ECUMENISMO y SECTAS

PERSPECTIVAS DIFERENTES

(clerus.org)

 

No es lo mismo ver el problema de las sectas desde el punto de vista de los “expertos” en la fe, que del pobre católico de la calle. Por lo tanto, en lugar de tantas palabras bonitas, ¿no sería mejor hacer algo para sacar al católico de la duda y a vivir su fe con dignidad?

¿Por qué a nivel mundial por lo general existe un claro rechazo por todo lo que huele a defensa de la fe de parte del clero, las religiosas y los laicos más preparados y comprometidos?. El motivo es muy sencillo. Ven el problema desde arriba y no desde abajo, es decir desde el pueblo sencillo, confundido y angustiado por los continuos ataques de las sectas.

 

DIÁLOGO O NADA

Claro que, viendo el problema desde arriba, no se ve ninguna necesidad de defender la fe. Ellos están seguros en su fe, ¿Qué van a defender? Nadie les puede arrebatar la fe que tienen bien cimentada. Mas bien, se trata de dialogar, aclarar matices y comprenderse, en espera de una intervención de lo alto que logre el “milagro” de la unidad.
En esta perspectiva, al ver que las sectas no aceptan el diálogo, se lavan las manos como diciendo: “Nosotros hicimos lo que pudimos, allá ustedes si no quieren aceptar nuestra invitación al diálogo”.
Y así las sectas avanzan, sin encontrar ningún obstáculo de parte de los “teólogos” y los pastores “ecuménicos”. Puerta abierta: hagan lo que quieran del rebaño. Y el rebaño desorientado se dispersa, sin que nadie se sienta responsable por lo que sucede.

 

 

ENCUENTRO ENTRE LOS GRANDES

Es la perspectiva de los que están arriba: solucionar el problema con un encuentro entre los grandes, como se intentó hacer al tiempo de la Reforma Protestante con un diálogo entre el Papa y el Emperador, los teólogos católicos y Lutero.

 

No se dan cuenta de que los tiempos cambiaron. Hoy todo se decide en la calle, de persona a persona, y no en las cátedras de las universidades o en los palacios de los grandes. Además, el problema es esencialmente pastoral y no teológico, de participación, más que de filosofía y teología pura. En concreto, uno se va con quien lo ayuda más a dar un sentido a su vida y a sentirse alguien.

Hoy la religión se volvió en un asunto cualquiera, sin la sacralidad de un tiempo. Todos pueden preparar su coctel religioso para ayudar a la gente a sentirse bien. No existe el culto por la verdad. Una vez preparado el propio coctel, no queda más que darlo a conocer lo más que se pueda como se hace con cualquier producto comercial, usando cualquier medio lícito o ilícito.

 

La Biblia representa un ingrediente más para hacer aceptable la receta.

En este contexto, es absurdo hablar de diálogo para lograr la unidad. Las sectas están bien conscientes de que sus postulados no pueden resistir ante un mínimo de crítica seria a nivel bíblico o teológico. De hecho, al tropezarse con alguien mínimamente preparado en campo bíblico, de inmediato huyen.

 

 

EL PUEBLO SENCILLO

Veamos ahora el problema desde el punto de vista del pueblo sencillo, que ama su fe, pero no la conoce suficientemente. Por este motivo, frente a los cuestionamientos de las sectas (imágenes, bautismo de los niños, apostasía general, fin del mundo, virginidad de María, bestia del Apocalipsis, 666, etc.), se siente inseguro, tambalea y cae.

 

¿Qué pasa, al contrario, cuando conoce su identidad y está preparado para dar una respuesta a sus ataques? Se siente seguro en su fe y, en lugar de sentirse confundido al contacto con las sectas, la afirma más y hasta logra meter alguna duda en la mente de los que lo quieren confundir.

De hecho, en aquellos lugares donde se trabaja en esta línea (pueblo, barrio, ciudad o diócesis), las sectas no avanzan. Es que la sorpresa y el engaño, juegan un papel muy importante en el avance de las sectas. Es como cuando se acerca un huracán, sí se está prevenido, se reducen los daños.

