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Capítulo 1
Este era en
el principio con Dios.
Todas las
cosas por Él fueron hechas; y sin Él nada de lo que es hecho, fué hecho.
En Él estaba
la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz en
las tinieblas resplandece; mas las tinieblas no la comprendieron.
Fué un hombre
enviado de Dios, el cual se llamaba Juan.
Este vino por
testimonio, para que diese testimonio de la luz, para que todos creyesen por
Él.
No era Él la
luz, sino para que diese testimonio de la luz.
Aquel era la
luz verdadera, que alumbra á todo hombre que viene á este mundo.
En el mundo
estaba, y el mundo fué hecho por Él; y el mundo no le conoció.
A lo suyo
vino, y los suyos no le recibieron.
Mas á todos
los que le recibieron, dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, á los que
creen en su nombre:
Los cuales no
son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón,
mas de Dios.
Y aquel Verbo
fué hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del
unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.
Juan dió
testimonio de Él, y clamó diciendo: Este es del que yo decía: El que viene tras
mí, es antes de mí: porque es primero que yo.
Porque de su
plenitud tomamos todos, y gracia por gracia.
Porque la ley
por Moisés fué dada: mas la gracia y la verdad por Jesucristo fué hecha.
A Dios nadie le
vió jamás: el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le declaró.
Y éste es el
testimonio de Juan, cuando los Judíos enviaron de Jerusalem sacerdotes y
Levitas, que le preguntasen: ¿Tú, quién eres?
Y confesó, y
no negó; mas declaró: No soy yo el Cristo.
Y le
preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y
respondió: No.
Dijéronle:
¿Pues quién eres? para que demos respuesta á los que nos enviaron. ¿Qué dices
de ti mismo?
Dijo: Yo soy
la voz del que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo
Isaías profeta.
Y los que
habían sido enviados eran de los Fariseos.
Y
preguntáronle, y dijéronle: ¿Por qué pues bautizas, si tú no eres el Cristo, ni
Elías, ni el profeta?
Y Juan les
respondió, diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros ha estado á
quien vosotros no conocéis.
Este es el
que ha de venir tras mí, el cual es antes de mí: del cual yo no soy digno de
desatar la correa del zapato.
Estas cosas
acontecieron en Betábara, de la otra parte del Jordán, donde Juan bautizaba.
El siguiente
día ve Juan á Jesús que venía á Él, y dice: He aquí el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo.
Este es del
que dije: Tras mí viene un varón, el cual es antes de mí: porque era primero
que yo.
Y yo no le
conocía; más para que fuese manifestado á Israel, por eso vine yo bautizando
con agua.
Y Juan dió
testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y
reposó sobre Él.
Y yo no le
conocía; mas el que me envió á bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien
vieres descender el Espíritu, y que reposa sobre Él, éste es el que bautiza con
Espíritu Santo.
Y yo le vi, y
he dado testimonio que éste es el Hijo de Dios.
El siguiente
día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos.
Y mirando á
Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios.
Y oyéronle
los dos discípulos hablar, y siguieron á Jesús.
Y volviéndose
Jesús, y viéndolos seguirle, díceles: ¿Qué buscáis? Y ellos le dijeron: Rabbí
(que declarado quiere decir Maestro) ¿dónde moras?
Díceles:
Venid y ved. Vinieron, y vieron donde moraba, y quedáronse con Él aquel día:
porque era como la hora de las diez.
Era Andrés, hermano
de Simón Pedro, uno de los dos que habían oído de Juan, y le habían seguido.
Este halló
primero á su hermano Simón, y díjole: Hemos hallado al Mesías (que declarado
es, el Cristo).
Y le trajo á
Jesús. Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás: tú serás llamado
Cephas (que quiere decir, Piedra).
El siguiente
día quiso Jesús ir á Galilea, y halla á Felipe, al cual dijo: Sígueme.
Y era Felipe
de Bethsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro.
Felipe halló
á Natanael, y dícele: Hemos hallado á aquel de quien escribió Moisés en la ley,
y los profetas: á Jesús, el hijo de José, de Nazaret.
Y díjole
Natanael: ¿De Nazaret puede haber algo de bueno? Dícele Felipe: Ven y ve.
Jesús vió
venir á sí á Natanael, y dijo de Él: He aquí un verdadero Israelita, en el cual
no hay engaño.
Dícele
Natanael: ¿De dónde me conoces? Respondió Jesús, y díjole: Antes que Felipe te
llamara, cuando estabas debajo de la higuera te vi.
Respondió
Natanael, y díjole: Rabbí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel.
Respondió
Jesús y díjole: ¿Porque te dije, te vi debajo de la higuera, crees? cosas
mayores que éstas verás.
Y dícele: De
cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y los
ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del hombre.
Capítulo 2
Y AL tercer día
hiciéronse unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de Jesús.
Y fué también
llamado Jesús y sus discípulos á las bodas.
Y faltando el
vino, la madre de Jesús le dijo: Vino no tienen.
Y dícele
Jesús: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? aun no ha venido mi hora.
Su madre dice
á los que servían: Haced todo lo que os dijere.
Y estaban
allí seis tinajuelas de piedra para agua, conforme á la purificación de los
Judíos, que cabían en cada una dos ó tres cántaros.
Díceles
Jesús: Henchid estas tinajuelas de agua. E hinchiéronlas hasta arriba.
Y díceles:
Sacad ahora, y presentad al maestresala. Y presentáronle.
Y como el
maestresala gustó el agua hecha vino, que no sabía de dónde era (mas lo sabían
los sirvientes que habían sacado el agua), el maestresala llama al esposo,
Y dícele:
Todo hombre pone primero el buen vino, y cuando están satisfechos, entonces lo
que es peor; mas tú has guardado el buen vino hasta ahora.
Este
principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y
sus discípulos creyeron en Él.
Después de
esto descendió á Capernaun, Él, y su madre, y hermanos, y discípulos; y
estuvieron allí no muchos días.
Y estaba cerca
la Pascua de los Judíos; y subió Jesús á Jerusalem.
Y halló en el
templo á los que vendían bueyes, y ovejas, y palomas, y á los cambiadores
sentados.
Y hecho un
azote de cuerdas, echólos á todos del templo, y las ovejas, y los bueyes; y
derramó los dineros de los cambiadores, y trastornó las mesas;
Y á los que
vendían las palomas, dijo: Quitad de aquí esto, y no hagáis la casa de mi Padre
casa de mercado.
Entonces se
acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me comió.
Y los Judíos
respondieron, y dijéronle: ¿Qué señal nos muestras de que haces esto?
Respondió
Jesús, y díjoles: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Dijeron luego
los Judíos: En cuarenta y seis años fue este templo edificado, ¿y tú en tres
días lo levantarás?
Mas Él
hablaba del templo de su cuerpo.
Por tanto,
cuando resucitó de los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho
esto; y creyeron á la Escritura, y á la palabra que Jesús había dicho.
Y estando en
Jerusalem en la Pascua, en el día de la fiesta, muchos creyeron en su nombre,
viendo las señales que hacía.
Mas el mismo Jesús
no se confiaba á sí mismo de ellos, porque Él conocía á todos,
Y no tenía
necesidad que alguien le diese testimonio del hombre; porque Él sabía lo que
había en el hombre.
Capítulo 3
Y HABÍA un
hombre de los Fariseos que se llamaba Nicodemo, príncipe de los Judíos.
Este vino á
Jesús de noche, y díjole: Rabbí, sabemos que has venido de Dios por maestro;
porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no fuere Dios con Él.
Respondió Jesús,
y díjole: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere otra vez, no
puede ver el reino de Dios.
Dícele
Nicodemo: ¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? ¿puede entrar otra vez en
el vientre de su madre, y nacer?
Respondió
Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del
Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.
Lo que es
nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.
No te
maravilles de que te dije: Os es necesario nacer otra vez.
El viento de
donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni á dónde
vaya: así es todo aquel que es nacido del Espíritu.
Respondió
Nicodemo, y díjole: ¿Cómo puede esto hacerse?
Respondió Jesús,
y díjole: ¿Tú eres el maestro de Israel, y no sabes esto?
De cierto, de
cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto,
testificamos; y no recibís nuestro testimonio.
Si os he
dicho cosas terrenas, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?
Y nadie subió
al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre, que está en el
cielo.
Y como Moisés
levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre
sea levantado;
Para que todo
aquel que en Él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna.
Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado á su Hijo unigénito, para que todo aquel
que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
-
Porque no
envió Dios á su Hijo al mundo, para que condene al mundo, mas para que el mundo
sea salvo por Él.
El que en Él
cree, no es condenado; mas el que no cree, ya es condenado, porque no creyó en
el nombre del unigénito Hijo de Dios.
Y esta es la
condenación: porque la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz; porque sus obras eran malas.
Porque todo
aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene á la luz, porque sus obras
no sean redargüidas.
Mas el que
obra verdad, viene á la luz, para que sus obras sean manifestadas que son
hechas en Dios.
Pasado esto, vino
Jesús con sus discípulos á la tierra de Judea; y estaba allí con ellos, y
bautizaba.
Y bautizaba
también Juan en Enón junto á Salim, porque había allí muchas aguas; y venían, y
eran bautizados.
Porque Juan,
no había sido aún puesto en la cárcel.
Y hubo
cuestión entre los discípulos de Juan y los Judíos acerca de la purificación.
Y vinieron á
Juan, y dijéronle: Rabbí, el que estaba contigo de la otra parte del Jordán,
del cual tú diste testimonio, he aquí bautiza, y todos vienen á Él.
Respondió
Juan, y dijo: No puede el hombre recibir algo, si no le fuere dado del cielo.
Vosotros
mismos me sois testigos que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado
delante de Él.
El que tiene
la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está en pie y le oye, se
goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo es cumplido.
A Él conviene
crecer, mas á mí menguar.
El que de
arriba viene, sobre todos es: el que es de la tierra, terreno es, y cosas
terrenas habla: el que viene del cielo, sobre todos es.
Y lo que vió
y oyó, esto testifica: y nadie recibe su testimonio.
El que recibe
su testimonio, éste signó que Dios es verdadero.
Porque el que
Dios envió, las palabras de Dios habla: porque no da Dios el Espíritu por
medida.
El Padre ama
al Hijo, y todas las cosas dió en su mano.
El que cree
en el Hijo, tiene vida eterna; mas el que es incrédulo al Hijo, no verá la
vida, sino que la ira de Dios está sobre Él.
Capítulo 4
DE manera que
como Jesús entendió que los Fariseos habían oído que Jesús hacía y bautizaba
más discípulos que Juan,
(Aunque Jesús
no bautizaba, sino sus discípulos),
Dejó á Judea,
y fuése otra vez á Galilea.
Y era
menester que pasase por Samaria.
Vino, pues, á
una ciudad de Samaria que se llamaba Sichâr, junto á la heredad que Jacob dió á
José su hijo.
Y estaba allí
la fuente de Jacob. Pues Jesús, cansado del camino, así se sentó á la fuente.
Era como la hora de sexta.
Vino una
mujer de Samaria á sacar agua: y Jesús le dice: Dame de beber.
(Porque sus
discípulos habían ido á la ciudad á comprar de comer.)
Y la mujer
Samaritana le dice: ¿Cómo tú, siendo Judío, me pides á mí de beber, que soy
mujer Samaritana? porque los Judíos no se tratan con los Samaritanos.
Respondió
Jesús y díjole: Si conocieses el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame
de beber: tú pedirías de Él, y Él te daría agua viva.
La mujer le
dice: Señor, no tienes con qué sacar la, y el pozo es hondo: ¿de dónde, pues,
tienes el agua viva?
