SECTAS Y LA FALTA DE RESPUESTA

APOLOGÉTICA II  PRO Y CONTRA

(clerus.org)

 

EL HILO DE LA MADEJA

Desde cuando empecé a trabajar en el problema de las sectas, me resultó difícil comprender la razón por la cual personas inteligentes pudieran rechazar rotundamente cualquier tipo de apologética, no obstante los estragos que las sectas estaban causando en las filas católicas. Su fervor en favor del ecumenismo me parecía fuera de lugar, inconcebible en un contexto tan ajeno al diálogo y la comprensión.


Después de años de reflexión, por fin me parece haber encontrado el hilo de la madeja, que consiste en el doble lenguaje oficial, que marcha sobre dos carriles paralelos, sin nunca encontrarse: ecumenismo o sectas. Ecumenismo en los documentos más importantes, destinados a la Iglesia universal y al gran público no católico (Decreto conciliar sobre el ecumenismo “Unitatis Redintegratio” y la encíclica de Juan Pablo II “Ut unum sint”, más la larga entrevista al mismo Papa, que fue publicada bajo el título “Cruzando el umbral de la esperanza”); sectas en los documentos de menor importancia, destinados a las Iglesias particulares de una determinada región (por ejemplo, los discursos del Papa durante su visita a México o su Discurso Inaugural a la IV Asamblea del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo, el mes de octubre del ’92).

 

 

VISIÓN TRIUNFALISTA

Sin duda, no será fácil encontrar una justificación satisfactoria al manejo de este doble lenguaje en asuntos de tanta importancia y con consecuencias tan trascendentales. Sinceramente me temo que responde a una cierta visión triunfalista de la Iglesia, que quiere presentarse frente a la humanidad como segura de sí misma, lista para abanderar las grandes causas del diálogo y la comprensión entre los pueblos, las ideologías y los credos.

 

En este contexto, evidentemente, el problema de las sectas, como elemento disgregador en el mismo seno de la Iglesia, podría representar una nota discordante. Por eso no se menciona en los grandes documentos.
El hecho es que el doble lenguaje oficial fue interpretado como una doble manera de ver el problema de la división religiosa: una positiva y otra negativa. Visión positiva: ecumenismo; visión negativa: apologética. Además, las dos visiones no fueron captadas como complementarias, sino como alternativas y excluyentes: o ecumenismo o apologética.

 

 

IRSE CON LA FINTA

Abordándose así el problema de la división religiosa, no fue difícil optar por el ecumenismo. Por eso, los responsables de los seminarios, las facultades de teología y los centros de formación para religiosas o laicos incluyeron en su plan de estudio la cátedra de ecumenismo como medio para enfrentar el problema de la división religiosa.

 

Como era de esperarse, lo único que lograron fue crear a gente acomplejada con relación al problema de las sectas, sin salirse del consejo de siempre: “No se metan con ellos”. Es que la realidad era muy diferente de la que soñaban con el ecumenismo. En lugar de comprensión, encontraron un rotundo rechazo, y en lugar de diálogo un monólogo con unas ganas desmedidas de proselitismo, con miras a expandir cada uno “su” iglesia, a expensas de la Iglesia Católica.
Ni modo. Así es cuando se quiere utilizar la misma receta para enfermedades diferentes. Para enfermedades diferentes, hay que utilizar medicinas diferentes: el ecumenismo para restablecer la unidad y la apologética para fortalecer la fe del católico e impedir la división.

Se fueron con la finta, atraídos por el nombre de la medicina o el color de la etiqueta. Y allá están las consecuencias. ¡Cuánto mejor hubiera sido ser claros desde un principio! Pan al pan y vino al vino.

