SUGERENCIAS Y PROPUESTAS PARA LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS
AÑO DE LA EUCARISTÍA
SUGERENCIAS Y PROPUESTAS
INTRODUCCIÓN
A sólo un año de la conclusión del Año del Rosario, surge una nueva
iniciativa del Santo Padre: El Año de la Eucaristía (octubre de 2004 -
octubre de 2005). Las dos iniciativas están en la misma línea. Se colocan,
de hecho, en el marco de la orientación pastoral que el Papa ha dado a toda
la Iglesia con la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, colocando en el
centro del empeño eclesial la contemplación del rostro de Cristo en la línea
del Concilio Vaticano II y del Gran Jubileo (cf. Mane nobiscum Domine, cap.
I).
En efecto, con la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, el Papa nos ha
invitado a contemplar a Cristo a través de los ojos y del corazón de María.
Ha llegado después la Encíclica Ecclesia de Eucharistia, que nos ha
conducido a aquello que es la «fuente» y «culmen» de toda la vida cristiana,
invitándonos a un renovado fervor en la celebración y en la adoración de la
Eucaristía. En conexión con la Encíclica, la Instrucción Redemptionis
Sacramentum ha recordado el deber de todos de asegurar una liturgia
eucarística digna de tan gran Misterio.
Ahora, el Año de la Eucaristía introducido y orientado por la Carta
Apostólica Mane nobiscum Domine (7 octubre de 2004), nos brinda una
importante ocasión pastoral para que toda la comunidad cristiana sea
posteriormente sensibilizada a hacer de este admirable Sacrificio y
Sacramento, el corazón de su vida.
Para el desarrollo de este Año, el Santo Padre ha dejado la iniciativa a las
Iglesias particulares. Ha pedido también a la Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos que ofrezca «sugerencias y
propuestas» (cf. Mane nobiscum Domine, 29), que pudieran ser útiles para
quienes, como pastores y agentes de pastoral a cualquier nivel, serán
llamados a dar su contribución.
De aquí el carácter de este subsidio. No pretende ser exhaustivo, sino que
se limita a dar, con un carácter esencial, sugerencias de acción. A veces
simplemente se mencionan ámbitos y temas que no deben ser olvidados. Un
capítulo con líneas de «espiritualidad» eucarística se espera que pueda ser
útil, al menos como estímulo, en el marco de las iniciativas de catequesis y
formación. Es importante pues, que la Eucaristía sea acogida no solamente en
los aspectos de la celebración, sino también como proyecto de vida, como
fundamento de una auténtica «espiritualidad eucarística».
Mientras agradecemos al Santo Padre por este otro «regalo», confiamos el
éxito de este Año a la intercesión de la Madre de Dios. En su escuela de
«mujer eucarística» se reavive el «asombro» frente al Misterio del Cuerpo y
de la Sangre de Cristo, y toda la Iglesia viva de ella con ardor creciente.
* * * * * ** *
SUMARIO
1. Marco de referencia
La fe en la Eucaristía
La celebración de la Eucaristía y el culto eucarístico fuera de la Misa
La espiritualidad eucarística
María: icono de la Iglesia "eucarística"
Los santos, testimonio de vida eucarística
2. Contextos cultuales
Domingo
Vigilia pascual y comunión pascual
Jueves Santo
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Celebración eucarística y Liturgia de las Horas
Adoración eucarística
Procesiones eucarísticas
Congresos eucarísticos
3. Líneas de espiritualidad eucarística
Escucha de la Palabra
Conversión
Memoria
Sacrificio
Acción de gracias
Presencia de Cristo
Comunión y caridad
Silencio
Adoración
Gozo
Misión
4. Iniciativas y obligaciones pastorales
Conferencias episcopales
Diócesis
Parroquias
Santuarios
Monasterios, Comunidades Religiosas, Institutos
Seminarios y Casas de formación
Asociaciones, Movimientos, Confraternidades
5. Itinerarios culturales
Investigación histórica
Edificios, monumentos, bibliotecas
Arte, música sacra, literatura
Conclusión
DOCUMENTOS CITADOS
Y ABREVIACIONES
Concilio Ecuménico Vaticano II
Constitución Sacrosanctum Concilium (= SC).
Constitución Lumen Gentium.
Constitución Dei Verbum.
Libros litúrgicos
Missale Romanum, Institutio generalis Missalis Romani, Ed. typica tertia,
Typis Vaticanis 2002 (= IGMR).
Missale Romanum, Ordo Lectionum Missae, Ed. typica altera, Libreria
Ed.Vaticana 1981.
Rituale Romanum, De sacra communione et de cultu mysterii eucharistici extra
Missam, Ed. typica, Typis Polyglottis Vaticanis, reimpressio emendata 1974
(= De sacra communione).
Caeremoniale Episcoporum, Ed. typica, Libreria Editrice Vaticana 1984.
Rituale Romanum, De Benedictionibus, Ed. typica, Typis Polyglottis Vaticanis
1985.
Liturgia Horarum, Institutio generalis de Liturgia Horarum, Ed. typica
altera, Libreria Ed. Vaticana 1985 (= IGLH).
Ordo initiationis christianae adultorum, Ed. typica, Typis Polyglottis
Vaticanis 1972.
Collectio Missarum de Beata Maria Virgine, Ed. typica, Libreria Editrice
Vaticana 1987.
