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Capítulo 1
HABIENDO
muchos tentado á poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han
sido ciertísimas,
Como nos lo
enseñaron los que desde el principio lo vieron por sus ojos, y fueron ministros
de la palabra;
Me ha
parecido también á mí, después de haber entendido todas las cosas desde el
principio con diligencia, escribírtelas por orden, oh muy buen Teófilo,
Para que
conozcas la verdad de las cosas en las cuales has sido enseñado.
HUBO en los días
de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la suerte de Abías;
y su mujer, de las hijas de Aarón, llamada Elisabet.
Y eran ambos
justos delante de Dios, andando sin reprensión en todos los mandamientos y
estatutos del Señor.
Y no tenían
hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos eran avanzados en días.
Y aconteció
que ejerciendo Zacarías el sacerdocio delante de Dios por el orden de su vez,
Conforme á la
costumbre del sacerdocio, salió en suerte á poner el incienso, entrando en el
templo del Señor.
Y toda la
multitud del pueblo estaba fuera orando á la hora del incienso.
Y se le
apareció el ángel del Señor puesto en pie á la derecha del altar del incienso.
Y se turbó
Zacarías viéndole, y cayó temor sobre Él.
Mas el ángel
le dijo: Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer
Elisabet te parirá un hijo, y llamarás su nombre Juan.
Y tendrás
gozo y alegría, y muchos se gozarán de su nacimiento.
Porque será
grande delante de Dios, y no beberá vino ni sidra; y será lleno del Espíritu
Santo, aun desde el seno de su madre.
Y á muchos de
los hijos de Israel convertirá al Señor Dios de ellos.
Porque Él irá
delante de Él con el espíritu y virtud de Elías, para convertir los corazones
de los padres á los hijos, y los rebeldes á la prudencia de los justos, para
aparejar al Señor un pueblo apercibido.
Y dijo
Zacarías al ángel: ¿En qué conoceré esto? porque yo soy viejo, y mi mujer
avanzada en días.
Y
respondiendo el ángel le dijo: Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios; y soy
enviado á hablarte, y á darte estas buenas nuevas.
Y he aquí
estarás mudo y no podrás hablar, hasta el día que esto sea hecho, por cuanto no
creíste á mis palabras, las cuales se cumplirán á su tiempo.
Y el pueblo
estaba esperando á Zacarías, y se maravillaban de que Él se detuviese en el
templo.
Y saliendo,
no les podía hablar: y entendieron que había visto visión en el templo: y Él
les hablaba por señas, y quedó mudo.
Y fué, que
cumplidos los días de su oficio, se vino á su casa.
Y después de
aquellos días concibió su mujer Elisabet, y se encubrió por cinco meses,
diciendo:
Porque el
Señor me ha hecho así en los días en que miró para quitar mi afrenta entre los
hombres.
Y al sexto
mes, el ángel Gabriel fué enviado de Dios á una ciudad de Galilea, llamada
Nazaret,
A una virgen
desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David: y el nombre de
la virgen era María.
Y entrando el
ángel á donde estaba, dijo, ¡Salve, muy favorecida! el Señor es contigo: bendita
tú entre las mujeres.
Mas ella,
cuando le vió, se turbó de sus palabras, y pensaba qué salutación fuese ésta.
Entonces el
ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia cerca de Dios.
Y he aquí,
concebirás en tu seno, y parirás un hijo, y llamarás su nombre JESUS.
Este será
grande, y será llamado Hijo del Altísimo: y le dará el Señor Dios el trono de
David su padre:
Y reinará en
la casa de Jacob por siempre; y de su reino no habrá fin.
Entonces
María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? porque no conozco varón.
Y
respondiendo el ángel le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud
del Altísimo te hará sombra; por lo cual también lo Santo que nacerá, será
llamado Hijo de Dios.
Y he aquí, Elisabet
tu parienta, también ella ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes
á ella que es llamada la estéril:
Porque
ninguna cosa es imposible para Dios.
Entonces
María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase á mí conforme á tu palabra. Y
el ángel partió de ella.
En aquellos
días levantándose María, fué á la montaña con priesa, á una ciudad de Judá;
Y entró en casa
de Zacarías, y saludó á Elisabet.
Y aconteció,
que como oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre;
y Elisabet fué llena del Espíritu Santo,
Y exclamó á
gran voz, y dijo. Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu
vientre.
¿Y de dónde
esto á mí, que la madre de mi Señor venga á mí?
Porque he
aquí, como llegó la voz de tu salutación á mis oídos, la criatura saltó de
alegría en mi vientre.
Y
bienaventurada la que creyó, porque se cumplirán las cosas que le fueron dichas
de parte del Señor.
Entonces
María dijo: engrandece mi alma al Señor;
Y mi espíritu
se alegró en Dios mi Salvador,
Porque ha
mirado á la bajeza de su criada; Porque he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada
todas las generaciones.
Porque me ha
hecho grandes cosas el Poderoso; Y santo es su nombre.
Y su
misericordia de generación á generación A los que le temen.
Hizo valentía
con su brazo: Esparció los soberbios del pensamiento de su corazón.
Quitó los
poderosos de los tronos, Y levantó á los humildes.
A los
hambrientos hinchió de bienes; Y á los ricos envió vacíos.
Recibió á
Israel su siervo, acordándose de la misericordia.
Como habló á nuestros
padres A Abraham y á su simiente para siempre.
Y se quedó
María con ella como tres meses: después se volvió á su casa.
Y á Elisabet
se le cumplió el tiempo de parir, y parió un hijo.
Y oyeron los
vecinos y los parientes que Dios había hecho con ella grande misericordia, y se
alegraron con ella.
Y aconteció,
que al octavo día vinieron para circuncidar al niño; y le llamaban del nombre
de su padre, Zacarías.
Y
respondiendo su madre, dijo: No; sino Juan será llamado.
Y le dijeron:
¿Por qué? nadie hay en tu parentela que se llame de este nombre.
Y hablaron
por señas á su padre, cómo le quería llamar.
Y demandando
la tablilla, escribió, diciendo: Juan es su nombre. Y todos se maravillaron.
Y luego fué
abierta su boca y su lengua, y habló bendiciendo á Dios.
Y fué un
temor sobre todos los vecinos de ellos; y en todas las montañas de Judea fueron
divulgadas todas estas cosas.
Y todos los que
las oían, las conservaban en su corazón, diciendo: ¿Quién será este niño? Y la
mano del Señor estaba con Él.
Y Zacarías su
padre fué lleno de Espíritu Santo, y profetizó, diciendo:
Bendito el
Señor Dios de Israel, Que ha visitado y hecho redención á su pueblo,
Y nos alzó un
cuerno de salvación En la casa de David su siervo,
Como habló
por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio:
Salvación de
nuestros enemigos, y de mano de todos los que nos aborrecieron;
Para hacer
misericordia con nuestros padres, Y acordándose de su santo pacto;
Del juramento
que juró á Abraham nuestro padre, Que nos había de dar,
Que sin temor
librados de nuestros enemigos, Le serviríamos
En santidad y
en justicia delante de Él, todos los días nuestros.
Y tú, niño,
profeta del Altísimo serás llamado; Porque irás ante la faz del Señor, para
aparejar sus caminos;
Dando
conocimiento de salud á su pueblo, Para remisión de sus pecados,
Por las entrañas
de misericordia de nuestro Dios, Con que nos visitó de lo alto el Oriente,
Para dar luz
á los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; Para encaminar nuestros
pies por camino de paz.
Y el niño
crecía, y se fortalecía en espíritu: y estuvo en los desiertos hasta el día que
se mostró á Israel.
Capítulo 2
Y ACONTECIÓ
en aquellos días que salió edicto de parte de Augusto César, que toda la tierra
fuese empadronada.
Este
empadronamiento primero fué hecho siendo Cirenio gobernador de la Siria.
E iban todos
para ser empadronados, cada uno á su ciudad.
Y subió José
de Galilea, de la ciudad de Nazaret, á Judea, á la ciudad de David, que se
llama Bethlehem, por cuanto era de la casa y familia de David;
Para ser
empadronado con María su mujer, desposada con Él, la cual estaba encinta.
Y aconteció
que estando ellos allí, se cumplieron los días en que ella había de parir.
Y parió á su
hijo primogénito, y le envolvió en pañales, y acostóle en un pesebre, porque no
había lugar para ellos en el mesón.
Y había
pastores en la misma tierra, que velaban y guardaban las vigilias de la noche
sobre su ganado.
Y he aquí el
ángel del Señor vino sobre ellos, y la claridad de Dios los cercó de
resplandor; y tuvieron gran temor.
Mas el ángel
les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para
todo el pueblo:
Que os ha
nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.
Y esto os
será por señal: hallaréis al niño envuelto en pañales, echado en un pesebre.
Y
repentinamente fué con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales, que
alababan á Dios, y decían:
Gloria en las
alturas á Dios, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres.
Y aconteció
que como los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores dijeron los unos
á los otros: Pasemos pues hasta Bethlehem, y veamos esto que ha sucedido, que
el Señor nos ha manifestado.
Y vinieron
apriesa, y hallaron á María, y á José, y al niño acostado en el pesebre.
Y viéndolo,
hicieron notorio lo que les había sido dicho del niño.
Y todos los
que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían.
Mas María
guardaba todas estas cosas, confiriéndolas en su corazón.
Y se
volvieron los pastores glorificando y alabando á Dios de todas las cosas que
habían oído y visto, como les había sido dicho.
Y pasados los
ocho días para circuncidar al niño, llamaron su nombre JESUS; el cual le fué
puesto por el ángel antes que Él fuese concebido en el vientre.
Y como se cumplieron
los días de la purificación de ella, conforme á la ley de Moisés, le trajeron á
Jerusalem para presentarle al Señor,
(Como está
escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz, será llamado
santo al Señor),
Y para dar la
ofrenda, conforme á lo que está dicho en la ley del Señor: un par de tórtolas,
ó dos palominos.
Y he aquí,
había un hombre en Jerusalem, llamado Simeón, y este hombre, justo y pío,
esperaba la consolación de Israel: y el Espíritu Santo era sobre Él.
Y había
recibido respuesta del Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese
al Cristo del Señor.
Y vino por
Espíritu al templo. Y cuando metieron al niño Jesús sus padres en el templo,
para hacer por Él conforme á la costumbre de la ley.
Entonces Él
le tomó en sus brazos, y bendijo á Dios, y dijo:
Ahora
despides, Señor, á tu siervo, Conforme á tu palabra, en paz;
Porque han
visto mis ojos tu salvación,
La cual has
aparejado en presencia de todos los pueblos;
Luz para ser
revelada á los Gentiles, Y la gloria de tu pueblo Israel.
Y José y su
madre estaban maravillados de las cosas que se decían de Él.
Y los bendijo
Simeón, y dijo á su madre María: He aquí, éste es puesto para caída y para
levantamiento de muchos en Israel; y para señal á la que será contradicho;
Y una espada
traspasará tu alma de ti misma, para que sean manifestados los pensamientos de
muchos corazones.
Estaba
también allí Ana, profetisa, hija de Phanuel, de la tribu de Aser; la cual
había venido en grande edad, y había vivido con su marido siete años desde su
virginidad;
Y era viuda
de hasta ochenta y cuatro años, que no se apartaba del templo, sirviendo de
noche y de día con ayunos y oraciones.
Y ésta,
sobreviniendo en la misma hora, juntamente confesaba al Señor, y hablaba de Él
á todos los que esperaban la redención en Jerusalem.
Mas como
cumplieron todas las cosas según la ley del Señor, se volvieron á Galilea, á su
ciudad de Nazaret.
Y el niño
crecía, y fortalecíase, y se henchía de sabiduría; y la gracia de Dios era
sobre Él.
E iban sus
padres todos los años á Jerusalem en la fiesta de la Pascua.
Y cuando fué
de doce años, subieron ellos á Jerusalem conforme á la costumbre del día de la
fiesta.
Y acabados
los días, volviendo ellos, se quedó el niño Jesús en Jerusalem, sin saberlo
José y su madre.
Y pensando
que estaba en la compañía, anduvieron camino de un día; y le buscaban entre los
parientes y entre los conocidos:
Mas como no
le hallasen, volvieron á Jerusalem buscándole.
Y aconteció, que
tres días después le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores,
oyéndoles y preguntándoles.
Y todos los
que le oían, se pasmaban de su entendimiento y de sus respuestas.
Y cuando le
vieron, se maravillaron; y díjole su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así?
He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con dolor.
Entonces Él
les dice: ¿Qué hay? ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de
mi Padre me conviene estar?
Mas ellos no
entendieron las palabras que les habló.
Y descendió
con ellos, y vino á Nazaret, y estaba sujeto á ellos. Y su madre guardaba todas
estas cosas en su corazón.
Y Jesús
crecía en sabiduría, y en edad, y en gracia para con Dios y los hombres.
Capítulo 3
Y EN el año
quince del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato,
y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la
provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia,
Siendo sumos
sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra del Señor sobre Juan, hijo de Zacarías,
en el desierto.
Y Él vino por
toda la tierra al rededor del Jordán predicando el bautismo del arrepentimiento
para la remisión de pecados;
Como está
escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías que dice: Voz del que
clama en el desierto: Aparejad el camino del Señor, Haced derechas sus sendas.
Todo valle se
henchirá, Y bajaráse todo monte y collado; Y los caminos torcidos serán
enderezados, Y los caminos ásperos allanados;
Y verá toda
carne la salvación de Dios.
Y decía á las
gentes que salían para ser bautizadas de Él: ¡Oh generación de víboras, quién
os enseñó á huir de la ira que vendrá?
Haced, pues,
frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis á decir en vosotros mismos:
Tenemos á Abraham por padre: porque os digo que puede Dios, aun de estas
piedras, levantar hijos á Abraham.
Y ya también
el hacha está puesta á la raíz de los árboles: todo árbol pues que no hace buen
fruto, es cortado, y echado en el fuego.
Y las gentes
le preguntaban, diciendo: ¿Pues qué haremos?
Y respondiendo,
les dijo: El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué
comer, haga lo mismo.
Y vinieron
también publicanos para ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos?
Y Él les
dijo: No exijáis más de lo que os está ordenado.
Y le
preguntaron también los soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y les
dice: No hagáis extorsión á nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestras
pagas.
Y estando el
pueblo esperando, y pensando todos de Juan en sus corazones, si Él fuese el
Cristo,
Respondió
Juan, diciendo á todos: Yo, á la verdad, os bautizo en agua; mas viene quien es
más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de sus zapatos:
Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego;
Cuyo bieldo
está en su mano, y limpiará su era, y juntará el trigo en su alfolí, y la paja
quemará en fuego que nunca se apagará.
Y
amonestando, otras muchas cosas también anunciaba al pueblo.
Entonces
Herodes el tetrarca, siendo reprendido por Él á causa de Herodías, mujer de
Felipe su hermano, y de todas las maldades que había hecho Herodes,
Añadió
también esto sobre todo, que encerró á Juan en la cárcel.
Y aconteció
que, como todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fué bautizado; y orando,
el cielo se abrió,
Y descendió
el Espíritu Santo sobre Él en forma corporal, como paloma, y fué hecha una voz
del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido.
