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Capítulo 1
EN el primer
tratado, oh Teófilo, he hablado de todas las cosas que Jesús comenzó á hacer y
á enseñar,
Hasta el día
en que, habiendo dado mandamientos por el Espíritu Santo á los apóstoles que
escogió, fué recibido arriba;
A los cuales,
después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables,
apareciéndoles por cuarenta días, y hablándoles del reino de Dios.
Y estando
juntos, les mandó que no se fuesen de Jerusalem, sino que esperasen la promesa
del Padre, que oísteis, dijo, de mí.
Porque Juan á
la verdad bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu
Santo no muchos días después de estos.
Entonces los
que se habían juntado le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restituirás el reino á
Israel en este tiempo?
Y les dijo:
No toca á vosotros saber los tiempos ó las sazones que el Padre puso en su sola
potestad;
Mas
recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros; y me seréis
testigos en Jerusalem, en toda Judea, y Samaria, y hasta lo último de la
tierra.
Y habiendo
dicho estas cosas, viéndolo ellos, fué alzado; y una nube le recibió y le quitó
de sus ojos.
Y estando con
los ojos puestos en el cielo, entre tanto que Él iba, he aquí dos varones se
pusieron junto á ellos en vestidos blancos;
Los cuales
también les dijeron: Varones Galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? este mismo
Jesús que ha sido tomado desde vosotros arriba en el cielo, así vendrá como le
habéis visto ir al cielo.
Entonces se
volvieron á Jerusalem del monte que se llama del Olivar, el cual está cerca de
Jerusalem camino de un sábado.
Y entrados,
subieron al aposento alto, donde moraban Pedro y Jacobo, y Juan y Andrés,
Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, y Simón Zelotes, y
Judas hermano de Jacobo.
Todos éstos
perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre
de Jesús, y con sus hermanos.
Y en aquellos
días, Pedro, levantándose en medio de los hermanos, dijo (y era la compañía
junta como de ciento y veinte en número):
Varones
hermanos, convino que se cumpliese la Escritura, la cual dijo antes el Espíritu
Santo por la boca de David, de Judas, que fué guía de los que prendieron á
Jesús;
El cuál era
contado con nosotros, y tenía suerte en este ministerio.
Este, pues,
adquirió un campo del salario de su iniquidad, y colgándose, reventó por medio,
y todas sus entrañas se derramaron.
Y fué notorio
á todos los moradores de Jerusalem; de tal manera que aquel campo es llamado en
su propia lengua, Acéldama, que es, Campo de sangre.
Porque está
escrito en el libro de los salmos: Sea hecha desierta su habitación, Y no haya
quien more en ella; y: Tome otro su obispado.
Conviene,
pues, que de estos hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo
que el Señor Jesús entró y salió entre nosotros,
Comenzando
desde el bautismo de Juan, hasta el día que fué recibido arriba de entre
nosotros, uno sea hecho testigo con nosotros de su resurrección.
Y señalaron á
dos: á José, llamado Barsabas, que tenía por sobrenombre Justo, y á Matías.
Y orando,
dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál escoges de
estos dos,
Para que tome
el oficio de este ministerio y apostolado, del cual cayó Judas por
transgresión, para irse á su lugar.
Y les echaron
suertes, y cayó la suerte sobre Matías; y fué contado con los once apóstoles.
Capítulo 2
Y COMO se
cumplieron los días de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos;
Y de repente
vino un estruendo del cielo como de un viento recio que corría, el cual hinchió
toda la casa donde estaban sentados;
Y se les
aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, que se asentó sobre cada uno de
ellos.
Y fueron
todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron á hablar en otras lenguas, como
el Espíritu les daba que hablasen.
Moraban
entonces en Jerusalem Judíos, varones religiosos, de todas las naciones debajo
del cielo.
Y hecho este
estruendo, juntóse la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía
hablar su propia lengua.
Y estaban
atónitos y maravillados, diciendo: He aquí ¿no son "Galileos todos estos
que hablan?
¿Cómo, pues,
les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en que somos nacidos?
Partos y
Medos, y Elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea y en Capadocia,
en el Ponto y en Asia,
En Phrygia y
Pamphylia, en Egipto y en las partes de Africa que está de la otra parte de
Cirene, y Romanos extranjeros, tanto Judíos como convertidos,
Cretenses y
Arabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.
Y estaban
todos atónitos y perplejos, diciendo los unos á los otros: ¿Qué quiere ser
esto?
Mas otros
burlándose, decían: Que están llenos de mosto.
Entonces
Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó su voz, y hablóles diciendo:
Varones Judíos, y todos los que habitáis en Jerusalem, esto os sea notorio, y
oid mis palabras.
Porque éstos
no están borrachos, como vosotros pensáis, siendo la hora tercia del día;
Mas esto es
lo que fué dicho por el profeta Joel:
Y será en los
postreros días, dice Dios, Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, Y
vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; Y vuestros mancebos verán
visiones, Y vuestros viejos soñarán sueños:
Y de cierto
sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días Derramaré de mi
Espíritu, y profetizarán.
Y daré
prodigios arriba en el cielo, Y señales abajo en la tierra, Sangre y fuego y
vapor de humo:
El sol se
volverá en tinieblas, Y la luna en sangre, Antes que venga el día del Señor,
Grande y manifiesto;
Y será que
todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.
Varones
Israelitas, oid estas palabras: Jesús Nazareno, varón aprobado de Dios entre
vosotros en maravillas y prodigios y señales, que Dios hizo por Él en medio de
vosotros, como también vosotros sabéis;
A éste,
entregado por determinado consejo y providencia de Dios, prendisteis y
matasteis por manos de los inicuos, crucificándole;
Al cual Dios
levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible ser
detenido de ella.
Porque David
dice de Él: Veía al Señor siempre delante de mí: Porque está á mi diestra, no
seré conmovido.
Por lo cual
mi corazón se alegró, y gozóse mi lengua; Y aun mi carne descansará en esperanza;
Que no
dejarás mi alma en el infierno, Ni darás á tu Santo que vea corrupción.
Hicísteme
notorios los caminos de la vida; Me henchirás de gozo con tu presencia.
Varones
hermanos, se os puede libremente decir del patriarca David, que murió, y fué
sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta del día de hoy.
Empero siendo
profeta, y sabiendo que con juramento le había Dios jurado que del fruto de su
lomo, cuanto á la carne, levantaría al Cristo que se sentaría sobre su trono;
Viéndolo
antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fué dejada en el
infierno, ni su carne vió corrupción.
A este Jesús
resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
Así que,
levantado por la diestra de Dios, y recibiendo del Padre la promesa del
Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís.
Porque David
no subió á los cielos; empero Él dice: Dijo el Señor á mi Señor: Siéntate á mi
diestra,
Hasta que
ponga á tus enemigos por estrado de tus pies.
Sepa pues
ciertísimamente toda la casa de Israel, que á éste Jesús que vosotros
crucificasteis, Dios ha hecho Señor y Cristo.
Entonces oído
esto, fueron compungidos de corazón, y dijeron á Pedro y á los otros apóstoles:
Varones hermanos, ¿qué haremos?
Y Pedro les
dice: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo
para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Porque para
vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están
lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.
Y con otras
muchas palabras testificaba y exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa
generación.
Así que, los
que recibieron su palabra, fueron bautizados: y fueron añadidas á ellos aquel
día como tres mil personas.
Y
perseveraban en la doctrina de los apóstoles, y en la comunión, y en el
partimiento del pan, y en las oraciones.
Y toda
persona tenía temor: y muchas maravillas y señales eran hechas por los
apóstoles.
Y todos los
que creían estaban juntos; y tenían todas las cosas comunes;
Y vendían las
posesiones, y las haciendas, y repartíanlas á todos, como cada uno había
menester.
Y
perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas,
comían juntos con alegría y con sencillez de corazón,
Alabando á
Dios, y teniendo gracia con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día á la
iglesia los que habían de ser salvos.
Capítulo 3
PEDRO y Juan
subían juntos al templo á la hora de oración, la de nona.
Y un hombre
que era cojo desde el vientre de su madre, era traído; al cual ponían cada día
á la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los
que entraban en el templo.
Este, como
vió á Pedro y á Juan que iban á entrar en el templo, rogaba que le diesen
limosna.
Y Pedro, con
Juan, fijando los ojos en Él, dijo: Mira á nosotros.
Entonces Él
estuvo atento á ellos, esperando recibir de ellos algo.
Y Pedro dijo:
Ni tengo plata ni oro; mas lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de
Nazaret, levántate y anda.
Y tomándole
por la mano derecha le levantó: y luego fueron afirmados sus pies y tobillos;
Y saltando,
se puso en pie, y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando,
y alabando á Dios.
Y todo el
pueblo le vió andar y alabar á Dios.
Y conocían
que Él era el que se sentaba á la limosna á la puerta del templo, la Hermosa: y
fueron llenos de asombro y de espanto por lo que le había acontecido.
Y teniendo á
Pedro y á Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo concurrió á ellos
al pórtico que se llama de Salomón, atónitos.
Y viendo esto
Pedro, respondió al pueblo: Varones Israelitas, ¿por qué os maravilláis de
esto? ó ¿por qué ponéis los ojos en nosotros, como si con nuestra virtud ó
piedad hubiésemos hecho andar á éste?
El Dios de
Abraham, y de Isaac, y de Jacob, el Dios de nuestros padres ha glorificado á su
Hijo Jesús, al cual vosotros entregasteis, y negasteis delante de Pilato,
juzgando Él que había de ser suelto.
Mas vosotros
al Santo y al Justo negasteis, y pedisteis que se os diese un homicida;
Y matasteis
al Autor de la vida, al cual Dios ha resucitado de los muertos; de lo que
nosotros somos testigos.
Y en la fe de
su nombre, á éste que vosotros veis y conocéis, ha confirmado su nombre: y la
fe que por Él es, ha dado á este esta completa sanidad en presencia de todos
vosotros.
Mas ahora,
hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros
príncipes.
Empero, Dios
ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas,
que su Cristo había de padecer.
Así que,
arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; pues que
vendrán los tiempos del refrigerio de la presencia del Señor,
Y enviará á Jesucristo, que os fué antes anunciado:
Al cual de
cierto es menester que el cielo tenga hasta los tiempos de la restauración de
todas las cosas, que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido
desde el siglo.
Porque Moisés
dijo á los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de vuestros hermanos,
como yo; á Él oiréis en todas las cosas que os hablare.
Y será, que
cualquiera alma que no oyere á aquel profeta, será desarraigada del pueblo.
Y todos los
profetas desde Samuel y en adelante, todos los que han hablado, han anunciado estos
días.
Vosotros sois
los hijos de los profetas, y del pacto que Dios concertó con nuestros padres,
diciendo á Abraham: Y en tu simiente serán benditas todas las familias de la
tierra.
A vosotros
primeramente, Dios, habiendo levantado á su Hijo, le envió para que os
bendijese, á fin de que cada uno se convierta de su maldad.
Capítulo 4
Y HABLANDO
ellos al pueblo, sobrevinieron los sacerdotes, y el magistrado del templo, y
los Saduceos,
Resentidos de
que enseñasen al pueblo, y anunciasen en Jesús la resurrección de los muertos.
Y les echaron
mano, y los pusieron en la cárcel hasta el día siguiente; porque era ya tarde.
Mas muchos de
los que habían oído la palabra, creyeron; y fué el número de los varones como
cinco mil.
Y aconteció
al día siguiente, que se juntaron en Jerusalem los príncipes de ellos, y los
ancianos, y los escribas;
Y Anás,
príncipe de los sacerdotes, y Caifás, y Juan y Alejandro, y todos los que eran
del linaje sacerdotal;
Y haciéndolos
presentar en medio, les preguntaron: ¿Con qué potestad, ó en qué nombre, habéis
hecho vosotros esto?
Entonces
Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Príncipes del pueblo, y ancianos de
Israel:
Pues que somos
hoy demandados acerca del beneficio hecho á un hombre enfermo, de qué manera
éste haya sido sanado,
Sea notorio á
todos vosotros, y á todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de
Nazaret, al que vosotros crucificasteis y Dios le resucitó de los muertos, por
Él este hombre está en vuestra presencia sano.
Este es la
piedra reprobada de vosotros los edificadores, la cual es puesta por cabeza del
ángulo.
Y en ningún
otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado á los hombres,
en que podamos ser salvos.
Entonces
viendo la constancia de Pedro y de Juan, sabido que eran hombres sin letras é
ignorantes, se maravillaban; y les conocían que habían estado con Jesús.
Y viendo al
hombre que había sido sanado, que estaba con ellos, no podían decir nada en
contra.
Mas les
mandaron que se saliesen fuera del concilio; y conferían entre sí,
Diciendo:
¿Qué hemos de hacer á estos hombres? porque de cierto, señal manifiesta ha sido
hecha por ellos, notoria á todos los que moran en Jerusalem, y no lo podemos
negar.
Todavía,
porque no se divulgue más por el pueblo, amenacémoslos, que no hablen de aquí
adelante á hombre alguno en este nombre.
Y
llamándolos, les intimaron que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el
nombre de Jesús.
Entonces
Pedro y Juan, respondiendo, les dijeron: Juzgad si es justo delante de Dios
obedecer antes á vosotros que á Dios:
Porque no
podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.
Ellos entonces
los despacharon amenazándolos, no hallando ningún modo de castigarlos, por
causa del pueblo; porque todos glorificaban á Dios de lo que había sido hecho.
Porque el
hombre en quien había sido hecho este milagro de sanidad, era de más de
cuarenta años.
Y sueltos,
vinieron á los suyos, y contaron todo lo que los príncipes de los sacerdotes y
los ancianos les habían dicho.
Y ellos,
habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz á Dios, y dijeron: Señor, tú eres el
Dios que hiciste el cielo y la tierra, la mar, y todo lo que en ellos hay;
Que por boca
de David, tu siervo, dijiste: ¿Por qué han bramado las gentes, Y los pueblos
han pensado cosas vanas?
Asistieron
los reyes de la tierra, Y los príncipes se juntaron en uno Contra el Señor, y
contra su Cristo.
Porque
verdaderamente se juntaron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, al cual
ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los Gentiles y los pueblos de Israel,
Para hacer lo
que tu mano y tu consejo habían antes determinado que había de ser hecho.
Y ahora,
Señor, mira sus amenazas, y da á tus siervos que con toda confianza hablen tu
palabra;
Que extiendas
tu mano á que sanidades, y milagros, y prodigios sean hechos por el nombre de
tu santo Hijo Jesús.
Y como
hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron
llenos del Espíritu Santo, y hablaron la palabra de Dios con confianza.
Y la multitud
de los que habían creído era de un corazón y un alma: y ninguno decía ser suyo
algo de lo que poseía; mas todas las cosas les eran comunes.
Y los
apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran
esfuerzo; y gran gracia era en todos ellos.
Que ningún
necesitado había entre ellos: porque todos los que poseían heredades ó casas,
vendiéndolas, traían el precio de lo vendido,
Y lo ponían á
los pies de los apóstoles; y era repartido á cada uno según que había menester.
Entonces
José, que fué llamado de los apóstoles por sobrenombre, Bernabé, (que es
interpretado, Hijo de consolación) Levita, natural de Cipro,
Como tuviese
una heredad, la vendió, y trajo el precio, y púsolo á los pies de los
apóstoles.
Capítulo 5
MAS un varón
llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una posesión,
Y defraudó
del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo una parte, púsola á los
pies de los apóstoles.
Y dijo Pedro:
Ananías, ¿por qué ha llenado Satanás tu corazón á que mintieses al Espíritu
Santo, y defraudases del precio de la heredad?
Reteniéndola,
¿no se te quedaba á ti? y vendida, ¿no estaba en tu potestad? ¿Por qué pusiste
esto en tu corazón? No has mentido á los hombres, sino á Dios.
Entonces
Ananías, oyendo estas palabras, cayó y espiró. Y vino un gran temor sobre todos
los que lo oyeron.