Ordo coronandi imaginem B. Mariae Virginis, Ed. typica, Typis Polyglottis
Vaticanis 1981.
Documentos de Juan Pablo II
Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia (17 de abril de 2003).
Carta Apostólica Mane nobiscum Domine (7 de octubre de 2004).
Carta Apostólica Dies Domini (31 de mayo de 1998).
Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte (6 de enero de 2001).
Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae (16 de octubre de 2002).
Carta Apostólica Spiritus et Sponsa (4 de diciembre de 2003).
Quirógrafo para el centenario del Motu Proprio "Tra le sollecitudini" sobre
la música sacra (22 de noviembre de 2003).
Exhortación Apostólica postsinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996).
Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2004.
Otros documentos
Pablo VI, Carta Encíclica Mysterium fidei (3 de septiembre de 1965).
Pablo VI, Exhortación Apostólica Gaudete in Domino (9 de mayo de 1975).
Código de Derecho Canónico (= CDC).
Catecismo de la Iglesia Católica, Libreria Ed. Vaticana, 1992 (= CIC).
S. Congregación de los Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium (25 de
mayo de 1967).
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos,
Instrucción Redemptionis Sacramentum (25 de marzo de 2004).
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos,
Directorio sobre piedad popular y liturgia. Principios y orientaciones,
Ciudad del Vaticano 2002 (= Directorio piedad popular).
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Carta
circular sobre la preparación y la celebración de las fiestas pascuales (16
de enero de 1988) (= Carta fiestas pascuales).
Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida
Apostólica, Instrucción Caminar desde Cristo: un renovado compromiso de la
vida consagrada en el tercer milenio (19 de mayo de 2002).
S. Congregación para la Educación Católica, Instrucción sobre la formación
litúrgica en los Seminarios (3 de junio de 1979).
1. MARCO DE REFERENCIA
1. El panorama abierto por el Año de la Eucaristía exige y promueve un
trabajo de envergadura, que conjuga todas las dimensiones del vivir en
Cristo en la Iglesia. La Eucaristía, de hecho, no es un «tema» entre los
demás, sino que es el corazón mismo de la vida cristiana. «La celebración de
la Misa, en cuanto acción de Cristo y del pueblo de Dios jerárquicamente
constituido, constituye el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia
universal, para la Iglesia local y para los fieles particulares. En la Misa,
de hecho, tiene lugar el culmen de la acción por la que Dios santifica al
mundo en Cristo y del culto que los hombres rinden al Padre adorándolo por
medio de Cristo Hijo de Dios en el Espíritu Santo. En ella, conmemora además
la Iglesia a lo largo del año los misterios de la redención con el fin de
hacerlos presentes en cierto modo. Todas las demás acciones sagradas y toda
actividad de la vida cristiana están en estrecha relación con la Mis,
derivan de ella y a ella están ordenadas» (Institutio generalis Missalis
Romani = IGMR, 16).
Por lo tanto, el énfasis eucarístico que marca este Año especial se concreta
y diversifica en actividades fundamentales de la vida de la Iglesia,
considerada en su conjunto o en los miembros particulares. El mismo Santo
Padre ha subrayado esta clave de lectura, colocando la iniciativa dentro del
plan pastoral general, que ha sido propuesto a la Iglesia en términos
cristológico-trinitarios en los años de preparación al Gran Jubileo, y ha
ido recalcando progresivamente en los años sucesivos a partir de la Carta
Apostólica Novo Millennio Ineunte. «El Año de la Eucaristía tiene, pues, un
trasfondo que se ha ido enriqueciendo de año en año, si bien permaneciendo
firmemente centrado en el tema de Cristo y la contemplación de su rostro. En
cierto sentido, se propone como un año de síntesis, una especie de
culminación de todo el camino recorrido» (Mane nobiscum Domine, 10).
Sobre esta base, la programación de iniciativas durante este Año debería
tener en cuenta los diversos ámbitos y ofrecer estímulos de vario tipo. En
este capítulo nos proponemos evocar, de modo muy sintético, algunas
«perspectivas» teológico-pastorales que marcan una especie de marco de
referencia para las sugerencias y propuestas que siguen.
La fe en la Eucaristía
2. Siendo «Misterio de la fe» (cf. Ecclesia de Eucharistia, cap. I), la
Eucaristía se comprende a la luz de la Revelación bíblica y de la Tradición
eclesial. Al mismo tiempo, la referencia a éstas últimas es necesaria para
que la Eucaristía pueda expresar su característica de «misterio de la luz»
(cf. Mane nobiscum Domine, cap. II), haciéndonos recorrer, de alguna forma,
el "camino de fe" descrito en el pasaje evangélico de los dos «discípulos de
Emaús», que el Santo Padre ha elegido como «icono» para el Año de la
Eucaristía. En efecto, la Eucaristía es misterio de luz porque la misma
«fracción del pan» proyecta una luz sobre el misterio de Dios-Trinidad:
precisamente en el evento pascual de la muerte y resurrección de Cristo y,
consecuentemente, en su "memorial" eucarístico, Dios se revela en sumo grado
como Dios-Amor.
El Año de la Eucaristía, por tanto, se propone ante todo como un período de
una catequesis más intensa acerca de la Eucaristía creída por la Iglesia.