Y el mismo
Jesús comenzaba á ser como de treinta años, hijo de José, como se creía; que
fué hijo de Elí,
Que fué de
Mathat, que fué de Leví, que fué Melchî, que fué de Janna, que fué de José,
Que fué de
Mattathías, que fué de Amós, que fué de Nahum, que fué de Esli,
Que fué de
Naggai, que fué de Maat, que fué de Matthathías, que fué de Semei, que fué de
José, que fué de Judá,
Que fué de
Joanna, que fué de Rhesa, que fué de Zorobabel, que fué de Salathiel,
Que fué de
Neri, que fué de Melchî, que fué de Abdi, que fué de Cosam, que fué de Elmodam,
que fué de Er,
Que fué de
Josué, que fué de Eliezer, que fué de Joreim, que fué de Mathat,
Que fué de
Leví, que fué de Simeón, que fué de Judá, que fué de José, que fué de Jonán,
que fué de Eliachîm,
Que fué de
Melea, que fué de Mainán, que fué de Mattatha, que fué de Nathán,
Que fué de
David, que fué de Jessé, que fué de Obed, que fué de Booz, que fué de Salmón,
que fué de Naassón,
Que fué de Aminadab, que fué de Aram, que fué de
Esrom, que fué de Phares,
Que fué de Judá, que fué de Jacob, que fué de Isaac,
que fué de Abraham, que fué de Thara, que fué de Nachôr,
Que fué de Saruch, que fué de Ragau, que fué de
Phalec, que fué de Heber,
Que fué de Sala, que fué de Cainán, Arphaxad, que fué
de Sem, que fué de Noé, que fué de Lamech,
Que fué de Mathusala, que fué de Enoch, que fué de
Jared, que fué de Maleleel,
Que fué de Cainán, que fué de Enós, que fué de Seth,
que fué de Adam, que fué de Dios.
Capítulo 4
Y JESÚS,
lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fué llevado por el Espíritu al
desierto
Por cuarenta
días, y era tentado del diablo. Y no comió cosa en aquellos días: los cuales
pasados, tuvo hambre.
Entonces el
diablo le dijo: Si eres Hijo de Dios, di á esta piedra que se haga pan.
Y Jesús
respondiéndole, dijo: Escrito está: Que no con pan solo vivirá el hombre, mas
con toda palabra de Dios.
Y le llevó el
diablo á un alto monte, y le mostró en un momento de tiempo todos los reinos de
la tierra.
Y le dijo el
diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque á mí es
entregada, y á quien quiero la doy:
Pues si tú
adorares delante de mí, serán todos tuyos.
Y
respondiendo Jesús, le dijo: Vete de mí, Satanás, porque escrito está: A tu
Señor Dios adorarás, y á Él solo servirás.
Y le llevó á
Jerusalem, y púsole sobre las almenas del templo, y le dijo: Si eres Hijo de
Dios, échate de aquí abajo:
Porque
escrito está: Que á sus ángeles mandará de ti, que te guarden;
Y En las
manos te llevarán, Porque no dañes tu pie en piedra.
Y
respondiendo Jesús, le dijo: Dicho está: No tentarás al Señor tu Dios.
Y acabada
toda tentación, el diablo se fué de Él por un tiempo.
Y Jesús volvió
en virtud del Espíritu á Galilea, y salió la fama de Él por toda la tierra de
alrededor,
Y enseñaba en
las sinagogas de ellos, y era glorificado de todos.
Y vino á
Nazaret, donde había sido criado; y entró, conforme á su costumbre, el día del
sábado en la sinagoga, y se levantó á leer.
Y fuéle dado
el libro del profeta Isaías; y como abrió el libro, halló el lugar donde estaba
escrito:
El Espíritu
del Señor es sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas á los
pobres: Me ha enviado para sanar á los quebrantados de corazón; Para pregonar á
los cautivos libertad, Y á los ciegos vista; Para poner en libertad á los
quebrantados:
Para predicar
el año agradable del Señor.
Y rollando el
libro, lo dió al ministro, y sentóse: y los ojos de todos en la sinagoga
estaban fijos en Él.
Y comenzó á
decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos.
Y todos le
daban testimonio, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían
de su boca, y decían: ¿No es éste el hijo de José?
Y les dijo:
Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate á ti mismo: de tantas cosas que
hemos oído haber sido hechas en Capernaum, haz también aquí en tu tierra.
Y dijo: De
cierto os digo, que ningún profeta es acepto en su tierra.
Mas en verdad
os digo, que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo
fué cerrado por tres años y seis meses, que hubo una grande hambre en toda la
tierra;
Pero á
ninguna de ellas fué enviado Elías, sino á Sarepta de Sidón, á una mujer viuda.
Y muchos
leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; mas ninguno de ellos fué
limpio, sino Naamán el Siro.
Entonces
todos en la sinagoga fueron llenos de ira, oyendo estas cosas;
Y
levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del
monte sobre el cual la ciudad de ellos estaba edificada, para despeñarle.
Mas Él,
pasando por medio de ellos, se fué.
Y descendió á
Capernaum, ciudad de Galilea. Y los enseñaba en los sábados.
Y se
maravillaban de su doctrina, porque su palabra era con potestad.
Y estaba en
la sinagoga un hombre que tenía un espíritu de un demonio inmundo, el cual
exclamó á gran voz,
Diciendo:
Déjanos, ¿qué tenemos contigo Jesús Nazareno? ¿has venido á destruirnos? Yo te conozco quién eres, el Santo de Dios.
Y Jesús le
increpó, diciendo: Enmudece, y sal de Él. Entonces el demonio, derribándole en
medio, salió de Él, y no le hizo daño alguno.
Y hubo
espanto en todos, y hablaban unos á otros, diciendo: ¿Qué palabra es ésta, que
con autoridad y potencia manda á los espíritus inmundos, y salen?
Y la fama de
Él se divulgaba de todas partes por todos los lugares de la comarca.
Y
levantándose Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón: y la suegra de Simón
estaba con una grande fiebre; y le rogaron por ella.
E
inclinándose hacia ella, riñó á la fiebre; y la fiebre la dejó; y ella
levantándose luego, les servía.
Y poniéndose
el sol, todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades, los traían á
Él; y Él poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba.
Y salían
también demonios de muchos, dando voces, y diciendo: Tú eres el Hijo de Dios.
Mas riñéndolos no les dejaba hablar; porque sabían que Él era el Cristo.
Y siendo ya
de día salió, y se fué á un lugar desierto: y las gentes le buscaban, y
vinieron hasta Él; y le detenían para que no se apartase de ellos.
Mas Él les
dijo: Que también á otras ciudades es necesario que anuncie el evangelio del
reino de Dios; porque para esto soy enviado.
Y predicaba
en las sinagogas de Galilea.
Capítulo 5
Y ACONTECIÓ,
que estando Él junto al lago de Genezaret, las gentes se agolpaban sobre Él
para oir la palabra de Dios.
Y vió dos
barcos que estaban cerca de la orilla del lago: y los pescadores, habiendo
descendido de ellos, lavaban sus redes.
Y entrado en
uno de estos barcos, el cual era de Simón, le rogó que lo desviase de tierra un
poco; y sentándose, enseñaba desde el barco á las gentes.
Y como cesó
de hablar, dijo á Simón: Tira á alta mar, y echad vuestras redes para pescar.
Y
respondiendo Simón, le dijo: Maestro, habiendo trabajado toda la noche, nada hemos
tomado; mas en tu palabra echaré la red.
Y habiéndolo
hecho, encerraron gran multitud de pescado, que su red se rompía.
E hicieron
señas á los compañeros que estaban en el otro barco, que viniesen á ayudarles;
y vinieron, y llenaron ambos barcos, de tal manera que se anegaban.
Lo cual
viendo Simón Pedro, se derribó de rodillas á Jesús, diciendo: Apártate de mí,
Señor, porque soy hombre pecador.
Porque temor
le había rodeado, y á todos los que estaban con Él, de la presa de los peces
que habían tomado;
Y asimismo á
Jacobo y á Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús dijo á
Simón: No temas: desde ahora pescarás hombres.
Y como
llegaron á tierra los barcos, dejándolo todo, le siguieron.
Y aconteció
que estando en una ciudad, he aquí un hombre lleno de lepra, el cual viendo á
Jesús, postrándose sobre el rostro, le rogó, diciendo: Señor, si quieres,
puedes limpiarme.
Entonces,
extendiendo la mano, le tocó diciendo: Quiero: sé limpio. Y luego la lepra se
fué de Él.
Y Él le mandó
que no lo dijese á nadie: Mas ve, díjole, muéstrate al sacerdote, y ofrece por
tu limpieza, como mandó Moisés, para testimonio á ellos.
Empero tanto
más se extendía su fama: y se juntaban muchas gentes á oir y ser sanadas de sus
enfermedades.
Mas Él se
apartaba á los desiertos, y oraba.
Y aconteció
un día, que Él estaba enseñando, y los Fariseos y doctores de la ley estaban sentados,
los cuales habían venido de todas las aldeas de Galilea, y de Judea y
Jerusalem: y la virtud del Señor estaba allí para sanarlos.
Y he aquí
unos hombres, que traían sobre un lecho un hombre que estaba paralítico; y
buscaban meterle, y ponerle delante de Él.
Y no hallando
por donde meterle á causa de la multitud, subieron encima de la casa, y por el
tejado le bajaron con el lecho en medio, delante de Jesús;
El cual,
viendo la fe de ellos, le dice: Hombre, tus pecados te son perdonados.
Entonces los
escribas y los Fariseos comenzaron á pensar, diciendo: ¿Quién es éste que habla
blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?
Jesús
entonces, conociendo los pensamientos de ellos, respondiendo les dijo: ¿Qué
pensáis en vuestros corazones?
¿Qué es más
fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, ó decir: Levántate y anda?
Pues para que
sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados,
(dice al paralítico): A ti digo, levántate, toma tu lecho, y vete á tu casa.
Y luego,
levantándose en presencia de ellos, y tomando aquel en que estaba echado, se
fué á su casa, glorificando á Dios.
Y tomó
espanto á todos, y glorificaban á Dios; y fueron llenos del temor, diciendo: Hemos
visto maravillas hoy.
Y después de
estas cosas salió, y vió á un publicano llamado Leví, sentado al banco de los
públicos tributos, y le dijo: Sígueme.
Y dejadas
todas las cosas, levantándose, le siguió.
E hizo Leví gran
banquete en su casa; y había mucha compañía de publicanos y de otros, los
cuales estaban á la mesa con ellos.
Y los
escribas y los Fariseos murmuraban contra sus discípulos, diciendo: ¿Por qué
coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?
Y
respondiendo Jesús, les dijo: Los que están sanos no necesitan médico, sino los
que están enfermos.
No he venido
á llamar justos, sino pecadores á arrepentimiento.
Entonces
ellos le dijeron: ¿Por qué los discípulos de Juan ayunan muchas veces y hacen
oraciones, y asimismo los de los Fariseos, y tus discípulos comen y beben?
Y Él les
dijo: ¿Podéis hacer que los que están de bodas ayunen, entre tanto que el
esposo está con ellos?
Empero
vendrán días cuando el esposo les será quitado: entonces ayunarán en aquellos
días.
Y les decía
también una parábola: Nadie mete remiendo de paño nuevo en vestido viejo; de
otra manera el nuevo rompe, y al viejo no conviene remiendo nuevo.
Y nadie echa
vino nuevo en cueros viejos; de otra manera el vino nuevo romperá los cueros, y
el vino se derramará, y los cueros se perderán.
Mas el vino
nuevo en cueros nuevos se ha de echar; y lo uno y lo otro se conserva.
Y ninguno que
bebiere del añejo, quiere luego el nuevo; porque dice: El añejo es mejor.
Capítulo 6
Y ACONTECIÓ
que pasando Él por los sembrados en un sábado segundo del primero, sus
discípulos arrancaban espigas, y comían, restregándolas con las manos.
Y algunos de los
Fariseos les dijeron: ¿Por qué hacéis lo que no es lícito hacer en los sábados?
Y
respondiendo Jesús les dijo: ¿Ni aun esto habéis leído, qué hizo David cuando
tuvo hambre, Él, y los que con Él estaban;
Cómo entró en
la casa de Dios, y tomó los panes de la proposición, y comió, y dió también á
los que estaban con Él, los cuales no era lícito comer, sino á solos los
sacerdotes?
Y les decía.
El Hijo del hombre es Señor aun del sábado.
Y aconteció
también en otro sábado, que Él entró en la sinagoga y enseñaba; y estaba allí
un hombre que tenía la mano derecha seca.
Y le
acechaban los escribas y los Fariseos, si sanaría en sábado, por hallar de qué
le acusasen.
Mas Él sabía
los pensamientos de ellos; y dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate,
y ponte en medio. Y Él levantándose, se puso en pie.
Entonces
Jesús les dice: Os preguntaré un cosa: ¿Es lícito en sábados hacer bien, ó
hacer mal? ¿salvar la vida, ó quitarla?
Y mirándolos
á todos alrededor, dice al hombre: Extiende tu mano. Y Él lo hizo así, y su
mano fué restaurada.
Y ellos se
llenaron de rabia; y hablaban los unos á los otros qué harían á Jesús.
Y aconteció
en aquellos días, que fué al monte á orar, y pasó la noche orando á Dios.
Y como fué de
día, llamó á sus discípulos, y escogió doce de ellos, á los cuales también
llamó apóstoles:
A Simón, al
cual también llamó Pedro, y á Andrés su hermano, Jacobo y Juan, Felipe y
Bartolomé,
Mateo y Tomás,
Jacobo hijo de Alfeo, y Simón el que se llama Celador,
Judas hermano
de Jacobo, y Judas Iscariote, que también fué el traidor.
Y descendió
con ellos, y se paró en un lugar llano, y la compañía de sus discípulos, y una
grande multitud de pueblo de toda Judea y de Jerusalem, y de la costa de Tiro y
de Sidón, que habían venido á oirle, y para ser sanados de sus enfermedades;
Y los que
habían sido atormentados de espíritus inmundos: y estaban curados.
Y toda la
gente procuraba tocarle; porque salía de Él virtud, y sanaba á todos.
Y alzando Él
los ojos á sus discípulos, decía: Bienaventurados vosotros los pobres; porque
vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados
los que ahora tenéis hambre; porque seréis saciados. Bienaventurados los que
ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados
seréis, cuando los hombres os aborrecieren, y cuando os apartaren de sí, y os
denostaren, y desecharen vuestro nombre como malo, por el Hijo del hombre.
Gozaos en
aquel día, y alegraos; porque he aquí vuestro galardón es grande en los cielos;
porque así hacían sus padres á los profetas.
Mas ¡ay de
vosotros, ricos! porque tenéis vuestro consuelo.
¡Ay de
vosotros, los que estáis hartos! porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los
que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis.
¡Ay de
vosotros, cuando todos los hombres dijeren bien de vosotros! porque así hacían
sus padres á los falsos profetas.
Mas á
vosotros los que oís, digo: Amad á vuestros enemigos, haced bien á los que os
aborrecen;
Bendecid á
los que os maldicen, y orad por los que os calumnian.
Y al que te
hiriere en la mejilla, dale también la otra; y al que te quitare la capa, ni
aun el sayo le defiendas.
Y á
cualquiera que te pidiere, da; y al que tomare lo que es tuyo, no vuelvas á
pedir.
Y como
queréis que os hagan los hombres, así hacedles también vosotros:
Porque si
amáis á los que os aman, ¿qué gracias tendréis? porque también los pecadores
aman á los que los aman.
Y si
hiciereis bien á los que os hacen bien, ¿qué gracias tendréis? porque también
los pecadores hacen lo mismo.
Y si
prestareis á aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué gracias tendréis?
porque también los pecadores prestan á los pecadores, para recibir otro tanto.
Amad, pues, á
vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será
vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo: porque Él es benigno para
con los ingratos y malos.
Sed pues
misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.
No juzguéis,
y no seréis juzgados: no condenéis, y no seréis condenados: perdonad, y seréis
perdonados.
Dad, y se os
dará; medida buena, apretada, remecida, y rebosando darán en vuestro seno:
porque con la misma medida que midiereis, os será vuelto á medir.
Y les decía
una parábola: ¿Puede el ciego guiar al ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?
cmLucas 6, 39-45
El discípulo
no es sobre su maestro; mas cualquiera que fuere como el maestro, será
perfecto.
¿Por qué
miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y la viga que está en tu propio
ojo no consideras?
¿O cómo
puedes decir á tu hermano: Hermano, deja, echaré fuera la paja que está en tu
ojo, no mirando tú la viga, que está en tu ojo? Hipócrita, echa primero fuera
de tu ojo la viga, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo
de tu hermano.