Y
levantándose los mancebos, le tomaron, y sacándolo, sepultáronlo.
Y pasado
espacio como de tres horas, sucedió que entró su mujer, no sabiendo lo que
había acontecido.
Entonces
Pedro le dijo: Dime: ¿vendisteis en tanto la heredad? Y ella dijo: Sí, en
tanto.
Y Pedro le
dijo: ¿Por qué os concertasteis para tentar al Espíritu del Señor? He aquí á la
puerta los pies de los que han sepultado á tu marido, y te sacarán.
Y luego cayó
á los pies de Él, y espiró: y entrados los mancebos, la hallaron muerta; y la
sacaron, y la sepultaron junto á su marido.
Y vino un
gran temor en toda la iglesia, y en todos los que oyeron estas cosas.
Y por las
manos de los apóstoles eran hechos muchos milagros y prodigios en el pueblo; y
estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón.
Y de los
otros, ninguno osaba juntarse con ellos; mas el pueblo los alababa grandemente.
Y los que
creían en el Señor se aumentaban más, gran número así de hombres como de
mujeres;
Tanto que
echaban los enfermos por las calles, y los ponían en camas y en lechos, para
que viniendo Pedro, á lo menos su sombra tocase á alguno de ellos.
Y aun de las
ciudades vecinas concurría multitud á Jerusalem, trayendo enfermos y
atormentados de espíritus inmundos; los cuales todos eran curados.
Entonces
levantándose el príncipe de los sacerdotes, y todos los que estaban con Él, que
es la secta de los Saduceos, se llenaron de celo;
Y echaron mano
á los apóstoles, y pusiéronlos en la cárcel pública.
Mas el ángel
del Señor, abriendo de noche las puertas de la cárcel, y sacándolos, dijo:
Id, y estando
en el templo, hablad al pueblo todas las palabras de esta vida.
Y oído que
hubieron esto, entraron de mañana en el templo, y enseñaban. Entre tanto,
viniendo el príncipe de los sacerdotes, y los que eran con Él, convocaron el
concilio, y á todos los ancianos de los hijos de Israel, y enviaron á la cárcel
para que fuesen traídos.
Mas como
llegaron los ministros, y no los hallaron en la cárcel, volvieron, y dieron
aviso,
Diciendo: Por
cierto, la cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad, y los guardas que
estaban delante de las puertas; mas cuando abrimos, á nadie hallamos dentro.
Y cuando
oyeron estas palabras el pontífice y el magistrado del templo y los príncipes
de los sacerdotes, dudaban en qué vendría á parar aquello.
Pero viniendo
uno, dióles esta noticia: He aquí, los varones que echasteis en la cárcel,
están en el templo, y enseñan al pueblo.
Entonces fué
el magistrado con los ministros, y trájolos sin violencia; porque temían del
pueblo ser apedreados.
Y como los
trajeron, los presentaron en el concilio: y el príncipe de los sacerdotes les
preguntó,
Diciendo: ¿No
os denunciamos estrechamente, que no enseñaseis en este nombre? y he aquí,
habéis llenado á Jerusalem de vuestra doctrina, y queréis echar sobre nosotros
la sangre de este hombre.
Y
respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es menester obedecer á Dios antes
que á los hombres.
El Dios de
nuestros padres levantó á Jesús, al cual vosotros matasteis colgándole de un
madero.
A éste ha
Dios ensalzado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar á Israel arrepentimiento
y remisión de pecados.
Y nosotros
somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha
dado Dios á los que le obedecen.
Ellos, oyendo
esto, regañaban, y consultaban matarlos.
Entonces
levantándose en el concilio un Fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley,
venerable á todo el pueblo, mandó que sacasen fuera un poco á los apóstoles.
Y les dijo:
Varones Israelitas, mirad por vosotros acerca de estos hombres en lo que habéis
de hacer.
Porque antes
de estos días se levantó Teudas, diciendo que era alguien; al que se agregó un
número de hombres como cuatrocientos: el cual fué matado; y todos los que le
creyeron fueron dispersos, y reducidos á nada.
Después de
éste, se levantó Judas el Galileo en los días del empadronamiento, y llevó
mucho pueblo tras sí. Pereció también aquél; y todos los que consintieron con
Él, fueron derramados.
Y ahora os
digo: Dejaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo ó esta obra
es de los hombres, se desvanecerá:
Mas si es de
Dios, no la podréis deshacer; no seáis tal vez hallados resistiendo á Dios.
Y convinieron
con Él: y llamando á los apóstoles, después de azotados, les intimaron que no
hablasen en el nombre de Jesús, y soltáronlos.
Y ellos
partieron de delante del concilio, gozosos de que fuesen tenidos por dignos de
padecer afrenta por el Nombre.
Y todos los
días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar á
Jesucristo.
Capítulo 6
EN aquellos
días, creciendo el número de los discípulos, hubo murmuración de los Griegos
contra los Hebreos, de que sus viudas eran menospreciadas en el ministerio
cotidiano.
Así que, los
doce convocaron la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que
nosotros dejemos la palabra de Dios, y sirvamos á las mesas.
Buscad pues,
hermanos, siete varones de vosotros de buen testimonio, llenos de Espíritu
Santo y de sabiduría, los cuales pongamos en esta obra.
Y nosotros
persistiremos en la oración, y en el ministerio de la palabra.
Y plugo el
parecer á toda la multitud; y eligieron á Esteban, varón lleno de fe y de
Espíritu Santo, y á Felipe, y á Prócoro, y á Nicanor, y á Timón, y á Parmenas,
y á Nicolás, prosélito de Antioquía:
A estos
presentaron delante de los apóstoles, los cuales orando les pusieron las manos
encima.
Y crecía la
palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba mucho en
Jerusalem: también una gran multitud de los sacerdotes obedecía á la fe.
Empero
Esteban, lleno de gracia y de potencia, hacía prodigios y milagros grandes en
el pueblo.
Levantáronse
entonces unos de la sinagoga que se llama de los Libertinos, y Cireneos, y
Alejandrinos, y de los de Cilicia, y de Asia, disputando con Esteban.
Mas no podían
resistir á la sabiduría y al Espíritu con que hablaba.
Entonces
sobornaron á unos que dijesen que le habían oído hablar palabras blasfemas
contra Moisés y Dios.
Y conmovieron
al pueblo, y á los ancianos, y á los escribas; y arremetiendo le arrebataron, y
le trajeron al concilio.
Y pusieron
testigos falsos, que dijesen: Este hombre no cesa de hablar palabras blasfemas
contra este lugar santo y la ley:
Porque le
hemos oído decir, que Jesús de Nazaret destruirá este lugar, y mudará las
ordenanzas que nos dió Moisés.
Entonces
todos los que estaban sentados en el concilio, puestos los ojos en Él, vieron
su rostro como el rostro de un ángel.
Capítulo 7
EL príncipe
de los sacerdotes dijo entonces: ¿Es esto así?
Y Él dijo:
Varones hermanos y padres, oid: El Dios de la gloria apareció á nuestro padre
Abraham, estando en Mesopotamia, antes que morase en Chârán,
Y le dijo:
Sal de tu tierra y de tu parentela, y ven á la tierra que te mostraré.
Entonces
salió de la tierra de los Caldeos, y habitó en Chârán: y de allí, muerto su
padre, le traspasó á esta tierra, en la cual vosotros habitáis ahora;
Y no le dió
herencia en ella, ni aun para asentar un pie: mas le prometió que se la daría
en posesión, y á su simiente después de Él, no teniendo hijo.
Y hablóle
Dios así: Que su simiente sería extranjera en tierra ajena, y que los
reducirían á servidumbre y maltratarían, por cuatrocientos años.
Mas yo
juzgaré, dijo Dios, la nación á la cual serán siervos: y después de esto
saldrán y me servirán en este lugar.
Y dióle el
pacto de la circuncisión: y así Abraham engendró á Isaac, y le circuncidó al
octavo día; é Isaac á Jacob, y Jacob á los doce patriarcas.
Y los
patriarcas, movidos de envidia, vendieron á José para Egipto; mas Dios era con
Él,
Y le libró de
todas sus tribulaciones, y le dió gracia y sabiduría en la presencia de Faraón,
rey de Egipto, el cual le puso por gobernador sobre Egipto, y sobre toda su
casa.
Vino entonces
hambre en toda la tierra de Egipto y de Canaán, y grande tribulación; y
nuestros padres no hallaban alimentos.
Y como oyese
Jacob que había trigo en Egipto, envió á nuestros padres la primera vez.
Y en la
segunda, José fué conocido de sus hermanos, y fué sabido de Faraón el linaje de
José.
Y enviando
José, hizo venir á su padre Jacob, y á toda su parentela, en número de setenta
y cinco personas.
Así descendió
Jacob á Egipto, donde murió Él y nuestros padres;
Los cuales
fueron trasladados á Sichêm, y puestos en el sepulcro que compró Abraham á
precio de dinero de los hijos de Hemor de Sichêm.
Mas como se
acercaba el tiempo de la promesa, la cual Dios había jurado á Abraham, el
pueblo creció y multiplicóse en Egipto,
Hasta que se
levantó otro rey en Egipto que no conocía á José.
Este, usando
de astucia con nuestro linaje, maltrató á nuestros padres, á fin de que
pusiesen á peligro de muerte sus niños, para que cesase la generación.
En aquel
mismo tiempo nació Moisés, y fué agradable á Dios: y fué criado tres meses en
casa de su padre.
Mas siendo
puesto al peligro, la hija de Faraón le tomó, y le crió como á hijo suyo.
Y fué
enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus
dichos y hechos.
Y cuando hubo
cumplido la edad de cuarenta años, le vino voluntad de visitar á sus hermanos
los hijos de Israel.
Y como vió á
uno que era injuriado, defendióle, é hiriendo al Egipcio, vengó al injuriado.
Pero Él
pensaba que sus hermanos entendían que Dios les había de dar salud por su mano;
mas ellos no lo habían entendido.
Y al día
siguiente, riñendo ellos, se les mostró, y los ponía en paz, diciendo: Varones,
hermanos sois, ¿por que os injuriáis los unos á los otros?
Entonces el
que injuriaba á su prójimo, le rempujó, diciendo: ¿Quién te ha puesto por
príncipe y juez sobre nosotros?
¿Quieres tú
matarme, como mataste ayer al Egipcio?
A esta
palabra Moisés huyó, y se hizo extranjero en tierra de Madián, donde engendró
dos hijos.
Y cumplidos
cuarenta años, un ángel le apareció en el desierto del monte Sina, en fuego de
llama de una zarza.
Entonces
Moisés mirando, se maravilló de la visión: y llegándose para considerar, fué
hecha á Él voz del Señor:
Yo soy el
Dios de tus padres, y el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob.
Mas Moisés, temeroso, no osaba mirar.
Y le dijo el
Señor: Quita los zapatos de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra
santa.
He visto, he
visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído el gemido de
ellos, y he descendido para librarlos. Ahora pues, ven, te enviaré á Egipto.
A este
Moisés, al cual habían rehusado, diciendo: ¿Quién te ha puesto por príncipe y
juez? á éste envió Dios por príncipe y redentor con la mano del ángel que le
apareció en la zarza.
Este los
sacó, habiendo hecho prodigios y milagros en la tierra de Egipto, y en el mar
Bermejo, y en el desierto por cuarenta años.
Este es el
Moisés, el cual dijo á los hijos de Israel: Profeta os levantará el Señor Dios
vuestro de vuestros hermanos, como yo; á Él oiréis.
Este es aquél
que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el
monte Sina, y con nuestros padres; y recibió las palabras de vida para darnos:
Al cual
nuestros padres no quisieron obedecer; antes le desecharon, y se apartaron de
corazón á Egipto,
Diciendo á
Aarón: Haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque á este Moisés, que
nos sacó de tierra de Egipto, no sabemos qué le ha acontecido.
Y entonces
hicieron un becerro, y ofrecieron sacrificio al ídolo, y en las obras de sus
manos se holgaron.
Y Dios se
apartó, y los entregó que sirviesen al ejército del cielo; como está escrito en
el libro de los profetas: ¿Me ofrecisteis víctimas y sacrificios En el desierto
por cuarenta años, casa de Israel?
Antes,
trajisteis el tabernáculo de Moloch, Y la estrella de vuestro dios Remphan:
Figuras que os hicisteis para adorarlas: Os transportaré pues, más allá de
Babilonia.
Tuvieron
nuestros padres el tabernáculo del testimonio en el desierto, como había
ordenado Dios, hablando á Moisés que lo hiciese según la forma que había visto.
El cual
recibido, metieron también nuestros padres con Josué en la posesión de los
Gentiles, que Dios echó de la presencia de nuestros padres, hasta los días de
David;
El cual halló
gracia delante de Dios, y pidió hallar tabernáculo para el Dios de Jacob.
Mas Salomón
le edificó casa.
Si bien el
Altísimo no habita en templos hechos de mano; como el profeta dice:
El cielo es
mi trono, Y la tierra es el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice
el Señor; ¿O cuál es el lugar de mi reposo?
¿No hizo mi
mano todas estas cosas?
Duros de
cerviz, é incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros resistís siempre al
Espíritu Santo: como vuestros padres, así también vosotros.
¿A cuál de
los profetas no persiguieron vuestros padres? y mataron á los que antes
anunciaron la venida del Justo, del cual vosotros ahora habéis sido
entregadores y matadores;
Que
recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la guardasteis.
Y oyendo
estas cosas, regañaban de sus corazones, y crujían los dientes contra Él.
Más Él,
estando lleno de Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vió la gloria de
Dios, y á Jesús que estaba á la diestra de Dios,
Y dijo: He aquí,
veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está á la diestra de Dios.
Entonces
dando grandes voces, se taparon sus oídos, y arremetieron unánimes contra Él;
Y echándolo
fuera de la ciudad, le apedreaban: y los testigos pusieron sus vestidos á los
pies de un mancebo que se llamaba Saulo.
Y apedrearon
á Esteban, invocando Él y diciendo: Señor Jesús, recibe mi espíritu.
Y puesto de
rodillas, clamó á gran voz: Señor, no les imputes este pecado. Y habiendo dicho
esto, durmió.
Capítulo 8
Y SAULO
consentía en su muerte. Y en aquel día se hizo una grande persecución en la
iglesia que estaba en Jerusalem; y todos fueron esparcidos por las tierras de
Judea y de Samaria, salvo los apóstoles.
Y llevaron á
enterrar á Esteban varones piadosos, é hicieron gran llanto sobre Él.
Entonces
Saulo asolaba la iglesia, entrando por las casas: y trayendo hombres y mujeres,
los entregaba en la cárcel.
Mas los que
fueron esparcidos, iban por todas partes anunciando la palabra.
Entonces
Felipe, descendiendo á la ciudad de Samaria, les predicaba á Cristo.
Y las gentes
escuchaban atentamente unánimes las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las
señales que hacía.
Porque de
muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y
muchos paralíticos y cojos eran sanados:
Así que había
gran gozo en aquella ciudad.
Y había un
hombre llamado Simón, el cual había sido antes mágico en aquella ciudad, y había
engañado la gente de Samaria, diciéndose ser algún grande:
Al cual oían
todos atentamente desde al más pequeño hasta el más grande, diciendo: Este es
la gran virtud de Dios.
Y le estaban
atentos, porque con sus artes mágicas los había embelesado mucho tiempo.
Mas cuando
creyeron á Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de
Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.
El mismo
Simón creyó también entonces, y bautizándose, se llegó á Felipe: y viendo los milagros
y grandes maravillas que se hacían, estaba atónito.
Y los
apóstoles que estaban en Jerusalem, habiendo oído que Samaria había recibido la
palabra de Dios, les enviaron á Pedro y á Juan:
Los cuales
venidos, oraron por ellos, para que recibiesen el Espíritu Santo;
(Porque aun
no había descendido sobre ninguno de ellos, mas solamente eran bautizados en el
nombre de Jesús.)
Entonces les
impusieron las manos, y recibieron el Espíritu Santo.