Tal catequesis tendrá presente:
la Sagrada Escritura, de los textos que atañen a la "preparación" del
Misterio en el Antiguo Testamento a los textos del Nuevo Testamento que
tienen relación tanto con la institución de la Eucaristía como con sus
diferentes dimensiones (cf. por ejemplo, los textos señalados en el
Leccionario para la misa votiva de la Santísima Eucaristía).
la Tradición: de los Padres de la Iglesia al sucesivo desarrollo
teológico-magisterial, con particular atención al Concilio Vaticano II,
incluyendo los recientes documentos del Magisterio. Los itinerarios
catequéticos elaborados por las Iglesias particulares encontrarán, para todo
esto, un punto de referencia seguro e iluminador en el Catecismo de la
Iglesia Católica;
la mistagogía, o sea, la introducción profundizada en el misterio celebrado
a través de la explicación de los ritos y de las plegarias del Ordo Missae y
del De sacra communione et de cultu mysterii eucharistici extra Missam;
las riquezas ofrecidas por la historia de la espiritualidad, evidenciando en
particular cómo la Eucaristía creída y celebrada ha encontrado una expresión
en la vida de los santos (cf. Ecclesia de Eucharistia, 62);
el arte sagrado como testimonio de fe en el misterio eucarístico.
La celebración de la Eucaristía y el culto eucarístico fuera de la Misa
3. Recibida de Cristo, quien la ha instituido, la Eucaristía es celebrada
por la Iglesia en la forma establecida por ella (cf. IGMR y Praenotanda al
Ordo Lectionum Missae). El culto eucarístico fuera de la Misa está
íntimamente unido a la celebración eucarística y ordenado a ella.
«Un objetivo concreto de este Año de la Eucaristía podría ser estudiar a
fondo en cada comunidad parroquial la Ordenación general del Misal Romano.
El modo más adecuado para profundizar en el misterio de la salvación
realizada a través de los santos "signos" es seguir con fidelidad el proceso
del Año litúrgico» (Mane nobiscum Domine, 17).
A modo de una simple indicación «temática» para los agentes pastorales, se
señalan a continuación algunos aspectos sobre los que se ha invitado en este
Año a «examinarse» de modo especial, con miras a una digna celebración y una
adoración más ferviente del Misterio eucarístico. Además de los documentos
fundamentales arriba mencionados, no dejará de servir de ayuda la reciente
Instrucción Redemptionis Sacramentum. Hay que tener presentes:
los lugares de la celebración: iglesia, altar, ambón, sede...;
la asamblea litúrgica: sentido y modalidad de su participación "plena,
consciente, activa" (cf. SC, 14);
las diferentes funciones: el sacerdote que actúa in persona Christi, los
diáconos, los demás ministerios y servicios;
la dinámica de la celebración: del pan de la Palabra al pan de la Eucaristía
(cf. Ordo Lectionum Missae, 10);
Los tiempos de la celebración eucarística: domingo, días festivos, año
litúrgico;
la relación entre la Eucaristía y los demás sacramentos, sacramentales,
exequias...
la participación interior y exterior: en particular el respeto de los
«momentos» de silencio;
el canto y la música;
la observancia de las normas litúrgicas;
la comunión de los enfermos y el viático (cf. De sacra communione);
la adoración al Santísimo Sacramento, la oración personal;
las procesiones eucarísticas.
Un examen de estos puntos sería especialmente aconsejable en el Año de la
Eucaristía. Ciertamente, en la vida pastoral de las diversas comunidades no
se puede llegar con facilidad a metas más altas, pero es necesario tender a
ello. «Aunque el fruto de este Año fuera solamente avivar en todas las
comunidades cristianas la celebración de la misa dominical e incrementar la
adoración eucarística fuera de la misa, este Año de gracia habría conseguido
un resultado significativo. No obstante, es bueno apuntar hacia arriba, sin
conformarse con medidas mediocres, porque sabemos que podemos contar siempre
con la ayuda de Dios» (Mane nobiscum Domine, 29).
La espiritualidad eucarística
4. En la Carta Apostólica Spiritus et Sponsa con motivo del XL aniversario
de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, el Papa ha expresado el deseo
de que se desarrolle en la Iglesia una «espiritualidad litúrgica». Es la
perspectiva de una liturgia que nutre y orienta la existencia, plasmando el
actuar del creyente como auténtico «culto espiritual» (cf. Rom 12, 1). Sin
el cultivo de una «espiritualidad litúrgica», la práctica litúrgica
fácilmente se reduce a «ritualismo» y vuelve vana la gracia que brota de la
celebración.
Esto vale de modo especial para la Eucaristía: «La Iglesia vive de la
Eucaristía». En verdad, la celebración eucarística está en función del vivir
en Cristo, en la Iglesia, por la potencia del Espíritu Santo. Es necesario,
por tanto, cuidar el movimiento que va de la Eucaristía celebrada a la
Eucaristía vivida: del misterio creído a la vida renovada. Por esto el
presente subsidio ofrece también un capítulo de líneas de espiritualidad
eucarística. En este marco inicial de referencia será útil añadir algunos
puntos particularmente significativos:
la Eucaristía es culmen et fons de la vida espiritual en cuanto tal, más
allá de los variados caminos de la espiritualidad;
el regular alimento eucarístico sostiene la correspondencia a la gracia de
los diversos tipos de vocaciones y estados de vida (ministros ordenados,
esposos y padres, personas consagradas...) e ilumina las diferentes
situaciones de la existencia (alegrías y dolores, problemas y proyectos,
enfermedades y pruebas);
la caridad, la concordia, el amor fraterno son fruto de la Eucaristía y
vuelven visible la unión con Cristo realizada en el sacramento; al mismo
tiempo, el ejercicio de la caridad en estado de gracia es la condición para
que se pueda celebrar con plenitud la Eucaristía: ella es «manantial», pero
también «epifanía» de la comunión (cf. Mane nobiscum Domine, cap. III);
la presencia de Cristo en nosotros y entre nosotros hace brotar el
testimonio en la vida cotidiana, fomenta la construcción de la ciudad
terrena: la Eucaristía es principio y proyecto de misión (cf. Mane nobiscum
Domine, cap. IV).