Porque no es
buen árbol el que da malos frutos; ni árbol malo el que da buen fruto.
Porque cada
árbol por su fruto es conocido: que no cogen higos de los espinos, ni vendimian
uvas de las zarzas.
El buen
hombre del buen tesoro de su corazón saca bien; y el mal hombre del mal tesoro
de su corazón saca mal; porque de la abundancia del corazón habla su boca.
¿Por qué me
llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que digo?
Todo aquel
que viene á mí, y oye mis palabras, y las hace, os enseñaré á quién es
semejante:
Semejante es
al hombre que edifica una casa, el cual cavó y ahondó, y puso el fundamento
sobre la peña; y cuando vino una avenida, el río dió con ímpetu en aquella
casa, mas no la pudo menear: porque estaba fundada sobre la peña.
Mas el que
oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin
fundamento; en la cual el río dió con ímpetu, y luego cayó; y fué grande la
ruina de aquella casa.
Capítulo 7
Y COMO acabó
todas sus palabras oyéndole el pueblo, entró en Capernaum.
Y el siervo
de un centurión, al cual tenía Él en estima, estaba enfermo y á punto de morir.
Y como oyó
hablar de Jesús, envió á Él los ancianos de los Judíos, rogándole que viniese y
librase á su siervo.
Y viniendo
ellos á Jesús, rogáronle con diligencia, diciéndole: Porque es digno de
concederle esto;
Que ama
nuestra nación, y Él nos edificó una sinagoga.
Y Jesús fué
con ellos. Mas como ya no estuviesen lejos de su casa, envió el centurión
amigos á Él, diciéndole: Señor, no te incomodes, que no soy digno que entres
debajo de mi tejado;
Por lo cual
ni aun me tuve por digno de venir á ti; mas di la palabra, y mi siervo será
sano.
Porque
también yo soy hombre puesto en potestad, que tengo debajo de mí soldados; y
digo á éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y á mi siervo: Haz esto, y lo
hace.
Lo cual
oyendo Jesús, se maravilló de Él, y vuelto, dijo á las gentes que le seguían:
Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe.
Y vueltos á
casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado
enfermo.
Y aconteció
después, que Él iba á la ciudad que se llama Naín, é iban con Él muchos de sus
discípulos, y gran compañía.
Y como llegó
cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que sacaban fuera á un difunto, unigénito
de su madre, la cual también era viuda: y había con ella grande compañía de la
ciudad.
Y como el
Señor la vió, compadecióse de ella, y le dice: No llores.
Y acercándose,
tocó el féretro: y los que lo llevaban, pararon. Y dice: Mancebo, á ti digo,
levántate.
Entonces se
incorporó el que había muerto, y comenzó á hablar. Y dióle á su madre.
Y todos
tuvieron miedo, y glorificaban á Dios, diciendo: Que un gran profeta se ha
levantado entre nosotros; y que Dios ha visitado á su pueblo.
Y salió esta
fama de Él por toda Judea, y por toda la tierra de alrededor.
Y sus
discípulos dieron á Juan las nuevas de todas estas cosas: y llamó Juan á dos de
sus discípulos,
Y envió á
Jesús, diciendo: ¿Eres tú aquél que había de venir, ó esperaremos á otro?
Y como los
hombres vinieron á Él, dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado á ti, diciendo:
¿Eres tú aquél que había de venir, ó esperaremos á otro?
Y en la misma
hora sanó á muchos de enfermedades y plagas, y de espíritus malos; y á muchos
ciegos dió la vista.
Y
respondiendo Jesús, les dijo: Id, dad las nuevas á Juan de lo que habéis visto
y oído: que los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los
sordos oyen, los muertos resucitan, á los pobres es anunciado el evangelio:
Y
bienaventurado es el que no fuere escandalizado en mí.
Y como se
fueron los mensajeros de Juan, comenzó á hablar de Juan á las gentes: ¿Qué
salisteis á ver al desierto? ¿una caña que es agitada por el viento?
Mas ¿qué salisteis á ver? ¿un hombre cubierto de vestidos delicados? He aquí, los que
están en vestido precioso, y viven en delicias, en los palacios de los reyes
están.
Mas ¿qué salisteis á ver? ¿un profeta? También os digo, y aun más que profeta.
Este es de
quien está escrito: He aquí, envío mi mensajero delante de tu faz, El cual
aparejará tu camino delante de ti.
Porque os
digo que entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el
Bautista: mas el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que Él.
Y todo el
pueblo oyéndole, y los publicanos, justificaron á Dios, bautizándose con el
bautismo de Juan.
Mas los
Fariseos y los sabios de la ley, desecharon el consejo de Dios contra sí
mismos, no siendo bautizados de Él.
Y dice el
Señor: ¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación, y á qué son
semejantes?
Semejantes
son á los muchachos sentados en la plaza, y que dan voces los unos á los otros,
y dicen: Os tañimos con flautas, y no bailasteis: os endechamos, y no
llorasteis.
Porque vino
Juan el Bautista, que ni comía pan, ni bebía vino, y decís: Demonio tiene.
Vino el Hijo
del hombre, que come y bebe, y decís: He aquí un hombre comilón, y bebedor de
vino, amigo de publicanos y de pecadores.
Mas la
sabiduría es justificada de todos sus hijos.
Y le rogó uno
de los Fariseos, que comiese con Él. Y entrado en casa del Fariseo, sentóse á
la mesa.
Y he aquí una
mujer que había sido pecadora en la ciudad, como entendió que estaba á la mesa
en casa de aquel Fariseo, trajo un alabastro de ungüento,
Y estando detrás
á sus pies, comenzó llorando á regar con lágrimas sus pies, y los limpiaba con
los cabellos de su cabeza; y besaba sus pies, y los ungía con el ungüento.
Y como vió
esto el Fariseo que le había convidado, habló entre sí, diciendo: Este, si fuera
profeta, conocería quién y cuál es la mujer que le toca, que es pecadora.
Entonces
respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y Él dice: Di,
Maestro.
Un acreedor
tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta;
Y no teniendo
ellos de qué pagar, perdonó á ambos. Di, pues, ¿cuál de éstos le amará más?
Y
respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquél al cual perdonó más. Y Él le dijo:
Rectamente has juzgado.
Y vuelto á la
mujer, dijo á Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, no diste agua para mis
pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha limpiado con los
cabellos.
No me diste
beso, mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies.
No ungiste mi
cabeza con óleo; mas ésta ha ungido con ungüento mis pies.
Por lo cual
te digo que sus muchos pecados son perdonados, porque amó mucho; mas al que se
perdona poco, poco ama.
Y á ella
dijo: Los pecados te son perdonados.
Y los que
estaban juntamente sentados á la mesa, comenzaron á decir entre sí: ¿Quién es
éste, que también perdona pecados?
Y dijo á la
mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz.
Capítulo 8
Y ACONTECIÓ después,
que Él caminaba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el
evangelio del reino de Dios, y los doce con Él,
Y algunas
mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y de enfermedades: María,
que se llamaba Magdalena, de la cual habían salido siete demonios,
Y Juana,
mujer de Chuza, procurador de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían
de sus haciendas.
Y como se
juntó una grande compañía, y los que estaban en cada ciudad vinieron á Él, dijo
por una parábola:
Uno que
sembraba, salió á sembrar su simiente; y sembrando, una parte cayó junto al
camino, y fué hollada; y las aves del cielo la comieron.
Y otra parte
cayó sobre la piedra; y nacida, se secó, porque no tenía humedad.
Y otra parte
cayó entre las espinas; y naciendo las espinas juntamente, la ahogaron.
Y otra parte
cayó en buena tierra, y cuando fué nacida, llevó fruto á ciento por uno.
Diciendo estas cosas clamaba: El que tiene oídos para oir, oiga.
Y sus
discípulos le preguntaron, diciendo, qué era está parábola.
Y Él dijo: A
vosotros es dado conocer los misterios del reino de Dios; mas á los otros por
parábolas, para que viendo no vean, y oyendo no entiendan.
Es pues ésta la
parábola: La simiente es la palabra de Dios.
Y los de
junto al camino, éstos son los que oyen; y luego viene el diablo, y quita la
palabra de su corazón, porque no crean y se salven.
Y los de
sobre la piedra, son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; mas
éstos no tienen raíces; que á tiempo creen, y en el tiempo de la tentación se
apartan.
Y la que cayó
entre las espinas, éstos son los que oyeron; mas yéndose, son ahogados de los
cuidados y de las riquezas y de los pasatiempos de la vida, y no llevan fruto.
Mas la que en
buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra
oída, y llevan fruto en paciencia.
Ninguno que
enciende la antorcha la cubre con vasija, ó la pone debajo de la cama; mas la
pone en un candelero, para que los que entran vean la luz.
Porque no hay
cosa oculta, que no haya de ser manifestada; ni cosa escondida, que no haya de
ser entendida, y de venir á luz.
Mirad pues
cómo oís; porque á cualquiera que tuviere, le será dado; y á cualquiera que no
tuviere, aun lo que parece tener le será quitado.
Y vinieron á
Él su madre y hermanos; y no podían llegar á el por causa de la multitud.
Y le fué dado
aviso, diciendo: Tu madre y tus hermanos están fuera, que quieren verte.
El entonces
respondiendo, les dijo: Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de
Dios, y la ejecutan.
Y aconteció
un día que Él entró en un barco con sus discípulos, y les dijo: Pasemos á la
otra parte del lago. Y partieron.
Pero mientras
ellos navegaban, Él se durmió. Y sobrevino una tempestad de viento en el lago;
y henchían de agua, y peligraban.
Y llegándose
á Él, le despertaron, diciendo: ¡Maestro, Maestro, que perecemos! Y despertado
Él increpó al viento y á la tempestad del agua; y cesaron, y fué hecha bonanza.
Y les dijo:
¿Qué es de vuestra fe? Y atemorizados, se maravillaban, diciendo los unos á los
otros: ¿Quién es éste, que aun á los vientos y al agua manda, y le obedecen?
Y navegaron á
la tierra de los Gadarenos, que está delante de Galilea.
Y saliendo Él
á tierra, le vino al encuentro de la ciudad un hombre que tenía demonios ya de
mucho tiempo; y no vestía vestido, ni estaba en casa, sino por los sepulcros.
El cual, como
vió á Jesús, exclamó y se postró delante de Él, y dijo á gran voz: ¿Qué tengo
yo contigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Ruégote que no me atormentes.
(Porque
mandaba al espíritu inmundo que saliese del hombre: porque ya de mucho tiempo
le arrebataba; y le guardaban preso con cadenas y grillos; mas rompiendo las
prisiones, era agitado del demonio por los desiertos.)
Y le preguntó
Jesús, diciendo: ¿Qué nombre tienes? Y Él dijo: Legión. Porque muchos demonios
habían entrado en Él.
Y le rogaban
que no les mandase ir al abismo.
Y había allí
un hato de muchos puercos que pacían en el monte; y le rogaron que los dejase
entrar en ellos; y los dejó.
Y salidos los
demonios del hombre, entraron en los puercos; y el hato se arrojó de un
despeñadero en el lago, y ahogóse.
Y los
pastores, como vieron lo que había acontecido, huyeron, y yendo dieron aviso en
la ciudad y por las heredades.
Y salieron á
ver lo que había acontecido; y vinieron á Jesús, y hallaron sentado al hombre
de quien habían salido los demonios, vestido, y en su juicio, á los pies de
Jesús; y tuvieron miedo.
Y les
contaron los que lo habían visto, cómo había sido salvado aquel endemoniado.
Entonces toda
la multitud de la tierra de los Gadarenos alrededor, le rogaron que se fuese de
ellos; porque tenían gran temor. Y Él, subiendo en el barco, volvióse.
Y aquel
hombre, de quien habían salido los demonios, le rogó para estar con Él; mas
Jesús le despidió, diciendo:
Vuélvete á tu
casa, y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo. Y Él se fué,
publicando por toda la ciudad cuán grandes cosas había hecho Jesús con Él.
Y aconteció
que volviendo Jesús, recibióle la gente; porque todos le esperaban.
Y he aquí un
varón, llamado Jairo, y que era príncipe de la sinagoga, vino, y cayendo á los
pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa;
Porque tenía
una hija única, como de doce años, y ella se estaba muriendo. Y yendo, le
apretaba la compañía.
Y una mujer,
que tenía flujo de sangre hacía ya doce años, la cual había gastado en médicos
toda su hacienda, y por ninguno había podido ser curada,
Llegándose
por las espaldas, tocó el borde de su vestido; y luego se estancó el flujo de
su sangre.
Entonces
Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado? Y negando todos, dijo Pedro y los
que estaban con Él: Maestro, la compañía te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién
es el que me ha tocado?
Y Jesús dijo:
Me ha tocado alguien; porque yo he conocido que ha salido virtud de mí.
Entonces,
como la mujer vió que no se había ocultado, vino temblando, y postrándose
delante de Él declaróle delante de todo el pueblo la causa por qué le había
tocado, y cómo luego había sido sana.
Y Él dijo:
Hija, tu fe te ha salvado: ve en paz.
Estando aún
Él hablando, vino uno del príncipe de la sinagoga á decirle: Tu hija es muerta,
no des trabajo al Maestro.
Y oyéndolo
Jesús, le respondió: No temas: cree solamente, y será salva.
Y entrado en
casa, no dejó entrar á nadie consigo, sino á Pedro, y á Jacobo, y á Juan, y al
padre y á la madre de la moza.
Y lloraban
todos, y la plañían. Y Él dijo: No lloréis; no es muerta, sino que duerme.
Y hacían
burla de Él, sabiendo que estaba muerta.
Mas Él,
tomándola de la mano, clamó, diciendo: Muchacha, levántate.
Entonces su
espíritu volvió, y se levantó luego: y Él mando que le diesen de comer.
Y sus padres
estaban atónitos; á los cuales Él mandó, que á nadie dijesen lo que había sido
hecho.
Capítulo 9
Y JUNTANDO á
sus doce discípulos, les dió virtud y potestad sobre todos los demonios, y que
sanasen enfermedades.
Y los envió á
que predicasen el reino de Dios, y que sanasen á los enfermos.
Y les dice:
No toméis nada para el camino, ni báculo, ni alforja, ni pan, ni dinero; ni
tengáis dos vestidos cada uno.
Y en
cualquiera casa en que entrareis, quedad allí, y de allí salid.
Y todos los
que no os recibieren, saliéndoos de aquella ciudad, aun el polvo sacudid de
vuestros pies en testimonio contra ellos.
Y saliendo,
rodeaban por todas las aldeas, anunciando el evangelio, y sanando por todas
partes.
Y oyó Herodes
el tetrarca todas las cosas que hacía; y estaba en duda, porque decían algunos:
Juan ha resucitado de los muertos;
Y otros:
Elías ha aparecido; y otros: Algún profeta de los antiguos ha resucitado.
Y dijo
Herodes: A Juan yo degollé: ¿quién pues será éste, de quien yo oigo tales
cosas? Y procuraba verle.
Y vueltos los
apóstoles, le contaron todas las cosas que habían hecho. Y tomándolos, se
retiró aparte á un lugar desierto de la ciudad que se llama Bethsaida.
Y como lo
entendieron las gentes, le siguieron; y Él las recibió, y les hablaba del reino
de Dios, y sanaba á los que tenían necesidad de cura.
Y el día
había comenzado á declinar; y llegándose los doce, le dijeron: Despide á las
gentes, para que yendo á las aldeas y heredades de alrededor, procedan á
alojarse y hallen viandas; porque aquí estamos en lugar desierto.
Y les dice:
Dadles vosotros de comer. Y dijeron ellos: No tenemos más que cinco panes y dos
pescados, si no vamos nosotros á comprar viandas para toda esta compañía.
Y eran como
cinco mil hombres. Entonces dijo á sus discípulos: Hacedlos sentar en ranchos,
de cincuenta en cincuenta.
Y así lo
hicieron, haciéndolos sentar á todos.