Y como vió
Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu
Santo, les ofreció dinero,
Diciendo:
Dadme también á mí esta potestad, que á cualquiera que pusiere las manos
encima, reciba el Espíritu Santo.
Entonces
Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, que piensas que el don de Dios se
gane por dinero.
No tienes tú
parte ni suerte en este negocio; porque tu corazón no es recto delante de Dios.
Arrepiéntete
pues de esta tu maldad, y ruega á Dios, si quizás te será perdonado el
pensamiento de tu corazón.
Porque en
hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás.
Respondiendo
entonces Simón, dijo: Rogad vosotros por mí al Señor, que ninguna cosa de estas
que habéis dicho, venga sobre mí.
Y ellos,
habiendo testificado y hablado la palabra de Dios, se volvieron á Jerusalem, y
en muchas tierras de los Samaritanos anunciaron el evangelio.
Empero el
ángel de Señor habló á Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el mediodía, al
camino que desciende de Jerusalem á Gaza, el cual es desierto.
Entonces Él
se levantó, y fué: y he aquí un Etiope, eunuco, gobernador de Candace, reina de
los Etiopes, el cual era puesto sobre todos sus tesoros, y había venido á
adorar á Jerusalem,
Se volvía
sentado en su carro, y leyendo el profeta Isaías.
Y el Espíritu
dijo á Felipe: Llégate, y júntate á este carro.
Y acudiendo
Felipe, le oyó que leía el profeta Isaías, y dijo: Mas ¿entiendes lo que lees?
Y dijo: ¿Y
cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó á Felipe que subiese, y se sentase
con Él.
Y el lugar de
la Escritura que leía, era éste: Como oveja á la muerte fué llevado; Y como
cordero mudo delante del que le trasquila, Así no abrió su boca:
En su
humillación su juicio fué quitado: Mas su generación, ¿quién la contará? Porque
es quitada de la tierra su vida.
Y
respondiendo el eunuco á Felipe, dijo: Ruégote ¿de quién el profeta dice esto?
¿de sí, ó de otro alguno?
Entonces
Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el
evangelio de Jesús.
Y yendo por
el camino, llegaron á cierta agua; y dijo el eunuco: He aquí agua; ¿qué impide
que yo sea bautizado?
Y Felipe
dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que
Jesucristo es el Hijo de Dios.
Y mandó parar
el carro: y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco; y bautizóle.
Y como
subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató á Felipe; y no le vió más el
eunuco, y se fué por su camino gozoso.
Felipe empero
se halló en Azoto: y pasando, anunciaba el evangelio en todas las ciudades,
hasta que llegó á Cesarea.
Capítulo 9
Y SAULO,
respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al príncipe
de los sacerdotes,
Y demandó de
Él letras para Damasco á las sinagogas, para que si hallase algunos hombres ó
mujeres de esta secta, los trajese presos á Jerusalem.
Y yendo por
el camino, aconteció que llegando cerca de Damasco, súbitamente le cercó un
resplandor de luz del cielo;
Y cayendo en
tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
Y Él dijo:
¿Quién eres, Señor? Y Él dijo: Yo soy Jesús á quien tú persigues: dura cosa te
es dar coses contra el aguijón.
El, temblando
y temeroso, dijo: ¿Señor, qué quieres que haga? Y el Señor le dice: Levántate y
entra en la ciudad, y se te dirá lo que te conviene hacer.
Y los hombres
que iban con Saulo, se pararon atónitos, oyendo á la verdad la voz, mas no viendo
á nadie.
Entonces
Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía á nadie: así que,
llevándole por la mano, metiéronle en Damasco;
Donde estuvo
tres días sin ver, y no comió, ni bebió.
Había
entonces un discípulo en Damasco llamado Ananías, al cual el Señor dijo en
visión: Ananías. Y Él respondió: Heme aquí, Señor.
Y el Señor le
dijo: Levántate, y ve á la calle que se llama la Derecha, y busca en casa de
Judas á uno llamado Saulo, de Tarso: porque he aquí, Él ora;
Y ha visto en
visión un varón llamado Ananías, que entra y le pone la mano encima, para que
reciba la vista.
Entonces
Ananías respondió: Señor, he oído á muchos acerca de este hombre, cuántos males
ha hecho á tus santos en Jerusalem:
Y aun aquí tiene
facultad de los príncipes de los sacerdotes de prender á todos los que invocan
tu nombre.
Y le dijo el
Señor: Ve: porque instrumento escogido me es éste, para que lleve mi nombre en
presencia de los Gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel:
Porque yo le
mostraré cuánto le sea menester que padezca por mi nombre.
Ananías
entonces fué, y entró en la casa, y poniéndole las manos encima, dijo: Saulo
hermano, el Señor Jesús, que te apareció en el camino por donde venías, me ha
enviado para que recibas la vista y seas lleno de Espíritu Santo.
Y luego le
cayeron de los ojos como escamas, y recibió al punto la vista: y levantándose,
fué bautizado.
Y como comió,
fué confortado. Y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos que estaban
en Damasco.
Y luego en
las sinagogas predicaba á Cristo, diciendo que éste era el Hijo de Dios.
Y todos los
que le oían estaban atónitos, y decían: ¿No es éste el que asolaba en Jerusalem
á los que invocaban este nombre, y á eso vino acá, para llevarlos presos á los
príncipes de los sacerdotes?
Empero Saulo
mucho más se esforzaba, y confundía á los Judíos que moraban en Damasco,
afirmando que éste es el Cristo.
Y como
pasaron muchos días, los Judíos hicieron entre sí consejo de matarle;
Mas las
asechanzas de ellos fueron entendidas de Saulo. Y ellos guardaban las puertas
de día y de noche para matarle.
Entonces los
discípulos, tomándole de noche, le bajaron por el muro en una espuerta.
Y como vino á
Jerusalem, tentaba de juntarse con los discípulos; mas todos tenían miedo de
Él, no creyendo que era discípulo.
Entonces
Bernabé, tomándole, lo trajo á los apóstoles, y contóles cómo había visto al
Señor en el camino, y que le había hablado, y cómo en Damasco había hablado
confiadamente en el nombre de Jesús.
Y entraba y
salía con ellos en Jerusalem;
Y hablaba
confiadamente en el nombre del Señor: y disputaba con los Griegos; mas ellos
procuraban matarle.
Lo cual, como
los hermanos entendieron, le acompañaron hasta Cesarea, y le enviaron á Tarso.
Las iglesias
entonces tenían paz por toda Judea y Galilea y Samaria, y eran edificadas,
andando en el temor del Señor; y con consuelo del Espíritu Santo eran
multiplicadas.
Y aconteció
que Pedro, andándolos á todos, vino también á los santos que habitaban en
Lydda.
Y halló allí
á uno que se llamaba Eneas, que hacía ocho años que estaba en cama, que era
paralítico.
Y le dijo
Pedro: Eneas, Jesucristo te sana; levántate, y hazte tu cama. Y luego se
levantó.
Y viéronle
todos los que habitaban en Lydda y en Sarona, los cuales se convirtieron al
Señor.
Entonces en
Joppe había una discípula llamada Tabita, que si lo declaras, quiere decir
Dorcas. Esta era llena de buenas obras y de limosnas que hacía.
Y aconteció
en aquellos días que enfermando, murió; á la cual, después de lavada, pusieron
en una sala.
Y como Lydda
estaba cerca de Joppe, los discípulos, oyendo que Pedro estaba allí, le
enviaron dos hombres, rogándole: No te detengas en venir hasta nosotros.
Pedro
entonces levantándose, fué con ellos: y llegado que hubo, le llevaron á la
sala, donde le rodearon todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y
los vestidos que Dorcas hacía cuando estaba con ellas.
Entonces
echados fuera todos, Pedro puesto de rodillas, oró; y vuelto al cuerpo, dijo:
Tabita, levántate. Y ella abrió los ojos, y viendo á Pedro, incorporóse.
Y Él le dió
la mano, y levantóla: entonces llamando á los santos y las viudas, la presentó
viva.
Esto fué
notorio por toda Joppe; y creyeron muchos en el Señor.
Y aconteció
que se quedó muchos días en Joppe en casa de un cierto Simón, curtidor.
Capítulo 10
Y HABÍA un
varón en Cesarea llamado Cornelio, centurión de la compañía que se llamaba la
Italiana,
Pío y
temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y
oraba á Dios siempre.
Este vió en
visión manifiestamente, como á la hora nona del día, que un ángel de Dios
entraba á Él, y le decía: Cornelio.
Y Él, puestos
en Él los ojos, espantado, dijo: ¿Qué es, Señor? Y díjole: Tus oraciones y tus
limosnas han subido en memoria á la presencia de Dios.
Envía pues
ahora hombres á Joppe, y haz venir á un Simón, que tiene por sobrenombre Pedro.
Este posa en
casa de un Simón, curtidor, que tiene su casa junto á la mar: Él te dirá lo que
te conviene hacer.
E ido el
ángel que hablaba con Cornelio, llamó dos de sus criados, y un devoto soldado
de los que le asistían;
A los cuales,
después de habérselo contado todo, los envió á Joppe.
Y al día
siguiente, yendo ellos su camino, y llegando cerca de la ciudad, Pedro subió á
la azotea á orar, cerca de la hora de sexta;
Y aconteció
que le vino una grande hambre, y quiso comer; pero mientras disponían,
sobrevínole un éxtasis;
Y vió el
cielo abierto, y que descendía un vaso, como un gran lienzo, que atado de los
cuatro cabos era bajado á la tierra;
En el cual
había de todos los animales cuadrúpedos de la tierra, y reptiles, y aves del
cielo.
Y le vino una
voz: Levántate, Pedro, mata y come.
Entonces
Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa común é inmunda he comido jamás.
Y volvió la
voz hacia Él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común.
Y esto fué
hecho por tres veces; y el vaso volvió á ser recogido en el cielo.
Y estando
Pedro dudando dentro de sí qué sería la visión que había visto, he aquí, los
hombres que habían sido enviados por Cornelio, que, preguntando por la casa de
Simón, llegaron á la puerta.
Y llamando,
preguntaron si un Simón que tenía por sobrenombre Pedro, posaba allí.
Y estando
Pedro pensando en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te
buscan.
Levántate,
pues, y desciende, y no dudes ir con ellos; porque yo los he enviado.
Entonces
Pedro, descendiendo á los hombres que eran enviados por Cornelio, dijo: He
aquí, yo soy el que buscáis: ¿cuál es la causa por la que habéis venido?
Y ellos
dijeron: Cornelio, el centurión, varón justo y temeroso de Dios, y que tiene
testimonio de toda la nación de los Judíos, ha recibido respuesta por un santo
ángel, de hacerte venir á su casa, y oir de ti palabras.
Entonces
metiéndolos dentro, los hospedó. Y al día siguiente, levantándose, se fué con
ellos; y le acompañaron algunos de los hermanos de Joppe.
Y al otro día
entraron en Cesarea. Y Cornelio los estaba esperando, habiendo llamado á sus
parientes y los amigos más familiares.
Y como Pedro
entró, salió Cornelio á recibirle; y derribándose á sus pies, adoró.
Mas Pedro le
levantó, diciendo: Levántate; yo mismo también soy hombre.
Y hablando
con Él, entró, y halló á muchos que se habían juntado.
Y les dijo:
Vosotros sabéis que es abominable á un varón Judío juntarse ó llegarse á
extranjero; mas me ha mostrado Dios que á ningún hombre llame común ó inmundo;
Por lo cual,
llamado, he venido sin dudar. Así que pregunto: ¿por qué causa me habéis hecho
venir?
Entonces
Cornelio dijo: Cuatro días ha que á esta hora yo estaba ayuno; y á la hora de
nona estando orando en mi casa, he aquí un varón se puso delante de mí en
vestido resplandeciente.
Y dijo:
Cornelio, tu oración es oída, y tus limosnas han venido en memoria en la
presencia de Dios.
Envía pues á
Joppe, y haz venir á un Simón, que tiene por sobrenombre Pedro; éste posa en
casa de Simón, curtidor, junto á la mar; el cual venido, te hablará.
Así que,
luego envié á ti; y tú has hecho bien en venir. Ahora pues, todos nosotros
estamos aquí en la presencia de Dios, para oir todo lo que Dios te ha mandado.
Entonces
Pedro, abriendo su boca, dijo: Por verdad hallo que Dios no hace acepción de
personas;
Sino que de
cualquiera nación que le teme y obra justicia, se agrada.
Envió palabra
Dios á los hijos de Israel, anunciando la paz por Jesucristo; éste es el Señor
de todos.
Vosotros
sabéis lo que fué divulgado por toda Judea; comenzando desde Galilea después
del bautismo que Juan predicó,
Cuanto á
Jesús de Nazaret; cómo le ungió Dios de Espíritu Santo y de potencia; el cual
anduvo haciendo bienes, y sanando á todos los oprimidos del diablo; porque Dios
era con Él.
Y nosotros
somos testigos de todas las cosas que hizo en la tierra de Judea, y en
Jerusalem; al cual mataron colgándole en un madero.
A éste
levantó Dios al tercer día, é hizo que apareciese manifiesto,
No á todo el
pueblo, sino á los testigos que Dios antes había ordenado, es á saber, á
nosotros que comimos y bebimos con Él, después que resucitó de los muertos.
Y nos mandó
que predicásemos al pueblo, y testificásemos que Él es el que Dios ha puesto
por Juez de vivos y muertos.
A éste dan
testimonio todos los profetas, de que todos los que en Él creyeren, recibirán
perdón de pecados por su nombre.
Estando aún
hablando Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían
el sermón.
Y se espantaron
los fieles que eran de la circuncisión, que habían venido con Pedro, de que
también sobre los Gentiles se derramase el don del Espíritu Santo.
Porque los
oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban á Dios.
Entonces
respondió Pedro: ¿Puede alguno impedir el agua, para que no sean bautizados
éstos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros?
Y les mandó
bautizar en el nombre del Señor Jesús. Entonces le rogaron que se quedase por
algunos días.
Capítulo 11
Y OYERON los
apóstoles y los hermanos que estaban en Judea, que también los Gentiles habían
recibido la palabra de Dios.
Y como Pedro
subió á Jerusalem, contendían contra Él los que eran de la circuncisión,
Diciendo:
¿Por qué has entrado á hombres incircuncisos, y has comido con ellos?
Entonces
comenzando Pedro, les declaró por orden lo pasado, diciendo:
Estaba yo en
la ciudad de Joppe orando, y vi en rapto de entendimiento una visión: un vaso,
como un gran lienzo, que descendía, que por los cuatro cabos era abajado del
cielo, y venía hasta mí.
En el cual
como puse los ojos, consideré y vi animales terrestres de cuatro pies, y
fieras, y reptiles, y aves del cielo.
Y oí una voz
que me decía: Levántate, Pedro, mata y come.
Y dije:
Señor, no; porque ninguna cosa común ó inmunda entró jamás en mi boca.
Entonces la
voz me respondió del cielo segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú
común.
Y esto fué
hecho por tres veces: y volvió todo á ser tomado arriba en el cielo.
Y he aquí,
luego sobrevinieron tres hombres á la casa donde yo estaba, enviados á mí de
Cesarea.
Y el Espíritu
me dijo que fuese con ellos sin dudar. Y vinieron también conmigo estos seis
hermanos, y entramos en casa de un varón,
El cual nos
contó cómo había visto un ángel en su casa, que se paró, y le dijo: Envía á
Joppe, y haz venir á un Simón que tiene por sobrenombre Pedro;
El cual te
hablará palabras por las cuales serás salvo tu, y toda tu casa.
Y como
comencé á hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre
nosotros al principio.
Entonces me
acordé del dicho del Señor, como dijo: Juan ciertamente bautizó en agua; mas
vosotros seréis bautizados en Espíritu Santo.
Así que, si
Dios les dió el mismo don también como á nosotros que hemos creído en el Señor
Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar á Dios?
Entonces,
oídas estas cosas, callaron, y glorificaron á Dios, diciendo: De manera que
también á los Gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida.