María: icono de la Iglesia "eucarística"
5. «Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une
Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la
Iglesia». Así exhorta el cap. VI de la Carta Encíclica Ecclesia de
Eucharistia, en la cual Juan Pablo II subraya la profunda relación que María
mantiene con la Eucaristía y con la Iglesia que vive del Sacramento del
Altar. El encuentro con el «Dios con nosotros y por nosotros» incluye a la
Virgen María.
El Año de la Eucaristía constituye una ocasión propicia también para
profundizar este aspecto del Misterio. Para vivir profundamente el sentido
de la celebración eucarística y hacer que deje una huella en nuestra vida,
no hay mejor manera que dejarse «educar» por María, la «mujer eucarística».
Es importante, para tal fin, recordar lo que el Papa ha dicho en Rosarium
Virginis Mariae n. 15, a propósito de la «conformación con Cristo con María»
Ella «nos introduce de modo natural en la vida de Cristo y nos hace como
'respirar' sus sentimientos». Por otra parte «escribe también el Papa en
Ecclesia de Eucharistia» en la celebración eucarística, en cierto modo,
nosotros recibimos siempre, con el memorial de la muerte de Cristo, también
el don de María, que nos ha sido hecho por el Crucificado en la persona de
Juan (He ahí a tu madre: Jn 19, 27): «Vivir en la Eucaristía el memorial de
la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don.
Significa tomar con nosotros "a ejemplo de Juan" a quien una vez nos fue
entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de
conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por
ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en
todas nuestras celebraciones eucarísticas» (Ecclesia de Eucharistia, 57).
Son temas que merecen ser objeto de especial meditación este Año (cf. Mane
nobiscum Domine, 31).
Sobre la celebración de la Eucaristía en comunión con María, extendiendo las
actitudes cultuales que resplandecen ejemplarmente en ella, véase Collectio
Missarum de Beata Maria Virgine, Praenotanda, n. 12-18.
Los santos, testimonio de vida eucarística
6. En Novo Millennio Ineunte, n. 30, el Papa invita a enfocar todo el camino
pastoral de la Iglesia hacia la «santidad». Esto puede valer de forma
particular para un Año basado totalmente en la espiritualidad eucarística.
La Eucaristía nos hace santos, y no puede existir santidad que no esté
basada en la vida eucarística. «El que me come vivirá por mí» (Jn 6, 57).
Esta verdad es testificada por el «sensus fidei» de todo el pueblo de Dios.
Sin embargo los santos son testigos privilegiados, ya que en ellos
resplandece el misterio pascual de Cristo. Ha escrito Juan Pablo II en
Ecclesia de Eucharistia, n. 62: «Sigamos, queridos hermanos y hermanas, la
enseñanza de los Santos, grandes intérpretes de la verdadera piedad
eucarística. Con ellos la teología de la Eucaristía adquiere todo el
esplendor de la experiencia vivida, nos "contagia" y, por así decir, nos
"enciende" ». Es algo que vale para todos los santos.
Algunos de ellos han vivido esta dimensión con especial intensidad y con
especiales dones del Espíritu, enfervorizando a los hermanos con su mismo
amor por la Eucaristía (cf. Mane nobiscum Domine, 31). Los ejemplos podrían
ser innumerables: desde San Ignacio de Antioquía a San Ambrosio, de San
Bernardo a Santo Tomás de Aquino, de San Pascual Bailón a San Alfonso María
de Ligorio, de Santa Catalina de Siena a Santa Teresa de Ávila, de San Pedro
Julián Eymard a San Pío de Pietrelcina, hasta los "mártires de la
Eucaristía", antiguos y modernos, de San Tarcisio a San Nicolás Pieck y
compañeros, a San Pedro Maldonado.
El Año de la Eucaristía ofrecerá ocasiones para redescubrir estos
«testimonios», los más conocidos en la Iglesia universal y los que son más
recordados en las Iglesias particulares. Es de desear que la misma
investigación teológica se interese por ellos, ya que la vida de los santos
es un significativo «locus theologicus»: a través de los santos «Dios nos
habla» (cf. Lumen Gentium, 50) y su experiencia espiritual (cf. Dei Verbum,
8), garantizada por el discernimiento eclesial, arroja luz sobre el
Misterio. Caminando a su luz y tras sus huellas será más fácil asegurar que
este Año de gracia sea verdaderamente fecundo.