Atrapados al pasado
Hoy se están repitiendo los errores del pasado. Para los “sabios”, la historia aún no ha llegado a ser la “maestra de la vida”. ¿Qué sucedió en el pasado?. Que mientras se concentró todo el esfuerzo en tratar de sanar la herida del Cisma de Oriente (año 1,054), no se prestó la debida atención a las inconformidades (herejías que se iban presentando por aquí y por allá), hasta que llegó Lutero y se fraguó la Reforma Protestante, infligiendo otra herida al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
¿Qué hubiera pasado si, en lugar de preocuparse tanto por el pasado, hubieran prestado más atención al presente, tratando de enfrentar la problemática presentada por los inconformes? Tal vez se hubiera evitado un desgarre tan grave para la Iglesia.

 

 

PROBLEMA EMERGENTE

Ahora bien, en el momento actual, ¿cuál es el problema que se está gestando con una increíble rapidez y una enorme fuerza arrolladora? El de las sectas, es decir la manía de fundar cada quien su iglesia independiente. Y nosotros, en lugar de ayudar al pueblo sencillo a tener motivos para quedarse “orgullosamente” católico, insistimos en el diálogo, el aprecio y el respeto, como si todo fuera lo mismo, y esto, para no perjudicar el diálogo ecuménico.

De seguir así de aquí a no muchos años nos encontraremos frente a otra grande división, de proporciones imprevisibles. Mientras soñamos con la unidad, estamos propiciando mayores divisiones. Y así Latinoamérica, el “continente de la esperanza”, el más católico de los cinco continentes, se está volviendo en un continente esencialmente protestante, de corte fundamentalista y agresivo.

 

 

EUFORIA Y DESENCANTO

Gracias a Dios, ya está pasando el momento de la euforia. Los responsables se están dando cuenta de que la solución al problema de la división aún queda muy lejos de vislumbrarse; no está a la vuelta de la esquina, como se pensaba antes.

El mundo ortodoxo aún encuentra en sí mismo serias resistencias para un acercamiento con Roma; el anglicanismo, al aceptar la ordenación de las mujeres, dejó de tener un lugar especial en el diálogo con los católicos y se acercó más al ámbito protestante; los luteranos, que pensaban haber dado un paso significativo en el entendimiento con el mundo católico mediante la declaración conjunta de teólogos luteranos y teólogos católicos acerca de la justificación, se ven frenados por la falta de aceptación de dicha declaración por parte de los responsables de la Iglesia Católica por no responder plenamente a los postulados de su Fe.

 

Ojalá que, frente a esta realidad y el fracaso de tantos grupos “ecuménicos” que prácticamente se volvieron en nuevas sectas al margen de sus iglesias de origen, “los de arriba” empiecen a ser más cautelosos y menos soñadores, y empiecen a reflexionar seriamente sobre el problema de las sectas para ver cómo ayudar al católico necesitado de orientación, antes que sea demasiado tarde.

 

 

OPCIÓN POR LOS POBRES

Desgraciadamente, con eso de las sectas, una vez más podemos constatar que de hecho para muchos la opción por los pobres no deja de ser una pose y nada más. Para ellos los pobres les valen un comino. Lo que buscan es codearse con los grandes, aparentar apertura y sentirse superiores al “vulgo” (el pueblo). No quieren ensuciarse las manos con la apologética, ayudando al hermano confundido y angustiado a encontrar una respuesta a las dudas dejadas por los miembros de las sectas.

Según ellos, es mejor hablar de amor, diálogo y comprensión, cuando en la práctica lo que hacen las sectas es sembrar el odio y la división. Frente a esta realidad, lo mejor que se puede hacer es dejar cualquier tipo de demagogia y tratar de amar de veras al prójimo, ayudándolo a fortalecerse en la fe y sentirse seguro frente a los ataques de las sectas.

Amor, sí; pero amor de veras, no de palabra y nada más. Lo mismo con el diálogo. Hay que estar preparado para dialogar con todos. De otra manera, es como lanzar a los soldados a la guerra sin armas.
Esto es precisamente lo que pretendemos hacer los que trabajamos en el campo de la apologética: amor a los hermanos más necesitados y ayudarlos a vivir su fe con dignidad, sin miedo a toparse con alguien que no la comparte y la ataca.

 

 

COMO EL PROFETA JEREMÍAS

Nunca faltarán los falsos profetas, siempre dispuestos a estar de acuerdo con todos, atraídos por el prestigio y la comodidad. Así el pueblo queda siempre más desamparado frente a la embestida del enemigo. Es lo que está pasando con el problema de las sectas.