Y tomando los
cinco panes y los dos pescados, mirando al cielo los bendijo, y partió, y dió á
sus discípulos para que pusiesen delante de las gentes.
Y comieron
todos, y se hartaron; y alzaron lo que les sobró, doce cestos de pedazos.
Y aconteció
que estando Él solo orando, estaban con Él los discípulos; y les preguntó
diciendo: ¿Quién dicen las gentes que soy?
Y ellos
respondieron, y dijeron: Juan el Bautista; y otros, Elías; y otros, que algún
profeta de los antiguos ha resucitado.
Y les dijo:
¿Y vosotros, quién decís que soy? Entonces respondiendo Simón Pedro, dijo: El
Cristo de Dios.
Mas Él,
conminándolos, mandó que á nadie dijesen esto;
Diciendo: Es
necesario que el Hijo del hombre padezca muchas cosas, y sea desechado de los
ancianos, y de los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas, y que sea
muerto, y resucite al tercer día.
Y decía á
todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese á sí mismo, y tome su cruz
cada día, y sígame.
Porque
cualquiera que quisiere salvar su vida, la perderá; y cualquiera que perdiere
su vida por causa de mí, éste la salvará.
Porque ¿qué
aprovecha al hombre, si granjeare todo el mundo, y sé pierda Él á sí mismo, ó
corra peligro de sí?
Porque el que
se avergonzare de mí y de mis palabras, de este tal el Hijo del hombre se
avergonzará cuando viniere en su gloria, y del Padre, y de los santos ángeles.
Y os digo en
verdad, que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta
que vean el reino de Dios.
Y aconteció
como ocho días después de estas palabras, que tomó á Pedro y á Juan y á Jacobo,
y subió al monte á orar.
Y entre tanto
que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y
resplandeciente.
Y he aquí dos
varones que hablaban con Él, los cuales eran Moisés y Elías;
Que
aparecieron en majestad, y hablaban de su salida, la cual había de cumplir en
Jerusalem.
Y Pedro y los
que estaban con Él, estaban cargados de sueño: y como despertaron, vieron su
majestad, y á aquellos dos varones que estaban con Él.
Y aconteció,
que apartándose ellos de Él, Pedro dice á Jesús: Maestro, bien es que nos
quedemos aquí: y hagamos tres pabellones, uno para ti, y uno para Moisés, y uno
para Elías; no sabiendo lo que se decía.
Y estando Él
hablando esto, vino una nube que los cubrió; y tuvieron temor entrando ellos en
la nube.
Y vino una
voz de la nube, que decía: Este es mi Hijo amado; á Él oid.
Y pasada
aquella voz, Jesús fué hallado solo: y ellos callaron; y por aquellos días no
dijeron nada á nadie de lo que habían visto.
Y aconteció
al día siguiente, que apartándose ellos del monte, gran compañía les salió al
encuentro.
Y he aquí, un
hombre de la compañía clamó, diciendo: Maestro, ruégote que veas á mi hijo; que
es el único que tengo:
Y he aquí un
espíritu le toma, y de repente da voces; y le despedaza y hace echar espuma, y
apenas se aparta de Él quebrantándole.
Y rogué á tus
discípulos que le echasen fuera, y no pudieron.
Y
respondiendo Jesús, dice: ¡Oh generación infiel y perversa! ¿hasta cuándo tengo
de estar con vosotros, y os sufriré? Trae tu hijo acá.
Y como aun se
acercaba, el demonio le derribó y despedazó: mas Jesús increpó al espíritu
inmundo, y sanó al muchacho, y se lo volvió á su padre.
Y todos
estaban atónitos de la grandeza de Dios. Y maravillándose todos de todas las
cosas que hacía, dijo á sus discípulos:
Poned
vosotros en vuestros oídos estas palabras; porque ha de acontecer que el Hijo
del hombre será entregado en manos de hombres.
Mas ellos no
entendían esta palabra, y les era encubierta para que no la entendiesen; y
temían preguntarle de esta palabra.
Entonces
entraron en disputa, cuál de ellos sería el mayor.
Mas Jesús,
viendo los pensamientos del corazón de ellos, tomó un niño, y púsole junto á
sí,
Y les dice:
Cualquiera que recibiere este niño en mí nombre, á mí recibe; y cualquiera que
me recibiere á mí, recibe al que me envió; porque el que fuere el menor entre
todos vosotros, éste será el grande.
Entonces
respondiendo Juan, dijo: Maestro, hemos visto á uno que echaba fuera demonios
en tu nombre; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros.
Jesús le
dijo: No se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es.
Y aconteció
que, como se cumplió el tiempo en que había de ser recibido arriba, Él afirmó
su rostro para ir á Jerusalem.
Y envió
mensajeros delante de sí, los cuales fueron y entraron en una ciudad de los
Samaritanos, para prevenirle.
Mas no le
recibieron, porque era su traza de ir á Jerusalem.
Y viendo esto
sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que
descienda fuego del cielo, y los consuma, como hizo Elías?
Entonces
volviéndose Él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu
sois;
Porque el
Hijo del hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para
salvarlas. Y se fueron á otra aldea.
Y aconteció
que yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré donde quiera que
fueres.
Y le dijo
Jesús: Las zorras tienen cuevas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo
del hombre no tiene donde recline la cabeza.
Y dijo á
otro: Sígueme. Y Él dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre á mi padre.
Y Jesús le
dijo: Deja los muertos que entierren á sus muertos; y tú, ve, y anuncia el
reino de Dios.
Entonces
también dijo otro: Te seguiré, Señor; mas déjame que me despida primero de los
que están en mi casa.
Y Jesús le
dijo: Ninguno que poniendo su mano al arado mira atrás, es apto para el reino
de Dios.
Capítulo 10
Y DESPUÉS de
estas cosas, designó el Señor aun otros setenta, los cuales envió de dos en dos
delante de sí, á toda ciudad y lugar á donde Él había de venir.
Y les decía:
La mies á la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor
de la mies que envíe obreros á su mies.
Andad, he
aquí yo os envío como corderos en medio de lobos.
No llevéis
bolsa, ni alforja, ni calzado; y á nadie saludéis en el camino.
En cualquiera
casa donde entrareis, primeramente decid: Paz sea á esta casa.
Y si hubiere
allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre Él; y si no, se volverá á
vosotros.
Y posad en
aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os dieren; porque el obrero
digno es de su salario. No os paséis de casa en casa.
Y en
cualquiera ciudad donde entrareis, y os recibieren, comed lo que os pusieren
delante;
Y sanad los
enfermos que en ella hubiere, y decidles: Se ha llegado á vosotros el reino de
Dios.
Mas en
cualquier ciudad donde entrareis, y no os recibieren, saliendo por sus calles,
decid:
Aun el polvo
que se nos ha pegado de vuestra ciudad á nuestros pies, sacudimos en vosotros:
esto empero sabed, que el reino de los cielos se ha llegado á vosotros.
Y os digo que
los de Sodoma tendrán más remisión aquel día, que aquella ciudad.
¡Ay de ti,
Corazín! ¡Ay de ti, Bethsaida! que si en Tiro y en Sidón hubieran sido hechas
las maravillas que se han hecho en vosotras, ya días ha que, sentados en
cilicio y ceniza, se habrían arrepentido.
Por tanto,
Tiro y Sidón tendrán más remisión que vosotras en el juicio.
Y tú,
Capernaum, que hasta los cielos estás levantada, hasta los infiernos serás
abajada.
El que á
vosotros oye, á mí oye; y el que á vosotros desecha, á mí desecha; y el que á
mí desecha, desecha al que me envió.
Y volvieron
los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu
nombre.
Y les dijo:
Yo veía á Satanás, como un rayo, que caía del cielo.
He aquí os
doy potestad de hollar sobre las serpientes y sobre los escorpiones, y sobre
toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.
Mas no os
gocéis de esto, que los espíritus se os sujetan; antes gozaos de que vuestros
nombres están escritos en los cielos.
En aquella
misma hora Jesús se alegró en espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor
del cielo y de la tierra, que escondiste estas cosas á los sabios y entendidos,
y las has revelado á los pequeños: así, Padre, porque así te agradó.
Todas las
cosas me son entregadas de mi Padre: y nadie sabe quién sea el Hijo sino el
Padre; ni quién sea el Padre, sino el Hijo, y á quien el Hijo lo quisiere
revelar.
Y vuelto
particularmente á los discípulos, dijo: Bienaventurados los ojos que ven lo que
vosotros veis:
Porque os digo
que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron;
y oir lo que oís, y no lo oyeron.
Y he aquí, un
doctor de la ley se levantó, tentándole y diciendo: Maestro, ¿haciendo qué cosa
poseeré la vida eterna?
Y Él dijo:
¿Qué está escrito de la ley? ¿cómo lees?
Y Él
respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu
alma, y de todas tus fuerzas, y de todo tu entendimiento; y á tu prójimo como á
ti mismo.
Y díjole:
Bien has respondido: haz esto, y vivirás.
Mas Él,
queriéndose justificar á sí mismo, dijo á Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?
Y
respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalem á Jericó, y cayó en
manos de ladrones, los cuales le despojaron; é hiriéndole, se fueron, dejándole
medio muerto.
Y aconteció,
que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, se pasó de un lado.
Y asimismo un
Levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, se pasó de un lado.
Mas un
Samaritano que transitaba, viniendo cerca de Él, y viéndole, fué movido á
misericordia;
Y llegándose,
vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole sobre su cabalgadura,
llevóle al mesón, y cuidó de Él.
Y otro día al
partir, sacó dos denarios, y diólos al huésped, y le dijo: Cuídamele; y todo lo
que de más gastares, yo cuando vuelva te lo pagaré.
¿Quién, pues,
de estos tres te parece que fué el prójimo de aquél que cayó en manos de los
ladrones?
Y Él dijo: El
que usó con Él de misericordia. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo.
Y aconteció
que yendo, entró Él en una aldea: y una mujer llamada Marta, le recibió en su
casa.
Y ésta tenía
una hermana que se llamaba María, la cual sentándose á los pies de Jesús, oía
su palabra.
Empero Marta
se distraía en muchos servicios; y sobreviniendo, dice: Señor, ¿no tienes
cuidado que mi hermana me deja servir sola? Dile pues, que me ayude.
Pero
respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, cuidadosa estás, y con las muchas
cosas estás turbada:
Empero una
cosa es necesaria; y María escogió la buena parte, la cual no le será quitada.
Capítulo 11
Y ACONTECIÓ
que estando Él orando en un lugar, como acabó, uno de sus discípulos le dijo:
Señor, enséñanos á orar, como también Juan enseñó á sus discípulos.
Y les dijo:
Cuando orareis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos; sea tu nombre
santificado. Venga tu reino. Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así
también en la tierra.
El pan
nuestro de cada día, dánoslo hoy.
Y perdónanos
nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos á todos los que nos deben.
Y no nos metas en tentación, mas líbranos del malo.
Díjoles también:
¿Quién de vosotros tendrá un amigo, é irá á Él á media noche, y le dirá: Amigo,
préstame tres panes,
Porque un
amigo mío ha venido á mí de camino, y no tengo que ponerle delante;
Y el de
dentro respondiendo, dijere: No me seas molesto; la puerta está ya cerrada, y
mis niños están conmigo en cama; no puedo levantarme, y darte?
Os digo, que
aunque no se levante á darle por ser su amigo, cierto por su importunidad se
levantará, y le dará todo lo que habrá menester.
Y yo os digo:
Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y os será abierto.
Porque todo
aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se abre.
¿Y cuál padre
de vosotros, si su hijo le pidiere pan, le dará una piedra?, ó, si pescado, ¿en
lugar de pescado, le dará una serpiente?
O, si le
pidiere un huevo, ¿le dará un escorpión?
Pues si
vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas á vuestros hijos, ¿cuánto más
vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo á los que lo pidieren de Él?
Y estaba Él
lanzando un demonio, el cual era mudo: y aconteció que salido fuera el demonio,
el mudo habló y las gentes se maravillaron.
Mas algunos
de ellos decían: En Beelzebub, príncipe de los demonios, echa fuera los
demonios.
Y otros,
tentando, pedían de Él señal del cielo.
Mas Él,
conociendo los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí
mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae.
Y si también
Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo estará en pie su reino? porque
decís que en Beelzebub echo yo fuera los demonios.
Pues si yo
echo fuera los demonios en Beelzebub, ¿vuestros hijos en quién los echan fuera?
Por tanto, ellos serán vuestros jueces.
Mas si por el
dedo de Dios echo yo fuera los demonios, cierto el reino de Dios ha llegado á
vosotros.
Cuando el
fuerte armado guarda su atrio, en paz está lo que posee.
Mas si
sobreviniendo otro más fuerte que Él, le venciere, le toma todas sus armas en
que confiaba, y reparte sus despojos.
El que no es
conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama.
Cuando el
espíritu inmundo saliere del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo; y
no hallándolo, dice: Me volveré á mi casa de donde salí.
Y viniendo,
la halla barrida y adornada.
Entonces va,
y toma otros siete espíritus peores que Él; y entrados, habitan allí: y lo
postrero del tal hombre es peor que lo primero.
Y aconteció
que diciendo estas cosas, una mujer de la compañía, levantando la voz, le dijo:
Bienaventurado el vientre que te trajo, y los pechos que mamaste.
Y Él dijo:
Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan.
Y juntándose
las gentes á Él, comenzó á decir: Esta generación mala es: señal busca, mas
señal no le será dada, sino la señal de Jonás.
Porque como
Jonás fué señal á los Ninivitas, así también será el Hijo del hombre á esta
generación.
La reina del
Austro se levantará en juicio con los hombres de esta generación, y los
condenará; porque vino de los fines de la tierra á oir la sabiduría de Salomón;
y he aquí más que Salomón en este lugar.
Los hombres
de Nínive se levantarán en juicio con esta generación, y la condenarán; porque
á la predicación de Jonás se arrepintieron; y he aquí más que Jonás en este
lugar.
Nadie pone en
oculto la antorcha encendida, ni debajo del almud, sino en el candelero, para
que los que entran vean la luz.
La antorcha
del cuerpo es el ojo: pues si tu ojo fuere simple, también todo tu cuerpo será
resplandeciente; mas si fuere malo, también tu cuerpo será tenebroso.
Mira pues, si
la lumbre que en ti hay, es tinieblas.
Así que,
siendo todo tu cuerpo resplandeciente, no teniendo alguna parte de tinieblas,
será todo luminoso, como cuando una antorcha de resplandor te alumbra.
Y luego que
hubo hablado, rogóle un Fariseo que comiese con Él: y entrado Jesús, se sentó á
la mesa.
Y el Fariseo,
como lo vió, maravillóse de que no se lavó antes de comer.
Y el Señor le
dijo: Ahora vosotros los Fariseos lo de fuera del vaso y del plato limpiáis;
mas lo interior de vosotros está lleno de rapiña y de maldad.
Necios, ¿el
que hizo lo de fuera, no hizo también lo de dentro?
Empero de lo
que os resta, dad limosna; y he aquí todo os será limpio.
Mas ¡ay de
vosotros, Fariseos! que diezmáis la menta, y la ruda, y toda hortaliza; mas el
juicio y la caridad de Dios pasáis de largo. Pues estas cosas era necesario
hacer, y no dejar las otras.
¡Ay de
vosotros, Fariseos! que amáis las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones
en las plazas.
¡Ay de
vosotros, escribas y Fariseos, hipócritas! que sois como sepulcros que no se
ven, y los hombres que andan encima no lo saben.
Y
respondiendo uno de los doctores de la ley, le dice: Maestro, cuando dices
esto, también nos afrentas á nosotros.
Y Él dijo:
¡Ay de vosotros también, doctores de la ley! que cargáis á los hombres con
cargas que no pueden llevar; mas vosotros ni aun con un dedo tocáis las cargas.
¡Ay de
vosotros! que edificáis los sepulcros de los profetas, y los mataron vuestros
padres.
De cierto
dais testimonio que consentís en los hechos de vuestros padres; porque á la
verdad ellos los mataron, mas vosotros edificáis sus sepulcros.