2. CONTEXTOS CULTUALES
7. Estando en el centro de la economía sacramental, como vértice de la
iniciación cristiana, la Eucaristía ilumina los demás sacramentos y es su
punto de convergencia. La misma forma ritual prevé o prescribe «excepto para
la penitencia» que los sacramentos sean o puedan ser insertados en la
celebración de la Eucaristía (cf. Praenotanda de los diversos Ordines;
Redemptionis Sacramentum, 75-76). La Liturgia de las Horas puede ser
armonizada con la celebración eucarística (cf. IGLH, 93-97).
También los sacramentales, como la bendición abacial, la profesión
religiosa, la consagración de las vírgenes, el conferir los ministerios
instituidos o ministerios extraordinarios, las exequias, se desarrollan
normalmente durante la Misa. La dedicación de la iglesia y del altar tienen
lugar dentro de la celebración de la Eucaristía.
Existen también otras bendiciones que se pueden hacer durante la Misa (cf.
Ordo coronandi imaginem B.M. Virginis; De Benedictionibus, 28).
Si bien es cierto que hay otras bendiciones, actos de culto o prácticas de
devoción que no conviene que se inserten en la Misa (cf. De Benedictionibus,
28; De sacra communione, 83; Redemptionis Sacramentum, 75-79; Directorio
piedad popular, 13, 204), es verdad también que no existe oración cristiana
sin referencia a la Eucaristía, máxima plegaria de la Iglesia, indispensable
para los cristianos. Las múltiples formas de oración privada, así como las
diversas expresiones de piedad popular, realizan de hecho su sentido genuino
al preparar para la celebración Eucarística o al extender sus efectos en la
vida.
De modo indicativo se recuerdan a continuación algunos días, tiempos y
formas de oración que hacen referencia a la Eucaristía.
Domingo
8. El domingo es «la fiesta primordial», «el fundamento y el núcleo de todo
el año litúrgico» (SC, 106). «Considerando globalmente sus significados y
sus implicaciones, es como una síntesis de la vida cristiana y una condición
para vivirlo bien» (Dies Domini, 81).
Es en efecto el día de Cristo Resucitado, y por tanto trae consigo la
memoria de lo que es el fundamento mismo de la fe cristiana (cf. 1Cor 15,
14-19).
«Aunque el domingo es el día de la resurrección, no es sólo el recuerdo de
un acontecimiento pasado, sino que es celebración de la presencia viva del
Resucitado en medio de los suyos. Para que esta presencia sea anunciada y
vivida de manera adecuada no basta que los discípulos de Cristo oren
individualmente y recuerden en su interior, en lo recóndito de su corazón,
la muerte y resurrección de Cristo. (...) Por eso es importante que se
reúnan, para expresar así plenamente la identidad misma de la Iglesia, la
ekklesía, asamblea convocada por el Señor resucitado» (Dies Domini, 31). La
celebración eucarística es, de hecho, el corazón del domingo.
El nexo entre la manifestación del Resucitado y la Eucaristía está
especialmente puesto en evidencia en la narración de los discípulos de Emaús
(cf. Lc 24,13-35), guiados por Cristo mismo para entrar íntimamente en su
misterio a través de la escucha de la Palabra y la comunión del «Pan
partido» (cf. Mane nobiscum Domine). Los gestos realizados por Jesús: «Él
tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio» (Lc 24,30), son los mismos
que Él efectuó en la Última Cena y que incesantemente realiza, por medio del
sacerdote, en nuestras eucaristías.
El carácter propio de la Misa dominical y la importancia que ésta reviste
para la vida cristiana exigen que se prepare con especial cuidado, de modo
que se experimente como una epifanía de la Iglesia (cf. Dies Domini, 34-36;
Ecclesia de Eucharistia, 41, Novo Millennio Ineunte, 36) y se distinga como
celebración alegre y melodiosa, activa y participada (cf. Dies Domini,
50-51).
Reavivar en todas las comunidades la celebración de la Eucaristía dominical
debería ser la primera tarea de este Año especial. Si al menos se logra
esto, junto con el incremento de la adoración eucarística fuera de la Misa,
el Año de la Eucaristía habrá conseguido ya un importante fruto (cf. Mane
nobiscum Domine, 23 y 29).
Vigilia pascual y comunión pascual
9. La Vigilia pascual es el corazón del año litúrgico. En ella, la
celebración de la Eucaristía es el «punto culminante, porque es el
sacramento pascual por excelencia, memorial del sacrificio de la cruz,
presencia de Cristo resucitado, consumación de la iniciación cristiana y
pregustación de la Pascua eterna» (Carta fiestas pascuales, 90).
Al recomendar no celebrar deprisa la liturgia eucarística durante la Vigilia
pascual, sino tener cuidado de que todos los ritos y palabras alcancen la
máxima fuerza de expresión, especialmente la comunión eucarística, momento
de plena participación en el misterio celebrado en esta noche santa, es de
desear —remitiendo a los ordinarios de los diferentes lugares la estimación
de la oportunidad y las circunstancias, en el pleno respeto de las normas
litúrgicas: cf. Redemptionis Sacramentum, n. 100-107— que se alcance la
plenitud del signo eucarístico recibiendo en la Vigilia pascual la comunión
bajo las especies del pan y del vino (cf. Carta fiestas pascuales, 91 y 92).