Y los que
habían sido esparcidos por causa de la tribulación que sobrevino en tiempo de
Esteban, anduvieron hasta Fenicia, y Cipro, y Antioquía, no hablando á nadie la
palabra, sino sólo á los Judíos.
Y de ellos
había unos varones Ciprios y Cirenenses, los cuales como entraron en Antioquía,
hablaron á los Griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús.
Y la mano del
Señor era con ellos: y creyendo, gran número se convirtió al Señor.
Y llegó la
fama de estas cosas á oídos de la iglesia que estaba en Jerusalem: y enviaron á
Bernabé que fuese hasta Antioquía.
El cual, como
llegó, y vió la gracia de Dios, regocijóse; y exhortó á todos á que permaneciesen
en el propósito del corazón en el Señor.
Porque era
varón bueno, y lleno de Espíritu Santo y de fe: y mucha compañía fué agregada
al Señor.
Después
partió Bernabé á Tarso á buscar á Saulo; y hallado, le trajo á Antioquía.
Y conversaron
todo un año allí con la iglesia, y enseñaron á mucha gente; y los discípulos
fueron llamados Cristianos primeramente en Antioquía.
Y en aquellos
días descendieron de Jerusalem profetas á Antioquía.
Y
levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba á entender por Espíritu, que
había de haber una grande hambre en toda la tierra habitada: la cual hubo en
tiempo de Claudio.
Entonces los
discípulos, cada uno conforme á lo que tenía, determinaron enviar subsidio á
los hermanos que habitaban en Judea:
Lo cual
asimismo hicieron, enviándolo á los ancianos por mano de Bernabé y de Saulo.
Capítulo 12
Y EN el mismo
tiempo el rey Herodes echó mano á maltratar algunos de la iglesia.
Y mató á
cuchillo á Jacobo, hermano de Juan.
Y viendo que
había agradado á los Judíos, pasó adelante para prender también á Pedro. Eran
entonces los días de los ázimos.
Y habiéndole
preso, púsole en la cárcel, entregándole á cuatro cuaterniones de soldados que
le guardasen; queriendo sacarle al pueblo después de la Pascua.
Así que,
Pedro era guardado en la cárcel; y la iglesia hacía sin cesar oración á Dios
por Él.
Y cuando
Herodes le había de sacar, aquella misma noche estaba Pedro durmiendo entre dos
soldados, preso con dos cadenas, y los guardas delante de la puerta, que
guardaban la cárcel.
Y he aquí, el
ángel del Señor sobrevino, y una luz resplandeció en la cárcel; é hiriendo á
Pedro en el lado, le despertó, diciendo: Levántate prestamente. Y las cadenas
se le cayeron de las manos.
Y le dijo el
ángel: Cíñete, y átate tus sandalias. Y lo hizo así. Y le dijo: Rodéate tu
ropa, y sígueme.
Y saliendo,
le seguía; y no sabía que era verdad lo que hacía el ángel, mas pensaba que
veía visión.
Y como
pasaron la primera y la segunda guardia, vinieron á la puerta de hierro que va
á la ciudad, la cual se les abrió de suyo: y salidos, pasaron una calle; y
luego el ángel se apartó de Él.
Entonces
Pedro, volviendo en sí, dijo: Ahora entiendo verdaderamente que el Señor ha
enviado su ángel, y me ha librado de la mano de Herodes, y de todo el pueblo de
los Judíos que me esperaba.
Y habiendo
considerado esto, llegó á casa de María la madre de Juan, el que tenía por
sobrenombre Marcos, donde muchos estaban juntos orando.
Y tocando
Pedro á la puerta del patio, salió una muchacha, para escuchar, llamada Rhode:
La cual como
conoció la voz de Pedro, de gozo no abrió el postigo, sino corriendo adentro,
dió nueva de que Pedro estaba al postigo.
Y ellos le
dijeron: Estás loca. Mas ella afirmaba que así era. Entonces ellos decían: Su
ángel es.
Mas Pedro
perseveraba en llamar: y cuando abrieron, viéronle, y se espantaron.
Mas Él
haciéndoles con la mano señal de que callasen, les contó cómo el Señor le había
sacado de la cárcel. Y dijo: Haced saber esto á Jacobo y á los hermanos. Y
salió, y partió á otro lugar.
Luego que fué
de día, hubo no poco alboroto entre los soldados sobre qué se había hecho de
Pedro.
Mas Herodes,
como le buscó y no le halló, hecha inquisición de los guardas, los mandó
llevar. Después descendiendo de Judea á Cesarea, se quedó allí.
Y Herodes
estaba enojado contra los de Tiro y los de Sidón: mas ellos vinieron concordes
á Él, y sobornado Blasto, que era el camarero del rey, pedían paz; porque las
tierras de ellos eran abastecidas por las del rey.
Y un día
señalado, Herodes vestido de ropa real, se sentó en el tribunal, y arengóles.
Y el pueblo
aclamaba: Voz de Dios, y no de hombre.
Y luego el
ángel del Señor le hirió, por cuanto no dió la gloria á Dios; y espiró comido
de gusanos.
Mas la
palabra del Señor crecía y era multiplicada.
Y Bernabé y
Saulo volvieron de Jerusalem cumplido su servicio, tomando también consigo á
Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos.
Capítulo 13
HABÍA
entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y doctores: Bernabé, y
Simón el que se llamaba Niger, y Lucio Cireneo, y Manahén, que había sido
criado con Herodes el tetrarca, y Saulo.
Ministrando
pues éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme á Bernabé y
á Saulo para la obra para la cual los he llamado.
Entonces
habiendo ayunado y orado, y puesto las manos encima de ellos, despidiéronlos.
Y ellos,
enviados así por el Espíritu Santo, descendieron á Seleucia: y de allí
navegaron á Cipro.
Y llegados á
Salamina, anunciaban la palabra de Dios en las sinagogas de los Judíos: y
tenían también á Juan en el ministerio.
Y habiendo
atravesado toda la isla hasta Papho, hallaron un hombre mago, falso profeta,
Judío, llamado Barjesús;
El cual
estaba con el procónsul Sergio Paulo, varón prudente. Este, llamando á Bernabé
y á Saulo, deseaba oír la palabra de Dios.
Mas les
resistía Elimas el encantador (que así se interpreta su nombre), procurando
apartar de la fe al procónsul.
Entonces
Saulo, que también es Pablo, lleno del Espíritu Santo, poniendo en Él los ojos,
Dijo: Oh,
lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda
justicia, ¿no cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor?
Ahora pues,
he aquí la mano del Señor es contra ti, y serás ciego, que no veas el sol por
tiempo. Y luego cayeron en Él obscuridad y tinieblas; y andando alrededor,
buscaba quién le condujese por la mano.
Entonces el
procónsul, viendo lo que había sido hecho, creyó, maravillado de la doctrina
del Señor.
Y partidos de
Papho, Pablo y sus compañeros arribaron á Perge de Pamphylia: entonces Juan,
apartándose de ellos, se volvió á Jerusalem.
Y ellos
pasando de Perge, llegaron á Antioquía de Pisidia, y entrando en la sinagoga un
día de sábado, sentáronse.
Y después de
la lectura de la ley y de los profetas, los príncipes de la sinagoga enviaron á
ellos, diciendo: Varones hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación para
el pueblo, hablad.
Entonces
Pablo, levantándose, hecha señal de silencio con la mano, dice: Varones
Israelitas, y los que teméis á Dios, oid:
El Dios del
pueblo de Israel escogió á nuestros padres, y ensalzó al pueblo, siendo ellos
extranjeros en la tierra de Egipto, y con brazo levantado los sacó de ella.
Y por tiempo
como de cuarenta años soportó sus costumbres en el desierto;
Y destruyendo
siete naciones en la tierra de Canaán, les repartió por suerte la tierra de
ellas.
Y después,
como por cuatrocientos y cincuenta años, dió les jueces hasta el profeta
Samuel.
Y entonces
demandaron rey; y les dió Dios á Saúl, hijo de Cis, varón de la tribu de
Benjamín, por cuarenta años.
Y quitado
aquél, levantóles por rey á David, el que dió también testimonio, diciendo: He
hallado á David, hijo de Jessé, varón conforme á mi corazón, el cual hará todo
lo que yo quiero.
De la
simiente de éste, Dios, conforme á la promesa, levantó á Jesús por Salvador á
Israel;
Predicando
Juan delante de la faz de su venida el bautismo de arrepentimiento á todo el
pueblo de Israel.
Mas como Juan
cumpliese su carrera, dijo: ¿Quién pensáis que soy? No soy yo Él; mas he aquí,
viene tras mí uno, cuyo calzado de los pies no soy digno de desatar.
Varones
hermanos, hijos del linaje de Abraham, y los que entre vosotros temen á Dios, á
vosotros es enviada la palabra de esta salud.
Porque los
que habitaban en Jerusalem, y sus príncipes, no conociendo á éste, y las voces
de los profetas que se leen todos los sábados, condenándoles, las cumplieron.
Y sin hallar
en Él causa de muerte, pidieron á Pilato que le matasen.
Y habiendo
cumplido todas las cosas que de Él estaban escritas, quitándolo del madero, lo
pusieron en el sepulcro.
Mas Dios le
levantó de los muertos.
Y Él fué
visto por muchos días de los que habían subido juntamente con Él de Galilea á
Jerusalem, los cuales son sus testigos al pueblo.
Y nosotros
también os anunciamos el evangelio de aquella promesa que fué hecha á los
padres,
La cual Dios
ha cumplido á los hijos de ellos, á nosotros, resucitando á Jesús: como también
en el salmo segundo está escrito: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy.
Y que le
levantó de los muertos para nunca más volver á corrupción, así lo dijo: Os daré
las misericordias fieles de David.
Por eso dice
también en otro lugar: No permitirás que tu Santo vea corrupción.
Porque á la
verdad David, habiendo servido en su edad á la voluntad de Dios, durmió, y fué
juntado con sus padres, y vió corrupción.
Mas aquel que
Dios levantó, no vió corrupción.
Séaos pues
notorio, varones hermanos, que por éste os es anunciada remisión de pecados,
Y de todo lo
que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en éste es justificado
todo aquel que creyere.
Mirad, pues,
que no venga sobre vosotros lo que está dicho en los profetas;
Mirad, oh
menospreciadores, y entonteceos, y desvaneceos; Porque yo obro una obra en
vuestros días, Obra que no creeréis, si alguien os la contare.
Y saliendo
ellos de la sinagoga de los Judíos, los Gentiles les rogaron que el sábado
siguiente les hablasen estas palabras.
Y despedida
la congregación, muchos de los Judíos y de los religiosos prosélitos siguieron
á Pablo y á Bernabé; los cuales hablándoles, les persuadían que permaneciesen
en la gracia de Dios.
Y el sábado
siguiente se juntó casi toda la ciudad á oir la palabra de Dios.
Mas los
Judíos, visto el gentío, llenáronse de celo, y se oponían á lo que Pablo decía,
contradiciendo y blasfemando.
Entonces
Pablo y Bernabé, usando de libertad, dijeron: A vosotros á la verdad era
menester que se os hablase la palabra de Dios; mas pues que la desecháis, y os
juzgáis indignos de la vida eterna, he aquí, nos volvemos á los Gentiles.
Porque así
nos ha mandado el Señor, diciendo: Te he puesto para luz de los Gentiles, Para
que seas salud hasta lo postrero de la tierra.
Y los
Gentiles oyendo esto, fueron gozosos, y glorificaban la palabra del Señor: y
creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna.
Y la palabra
del Señor era sembrada por toda aquella provincia.
Mas los
Judíos concitaron mujeres pías y honestas, y á los principales de la ciudad, y
levantaron persecución contra Pablo y Bernabé, y los echaron de sus términos.
Ellos
entonces sacudiendo en ellos el polvo de sus pies, vinieron á Iconio.
Y los
discípulos estaban llenos de gozo, y del Espíritu Santo.
Capítulo 14
Y ACONTECIÓ
en Iconio, que entrados juntamente en la sinagoga de los Judíos, hablaron de
tal manera, que creyó una grande multitud de Judíos, y asimismo de Griegos.
Mas los
Judíos que fueron incrédulos, incitaron y corrompieron los ánimos de los
Gentiles contra los hermanos.
Con todo eso
se detuvieron allí mucho tiempo, confiados en el Señor, el cual daba testimonio
á la palabra de su gracia, dando que señales y milagros fuesen hechos por las
manos de ellos.
Mas el vulgo
de la ciudad estaba dividido; y unos eran con los Judíos, y otros con los
apóstoles.
Y haciendo
ímpetu los Judíos y los Gentiles juntamente con sus príncipes, para afrentarlos
y apedrearlos,
Habiéndolo
entendido, huyeron á Listra y Derbe, ciudades de Licaonia, y por toda la tierra
alrededor.
Y allí
predicaban el evangelio.
Y un hombre
de Listra, impotente de los pies, estaba sentado, cojo desde el vientre de su
madre, que jamás había andado.
Este oyó
hablar á Pablo; el cual, como puso los ojos en Él, y vió que tenía fe para ser
sano,
Dijo á gran
voz: Levántate derecho sobre tus pies. Y saltó, y anduvo.
Entonces las
gentes, visto lo que Pablo había hecho, alzaron la voz, diciendo en lengua
licaónica: Dioses semejantes á hombres han descendido á nosotros.
Y á Bernabé
llamaban Júpiter, y á Pablo, Mercurio, porque era el que llevaba la palabra.
Y el
sacerdote de Júpiter, que estaba delante de la ciudad de ellos, trayendo toros
y guirnaldas delante de las puertas, quería con el pueblo sacrificar.
Y como lo
oyeron los apóstoles Bernabé y Pablo, rotas sus ropas, se lanzaron al gentío,
dando voces,
Y diciendo:
Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes á
vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo,
que hizo el cielo y la tierra, y la mar, y todo lo que está en ellos:
El cual en
las edades pasadas ha dejado á todas las gentes andar en sus caminos;
Si bien no se
dejó á sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y
tiempos fructíferos, hinchiendo de mantenimiento y de alegría nuestros
corazones.
Y diciendo
estas cosas, apenas apaciguaron el pueblo, para que no les ofreciesen
sacrificio.
Entonces
sobrevinieron unos Judíos de Antioquía y de Iconio, que persuadieron á la
multitud, y habiendo apedreado á Pablo, le sacaron fuera de la ciudad, pensando
que estaba muerto.
Mas
rodeándole los discípulos, se levantó y entró en la ciudad y un día después,
partió con Bernabé á Derbe.
Y como
hubieron anunciado el evangelio á aquella ciudad, y enseñado á muchos,
volvieron á Listra, y á Iconio, y á Antioquía,
Confirmando
los ánimos de los discípulos, exhortándoles á que permaneciesen en la fe, y que
es menester que por muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios.
Y habiéndoles
constituído ancianos en cada una de las iglesias, y habiendo orado con ayunos,
los encomendaron al Señor en el cual habían creído.
Y pasando por
Pisidia vinieron á Pamphylia.
Y habiendo
predicado la palabra en Perge, descendieron á Atalia;
Y de allí
navegaron á Antioquía, donde habían sido encomendados á la gracia de Dios para
la obra que habían acabado.
Y habiendo
llegado, y reunido la iglesia, relataron cuán grandes cosas había Dios hecho
con ellos, y cómo había abierto á los Gentiles la puerta de la fe.
Y se quedaron
allí mucho tiempo con los discípulos.
Capítulo 15
ENTONCES
algunos que venían de Judea enseñaban á los hermanos: Que si no os circuncidáis
conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos.
Así que,
suscitada una disensión y contienda no pequeña á Pablo y á Bernabé contra
ellos, determinaron que subiesen Pablo y Bernabé á Jerusalem, y algunos otros
de ellos, á los apóstoles y á los ancianos, sobre esta cuestión.
Ellos, pues,
habiendo sido acompañados de la iglesia, pasaron por la Fenicia y Samaria,
contando la conversión de los Gentiles; y daban gran gozo á todos los hermanos.