 

 

FALSAS ESPERANZAS

Gritar y gritar, poner en guardia, suplicar... y no ser escuchado, hasta no ver con los propios ojos el derrumbe del pueblo de Dios en muchos lugares, por culpa de gente irresponsable que anuncia “visiones falsas”: ésta ha sido la historia de muchos profetas del pasado y ésta ha sido y sigue siendo mi historia.

Recuerdo que antes de empezar mi experiencia misionera entre los indígenas chinantecos del estado de Oaxaca (México), al mencionar en un encuentro eclesial el peligro de las sectas, escuché este comentario: “Aquí, entre los indígenas, las sectas no representan un verdadero peligro. ¿Cuándo lograrán quitarles a nuestros inditos las imágenes de los santos?”. Así que, según esta opinión, compartida por muchos, el apego de los indígenas hacia sus imágenes iba a representar el principal baluarte para la preservación de su fe católica.

 

¿Y qué pasó? Que llegaron las sectas, atacaron directamente a las imágenes, privándolas de su magia cautivadora, y la fe católica se derrumbó. Comunidades enteras cambiaron de rostro. En lugar de pensar en una seria reestructuración de la pastoral, enfrentando seriamente el problema de la ignorancia religiosa, se fueron por la tangente, al considerar precisamente la ignorancia religiosa como garantía de defensa contra la invasión de las sectas. Al estilo de muchos políticos, que, en lugar de luchar para sacar al pueblo de la ignorancia, tratan de hundirlo siempre más, para seguir explotándolo, precisamente a causa de su ignorancia.

 

Parece una locura: considerar como aliada a la ignorancia para luchar en contra del error. ¿No sería mucho mejor confiar en el “esplendor de la verdad” y luchar con todos los medios para llevar a todos la luz del Evangelio y así prevenir al pueblo contra el peligro de la mentira y el engaño?

Ni modo. Nunca han faltado y nunca faltarán los falsos profetas, que hablan por su cuenta, no de parte de Dios, para agradar, quitar preocupaciones, hacer que la gente se sienta bien... y vivir del presupuesto. En lugar de enfrentar seriamente los problemas, prefieren alimentar falsas esperanzas. Lo que, sin duda, resulta mucho más cómodo para todos.

Cuántas veces he oído repetir: “Este pueblo es muy mariano. Nunca la Virgen permitirá que las sectas avancen”. En lugar de ver qué se puede hacer para ayudar al pueblo “mariano” a no dejarse confundir por las sectas, se echa el paquete a la Virgen, dando la vuelta al compromiso.

Sería como decir: “Oh Virgen Santa, ponemos en tus manos el problema de las sectas. No nos vayas a defraudar. Si mañana las cosas andan mal, acuérdate que tú tendrás la culpa y no nosotros”. Cómo sería diferente decir: “Oh Virgen María, ayúdanos a fortalecer la fe de tu pueblo. Danos ideas, fuerza y valor para buscar los medios mejores para enfrentar con éxito el problema de las sectas”.

 

 

EL ECUMENISMO COMO PRETEXTO

Nada peor que escudarse en el ecumenismo para no hacer nada. ¡Ojalá qué todos los que se declaran en favor del ecumenismo, hicieran algo para favorecer la unidad! Sin embargo, al momento de la verdad, uno se da cuenta de que se trata de pura palabrería. Nada concreto. Ningún encuentro, ningún diálogo...

En el fondo, para muchos se trata de una pose y nada más. Dar la impresión de ser abiertos, sentirse seguros, tener en la mano la carta buena que un día será garantía de victoria... sin mover ni un solo dedo en favor del pueblo, que se confunde y cede bajo la presión de las sectas.

Un día me comentó un sacerdote con orgullo:

— Soy el capellán de los evangélicos.
— ¿¡Cómo!?
— Soy el capellán de la cárcel y me llevo muy bien con los evangélicos.
— ¿Qué piensan los evangélicos acerca de la Iglesia?
— No nos interesa nada la Iglesia. A nosotros interesa solamente Cristo.