Tanto la octava de pascua como las misas dominicales del tiempo pascual son
especialmente significativas para los neófitos (cf. Ordo initiationis
christianae adultorum, 37-40 y 235-239). Es costumbre que los niños hagan la
Primera Comunión en estos domingos (cf. Carta fiestas pascuales, 103). Se
recomienda que, especialmente durante la octava de Pascua, se lleve la Santa
Comunión a los enfermos (Carta fiestas pascuales, 104).
Durante el tiempo pascual, los pastores recuerden el significado del
precepto de la Iglesia de recibir la Santa Comunión en este período (cf.
CDC, 920), procurando que tal precepto no se perciba de modo minimalista,
sino como el punto firme e imprescindible de una participación eucarística
que atañe a toda la vida y se expresa regularmente al menos todos los
domingos.
Jueves Santo
10. Es conocido el valor de la Misa crismal, que, según la tradición, se
celebra el Jueves de la Semana Santa (por motivos pastorales puede
anticiparse a otro día, pero cercano a la Pascua: cf. Caeremoniale
Episcoporum, 275). Además de llamar a los presbíteros de las diferentes
partes de la diócesis a concelebrar con el Obispo, se debe invitar también
con insistencia a los fieles a participar en esta Misa y a recibir el
sacramento de la Eucaristía durante la celebración (cf. Carta fiestas
pascuales, 35).
Para recordar, sobre todo a los sacerdotes, el misterio eucarístico del
Jueves Santo, desde el inicio de su pontificado, el Santo Padre Juan Pablo
II ha enviado una Carta a los sacerdotes (en 2003 la Carta encíclica
Ecclesia de Eucharistia).
Dado el significado especial que reviste este día (cf. Caeremoniale
Epicoporum, 97), toda la atención debe dirigirse principalmente a los
misterios conmemorados en la Misa «en la cena del Señor»: la institución de
la Eucaristía, la institución del sacerdocio ministerial y el mandato del
Señor de la caridad fraterna.
Se pueden encontrar oportunas indicaciones litúrgicas y pastorales acerca de
la Misa vespertina del Jueves Santo, la procesión eucarística al término de
la misma y la adoración del Santísimo Sacramento en la citada Carta circular
sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales, n. 44-57 y en
el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, n. 141.
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
11. Esta fiesta, «extendida en 1264 por el papa Urbano IV a toda la Iglesia
latina, por una parte constituyó una respuesta de fe y de culto a doctrinas
heréticas sobre el misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía,
y por otra fue la coronación de un movimiento de ardiente devoción hacia el
augusto Sacramento del altar» (Directorio piedad popular, 160).
La fiesta del Corpus Domini inspiró nuevas formas de piedad eucarística en
el pueblo de Dios, mantenidas hasta hoy (cf. Directorio piedad popular,
160-163). Entre ellas la procesión, que constituye la forma tipo de las
procesiones eucarísticas: extiende la celebración de la Eucaristía de modo
que el pueblo cristiano «da testimonio público de fe y de piedad hacia el
Santísimo Sacramento» (De sacra communione, 101; cf. CIC, 944). Por tanto,
«que este año se viva con particular fervor la solemnidad del Corpus Christi
con la tradicional procesión. Que la fe en Dios que, encarnándose, se hizo
nuestro compañero de viaje, se proclame por doquier y particularmente por
nuestras calles y en nuestras casas, como expresión de nuestro amor
agradecido y fuente de inagotable bendición» (Mane nobiscum Domine, 18).
También la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús podría tener un marcado
acento eucarístico.
Celebración eucarística y Liturgia de las Horas
12. «La Liturgia de las Horas extiende a los distintos momentos del día la
alabanza y la acción de gracias, así como el recuerdo de los misterios de la
salvación, las súplicas y el gusto anticipado de la gloria celeste, que se
nos ofrecen en el misterio eucarístico, "centro y cumbre de toda la vida de
la comunidad cristiana".
La celebración eucarística halla una preparación magnífica en la Liturgia de
las Horas, ya que esta suscita y acrecienta muy bien las disposiciones que
son necesarias para celebrar la Eucaristía, como la fe, la esperanza, la
caridad, la devoción y el espíritu de abnegación» (IGLH, 12).
En la celebración comunitaria, cuando las circunstancias lo aconsejen, se
puede hacer una unión más estrecha entre la Misa y una de las Horas del
Oficio —laudes matutinas, hora media, vísperas—, según las indicaciones de
la normativa vigente (cf. IGLH, 93-97).
Adoración eucarística
13. La reserva del Cuerpo de Cristo para la comunión de los enfermos llevó a
los fieles a la loable costumbre de recogerse en oración para adorar a
Cristo realmente presente en el Sacramento conservado en el sagrario.
Recomendada por la Iglesia a los Pastores y fieles, la adoración ante el
Santísimo es altamente expresiva de la unión que existe entre la celebración
del Sacrificio del Señor y su presencia permanente en la Hostia consagrada
(cf. De sacra communione, 79-100; Ecclesia de Eucharistia, 25; Mysterium
fidei; Redemptionis Sacramentum, 129-141).
El quedarse en oración junto al Señor Jesús, vivo y verdadero en el Santo
Sacramento, madura la unión con Él: nos predispone a la fructuosa
celebración de la Eucaristía y aumenta en nosotros las actitudes cultuales y
existenciales que ella misma suscita.