¿Eres tú
mayor que nuestro padre Jacob, que nos dió este pozo, del cual Él bebió, y sus
hijos, y sus ganados?
Respondió
Jesús y díjole: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá á tener sed;
Mas el que
bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed: mas el agua que yo
le daré, será en Él una fuente de agua que salte para vida eterna.
La mujer le
dice: Señor, dame esta agua, para que no tenga sed, ni venga acá á sacar la.
Jesús le
dice: Ve, llama á tu marido, y ven acá.
Respondió la
mujer, y dijo: No tengo marido. Dícele Jesús: Bien has dicho, No tengo marido;
Porque cinco
maridos has tenido: y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con
verdad.
Dícele la
mujer: Señor, paréceme que tú eres profeta.
Nuestros
padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalem es el lugar
donde es necesario adorar.
Dícele Jesús:
Mujer, créeme, que la hora viene, cuando ni en este monte, ni en Jerusalem
adoraréis al Padre.
Vosotros
adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos: porque la salud
viene de los Judíos.
Mas la hora
viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en
espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que
adoren.
Dios es
Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.
Dícele la
mujer: Sé que el Mesías ha de venir, el cual se dice el Cristo: cuando Él
viniere nos declarará todas las cosas.
Dícele Jesús:
Yo soy, que hablo contigo.
Y en esto
vinieron sus discípulos, y maravilláronse de que hablaba con mujer; mas ninguno
dijo: ¿Qué preguntas? ó, ¿Qué hablas con ella?
Entonces la
mujer dejó su cántaro, y fué á la ciudad, y dijo á aquellos hombres:
Venid, ved un
hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿si quizás es éste el Cristo?
Entonces
salieron de la ciudad, y vinieron á Él.
Entre tanto
los discípulos le rogaban, diciendo: Rabbí, come.
Y Él les
dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis.
Entonces los
discípulos decían el uno al otro: ¿Si le habrá traído alguien de comer?
Díceles Jesús:
Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra.
¿No decís
vosotros: Aun hay cuatro meses hasta que llegue la siega? He aquí os digo:
Alzad vuestros ojos, y mirad las regiones, porque ya están blancas para la
siega.
Y el que
siega, recibe salario, y allega fruto para vida eterna; para que el que siembra
también goce, y el que siega.
Porque en
esto es el dicho verdadero: Que uno es el que siembra, y otro es el que siega.
Yo os he
enviado á segar lo que vosotros no labrasteis: otros labraron, y vosotros
habéis entrado en sus labores.
Y muchos de
los Samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer,
que daba testimonio, diciendo: Que me dijo todo lo que he hecho.
Viniendo pues
los Samaritanos á Él, rogáronle que se quedase allí: y se quedó allí dos días.
Y creyeron
muchos más por la palabra de Él.
Y decían á la
mujer: Ya no creemos por tu dicho; porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos
que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo.
Y dos días
después, salió de allí, y fuése á Galilea.
Porque el
mismo Jesús dió testimonio de que el profeta en su tierra no tiene honra.
Y como vino á
Galilea, los Galileos le recibieron, vistas todas las cosas que había hecho en
Jerusalem en el día de la fiesta: porque también ellos habían ido á la fiesta.
Vino pues
Jesús otra vez á Caná de Galilea, donde había hecho el vino del agua. Y había
en Capernaum uno del rey, cuyo hijo estaba enfermo.
Este, como
oyó que Jesús venía de Judea á Galilea, fué á Él, y rogábale que descendiese, y
sanase á su hijo, porque se comenzaba á morir.
Entonces
Jesús le dijo: Si no viereis señales y milagros no creeréis.
El del rey le
dijo: Señor, desciende antes que mi hijo muera.
Dícele Jesús:
Ve, tu hijo vive. Y el hombre creyó á la palabra que Jesús le dijo, y se fué.
Y cuando ya
Él descendía, los siervos le salieron á recibir, y le dieron nuevas, diciendo:
Tu hijo vive.
Entonces Él
les preguntó á qué hora comenzó á estar mejor. Y dijéronle: Ayer á las siete le
dejó la fiebre.
El padre
entonces entendió, que aquella hora era cuando Jesús le dijo: Tu hijo vive; y
creyó Él y toda su casa.
Esta segunda
señal volvió Jesús á hacer, cuando vino de Judea á Galilea.
Capítulo 5
DESPUÉS de
estas cosas, era un día de fiesta de los Judíos, y subió Jesús á Jerusalem.
Y hay en Jerusalem
á la puerta del ganado un estanque, que en hebraico es llamado Bethesda, el
cual tiene cinco portales.
En éstos
yacía multitud de enfermos, ciegos, cojos, secos, que estaban esperando el
movimiento del agua.
Porque un ángel
descendía á cierto tiempo al estanque, y revolvía el agua; y el que primero
descendía en el estanque después del movimiento del agua, era sano de cualquier
enfermedad que tuviese.
Y estaba allí
un hombre que había treinta y ocho años que estaba enfermo.
Como Jesús
vió á éste echado, y entendió que ya había mucho tiempo, dícele: ¿Quieres ser
sano?
Señor, le
respondió el enfermo, no tengo hombre que me meta en el estanque cuando el agua
fuere revuelta; porque entre tanto que yo vengo, otro antes de mí ha
descendido.
Dícele Jesús:
Levántate, toma tu lecho, y anda.
Y luego aquel
hombre fué sano, y tomó su lecho, é íbase. Y era sábado aquel día.
Entonces los
Judíos decían á aquel que había sido sanado: Sábado es: no te es lícito llevar
tu lecho.
Respondióles:
El que me sanó, Él mismo me dijo: Toma tu lecho y anda.
Preguntáronle
entonces: ¿Quién es el que te dijo: Toma tu lecho y anda?
Y el que
había sido sanado, no sabía quién fuese; porque Jesús se había apartado de la
gente que estaba en aquel lugar.
Después le
halló Jesús en el templo, y díjole: He aquí, has sido sanado; no peques más,
porque no te venga alguna cosa peor.
El se fué, y
dió aviso á los Judíos, que Jesús era el que le había sanado.
Y por esta
causa los Judíos perseguían á Jesús, y procuraban matarle, porque hacía estas
cosas en sábado.
Y Jesús les
respondió: Mi Padre hasta ahora obra, y yo obro.
Entonces, por
tanto, más procuraban los Judíos matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado,
sino que también á su Padre llamaba Dios, haciéndose igual á Dios.
Respondió
entonces Jesús, y díjoles: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer
nada de sí mismo, sino lo que viere hacer al Padre: porque todo lo que Él hace,
esto también hace el Hijo juntamente.
Porque el
Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que Él hace; y mayores obras
que éstas le mostrará, de suerte que vosotros os maravilléis.
Porque como
el Padre levanta los muertos, y les da vida, así también el Hijo á los que
quiere da vida.
Porque el
Padre á nadie juzga, mas todo el juicio dió al Hijo;
Para que
todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al
Padre que le envió.
De cierto, de
cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me ha enviado, tiene vida
eterna; y no vendrá á condenación, mas pasó de muerte á vida.
De cierto, de
cierto os digo: Vendrá hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del
Hijo de Dios: y los que oyeren vivirán.
Porque como
el Padre tiene vida en sí mismo, así dió también al Hijo que tuviese vida en sí
mismo:
Y también le
dió poder de hacer juicio, en cuanto es el Hijo del hombre.
No os
maravilléis de esto; porque vendrá hora, cuando todos los que están en los
sepulcros oirán su voz;
Y los que
hicieron bien, saldrán á resurrección de vida; mas los que hicieron mal, á
resurrección de condenación.
No puedo yo
de mí mismo hacer nada: como oigo, juzgo: y mi juicio es justo; porque no busco
mi voluntad, mas la voluntad del que me envió, del Padre.
Si yo doy
testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero.
Otro es el
que da testimonio de mí; y sé que el testimonio que da de mí, es verdadero.
Vosotros
enviasteis á Juan, y Él dió testimonio á la verdad.
Empero yo no
tomo el testimonio de hombre; mas digo esto, para que vosotros seáis salvos.
El era
antorcha que ardía y alumbraba: y vosotros quisisteis recrearos por un poco á
su luz.
Mas yo tengo
mayor testimonio que el de Juan: porque las obras que el Padre me dió que
cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me
haya enviado.
Y el que me
envió, el Padre, Él ha dado testimonio de mí. Ni nunca habéis oído su voz, ni
habéis visto su parecer.
Ni tenéis su
palabra permanente en vosotros; porque al que Él envió, á éste vosotros no
creéis.
Escudriñad
las Escrituras, porque á vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna;
y ellas son las que dan testimonio de mí.
Y no queréis
venir á mí, para que tengáis vida.
Gloria de los
hombres no recibo.
Mas yo os
conozco, que no tenéis amor de Dios en vosotros.
Yo he venido
en nombre de mi Padre, y no me recibís: si otro viniere en su propio nombre, á
aquél recibiréis.
¿Cómo podéis
vosotros creer, pues tomáis la gloria los unos de los otros, y no buscáis la
gloria que de sólo Dios viene?
No penséis
que yo os tengo de acusar delante del Padre; hay quien os acusa, Moisés, en
quien vosotros esperáis.
Porque si
vosotros creyeseis á Moisés, creeríais á mí; porque de mí escribió Él.
Y si á sus
escritos no creéis, ¿cómo creeréis á mis palabras?
Capítulo 6
PASADAS estas
cosas, fuése Jesús de la otra parte de la mar de Galilea, que es de Tiberias.
Y seguíale
grande multitud, porque veían sus señales que hacía en los enfermos.
Y subió Jesús
á un monte, y se sentó allí con sus discípulos.
Y estaba
cerca la Pascua, la fiesta de los Judíos.
Y como alzó
Jesús los ojos, y vió que había venido á Él grande multitud, dice á Felipe: ¿De
dónde compraremos pan para que coman éstos?
Mas esto
decía para probarle; porque Él sabía lo que había de hacer.
Respondióle
Felipe: Doscientos denarios de pan no les bastarán, para que cada uno de ellos
tome un poco.
Dícele uno de
sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro:
Un muchacho
está aquí que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; ¿mas qué es esto
entre tantos?
Entonces
Jesús dijo: Haced recostar la gente. Y había mucha hierba en aquel lugar: y
recostáronse como número de cinco mil varones.
Y tomó Jesús
aquellos panes, y habiendo dado gracias, repartió á los discípulos, y los
discípulos á los que estaban recostados: asimismo de los peces, cuanto querían.
Y como fueron
saciados, dijo á sus discípulos: Recoged los pedazos que han quedado, porque no
se pierda nada.
Cogieron
pues, é hinchieron doce cestas de pedazos de los cinco panes de cebada, que
sobraron á los que habían comido.
Aquellos
hombres entonces, como vieron la señal que Jesús había hecho, decían: Este
verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo.
Y entendiendo
Jesús que habían de venir para arrebatarle, y hacerle rey, volvió á retirarse
al monte, Él solo.
Y como se
hizo tarde, descendieron sus discípulos á la mar;
Y entrando en
un barco, venían de la otra parte de la mar hacia Capernaum. Y era ya oscuro, y
Jesús no había venido á ellos.
Y levantábase
la mar con un gran viento que soplaba.
Y como
hubieron navegado como veinticinco ó treinta estadios, ven á Jesús que andaba
sobre la mar, y se acercaba al barco: y tuvieron miedo.
Mas Él les
dijo: Yo soy; no tengáis miedo.
Ellos
entonces gustaron recibirle en el barco: y luego el barco llegó á la tierra
donde iban.