Por tanto, la
sabiduría de Dios también dijo: Enviaré á ellos profetas y apóstoles; y de
ellos á unos matarán y á otros perseguirán;
Para que de
esta generación sea demandada la sangre de todos los profetas, que ha sido
derramada desde la fundación del mundo;
Desde la
sangre de Abel, hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el
templo: así os digo, será demandada de esta generación.
¡Ay de
vosotros, doctores de la ley! que habéis quitado la llave de la ciencia;
vosotros mismos no entrasteis, y á los que entraban impedisteis.
Y diciéndoles
estas cosas, los escribas y los Fariseos comenzaron á apretar le en gran
manera, y á provocarle á que hablase de muchas cosas;
Acechándole,
y procurando cazar algo de su boca para acusarle.
Capítulo 12
EN esto,
juntándose muchas gentes, tanto que unos á otros se hollaban, comenzó á decir á
sus discípulos, primeramente: Guardaos de la levadura de los Fariseos, que es
hipocresía.
Porque nada
hay encubierto, que no haya de ser descubierto; ni oculto, que no haya de ser
sabido.
Por tanto,
las cosas que dijisteis en tinieblas, á la luz serán oídas; y lo que hablasteis
al oído en las cámaras, será pregonado en los terrados.
Mas os digo,
amigos míos: No temáis de los que matan el cuerpo, y después no tienen más que
hacer.
Mas os
enseñaré á quién temáis: temed á aquel que después de haber quitado la vida,
tiene poder de echar en la Gehenna: así os digo: á éste temed.
¿No se venden
cinco pajarillos por dos blancas? pues ni uno de ellos está olvidado delante de
Dios.
Y aun los
cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis pues: de más estima
sois que muchos pajarillos.
Y os digo que
todo aquel que me confesare delante de los hombres, también el Hijo del hombre
le confesará delante de los ángeles de Dios;
Mas el que me
negare delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios.
Y todo aquel
que dice palabra contra el Hijo del hombre, le será perdonado; mas al que
blasfemare contra el Espíritu Santo, no le será perdonado.
Y cuando os
trajeren á las sinagogas, y á los magistrados y potestades, no estéis solícitos
cómo ó qué hayáis de responder, ó qué hayáis de decir;
Porque el
Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que será necesario decir.
Y díjole uno
de la compañía: Maestro, di á mi hermano que parta conmigo la herencia.
Mas Él le
dijo: Hombre, ¿quién me puso por juez ó partidor sobre vosotros?
Y díjoles:
Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la
abundancia de los bienes que posee.
Y refirióles
una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había llevado mucho;
Y Él pensaba
dentro de sí, diciendo: ¿qué haré, porque no tengo donde juntar mis frutos?
Y dijo: Esto
haré: derribaré mis alfolíes, y los edificaré mayores, y allí juntaré todos mis
frutos y mis bienes;
Y diré á mi
alma: Alma, muchos bienes tienes almacenados para muchos años; repósate, come,
bebe, huélgate.
Y díjole
Dios: Necio, esta noche vuelven á pedir tu alma; y lo que has prevenido, ¿de
quién será?
Así es el que
hace para sí tesoro, y no es rico en Dios.
Y dijo á sus
discípulos: Por tanto os digo: No estéis afanosos de vuestra vida, qué
comeréis; ni del cuerpo, qué vestiréis.
La vida más
es que la comida, y el cuerpo que el vestido.
Considerad
los cuervos, que ni siembran, ni siegan; que ni tienen cillero, ni alfolí; y
Dios los alimenta. ¿Cuánto de más estima sois vosotros que las aves?
¿Y quién de
vosotros podrá con afán añadir á su estatura un codo?
Pues si no
podéis aun lo que es menos, ¿para qué estaréis afanosos de lo demás?
Considerad
los lirios, cómo crecen: no labran, ni hilan; y os digo, que ni Salomón con
toda su gloria se vistió como uno de ellos.
Y si así
viste Dios á la hierba, que hoy está en el campo, y mañana es echada en el
horno; ¿cuánto más á vosotros, hombres de poca fe?
Vosotros,
pues, no procuréis qué hayáis de comer, ó qué hayáis de beber: ni estéis en
ansiosa perplejidad.
Porque todas
estas cosas buscan las gentes del mundo; que vuestro Padre sabe que necesitáis
estas cosas.
Mas procurad
el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas.
No temáis,
manada pequeña; porque al Padre ha placido daros el reino.
Vended lo que
poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejecen, tesoro en los cielos
que nunca falta; donde ladrón no llega, ni polilla corrompe.
Porque donde
está vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón.
Estén ceñidos
vuestros lomos, y vuestras antorchas encendidas;
Y vosotros
semejantes á hombres que esperan cuando su señor ha de volver de las bodas;
para que cuando viniere, y llamare, luego le abran.
Bienaventurados
aquellos siervos, á los cuales cuando el Señor viniere, hallare velando: de
cierto os digo, que se ceñirá, y hará que se sienten á la mesa, y pasando les
servirá.
Y aunque
venga á la segunda vigilia, y aunque venga á la tercera vigilia, y los hallare
así, bienaventurados son los tales siervos.
Esto empero
sabed, que si supiese el padre de familia á qué hora había de venir el ladrón,
velaría ciertamente, y no dejaría minar su casa.
Vosotros pues
también, estad apercibidos; porque á la hora que no pensáis, el Hijo del hombre
vendrá.
Entonces
Pedro le dijo: Señor, ¿dices esta parábola á nosotros, ó también á todos?
Y dijo el
Señor: ¿Quién es el mayordomo fiel y prudente, al cual el señor pondrá sobre su
familia, para que á tiempo les dé su ración?
Bienaventurado
aquel siervo, al cual, cuando el señor viniere, hallare haciendo así.
En verdad os
digo, que Él le pondrá sobre todos sus bienes.
Mas si el tal
siervo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir: y comenzare á herir á los
siervos y á las criadas, y á comer y á beber y á embriagarse;
Vendrá el
señor de aquel siervo el día que no espera, y á la hora que no sabe, y le
apartará, y pondrá su parte con los infieles.
Porque el
siervo que entendió la voluntad de su señor, y no se apercibió, ni hizo
conforme á su voluntad, será azotado mucho.
Mas el que no
entendió, é hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco: porque á cualquiera
que fué dado mucho, mucho será vuelto á demandar de Él; y al que encomendaron
mucho, más le será pedido.
Fuego vine á
meter en la tierra: ¿y qué quiero, si ya está encendido?
Empero de
bautismo me es necesario ser bautizado: y ¡cómo me angustio hasta que sea
cumplido!
¿Pensáis que
he venido á la tierra á dar paz? No, os digo; mas disensión.
Porque
estarán de aquí adelante cinco en una casa divididos; tres contra dos, y dos
contra tres.
El padre
estará dividido contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la
hija, y la hija contra la madre; la suegra contra su nuera, y la nuera contra
su suegra.
Y decía
también á las gentes: Cuando veis la nube que sale del poniente, luego decís:
Agua viene; y es así.
Y cuando
sopla el austro, decís: Habrá calor; y lo hay.
¡Hipócritas!
Sabéis examinar la faz del cielo y de la tierra; ¿y cómo no reconocéis este
tiempo?
¿Y por qué
aun de vosotros mismos no juzgáis lo que es justo?
Pues cuando
vas al magistrado con tu adversario, procura en el camino librarte de Él;
porque no te arrastre al juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil
te meta en la cárcel.
Te digo que
no saldrás de allá, hasta que hayas pagado hasta el último maravedí.
Capítulo 13
Y EN este
mismo tiempo estaban allí unos que le contaban acerca de los Galileos, cuya
sangre Pilato había mezclado con sus sacrificios.
Y
respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos Galileos, porque han padecido
tales cosas, hayan sido más pecadores que todos los Galileos?
No, os digo;
antes si no os arrepintiereis, todos pereceréis igualmente.
O aquellos
dieciocho, sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que
ellos fueron más deudores que todos los hombres que habitan en Jerusalem?
No, os digo;
antes si no os arrepintiereis, todos pereceréis asimismo.
Y dijo esta
parábola: Tenía uno una higuera plantada en su viña, y vino á buscar fruto en
ella, y no lo halló.
Y dijo al
viñero: He aquí tres años ha que vengo á buscar fruto en esta higuera, y no lo
hallo; córtala, ¿por qué ocupará aún la tierra?
El entonces
respondiendo, le dijo: Señor, déjala aún este año, hasta que la excave, y
estercole.
Y si hiciere
fruto, bien; y si no, la cortarás después.
Y enseñaba en
una sinagoga en sábado.
Y he aquí una
mujer que tenía espíritu de enfermedad dieciocho años, y andaba agobiada, que
en ninguna manera se podía enhestar.
Y como Jesús
la vió, llamóla, y díjole: Mujer, libre eres de tu enfermedad.
Y puso las
manos sobre ella; y luego se enderezó, y glorificaba á Dios.
Y
respondiendo el príncipe de la sinagoga, enojado de que Jesús hubiese curado en
sábado, dijo á la compañía: Seis días hay en que es necesario obrar: en estos,
pues, venid y sed curados, y no en días de sábado.
Entonces el
Señor le respondió, y dijo: Hipócrita, cada uno de vosotros ¿no desata en
sábado su buey ó su asno del pesebre, y lo lleva á beber?
Y á esta hija
de Abraham, que he aquí Satanás la había ligado dieciocho años, ¿no convino
desatar la de esta ligadura en día de sábado?
Y diciendo
estas cosas, se avergonzaban todos sus adversarios: mas todo el pueblo se
gozaba de todas las cosas gloriosas que eran por Él hechas.
Y dijo: ¿A
qué es semejante el reino de Dios, y á qué le compararé?
Semejante es
al grano de la mostaza, que tomándolo un hombre lo metió en su huerto; y
creció, y fué hecho árbol grande, y las aves del cielo hicieron nidos en sus
ramas.
Y otra vez
dijo: ¿A qué compararé el reino de Dios?
Semejante es
á la levadura, que tomó una mujer, y la escondió en tres medidas de harina,
hasta que todo hubo fermentado.
Y pasaba por
todas las ciudades y aldeas, enseñando, y caminando á Jerusalem.
Y díjole uno:
Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y Él les dijo:
Porfiad á
entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no
podrán.
Después que
el padre de familia se levantare, y cerrare la puerta, y comenzareis á estar
fuera, y llamar á la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos; y respondiendo os
dirá: No os conozco de dónde seáis.
Entonces
comenzaréis á decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas
enseñaste;
Y os dirá:
Dígoos que no os conozco de dónde seáis; apartaos de mí todos los obreros de
iniquidad.
Allí será el
llanto y el crujir de dientes, cuando viereis á Abraham, y á Isaac, y á Jacob,
y á todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros excluídos.
Y vendrán del
Oriente y del Occidente, del Norte y del Mediodía, y se sentarán á la mesa en
el reino de Dios.
Y he aquí,
son postreros los que eran los primeros; y son primeros los que eran los
postreros
Aquel mismo
día llegaron unos de los Fariseos, diciéndole: Sal, y vete de aquí, porque
Herodes te quiere matar.
Y les dijo:
Id, y decid á aquella zorra: He aquí, echo fuera demonios y acabo sanidades hoy
y mañana, y al tercer día soy consumado.
Empero es
menester que hoy, y mañana, y pasado mañana camine; porque no es posible que
profeta muera fuera de Jerusalem.
¡Jerusalem,
Jerusalem! que matas á los profetas, y apedreas á los que son enviados á ti:
¡cuántas veces quise juntar tus hijos, como la gallina sus pollos debajo de sus
alas, y no quisiste!
He aquí, os
es dejada vuestra casa desierta: y os digo que no me veréis hasta que venga
tiempo cuando digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor.
Capítulo 14
Y ACONTECIÓ
que entrando en casa de un príncipe de los Fariseos un sábado á comer pan,
ellos le acechaban.
Y he aquí un
hombre hidrópico estaba delante de Él.
Y
respondiendo Jesús, habló á los doctores de la ley y á los Fariseos, diciendo:
¿Es lícito sanar en sábado?
Y ellos
callaron. Entonces Él tomándole, le sanó, y despidióle.
Y respondiendo
á ellos dijo: ¿El asno ó el buey de cuál de vosotros caerá en algún pozo, y no
lo sacará luego en día de sábado?
Y no le
podían replicar á estas cosas.
Y observando
cómo escogían los primeros asientos á la mesa, propuso una parábola á los convidados,
diciéndoles:
Cuando fueres
convidado de alguno á bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro
más honrado que tú esté por Él convidado,
Y viniendo el
que te llamó á ti y á Él, te diga: Da lugar á éste: y entonces comiences con
vergüenza á tener el lugar último.
Mas cuando
fueres convidado, ve, y siéntate en el postrer lugar; porque cuando viniere el
que te llamó, te diga: Amigo, sube arriba: entonces tendrás gloria delante de
los que juntamente se asientan á la mesa.
Porque
cualquiera que se ensalza, será humillado; y el que se humilla, será ensalzado.
Y dijo
también al que le había convidado: Cuando haces comida ó cena, no llames á tus
amigos, ni á tus hermanos, ni á tus parientes, ni á vecinos ricos; porque
también ellos no te vuelvan á convidar, y te sea hecha compensación.
Mas cuando
haces banquete, llama á los pobres, los mancos, los cojos, los ciegos;
Y serás
bienaventurado; porque no te pueden retribuir; mas te será recompensado en la
resurrección de los justos.
Y oyendo esto
uno de los que juntamente estaban sentados á la mesa, le dijo: Bienaventurado
el que comerá pan en el reino de los cielos.
El entonces
le dijo: Un hombre hizo una grande cena, y convido á muchos.
Y á la hora
de la cena envió á su siervo á decir á los convidados: Venid, que ya está todo
aparejado.
Y comenzaron
todos á una á excusarse. El primero le dijo: He comprado una hacienda, y
necesito salir y verla; te ruego que me des por excusado.
Y el otro
dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy á probarlos; ruégote que me des
por excusado.
Y el otro
dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir.
Y vuelto el
siervo, hizo saber estas cosas á su señor. Entonces enojado el padre de la
familia, dijo á su siervo: Ve presto por las plazas y por las calles de la
ciudad, y mete acá los pobres, los mancos, y cojos, y ciegos.
Y dijo el
siervo: Señor, hecho es como mandaste, y aun hay lugar.
Y dijo el
señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos á entrar,
para que se llene mi casa.
Porque os
digo que ninguno de aquellos hombres que fueron llamados, gustará mi cena.
Y muchas
gentes iban con Él; y volviéndose les dijo:
Si alguno
viene á mí, y no aborrece á su padre, y madre, y mujer, é hijos, y hermanos, y
hermanas, y aun también su vida, no puede ser mi discípulo.
Y cualquiera
que no trae su cruz, y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.
Porque ¿cuál
de vosotros, queriendo edificar una torre, no cuenta primero sentado los
gastos, si tiene lo que necesita para acabarla?
Porque
después que haya puesto el fundamento, y no pueda acabarla, todos los que lo
vieren, no comiencen á hacer burla de Él,
Diciendo:
Este hombre comenzó á edificar, y no pudo acabar.
¿O cuál rey,
habiendo de ir á hacer guerra contra otro rey, sentándose primero no consulta
si puede salir al encuentro con diez mil al que viene contra Él con veinte mil?
De otra
manera, cuando aun el otro está lejos, le ruega por la paz, enviándole
embajada.
Así pues,
cualquiera de vosotros que no renuncia á todas las cosas que posee, no puede
ser mi discípulo.
Buena es la
sal; mas si aun la sal fuere desvanecida, ¿con qué se adobará?
Ni para la
tierra, ni para el muladar es buena; fuera la arrojan. Quien tiene oídos para
oir, oiga.
Capítulo 15
Y SE llegaban
á Él todos los publicanos y pecadores á oirle.
Y murmuraban
los Fariseos y los escribas, diciendo: Este á los pecadores recibe, y con ellos
come.