Se expresa, según la tradición de la Iglesia, de diversos modos:
— la simple visita al santísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve
encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por
la oración silenciosa;
— la adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas
litúrgicas, en la custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve;
— la denominada Adoración perpetua, las Cuarenta Horas, u otras formas que
comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a
una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad
eucarística (cf. Directorio piedad popular, 165).
14. Adoración y Sagrada Escritura. «Durante la exposición, las preces,
cantos y lecturas, deben organizarse de manera que los fieles, atentos a la
oración, se dediquen a Cristo, el Señor. Para alimentar la oración íntima,
háganse lecturas de la Sagrada Escritura con homilía, o breves
exhortaciones, que lleven a una mayor estima del misterio eucarístico.
Conviene también que los fieles respondan con cantos a la palabra de Dios.
En momentos oportunos debe guardarse un silencio sagrado» (De sacra
communione, 95).
15. Adoración y Liturgia de las Horas. «Ante el Santísimo Sacramento,
expuesto durante un tiempo prolongado, puede celebrarse también alguna parte
de la Liturgia de las Horas, especialmente las Horas principales; por su
medio las alabanzas y acciones de gracias que se tributan a Dios en la
celebración de la Eucaristía se amplían a las diferentes horas del día, y
las súplicas de la Iglesia se dirigen a Cristo y por él al Padre en nombre
de todo el mundo» (De sacra communione, 96).
16. Adoración y Rosario. Posteriormente, la carta apostólica Rosarium
Virginis Mariae nos ha ayudado a superar una visión del Rosario como oración
simplemente mariana, para valorar su sentido eminentemente cristológico:
contemplar los misterios de Cristo con los ojos y el corazón de María, en
comunión con Ella y a ejemplo suyo.
Si bien es verdad que durante la exposición del Santísimo Sacramento no se
deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de
los Santos (cf. Directorio piedad popular, 165), sin embargo, se comprende
por qué el Magisterio no excluye el Rosario: es, en efecto, por razón de
este carácter que es preciso poner en evidencia y desarrollar. Precisamente
con miras al Año de la Eucaristía, el Papa ha escrito: «El Rosario mismo,
considerado en su sentido profundo, bíblico y cristocéntrico, que he
recomendado en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, puede ser una
ayuda adecuada para la contemplación eucarística, realizada según la escuela
de María y en su compañía» (Mane nobiscum Domine 18; cf. Redemptionis
Sacramentum, 137; Directorio piedad popular, 165). Por tanto, deben
redescubrirse y promoverse en la práctica pastoral los elementos ofrecidos
en Rosarium Virginis Mariae cap. III. La lectura de un texto bíblico, el
silencio meditativo, la cláusula cristológica después del nombre de Jesús al
centro del Ave Maria, el Gloria cantado, una apropiada oración conclusiva
dirigida a Cristo, también en forma de letanías, favorecen la índole
contemplativa propia de la oración ante al Santísimo custodiado en el
sagrario o expuesto. Recitar el rosario deprisa, sin espacios para la
meditación, o con una insuficiente orientación cristológica no ayuda a
encontrarse con Cristo en el Sacramento del altar.
En cuanto a las letanías de la Virgen, que son un acto cultual en sí mismo
no necesariamente ligado al Rosario (cf. Directorio piedad popular, 203),
pueden sustituirse más oportunamente por letanías dirigidas directamente a
Cristo (por ejemplo, las letanías del Corazón de Jesús, de la Sangre de
Cristo).
17. Bendición eucarística. Las procesiones y adoraciones eucarísticas se
concluyen ordinariamente, cuando está presente un sacerdote o diácono, con
la bendición con el Santísimo. Los demás ministros o personas encargadas de
la exposición, una vez terminada, reponen el Sacramento en el sagrario (cf.
De sacra communione, 91).
Ya que la bendición con el Santísimo Sacramento no es una forma de piedad
eucarística en sí misma, debe ser precedida por una breve exposición, con un
tiempo conveniente de oración y silencio. «Se prohíbe la exposición hecha
únicamente para dar la bendición» (De sacra communione, 89).
Procesiones eucarísticas
18. La procesión eucarística por las calles de la ciudad terrena ayuda a los
fieles a sentirse pueblo de Dios que camina con su Señor, proclamando la fe
en el "Dios con nosotros y para nosotros" (cf. Redemptionis Sacramentum,
142-144; Directorio piedad popular, 162-163). Esto vale sobretodo para la
procesión eucarística por excelencia, aquella del Corpus Christi.
Es necesario que en las procesiones se observen las normas que garantizan la
dignidad y la reverencia hacia el Santísimo y regulan el desarrollo, de modo
que la decoración de las calles, el homenaje de las flores, los cantos y las
oraciones sean una manifestación de fe en el Señor y de alabanza a Él (cf.
De sacra communione, 101-108).
Congresos eucarísticos
19. Signo de fe y de caridad, manifestación especialmente particular del
culto eucarístico, los congresos eucarísticos «se han de mirar como una
statio, a la cual alguna comunidad invita a toda la Iglesia, o una Iglesia
local invita a otras Iglesias de la región o de la nación, o aun de todo el
mundo para profundizar juntamente el misterio de la Eucaristía bajo algún
aspecto particular y venerarlo públicamente con el vínculo de la caridad y
de la unidad» (De sacra communione, 109).
Para el resultado exitoso del congreso considérense las indicaciones dadas
para su preparación y desarrollo en De sacra communione, nn. 110-112.