 

 

SOFISMAS
Tratándose por lo general de personas cultas, no les resultó difícil inventar cualquier excusa para justificar su posición y seguir adelante por el mismo camino:

— La fe no se defiende, se vive.
— La Iglesia durará hasta el fin del mundo. Nadie la podrá destruir. Por lo tanto, es inútil tratar de defenderla.
— Es malo pelear. Puesto que la apologética enseña a pelear, es mala.
— ¿Por qué perder el tiempo con la apologética? Mejor dedicarse a la evangelización.

 

Evidentemente, se trata de sofismas y nada más, para confundir a la gente sencilla, aprovechándose de la propia autoridad y haciendo uso de razonamientos huecos que no tienen nada que ver con la realidad. En efecto, cualquiera entiende que no se trata de defender la fe en abstracto, sino de ayudar al católico de la calle a tener una idea clara acerca de su identidad y no dejarse confundir por las sectas. Esta aclaración puede representar el inicio de un camino hacia Dios.
Lo mismo por lo que se refiere al destino de la Iglesia. Aquí no estamos hablando de la Iglesia en general, sino de la Iglesia en concreto, en un determinado lugar. Pues bien, esta Iglesia, presente aquí y ahora, no tiene ninguna garantía de permanecer hasta el fin del mundo, como la misma experiencia enseña en relación a tantas comunidades católicas que a lo largo de la historia han desaparecido por completo.

Respecto a la manera concreta de llevar a cabo la defensa de la fe, no es cierto que se enseña a pelear. Una cosa es “dar razón” de la propia fe con argumentos (1Pe 3,15) y otra cosa es pelear. De otra manera habría que acusar al mismo Jesús de ser un peleonero por haber rechazado con argumentos las solicitaciones de Satanás (Mt 4,1-11) o por dar respuesta a los ataques de los fariseos (Jn 8,30-59).

Por último, no es difícil notar como oponer la apologética a la evangelización es una forma equivocada de plantear el problema. En realidad, no existe ninguna oposición entre apologética y evangelización; más bien, existe complementariedad. La apologética abre el camino y lleva a la evangelización y la evangelización, si quiere ser auténtica y eficaz, tiene que suponer la apologética.

De otra manera se arriesga con construir comunidades católicas con pies de barro: muchos conocimientos, mucho entusiasmo, pero a la mera hora todo se derrumba al no contar con bases firmes. Se van con la finta: la emoción, las muchedumbres o el líder carismático. Y para seguir con todo esto, se llega a dejar la Iglesia de Cristo con las enormes riquezas que posee.

 

 

EL CABALLO DE TROYA

La experiencia enseña que muchos católicos “comprometidos” han dejado la Iglesia por irse con la finta, practicando un ecumenismo ingenuo, sin tener los pies bien puestos sobre la tierra (apologética). Ahí están tantas sectas nuevas nacidas de un malentendido ecumenismo: “El Castillo del Rey” (Monterrey, N.L.), “Vino Nuevo” (Cd. Juárez, Chih.) y “Monte María” (hoy, “Tierra Prometida”, en Tlalnepantla, Estado de México.), para mencionar los casos más clamorosos de México.
¿Queremos enfrentar seriamente el problema de las sectas? Empecemos por llamar a cada cosa por su nombre. Cierta forma de pudor o cierta visión triunfalista del problema resultan fuera de lugar en asuntos de tanta importancia. Puesto que cada palabra tiene su sentido específico, ¿por qué no empezamos con utilizar las palabras correctas en el asunto de la división religiosa? De otra manera seguiremos con la confusión y esta nunca nos podrá resultar de mucha utilidad para enfrentar un problema de tal magnitud, como es el de las sectas.

Ojalá que desde arriba empiecen a llegar señales claras al respecto, deslindando claramente los terrenos del ecumenismo de los terrenos de la apologética, que representa la base para cualquier tipo de diálogo. De otra manera, seguiremos perdiendo gente, fascinada por un ecumenismo irreal, que está actuando al interior de la Iglesia como un verdadero “Caballo de Troya”.

 

 

 



(volver al inicio)