Y Él les
propuso esta parábola, diciendo:
¿Qué hombre
de vosotros, teniendo cien ovejas, si perdiere una de ellas, no deja las
noventa y nueve en el desierto, y va á la que se perdió, hasta que la halle?
Y hallada, la
pone sobre sus hombros gozoso;
Y viniendo á
casa, junta á los amigos y á los vecinos, diciéndoles: Dadme el parabién,
porque he hallado mi oveja que se había perdido.
Os digo, que
así habrá más gozo en el cielo de un pecador que se arrepiente, que de noventa
y nueve justos, que no necesitan arrepentimiento.
¿O qué mujer
que tiene diez dracmas, si perdiere una dracma, no enciende el candil, y barre
la casa, y busca con diligencia hasta hallarla?
Y cuando la
hubiere hallado, junta las amigas y las vecinas, diciendo: Dadme el parabién,
porque he hallado la dracma que había perdido.
Así os digo
que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.
Y dijo: Un
hombre tenía dos hijos;
Y el menor de
ellos dijo á su padre: Padre, dame la parte de la hacienda que me pertenece: y
les repartió la hacienda.
Y no muchos
días después, juntándolo todo el hijo menor, partió lejos á una provincia
apartada; y allí desperdició su hacienda viviendo perdidamente.
Y cuando todo
lo hubo malgastado, vino una grande hambre en aquella provincia, y comenzóle á
faltar.
Y fué y se
llegó á uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió á su hacienda
para que apacentase los puercos.
Y deseaba
henchir su vientre de las algarrobas que comían los puercos; mas nadie se las
daba.
Y volviendo
en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan,
y yo aquí perezco de hambre!
Me levantaré,
é iré á mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti;
Ya no soy
digno de ser llamado tu hijo; hazme como á uno de tus jornaleros.
Y
levantándose, vino á su padre. Y como aun estuviese lejos, viólo su padre, y
fué movido á misericordia, y corrió, y echóse sobre su cuello, y besóle.
Y el hijo le
dijo: Padre, he pecado contra el cielo, y contra ti, y ya no soy digno de ser
llamado tu hijo.
Mas el padre
dijo á sus siervos: Sacad el principal vestido, y vestidle; y poned un anillo
en su mano, y zapatos en sus pies.
Y traed el
becerro grueso, y matadlo, y comamos, y hagamos fiesta:
Porque este
mi hijo muerto era, y ha revivido; habíase perdido, y es hallado. Y comenzaron
á regocijarse.
Y su hijo el
mayor estaba en el campo; el cual como vino, y llegó cerca de casa, oyó la
sinfonía y las danzas;
Y llamando á
uno de los criados, preguntóle qué era aquello.
Y Él le dijo:
Tu hermano ha venido; y tu padre ha muerto el becerro grueso, por haberle
recibido salvo.
Entonces se
enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase.
Mas Él
respondiendo, dijo al padre: He aquí tantos años te sirvo, no habiendo
traspasado jamás tu mandamiento, y nunca me has dado un cabrito para gozarme
con mis amigos:
Mas cuando
vino éste tu hijo, que ha consumido tu hacienda con rameras, has matado para Él
el becerro grueso.
El entonces
le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.
Mas era
menester hacer fiesta y holgar nos, porque este tu hermano muerto era, y ha
revivido; habíase perdido, y es hallado.
Capítulo 16
Y DIJO
también á sus discípulos: Había un hombre rico, el cual tenía un mayordomo, y
éste fué acusado delante de Él como disipador de sus bienes.
Y le llamó, y
le dijo: ¿Qué es esto que oigo de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no
podrás más ser mayordomo.
Entonces el
mayordomo dijo dentro de sí: ¿Qué haré? que mi señor me quita la mayordomía.
Cavar, no puedo; mendigar, tengo vergüenza.
Yo sé lo que
haré para que cuando fuere quitado de la mayordomía, me reciban en sus casas.
Y llamando á
cada uno de los deudores de su señor, dijo al primero: ¿Cuánto debes á mi
señor?
Y Él dijo:
Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu obligación, y siéntate presto, y
escribe cincuenta.
Después dijo
á otro: ¿Y tú, cuánto debes? Y Él dijo: Cien coros de trigo. Y Él le dijo: Toma
tu obligación, y escribe ochenta.
Y alabó el
señor al mayordomo malo por haber hecho discretamente; porque los hijos de este
siglo son en su generación más sagaces que los hijos de luz.
Y yo os digo:
Haceos amigos de las riquezas de maldad, para que cuando faltareis, os reciban
en las moradas eternas.
El que es
fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel: y el que en lo muy poco es
injusto, también en lo más es injusto.
Pues si en
las malas riquezas no fuisteis fieles. ¿quién os confiará lo verdadero?
Y si en lo
ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro?
Ningún siervo
puede servir á dos señores; porque ó aborrecerá al uno y amará al otro, ó se
allegará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir á Dios y á las
riquezas.
Y oían
también todas estas cosas los Fariseos, los cuales eran avaros, y se burlaban
de Él.
Y díjoles:
Vosotros sois los que os justificáis á vosotros mismos delante de los hombres;
mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por
sublime, delante de Dios es abominación.
La ley y los
profetas hasta Juan: desde entonces el reino de Dios es anunciado, y
quienquiera se esfuerza á entrar en Él.
Empero más
fácil cosa es pasar el cielo y la tierra, que frustrarse un tilde de la ley.
Cualquiera
que repudia á su mujer, y se casa con otra, adultera: y el que se casa con la repudiada
del marido, adultera.
Había un
hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete
con esplendidez.
Había también
un mendigo llamado Lázaro, el cual estaba echado á la puerta de Él, lleno de
llagas,
Y deseando
hartarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían
y le lamían las llagas.
Y aconteció
que murió el mendigo, y fué llevado por los ángeles al seno de Abraham: y murió
también el rico, y fué sepultado.
Y en el
infierno alzó sus ojos, estando en los tormentos, y vió á Abraham de lejos, y á
Lázaro en su seno.
Entonces Él,
dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía á Lázaro que
moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque soy atormentado
en esta llama.
Y díjole
Abraham: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también
males; mas ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado.
Y además de
todo esto, una grande sima está constituída entre nosotros y vosotros, que los
que quisieren pasar de aquí á vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá.
Y dijo:
Ruégote pues, padre, que le envíes á la casa de mi padre;
Porque tengo cinco
hermanos; para que les testifique, porque no vengan ellos también á este lugar
de tormento.
Y Abraham le
dice: A Moisés y á los profetas tienen: óiganlos.
El entonces dijo:
No, padre Abraham: mas si alguno fuere á ellos de los muertos, se arrepentirán.
Mas Abraham
le dijo: Si no oyen á Moisés y á los profetas, tampoco se persuadirán, si
alguno se levantare de los muertos.
Capítulo 17
Y Á SUS
discípulos dice: Imposible es que no vengan escándalos; mas ¡ay de aquél por
quien vienen!
Mejor le
fuera, si le pusiesen al cuello una piedra de molino, y le lanzasen en el mar,
que escandalizar á uno de estos pequeñitos.
Mirad por
vosotros: si pecare contra ti tu hermano, repréndele; y si se arrepintiere,
perdónale.
Y si siete
veces al día pecare contra ti, y siete veces al día se volviere á ti, diciendo,
pésame, perdónale.
Y dijeron los
apóstoles al Señor: Auméntanos la fe.
Entonces el
Señor dijo: Si tuvieseis fe como un grano de mostaza, diréis á este sicómoro:
Desarráigate, y plántate en el mar; y os obedecerá.
¿Y quién de
vosotros tiene un siervo que ara ó apacienta, que vuelto del campo le diga
luego: Pasa, siéntate á la mesa?
¿No le dice
antes: Adereza qué cene, y arremángate, y sírveme hasta que haya comido y
bebido; y después de esto, come tú y bebe?
¿Da gracias
al siervo porque hizo lo que le había sido mandado? Pienso que no.
Así también
vosotros, cuando hubiereis hecho todo lo que os es mandado, decid: Siervos
inútiles somos, porque lo que debíamos hacer, hicimos.
Y aconteció que
yendo Él á Jerusalem, pasaba por medio de Samaria y de Galilea.
Y entrando en
una aldea, viniéronle al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon
de lejos,
Y alzaron la
voz, diciendo: Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros.
Y como Él los
vió, les dijo: Id, mostraos á los sacerdotes. Y aconteció, que yendo ellos,
fueron limpios.
Entonces uno
de ellos, como se vió que estaba limpio, volvió, glorificando á Dios á gran
voz;
Y derribóse
sobre el rostro á sus pies, dándole gracias: y éste era Samaritano.
Y
respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpios? ¿Y los nueve
dónde están?
¿No hubo
quien volviese y diese gloria á Dios sino este extranjero?
Y díjole:
Levántate, vete; tu fe te ha salvado.
Y preguntado
por los Fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo:
El reino de Dios no vendrá con advertencia;
Ni dirán:
Helo aquí, ó helo allí: porque he aquí el reino de Dios entre vosotros está.
Y dijo á sus
discípulos: Tiempo vendrá, cuando desearéis ver uno de los días del Hijo del
hombre, y no lo veréis.
Y os dirán:
Helo aquí, ó helo allí. No vayáis, ni sigáis.
Porque como
el relámpago, relampagueando desde una parte de debajo del cielo, resplandece
hasta la otra debajo del cielo, así también será el Hijo del hombre en su día.
Mas primero
es necesario que padezca mucho, y sea reprobado de esta generación.
Y como fué en
los días de Noé, así también será en los días del Hijo del hombre.
Comían,
bebían, los hombres tomaban mujeres, y las mujeres maridos, hasta el día que
entró Noé en el arca; y vino el diluvio, y destruyó á todos.
Asimismo
también como fué en los días de Lot; comían, bebían, compraban, vendían,
plantaban, edificaban;
Mas el día
que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y destruyó á todos:
Como esto
será el día en que el Hijo del hombre se manifestará.
En aquel día,
el que estuviere en el terrado, y sus alhajas en casa, no descienda á tomarlas:
y el que en el campo, asimismo no vuelva atrás.
Acordaos de
la mujer de Lot.
Cualquiera
que procurare salvar su vida, la perderá; y cualquiera que la perdiere, la
salvará.
Os digo que
en aquella noche estarán dos en una cama; el uno será tomado, y el otro será
dejado.
Dos mujeres
estarán moliendo juntas: la una será tomada, y la otra dejada.
Dos estarán
en el campo; el uno será tomado, y el otro dejado.
Y
respondiendo, le dicen: ¿Dónde, Señor? Y Él les dijo: Donde estuviere el
cuerpo, allá se juntarán también las águilas.
Capítulo 18
Y PROPÚSOLES
también una parábola sobre que es necesario orar siempre, y no desmayar,
Diciendo:
Había un juez en una ciudad, el cual ni temía á Dios, ni respetaba á hombre.
Había también
en aquella ciudad una viuda, la cual venía á Él diciendo: Hazme justicia de mi
adversario.
Pero Él no
quiso por algún tiempo; mas después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo á
Dios, ni tengo respeto á hombre,
Todavía,
porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, porque al fin no venga y me
muela.
Y dijo el
Señor: Oid lo que dice el juez injusto.
¿Y Dios no
hará justicia á sus escogidos, que claman á Él día y noche, aunque sea
longánime acerca de ellos?
Os digo que
los defenderá presto. Empero cuando el Hijo del hombre viniere, ¿hallará fe en
la tierra?
Y dijo
también á unos que confiaban de sí como justos, y menospreciaban á los otros,
esta parábola:
Dos hombres subieron
al templo á orar: el uno Fariseo, el otro publicano.
El Fariseo,
en pie, oraba consigo de esta manera: Dios, te doy gracias, que no soy como los
otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;
Ayuno dos
veces á la semana, doy diezmos de todo lo que poseo.
Mas el
publicano estando lejos no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que
hería su pecho, diciendo: Dios, sé propició á mí pecador.
Os digo que
éste descendió á su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que
se ensalza, será humillado; y el que se humilla, será ensalzado.
Y traían á Él
los niños para que los tocase; lo cual viendo los discípulos les reñían.
Mas Jesús
llamándolos, dijo: Dejad los niños venir á mí, y no los impidáis; porque de
tales es el reino de Dios.
De cierto os
digo, que cualquiera que no recibiere el reino de Dios como un niño, no entrará
en Él.
Y preguntóle
un príncipe, diciendo: Maestro bueno, ¿qué haré para poseer la vida eterna?
Y Jesús le
dijo: ¿Por qué me llamas bueno? ninguno hay bueno sino sólo Dios.
Los
mandamientos sabes: No matarás: No adulterarás: No hurtarás: No dirás falso
testimonio: Honra á tu padre y á tu madre.
Y Él dijo:
Todas estas cosas he guardado desde mi juventud.
Y Jesús, oído
esto, le dijo: Aun te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y da á los
pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.
Entonces Él,
oídas estas cosas, se puso muy triste, porque era muy rico.
Y viendo
Jesús que se había entristecido mucho, dijo: ¡Cuán dificultosamente entrarán en
el reino de Dios los que tienen riquezas!
Porque más
fácil cosa es entrar un camello por el ojo de una aguja, que un rico entrar en
el reino de Dios.
Y los que lo
oían, dijeron: ¿Y quién podrá ser salvo?
Y Él les
dijo: Lo que es imposible para con los hombres, posible es para Dios.
Entonces
Pedro dijo: He aquí, nosotros hemos dejado las posesiones nuestras, y te hemos seguido.
Y Él les
dijo: De cierto os digo, que nadie hay que haya dejado casa, padres, ó
hermanos, ó mujer, ó hijos, por el reino de Dios,
Que no haya
de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna.
Y Jesús,
tomando á los doce, les dijo: He aquí subimos á Jerusalem, y serán cumplidas
todas las cosas que fueron escritas por los profetas, del Hijo del hombre.
Porque será
entregado á las gentes, y será escarnecido, é injuriado, y escupido.
Y después que
le hubieren azotado, le matarán: mas al tercer día resucitará.
Pero ellos
nada de estas cosas entendían, y esta palabra les era encubierta, y no
entendían lo que se decía.
Y aconteció
que acercándose Él á Jericó, un ciego estaba sentado junto al camino
mendigando;
El cual como
oyó la gente que pasaba, preguntó qué era aquello.
Y dijéronle
que pasaba Jesús Nazareno.
Entonces dió
voces, diciendo: Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí.
Y los que iban
delante, le reñían que callase; mas Él clamaba mucho más: Hijo de David, ten
misericordia de mí.
Jesús
entonces parándose, mandó traerle á sí: y como Él llegó, le preguntó,
Diciendo:
¿Qué quieres que te haga? Y Él dijo: Señor, que vea.
Y Jesús le
dijo: Ve, tu fe te ha hecho salvo.
Y luego vió,
y le seguía, glorificando á Dios: y todo el pueblo como lo vió, dió á Dios
alabanza.
Capítulo 19
Y HABIENDO
entrado Jesús, iba pasando por Jericó;
Y he aquí un
varón llamado Zaqueo, el cual era el principal de los publicanos, y era rico;
Y procuraba
ver á Jesús quién fuese; mas no podía á causa de la multitud, porque era pequeño
de estatura.
Y corriendo
delante, subióse á un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por
allí.
Y como vino á
aquel lugar Jesús, mirando, le vió, y díjole: Zaqueo, date priesa, desciende,
porque hoy es necesario que pose en tu casa.
Entonces Él
descendió apriesa, y le recibió gozoso.
Y viendo
esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado á posar con un hombre
pecador.
Entonces
Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy
á los pobres; y si en algo he defraudado á alguno, lo vuelvo con el cuatro
tanto.
Y Jesús le
dijo: Hoy ha venido la salvación á esta casa; por cuanto Él también es hijo de
Abraham.
Porque el
Hijo del hombre vino á buscar y á salvar lo que se había perdido.
Y oyendo
ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca
de Jerusalem, y porque pensaban que luego había de ser manifestado el reino de
Dios.
