¿La religión lo envenena todo? : CHRISTOPHER HITCHENS Y EL FINAL DE LA EVOLUCIÓN
P. Raniero Cantalamessa OFMCap
Hace tiempo un anónimo benefactor se preocupó de hacerme llegar como regalo,
de parte del editor, el ensayo del conocido periodista anglo-estadounidense
Christopher Hitchens titulado «Dios no es grande»; el subtítulo es: «La
religión envenena todo» («God is not great. How religion poisons
everything», Nueva York 2007). Pienso que no lo hizo con afán polémico, sino
con el deseo de ayudarme a salir del engaño en el que, en su opinión, me
encuentro como creyente y como comentarista del Evangelio en televisión.
Quiero decir enseguida que estoy agradecido a este desconocido amigo. Muchos
reproches que Hitchens dirige a los creyentes de todas las religiones (el
Islam no recibe en el libro un trato mejor que el cristianismo, cosa que
revela una buena dosis de valor por parte del autor) son fundados y hay que
tomarlos en consideración para no repetir los mismos errores del pasado. El
Concilio Vaticano II afirma que la fe cristiana puede y debe sacar provecho
también de las críticas de quienes la combaten, y éste es ciertamente uno de
los casos. br />
Pero Hitchens mete todo en el mismo saco. Dice atenerse al criterio
evangélico de juzgar el árbol por sus frutos, pero del árbol de la religión
él considera sólo los frutos podridos, nunca los frutos buenos. Los santos,
los genios y los benefactores dados a la humanidad por la fe, o alimentados
de ella, no cuentan nada. Con los mismos criterios, esto es, considerando
sólo el lado oscuro de una institución, se podría escribir un libro negro de
todas las grandes realidades humanas: de la familia, de la medicina
(recuérdese para qué servía la medicina en Auschwitz), del psicoanálisis
(¡de él se ha escrito recientemente, de hecho, un «libro negro»!), del
propio periodismo que ejerce el autor (¡cuántas veces ha estado, y está, a
servicio de los tiranos y de los intereses de grupos de poder!).
De su crítica no se salva nadie. ¿Francisco de Asís? ¡«Un mamífero que creía
hablar a los pájaros»! ¿La Madre Teresa de Calcuta? «Una ambiciosa monja
albanesa», hecha famosa por el libro «Algo bello para Dios», escrito sobre
ella por Malcom Muggeridge. En otras palabras, ¡un producto como tantos
otros de la era mediática!
Pascal concluye el relato de su descubrimiento del Dios vivo con las
palabras: «Alegría, alegría, lágrimas de alegría», y C. S. Lewis describe su
conversión como haber sido «sorprendido por la alegría»; pero para Hitchens
«hay algo sombrío e incongruente» en estos dos autores, una fundamental
ausencia de felicidad como en todos los creyentes («¿Por qué una creencia
así no hace felices a sus seguidores?»).
Dostoiewski fue uno de los principales testigos de cargo de la religión,
pero de él se toman en consideración mucho más los argumentos puestos en
boca del rebelde y del ateo Iván que los del devoto Aliocha, el cual, como
se sabe, refleja bastante más de cerca el pensamiento del escritor.
Tertuliano se convierte en un «padre de la Iglesia» de manera que su «credo
quia absurdum», «creo porque es absurdo», pueda presentarse como el
pensamiento de todo el cristianismo, mientras se sabe que, cuando escribe
tales palabras (interpretadas, aparte de todo, fuera del propio contexto y
de modo inexacto), Tertuliano está considerado por la Iglesia como un
hereje. Extraña, además, esta crítica a Tertuliano, porque si existe un
apologeta al que Hitchens se parezca espectacularmente, en la cara opuesta,
es precisamente este africano: la misma capacidad dialéctica, la misma
voluntad de triunfar del adversario, sepultándolo bajo una masa de
argumentos aparentemente, pero sólo aparentemente, indiscutibles: la
cantidad sustituyendo a la calidad de los argumentos.
Un recensor inglés ha comparado al autor del libro con un desafiante púgil
que en el gimnasio lanza puñetazos furiosos contra un saco de arena inerte,
ignorando que el verdadero campeón que hay que abatir está en otro sitio. Él
no derriba la verdadera fe, sino su caricatura. A mi la lectura del libro me
ha traído a la memoria el deporte de tiro al plato: se lanzan al aire
blancos artificialmente confeccionados que el tirador, sin esfuerzo, hace
añicos con disparos precisos.
Hitchens combate los distintos integrismos religiosos con otro de signo
opuesto. «El de Hitchens –observaba Renzo Guolo en "La Repubblica"— se
asemeja al manifiesto militante de un mundo que parece polarizado entre los
inquietantes partidarios del fundamentalismo, con sus locos proyectos de
nuevos, totalitarios, estados éticos, y los proclives a un neosecularismo
integral que minusvalora la búsqueda de sentido de muchos en el tiempo del
final de las "grandes narraciones"».
Hitchens da prueba de integrismo también en otro sentido. Aún con
intenciones opuestas, él lee las Escrituras exactamente como lo hacen
ciertos representantes del fundamentalismo bíblico de corte evangélico
americano, esto es, a la letra, sin esfuerzo alguno de contextualización y
de hermenéutica histórica. Esto le permite hablar de «la pesadilla del
Antiguo Testamento».
Pero Christopher Hitchens es una persona inteligente. Ha previsto que la
religión sobrevivirá también a su ataque, como ha sobrevivido a muchísimos
otros que le han precedido, y se ha preocupado de dar una explicación a este
embarazoso hecho: «La fe religiosa --escribe-- es inextirpable porque somos
criaturas en evolución. No se extinguirá nunca, o al menos, no se extinguirá
mientras no venzamos el miedo a la muerte, a lo oscuro, a lo desconocido y a
los demás». La religión no es más que un estadio intermedio provisional,
ligado a la situación del hombre que es un «ser en evolución».
De esta forma el autor se atribuye tácitamente el papel de quien ha roto tal
barrera, anticipando solitariamente el final de la evolución e, igual que el
Zaratustra nietzschiano, vuelve a la tierra para iluminar sobre las
realidades de las cosas a los pobres mortales.
Repito: no se puede dejar de admirar la extraordinaria cultura del autor y
la pertinencia de ciertas críticas suyas. Lástima que haya preferido vencer
clamorosamente, renunciando así a convencer, incluso cuando podría haberlo
hecho en provecho de la sociedad y de la propia religión.