El día
siguiente, la gente que estaba de la otra parte de la mar, como vió que no
había allí otra navecilla sino una, y que Jesús no había entrado con sus
discípulos en ella, sino que sus discípulos se habían ido solos;
Y que otras
navecillas habían arribado de Tiberias junto al lugar donde habían comido el
pan después de haber el Señor dado gracias;
Como vió pues
la gente que Jesús no estaba allí, ni sus discípulos, entraron ellos en las
navecillas, y vinieron á Capernaum buscando á Jesús.
Y hallándole
de la otra parte de la mar, dijéronle: Rabbí, ¿cuándo llegaste acá?
Respondióles
Jesús, y dijo; De cierto, de cierto os digo, que me buscáis, no porque habéis
visto las señales, sino porque comisteis el pan y os hartasteis.
Trabajad no
por la comida que perece, mas por la comida que á vida eterna permanece, la
cual el Hijo del hombre os dará: porque á éste señaló el Padre, que es Dios.
Y dijéronle:
¿Qué haremos para que obremos las obras de Dios?
Respondió
Jesús, y díjoles: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que Él ha enviado.
Dijéronle
entonces: ¿Qué señal pues haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obras?
Nuestros
padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les
dió á comer.
Y Jesús les
dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dió Moisés pan del cielo; mas mi
Padre os da el verdadero pan del cielo.
Porque el pan
de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo.
Y dijéronle:
Señor, danos siempre este pan.
Y Jesús les
dijo: Yo soy el pan de vida: el que á mí viene, nunca tendrá hambre; y el que
en mí cree, no tendrá sed jamás.
Mas os he
dicho, que aunque me habéis visto, no creéis.
Todo lo que
el Padre me da, vendrá á mí; y al que á mí viene, no le hecho fuera.
Porque he
descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, mas la voluntad del que me
envió.
Y esta es la
voluntad del que me envió, del Padre: Que todo lo que me diere, no pierda de
ello, sino que lo resucite en el día postrero.
Y esta es la
voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en Él,
tenga vida eterna: y yo le resucitaré en el día postrero.
Murmuraban
entonces de Él los Judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que descendí del
cielo.
Y decían: ¿No
es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿cómo,
pues, dice éste: Del cielo he descendido?
Y Jesús
respondió, y díjoles: No murmuréis entre vosotros.
Ninguno puede
venir á mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el
día postrero.
Escrito está
en los profetas: Y serán todos enseñados de Dios. Así que, todo aquel que oyó
del Padre, y aprendió, viene á mí.
No que alguno
haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios, éste ha visto al Padre.
De cierto, de
cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna.
Yo soy el pan
de vida.
Vuestros
padres comieron el maná en el desierto, y son muertos.
Este es el
pan que desciende del cielo, para que el que de Él comiere, no muera.
Yo soy el pan
vivo que he descendido del cielo: si alguno comiere de este pan, vivirá para
siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del
mundo.
Entonces los
Judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos su carne á comer?
Y Jesús les
dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no comiereis la carne del Hijo del
hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros.
El que come
mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna: y yo le resucitaré en el día
postrero.
Porque mi
carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come
mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en Él.
Como me envió
el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, Él también
vivirá por mí.
Este es el
pan que descendió del cielo: no como vuestros padres comieron el maná, y son
muertos: el que come de este pan, vivirá eternamente.
Estas cosas
dijo en la sinagoga, enseñando en Capernaum.
Y muchos de
sus discípulos oyéndolo, dijeron: Dura es esta palabra: ¿quién la puede oir?
Y sabiendo
Jesús en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, díjoles: ¿Esto os
escandaliza?
¿Pues qué, si
viereis al Hijo del hombre que sube donde estaba primero?
El espíritu
es el que da vida; la carne nada aprovecha: las palabras que yo os he hablado,
son espíritu y son vida.
Mas hay
algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús desde el principio sabía quiénes
eran los que no creían, y quién le había de entregar.
Y dijo: Por
eso os he dicho que ninguno puede venir á mí, si no le fuere dado del Padre.
Desde esto,
muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con Él.
Dijo entonces
Jesús á los doce: ¿Queréis vosotros iros también?
Y respondióle
Simón Pedro: Señor, ¿á quién iremos? tú tienes palabras de vida eterna.
Y nosotros
creemos y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente.
Jesús le
respondió: ¿No he escogido yo á vosotros doce, y uno de vosotros es diablo?
Y hablaba de
Judas Iscariote, hijo de Simón, porque éste era el que le había de entregar, el
cual era uno de los doce.
Capítulo 7
Y PASADAS
estas cosas andaba Jesús en Galilea: que no quería andar en Judea, porque los Judíos
procuraban matarle.
Y estaba
cerca la fiesta de los Judíos, la de los tabernáculos.
Y dijéronle
sus hermanos: Pásate de aquí, y vete á Judea, para que también tus discípulos
vean las obras que haces.
Que ninguno
que procura ser claro, hace algo en oculto. Si estas cosas haces, manifiéstate
al mundo.
Porque ni aun
sus hermanos creían en Él.
Díceles
entonces Jesús: Mi tiempo aun no ha venido; mas vuestro tiempo siempre está
presto.
No puede el
mundo aborreceros á vosotros; mas á mí me aborrece, porque yo doy testimonio de
Él, que sus obras son malas.
Vosotros
subid á esta fiesta; yo no subo aún á esta fiesta, porque mi tiempo aun no es
cumplido.
Y habiéndoles
dicho esto, quedóse en Galilea.
Mas como sus
hermanos hubieron subido, entonces Él también subió á la fiesta, no
manifiestamente, sino como en secreto.
Y buscábanle
los Judíos en la fiesta, y decían: ¿Dónde está aquél?
Y había
grande murmullo de Él entre la gente: porque unos decían: Bueno es; y otros
decían: No, antes engaña á las gentes.
Mas ninguno
hablaba abiertamente de Él, por miedo de los Judíos.
Y al medio de
la fiesta subió Jesús al templo, y enseñaba.
y
maravillábanse los Judíos, diciendo: ¿Cómo sabe éste letras, no habiendo
aprendido?
Respondióles
Jesús, y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquél que me envió.
El que
quisiere hacer su voluntad, conocerá de la doctrina si viene de Dios, ó si yo
hablo de mí mismo.
El que habla
de sí mismo, su propia gloria busca; mas el que busca la gloria del que le
envió, éste es verdadero, y no hay en Él injusticia.
¿No os dió
Moisés la ley, y ninguno de vosotros hace la ley? ¿Por qué me procuráis matar?
Respondió la gente,
y dijo: Demonio tienes: ¿quién te procura matar?
Jesús
respondió, y díjoles: Una obra hice, y todos os maravilláis.
Cierto,
Moisés os dió la circuncisión (no porque sea de Moisés, mas de los padres); y
en sábado circuncidáis al hombre.
Si recibe el
hombre la circuncisión en sábado, para que la ley de Moisés no sea quebrantada,
¿os enojáis conmigo porque en sábado hice sano todo un hombre?
No juzguéis
según lo que parece, mas juzgad justo juicio.
Decían
entonces unos de los de Jerusalem: ¿No es éste al que buscan para matarlo?
Y he aquí,
habla públicamente, y no le dicen nada; ¿si habrán entendido verdaderamente los
príncipes, que éste es el Cristo?
Mas éste,
sabemos de dónde es: y cuando viniere el Cristo, nadie sabrá de dónde sea.
Entonces
clamaba Jesús en el templo, enseñando y diciendo: Y á mí me conocéis, y sabéis
de dónde soy: y no he venido de mí mismo; mas el que me envió es verdadero, al
cual vosotros no conocéis.
Yo le
conozco, porque de Él soy, y Él me envió.
Entonces
procuraban prenderle; mas ninguno puso en Él mano, porque aun no había venido
su hora.
Y muchos del
pueblo creyeron en Él, y decían: El Cristo, cuando viniere, ¿hará más señales
que las que éste hace?
Los Fariseos
oyeron á la gente que murmuraba de Él estas cosas; y los príncipes de los
sacerdotes y los Fariseos enviaron servidores que le prendiesen.
Y Jesús dijo:
Aun un poco de tiempo estaré con vosotros, é iré al que me envió.
Me buscaréis,
y no me hallaréis; y donde yo estaré, vosotros no podréis venir.
Entonces los
Judíos dijeron entre sí: ¿A dónde se ha de ir éste que no le hallemos? ¿Se ha
de ir á los esparcidos entre los Griegos, y á enseñar á los Griegos?
¿Qué dicho es
éste que dijo: Me buscaréis, y no me hallaréis; y donde yo estaré, vosotros no
podréis venir?
Mas en el
postrer día grande de la fiesta, Jesús se ponía en pie y clamaba, diciendo: Si
alguno tiene sed, venga á mí y beba.
El que cree
en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su vientre.
(Y esto dijo
del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él: pues aun no había
venido el Espíritu Santo; porque Jesús no estaba aún glorificado.)
Entonces
algunos de la multitud, oyendo este dicho, decían: Verdaderamente éste es el
profeta.
Otros decían:
Este es el Cristo. Algunos empero decían: ¿De Galilea ha de venir el Cristo?
¿No dice la
Escritura, que de la simiente de David, y de la aldea de Bethlehem, de donde
era David, vendrá el Cristo?
Así que había
disensión entre la gente acerca de Él.
Y algunos de
ellos querían prenderle; mas ninguno echó sobre Él manos.
Y los
ministriles vinieron á los principales sacerdotes y á los Fariseos; y ellos les
dijeron: ¿Por qué no le trajisteis?
Los ministriles
respondieron: Nunca ha hablado hombre así como este hombre.
Entonces los
Fariseos les respondieron: ¿Estáis también vosotros engañados?
¿Ha creído en
Él alguno de los príncipes, ó de los Fariseos?
Mas estos
comunales que no saben la ley, malditos son.
Díceles
Nicodemo (el que vino á Él de noche, el cual era uno de ellos):
¿Juzga
nuestra ley á hombre, si primero no oyere de Él, y entendiere lo que ha hecho?
Respondieron
y dijéronle: ¿Eres tú también Galileo? Escudriña y ve que de Galilea nunca se
levantó profeta.
Y fuése cada
uno á su casa.
Capítulo 8
Y JESÚS se
fué al monte de las Olivas.
Y por la
mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino á Él: y sentado Él, los
enseñaba.
Entonces los
escribas y los Fariseos le traen una mujer tomada en adulterio; y poniéndola en
medio,
Dícenle:
Maestro, esta mujer ha sido tomada en el mismo hecho, adulterando;
Y en la ley
Moisés nos mandó apedrear á las tales: tú pues, ¿qué dices?
Mas esto
decían tentándole, para poder acusarle. Empero Jesús, inclinado hacia abajo,
escribía en tierra con el dedo.
Y como perseverasen
preguntándole, enderezóse, y díjoles: El que de vosotros esté sin pecado,
arroje contra ella la piedra el primero.
Y volviéndose
á inclinar hacia abajo, escribía en tierra.
Oyendo, pues,
ellos, redargüidos de la conciencia, salíanse uno á uno, comenzando desde los
más viejos hasta los postreros: y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en
medio.
Y
enderezándose Jesús, y no viendo á nadie más que á la mujer, díjole: ¿Mujer,
dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te ha condenado?
Y ella dijo:
Señor, ninguno. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno: vete, y no peques
más.
Y hablóles
Jesús otra vez, diciendo: Yo soy la luz del mundo: el que me sigue, no andará
en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida.
Entonces los
Fariseos le dijeron: Tú de ti mismo das testimonio: tu testimonio no es
verdadero.
Respondió
Jesús, y díjoles: Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es
verdadero, porque sé de dónde he venido y á dónde voy; mas vosotros no sabéis
de dónde vengo, y á dónde voy.
