Raíces filosóficas de la mentalidad contraria a la vida
- 26/4/1996 -
P. Georges Cottier, o.p.
Teólogo de la Casa pontificia
La importancia que reviste el tema de la cultura en la encíclica Evangelium
vitae impresiona al lector. El grito de alarma que se lanza ante las
múltiples amenazas de muerte que se ciernen sobre la sociedad contemporánea
va acompañado por un llamamiento vibrante a llevar a cabo un "cambio
cultural" (cf. n. 95). Pero para que esto sea posible es necesario hacer un
diagnóstico de la situación actual que, además de constatar los hechos,
descubra sus causas, sus motivaciones, así como sus consecuencias (cf. n.
18). Hay factores de orden cultural, social y político.
A quien trata de hacer un análisis de esa situación, una cultura se presenta
en primer lugar como una mentalidad, entendida como un conjunto de reflejos
de pensar y actuar, por así decir de carácter espontáneo, que son
característicos de una sociedad determinada. Con todo, una mentalidad
encuentra sus justificaciones en una filosofía que constituye al mismo
tiempo su inspiración y su expresión.
La "profunda crisis de la cultura", que de este modo constituye como el
telón de fondo de los numerosos atentados contra la vida, se analiza
sucesivamente en sus manifestaciones y en sus raíces. Así podemos notar, a
lo largo del texto de la Encíclica, una serie de observaciones que se
refieren a otros tantos aspectos de un fenómeno complejo. Destaquemos
algunas de estas situaciones.
La crisis de la cultura, "que engendra escepticismo en los fundamentos
mismos del saber y de la ética, hace cada vez más difícil ver con claridad
el sentido del hombre, de sus derechos y deberes" (n. 11). Se pueden
constatar los daños provocados por una "mentalidad hedonista e irresponsable
respecto a la sexualidad" y "un concepto egoísta de libertad que ve en la
procreación un obstáculo al desarrollo de la propia personalidad" (n. 13).
A propósito de las nuevas técnicas en el ámbito de la procreación y del
diagnóstico, la Encíclica pone en guardia contra practicas que, "con el
pretexto del progreso científico o médico, reducen en realidad la vida
humana a simple "material biológico", del que se puede disponer libremente"
(n. 14). Una mentalidad eugenésica lleva a acoger la vida "sólo en
determinadas condiciones", y a rechazar "la limitación, la minusvalidez, la
enfermedad". La misma lógica lleva a negar los cuidados más elementales a
niños nacidos con deficiencias y a legitimar el aborto e incluso el
infanticidio (cf. 14). La actitud ante los enfermos incurables y los
moribundos proviene de la misma concepción de la existencia humana, de la
voluntad de eliminar el sufrimiento, al no ser ya capaces de penetrar en su
misterio, y que se convierte en "el mal por excelencia, que debe eliminar a
toda costa" (n. 15).
La Encíclica escribe: "En el conjunto del horizonte cultural no deja de
influir también una especie de actitud prometeica del hombre que, de este
modo, se cree señor de la vida y de la muerte porque decide sobre ellas,
cuando en realidad es derrotado y aplastado por una muerte cerrada
irremediablemente a toda perspectiva de sentido y esperanza" (15).
Con respecto a la eutanasia o a la supresión de los recién nacidos
malformados, se recurre, además, a una razón utilitaria: se deben evitar
gastos innecesarios demasiado costosos para la sociedad (cf. 15).
De estos elementos de diagnóstico, que se encuentran ya desde los primeros
números de la Encíclica, se pueden deducir algunas líneas fundamentales de
la filosofía que inspira una mentalidad muy difundida: enfoque positivista
de la existencia humana, hedonismo egoísta y utilitarismo.
Las causas de la crisis
La encíclica Evangelium vitae no se limita a analizar ese enfoque inicial.