Dijo pues: Un
hombre noble partió á una provincia lejos, para tomar para sí un reino, y
volver.
Mas llamados
diez siervos suyos, les dió diez minas, y díjoles: Negociad entre tanto que
vengo.
Empero sus
ciudadanos le aborrecían, y enviaron tras de Él una embajada, diciendo: No
queremos que éste reine sobre nosotros.
Y aconteció,
que vuelto Él, habiendo tomado el reino, mandó llamar á sí á aquellos siervos á
los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno.
Y vino el
primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas.
Y Él le dice:
Está bien, buen siervo; pues que en lo poco has sido fiel, tendrás potestad
sobre diez ciudades.
Y vino otro,
diciendo: Señor, tu mina ha hecho cinco minas.
Y también á
éste dijo: Tú también sé sobre cinco ciudades.
Y vino otro,
diciendo: Señor, he aquí tu mina, la cual he tenido guardada en un pañizuelo:
Porque tuve
miedo de ti, que eres hombre recio; tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no
sembraste.
Entonces Él
le dijo: Mal siervo, de tu boca te juzgo. Sabías que yo era hombre recio, que
tomo lo que no puse, y que siego lo que no sembré;
¿Por qué, no
diste mi dinero al banco, y yo viniendo lo demandara con el logro?
Y dijo á los
que estaban presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas.
Y ellos le
dijeron: Señor, tiene diez minas.
Pues yo os
digo que á cualquiera que tuviere, le será dado; mas al que no tuviere, aun lo
que tiene le será quitado.
Y también á
aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá,
y degolladlos delante de mí.
Y dicho esto,
iba delante subiendo á Jerusalem.
Y aconteció,
que llegando cerca de Bethfagé, y de Bethania, al monte que se llama de las
Olivas, envió dos de sus discípulos,
Diciendo: Id
á la aldea de enfrente; en la cual como entrareis, hallaréis un pollino atado,
en el que ningún hombre se ha sentado jamás; desatadlo, y traedlo.
Y si alguien
os preguntare, ¿por qué lo desatáis? le responderéis así: Porque el Señor lo ha
menester.
Y fueron los
que habían sido enviados, y hallaron como les dijo.
Y desatando
ellos el pollino, sus dueños les dijeron: ¿Por qué desatáis el pollino?
Y ellos
dijeron: Porque el Señor lo ha menester.
Y trajéronlo
á Jesús; y habiendo echado sus vestidos sobre el pollino, pusieron á Jesús
encima.
Y yendo Él
tendían sus capas por el camino.
Y como
llegasen ya cerca de la bajada del monte de las Olivas, toda la multitud de los
discípulos, gozándose, comenzaron á alabar á Dios á gran voz por todas las
maravillas que habían visto,
Diciendo:
¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor: paz en el cielo, y gloria en
lo altísimo!
Entonces
algunos de los Fariseos de la compañía, le dijeron: Maestro, reprende á tus
discípulos.
Y Él
respondiendo, les dijo: Os digo que si éstos callaren, las piedras clamarán.
Y como llegó
cerca viendo la ciudad, lloró sobre ella,
Diciendo: ¡Oh
si también tú conocieses, á lo menos en este tu día, lo que toca á tu paz! mas
ahora está encubierto de tus ojos.
Porque
vendrán días sobre ti, que tus enemigos te cercarán con baluarte, y te pondrán
cerco, y de todas partes te pondrán en estrecho,
Y te
derribarán á tierra, y á tus hijos dentro de ti; y no dejarán sobre ti piedra
sobre piedra; por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación.
Y entrando en
el templo, comenzó á echar fuera á todos los que vendían y compraban en Él.
Diciéndoles:
Escrito está: Mi casa, casa de oración es; mas vosotros la habéis hecho cueva
de ladrones.
Y enseñaba
cada día en el templo; mas los príncipes de los sacerdotes, y los escribas, y
los principales del pueblo procuraban matarle.
Y no hallaban
qué hacerle, porque todo el pueblo estaba suspenso oyéndole.
Capítulo 20
Y ACONTECIÓ
un día, que enseñando Él al pueblo en el templo, y anunciando el evangelio,
llegáronse los príncipes de los sacerdotes y los escribas, con los ancianos;
Y le
hablaron, diciendo: Dinos: ¿con qué potestad haces estas cosas? ¿ó quién es el
que te ha dado esta potestad?
Respondiendo
entonces Jesús, les dijo: Os preguntaré yo también una palabra; respondedme:
El bautismo
de Juan, ¿era del cielo, ó de los hombres?
Mas ellos
pensaban dentro de sí, diciendo: Si dijéremos, del cielo, dirá: ¿Por qué, pues,
no le creísteis?
Y si dijéremos,
de los hombres, todo el pueblo nos apedreará: porque están ciertos que Juan era
profeta.
Y
respondieron que no sabían de dónde.
Entonces
Jesús les dijo: Ni yo os digo con qué potestad hago estas cosas.
Y comenzó á
decir al pueblo esta parábola: Un hombre plantó una viña, y arrendóla á
labradores, y se ausentó por mucho tiempo.
Y al tiempo,
envió un siervo á los labradores, para que le diesen del fruto de la viña; mas
los labradores le hirieron, y enviaron vacío.
Y volvió á
enviar otro siervo; mas ellos á éste también, herido y afrentado, le enviaron
vacío.
Y volvió á
enviar al tercer siervo; mas ellos también á éste echaron herido.
Entonces el
señor de la viña dijo: ¿Qué haré? Enviaré mi hijo amado: quizás cuando á éste
vieren, tendrán respeto.
Mas los
labradores, viéndole, pensaron entre sí, diciendo: Este es el heredero; venid,
matémosle para que la heredad sea nuestra.
Y echáronle
fuera de la viña, y le mataron. ¿Qué pues, les hará el señor de la viña?
Vendrá, y
destruirá á estos labradores, y dará su viña á otros. Y como ellos lo oyeron,
dijeron: ¡Dios nos libre!
Mas Él
mirándolos, dice: ¿Qué pues es lo que está escrito: La piedra que condenaron
los edificadores, Esta fué por cabeza de esquina?
Cualquiera
que cayere sobre aquella piedra, será quebrantado; mas sobre el que la piedra
cayere, le desmenuzará.
Y procuraban
los príncipes de los sacerdotes y los escribas echarle mano en aquella hora,
porque entendieron que contra ellos había dicho esta parábola: mas temieron al
pueblo.
Y acechándole
enviaron espías que se simulasen justos, para sorprenderle en palabras, para
que le entregasen al principado y á la potestad del presidente.
Los cuales le
preguntaron, diciendo: Maestro, sabemos que dices y enseñas bien, y que no
tienes respeto á persona; antes enseñas el camino de Dios con verdad.
¿Nos es lícito dar tributo á César, ó no?
Mas Él,
entendiendo la astucia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis?
Mostradme la
moneda. ¿De quién tiene la imagen y la inscripción? Y respondiendo dijeron: De
César.
Entonces les
dijo: Pues dad á César lo que es de César; y lo que es de Dios, á Dios.
Y no pudieron
reprender sus palabras delante del pueblo: antes maravillados de su respuesta,
callaron.
Y llegándose
unos de los Saduceos, los cuales niegan haber resurrección, le preguntaron,
Diciendo:
Maestro, Moisés nos escribió: Si el hermano de alguno muriere teniendo mujer, y
muriere sin hijos, que su hermano tome la mujer, y levante simiente á su
hermano.
Fueron, pues,
siete hermanos: y el primero tomó mujer, y murió sin hijos.
Y la tomó el
segundo, el cual también murió sin hijos.
Y la tomó el
tercero: asimismo también todos siete: y murieron sin dejar prole.
Y á la postre
de todos murió también la mujer.
En la
resurrección, pues, ¿mujer de cuál de ellos será? porque los siete la tuvieron
por mujer.
Entonces
respondiendo Jesús, les dijo: Los hijos de este siglo se casan, y son dados en
casamiento:
Mas los que
fueren tenidos por dignos de aquel siglo y de la resurrección de los muertos,
ni se casan, ni son dados en casamiento:
Porque no
pueden ya más morir: porque son iguales á los ángeles, y son hijos de Dios,
cuando son hijos de la resurrección.
Y que los
muertos hayan de resucitar, aun Moisés lo enseñó en el pasaje de la zarza,
cuando llama al Señor: Dios de Abraham, y Dios de Isaac, y Dios de Jacob.
Porque Dios
no es Dios de muertos, mas de vivos: porque todos viven á Él.
Y
respondiéndole unos de los escribas, dijeron: Maestro, bien has dicho.
Y no osaron
más preguntarle algo.
Y Él les
dijo: ¿Cómo dicen que el Cristo es hijo de David?
Y el mismo
David dice en el libro de los Salmos: Dijo el Señor á mi Señor: Siéntate á mi
diestra,
Entre tanto
que pongo tus enemigos por estrado de tus pies.
Así que David
le llama Señor: ¿cómo pues es su hijo?
Y oyéndole
todo el pueblo, dijo á sus discípulos:
Guardaos de
los escribas, que quieren andar con ropas largas, y aman las salutaciones en
las plazas, y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros asientos en
las cenas;
Que devoran
las casas de las viudas, poniendo por pretexto la larga oración: éstos
recibirán mayor condenación.
Capítulo 21
Y MIRANDO,
vió á los ricos que echaban sus ofrendas en el gazofilacio.
Y vió también
una viuda pobrecilla, que echaba allí dos blancas.
Y dijo: De
verdad os digo, que esta pobre viuda echó más que todos:
Porque todos
estos, de lo que les sobra echaron para las ofrendas de Dios; mas ésta de su
pobreza echó todo el sustento que tenía.
Y á unos que
decían del templo, que estaba adornado de hermosas piedras y dones, dijo:
Estas cosas
que veis, días vendrán que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruída.
Y le
preguntaron, diciendo: Maestro, ¿cuándo será esto? ¿y qué señal habrá cuando
estas cosas hayan de comenzar á ser hechas?
El entonces
dijo: Mirad, no seáis engañados; porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo:
Yo soy; y, el tiempo está cerca: por tanto, no vayáis en pos de ellos.
Empero cuando
oyereis guerras y sediciones, no os espantéis; porque es necesario que estas
cosas acontezcan primero: mas no luego será el fin.
Entonces les
dijo: Se levantará gente contra gente, y reino contra reino;
Y habrá
grandes terremotos, y en varios lugares hambres y pestilencias: y habrá espantos
y grandes señales del cielo.
Mas antes de
todas estas cosas os echarán mano, y perseguirán, entregándoos á las sinagogas
y á las cárceles, siendo llevados á los reyes y á los gobernadores por causa de
mi nombre.
Y os será
para testimonio.
Poned pues en
vuestros corazones no pensar antes cómo habéis de responder:
Porque yo os
daré boca y sabiduría, á la cual no podrán resistir ni contradecir todos los
que se os opondrán.
Mas seréis
entregados aun de vuestros padres, y hermanos, y parientes, y amigos; y matarán
á algunos de vosotros.
Y seréis
aborrecidos de todos por causa de mi nombre.
Mas un pelo
de vuestra cabeza no perecerá.
En vuestra
paciencia poseeréis vuestras almas.
Y cuando
viereis á Jerusalem cercada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha
llegado.
Entonces los
que estuvieren en Judea, huyan á los montes; y los que en medio de ella,
váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella.
Porque estos
son días de venganza: para que se cumplan todas las cosas que están escritas.
Mas ¡ay de
las preñadas, y de las que crían en aquellos días! porque habrá apuro grande
sobre la tierra é ira en este pueblo.
Y caerán á
filo de espada, y serán llevados cautivos á todas las naciones: y Jerusalem
será hollada de las gentes, hasta que los tiempos de las gentes sean cumplidos.
Entonces
habrá señales en el sol, y en la luna, y en las estrellas; y en la tierra
angustia de gentes por la confusión del sonido de la mar y de las ondas:
Secándose los
hombres á causa del temor y expectación de las cosas que sobrevendrán á la
redondez de la tierra: porque las virtudes de los cielos serán conmovidas.
Y entonces
verán al Hijo del hombre, que vendrá en una nube con potestad y majestad
grande.
Y cuando
estas cosas comenzaren á hacerse, mirad, y levantad vuestras cabezas, porque
vuestra redención está cerca.
Y díjoles una
parábola: Mirad la higuera y todos los árboles:
Cuando ya
brotan, viéndolo, de vosotros mismos entendéis que el verano está ya cerca.
Así también
vosotros, cuando viereis hacerse estas cosas, entended que está cerca el reino
de Dios.
De cierto os
digo, que no pasará esta generación hasta que todo sea hecho.
El cielo y la
tierra pasarán; mas mis palabras no pasarán.
Y mirad por
vosotros, que vuestros corazones no sean cargados de glotonería y embriaguez, y
de los cuidados de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día.
Porque como
un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra.
Velad pues,
orando en todo tiempo, que seáis tenidos por dignos de evitar todas estas cosas
que han de venir, y de estar en pie delante del Hijo del hombre.
Y enseñaba de
día en el templo; y de noche saliendo, estábase en el monte que se llama de las
Olivas.
Y todo el
pueblo venía á Él por la mañana, para oirle en el templo.
Capítulo 22
Y ESTABA
cerca el día de la fiesta de los ázimos, que se llama la Pascua.
Y los
príncipes de los sacerdotes y los escribas buscaban cómo le matarían; mas
tenían miedo del pueblo.
Y entró
Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote, el cual era uno del número de los
doce;
Y fué, y
habló con los príncipes de los sacerdotes, y con los magistrados, de cómo se lo
entregaría.
Los cuales se
holgaron, y concertaron de darle dinero.
Y prometió, y
buscaba oportunidad para entregarle á ellos sin bulla.
Y vino el día
de los ázimos, en el cual era necesario matar la pascua.
Y envió á
Pedro y á Juan, diciendo: Id, aparejadnos la pascua para que comamos.
Y ellos le
dijeron: ¿Dónde quieres que aparejemos?
Y Él les
dijo: He aquí cuando entrareis en la ciudad, os encontrará un hombre que lleva
un cántaro de agua: seguidle hasta la casa donde entrare,
Y decid al
padre de la familia de la casa: El Maestro te dice: ¿Dónde está el aposento
donde tengo de comer la pascua con mis discípulos?
Entonces Él
os mostrará un gran cenáculo aderezado; aparejad allí.
Fueron pues,
y hallaron como les había dicho; y aparejaron la pascua.
Y como fué
hora, sentóse á la mesa, y con Él los apóstoles.
Y les dijo:
En gran manera he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca;
Porque os
digo que no comeré más de ella, hasta que se cumpla en el reino de Dios.
Y tomando el
vaso, habiendo dado gracias, dijo: Tomad esto, y partidlo entre vosotros;
Porque os
digo, que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga.
Y tomando el pan,
habiendo dado gracias, partió, y les dió, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por
vosotros es dado: haced esto en memoria de mí.
Asimismo
también el vaso, después que hubo cenado, diciendo: Este vaso es el nuevo pacto
en mi sangre, que por vosotros se derrama.
Con todo eso,
he aquí la mano del que me entrega, conmigo en la mesa.
Y á la verdad
el Hijo del hombre va, según lo que está determinado; empero ¡ay de aquél
hombre por el cual es entregado!
Ellos
entonces comenzaron á preguntar entre sí, cuál de ellos sería el que había de
hacer esto.
Y hubo entre
ellos una contienda, quién de ellos parecía ser el mayor.
Entonces Él
les dijo: Los reyes de las gentes se enseñorean de ellas; y los que sobre ellas
tienen potestad, son llamados bienhechores:
Mas vosotros,
no así: antes el que es mayor entre vosotros, sea como el más mozo; y el que es
príncipe, como el que sirve.
Porque, ¿cuál
es mayor, el que se sienta á la mesa, ó el que sirve? ¿No es el que se sienta á
la mesa? Y yo soy entre vosotros como el que sirve.