Vosotros
según la carne juzgáis; mas yo no juzgo á nadie.
Y si yo
juzgo, mi juicio es verdadero; porque no soy solo, sino yo y el que me envió,
el Padre.
Y en vuestra
ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero.
Yo soy el que
doy testimonio de mí mismo: y da testimonio de mí el que me envió, el Padre.
Y decíanle:
¿Dónde está tu Padre? Respondió Jesús: Ni á mí me conocéis, ni á mi Padre; si á
mí me conocieseis, á mi Padre también conocierais.
Estas
palabras habló Jesús en el lugar de las limosnas, enseñando en el templo: y
nadie le prendió; porque aun no había venido su hora.
Y díjoles
otra vez Jesús: Yo me voy, y me buscaréis, mas en vuestro pecado moriréis: á donde
yo voy, vosotros no podéis venir.
Decían
entonces los Judíos: ¿Hase de matar á sí mismo, que dice: A donde yo voy,
vosotros no podéis venir?
Y decíales:
Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no
soy de este mundo.
Por eso os
dije que moriréis en vuestros pecados: porque si no creyereis que yo soy, en
vuestros pecados moriréis.
Y decíanle:
¿Tú quién eres? Entonces Jesús les dijo: El que al principio también os he
dicho.
Muchas cosas
tengo que decir y juzgar de vosotros: mas el que me envió, es verdadero: y yo,
lo que he oído de Él, esto hablo en el mundo.
Mas no
entendieron que Él les hablaba del Padre.
Díjoles pues,
Jesús: Cuando levantareis al Hijo del hombre, entonces entenderéis que yo soy,
y que nada hago de mí mismo; mas como el Padre me enseñó, esto hablo.
Porque el que
me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre; porque yo, lo que á Él
agrada, hago siempre.
Hablando Él
estas cosas, muchos creyeron en Él.
Y decía Jesús
á los Judíos que le habían creído: Si vosotros permaneciereis en mi palabra,
seréis verdaderamente mis discípulos;
Y conoceréis
la verdad, y la verdad os libertará.
Y
respondiéronle: Simiente de Abraham somos, y jamás servimos á nadie: ¿cómo
dices tú: Seréis libres?
Jesús les
respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, es
siervo de pecado.
Y el siervo
no queda en casa para siempre: el hijo queda para siempre.
Así que, si
el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.
Sé que sois
simiente de Abraham, mas procuráis matarme, porque mi palabra no cabe en
vosotros.
Yo hablo lo
que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de
vuestro padre.
Respondieron
y dijéronle: Nuestro padre es Abraham. Díceles Jesús: Si fuerais hijos de
Abraham, las obras de Abraham harías.
Empero ahora
procuráis matarme, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios:
no hizo esto Abraham.
Vosotros
hacéis las obras de vuestro padre. Dijéronle entonces: Nosotros no somos
nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios.
Jesús
entonces les dijo: Si vuestro padre fuera Dios, ciertamente me amaríais: porque
yo de Dios he salido, y he venido; que no he venido de mí mismo, mas Él me
envió.
¿Por qué no
reconocéis mi lenguaje? porque no podéis oir mi palabra.
Vosotros de
vuestro padre el diablo sois, y los deseos de vuestro padre queréis cumplir.
Él, homicida ha sido desde el principio, y no permaneció en la verdad, porque
no hay verdad en Él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso,
y padre de mentira.
Y porque yo
digo verdad, no me creéis.
¿Quién de
vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo verdad, ¿por qué vosotros no me
creéis?
El que es de
Dios, las palabras de Dios oye: por esto no las oís vosotros, porque no sois de
Dios.
Respondieron
entonces los Judíos, y dijéronle: ¿No decimos bien nosotros, que tú eres
Samaritano, y tienes demonio?
Respondió
Jesús: Yo no tengo demonio, antes honro á mi Padre; y vosotros me habéis
deshonrado.
Y no busco mi
gloria: hay quien la busque, y juzgue.
De cierto, de
cierto os digo, que el que guardare mi palabra, no verá muerte para siempre.
Entonces los
Judíos le dijeron: Ahora conocemos que tienes demonio. Abraham murió, y los
profetas, y tú dices: El que guardare mi palabra, no gustará muerte para
siempre.
¿Eres tú
mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? y los profetas murieron: ¿quién
te haces á ti mismo?
Respondió
Jesús: Si yo me glorifico á mí mismo, mi gloria es nada: mi Padre es el que me
glorifica; el que vosotros decís que es vuestro Dios;
Y no le
conocéis: mas yo le conozco; y si dijere que no le conozco, seré como vosotros
mentiroso: mas le conozco, y guardo su palabra.
Abraham
vuestro padre se gozó por ver mi día; y lo vió, y se gozó.
Dijéronle
entonces los Judíos: Aun no tienes cincuenta años, ¿y has visto á Abraham?
Díjoles
Jesús: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy.
Tomaron
entonces piedras para tirarle: mas Jesús se encubrió, y salió del templo; y
atravesando por medio de ellos, se fué.
Capítulo 9
Y PASANDO
Jesús, vió un hombre ciego desde su nacimiento.
Y preguntáronle
sus discípulos, diciendo: Rabbí, ¿quién pecó, éste ó sus padres, para que
naciese ciego?
Respondió
Jesús: Ni éste pecó, ni sus padres: mas para que las obras de Dios se
manifiesten en Él.
Conviéneme
obrar las obrar del que me envió, entre tanto que el día dura: la noche viene,
cuando nadie puede obrar.
Entre tanto
que estuviere en el mundo, luz soy del mundo.
Esto dicho,
escupió en tierra, é hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo sobre los ojos
del ciego,
Y díjole: Ve,
lávate en el estanque de Siloé (que significa, si lo interpretares, Enviado). Y
fué entonces, y lavóse, y volvió viendo.
Entonces los
vecinos, y los que antes le habían visto que era ciego, decían: ¿no es éste el
que se sentaba y mendigaba?
Unos decían:
Este es; y otros: A Él se parece. El decía: Yo soy.
Y dijéronle:
¿Cómo te fueron abiertos los ojos?
Respondió Él
y dijo: El hombre que se llama Jesús, hizo lodo, y me untó los ojos, y me dijo:
Ve al Siloé, y lávate: y fuí, y me lavé, y recibí la vista.
Entonces le
dijeron: ¿Dónde está aquél? El dijo: No sé.
Llevaron á
los Fariseos al que antes había sido ciego.
Y era sábado
cuando Jesús había hecho el lodo, y le había abierto los ojos.
Y volviéronle
á preguntar también los Fariseos de qué manera había recibido la vista. Y Él
les dijo: Púsome lodo sobre los ojos, y me lavé, y veo.
Entonces unos
de los Fariseos decían: Este hombre no es de Dios, que no guarda el sábado.
Otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer estas señales? Y había
disensión entre ellos.
Vuelven á
decir al ciego: ¿Tú, qué dices del que te abrió los ojos? Y Él dijo: Que es
profeta.
Mas los
Judíos no creían de Él, que había sido ciego, y hubiese recibido la vista,
hasta que llamaron á los padres del que había recibido la vista;
Y
preguntáronles, diciendo: ¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís que nació
ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?
Respondiéronles
sus padres y dijeron: Sabemos que éste es nuestro hijo, y que nació ciego:
Mas cómo vea
ahora, no sabemos; ó quién le haya abierto los ojos, nosotros no lo sabemos; Él
tiene edad, preguntadle á Él; Él hablará de sí.
Esto dijeron
sus padres, porque tenían miedo de los Judíos: porque ya los Judíos habían
resuelto que si alguno confesase ser Él el Mesías, fuese fuera de la sinagoga.
Por eso
dijeron sus padres: Edad tiene, preguntadle á Él.
Así que,
volvieron á llamar al hombre que había sido ciego, y dijéronle: Da gloria á
Dios: nosotros sabemos que este hombre es pecador.
Entonces Él
respondió, y dijo: Si es pecador, no lo sé: una cosa sé, que habiendo yo sido
ciego, ahora veo.
Y volviéronle
á decir: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?
Respondióles:
Ya os lo he dicho, y no habéis atendido: ¿por qué lo queréis otra vez oir?
¿queréis también vosotros haceros sus discípulos?
Y le ultrajaron,
y dijeron: Tú eres su discípulo; pero nosotros discípulos de Moisés somos.
Nosotros
sabemos que á Moisés habló Dios: mas éste no sabemos de dónde es.
Respondió
aquel hombre, y díjoles: Por cierto, maravillosa cosa es ésta, que vosotros no
sabéis de dónde sea, y á mí me abrió los ojos.
Y sabemos que
Dios no oye á los pecadores: mas si alguno es temeroso de Dios, y hace su
voluntad, á éste oye.
Desde el
siglo no fué oído, que abriese alguno los ojos de uno que nació ciego.
Si éste no
fuera de Dios, no pudiera hacer nada.
Respondieron,
y dijéronle: En pecados eres nacido todo, ¿y tú nos enseñas? Y echáronle fuera.
Oyó Jesús que
le habían echado fuera; y hallándole, díjole: ¿Crees tú en el Hijo de Dios?
Respondió Él,
y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en Él?
Y díjole
Jesús: Y le has visto, y el que habla contigo, Él es.
Y Él dice:
Creo, Señor; y adoróle.
Y dijo Jesús:
Yo, para juicio he venido á este mundo: para que los que no ven, vean; y los
que ven, sean cegados.
Y ciertos de los
Fariseos que estaban con Él oyeron esto, y dijéronle: ¿Somos nosotros también
ciegos?
Díjoles
Jesús: Si fuerais ciegos, no tuvierais pecado: mas ahora porque decís, Vemos,
por tanto vuestro pecado permanece.
Capítulo 10
DE cierto, de
cierto os digo: El que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, mas
sube por otra parte, el tal es ladrón y robador.
Mas el que
entra por la puerta, el pastor de las ovejas es.
A éste abre
el portero, y las ovejas oyen su voz: y á sus ovejas llama por nombre, y las
saca.
Y como ha
sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen,
porque conocen su voz.
Mas al
extraño no seguirán, antes huirán de Él: porque no conocen la voz de los
extraños.
Esta parábola
les dijo Jesús; mas ellos no entendieron qué era lo que les decía.
Volvióles,
pues, Jesús á decir: De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las
ovejas.
Todos los que
antes de mí vinieron, ladrones son y robadores; mas no los oyeron las ovejas.
Yo soy la
puerta: el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará
pastos.
El ladrón no viene
sino para hurtar, y matar, y destruir: yo he venido para que tengan vida, y
para que la tengan en abundancia.
Yo soy el
buen pastor: el buen pastor su vida da por las ovejas.
Mas el asalariado,
y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve al lobo que
viene, y deja las ovejas, y huye, y el lobo las arrebata, y esparce las ovejas.
Así que, el
asalariado, huye, porque es asalariado, y no tiene cuidado de las ovejas.
Yo soy el
buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen.
Como el Padre
me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.
También tengo
otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también me conviene traer, y
oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.
Por eso me
ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla á tomar.
Nadie me la
quita, mas yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder
para volverla á tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.
Y volvió á
haber disensión entre los Judíos por estas palabras.
Y muchos de
ellos decían: Demonio tiene, y está fuera de sí; ¿para qué le oís?
Decían otros:
Estas palabras no son de endemoniado: ¿puede el demonio abrir los ojos de los
ciegos?
Y se hacía la
fiesta de la dedicación en Jerusalem; y era invierno;
Y Jesús
andaba en el templo por el portal de Salomón.
Y rodeáronle
los Judíos y dijéronle: ¿Hasta cuándo nos has de turbar el alma? Si tú eres el
Cristo, dínoslo abiertamente.