Y llegados á
Jerusalem, fueron recibidos de la iglesia y de los apóstoles y de los ancianos:
y refirieron todas las cosas que Dios había hecho con ellos.
Mas algunos
de la secta de los Fariseos, que habían creído, se levantaron, diciendo: Que es
menester circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés.
Y se juntaron
los apóstoles y los ancianos para conocer de este negocio.
Y habiendo
habido grande contienda, levantándose Pedro, les dijo: Varones hermanos,
vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los Gentiles
oyesen por mi boca la palabra del evangelio, y creyesen.
Y Dios, que
conoce los corazones, les dió testimonio, dándoles el Espíritu Santo también
como á nosotros;
Y ninguna
diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando con la fe sus corazones.
Ahora pues,
¿por qué tentáis á Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos yugo, que
ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?
Antes por la
gracia del Señor Jesús creemos que seremos salvos, como también ellos.
Entonces toda
la multitud calló, y oyeron á Bernabé y á Pablo, que contaban cuán grandes
maravillas y señales Dios había hecho por ellos entre los Gentiles.
Y después que
hubieron callado, Jacobo respondió, diciendo: Varones hermanos, oidme:
Simón ha
contado cómo Dios primero visitó á los Gentiles, para tomar de ellos pueblo
para su nombre;
Y con esto
concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito:
Después de
esto volveré Y restauraré la habitación de David, que estaba caída; Y repararé
sus ruinas, Y la volveré á levantar;
Para que el
resto de los hombres busque al Señor, Y todos los Gentiles, sobre los cuales es
llamado mi nombre, Dice el Señor, que hace todas estas cosas.
Conocidas son
á Dios desde el siglo todas sus obras.
Por lo cual
yo juzgo, que los que de los Gentiles se convierten á Dios, no han de ser
inquietados;
Sino
escribirles que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, y de
fornicación, y de ahogado, y de sangre.
Porque Moisés
desde los tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien le predique en las
sinagogas, donde es leído cada sábado.
Entonces
pareció bien á los apóstoles y á los ancianos, con toda la iglesia, elegir
varones de ellos, y enviarlos á Antioquía con Pablo y Bernabé: á Judas que
tenía por sobrenombre Barsabas, y á Silas, varones principales entre los
hermanos;
Y escribir
por mano de ellos: Los apóstoles y los ancianos y los hermanos, á los hermanos
de los Gentiles que están en Antioquía, y en Siria, y en Cilicia, salud:
Por cuanto
hemos oído que algunos que han salido de nosotros, os han inquietado con
palabras, trastornando vuestras almas, mandando circuncidaros y guardar la ley,
á los cuales no mandamos;
Nos ha
parecido, congregados en uno, elegir varones, y enviarlos á vosotros con
nuestros amados Bernabé y Pablo,
Hombres que
han expuesto sus vidas por el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Así que,
enviamos á Judas y á Silas, los cuales también por palabra os harán saber lo
mismo.
Que ha
parecido bien al Espíritu Santo, y á nosotros, no imponeros ninguna carga más
que estas cosas necesarias:
Que os
abstengáis de cosas sacrificadas á ídolos, y de sangre, y de ahogado, y de
fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien.
Ellos
entonces enviados, descendieron á Antioquía; y juntando la multitud, dieron la
carta.
La cual, como
leyeron, fueron gozosos de la consolación.
Judas también
y Silas, como ellos también eran profetas, consolaron y confirmaron á los
hermanos con abundancia de palabra.
Y pasando
allí algún tiempo, fueron enviados de los hermanos á los apóstoles en paz.
Mas á Silas
pareció bien el quedarse allí.
Y Pablo y
Bernabé se estaban en Antioquía, enseñando la palabra del Señor y anunciando el
evangelio con otros muchos.
Y después de
algunos días, Pablo dijo á Bernabé: Volvamos á visitar á los hermanos por todas
las ciudades en las cuales hemos anunciado la palabra del Señor, cómo están.
Y Bernabé
quería que tomasen consigo á Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos;
Mas á Pablo
no le parecía bien llevar consigo al que se había apartado de ellos desde
Pamphylia, y no había ido con ellos á la obra.
Y hubo tal
contención entre ellos, que se apartaron el uno del otro; y Bernabé tomando á
Marcos, navegó á Cipro.
Y Pablo
escogiendo á Silas, partió encomendado de los hermanos á la gracia del Señor.
Y anduvo la
Siria y la Cilicia, confirmando á las iglesias.
Capítulo 16
DESPUÉS llegó
á Derbe, y á Listra: y he aquí, estaba allí un discípulo llamado Timoteo, hijo
de una mujer Judía fiel, mas de padre Griego.
De éste daban
buen testimonio los hermanos que estaban en Listra y en Iconio.
Este quiso
Pablo que fuese con Él; y tomándole, le circuncidó por causa de los Judíos que
estaban en aquellos lugares; porque todos sabían que su padre era Griego.
Y como
pasaban por las ciudades, les daban que guardasen los decretos que habían sido
determinados por los apóstoles y los ancianos que estaban en Jerusalem.
Así que, las
iglesias eran confirmadas en fe, y eran aumentadas en número cada día.
Y pasando á
Phrygia y la provincia de Galacia, les fué prohibido por el Espíritu Santo
hablar la palabra en Asia.
Y como
vinieron á Misia, tentaron de ir á Bithynia; mas el Espíritu no les dejó.
Y pasando á
Misia, descendieron á Troas.
Y fué
mostrada á Pablo de noche una visión: Un varón Macedonio se puso delante,
rogándole, y diciendo: Pasa á Macedonia, y ayúdanos.
Y como vió la
visión, luego procuramos partir á Macedonia, dando por cierto que Dios nos
llamaba para que les anunciásemos el evangelio.
Partidos pues
de Troas, vinimos camino derecho á Samotracia, y el día siguiente á Neápolis;
Y de allí á
Filipos, que es la primera ciudad de la parte de Macedonia, y una colonia; y
estuvimos en aquella ciudad algunos días.
Y un día de
sábado salimos de la puerta junto al río, donde solía ser la oración; y
sentándonos, hablamos á las mujeres que se habían juntado.
Entonces una
mujer llamada Lidia, que vendía púrpura en la ciudad de Tiatira, temerosa de
Dios, estaba oyendo; el corazón de la cual abrió el Señor para que estuviese
atenta á lo que Pablo decía.
Y cuando fué
bautizada, y su familia, nos rogó, diciendo: Si habéis juzgado que yo sea fiel
al Señor, entrad en mi casa, y posad: y constriñónos.
Y aconteció,
que yendo nosotros á la oración, una muchacha que tenía espíritu pitónico, nos
salió al encuentro, la cual daba grande ganancia á sus amos adivinando.
Esta,
siguiendo á Pablo y á nosotros, daba voces, diciendo: Estos hombres son siervos
del Dios Alto, los cuales os anuncian el camino de salud.
Y esto hacía
por muchos días; mas desagradando á Pablo, se volvió y dijo al espíritu: Te
mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella. Y salió en la misma hora.
Y viendo sus
amos que había salido la esperanza de su ganancia, prendieron á Pablo y á
Silas, y los trajeron al foro, al magistrado;
Y
presentándolos á los magistrados, dijeron: Estos hombres, siendo Judíos,
alborotan nuestra ciudad,
Y predican
ritos, los cuales no nos es lícito recibir ni hacer, pues somos Romanos.
Y agolpóse el
pueblo contra ellos: y los magistrados rompiéndoles sus ropas, les mandaron
azotar con varas.
Y después que
los hubieron herido de muchos azotes, los echaron en la cárcel, mandando al
carcelero que los guardase con diligencia:
El cual,
recibido este mandamiento, los metió en la cárcel de más adentro; y les apretó
los pies en el cepo.
Mas á media
noche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos á Dios: y los que estaban presos
los oían.
Entonces fué
hecho de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la
cárcel se movían; y luego todas las puertas se abrieron, y las prisiones de
todos soltaron.
Y despertado
el carcelero, como vió abiertas las puertas de la cárcel, sacando la espada se
quería matar, pensando que los presos se habían huído.
Mas Pablo
clamó á gran voz, diciendo: No te hagas ningún mal; que todos estamos aquí.
El entonces pidiendo
luz, entró dentro, y temblando, derribóse á los pies de Pablo y de Silas;
Y sacándolos
fuera, le dice: Señores, ¿qué es menester que yo haga para ser salvo?
Y ellos
dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú, y tu casa.
Y le hablaron
la palabra del Señor, y á todos los que estaban en su casa.
Y tomándolos
en aquella misma hora de la noche, les lavó los azotes; y se bautizó luego Él,
y todos los suyos.
Y llevándolos
á su casa, les puso la mesa: y se gozó de que con toda su casa había creído á
Dios.
Y como fué,
día, los magistrados enviaron los alguaciles, diciendo: Deja ir á aquellos
hombres.
Y el
carcelero hizo saber estas palabras á Pablo: Los magistrados han enviado á
decir que seáis sueltos: así que ahora salid, é id en paz.
Entonces
Pablo les dijo: Azotados públicamente sin ser condenados, siendo hombres
Romanos, nos echaron en la cárcel; y ¿ahora nos echan encubiertamente? No, de
cierto, sino vengan ellos y sáquennos.
Y los
alguaciles volvieron á decir á los magistrados estas palabras: y tuvieron
miedo, oído que eran Romanos.
Y viniendo,
les rogaron; y sacándolos, les pidieron que se saliesen de la ciudad.
Entonces
salidos de la cárcel, entraron en casa de Lidia; y habiendo visto á los
hermanos, los consolaron, y se salieron.
Capítulo 17
Y PASANDO por
Amphípolis y Apolonia, llegaron á Tesalónica, donde estaba la sinagoga de los
Judíos.
Y Pablo, como
acostumbraba, entró á ellos, y por tres sábados disputó con ellos de las
Escrituras,
Declarando y
proponiendo, que convenía que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos;
y que Jesús, el cual yo os anuncio, decía Él, éste era el Cristo.
Y algunos de
ellos creyeron, y se juntaron con Pablo y con Silas; y de los Griegos
religiosos grande multitud, y mujeres nobles no pocas.
Entonces los
Judíos que eran incrédulos, teniendo celos, tomaron consigo á algunos ociosos,
malos hombres, y juntando compañía, alborotaron la ciudad; y acometiendo á la
casa de Jasón, procuraban sacarlos al pueblo.
Mas no
hallándolos, trajeron á Jasón y á algunos hermanos á los gobernadores de la
ciudad, dando voces: Estos que alborotan el mundo, también han venido acá;
A los cuales
Jasón ha recibido; y todos estos hacen contra los decretos de César, diciendo
que hay otro rey, Jesús.
Y alborotaron
al pueblo y á los gobernadores de la ciudad, oyendo estas cosas.
Mas recibida
satisfacción de Jasón y de los demás, los soltaron.
Entonces los
hermanos, luego de noche, enviaron á Pablo y á Silas á Berea; los cuales
habiendo llegado, entraron en la sinagoga de los Judíos.
Y fueron
éstos más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra
con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras, si estas cosas eran
así.
Así que
creyeron muchos de ellos; y mujeres Griegas de distinción, y no pocos hombres.
Mas como
entendieron los Judíos de Tesalónica que también en Berea era anunciada la
palabra de Dios por Pablo, fueron, y también allí tumultuaron al pueblo.
Empero luego
los hermanos enviaron á Pablo que fuese como á la mar; y Silas y Timoteo se
quedaron allí.
Y los que
habían tomado á cargo á Pablo, le llevaron hasta Atenas; y tomando encargo para
Silas y Timoteo, que viniesen á Él lo más presto que pudiesen, partieron.
Y
esperándolos Pablo en Atenas, su espíritu se deshacía en Él viendo la ciudad
dada á idolatría.
Así que,
disputaba en la sinagoga con los Judíos y religiosos; y en la plaza cada día
con los que le ocurrían.
Y algunos
filósofos de los Epicúreos y de los Estóicos, disputaban con Él; y unos decían:
¿Qué quiere decir este palabrero? Y otros: Parece que es predicador de nuevos
dioses: porque les predicaba á Jesús y la resurrección.
Y tomándole,
le trajeron al Areópago, diciendo: ¿Podremos saber qué sea esta nueva doctrina
que dices?
Porque pones
en nuestros oídos unas nuevas cosas: queremos pues saber qué quiere ser esto.
(Entonces
todos los Atenienses y los huéspedes extranjeros, en ninguna otra cosa
entendían, sino ó en decir ó en oir alguna cosa nueva.)
Estando pues
Pablo en medio del Areópago, dijo: Varones Atenienses, en todo os veo como más
supersticiosos;
Porque
pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba
esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Aquél pues, que vosotros honráis sin
conocerle, á éste os anuncio yo.
El Dios que
hizo el mundo y todas las cosas que en Él hay, éste, como sea Señor del cielo y
de la tierra, no habita en templos hechos de manos,
Ni es honrado
con manos de hombres, necesitado de algo; pues Él da á todos vida, y
respiración, y todas las cosas;
Y de una
sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habitasen sobre toda la
faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los términos de
los habitación de ellos;
Para que
buscasen á Dios, si en alguna manera, palpando, le hallen; aunque cierto no
está lejos de cada uno de nosotros:
Porque en Él
vivimos, y nos movemos, y somos; como también algunos de vuestros poetas
dijeron: Porque linaje de éste somos también.
Siendo pues
linaje de Dios, no hemos de estimar la Divinidad ser semejante á oro, ó á
plata, ó á piedra, escultura de artificio ó de imaginación de hombres.
Empero Dios,
habiendo disimulado los tiempos de esta ignorancia, ahora denuncia á todos los
hombres en todos los lugares que se arrepientan:
Por cuanto ha
establecido un día, en el cual ha de juzgar al mundo con justicia, por aquel
varón al cual determinó; dando fe á todos con haberle levantado de los muertos.
Y así como
oyeron de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Te
oiremos acerca de esto otra vez.
Y así Pablo
se salió de en medio de ellos.
Mas algunos
creyeron, juntándose con Él; entre los cuales también fué Dionisio el del
Areópago, y una mujer llamada Dámaris, y otros con ellos.
Capítulo 18
PASADAS estas
cosas, Pablo partió de Atenas, y vino á Corinto.
Y hallando á
un Judío llamado Aquila, natural del Ponto, que hacía poco que había venido de
Italia, y á Priscila su mujer, (porque Claudio había mandado que todos los
Judíos saliesen de Roma) se vino á ellos;
Y porque era
de su oficio, posó con ellos, y trabajaba; porque el oficio de ellos era hacer
tiendas.
Y disputaba
en la sinagoga todos los sábados, y persuadía á Judíos y á Griegos.
Y cuando
Silas y Timoteo vinieron de Macedonia, Pablo estaba constreñido por la palabra,
testificando á los Judíos que Jesús era el Cristo.
Mas
contradiciendo y blasfemando ellos, les dijo: sacudiendo sus vestidos: Vuestra
sangre sea sobre vuestra cabeza; yo, limpio; desde ahora me iré á los Gentiles.
Y partiendo
de allí, entró en casa de uno llamado Justo, temeroso de Dios, la casa del cual
estaba junto á la sinagoga.
Y Crispo, Él
prepósito de la sinagoga, creyó al Señor con toda su casa: y muchos de los
Corintios oyendo creían, y eran bautizados.
Entonces Él
Señor dijo de noche en visión á Pablo: No temas, sino habla, y no calles:
Porque yo
estoy contigo, y ninguno te podrá hacer mal; porque yo tengo mucho pueblo en
esta ciudad.
Y se detuvo
allí un año y seis meses, enseñándoles la palabra de Dios.
Y siendo
Galión procónsul de Acaya, los Judíos se levantaron de común acuerdo contra
Pablo, y le llevaron al tribunal,
Diciendo: Que
éste persuade á los hombres á honrar á Dios contra la ley.
Y comenzando
Pablo á abrir la boca, Galión dijo á los Judíos: Si fuera algún agravio ó algún
crimen enorme, oh Judíos, conforme á derecho yo os tolerara:
Mas si son
cuestiones de palabras, y de nombres, y de vuestra ley, vedlo vosotros; porque
yo no quiero ser juez de estas cosas.
