre y
la mujer que está en la raíz de nuestra cultura.
Celibato y matrimonio
En definitiva, "el celibato confirma el 'sí' del matrimonio con su 'sí' al mundo
futuro, y así queremos seguir y hacer presente este escándalo de una fe que pone
toda su existencia en Dios".
En efecto –puede resumirse todo ello–: cuando la fe flaquea, se oscurece la vida
futura y con ello surge el fantasma del miedo al compromiso, sea en el celibato,
sea en la vida matrimonial, por querer aferrarse y encerrarse en el presente
individualista, cerrando los ojos a la belleza y la fuerza de la vida eterna que
la fe anuncia e inaugura.
Somos conscientes, observa Benedicto XVI, de que junto a este gran escándalo que
produce la fe, y que el mundo no quiere ver, están también "los escándalos
secundarios de nuestras insuficiencias, de nuestros pecados, que oscurecen el
verdadero y gran escándalo, y hacen pensar: ¡Pero no viven realmente fundados en
Dios!".
"¡Pero –responde– hay mucha fidelidad!" Y "el celibato, precisamente las
críticas lo muestran, es un gran signo de la fe, de la presencia de Dios en el
mundo". Por eso debemos rezar a Dios "para que nos ayude a hacernos libres de
los escándalos secundarios" de modo "que se haga presente el gran escándalo de
nuestra fe: ¡la confianza, la fuerza de nuestra vida, que se funda en Dios y en
Jesucristo!"
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