Respondióles
Jesús: Os lo he dicho, y no creéis: las obras que yo hago en nombre de mi
Padre, ellas dan testimonio de mí;
Mas vosotros
no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho.
Mis ovejas
oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen;
Y yo les doy
vida eterna y no perecerán para siempre, ni nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre que
me las dió, mayor que todos es y nadie las puede arrebatar de la mano de mi
Padre.
Yo y el Padre
una cosa somos.
Entonces
volvieron á tomar piedras los Judíos para apedrearle.
Respondióles Jesús:
Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre, ¿por cuál obra de esas me
apedreáis?
Respondiéronle
los Judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; y
porque tú, siendo hombre, te haces Dios.
Respondióles
Jesús: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, Dioses sois?
Si dijo,
dioses, á aquellos á los cuales fué hecha palabra de Dios (y la Escritura no
puede ser quebrantada);
¿A quien el
Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije:
Hijo de Dios soy?
Si no hago
obras de mi Padre, no me creáis.
Mas si las
hago, aunque á mí no creáis, creed á las obras; para que conozcáis y creáis que
el Padre está en mí, y yo en el Padre.
Y procuraban
otra vez prenderle; mas Él se salió de sus manos;
Y volvióse
tras el Jordán, á aquel lugar donde primero había estado bautizando Juan; y
estúvose allí.
Y muchos
venían á Él, y decían: Juan, á la verdad, ninguna señal hizo; mas todo lo que
Juan dijo de éste, era verdad.
Y muchos
creyeron allí en Él.
Capítulo 11
ESTABA
entonces enfermo uno llamado Lázaro, de Bethania, la aldea de María y de Marta
su hermana.
(Y María, cuyo
hermano Lázaro estaba enfermo, era la que ungió al Señor con ungüento, y limpió
sus pies con sus cabellos)
Enviaron,
pues, sus hermanas á Él, diciendo: Señor, he aquí, el que amas está enfermo.
Y oyéndolo
Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, mas por gloria de Dios, para
que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.
Y amaba Jesús
á Marta, y á su hermana, y á Lázaro.
Como oyó pues
que estaba enfermo, quedóse aún dos días en aquel lugar donde estaba.
Luego,
después de esto, dijo á los discípulos: Vamos á Judea otra vez.
Dícenle los
discípulos: Rabbí, ahora procuraban los Judíos apedrearte, ¿y otra vez vas
allá?
Respondió
Jesús: ¿No tiene el día doce horas? El que anduviere de día, no tropieza,
porque ve la luz de este mundo.
Mas el que
anduviere de noche, tropieza, porque no hay luz en Él.
Dicho esto,
díceles después: Lázaro nuestro amigo duerme; mas voy á despertarle del sueño.
Dijeron
entonces sus discípulos: Señor, si duerme, salvo estará.
Mas esto
decía Jesús de la muerte de Él: y ellos pensaron que hablaba del reposar del
sueño.
Entonces,
pues, Jesús les dijo claramente: Lázaro es muerto;
Y huélgome por
vosotros, que yo no haya estado allí, para que creáis: mas vamos á Él.
Dijo entonces
Tomás, el que se dice el Dídimo, á sus condiscípulos: Vamos también nosotros,
para que muramos con Él.
Vino pues
Jesús, y halló que había ya cuatro días que estaba en el sepulcro.
Y Bethania
estaba cerca de Jerusalem, como quince estadios;
Y muchos de
los Judíos habían venido á Marta y á María, á consolarlas de su hermano.
Entonces
Marta, como oyó que Jesús venía, salió á encontrarle; mas María se estuvo en
casa.
Y Marta dijo
á Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no fuera muerto;
Mas también
sé ahora, que todo lo que pidieres de Dios, te dará Dios.
Dícele Jesús:
Resucitará tu hermano.
Marta le
dice: Yo sé que resucitará en la resurrección en el día postrero.
Dícele Jesús:
Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto,
vivirá.
Y todo aquel
que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?
-
Dícele: Sí
Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al
mundo.
Y esto dicho,
fuése, y llamó en secreto á María su hermana, diciendo: El Maestro está aquí y
te llama.
Ella, como lo
oyó, levántase prestamente y viene á Él.
(Que aun no
había llegado Jesús á la aldea, mas estaba en aquel lugar donde Marta le había
encontrado.)
Entonces los
Judíos que estaban en casa con ella, y la consolaban, como vieron que María se
había levantado prestamente, y había salido, siguiéronla, diciendo: Va al
sepulcro á llorar allí.
Mas María,
como vino donde estaba Jesús, viéndole, derribóse á sus pies, diciéndole:
Señor, si hubieras estado aquí, no fuera muerto mi hermano.
Jesús
entonces, como la vió llorando, y á los Judíos que habían venido juntamente con
ella llorando, se conmovió en espíritu, y turbóse,
Y dijo:
¿Dónde le pusisteis? Dícenle: Señor, ven, y ve.
Y lloró
Jesús.
Dijeron
entonces los Judíos: Mirad cómo le amaba.
Y algunos de ellos
dijeron: ¿No podía éste que abrió los ojos al ciego, hacer que éste no muriera?
Y Jesús,
conmoviéndose otra vez en sí mismo, vino al sepulcro. Era una cueva, la cual
tenía una piedra encima.
Dice Jesús:
Quitad la piedra. Marta, la hermana del que se había muerto, le dice: Señor,
hiede ya, que es de cuatro días.
Jesús le
dice: ¿No te he dicho que, si creyeres, verás la gloria de Dios?
Entonces
quitaron la piedra de donde el muerto había sido puesto. Y Jesús, alzando los
ojos arriba, dijo: Padre, gracias te doy que me has oído.
Que yo sabía
que siempre me oyes; mas por causa de la compañía que está alrededor, lo dije,
para que crean que tú me has enviado.
Y habiendo
dicho estas cosas, clamó á gran voz: Lázaro, ven fuera.
Y el que
había estado muerto, salió, atadas las manos y los pies con vendas; y su rostro
estaba envuelto en un sudario. Díceles Jesús: Desatadle, y dejadle ir.
Entonces
muchos de los Judíos que habían venido á María, y habían visto lo que había
hecho Jesús, creyeron en Él.
Mas algunos
de ellos fueron á los Fariseos, y dijéronles lo que Jesús había hecho.
Entonces los
pontífices y los Fariseos juntaron concilio, y decían: ¿Qué hacemos? porque
este hombre hace muchas señales.
Si le dejamos
así, todos creerán en Él: y vendrán los Romanos, y quitarán nuestro lugar y la
nación.
Y Caifás, uno
de ellos, sumo pontífice de aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada;
Ni pensáis que
nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación se
pierda.
Mas esto no
lo dijo de sí mismo; sino que, como era el sumo pontífice de aquel año,
profetizó que Jesús había de morir por la nación:
Y no
solamente por aquella nación, mas también para que juntase en uno los hijos de
Dios que estaban derramados.
Así que,
desde aquel día consultaban juntos de matarle.
Por tanto,
Jesús ya no andaba manifiestamente entre los Judíos; mas fuése de allí á la
tierra que está junto al desierto, á una ciudad que se llama Ephraim: y
estábase allí con sus discípulos
Y la Pascua
de los Judíos estaba cerca: y muchos subieron de aquella tierra á Jerusalem
antes de la Pascua, para purificarse;
Y buscaban á
Jesús, y hablaban los unos con los otros estando en el templo. ¿Qué os parece,
que no vendrá á la fiesta?
Y los
pontífices y los Fariseos habían dado mandamiento, que si alguno supiese dónde
estuviera, lo manifestase, para que le prendiesen.
Capítulo 12
Y JESÚS, seis
días antes de la Pascua, vino á Bethania, donde estaba Lázaro, que había sido
muerto, al cual había resucitado de los muertos.
E hiciéronle
allí una cena y Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados á la
mesa juntamente con Él.
Entonces
María tomó una libra de ungüento de nardo líquido de mucho precio, y ungió los
pies de Jesús, y limpió sus pies con sus cabellos: y la casa se llenó del olor
del ungüento.
Y dijo uno de
sus discípulos, Judas Iscariote, hijo de Simón, el que le había de entregar:
¿Por qué no
se ha vendido este ungüento por trescientos dineros, y se dió á los pobres?
Mas dijo
esto, no por el cuidado que Él tenía de los pobres: sino porque era ladrón, y
tenía la bolsa, y traía lo que se echaba en ella.
Entonces
Jesús dijo: Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto;
Porque á los
pobres siempre los tenéis con vosotros, mas á mí no siempre me tenéis.
Entonces
mucha gente de los Judíos entendió que Él estaba allí; y vinieron no solamente
por causa de Jesús, mas también por ver á Lázaro, al cual había resucitado de
los muertos.
Consultaron
asimismo los príncipes de los sacerdotes, de matar también á Lázaro;
Porque muchos
de los Judíos iban y creían en Jesús por causa de Él.
El siguiente
día, mucha gente que había venido á la fiesta, como oyeron que Jesús venía á
Jerusalem,
Tomaron ramos
de palmas, y salieron á recibirle, y clamaban: ¡Hosanna, Bendito el que viene
en el nombre del Señor, el Rey de Israel!
Y halló Jesús
un asnillo, y se sentó sobre Él, como está escrito:
No temas,
hija de Sión: he aquí tu Rey viene, sentado sobre un pollino de asna.
Estas cosas
no las entendieron sus discípulos de primero: empero cuando Jesús fué
glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas de Él, y
que le hicieron estas cosas.
Y la gente que
estaba con Él, daba testimonio de cuando llamó á Lázaro del sepulcro, y le
resucitó de los muertos.
Por lo cual
también había venido la gente á recibirle, porque había oído que Él había hecho
esta señal;
Mas los
Fariseos dijeron entre sí: ¿Veis que nada aprovecháis? he aquí, el mundo se va
tras de Él.
Y había
ciertos Griegos de los que habían subido á adorar en la fiesta:
Estos pues,
se llegaron á Felipe, que era de Bethsaida de Galilea, y rogáronle, diciendo:
Señor, querríamos ver á Jesús.
Vino Felipe,
y díjolo á Andrés: Andrés entonces, y Felipe, lo dicen á Jesús.
Entonces
Jesús les respondió, diciendo: La hora viene en que el Hijo del hombre ha de
ser glorificado.
De cierto, de
cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, Él solo
queda; mas si muriere, mucho fruto lleva.
El que ama su
vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la
guardará.
Si alguno me
sirve, sígame: y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno
me sirviere, mi Padre le honrará.
Ahora está
turbada mi alma; ¿y qué diré? Padre, sálvame de esta hora. Mas por esto he
venido en esta hora.
Padre,
glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Y lo he glorificado, y lo
glorificaré otra vez.
Y la gente
que estaba presente, y había oído, decía que había sido trueno. Otros decían:
Angel le ha hablado.
Respondió Jesús,
y dijo: No ha venido esta voz por mi causa, mas por causa de vosotros.
Ahora es el
juicio de este mundo: ahora el príncipe de este mundo será echado fuera.
Y yo, si
fuere levantado de la tierra, á todos traeré á mí mismo.
Y esto decía
dando á entender de qué muerte había de morir.
Respondióle
la gente: Nosotros hemos oído de la ley, que el Cristo permanece para siempre:
¿cómo pues dices tú: Conviene que el Hijo del hombre sea levantado? ¿Quién es
este Hijo del hombre?
Entonces
Jesús les dice: Aun por un poco estará la luz entre vosotros: andad entre tanto
que tenéis luz, porque no os sorprendan las tinieblas; porque el que anda en
tinieblas, no sabe dónde va.