Y los echó
del tribunal.
Entonces
todos los Griegos tomando á Sóstenes, prepósito de la sinagoga, le herían
delante del tribunal: y á Galión nada se le daba de ello.
Mas Pablo
habiéndose detenido aún allí muchos días, después se despidió de los hermanos,
y navegó á Siria, y con Él Priscila y Aquila, habiéndose trasquilado la cabeza
en Cencreas, porque tenía voto.
Y llegó á
Efeso, y los dejó allí: y Él entrando en la sinagoga, disputó con los Judíos,
Los cuales le
rogaban que se quedase con ellos por más tiempo; mas no accedió.
Sino que se
despidió de ellos, diciendo: Es menester que en todo caso tenga la fiesta que
viene, en Jerusalem; mas otra vez volveré á vosotros, queriendo Dios. Y partió
de Efeso.
Y habiendo
arribado á Cesarea subió á Jerusalem; y después de saludar á la iglesia,
descendió á Antioquía.
Y habiendo
estado allí algún tiempo, partió, andando por orden la provincia de Galacia, y
la Phrygia, confirmando á todos los discípulos.
Llegó
entonces á Efeso un Judío, llamado Apolos, natural de Alejandría, varón
elocuente, poderoso en las Escrituras.
Este era
instruído en el camino del Señor; y ferviente de espíritu, hablaba y enseñaba
diligentemente las cosas que son del Señor, enseñando solamente en el bautismo
de Juan.
Y comenzó á
hablar confiadamente en la sinagoga: al cual como oyeron Priscila y Aquila, le
tomaron, y le declararon más particularmente el camino de Dios.
Y queriendo
Él pasar á Acaya, los hermanos exhortados, escribieron á los discípulos que le
recibiesen; y venido Él, aprovechó mucho por la gracia á los que habían creído:
Porque con
gran vehemencia convencía públicamente á los Judíos, mostrando por las
Escrituras que Jesús era el Cristo.
Capítulo 19
Y ACONTECIÓ
que entre tanto que Apolos estaba en Corinto, Pablo, andadas las regiones
superiores, vino á Efeso, y hallando ciertos discípulos,
Díjoles:
¿Habéis recibido el Espíritu Santo después que creísteis? Y ellos le dijeron:
Antes ni aun hemos oído si hay Espíritu Santo.
Entonces
dijo: ¿En qué pues sois bautizados? Y ellos dijeron: En el bautismo de Juan.
Y dijo Pablo:
Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen
en el que había de venir después de Él, es á saber, en Jesús el Cristo.
Oído que
hubieron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús.
Y habiéndoles
impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en
lenguas, y profetizaban.
Y eran en
todos como unos doce hombres.
Y entrando Él
dentro de la sinagoga, hablaba libremente por espacio de tres meses, disputando
y persuadiendo del reino de Dios.
Mas
endureciéndose algunos y no creyendo, maldiciendo el Camino delante de la
multitud, apartándose Pablo de ellos separó á los discípulos, disputando cada
día en la escuela de un cierto Tyranno.
Y esto fué
por espacio de dos años; de manera que todos los que habitaban en Asia, Judíos
y Griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús.
Y hacía Dios
singulares maravillas por manos de Pablo:
De tal manera
que aun se llevaban sobre los enfermos los sudarios y los pañuelos de su
cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los malos espíritus salían de
ellos.
Y algunos de
los Judíos, exorcistas vagabundos, tentaron á invocar el nombre del Señor Jesús
sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: Os conjuro por Jesús, el que
Pablo predica.
Y había siete
hijos de un tal Sceva, Judío, príncipe de los sacerdotes, que hacían esto.
Y
respondiendo el espíritu malo, dijo: A Jesús conozco y sé quién es Pablo: mas
vosotros ¿quiénes sois?
Y el hombre
en quien estaba el espíritu malo, saltando en ellos, y enseñoreándose de ellos,
pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa desnudos y
heridos.
Y esto fué
notorio á todos, así Judíos como Griegos, los que habitaban en Efeso: y cayó
temor sobre todos ellos, y era ensalzado el nombre del Señor Jesús.
Y muchos de
los que habían creído, venían, confesando y dando cuenta de sus hechos.
Asimismo
muchos de los que habían practicado vanas artes, trajeron los libros, y los
quemaron delante de todos; y echada la cuenta del precio de ellos, hallaron ser
cincuenta mil denarios.
Así crecía
poderosamente la palabra del Señor, y prevalecía.
Y acabadas
estas cosas, se propuso Pablo en espíritu partir á Jerusalem, después de andada
Macedonia y Acaya, diciendo: Después que hubiere estado allá me será menester
ver también á Roma.
Y enviando á
Macedonia á dos de los que le ayudaban, Timoteo y Erasto, Él se estuvo por
algún tiempo en Asia.
Entonces hubo
un alboroto no pequeño acerca del Camino.
Porque un
platero llamado Demetrio, el cual hacía de plata templecillos de Diana, daba á
los artífices no poca ganancia;
A los cuales,
reunidos con los oficiales de semejante oficio, dijo: Varones, sabéis que de
este oficio tenemos ganancia;
Y veis y oís
que este Pablo, no solamente en Efeso, sino á muchas gentes de casi toda el
Asia, ha apartado con persuasión, diciendo, que no son dioses los que se hacen
con las manos.
Y no
solamente hay peligro de que este negocio se nos vuelva en reproche, sino
también que el templo de la gran diosa Diana sea estimado en nada, y comience á
ser destruída su majestad, la cual honra toda el Asia y el mundo.
Oídas estas
cosas, llenáronse de ira, y dieron alarido diciendo: ¡Grande es Diana de los
Efesios!
Y la ciudad
se llenó de confusión; y unánimes se arrojaron al teatro, arrebatando á Gayo y
á Aristarco, Macedonios, compañeros de Pablo.
Y queriendo
Pablo salir al pueblo, los discípulos no le dejaron.
También
algunos de los principales de Asia, que eran sus amigos, enviaron á Él rogando
que no se presentase en el teatro.
Y otros
gritaban otra cosa; porque la concurrencia estaba confusa, y los más no sabían por
qué se habían juntado.
Y sacaron de
entre la multitud á Alejandro, empujándole los Judíos. Entonces Alejandro,
pedido silencio con la mano, quería dar razón al pueblo.
Mas como
conocieron que era Judío, fué hecha un voz de todos, que gritaron casi por dos
horas: ¡Grande es Diana de los Efesios!
Entonces el
escribano, apaciguado que hubo la gente, dijo: Varones Efesios ¿y quién hay de
los hombres que no sepa que la ciudad de los Efesios es honradora de la gran
diosa Diana, y de la imagen venida de Júpiter?
Así que, pues
esto no puede ser contradicho, conviene que os apacigüéis, y que nada hagáis
temerariamente;
Pues habéis
traído á estos hombres, sin ser sacrílegos ni blasfemadores de vuestra diosa.
Que si
Demetrio y los oficiales que están con Él tienen negocio con alguno, audiencias
se hacen, y procónsules hay; acúsense los unos á los otros.
Y si
demandáis alguna otra cosa, en legítima asamblea se pueda decidir.
Porque
peligro hay de que seamos argüidos de sedición por hoy, no habiendo ninguna
causa por la cual podamos dar razón de este concurso.
(19-40) Y
habiendo dicho esto, despidió la concurrencia.
Capítulo 20
Y DESPUÉS que
cesó el alboroto, llamando Pablo á los discípulos habiéndoles exhortado y
abrazado, se despidió, y partió para ir á Macedonia.
Y andado que
hubo aquellas partes, y exhortádoles con abundancia de palabra, vino á Grecia.
Y después de
haber estado allí tres meses, y habiendo de navegar á Siria, le fueron puestas
asechanzas por los Judíos; y así tomó consejo de volverse por Macedonia.
Y le
acompañaron hasta Asia Sopater Bereense, y los Tesalonicenses, Aristarco y
Segundo; y Gayo de Derbe, y Timoteo; y de Asia, Tychîco y Trófimo.
Estos yendo
delante, nos esperaron en Troas.
Y nosotros,
pasados los días de los panes sin levadura, navegamos de Filipos y vinimos á
ellos á Troas en cinco días, donde estuvimos siete días.
Y el día
primero de la semana, juntos los discípulos á partir el pan, Pablo les
enseñaba, habiendo de partir al día siguiente: y alargó el discurso hasta la
media noche.
Y había
muchas lámparas en el aposento alto donde estaban juntos.
Y un mancebo
llamado Eutichô que estaba sentado en la ventana, tomado de un sueño profundo,
como Pablo disputaba largamente, postrado del sueño cayó del tercer piso abajo,
y fué alzado muerto.
Entonces
descendió Pablo, y derribóse sobre Él, y abrazándole, dijo: No os alborotéis,
que su alma está en Él.
Después
subiendo, y partiendo el pan, y gustando, habló largamente hasta el alba, y así
partió.
Y llevaron al
mozo vivo, y fueron consolados no poco.
Y nosotros
subiendo en el navío, navegamos á Assón, para recibir de allí á Pablo; pues así
había determinado que debía Él ir por tierra.
Y como se
juntó con nosotros en Assón, tomándole vinimos á Mitilene.
Y navegamos
de allí, al día siguiente llegamos delante de Chîo, y al otro día tomamos
puerto en Samo: y habiendo reposado en Trogilio, al día siguiente llegamos á
Mileto.
Porque Pablo
se había propuesto pasar adelante de Efeso, por no detenerse en Asia: porque se
apresuraba por hacer el día de Pentecostés, si le fuese posible, en Jerusalem.
Y enviando
desde Mileto á Efeso, hizo llamar á los ancianos de la iglesia.
Y cuando
vinieron á Él, les dijo: Vosotros sabéis cómo, desde el primer día que entré en
Asia, he estado con vosotros por todo el tiempo,
Sirviendo al
Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y tentaciones que me han venido
por las asechanzas de los Judíos:
Cómo nada que
fuese útil he rehuído de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas,
Testificando
á los Judíos y á los Gentiles arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro
Señor Jesucristo.
Y ahora, he
aquí, ligado yo en espíritu, voy á Jerusalem, sin saber lo que allá me ha de
acontecer:
Mas que el
Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que prisiones
y tribulaciones me esperan.
Mas de
ninguna cosa hago caso, ni estimo mi vida preciosa para mí mismo; solamente que
acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar
testimonio del evangelio de la gracia de Dios.
Y ahora, he
aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, por quien he pasado predicando el
reino de Dios, verá más mi rostro.
Por tanto, yo
os protesto el día de hoy, que yo soy limpio de la sangre de todos:
Porque no he
rehuído de anunciaros todo el consejo de Dios.
Por tanto
mirad por vosotros y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto
por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual ganó por su sangre.
Porque yo sé
que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no
perdonarán al ganado;
Y de vosotros
mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas, para llevar discípulos
tras sí.
Por tanto,
velad, acordándoos que por tres años de noche y de día, no he cesado de
amonestar con lágrimas á cada uno.
Y ahora,
hermanos, os encomiendo á Dios, y á la palabra de su gracia: el cual es
poderoso para sobreedificar, y daros heredad con todos los santificados.
La plata, ó
el oro, ó el vestido de nadie he codiciado.
Antes
vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario, y á los que están
conmigo, estas manos me han servido.
En todo os he
enseñado que, trabajando así, es necesario sobrellevar á los enfermos, y tener
presente las palabras del Señor Jesús, el cual dijo: Más bienaventurada cosa es
dar que recibir.
Y como hubo
dicho estas cosas, se puso de rodillas, y oró con todos ellos.
Entonces hubo
un gran lloro de todos: y echándose en el cuello de Pablo, le besaban,
Doliéndose en
gran manera por la palabra que dijo, que no habían de ver más su rostro. Y le
acompañaron al navío.
Capítulo 21
Y HABIENDO
partido de ellos, navegamos y vinimos camino derecho á Coos, y al día siguiente
á Rhodas, y de allí á Pátara.
Y hallando un
barco que pasaba á Fenicia, nos embarcamos, y partimos.
Y como
avistamos á Cipro, dejándola á mano izquierda, navegamos á Siria, y vinimos á
Tiro: porque el barco había de descargar allí su carga.
Y nos
quedamos allí siete días, hallados los discípulos, los cuales decían á Pablo
por Espíritu, que no subiese á Jerusalem.
Y cumplidos
aquellos días, salimos acompañándonos todos, con sus mujeres é hijos, hasta
fuera de la ciudad; y puestos de rodillas en la ribera, oramos.
Y
abrazándonos los unos á los otros, subimos al barco, y ellos se volvieron á sus
casas.
Y nosotros,
cumplida la navegación, vinimos de Tiro á Tolemaida; y habiendo saludado á los
hermanos, nos quedamos con ellos un día.
Y otro día,
partidos Pablo y los que con Él estábamos, vinimos á Cesarea: y entrando en
casa de Felipe el evangelista, Él cual era uno de los siete, posamos con Él.
Y éste tenía
cuatro hijas, doncellas, que profetizaban.
Y parando
nosotros allí por muchos días, descendió de Judea un profeta, llamado Agabo;
Y venido á
nosotros, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto
dice el Espíritu Santo: Así atarán los Judíos en Jerusalem al varón cuyo es
este cinto, y le entregarán en manos de los Gentiles.
Lo cual como
oímos, le rogamos nosotros y los de aquel lugar, que no subiese á Jerusalem.
Entonces
Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y afligiéndome el corazón? porque yo no
sólo estoy presto á ser atado, mas aun á morir en Jerusalem por el nombre del
Señor Jesús.
Y como no le
pudimos persuadir, desistimos, diciendo: Hágase la voluntad del Señor.
Y después de
estos días, apercibidos, subimos á Jerusalem.
Y vinieron
también con nosotros de Cesarea algunos de los discípulos, trayendo consigo á
un Mnasón, Cyprio, discípulo antiguo, con el cual posásemos.
Y cuando
llegamos á Jerusalem, los hermanos nos recibieron de buena voluntad.
Y al día
siguiente Pablo entró con nosotros á Jacobo, y todos los ancianos se juntaron;
A los cuales,
como los hubo saludado, contó por menudo lo que Dios había hecho entre los
Gentiles por su ministerio.
Y ellos como
lo oyeron, glorificaron á Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares
de Judíos hay que han creído; y todos son celadores de la ley:
Mas fueron
informados acerca de ti, que enseñas á apartarse de Moisés á todos los Judíos
que están entre los Gentiles, diciéndoles que no han de circuncidar á los
hijos, ni andar según la costumbre.
¿Qué hay
pues? La multitud se reunirá de cierto: porque oirán que has venido.
Haz pues esto
que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen voto sobre sí:
Tomando á
éstos contigo, purifícate con ellos, y gasta con ellos, para que rasuren sus
cabezas, y todos entiendan que no hay nada de lo que fueron informados acerca
de ti; sino que tú también andas guardando la ley.
Empero cuanto
á los que de los Gentiles han creído, nosotros hemos escrito haberse acordado
que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan de lo que fue
sacrificado á los ídolos, y de sangre, y de ahogado, y de fornicación.
Entonces
Pablo tomó consigo aquellos hombres, y al día siguiente, habiéndose purificado
con ellos, entró en el templo, para anunciar el cumplimiento de los días de la
purificación, hasta ser ofrecida ofrenda por cada uno de ellos.
Y cuando
estaban para acabarse los siete días, unos Judíos de Asia, como le vieron en el
templo, alborotaron todo el pueblo y le echaron mano,
Dando voces:
Varones Israelitas, ayudad: Este es el hombre que por todas partes enseña á
todos contra el pueblo, y la ley, y este lugar; y además de esto ha metido
Gentiles en el templo, y ha contaminado este lugar Santo.
Porque antes
habían visto con Él en la ciudad á Trófimo, Efesio, al cual pensaban que Pablo
había metido en el templo.
