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Los Niños siguen el ejemplo de los Padres

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Dos niños sentados, muy quietos ellos, en el jardín de la casa frente a una caja de cartón. ¿Qué hacéis?, les dice su mamá. Y responden: ¡Estamos jugando a ver la televisión! Nada tiene de extraño tal escena en esta sociedad nuestra en que la caja tonta bien podría llamarse también el ama de casa, omnipresente, en la sala de estar, en los dormitorios, y hasta en la cocina. Hay otras escenas, en cambio, más esperanzadoras. Le sucedió a la asistenta que, por primera vez, acudía a limpiar la casa.

Después de una hora en la que había recorrido ya todas las habitaciones, le dice extrañadísima a la señora: ¡Pero ¿dónde tienen la tele?! Le costaba trabajo creer que pudiera haber algún hogar sin televisión. En aquella casa, evidentemente, no había peligro de que la vitalidad de los hijos sufriera la parálisis televisiva. Hay que recordar, una vez más, que la televisión, en sí misma, es hija de la luz, y que del uso que se haga de ella dependerá su claridad u opacidad. Cuando se la sirve, en lugar de servirse de ella, la irresponsable dejación de los padres la convierte en la primera maestra y educadora de sus hijos. Esta dejación no es sólo pasividad; en numerosos casos hay que añadir la ausencia, para nuestros niños y adolescentes, de auténticos modelos de humanidad a seguir.

Hace unos días escribía así una madre al director de un periódico italiano: Hay un telefilm que atrae sobremanera a mi hija pequeña; por un tiempo la he complacido viendo con ella las proezas de la princesa guerrera, explicándole lo necesario; pero gradualmente se producen escenas más complicadas y absurdas, suscitando batallas no contra los malos y prepotentes, sino luchas psicológicas entre energías positivas y negativas, para terminar con la reencarnación afirmada como verdad. Cada día tengo que buscar alguna excusa para disuadirla de este programa, pero no es nada fácil, porque a ella le gusta la heroína; con los mayores puedo discutir, pero con ella no es posible, y me pregunto cuantos niños continúan viéndolo dejándose influenciar. El periódico responde: Hay que hacer algo, y no por prurito moralista, sino por responsabilidad civil.

Los pequeños siguen el comportamiento de los mayores. Algo tan elemental hoy parece completamente olvidado a la hora de programar y de ver televisión. Se habla de leyes para tutelar a los menores; pero ¿cómo van a ser tutelados por unos adultos que se permiten para sí lo que dicen no desear para sus hijos? Hace ya unos años, a propósito de ciertas revistas españolas para adolescentes, a cuyos evidentes daños la mayoría de los medios de comunicación no se les ocurría otra cosa que oponer esta ocurrencia:

Como en los países más avanzados y democráticos, debería ponerse en tales revistas el mensaje "para adultos", en estas mismas páginas nos hacíamos la misma pregunta: ¿Qué clase de sociedad se pretende construir cuando se considera malo para los niños lo que se ve como normal para los adultos? Si los niños crecen, necesariamente, siguiendo las pautas de comportamiento de los adultos, ¿cómo van a crecer sanos si se les dice que el "veneno" prohibido para ellos es alimento "para mayores"? ¿Acaso cualquier niño normal del mundo no quiere ser como su papá?

Sólo unos padres que buscan la belleza, el bien y la verdad pueden ofrecer a sus hijos algo más que la parálisis más contraria a su propia naturaleza: jugar a ver la televisión delante de una caja, no ya tonta y aburrida las más de las veces, sino nociva, aunque tantas veces se muestre aparentemente inocua. Tener la televisión en su justo lugar, al servicio de lo auténticamente humano, y no sometidos a ella, es sin duda una de las más urgentes necesidades en estos umbrales del tercer milenio, si no queremos que sea una era quizás con más impresionantes medios aún de teórica comunicación, pero de triste incomunicación real y práctica.


(Gracias a: http://www.archimadrid.es/alfayome/)