Entre tanto
que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz. Estas cosas
habló Jesús, y fuése, y escondióse de ellos.
Empero
habiendo hecho delante de ellos tantas señales, no creían en Él.
Para que se
cumpliese el dicho que dijo el profeta Isaías: ¿Señor, quién ha creído á nuestro
dicho? ¿Y el brazo del Señor, á quién es revelado?
Por esto no
podían creer, porque otra vez dijo Isaías:
Cegó los ojos
de ellos, y endureció su corazón; Porque no vean con los ojos, y entiendan de
corazón, Y se conviertan, Y yo los sane.
Estas cosas
dijo Isaías cuando vió su gloria, y habló de Él.
Con todo eso,
aun de los príncipes, muchos creyeron en Él; mas por causa de los Fariseos no
lo confesaban, por no ser echados de la sinagoga.
Porque amaban
más la gloria de los hombres que la gloria de Dios.
Mas Jesús
clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió;
Y el que me
ve, ve al que me envió.
Yo la luz he
venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas.
Y el que
oyere mis palabras, y no las creyere, yo no le juzgo; porque no he venido á
juzgar al mundo, sino á salvar al mundo.
El que me
desecha, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado,
ella le juzgará en el día postrero.
Porque yo no
he hablado de mí mismo; mas el Padre que me envió, Él me dió mandamiento de lo
que he de decir, y de lo que he de hablar.
Y sé que su
mandamiento es vida eterna: así que, lo que yo hablo, como el Padre me lo ha
dicho, así hablo.
Capítulo 13
ANTES de la
fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había venido para que pasase de
este mundo al Padre, como había amado á los suyos que estaban en el mundo,
amólos hasta el fin.
Y la cena
acabada, como el diablo ya había metido en el corazón de Judas, hijo de Simón
Iscariote, que le entregase,
Sabiendo Jesús
que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de
Dios, y á Dios iba,
Levántase de
la cena, y quítase su ropa, y tomando una toalla, ciñóse.
Luego puso
agua en un lebrillo, y comenzó á lavar los pies de los discípulos, y á
limpiarlos con la toalla con que estaba ceñido.
Entonces vino
á Simón Pedro; y Pedro le dice: ¿Señor, tú me lavas los pies?
Respondió
Jesús, y díjole: Lo que yo hago, tú no entiendes ahora; mas lo entenderás
después.
Dícele Pedro:
No me lavarás los pies jamás. Respondióle Jesús: Si no te lavare, no tendrás
parte conmigo.
Dícele Simón
Pedro: Señor, no sólo mis pies, mas aun las manos y la cabeza.
Dícele Jesús:
El que está lavado, no necesita sino que lave los pies, mas está todo limpio: y
vosotros limpios estáis, aunque no todos.
Porque sabía
quién le había de entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos.
Así que,
después que les hubo lavado los pies, y tomado su ropa, volviéndose á sentar á
la mesa, díjoles: ¿Sabéis lo que os he hecho?
Vosotros me
llamáis, Maestro, y, Señor: y decís bien; porque lo soy.
Pues si yo,
el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavar
los pies los unos á los otros.
Porque
ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.
De cierto, de
cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el apóstol es mayor que
el que le envió.
Si sabéis
estas cosas, bienaventurados seréis, si las hiciereis.
No hablo de
todos vosotros: yo sé los que he elegido: mas para que se cumpla la Escritura:
El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar.
Desde ahora
os lo digo antes que se haga, para que cuando se hiciere, creáis que yo soy.
De cierto, de
cierto os digo: El que recibe al que yo enviare, á mí recibe; y el que á mí
recibe, recibe al que me envió.
Como hubo
dicho Jesús esto, fué conmovido en el espíritu, y protestó, y dijo: De cierto,
de cierto os digo, que uno de vosotros me ha de entregar.
Entonces los
discípulos mirábanse los unos á los otros, dudando de quién decía.
Y uno de sus
discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado en el seno de Jesús.
A éste, pues,
hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquél de quien decía.
El entonces
recostándose sobre el pecho de Jesús, dícele: Señor, ¿quién es?
Respondió
Jesús: Aquél es, á quien yo diere el pan mojado. Y mojando el pan, diólo á
Judas Iscariote, hijo de Simón.
Y tras el
bocado Satanás entró en Él. Entonces Jesús le dice: Lo que haces, haz lo más
presto.
Mas ninguno
de los que estaban á la mesa entendió á qué propósito le dijo esto.
Porque los unos
pensaban, por que Judas tenía la bolsa, que Jesús le decía: Compra lo que
necesitamos para la fiesta: ó, que diese algo á los pobres.
Como Él pues
hubo tomado el bocado, luego salió: y era ya noche.
Entonces como
Él salió, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es
glorificado en Él.
Si Dios es
glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo, y luego le
glorificará.
Hijitos, aun
un poco estoy con vosotros. Me buscaréis; mas, como dije á los Judíos: Donde yo
voy, vosotros no podéis venir; así digo á vosotros ahora.
Un
mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos á otros: como os he amado, que
también os améis los unos á los otros.
En esto
conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los
otros.
Dícele Simón
Pedro: Señor, ¿adónde vas? Respondióle Jesús: Donde yo voy, no me puedes ahora
seguir; mas me seguirás después.
Dícele Pedro:
Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? mi alma pondré por ti.
Respondióle
Jesús: ¿Tu alma pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el
gallo, sin que me hayas negado tres veces.
Capítulo 14
NO se turbe
vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.
En la casa de
mi Padre muchas moradas hay: de otra manera os lo hubiera dicho: voy, pues, á
preparar lugar para vosotros.
Y si me
fuere, y os aparejare lugar, vendré otra vez, y os tomaré á mí mismo: para que
donde yo estoy, vosotros también estéis.
Y sabéis á
dónde yo voy; y sabéis el camino.
Dícele Tomás:
Señor, no sabemos á dónde vas: ¿cómo, pues, podemos saber el camino?
Jesús le
dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por
mí.
Si me
conocieseis, también á mi Padre conocierais: y desde ahora le conocéis, y le
habéis visto.
Dícele
Felipe: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta.
Jesús le
dice: ¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El
que me ha visto, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?
¿No crees que
yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las
hablo de mí mismo: mas el Padre que está en mí, Él hace las obras.
Creedme que
yo soy en el Padre, y el Padre en mí: de otra manera, creedme por las mismas
obras.
De cierto, de
cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago también Él las hará; y
mayores que éstas hará; porque yo voy al Padre.
Y todo lo que
pidiereis al Padre en mi nombre, esto haré, para que el Padre sea glorificado
en el Hijo.
Si algo pidiereis
en mi nombre, yo lo haré.
Si me amáis,
guardad mis mandamientos;
Y yo rogaré
al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre:
Al Espíritu
de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce:
mas vosotros le conocéis; porque está con vosotros, y será en vosotros.
No os dejaré
huérfanos: vendré á vosotros.
Aun un
poquito, y el mundo no me verá más; empero vosotros me veréis; porque yo vivo,
y vosotros también viviréis.
En aquel día
vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en
vosotros.
El que tiene
mis mandamientos, y los guarda, aquél es el que me ama; y el que me ama, será
amado de mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré á Él.
Dícele Judas,
no el Iscariote: Señor, ¿qué hay porque te hayas de manifestar á nosotros, y no
al mundo?
Respondió
Jesús, y díjole: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y
vendremos á Él, y haremos con Él morada.
El que no me
ama, no guarda mis palabras: y la palabra que habéis oído, no es mía, sino del
Padre que me envió.
Estas cosas os
he hablado estando con vosotros.
Mas el
Consolador, el Espíritu Santo, al cual el Padre enviará en mi nombre, Él os
enseñará todas las cosas, y os recordará todas las cosas que os he dicho.
La paz os
dejo, mi paz os doy: no como el mundo la da, yo os la doy. No se turbe vuestro
corazón, ni tenga miedo.
Habéis oído
cómo yo os he dicho: Voy, y vengo á vosotros. Si me amaseis, ciertamente os
gozaríais, porque he dicho que voy al Padre: porque el Padre mayor es que yo.
Y ahora os lo
he dicho antes que se haga; para que cuando se hiciere, creáis.
Ya no hablaré
mucho con vosotros: porque viene el príncipe de este mundo; mas no tiene nada
en mí.
Empero para
que conozca el mundo que amo al Padre, y como el Padre me dió el mandamiento,
así hago. Levantaos, vamos de aquí,
Capítulo 15
YO soy la vid
verdadera, y mi Padre es el labrador.
Todo pámpano
que en mí no lleva fruto, le quitará: y todo aquel que lleva fruto, le
limpiará, para que lleve más fruto.
Ya vosotros
sois limpios por la palabra que os he hablado.
Estad en mí,
y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviere
en la vid; así ni vosotros, si no estuviereis en mí.
Yo soy la
vid, vosotros los pámpanos: el que está en mí, y yo en Él, éste lleva mucho
fruto; porque sin mí nada podéis hacer.
El que en mí
no estuviere, será echado fuera como mal pámpano, y se secará; y los cogen, y
los echan en el fuego, y arden.
Si
estuviereis en mí, y mis palabras estuvieren en vosotros, pedid todo lo que
quisiereis, y os será hecho.
En esto es
glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.
Como el Padre
me amó, también yo os he amado: estad en mi amor.
Si guardareis
mis mandamientos, estaréis en mi amor; como yo también he guardado los
mandamientos de mi Padre, y estoy en su amor.
Estas cosas
os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido.
Este es mi
mandamiento: Que os améis los unos á los otros, como yo os he amado.
Nadie tiene
mayor amor que este, que ponga alguno su vida por sus amigos.
Vosotros sois
mis amigos, si hiciereis las cosas que yo os mando.
Ya no os
llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: mas os he
llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os he hecho
notorias.
No me
elegisteis vosotros á mí, mas yo os elegí á vosotros; y os he puesto para que
vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca: para que todo lo que
pidiereis del Padre en mi nombre, Él os lo dé.
Esto os mando:
Que os améis los unos á los otros.
Si el mundo
os aborrece, sabed que á mí me aborreció antes que á vosotros.
Si fuerais
del mundo, el mundo amaría lo suyo; mas porque no sois del mundo, antes yo os
elegí del mundo, por eso os aborrece el mundo.
Acordaos de
la palabra que yo os he dicho: No es el siervo mayor que su señor. Si á mí me
han perseguido, también á vosotros perseguirán: si han guardado mi palabra,
también guardarán la vuestra.
Mas todo esto
os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado.
Si no hubiera
venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado, mas ahora no tienen excusa
de su pecado.
El que me
aborrece, también á mi Padre aborrece.
Si no hubiese
hecho entre ellos obras cuales ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; mas
ahora, y las han visto, y me aborrecen á mí y á mi Padre.
Mas para que
se cumpla la palabra que está escrita en su ley: Que sin causa me aborrecieron.
Empero cuando
viniere el Consolador, el cual yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad,
el cual procede del Padre, Él dará testimonio de mí.
Y vosotros
daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio.
Capítulo 16
ESTAS cosas
os he hablado, para que no os escandalicéis.
Os echarán de
los sinagogas; y aun viene la hora, cuando cualquiera que os matare, pensará
que hace servicio á Dios.
Y estas cosas
os harán, porque no conocen al Padre ni á mí.
Mas os he
dicho esto, para que cuando aquella hora viniere, os acordéis que yo os lo
había dicho. Esto empero no os lo dije al principio, porque yo estaba con
vosotros.
Mas ahora voy
al que me envió; y ninguno de vosotros me pregunta: ¿Adónde vas?
Antes, porque
os he hablado estas cosas, tristeza ha henchido vuestro corazón.
