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¿Agnósticos por conveniencia?

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Si no te sientes capaz de tener y sostener ideas propias que no estén de moda, si te resulta demasiado incómodo ir contra la corriente: cuando se te pregunte sobre Dios, declárate agnóstico. Si quieres hablar sólo de lo que todos hablan, pensar como todos piensan, desaparecer en la multitud anónima y homologarte en la sociedad aceptable, cuando se te pregunte sobre la dimensión religiosa de la vida o sobre quién es Dios para ti, declárate agnóstico.

La mimesis, fenómeno propio de todas las sociedades humanas, consiste en la progresiva adaptación de los individuos al medio social dominante. Es el resultado en la vida y el comportamiento personal de la influencia de los modelos como públicamente dignos de imitación. El fenómeno mimético es inevitable, porque las personas no vivimos en el vacío. Nuestras vidas, tanto en lo físico como en lo espiritual, se desarrollan y se configuran en una atmósfera cultural. El fenómeno es humana y socialmente inevitable, porque la persona necesita referencias. Seguir a los modelos públicamente propuestos nos tranquiliza, porque podemos pensar y decir: «Estoy a la moda, al día». Si es inevitable, hay que aceptarlo y llevarlo con alegría. Pero la mimetización social, cuando se trata de personas, es diferente de la de un grupo de animales. Son algo más que elementos de una especie. Y pueden distinguir y rechazar modelos, y pueden seguir los modelos y las modas que a ellos, como personas, les parezcan los más convenientes.

En las sociedades humanas y en sus comportamientos, hay cosas que no han cambiado nunca, que no pasan de moda. Que se sepa, hasta ahora, los seres humanos comemos por la boca siempre. Ninguna revolución conocida ha intentado replantear esto hasta ahora; al menos de lo que estamos seguros es de que ningún movimiento progresista o regresista lo ha logrado hacer. También los avances en la tecnología aplicada son irreversibles. Siempre la técnica va superando sus modelos y sus prestaciones. Sin embargo, hay cuestiones que sí han podido cambiar y, de hecho, han sido objeto de renovación, y en la Historia hemos visto movimientos hacia adelante y hacia atrás. Me refiero a las dimensiones más propiamente humanas: la cultura que nos envuelve, la consideración de lo que es bueno y es malo, la idea del hombre que se tiene y, por tanto, de quiénes somos nosotros mismos, y la idea de Dios y qué relación tiene con cada uno de nosotros y con todo. El progreso y el retroceso en estos elementos de nuestra existencia dependerá de desde dónde se mire, claro. Fuera de la naturaleza y de la tecnología, en el amplio mundo de la cultura y del espíritu, sí que hay modas que vienen y van. A ésas tenemos que estar atentos y observar sus tendencias y movimientos.


La comodidad de no pensar

Ahora la postura mimética imperante, la que ha logrado la aceptación generalizada, es la de decir que uno es agnóstico. Tiene muchas ventajas. No hace falta ningún esfuerzo para hacerlo. Porque no afirmas nada, sólo niegas que se pueda afirmar o negar. Es una suspensión de la inteligencia. Es como echarse a dormir. Pero no hay que preocuparse por justificarte ante ese sopor de la inteligencia, porque casi nadie se va a atrever a pedirte explicaciones. Presentarse como agnóstico es la moda respetable, la actitud dominante, la que todos hacen.

¡Es tan cómodo decir que se es agnóstico! No se tiene que pensar ni argumentar. Basta con un leve movimiento de hombros y una sonrisa comprensiva y somnolienta. Y se supera la prueba. Nadie te hará preguntas, muchos no se atreverán a hacerlo delante de otros, precisamente porque es el modelo respetable y aceptado. Los demás, si escucharan que alguien se plantea la cuestión, también se apresurarán a subir sus hombros y a sonreír con sonrisa aparentemente inteligente. Detrás de ese movimiento puede no haber nada, un triste vacío, pero no te preocupes, nadie te va a preguntar. Quedas bien. Das el pego. Ha habido culturas que han presentado el hombre ateo como el modelo correcto. Pero eso es más incómodo de sobrellevar, porque implica una afirmación y, si afirmas, puedes ser o no coherente con ello. Pero nuestra sociedad ha descubierto una actitud atea que, además, se descarga del peso de la justificación. ¡Es tan cómodo decir que se es agnóstico! Pero ¿es tan inteligente esta actitud, o no será más bien una ridícula rendición del pensamiento y de la vida humana?

Decir que no sabemos nada de Dios y que puede que exista o que no, pero que no pasa nada y, de hecho, se puede vivir como si no existiera, es una actitud tan poco inteligente y tan poco humana como si entras en tu habitación o en tu lugar de trabajo, que habías dejado muy desordenados, y te los encuentras limpios y con cada cosa en su sitio, y tampoco te preguntas ni hablas de quién habrá ordenado todo eso. La ley de la mimesis actual afirma que es ésa una actitud elegante e inteligente. A mí me parece que denota otra cosa: pereza, falta de interés por saber, somnolencia existencial.

Además de que, para ser agnóstico, basta con dejarte arrastrar por la corriente, hay algo más peligroso. La sociedad mimetizada declara la guerra a quien no acepte sus propuestas, precisamente, porque pone en duda su segura solidez y su pacífica somnolencia. ¡Ay de los que crean en Dios, de los que se atrevan a decir que saben que Dios existe y que le conocen y le aman; de aquellos para los que Dios cuente de verdad en su vida, porque constantemente tendrán que esforzarse por dar razones de sus decisiones y de su conducta! Cuando la mimetización social ha dictado que el modelo agnóstico es el más correcto y aceptable, hasta el personaje más corto de luces puede burlarse de quienes se dicen creyentes, porque sabe que el jefe de la banda del barrio o el chulo de la clase están detrás y le apoyan. Algunos medios de comunicación te protegen. A quien se declare agnóstico, dicen sin decir, le consideraremos de nuestra banda, uno de los nuestros; al creyente, al que se tome en serio a Dios, que se prepare, porque no quiere someterse, no quiere obedecer al jefe de la banda, se empeña en ir contra la corriente. Pero quien logra escapar a la red mimetizante y se preocupa por quién es Dios y le conoce y le ama sabe que no está en inferioridad de condiciones. Sabe que es libre porque reconoce a Dios y puede pensar y hablar de Él. Su vida gana en profundidad y sentido. No se limita a vivir sin mirar hacia arriba o hacia abajo.


Miguel Lluch
Universidad de Navarra A&O 453