La Eucaristía constituye la cumbre de la acción de salvación de Dios
Catequesis del Papa Francisco
5 de febrero de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy os hablaré de la Eucaristía. La Eucaristía se sitúa en el corazón de la
«iniciación cristiana», juntamente con el Bautismo y la Confirmación, y
constituye la fuente de la vida misma de la Iglesia. De este sacramento del
amor, en efecto, brota todo auténtico camino de fe, de comunión y de
testimonio.
Lo que vemos cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, la misa, nos
hace ya intuir lo que estamos por vivir. En el centro del espacio destinado
a la celebración se encuentra el altar, que es una mesa, cubierta por un
mantel, y esto nos hace pensar en un banquete. Sobre la mesa hay una cruz,
que indica que sobre ese altar se ofrece el sacrificio de Cristo: es Él el
alimento espiritual que allí se recibe, bajo los signos del pan y del vino.
Junto a la mesa está el ambón, es decir, el lugar desde el que se proclama
la Palabra de Dios: y esto indica que allí se reúnen para escuchar al Señor
que habla mediante las Sagradas Escrituras, y, por lo tanto, el alimento que
se recibe es también su Palabra.
Palabra y pan en la misa se convierten en una sola cosa, como en la Última
Cena, cuando todas las palabras de Jesús, todos los signos que realizó, se
condensaron en el gesto de partir el pan y ofrecer el cáliz, anticipo del
sacrificio de la cruz, y en aquellas palabras: «Tomad, comed, éste es mi
cuerpo... Tomad, bebed, ésta es mi sangre».
El gesto de Jesús realizado en la Última Cena es la gran acción de gracias
al Padre por su amor, por su misericordia. «Acción de gracias» en griego se
dice «eucaristía». Y por ello el sacramento se llama Eucaristía: es la
suprema acción de gracias al Padre, que nos ha amado tanto que nos dio a su
Hijo por amor. He aquí por qué el término Eucaristía resume todo ese gesto,
que es gesto de Dios y del hombre juntamente, gesto de Jesucristo, verdadero
Dios y verdadero hombre.
Por lo tanto, la celebración eucarística es mucho más que un simple
banquete: es precisamente el memorial de la Pascua de Jesús, el misterio
central de la salvación. «Memorial» no significa sólo un recuerdo, un simple
recuerdo, sino que quiere decir que cada vez que celebramos este sacramento
participamos en el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
La Eucaristía constituye la cumbre de la acción de salvación de Dios: el
Señor Jesús, haciéndose pan partido por nosotros, vuelca, en efecto, sobre
nosotros toda su misericordia y su amor, de tal modo que renueva nuestro
corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los
hermanos. Es por ello que comúnmente, cuando nos acercamos a este
sacramento, decimos «recibir la Comunión», «comulgar»: esto significa que en
el poder del Espíritu Santo, la participación en la mesa eucarística nos
conforma de modo único y profundo a Cristo, haciéndonos pregustar ya ahora
la plena comunión con el Padre que caracterizará el banquete celestial,
donde con todos los santos tendremos la alegría de contemplar a Dios cara a
cara.
Queridos amigos, no agradeceremos nunca bastante al Señor por el don que nos
ha hecho con la Eucaristía. Es un don tan grande y, por ello, es tan
importante ir a misa el domingo. Ir a misa no sólo para rezar, sino para
recibir la Comunión, este pan que es el cuerpo de Jesucristo que nos salva,
nos perdona, nos une al Padre. ¡Es hermoso hacer esto! Y todos los domingos
vamos a misa, porque es precisamente el día de la resurrección del Señor.
Por ello el domingo es tan importante para nosotros. Y con la Eucaristía
sentimos precisamente esta pertenencia a la Iglesia, al Pueblo de Dios, al
Cuerpo de Dios, a Jesucristo. No acabaremos nunca de entender todo su valor
y riqueza. Pidámosle, entonces, que este sacramento siga manteniendo viva su
presencia en la Iglesia y que plasme nuestras comunidades en la caridad y en
la comunión, según el corazón del Padre. Y esto se hace durante toda la
vida, pero se comienza a hacerlo el día de la primera Comunión. Es
importante que los niños se preparen bien para la primera Comunión y que
cada niño la reciba, porque es el primer paso de esta pertenencia fuerte a
Jesucristo, después del Bautismo y la Confirmación.
(PAPA FRANCISCO, AUDIENCIA GENERAL, Plaza de San Pedro, Miércoles 5 de
febrero de 2014)