Empero yo os
digo la verdad: Os es necesario que yo vaya: porque si yo no fuese, el
Consolador no vendría á vosotros; mas si yo fuere, os le enviaré.
Y cuando Él
viniere redargüirá al mundo de pecado, y de justicia, y de juicio:
De pecado
ciertamente, por cuanto no creen en mí;
Y de
justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más;
Y de juicio,
por cuanto el príncipe de este mundo es juzgado.
Aun tengo
muchas cosas que deciros, mas ahora no las podéis llevar.
Pero cuando
viniere aquel Espíritu de verdad, Él os guiará á toda verdad; porque no hablará
de sí mismo, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que
han de venir.
El me
glorificará: porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.
Todo lo que
tiene el Padre, mío es: por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber.
Un poquito, y
no me veréis; y otra vez un poquito, y me veréis: porque yo voy al Padre.
Entonces
dijeron algunos de sus discípulos unos á otros: ¿Qué es esto que nos dice: Un
poquito, y no me veréis; y otra vez un poquito, y me veréis: y, por que yo voy
al Padre?
Decían pues:
¿Qué es esto que dice: Un poquito? No entendemos lo que habla.
Y conoció
Jesús que le querían preguntar, y díjoles: ¿Preguntáis entre vosotros de esto
que dije: Un poquito, y no me veréis, y otra vez un poquito, y me veréis?
De cierto, de
cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará:
empero aunque vosotros estaréis tristes, vuestra tristeza se tornará en gozo.
La mujer
cuando pare, tiene dolor, porque es venida su hora; mas después que ha parido
un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un
hombre en el mundo.
También,
pues, vosotros ahora ciertamente tenéis tristeza; mas otra vez os veré, y se
gozará vuestro corazón, y nadie quitará de vosotros vuestro gozo.
Y aquel día
no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto
pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará.
Hasta ahora
nada habéis pedido en mi nombre: pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea
cumplido.
Estas cosas
os he hablado en proverbios: la hora viene cuando ya no os hablaré por
proverbios, pero claramente os anunciaré del Padre.
Aquel día
pediréis en mi nombre: y no os digo, que yo rogaré al Padre por vosotros;
Pues el mismo
Padre os ama, porque vosotros me amasteis, y habéis creído que yo salí de Dios.
Salí del
Padre, y he venido al mundo: otra vez dejo el mundo, y voy al Padre.
Dícenle sus
discípulos: He aquí, ahora hablas claramente, y ningún proverbio dices.
Ahora
entendemos que sabes todas las cosas, y no necesitas que nadie te pregunte: en
esto creemos que has salido de Dios.
Respondióles
Jesús: ¿Ahora creéis?
He aquí, la
hora viene, y ha venido, que seréis esparcidos cada uno por su parte, y me
dejaréis solo: mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo.
Estas cosas
os he hablado, para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción: mas
confiad, yo he vencido al mundo.
Capítulo 17
ESTAS cosas
habló Jesús, y levantados los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora es llegada;
glorifica á tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique á ti;
Como le has
dado la potestad de toda carne, para que dé vida eterna á todos los que le
diste.
Esta empero
es la vida eterna: que te conozcan el solo Dios verdadero, y á Jesucristo, al
cual has enviado.
Yo te he
glorificado en la tierra: he acabado la obra que me diste que hiciese.
Ahora pues,
Padre, glorifícame tú cerca de ti mismo con aquella gloria que tuve cerca de ti
antes que el mundo fuese.
He
manifestado tu nombre á los hombres que del mundo me diste: tuyos eran, y me
los diste, y guardaron tu palabra.
Ahora han
conocido que todas las cosas que me diste, son de ti;
Porque las
palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido
verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste.
Yo ruego por
ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son:
Y todas mis
cosas son tus cosas, y tus cosas son mis cosas: y he sido glorificado en ellas.
Y ya no estoy
en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo á ti vengo. Padre santo, á los
que me has dado, guárdalos por tu nombre, para que sean una cosa, como también
nosotros.
Cuando estaba
con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; á los que me diste, yo los
guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición; para que la
Escritura se cumpliese.
Mas ahora
vengo á ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí
mismos.
Yo les he
dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como
tampoco yo soy del mundo.
No ruego que
los quites del mundo, sino que los guardes del mal.
No son del
mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Santifícalos
en tu verdad: tu palabra es verdad.
Como tú me enviaste
al mundo, también los he enviado al mundo.
Y por ellos
yo me santifico á mí mismo, para que también ellos sean santificados en verdad.
Mas no ruego
solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra
de ellos.
Para que
todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos
sean en nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste.
Y yo, la
gloria que me diste les he dado; para que sean una cosa, como también nosotros
somos una cosa.
Yo en ellos,
y tú en mí, para que sean consumadamente una cosa; que el mundo conozca que tú
me enviaste, y que los has amado, como también á mí me has amado.
Padre,
aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén también
conmigo; para que vean mi gloria que me has dado: por cuanto me has amado desde
antes de la constitución del mundo.
Padre justo,
el mundo no te ha conocido, mas yo te he conocido; y éstos han conocido que tú
me enviaste;
Y yo les he
manifestado tu nombre, y manifestaré lo aún; para que el amor con que me has
amado, esté en ellos, y yo en ellos.
Capítulo 18
COMO Jesús hubo
dicho estas cosas, salióse con sus discípulos tras el arroyo de Cedrón, donde
estaba un huerto, en el cual entró Jesús y sus discípulos.
Y también
Judas, el que le entregaba, sabía aquel lugar; porque muchas veces Jesús se
juntaba allí con sus discípulos.
Judas pues
tomando una compañía, y ministros de los pontífices y de los Fariseos, vino
allí con linternas y antorchas, y con armas.
Empero Jesús,
sabiendo todas las cosas que habían de venir sobre Él, salió delante, y
díjoles: ¿A quién buscáis?
Respondiéronle:
A Jesús Nazareno. Díceles Jesús; Yo soy (Y estaba también con ellos Judas, el
que le entregaba.)
Y como les
dijo, Yo soy, volvieron atrás, y cayeron en tierra.
Volvióles,
pues, á preguntar: ¿A quién buscáis? Y ellos dijeron: A Jesús Nazareno.
Respondió
Jesús: Os he dicho que yo soy: pues si á mi buscáis, dejad ir á éstos.
Para que se
cumpliese la palabra que había dicho: De los que me diste, ninguno de ellos
perdí.
Entonces
Simón Pedro, que tenía espada, sacóla, é hirió al siervo del pontífice, y le
cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco.
Jesús
entonces dijo á Pedro: Mete tu espada en la vaina: el vaso que el Padre me ha
dado, ¿no lo tengo de beber?
Entonces la
compañía y el tribuno, y los ministros de los Judíos, prendieron á Jesús y le
ataron,
Y lleváronle primeramente
á Anás; porque era suegro de Caifás, el cual era pontífice de aquel año.
Y era Caifás
el que había dado el consejo á los Judíos, que era necesario que un hombre
muriese por el pueblo.
Y seguía á
Jesús Simón Pedro, y otro discípulo. Y aquel discípulo era conocido del
pontífice, y entró con Jesús al atrio del pontífice;
Mas Pedro
estaba fuera á la puerta. Y salió aquel discípulo que era conocido del
pontífice, y habló á la portera, y metió dentro á Pedro.
Entonces la criada
portera dijo á Pedro: ¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?
Dice Él: No soy.
Y estaban en
pie los siervos y los ministros que habían allegado las ascuas; porque hacía
frío, y calentábanse: y estaba también con ellos Pedro en pie, calentándose.
Y el
pontífice preguntó á Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
Jesús le
respondió: Yo manifiestamente he hablado al mundo: yo siempre he enseñado en la
sinagoga y en el templo, donde se juntan todos los Judíos, y nada he hablado en
oculto.
¿Qué me
preguntas á mí? Pregunta á los que han oído, qué les haya yo hablado: he aquí,
ésos saben lo que yo he dicho.
Y como Él
hubo dicho esto, uno de los criados que estaba allí, dió una bofetada á Jesús,
diciendo: ¿Así respondes al pontífice?
Respondióle
Jesús: Si he hablado mal, da testimonio del mal: y si bien, ¿por qué me hieres?
Y Anás le
había enviado atado á Caifás pontífice.
Estaba pues
Pedro en pie calentándose. Y dijéronle: ¿No eres tú de sus discípulos? El negó,
y dijo: No soy.
Uno de los
siervos del pontífice, pariente de aquél á quien Pedro había cortado la oreja,
le dice: ¿No te vi yo en el huerto con Él?
Y negó Pedro
otra vez: y luego el gallo cantó.
Y llevaron á
Jesús de Caifás al pretorio: y era por la mañana: y ellos no entraron en el
pretorio por no ser contaminados, sino que comiesen la pascua.
Entonces
salió Pilato á ellos fuera, y dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre?
Respondieron
y dijéronle: Si éste no fuera malhechor, no te le habríamos entregado.
Díceles
entonces Pilato: Tomadle vosotros, y juzgadle según vuestra ley. Y los Judíos
le dijeron: A nosotros no es lícito matar á nadie:
Para que se
cumpliese el dicho de Jesús, que había dicho, dando á entender de qué muerte
había de morir.
Así que,
Pilato volvió á entrar en el pretorio, y llamó á Jesús, y díjole: ¿Eres tú el
Rey de los Judíos?
Respondióle
Jesús: ¿Dices tú esto de ti mismo, ó te lo han dicho otros de mí?
Pilato
respondió: ¿Soy yo Judío? Tu gente, y los pontífices, te han entregado á mí:
¿qué has hecho?
Respondió
Jesús: Mi reino no es de este mundo: si de este mundo fuera mi reino, mis
servidores pelearían para que yo no fuera entregado á los Judíos: ahora, pues,
mi reino no es de aquí.
Díjole
entonces Pilato: ¿Luego rey eres tu? Respondió Jesús: Tu dices que yo soy rey.
Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio á
la verdad. Todo aquél que es de la verdad, oye mi voz.
Dícele
Pilato: ¿Qué cosa es verdad? Y como hubo dicho esto, salió otra vez á los
Judíos, y díceles: Yo no hallo en Él ningún crimen.
Empero
vosotros tenéis costumbre, que os suelte uno en la Pascua: ¿queréis, pues, que
os suelte al Rey de los Judíos?
Entonces
todos dieron voces otra vez, diciendo: No á éste, sino á Barrabás. Y Barrabás
era ladrón.
Capítulo 19
ASÍ que,
entonces tomó Pilato á Jesús, y le azotó.
Y los
soldados entretejieron de espinas una corona, y pusiéronla sobre su cabeza, y
le vistieron de una ropa de grana;
Y decían:
¡Salve, Rey de los Judíos! y dábanle de bofetadas.
Entonces
Pilato salió otra vez fuera, y díjoles: He aquí, os le traigo fuera, para que
entendáis que ningún crimen hallo en Él.
Y salió Jesús
fuera, llevando la corona de espinas y la ropa de grana. Y díceles Pilato: He
aquí el hombre.
Y como le
vieron los príncipes de los sacerdotes, y los servidores, dieron voces
diciendo: Crucifícale, crucifícale. Díceles Pilato: Tomadle vosotros, y
crucificadle; porque yo no hallo en Él crimen.
Respondiéronle
los Judíos: Nosotros tenemos ley, y según nuestra ley debe morir, porque se
hizo Hijo de Dios.
Y como Pilato
oyó esta palabra, tuvo más miedo.
Y entró otra
vez en el pretorio, y dijo á Jesús: ¿De dónde eres tú? Mas Jesús no le dió
respuesta.
