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Razones para creer: 26. La Resurrección

 

 

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Abbé Yves Moreau
Notre Dame de Arcachon

 

 

 

No podemos acabar este estudio con la reflexión sobre Satanás y el infierno. «Si el demonio os dice que el cielo existe, pero que no es para vosotros, no le creáis» (Maximiliano Kolbe).

Cristo ha resucitado, pero ¿qué será de nosotros?

La Resurrección de Cristo ha abierto a la humanidad perspectivas inauditas. Es como un anuncio de lo que está por llegar. «Si Cristo no ha resucitado, comamos y bebamos, que mañana moriremos... Pero no, El sí que ha resucitado de entre los muertos, y como primicia de los que duermen... Y Dios, que lo ha resucitado, con su mismo poder nos resucitará también a nosotros» (1Co 15,12-33).

¿Cómo resucitaremos?

La Resurrección de Cristo no solamente nos da la certeza de una vida después de la muerte, sino que nos deja entrever capacidades insospechadas para nuestro propio cuerpo.

Jesús resucitado atraviesa los muros, franquea las distancias instantáneamente, su cuerpo es luminoso... pero aquí se detiene nuestro conocimiento.

Es radicalmente imposible que podamos imaginar nuestra vida en el otro mundo. Quizá una comparación nos ayudaría a comprender.

Supongamos que, estando en el seno de nuestra madre en posesión de plena consciencia, pudiéramos responder a alguien que nos preguntara acerca de nuestra situación. Responderíamos sin duda: «me encuentro bien, me rodea una temperatura agradable, y me alimento en la medida de mis necesidades».

Y supongamos que se nos replicara: «infeliz, triste es tu existencia, tienes manos y no te puedes servir de ellas y tus pies no te permiten trasladarte en el espacio. Nada puedes ver con tus ojos. Sal y conocerás lo que es la vida». A eso diríamos nosotros: «¡pero salir será la muerte!», incapaces de imaginar un mundo fuera del claustro materno.

Algo así puede ser nuestra situación en la actualidad. Nosotros tenemos fuertes aspiraciones a la verdad, al bien, a la justicia, a la fraternidad y a la integridad corporal; son éstas profundas aspiraciones, que se identifican con nuestra propia naturaleza. Pero somos incapaces de satisfacerlas plenamente en el estado actual de nuestra existencia. Para alcanzar esa plenitud, debemos renacer, es decir, ascender a un mundo nuevo, el de la resurrección, que únicamente por la experiencia podremos conocer, un mundo que «ni ojo humano ha visto, ni oído ha escuchado» (1Co 2, 9), un mundo que hoy por hoy nos resulta imposible imaginar y cuya realidad permanece velada a nuestro entendimiento.

¿Qué es el cielo?

Escuchemos a aquellos afortunados que han recibido cierta revelación de lo inefable.

Teresa de Jesús decía: «en el cielo nos sorprenderá las bondades que Dios ha preparado para nosotros».

Esta iluminación celestial no nos dejará inactivos, por otra parte. «Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra» (Teresa del Niño Jesús).

La revelación suprema, para cada uno de nosotros, será la visión y posesión de Dios. «Seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es» (1Jn 3,2-3).

Como el hierro sometido al fuego viene a hacerse incandescente, así nosotros, sumergidos en Dios, seremos como Él es. «Entonces le conoceré como ahora soy conocido» (1Cor 13,12). Y le amaremos como por Él somos amados.

Como una gota de agua se mezcla en la inmensidad del mar sin dejar de ser ella misma, así participaremos de la inmensidad de la ciencia y del amor de Dios. Por Él, con Él, en Él, todos nosotros seremos consumados en la unidad.

El Purgatorio.

« No podremos entrar en la vida con Dios sin habernos liberados totalmente del pecado» (Mns. Etchegaray). También aquellos que mueren en la amistad con Dios han de pasar normalmente por un proceso de purificación que llamamos purgatorio (2Mac 12,46).

¡Entonces el cielo está cerca!

Desde ahora, escondidos en Cristo (Col 3,3), nuestra vida eterna ha comenzado y, como mujer a punto de dar a luz, la creación gime con los dolores del parto, esperando la redención de nuestro cuerpo y la revelación de los hijos de Dios (Rm 8,22).

A la espera.

Mientras esperamos este maravilloso reencuentro, «el momento más bello de la vida es el momento presente» (Engel). El pasado queda a la espalda, el porvenir no ha llegado todavía, pero podemos vivir el instante presente con la gracia de Dios en el Amor.

• «Ven, Señor Jesús» (Ap 22,20)

El amor de Dios fundamenta

nuestra fe y nuestra vida.

Amar, es dar...

Ésa es la causa de la creación.

Amar es hablar al ser amado...

Ésa es la causa de la revelación.

Amar, es compartir la vida, el destino...

Ésa es la causa de la encarnación.

Amar es salvar al que se ama...

Ésa es la causa de la redención.

Amar es hacerse nada ante el ser amado...

Ésa es la causa de la Virgen María.

Amar es permanecer cerca del ser amado...

Ésa es la causa de la Eucaristía.

Amar es asociar al ser amado a la propia felicidad...

Ésa es la causa del cielo.

Así debe ser vivida nuestra vida en el amor de Dios y de los otros,

para compartir la vida de Dios.

En el silencio y a través de los otros nuestro espíritu conoce a Dios

y nuestro corazón se adhiere a Él para siempre.

Madre del Amor Hermoso ¡Ruega por nosotros!

25 de marzo,  fiesta de la Anunciación

Abbé Yves Moreau

Nuestra Señora de Arcachon