Se remonta a las raíces de la crisis, que "presenta su aspecto más
subversivo e inquietante en la tendencia, cada vez más frecuente, a
interpretar estos delitos contra la vida como legítimas expresiones de la
libertad individual, que deben reconocerse y ser protegidas como auténticos
derechos" (n. 18). De este modo, constatamos una "sorprendente
contradicción". Por una parte, tenemos las diversas declaraciones en favor
de los derechos del hombre, que testimonian un progreso del sentido moral,
pero, por otra, registramos una trágica negación de esos mismos derechos en
la práctica, desmintiendo constantemente las palabras. Ahora bien, estas
negaciones, que se pretende justificar, atacan el principio mismo de los
derechos del hombre, pues equivalen al rechazo del más débil. Cuando la
sociedad, incluso en el plano internacional, se convierte en una sociedad
"de excluidos, marginados, rechazados y eliminados" (18), ya no se respeta
la convivencia democrática. Una amenaza directa se cierne sobre la cultura
de los derechos del hombre en su conjunto.
¿Cuál es el origen de una "contradicción tan sorprendente"? En nombre de un
concepto de subjetividad exasperado y deformado, se reconoce como único
sujeto de derechos al ser que presenta una autonomía completa, o al menos
inicial, y sale de condiciones de total dependencia de los demás. Esa
concepción es directamente contraria a la doctrina de los derechos del
hombre fundada en el hecho de que el hombre no puede ser sometido al dominio
de nadie. Del mismo modo, se llega a excluir al ser débil cuando se sigue la
lógica que tiende a identificar la dignidad personal con la capacidad de
comunicación verbal explícita, lo cual está fuera del alcance del ser débil.
En oposición a la naturaleza del Estado de derecho, la fuerza se convierte
de este modo en el criterio de elección y de acción en las relaciones
interpersonales y en la vida social.
Nos encontramos aquí en las antípodas de una concepción cristiana y
humanista para la que la libertad "posee una esencial dimensión relacional"
(n. 19), de modo que la persona encuentra su plenitud mediante el don de si
y la acogida del otro. La concepción que, al contrario, "exalta de modo
absoluto al individuo", no lo dispone a la solidaridad ni a la plena acogida
y al servicio del otro; e ignora que "Dios confía el hombre al hombre" (19).
En realidad, la libertad reniega de si misma, se autodestruye y se dispone a
la eliminación del otro cuando no reconoce ya "su vínculo constitutivo con
la verdad" (19). El análisis de las consecuencias filosóficas de la actual
situación nos lleva de nuevo al diagnóstico fundamental de la Veritatis
splendor sobre la ruptura entre libertad y verdad. Se pueden leer las
siguientes líneas de comentario:
"Cada vez que la libertad, queriendo emanciparse de cualquier tradición y
autoridad, se cierra a las evidencias primarias de una verdad objetiva y
común, fundamento de la vida personal y social, la persona acaba por asumir
como única e indiscutible referencia para sus propias decisiones no ya la
verdad sobre el bien o el mal, sino sólo su opinión subjetiva y mudable o,
incluso, su interés egoísta y su capricho" (Evangelium vitae, 19).
Se comprende de inmediato a qué consecuencias lleva esta falaz emancipación.
La vida social está a merced del arbitrio; según el relativismo absoluto,
"todo es pactable, todo es negociable: incluso el primero de los derechos
fundamentales, el de la vida" (n. 20). Cuando se rechaza el significado
normativo de la dignidad de toda persona humana, vacilan los cimientos del
ideal democrático. Donde la libertad se ha convertido en "un poder absoluto
sobre los demás y contra los demás", se dibuja en el horizonte el Estado
tirano (20).
La raíz última es el secularismo
El diagnóstico no sería completo si no llegara hasta las últimas raíces: más
allá de la concepción errónea de la libertad, que analizamos antes, "es
necesario llegar al centro del drama vivido por el hombre contemporáneo": el
eclipse del sentido de Dios y, correlativamente, el eclipse del sentido del
hombre y de su dignidad. Lo que está a la raíz, en otros términos, es el
secularismo con sus múltiples ramificaciones: voluntad de dominar totalmente
la vida humana en nombre de la sola racionalidad técnico-científica,
materialismo práctico y, finalmente, peligro de confundir el bien con el
mal.
La afirmación de una inmanencia, que excluye toda trascendencia; la
reivindicación de una libertad que goza de una autonomía casi divina; la
pretensión de la conciencia moral de estar por encima del bien y del mal y
de ser creadora de los valores, son los rasgos característicos de diversas
corrientes de la filosofía moderna y contemporánea. Haciendo ver a qué
frutos de muerte conduce ese extravío de la razón, la "meditación" que
constituye la Evangelium vitae invita a los pensadores a dirigir su
reflexión hacia las raíces de lo humano.