Así que, toda
la ciudad se alborotó, y agolpóse el pueblo; y tomando á Pablo, hiciéronle salir
fuera del templo, y luego las puertas fueron cerradas.
Y procurando
ellos matarle, fué dado aviso al tribuno de la compañía, que toda la ciudad de
Jerusalem estaba alborotada;
El cual
tomando luego soldados y centuriones, corrió á ellos. Y ellos como vieron al
tribuno y á los soldados, cesaron de herir á Pablo.
Entonces
llegando el tribuno, le prendió, y le mandó atar con dos cadenas; y preguntó
quién era, y qué había hecho.
Y entre la
multitud, unos gritaban una cosa, y otros otra: y como no podía entender nada
de cierto á causa del alboroto, le mandó llevar á la fortaleza.
Y como llegó
á las gradas, aconteció que fué llevado de los soldados á causa de la violencia
del pueblo;
Porque
multitud de pueblo venía detrás, gritando: Mátale.
Y como
comenzaron á meter á Pablo en la fortaleza, dice al tribuno: ¿Me será lícito
hablarte algo? Y Él dijo: ¿Sabes griego?
¿No eres tú
aquel Egipcio que levantaste una sedición antes de estos días, y sacaste al
desierto cuatro mil hombres salteadores?
Entonces dijo
Pablo: Yo de cierto soy hombre Judío, ciudadano de Tarso, ciudad no obscura de
Cilicia: empero ruégote que me permitas que hable al pueblo.
Y como Él se
lo permitió, Pablo, estando en pie en las gradas, hizo señal con la mano al
pueblo. Y hecho grande silencio, habló en lengua hebrea, diciendo:
Capítulo 22
VARONES
hermanos y padres, oid la razón que ahora os doy.
(Y como
oyeron que les hablaba en lengua hebrea, guardaron más silencio.) Y dijo:
Yo de cierto
soy Judío, nacido en Tarso de Cilicia, mas criado en esta ciudad á los pies de
Gamaliel, enseñado conforme á la verdad de la ley de la patria, celoso de Dios,
como todos vosotros sois hoy.
Que he
perseguido este camino hasta la muerte, prendiendo y entregando en cárceles
hombres y mujeres:
Como también
el príncipe de los sacerdotes me es testigo, y todos los ancianos; de los
cuales también tomando letras á los hermanos, iba á Damasco para traer presos á
Jerusalem aun á los que estuviesen allí, para que fuesen castigados.
Mas aconteció
que yendo yo, y llegando cerca de Damasco, como á medio día, de repente me
rodeó mucha luz del cielo:
Y caí en el
suelo, y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
Yo entonces
respondí: ¿Quién eres, Señor? Y me dijo: Yo soy Jesús de Nazaret, á quién tú
persigues.
Y los que
estaban conmigo vieron á la verdad la luz, y se espantaron; mas no oyeron la voz
del que hablaba conmigo.
Y dije: ¿Qué
haré, Señor? Y el Señor me dijo: Levántate, y ve á Damasco, y allí te será
dicho todo lo que te está señalado hacer.
Y como yo no
viese por causa de la claridad de la luz, llevado de la mano por los que
estaban conmigo, vine á Damasco.
Entonces un
Ananías, varón pío conforme á la ley, que tenía buen testimonio de todos los
Judíos que allí moraban,
Viniendo á
mí, y acercándose, me dijo: Hermano Saulo, recibe la vista. Y yo en aquella
hora le miré.
Y Él dijo: El
Dios de nuestros padres te ha predestinado para que conocieses su voluntad, y
vieses á aquel Justo, y oyeses la voz de su boca.
Porque has de
ser testigo suyo á todos los hombres, de lo que has visto y oído.
Ahora pues,
¿por qué te detienes? Levántate, y bautízate, y lava tus pecados, invocando su
nombre.
Y me
aconteció, vuelto á Jerusalem, que orando en el templo, fuí arrebatado fuera de
mí.
Y le vi que
me decía: Date prisa, y sal prestamente fuera de Jerusalem; porque no recibirán
tu testimonio de mí.
Y yo dije:
Señor, ellos saben que yo encerraba en cárcel, y hería por las sinagogas á los
que creían en ti;
Y cuando se
derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo también estaba presente, y
consentía á su muerte, y guardaba las ropas de los que le mataban.
Y me dijo:
Ve, porque yo te tengo que enviar lejos á los Gentiles.
Y le oyeron
hasta esta palabra: entonces alzaron la voz, diciendo: Quita de la tierra á un
tal hombre, porque no conviene que viva.
Y dando ellos
voces, y arrojando sus ropas y echando polvo al aire,
Mandó el
tribuno que le llevasen á la fortaleza, y ordenó que fuese examinado con
azotes, para saber por qué causa clamaban así contra Él.
Y como le
ataron con correas, Pablo dijo al centurión que estaba presente: ¿Os es lícito
azotar á un hombre Romano sin ser condenado?
Y como el
centurión oyó esto, fué y dió aviso al tribuno, diciendo ¿Qué vas á hacer?
porque este hombre es Romano.
Y viniendo el
tribuno, le dijo: Dime, ¿eres tú Romano? Y Él dijo: Sí.
Y respondió
el tribuno: Yo con grande suma alcancé esta ciudadanía. Entonces Pablo dijo:
Pero yo lo soy de nacimiento.
Así que,
luego se apartaron de Él los que le habían de atormentar: y aun el tribuno
también tuvo temor, entendido que era Romano, por haberle atado.
Y al día
siguiente, queriendo saber de cierto la causa por qué era acusado de los
Judíos, le soltó de las prisiones, y mandó venir á los príncipes de los
sacerdotes, y á todo su concilio: y sacando á Pablo, le presentó delante de
ellos.
Capítulo 23
ENTONCES
Pablo, poniendo los ojos en el concilio, dice: Varones hermanos, yo con toda
buena conciencia he conversado delante de Dios hasta el día de hoy.
El príncipe
de los sacerdotes, Ananías, mandó entonces á los que estaban delante de Él, que
le hiriesen en la boca.
Entonces
Pablo le dijo: Herirte ha Dios, pared blanqueada: ¿y estás tú sentado para
juzgarme conforme á la ley, y contra la ley me mandas herir?
Y los que
estaban presentes dijeron: ¿Al sumo sacerdote de Dios maldices?
Y Pablo dijo:
No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; pues escrito está: Al príncipe
de tu pueblo no maldecirás.
Entonces
Pablo, sabiendo que la una parte era de Saduceos, y la otra de Fariseos, clamó
en el concilio: Varones hermanos, yo soy Fariseo, hijo de Fariseo: de la
esperanza y de la resurrección de los muertos soy yo juzgado.
Y como hubo
dicho esto, fué hecha disensión entre los Fariseos y los Saduceos; y la
multitud fué dividida.
Porque los
Saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; mas los Fariseos
confiesan ambas cosas.
Y levantóse
un gran clamor: y levantándose los escribas de la parte de los Fariseos,
contendían diciendo: Ningún mal hallamos en este hombre; que si espíritu le ha
hablado, ó ángel, no resistamos á Dios.
Y habiendo
grande disensión, el tribuno, teniendo temor de que Pablo fuese despedazado de
ellos, mandó venir soldados, y arrebatarle de en medio de ellos, y llevarle á
la fortaleza.
Y la noche
siguiente, presentándosele el Señor, le dijo: Confía, Pablo; que como has
testificado de mí en Jerusalem, así es menester testifiques también en Roma.
Y venido el
día, algunos de los Judíos se juntaron, é hicieron voto bajo de maldición,
diciendo que ni comerían ni beberían hasta que hubiesen muerto á Pablo.
Y eran más de
cuarenta los que habían hecho esta conjuración;
Los cuales se
fueron á los príncipes de los sacerdotes y á los ancianos, y dijeron: Nosotros
hemos hecho voto debajo de maldición, que no hemos de gustar nada hasta que
hayamos muerto á Pablo.
Ahora pues,
vosotros, con el concilio, requerid al tribuno que le saque mañana á vosotros
como que queréis entender de Él alguna cosa más cierta; y nosotros, antes que
Él llegue, estaremos aparejados para matarle.
Entonces un
hijo de la hermana de Pablo, oyendo las asechanzas, fué, y entró en la
fortaleza, y dió aviso á Pablo.
Y Pablo,
llamando á uno de los centuriones, dice: Lleva á este mancebo al tribuno,
porque tiene cierto aviso que darle.
El entonces
tomándole, le llevó al tribuno, y dijo: El preso Pablo, llamándome, me rogó que
trajese á ti este mancebo, que tiene algo que hablarte.
Y el tribuno,
tomándole de la mano y retirándose aparte, le preguntó: ¿Qué es lo que tienes
que decirme?
Y Él dijo:
Los Judíos han concertado rogarte que mañana saques á Pablo al concilio, como
que han de inquirir de Él alguna cosa más cierta.
Mas tú no los
creas; porque más de cuarenta hombres de ellos le acechan, los cuales han hecho
voto debajo de maldición, de no comer ni beber hasta que le hayan muerto; y
ahora están apercibidos esperando tu promesa.
Entonces el
tribuno despidió al mancebo, mandándole que á nadie dijese que le había dado
aviso de esto.
Y llamados
dos centuriones, mandó que apercibiesen para la hora tercia de la noche
doscientos soldados, que fuesen hasta Cesarea, y setenta de á caballo, y
doscientos lanceros;
Y que
aparejasen cabalgaduras en que poniendo á Pablo, le llevasen en salvo á Félix
el Presidente.
Y escribió
una carta en estos términos:
Claudio
Lisias al excelentísimo gobernador Félix: Salud.
A este
hombre, aprehendido de los Judíos, y que iban ellos á matar, libré yo acudiendo
con la tropa, habiendo entendido que era Romano.
Y queriendo
saber la causa por qué le acusaban, le llevé al concilio de ellos:
Y hallé que
le acusaban de cuestiones de la ley de ellos, y que ningún crimen tenía digno
de muerte ó de prisión.
Mas siéndome
dado aviso de asechanzas que le habían aparejado los Judíos, luego al punto le
he enviado á ti, intimando también á los acusadores que traten delante de ti lo
que tienen contra Él. Pásalo bien.
Y los
soldados, tomando á Pablo como les era mandado, lleváronle de noche á
Antipatris.
Y al día
siguiente, dejando á los de á caballo que fuesen con Él, se volvieron á la
fortaleza.
y como
llegaron á Cesarea, y dieron la carta al gobernador, presentaron también á
Pablo delante de Él.
Y el
gobernador, leída la carta, preguntó de qué provincia era; y entendiendo que de
Cilicia,
Te oiré,
dijo, cuando vinieren tus acusadores. Y mandó que le guardasen en el pretorio
de Herodes.
Capítulo 24
Y CINCO días
después descendió el sumo sacerdote Ananías, con algunos de los ancianos, y un
cierto Tértulo, orador; y parecieron delante del gobernador contra Pablo.
Y citado que
fué, Tértulo comenzó á acusar, diciendo: Como por causa tuya vivamos en grande
paz, y muchas cosas sean bien gobernadas en el pueblo por tu prudencia,
Siempre y en
todo lugar lo recibimos con todo hacimiento de gracias, oh excelentísimo Félix.
Empero por no
molestarte más largamente, ruégote que nos oigas brevemente conforme á tu
equidad.
Porque hemos
hallado que este hombre es pestilencial, y levantador de sediciones entre todos
los Judíos por todo el mundo, y príncipe de la secta de los Nazarenos:
El cual
también tentó á violar el templo; y prendiéndole, le quisimos juzgar conforme á
nuestra ley:
Mas
interviniendo el tribuno Lisias, con grande violencia le quitó de nuestras
manos,
Mandando á
sus acusadores que viniesen á ti; del cual tú mismo juzgando, podrás entender
todas estas cosas de que le acusamos.
Y contendían
también los Judíos, diciendo ser así estas cosas.
Entonces
Pablo, haciéndole el gobernador señal que hablase, respondió: Porque sé que
muchos años ha eres gobernador de esta nación, con buen ánimo satisfaré por mí.
Porque tú
puedes entender que no hace más de doce días que subí á adorar á Jerusalem;
Y ni me hallaron
en el templo disputando con ninguno, ni haciendo concurso de multitud, ni en
sinagogas, ni en la ciudad;
Ni te pueden
probar las cosas de que ahora me acusan.
Esto empero
te confieso, que conforme á aquel Camino que llaman herejía, así sirvo al Dios
de mis padres, creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas están
escritas;
Teniendo
esperanza en Dios que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos
como de injustos, la cual también ellos esperan.
Y por esto,
procuro yo tener siempre conciencia sin remordimiento acerca de Dios y acerca
de los hombres.
Mas pasados
muchos años, vine á hacer limosnas á mi nación, y ofrendas,
Cuando me
hallaron purificado en el templo (no con multitud ni con alboroto) unos Judíos
de Asia;
Los cuales
debieron comparecer delante de ti, y acusarme, si contra mí tenían algo.
O digan estos
mismos si hallaron en mí alguna cosa mal hecha, cuando yo estuve en el
concilio,
Si no sea
que, estando entre ellos prorrumpí en alta voz: Acerca de la resurrección de
los muertos soy hoy juzgado de vosotros.
Entonces
Félix, oídas estas cosas, estando bien informado de esta secta, les puso
dilación, diciendo: Cuando descendiere el tribuno Lisias acabaré de conocer de
vuestro negocio.
Y mandó al
centurión que Pablo fuese guardado, y aliviado de las prisiones; y que no
vedase á ninguno de sus familiares servirle, ó venir á Él.
Y algunos
días después, viniendo Félix con Drusila, su mujer, la cual era Judía, llamó á
Pablo, y oyó de Él la fe que es en Jesucristo.
Y disertando
Él de la justicia, y de la continencia, y del juicio venidero, espantado Félix,
respondió: Ahora vete, mas en teniendo oportunidad te llamaré:
Esperando
también con esto, que de parte de Pablo le serían dados dineros, porque le
soltase; por lo cual, haciéndole venir muchas veces, hablaba con Él.
Mas al cabo
de dos años recibió Félix por sucesor á Porcio Festo: y queriendo Félix ganar
la gracia de los Judíos, dejó preso á Pablo.
Capítulo 25
FESTO pues,
entrado en la provincia, tres días después subió de Cesarea á Jerusalem.
Y vinieron á
Él los príncipes de los sacerdotes y los principales de los Judíos contra
Pablo; y le rogaron,
Pidiendo
gracia contra Él, que le hiciese traer á Jerusalem, poniendo ellos asechanzas
para matarle en el camino.
Mas Festo
respondió, que Pablo estaba guardado en Cesarea, y que Él mismo partiría
presto.
Los que de
vosotros pueden, dijo desciendan juntamente; y si hay algún crimen en este
varón, acúsenle.
Y
deteniéndose entre ellos no más de ocho ó diez días, venido á Cesarea, el
siguiente día se sentó en el tribunal, y mandó que Pablo fuese traído.
El cual
venido, le rodearon los Judíos que habían venido de Jerusalem, poniendo contra
Pablo muchas y graves acusaciones, las cuales no podían probar;
Alegando Él
por su parte: Ni contra la ley de los Judíos, ni contra el templo, ni contra
César he pecado en nada.
Mas Festo,
queriendo congraciarse con los Judíos, respondiendo á Pablo, dijo: ¿Quieres
subir á Jerusalem, y allá ser juzgado de estas cosas delante de mí?
Y Pablo dijo:
Ante el tribunal de César estoy, donde conviene que sea juzgado. A los Judíos
no he hecho injuria alguna, como tú sabes muy bien.
Porque si
alguna injuria, ó cosa alguna digna de muerte he hecho, no rehuso morir; mas si
nada hay de las cosas de que éstos me acusan, nadie puede darme á ellos. A César apelo.
Entonces
Festo, habiendo hablado con el consejo, respondió: ¿A César has apelado? á
César irás.
Y pasados
algunos días, el rey Agripa y Bernice vinieron á Cesarea á saludar á Festo.