Empero
vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis tentaciones:
Yo pues os
ordeno un reino, como mi Padre me lo ordenó á mí,
Para que
comáis y bebáis en mi mesa en mi reino, y os sentéis sobre tronos juzgando á
las doce tribus de Israel.
Dijo también
el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandaros como á
trigo;
Mas yo he
rogado por ti que tu fe no falte: y tú, una vez vuelto, confirma á tus
hermanos.
Y Él le dijo:
Señor, pronto estoy á ir contigo aun á cárcel y á muerte.
Y Él dijo:
Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que
me conoces.
Y á ellos
dijo: Cuando os envié sin bolsa, y sin alforja, y sin zapatos, ¿os faltó algo?
Y ellos dijeron: Nada.
Y les dijo:
Pues ahora, el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja, y el que no
tiene, venda su capa y compre espada.
Porque os
digo, que es necesario que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito: Y
con los malos fué contado: porque lo que está escrito de mí, cumplimiento
tiene.
Entonces ellos
dijeron: Señor, he aquí dos espadas. Y Él les dijo: Basta.
Y saliendo,
se fué, como solía, al monte de las Olivas; y sus discípulos también le
siguieron.
Y como llegó
á aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación.
Y Él se
apartó de ellos como un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró,
Diciendo:
Padre, si quieres, pasa este vaso de mí; empero no se haga mi voluntad, sino la
tuya.
Y le apareció
un ángel del cielo confortándole.
Y estando en
agonía, oraba más intensamente: y fué su sudor como grandes gotas de sangre que
caían hasta la tierra.
Y como se
levantó de la oración, y vino á sus discípulos, hallólos durmiendo de tristeza;
Y les dijo:
¿Por qué dormís? Levantaos, y orad que no entréis en tentación.
Estando Él
aún hablando, he aquí una turba; y el que se llamaba Judas, uno de los doce,
iba delante de ellos; y llegóse á Jesús para besarlo.
Entonces
Jesús le dijo: Judas, ¿con beso entregas al Hijo del hombre?
Y viendo los
que estaban con Él lo que había de ser, le dijeron: Señor, ¿heriremos á
cuchillo?
Y uno de
ellos hirió á un siervo del príncipe de los sacerdotes, y le quitó la oreja
derecha.
Entonces
respondiendo Jesús, dijo: Dejad hasta aquí. Y tocando su oreja, le sanó.
Y Jesús dijo
á los que habían venido á Él, los príncipes de los sacerdotes, y los
magistrados del templo, y los ancianos: ¿Como á ladrón habéis salido con
espadas y con palos?
Habiendo
estado con vosotros cada día en el templo, no extendisteis las manos contra mí;
mas ésta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas.
Y
prendiéndole trajéronle, y metiéronle en casa del príncipe de los sacerdotes. Y
Pedro le seguía de lejos.
Y habiendo
encendido fuego en medio de la sala, y sentándose todos alrededor, se sentó
también Pedro entre ellos.
Y como una
criada le vió que estaba sentado al fuego, fijóse en Él, y dijo: Y éste con Él
estaba.
Entonces Él
lo negó, diciendo: Mujer, no le conozco.
Y un poco
después, viéndole otro, dijo: Y tú de ellos eras. Y Pedro dijo: Hombre, no soy.
Y como una
hora pasada otro afirmaba, diciendo: Verdaderamente también éste estaba con Él,
porque es Galileo.
Y Pedro dijo:
Hombre, no sé qué dices. Y luego, estando Él aún hablando, el gallo cantó.
Entonces,
vuelto el Señor, miró á Pedro: y Pedro se acordó de la palabra del Señor como
le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces.
Y saliendo
fuera Pedro, lloró amargamente.
Y los hombres
que tenían á Jesús, se burlaban de Él hiriéndole;
Y
cubriéndole, herían su rostro, y preguntábanle, diciendo: Profetiza quién es el
que te hirió.
Y decían
otras muchas cosas injuriándole.
Y cuando fué
de día, se juntaron los ancianos del pueblo, y los príncipes de los sacerdotes,
y los escribas, y le trajeron á su concilio,
Diciendo:
¿Eres tú el Cristo? dínoslo. Y les dijo: Si os lo dijere, no creeréis;
Y también si
os preguntare, no me responderéis, ni me soltaréis:
Mas después
de ahora el Hijo del hombre se asentará á la diestra de la potencia de Dios.
Y dijeron
todos: ¿Luego tú eres Hijo de Dios? Y Él les dijo: Vosotros decís que yo soy.
Entonces
ellos dijeron: ¿Qué más testimonio deseamos? porque nosotros lo hemos oído de
su boca.
Capítulo 23
LEVANTÁNDOSE
entonces toda la multitud de ellos, lleváronle á Pilato.
Y comenzaron
á acusarle, diciendo: A éste hemos hallado que pervierte la nación, y que veda
dar tributo á César, diciendo que Él es el Cristo, el rey.
Entonces
Pilato le preguntó, diciendo: ¿Eres tú el Rey de los Judíos? Y respondiéndole
él, dijo: Tú lo dices.
Y Pilato dijo
á los príncipes de los sacerdotes, y á las gentes: Ninguna culpa hallo en este
hombre.
Mas ellos
porfiaban, diciendo: Alborota al pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando
desde Galilea hasta aquí.
Entonces
Pilato, oyendo de Galilea, preguntó si el hombre era Galileo.
Y como
entendió que era de la jurisdicción de Herodes, le remitió á Herodes, el cual
también estaba en Jerusalem en aquellos días.
Y Herodes,
viendo á Jesús, holgóse mucho, porque hacía mucho que deseaba verle; porque
había oído de Él muchas cosas, y tenía esperanza que le vería hacer alguna
señal.
Y le
preguntaba con muchas palabras; mas Él nada le respondió:
Y estaban los
príncipes de los sacerdotes y los escribas acusándole con gran porfía.
Mas Herodes
con su corte le menospreció, y escarneció, vistiéndole de una ropa rica; y
volvióle á enviar á Pilato.
Y fueron
hechos amigos entre sí Pilato y Herodes en el mismo día; porque antes eran
enemigos entre sí.
Entonces
Pilato, convocando los príncipes de los sacerdotes, y los magistrados, y el
pueblo,
Les dijo: Me
habéis presentado á éste por hombre que desvía al pueblo: y he aquí,
preguntando yo delante de vosotros, no he hallado culpa alguna en este hombre
de aquéllas de que le acusáis.
Y ni aun
Herodes; porque os remití á Él, y he aquí, ninguna cosa digna de muerte ha
hecho.
Le soltaré,
pues, castigado.
Y tenía
necesidad de soltarles uno en cada fiesta.
Mas toda la
multitud dió voces á una, diciendo: Quita á éste, y suéltanos á Barrabás:
(El cual
había sido echado en la cárcel por una sedición hecha en la ciudad, y una
muerte.)
Y hablóles
otra vez Pilato, queriendo soltar á Jesús.
Pero ellos
volvieron á dar voces, diciendo: Crucifícale, crucifícale.
Y Él les dijo
la tercera vez: ¿Pues qué mal ha hecho éste? Ninguna culpa de muerte he hallado
en Él: le castigaré, pues, y le soltaré.
Mas ellos
instaban á grandes voces, pidiendo que fuese crucificado. Y las voces de ellos
y de los príncipes de los sacerdotes crecían.
Entonces
Pilato juzgó que se hiciese lo que ellos pedían;
Y les soltó á
aquél que había sido echado en la cárcel por sedición y una muerte, al cual
habían pedido; y entregó á Jesús á la voluntad de ellos.
Y llevándole,
tomaron á un Simón Cireneo, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz
para que la llevase tras Jesús.
Y le seguía
una grande multitud de pueblo, y de mujeres, las cuales le lloraban y
lamentaban.
Mas Jesús,
vuelto á ellas, les dice: Hijas de Jerusalem, no me lloréis á mí, mas llorad
por vosotras mismas, y por vuestros hijos.
Porque he
aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres
que no engendraron, y los pechos que no criaron.
Entonces
comenzarán á decir á los montes: Caed sobre nosotros: y á los collados:
Cubridnos.
Porque si en
el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué se hará?
Y llevaban
también con Él otros dos, malhechores, á ser muertos.
Y como
vinieron al lugar que se llama de la Calavera, le crucificaron allí, y á los
malhechores, uno á la derecha, y otro á la izquierda.
Y Jesús
decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y partiendo sus
vestidos, echaron suertes.
Y el pueblo
estaba mirando; y se burlaban de Él los príncipes con ellos, diciendo: A otros
hizo salvos: sálvese á sí, si éste es el Mesías, el escogido de Dios.
Escarnecían
de Él también los soldados, llegándose y presentándole vinagre,
Y diciendo:
Si tú eres el Rey de los Judíos, sálvate á ti mismo.
Y había
también sobre Él un título escrito con letras griegas, y latinas, y hebraicas: ESTE
ES EL REY DE LOS JUDIOS.
Y uno de los
malhechores que estaban colgados, le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo,
sálvate á ti mismo y á nosotros.
Y
respondiendo el otro, reprendióle, diciendo: ¿Ni aun tú temes á Dios, estando
en la misma condenación?
Y nosotros, á
la verdad, justamente padecemos; porque recibimos lo que merecieron nuestros
hechos: mas éste ningún mal hizo.
Y dijo á
Jesús: Acuérdate de mí cuando vinieres á tu reino.
Entonces
Jesús le dijo: De cierto te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Y cuando era
como la hora de sexta, fueron hechas tinieblas sobre toda la tierra hasta la
hora de nona.
Y el sol se
obscureció: y el velo del templo se rompió por medio.
Entonces Jesús,
clamando á gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y
habiendo dicho esto, espiró.
Y como el
centurión vió lo que había acontecido, dió gloria á Dios, diciendo:
Verdaderamente este hombre era justo.
Y toda la
multitud de los que estaban presentes á este espectáculo, viendo lo que había
acontecido, se volvían hiriendo sus pechos.
Mas todos sus
conocidos, y las mujeres que le habían seguido desde Galilea, estaban lejos
mirando estas cosas.
Y he aquí un
varón llamado José, el cual era senador, varón bueno y justo,
(El cual no
había consentido en el consejo ni en los hechos de ellos), de Arimatea, ciudad
de la Judea, el cual también esperaba el reino de Dios;
Este llegó á
Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús.
Y quitado, lo
envolvió en una sábana, y le puso en un sepulcro abierto en una peña, en el
cual ninguno había aún sido puesto.
Y era día de
la víspera de la Pascua; y estaba para rayar el sábado.
Y las mujeres
que con Él habían venido de Galilea, siguieron también y vieron el sepulcro, y
cómo fué puesto su cuerpo.
Y vueltas,
aparejaron drogas aromáticas y ungüentos; y reposaron el sábado, conforme al
mandamiento.
Capítulo 24
Y EL primer
día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las drogas
aromáticas que habían aparejado, y algunas otras mujeres con ellas.
Y hallaron la
piedra revuelta del sepulcro.
Y entrando,
no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Y aconteció,
que estando ellas espantadas de esto, he aquí se pararon junto á ellas dos
varones con vestiduras resplandecientes;
Y como
tuviesen ellas temor, y bajasen el rostro á tierra, les dijeron: ¿Por qué
buscáis entre los muertos al que vive?
No está aquí,
mas ha resucitado: acordaos de lo que os habló, cuando aun estaba en Galilea,
Diciendo: Es
menester que el Hijo del hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y
que sea crucificado, y resucite al tercer día.
Entonces
ellas se acordaron de sus palabras,
Y volviendo
del sepulcro, dieron nuevas de todas estas cosas á los once, y á todos los
demás.
Y eran María
Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas, las que
dijeron estas cosas á los apóstoles.
Mas á ellos
les parecían como locura las palabras de ellas, y no las creyeron.
Pero
levantándose Pedro, corrió al sepulcro: y como miró dentro, vió solos los
lienzos echados; y se fué maravillándose de lo que había sucedido.
Y he aquí,
dos de ellos iban el mismo día á una aldea que estaba de Jerusalem sesenta
estadios, llamada Emmaús.
E iban
hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían acaecido.
Y aconteció
que yendo hablando entre sí, y preguntándose el uno al otro, el mismo Jesús se
llegó, é iba con ellos juntamente.
Mas los ojos
de ellos estaban embargados, para que no le conociesen.
Y díjoles:
¿Qué pláticas son estas que tratáis entre vosotros andando, y estáis tristes?
Y
respondiendo el uno, que se llamaba Cleofas, le dijo: ¿Tú sólo peregrino eres
en Jerusalem, y no has sabido las cosas que en ella han acontecido estos días?
Entonces Él
les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús Nazareno, el cual fué varón
profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo;
Y cómo le
entregaron los príncipes de los sacerdotes y nuestros príncipes á condenación
de muerte, y le crucificaron.
Mas nosotros
esperábamos que Él era el que había de redimir á Israel: y ahora sobre todo
esto, hoy es el tercer día que esto ha acontecido.
Aunque
también unas mujeres de los nuestros nos han espantado, las cuales antes del
día fueron al sepulcro:
Y no hallando
su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto visión de ángeles, los
cuales dijeron que Él vive.
Y fueron
algunos de los nuestros al sepulcro, y hallaron así como las mujeres habían
dicho; más á Él no le vieron.
Entonces Él
les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los
profetas han dicho!
¿No era
necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?
Y comenzando
desde Moisés, y de todos los profetas, declarábales en todas las Escrituras lo
que de Él decían.
Y llegaron á
la aldea á donde iban: y Él hizo como que iba más lejos.
Mas ellos le
detuvieron por fuerza, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y
el día ya ha declinado. Entró pues á estarse con ellos.
Y aconteció,
que estando sentado con ellos á la mesa, tomando el pan, bendijo, y partió, y
dióles.
Entonces fueron
abiertos los ojos de ellos, y le conocieron; mas Él se desapareció de los ojos
de ellos.
Y decían el
uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el
camino, y cuando nos abría las Escrituras?
Y levantándose
en la misma hora, tornáronse á Jerusalem, y hallaron á los once reunidos, y á
los que estaban con ellos.
Que decían:
Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido á Simón.
Entonces
ellos contaban las cosas que les habían acontecido en el camino, y cómo había
sido conocido de ellos al partir el pan.
Y entre tanto
que ellos hablaban estas cosas, Él se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz á
vosotros.
Entonces
ellos espantados y asombrados, pensaban que veían espíritu.
Mas Él les
dice: ¿Por qué estáis turbados, y suben pensamientos á vuestros corazones?
Mirad mis
manos y mis pies, que yo mismo soy: palpad, y ved; que el espíritu ni tiene
carne ni huesos, como veis que yo tengo.
Y en diciendo
esto, les mostró las manos y los pies.
Y no
creyéndolo aún ellos de gozo, y maravillados, díjoles: ¿Tenéis aquí algo de
comer?
Entonces
ellos le presentaron parte de un pez asado, y un panal de miel.
Y Él tomó, y
comió delante de ellos.
Y Él les
dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era
necesario que se cumpliesen todas las cosas que están escritas de mí en la ley
de Moisés, y en los profetas, y en los salmos.
Entonces les
abrió el sentido, para que entendiesen las Escrituras;
Y díjoles:
Así está escrito, y así fué necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de
los muertos al tercer día;
Y que se
predicase en su nombre el arrepentimiento y la remisión de pecados en todas las
naciones, comenzando de Jerusalem.
Y vosotros
sois testigos de estas cosas.
Y he aquí, yo
enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros: mas vosotros asentad en la
ciudad de Jerusalem, hasta que seáis investidos de potencia de lo alto.
Y sacólos
fuera hasta Bethania, y alzando sus manos, los bendijo.
Y aconteció
que bendiciéndolos, se fué de ellos; y era llevado arriba al cielo.
Y ellos,
después de haberle adorado, se volvieron á Jerusalem con gran gozo;
Y estaban
siempre en el templo, alabando y bendiciendo á Dios. Amén.
adaptación de la Biblia
cortesía de http://www.awmach.org/
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