 

Y me comentó acerca del cambio de vida que se da entre ellos, su fervor apostólico... en fin, todo lo bueno que tienen los evangélicos. Y él, el pastor de los católicos, ¿qué hacía? Nada: mirar y nada más, feliz con su ecumenismo, mientras los evangélicos, muy buenos, predicaban el Evangelio y le robaban las ovejas bajo sus mismas narices.

 

En lugar de aprender de los evangélicos su fervor apostólico y empezar a evangelizar a los católicos, se sentía satisfecho con admirar el fervor de los evangélicos, llevarse bien con ellos y permitirles que hicieran estragos en las filas católicas, tanto, “lo que vale es Cristo y no la Iglesia”. ¡Qué bonito pretexto para no hacer nada y sentirse satisfecho, inteligente y moderno!

 

Otro sacerdote me dijo:

— En mi parroquia hay dos equipos de fútbol: uno católico y otro evangélico. Yo soy capellán de los evangélicos. Me llevo muy bien con ellos. Son más disciplinados, no toman... Me siento mejor con los evangélicos que con los católicos.

Así que vive de los católicos: bautismos, matrimonios, misas... y convive con los evangélicos. Y todo esto, en nombre del ecumenismo. Es que quiere la mesa ya puesta: va donde está ya todo listo. En lugar de luchar por convertir a los católicos, prefiere meterse con los católicos “ya convertidos” en evangélicos y seguir viviendo de los católicos “paganos”. Y, al hacer esto, se siente más importante, de vanguardia, mirando a los demás con un sentido de desprecio a causa de sus ideas “atrasadas”. En otros tiempos, esta actitud tenía un nombre muy preciso: traición. ¡Qué bueno que son pocos los que piensan de esa manera!

 

 

EL PRECIO DE LA PAZ

Desgraciadamente, en muchos casos el no hacer nada para ayudar a los “débiles en la fe” se ha vuelto en el precio que hay que pagar para establecer “buenas relaciones” con los demás grupos religiosos, que se desarrollan a costa de este tipo de católicos.

 

Se prefiere hablar de diálogo, respeto, testimonio, misión compartida, etc., para sentirse bien y dar una buena imagen de la fe, evitando meter los puntos sobre las íes, para no lastimar, o peor, causar un atraso en el proceso ecuménico. Y como siempre, los pobres pagan el pato. Los grandes se llevan bien entre sí y los pobres quedan angustiados y al antojo de los más astutos. El espíritu del mundo se vuelve en norma para establecer buenas relaciones entre los distintos grupos religiosos. Portándose así, mientras se habla de paz y unidad, aumenta la división y la discordia.
Pues bien, puesto que de hoy en adelante es oportuno hablar a nivel continental y no solamente latinoamericano (cf. Sínodo Especial para América), podemos afirmar con toda certeza que este es precisamente el estilo “norteamericano” de enfocar el problema de las sectas. Normalmente se invierte poco para atender a los católicos latinoamericanos. Por este abandono, muchos dejan la Iglesia Católica para pasar a lo que sea: sectas, luteranos, anglicanos bautistas, presbiterianos, etc.
Todos se aprovechan. Y los pastores ven y callan, para no meterse en problemas, echando la culpa de todo a la escasez de medios económicos y a la falta de preparación de los católicos latinoamericanos. Haciendo esto, ven disminuir la secular oposición de parte del protestantismo hacia la Iglesia Católica y aumentar su aceptación en la sociedad norteamericana, saliendo así de su aislamiento histórico. Como siempre, una paz y un prestigio a costa de los más débiles.
En la capital de un país sudamericano, el obispo anglicano pidió a un profesor del seminario católico que lo tuviera informado acerca de los seminaristas en crisis para hacerles su ofrecimiento: matrimonio, sueldo y parroquia. Y todo esto en nombre del ecumenismo, como si el problema de la fe se redujera a la búsqueda de buenas relaciones y unos cuántos dólares.

 

 

CONCLUSIÓN
El pueblo católico se encuentra en grandes apuros por la acción demoledora de las sectas. Es necesario hacer algo para fortalecer su fe, aclarando su identidad y dando una respuesta acertada a los ataques del enemigo.

En esta lucha, el ejemplo de los auténticos profetas del pasado nos puede ser de inspiración y consuelo, especialmente en los momentos de mayor dificultad. Y que el engaño de los falsos profetas pueda ser descubierto a tiempo, como en el caso de los antiguos profetas, precisamente (Jer 28).

 

 

 



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