Y como
estuvieron allí muchos días, Festo declaró la causa de Pablo al rey, diciendo:
Un hombre ha sido dejado preso por Félix,
Sobre el
cual, cuando fuí á Jerusalem, vinieron á mí los príncipes de los sacerdotes y
los ancianos de los Judíos, pidiendo condenación contra Él:
A los cuales
respondí: no ser costumbre de los Romanos dar alguno á la muerte antes que el
que es acusado tenga presentes sus acusadores, y haya lugar de defenderse de la
acusación.
Así que,
habiendo venido ellos juntos acá, sin ninguna dilación, al día siguiente, sentado
en el tribunal, mandé traer al hombre;
Y estando
presentes los acusadores, ningún cargo produjeron de los que yo sospechaba:
Solamente
tenían contra Él ciertas cuestiones acerca de su superstición, y de un cierto
Jesús, difunto, el cual Pablo afirmaba que estaba vivo.
Y yo, dudando
en cuestión semejante, dije, si quería ir á Jerusalem, y allá ser juzgado de
estas cosas.
Mas apelando
Pablo á ser guardado al conocimiento de Augusto, mandé que le guardasen hasta
que le enviara á César.
Entonces
Agripa dijo á Festo: Yo también quisiera oir á ese hombre. Y Él dijo: Mañana le
oirás.
Y al otro
día, viniendo Agripa y Bernice con mucho aparato, y entrando en la audiencia
con los tribunos y principales hombres de la ciudad, por mandato de Festo, fué
traído Pablo.
Entonces
Festo dijo: Rey Agripa, y todos los varones que estáis aquí juntos con
nosotros: veis á éste, por el cual toda la multitud de los Judíos me ha
demandado en Jerusalem y aquí, dando voces que no conviene que viva más;
Mas yo,
hallando que ninguna cosa digna de muerte ha hecho, y Él mismo apelando á
Augusto, he determinado enviarle:
Del cual no
tengo cosa cierta que escriba al señor; por lo que le he sacado á vosotros, y
mayormente á tí, oh rey Agripa, para que hecha información, tenga yo qué
escribir.
Porque fuera
de razón me parece enviar un preso, y no informar de las causas.
Capítulo 26
ENTONCES
Agripa dijo á Pablo: Se te permite hablar por ti mismo. Pablo entonces,
extendiendo la mano, comenzó á responder por sí, diciendo:
Acerca de
todas las cosas de que soy acusado por los Judíos, oh rey Agripa, me tengo por
dichoso de que haya hoy de defenderme delante de ti;
Mayormente
sabiendo tú todas las costumbres y cuestiones que hay entre los Judíos: por lo
cual te ruego que me oigas con paciencia.
Mi vida pues
desde la mocedad, la cual desde el principio fué en mi nación, en Jerusalem,
todos los Judíos la saben:
Los cuales
tienen ya conocido que yo desde el principio, si quieren testificarlo, conforme
á la más rigurosa secta de nuestra religión he vivido Fariseo.
Y ahora, por
la esperanza de la promesa que hizo Dios á nuestros padres, soy llamado en
juicio;
A la cual
promesa nuestras doce tribus, sirviendo constantemente de día y de noche,
esperan que han de llegar. Por la cual esperanza, oh rey Agripa, soy acusado de
los Judíos.
¡Qué!
¿Júzgase cosa increíble entre vosotros que Dios resucite los muertos?
Yo
ciertamente había pensando deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús
de Nazaret:
Lo cual
también hice en Jerusalem, y yo encerré en cárcel es á muchos de los santos,
recibida potestad de los príncipes de los sacerdotes; y cuando eran matados, yo
dí mi voto.
Y muchas
veces, castigándolos por todas las sinagogas, los forcé á blasfemar; y
enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades
extrañas.
En lo cual
ocupado, yendo á Damasco con potestad y comisión de los príncipes de los
sacerdotes,
En mitad del
día, oh rey, vi en el camino una luz del cielo, que sobrepujaba el resplandor
del sol, la cual me rodeó y á los que iban conmigo.
Y habiendo
caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua
hebraica: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra
los aguijones.
Yo entonces
dije: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, á quien tú persigues.
Mas
levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto te he aparecido, para
ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que
apareceré á ti:
Librándote
del pueblo y de los Gentiles, á los cuales ahora te envío,
Para que
abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas á la luz, y de la
potestad de Satanás á Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, remisión
de pecados y suerte entre los santificados.
Por lo cual,
oh rey Agripa, no fuí rebelde á la visión celestial:
Antes anuncié
primeramente á los que están en Damasco, y Jerusalem, y por toda la tierra de
Judea, y á los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen á Dios,
haciendo obras dignas de arrepentimiento.
Por causa de
esto los Judíos, tomándome en el templo, tentaron matarme.
Mas ayudado
del auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy, dando testimonio á pequeños
y á grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés
dijeron que habían de venir:
Que Cristo
había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para
anunciar luz al pueblo y á los Gentiles.
Y diciendo Él
estas cosas en su defensa, Festo á gran voz dijo: Estás loco, Pablo: las muchas
letras te vuelven loco.
Mas Él dijo:
No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de
templanza.
Pues el rey
sabe estas cosas, delante del cual también hablo confiadamente. Pues no pienso
que ignora nada de esto; pues no ha sido esto hecho en algún rincón.
¿Crees, rey Agripa, á los profetas? Yo sé que crees.
Entonces
Agripa dijo á Pablo: Por poco me persuades á ser Cristiano.
Y Pablo dijo:
¡Pluguiese á Dios que por poco ó por mucho, no solamente tú, mas también todos
los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, excepto estas prisiones!
Y como hubo
dicho estas cosas, se levantó el rey, y el presidente, y Bernice, y los que se
habían sentado con ellos;
Y como se
retiraron aparte, hablaban los unos á los otros, diciendo: Ninguna cosa digna
ni de muerte, ni de prisión, hace este hombre.
Y Agripa dijo
á Festo: Podía este hombre ser suelto, si no hubiera apelado á César.
Capítulo 27
MAS como fué
determinado que habíamos de navegar para Italia, entregaron á Pablo y algunos
otros presos á un centurión, llamado Julio, de la compañía Augusta.
Así que,
embarcándonos en una nave Adrumentina, partimos, estando con nosotros
Aristarco, Macedonio de Tesalónica, para navegar junto á los lugares de Asia.
Y otro día
llegamos á Sidón; y Julio, tratando á Pablo con humanidad, permitióle que fuese
á los amigos, para ser de ellos asistido.
Y haciéndonos
á la vela desde allí, navegamos bajo de Cipro, porque los vientos eran
contrarios.
Y habiendo
pasado la mar de Cilicia y Pamphylia, arribamos á Mira, ciudad de Licia.
Y hallando
allí el centurión una nave Alejandrina que navegaba á Italia, nos puso en ella.
Y navegando
muchos días despacio, y habiendo apenas llegado delante de Gnido, no dejándonos
el viento, navegamos bajo de Creta, junto á Salmón.
Y costeándola
difícilmente, llegamos á un lugar que llaman Buenos Puertos, cerca del cual
estaba la ciudad de Lasea.
Y pasado
mucho tiempo, y siendo ya peligrosa la navegación, porque ya era pasado el
ayuno, Pablo amonestaba,
Diciéndoles:
Varones, veo que con trabajo y mucho daño, no sólo de la cargazón y de la nave,
mas aun de nuestras personas, habrá de ser la navegación.
Mas el
centurión creía más al piloto y al patrón de la nave, que á lo que Pablo decía.
Y no habiendo
puerto cómodo para invernar, muchos acordaron pasar aún de allí, por si
pudiesen arribar á Fenice é invernar allí, que es un puerto de Creta que mira
al Nordeste y Sudeste.
Y soplando el
austro, pareciéndoles que ya tenían lo que deseaban, alzando velas, iban cerca
de la costa de Creta.
Mas no mucho
después dió en ella un viento repentino, que se llama Euroclidón.
Y siendo
arrebatada la nave, y no pudiendo resistir contra el viento, la dejamos, y
éramos llevados.
Y habiendo
corrido á sotavento de una pequeña isla que se llama Clauda, apenas pudimos
ganar el esquife:
El cual
tomado, usaban de remedios, ciñendo la nave; y teniendo temor de que diesen en
la Sirte, abajadas las velas, eran así llevados.
Mas siendo
atormentados de una vehemente tempestad, al siguiente día alijaron;
Y al tercer
día nosotros con nuestras manos arrojamos los aparejos de la nave.
Y no
pareciendo sol ni estrellas por muchos días, y viniendo una tempestad no
pequeña, ya era perdida toda la esperanza de nuestra salud.
Entonces
Pablo, habiendo ya mucho que no comíamos, puesto en pie en medio de ellos,
dijo: Fuera de cierto conveniente, oh varones, haberme oído, y no partir de
Creta, y evitar este inconveniente y daño.
Mas ahora os
amonesto que tengáis buen ánimo; porque ninguna pérdida habrá de persona de
vosotros, sino solamente de la nave.
Porque esta
noche ha estado conmigo el ángel del Dios del cual yo soy, y al cual sirvo,
Diciendo:
Pablo, no temas; es menester que seas presentado delante de César; y he aquí,
Dios te ha dado todos los que navegan contigo.
Por tanto, oh
varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como me ha
dicho;
Si bien es
menester que demos en una isla.
Y venida la
décimacuarta noche, y siendo llevados por el mar Adriático, los marineros á la
media noche sospecharon que estaban cerca de alguna tierra;
Y echando la
sonda, hallaron veinte brazas, y pasando un poco más adelante, volviendo á
echar la sonda, hallaron quince brazas.
Y habiendo
temor de dar en lugares escabrosos, echando cuatro anclas de la popa, deseaban
que se hiciese de día.
Entonces
procurando los marineros huir de la nave, echado que hubieron el esquife á la
mar, aparentando como que querían largar las anclas de proa,
Pablo dijo al
centurión y á los soldados: Si éstos no quedan en la nave, vosotros no podéis
salvaros.
Entonces los
soldados cortaron los cabos del esquife, y dejáronlo perder.
Y como
comenzó á ser de día, Pablo exhortaba á todos que comiesen, diciendo: Este es
el décimocuarto día que esperáis y permanecéis ayunos, no comiendo nada.
Por tanto, os
ruego que comáis por vuestra salud: que ni aun un cabello de la cabeza de
ninguno de vosotros perecerá.
Y habiendo
dicho esto, tomando el pan, hizo gracias á Dios en presencia de todos, y
partiendo, comenzó á comer.
Entonces
todos teniendo ya mejor ánimo, comieron ellos también.
Y éramos
todas las personas en la nave doscientas setenta y seis.
Y satisfechos
de comida, aliviaban la nave, echando el grano á la mar.
Y como se
hizo de día, no conocían la tierra; mas veían un golfo que tenía orilla, al
cual acordaron echar, si pudiesen, la nave.
Cortando pues
las anclas, las dejaron en la mar, largando también las ataduras de los
gobernalles; y alzada la vela mayor al viento, íbanse á la orilla.
Mas dando en
un lugar de dos aguas, hicieron encallar la nave; y la proa, hincada, estaba
sin moverse, y la popa se abría con la fuerza de la mar.
Entonces el
acuerdo de los soldados era que matasen los presos, porque ninguno se fugase nadando.
Mas el
centurión, queriendo salvar á Pablo, estorbó este acuerdo, y mandó que los que
pudiesen nadar, se echasen los primeros, y saliesen á tierra;
Y los demás,
parte en tablas, parte en cosas de la nave. Y así aconteció que todos se salvaron
saliendo á tierra.
Capítulo 28
Y CUANDO
escapamos, entonces supimos que la isla se llamaba Melita.
Y los
bárbaros nos mostraron no poca humanidad; porque, encendido un fuego, nos
recibieron á todos, á causa de la lluvia que venía, y del frío.
Entonces
habiendo Pablo recogido algunos sarmientos, y puéstolos en el fuego, una
víbora, huyendo del calor, le acometió á la mano.
Y como los
bárbaros vieron la víbora colgando de su mano, decían los unos á los otros:
Ciertamente este hombre es homicida, á quien, escapado de la mar, la justicia
no deja vivir.
Mas Él,
sacudiendo la víbora en el fuego, ningún mal padeció.
Empero ellos
estaban esperando cuándo se había de hinchar, ó caer muerto de repente; mas
habiendo esperado mucho, y viendo que ningún mal le venía, mudados, decían que
era un dios.
En aquellos
lugares había heredades del principal de la isla, llamado Publio, el cual nos
recibió y hospedó tres días humanamente.
Y aconteció
que el padre de Publio estaba en cama, enfermo de fiebres y de disentería: al
cual Pablo entró, y después de haber orado, le puso las manos encima, y le
sanó:
Y esto hecho,
también otros que en la isla tenían enfermedades, llegaban, y eran sanados:
Los cuales
también nos honraron con muchos obsequios; y cuando partimos, nos cargaron de
las cosas necesarias.
Así que,
pasados tres meses, navegamos en una nave Alejandrina que había invernado en la
isla, la cual tenía por enseña á Cástor y Pólux.
Y llegados á
Siracusa, estuvimos allí tres días.
De allí,
costeando alrededor, vinimos á Regio; y otro día después, soplando el austro,
vinimos al segundo día á Puteolos:
Donde
habiendo hallado hermanos, nos rogaron que quedásemos con ellos siete días; y
luego vinimos á Roma;
De donde,
oyendo de nosotros los hermanos, nos salieron á recibir hasta la plaza de
Appio, y Las Tres Tabernas: á los cuales como Pablo vió, dió gracias á Dios, y
tomó aliento.
Y como
llegamos á Roma, el centurión entregó los presos al prefecto de los ejércitos,
mas á Pablo fué permitido estar por sí, con un soldado que le guardase.
Y aconteció
que tres días después, Pablo convocó á los principales de los Judíos; á los
cuales, luego que estuvieron juntos, les dijo: Yo, varones hermanos, no
habiendo hecho nada contra el pueblo, ni contra los ritos de la patria, he sido
entregado preso desde Jerusalem en manos de los Romanos;
Los cuales,
habiéndome examinado, me querían soltar; por no haber en mí ninguna causa de
muerte.
Mas
contradiciendo los Judíos, fuí forzado á apelar á César; no que tenga de qué
acusar á mi nación.
Así que, por
esta causa, os he llamado para veros y hablaros; porque por la esperanza de
Israel estoy rodeado de esta cadena.
Entonces
ellos le dijeron: Nosotros ni hemos recibido cartas tocante á ti de Judea, ni
ha venido alguno de los hermanos que haya denunciado ó hablado algún mal de ti.
Mas
querríamos oir de ti lo que sientes; porque de esta secta notorio nos es que en
todos lugares es contradicha.
Y habiéndole
señalado un día, vinieron á Él muchos á la posada, á los cuales declaraba y
testificaba el reino de Dios, persuadiéndoles lo concerniente á Jesús, por la
ley de Moisés y por los profetas, desde la mañana hasta la tarde.
Y algunos
asentían á lo que se decía, mas algunos no creían.
Y como fueron
entre sí discordes, se fueron, diciendo Pablo esta palabra: Bien ha hablado el
Espíritu Santo por el profeta Isaías á nuestros padres,
Diciendo: Ve
á este pueblo, y di les: De oído oiréis, y no entenderéis; Y viendo veréis, y
no percibiréis:
Porque el
corazón de este pueblo se ha engrosado, Y de los oídos oyeron pesadamente, Y
sus ojos taparon; Porque no vean con los ojos, Y oigan con los oídos, Y
entiendan de corazón, Y se conviertan, Y yo los sane.
Séaos pues
notorio que á los Gentiles es enviada esta salud de Dios: y ellos oirán.
Y habiendo
dicho esto, los Judíos salieron, teniendo entre sí gran contienda.
Pablo empero,
quedó dos años enteros en su casa de alquiler, y recibía á todos los que á Él
venían,
Predicando el
reino de Dios y enseñando lo que es del Señor Jesucristo con toda libertad, sin
impedimento.
adaptación de la Biblia cortesía de http://www.awmach.org/
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