Entonces
dícele Pilato: ¿A mí no me hablas? ¿no sabes que tengo potestad para
crucificarte, y que tengo potestad para soltarte?
Respondió
Jesús: Ninguna potestad tendrías contra mí, si no te fuese dado de arriba: por
tanto, el que á ti me ha entregado, mayor pecado tiene.
Desde
entonces procuraba Pilato soltarle; mas los Judíos daban voces, diciendo: Si á
éste sueltas, no eres amigo de César: cualquiera que se hace rey, á César
contradice.
Entonces
Pilato, oyendo este dicho, llevó fuera á Jesús, y se sentó en el tribunal en el
lugar que se dice Lithóstrotos, y en hebreo Gabbatha.
Y era la
víspera de la Pascua, y como la hora de sexta. Entonces dijo á los Judíos: He
aquí vuestro Rey.
Mas ellos
dieron voces: Quita, quita, crucifícale. Díceles Pilato: ¿A vuestro Rey he de
crucificar? Respondieron los pontífices: No tenemos rey sino á César.
Así que
entonces lo entregó á ellos para que fuese crucificado. Y tomaron á Jesús, y le
llevaron.
Y llevando su
cruz, salió al lugar que se dice de la Calavera, y en hebreo, Gólgotha;
Donde le
crucificaron, y con Él otros dos, uno á cada lado, y Jesús en medio.
Y escribió
también Pilato un título, que puso encima de la cruz. Y el escrito era: JESUS
NAZARENO, REY DE LOS JUDIOS.
Y muchos de
los Judíos leyeron este título: porque el lugar donde estaba crucificado Jesús
era cerca de la ciudad: y estaba escrito en hebreo, en griego, y en latín.
Y decían á
Pilato los pontífices de los Judíos: No escribas, Rey de los Judíos: sino, que
Él dijo: Rey soy de los Judíos.
Respondió
Pilato: Lo que he escrito, he escrito.
Y como los
soldados hubieron crucificado á Jesús, tomaron sus vestidos, é hicieron cuatro
partes (para cada soldado una parte); y la túnica; mas la túnica era sin
costura, toda tejida desde arriba.
Y dijeron
entre ellos: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, de quién será;
para que se cumpliese la Escritura, que dice: Partieron para sí mis vestidos, Y
sobre mi vestidura echaron suertes. Y los soldados hicieron esto.
Y estaban
junto á la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de
Cleofas, y María Magdalena.
Y como vió
Jesús á la madre, y al discípulo que Él amaba, que estaba presente, dice á su
madre: Mujer, he ahí tu hijo.
Después dice
al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió
consigo.
Después de
esto, sabiendo Jesús que todas las cosas eran ya cumplidas, para que la
Escritura se cumpliese, dijo: Sed tengo.
Y estaba allí
un vaso lleno de vinagre: entonces ellos hinchieron una esponja de vinagre, y
rodeada á un hisopo, se la llegaron á la boca.
Y como Jesús
tomó el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, dió el
espíritu.
Entonces los
Judíos, por cuanto era la víspera de la Pascua, para que los cuerpos no
quedasen en la cruz en el sábado, pues era el gran día del sábado, rogaron á
Pilato que se les quebrasen las piernas, y fuesen quitados.
Y vinieron
los soldados, y quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había
sido crucificado con Él.
Mas cuando
vinieron á Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas:
Empero uno de
los soldados le abrió el costado con una lanza, y luego salió sangre y agua.
Y el que lo
vió, da testimonio, y su testimonio es verdadero: y Él sabe que dice verdad,
para que vosotros también creáis.
Porque estas
cosas fueron hechas para que se cumpliese la Escritura: Hueso no quebrantaréis
de Él.
Y también
otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.
Después de
estas cosas, José de Arimatea, el cual era discípulo de Jesús, mas secreto por
miedo de los Judíos, rogó á Pilato que pudiera quitar el cuerpo de Jesús: y
permitióselo Pilato. Entonces vino, y quitó el cuerpo de Jesús.
Y vino
también Nicodemo, el que antes había venido á Jesús de noche, trayendo un
compuesto de mirra y de áloes, como cien libras.
Tomaron pues
el cuerpo de Jesús, y envolviéronlo en lienzos con especias, como es costumbre
de los Judíos sepultar.
Y en aquel
lugar donde había sido crucificado, había un huerto; y en el huerto un sepulcro
nuevo, en el cual aun no había sido puesto ninguno.
Allí, pues,
por causa de la víspera de la Pascua de los Judíos, porque aquel sepulcro
estaba cerca, pusieron á Jesús.
Capítulo 20
Y EL primer
día de la semana, María Magdalena vino de mañana, siendo aún obscuro, al
sepulcro; y vió la piedra quitada del sepulcro.
Entonces corrió,
y vino á Simón Pedro, y al otro discípulo, al cual amaba Jesús, y les dice: Han
llevado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde le han puesto.
Y salió
Pedro, y el otro discípulo, y vinieron al sepulcro.
Y corrían los
dos juntos; mas el otro discípulo corrió más presto que Pedro, y llegó primero
al sepulcro.
Y bajándose á
mirar, vió los lienzos echados; mas no entró.
Llegó luego
Simón Pedro siguiéndole, y entró en el sepulcro, y vió los lienzos echados,
Y el sudario,
que había estado sobre su cabeza, no puesto con los lienzos, sino envuelto en
un lugar aparte.
Y entonces
entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro, y vió, y
creyó.
Porque aun no
sabían la Escritura, que era necesario que Él resucitase de los muertos.
Y volvieron
los discípulos á los suyos.
Empero María
estaba fuera llorando junto al sepulcro: y estando llorando, bajóse á mirar el
sepulcro;
Y vió dos
ángeles en ropas blancas que estaban sentados, el uno á la cabecera, y el otro
á los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto.
Y dijéronle:
Mujer, ¿por qué lloras? Díceles: Porque se han llevado á mi Señor, y no sé
dónde le han puesto.
Y como hubo
dicho esto, volvióse atrás, y vió á Jesús que estaba allí; mas no sabía que era
Jesús.
Dícele Jesús:
Mujer, ¿por qué lloras? ¿á quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano,
dícele: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré.
Dícele Jesús:
¡María! Volviéndose ella, dícele: ¡Rabboni! que quiere decir, Maestro.
Dícele Jesús:
No me toques: porque aun no he subido á mi Padre: mas ve á mis hermanos, y
diles: Subo á mi Padre y á vuestro Padre, á mi Dios y á vuestro Dios.
Fué María
Magdalena dando las nuevas á los discípulos de que había visto al Señor, y que
Él le había dicho estas cosas.
Y como fué
tarde aquel día, el primero de la semana, y estando las puertas cerradas donde
los discípulos estaban juntos por miedo de los Judíos, vino Jesús, y púsose en
medio, y díjoles: Paz á vosotros.
Y como hubo
dicho esto, mostróles las manos y el costado. Y los discípulos se gozaron
viendo al Señor.
Entonces les
dijo Jesús otra vez: Paz á vosotros: como me envió el Padre, así también yo os
envío.
Y como hubo
dicho esto, sopló, y díjoles: Tomad el Espíritu Santo:
A los que
remitiereis los pecados, les son remitidos: á quienes los retuviereis, serán
retenidos.
Empero Tomás,
uno de los doce, que se dice el Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino.
Dijéronle
pues los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Y Él les dijo: Si no viere en
sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos,
y metiere mi mano en su costado, no creeré.
Y ocho días
después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Vino Jesús,
las puertas cerradas, y púsose en medio, y dijo: Paz á vosotros.
Luego dice á
Tomás: Mete tu dedo aquí, y ve mis manos: y alarga acá tu mano, y métela en mi
costado: y no seas incrédulo, sino fiel.
Entonces
Tomás respondió, y díjole: ¡Señor mío, y Dios mío!
Dícele Jesús:
Porque me has visto, Tomás, creiste: bienaventurados los que no vieron y
creyeron.
Y también
hizo Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, que no están
escritas en este libro.
Estas empero
son escritas, para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para
que creyendo, tengáis vida en su nombre.
Capítulo 21
DESPUÉS se
manifestó Jesús otra vez á sus discípulos en la mar de Tiberias; y manifestóse
de esta manera.
Estaban
juntos Simón Pedro, y Tomás, llamado al Dídimo, y Natanael, el que era de Caná
de Galilea, y los hijos de Zebedeo, y otros dos de sus discípulos.
Díceles
Simón: A pescar voy. Dícenle: Vamos nosotros también contigo. Fueron, y subieron
en una barca; y aquella noche no cogieron nada.
Y venida la
mañana, Jesús se puso á la ribera: mas los discípulos no entendieron que era
Jesús.
Y díjoles:
Mozos, ¿tenéis algo de comer? Respondiéronle: No.
Y Él les
dice: Echad la red á la mano derecha del barco, y hallaréis. Entonces la
echaron, y no la podían en ninguna manera sacar, por la multitud de los peces.
Entonces
aquel discípulo, al cual amaba Jesús, dijo á Pedro: El Señor es. Y Simón Pedro,
como oyó que era el Señor, ciñóse la ropa, porque estaba desnudo, y echóse á la
mar.
Y los otros
discípulos vinieron con el barco (porque no estaban lejos de tierra sino como
doscientos codos), trayendo la red de peces.
Y como
descendieron á tierra, vieron ascuas puestas, y un pez encima de ellas, y pan.
Díceles
Jesús; Traed de los peces que cogisteis ahora.
Subió Simón
Pedro, y trajo la red á tierra, llena de grandes peces, ciento cincuenta y
tres: y siendo tantos, la red no se rompió.
Díceles
Jesús: Venid, comed. Y ninguno de los discípulos osaba preguntarle: ¿Tú, quién
eres? sabiendo que era el Señor.
Viene pues
Jesús, y toma el pan, y les da; y asimismo del pez.
Esta era ya
la tercera vez que Jesús se manifestó á sus discípulos, habiendo resucitado de
los muertos.
Y cuando
hubieron comido, Jesús dijo á Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más
que estos? Dícele; Sí Señor: tú sabes que te amo. Dícele: Apacienta mis
corderos.
Vuélvele á
decir la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Respóndele: Sí, Señor: tú
sabes que te amo. Dícele: Apacienta mis ovejas.
Dícele la
tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Entristecióse Pedro de que le
dijese la tercera vez: ¿Me amas? y dícele: Señor, tú sabes todas las cosas; tú
sabes que te amo. Dícele Jesús: Apacienta mis ovejas.
De cierto, de
cierto te digo: Cuando eras más mozo, te ceñías, é ibas donde querías; mas
cuando ya fueres viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará á
donde no quieras.
Y esto dijo,
dando á entender con qué muerte había de glorificar á Dios. Y dicho esto,
dícele: Sígueme.
Volviéndose
Pedro, ve á aquel discípulo al cual amaba Jesús, que seguía, el que también se
había recostado á su pecho en la cena, y le había dicho: Señor, ¿quién es el
que te ha de entregar?
Así que Pedro
vió á éste, dice á Jesús: Señor, ¿y éste, qué?
Dícele Jesús:
Si quiero que Él quede hasta que yo venga, ¿qué á ti? Sígueme tú.
Salió
entonces este dicho entre los hermanos, que aquel discípulo no había de morir.
Mas Jesús no le dijo, No morirá; sino: Si quiero que Él quede hasta que yo
venga ¿qué á ti?
Este es aquel
discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas: y sabemos
que su testimonio es verdadero.
Y hay también
otras muchas cosas que hizo Jesús, que si se escribiesen cada una por sí, ni
aun en el mundo pienso que cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén.
adaptación de la Biblia cortesía de http://www.awmach.org/
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