3. LÍNEAS DE ESPIRITUALIDAD EUCARÍSTICA
20. Un tratado de espiritualidad eucarística exigiría mucho más de cuanto
nos proponemos ofrecer en estas páginas. En efecto, nos limitaremos a dar
unas ideas, con la esperanza de que sean las Iglesias particulares las que
afronten el tema, dando estímulos y contenidos más amplios para iniciativas
específicas de catequesis y formación. Es importante, en efecto, que la
Eucaristía sea acogida no solamente en los aspectos de la celebración, sino
también como proyecto de vida; es importante que esté a la base de una
auténtica «espiritualidad eucarística».
El Año de la Eucaristía es tiempo propicio para dilatar la mirada más allá
de los aspectos típicamente celebrativos. Precisamente por ser el corazón de
la vida cristiana, la Eucaristía no termina entre las paredes de la iglesia,
sino que exige transformar la vida diaria de quien participa de ella. El
sacramento del Cuerpo de Cristo se prodiga en favor de la edificación del
Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Las actitudes eucarísticas a las que
hemos sido educados por la celebración deben ser cultivadas en la vida
espiritual, teniendo en cuenta la vocación y el estado de vida de cada uno.
La Eucaristía en verdad es alimento esencial para todos los creyentes en
Cristo, sin distinción de edad o condición.
Las consideraciones que ofrecemos aquí trazan varias pistas de reflexión a
partir de algunas expresiones de la misma liturgia tomadas del texto latino
del Misal. Se quiere así subrayar cómo la espiritualidad litúrgica se
caracteriza por su anclaje en los signos, ritos y palabras de la celebración
y puede encontrar en ellos alimento seguro y abundante.
21. Escucha de la Palabra
Verbum Domini.
Como conclusión de las lecturas de la Sagrada Escritura, la expresión Verbum
Domini —Palabra de Dios— nos recuerda la importancia de lo que sale de la
boca de Dios. Nos lo hace sentir no como un texto «lejano», sino que por ser
inspirado, es palabra viva con la cual Dios nos interpela: nos encontramos
en el contexto de un verdadero «diálogo de Dios con su pueblo, en el cual
son proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas siempre de nuevo
las exigencias de la alianza» (Dies Domini, 41).
La liturgia de la Palabra es una parte constitutiva de la Eucaristía (cf.
SC, 56; Dies Domini, 39-41). Nos recogemos en asamblea litúrgica para
escuchar lo que el Señor quiere decirnos: a todos y a cada uno. Él habla
aquí y ahora, a nosotros que lo escuchamos con fe, creyendo que Él solo
tiene palabras de vida eterna, que su palabra es lámpara para nuestros
pasos.
Participar en la Eucaristía quiere decir escuchar al Señor con el fin de
poner en práctica cuanto nos manifiesta, nos pide, desea de nuestra vida. El
fruto de la escucha de Dios que nos habla cuando en la Iglesia se leen las
Sagradas Escrituras (cf. SC, 7) madura en el vivir cotidiano (cf. Mane
nobiscum Domine, 13).
La actitud de escucha es el principio de la vida espiritual. Creer en Cristo
es escuchar su palabra y ponerla en práctica. Es docilidad a la voz del
Espíritu Santo, el Maestro interior que nos guía a la verdad completa, no
solamente a la verdad del conocer sino también a la verdad del practicar.
Para escuchar al Señor en la liturgia de la Palabra, es necesario tener
afinado el oído del corazón. A ello nos prepara la lectura personal de las
Sagradas Escrituras, en tiempos y ocasiones programados y no dejados a
eventuales recortes de tiempo. Y a fin de que lo que se ha escuchado en la
celebración eucarística no desaparezca de la mente y del corazón al salir de
la iglesia, es necesario encontrar modos para extender la escucha de Dios,
que nos hace llegar su voz de mil maneras a través de las circunstancias de
la vida cotidiana.
22. Conversión
Agnoscamus peccata nostra ut apti simus ad sacra mysteria celebranda.
Kyrie eleison, Christe eleison
Domine Deus, Agnus Dei, Filius Patris, qui tollis peccata mundi, miserere
nobis
Agnus Dei qui tollis peccata mundi: miserere nobis
Domine non sum dignus ut intres...
Como se ve en los textos citados, la dimensión penitencial está muy presente
en la celebración eucarística. Emerge no sólo al inicio del acto
penitencial, con sus variadas fórmulas de invocación de la misericordia,
sino también en la súplica a Cristo en el canto del Gloria, en el canto del
Agnus Dei durante la fracción del Pan, en la plegaria que dirigimos al Señor
antes de participar en el convivio eucarístico.
La Eucaristía estimula a la conversión y purifica el corazón penitente,
consciente de las propias miserias y deseoso del perdón de Dios, aunque sin
sustituir a la confesión sacramental, única forma ordinaria, para los
pecados graves, de recibir la reconciliación con Dios y con la Iglesia.
Tal actitud del espíritu debe extenderse durante nuestras jornadas,
sostenida por el examen de conciencia, es decir, confrontar pensamientos,
palabras, obras y omisiones con el Evangelio de Jesús.
Ver con trasparencia nuestras miserias nos libera de la autocomplacencia,
nos mantiene en la verdad delante de Dios, nos lleva a confesar la
misericordia del Padre que está en los cielos, nos muestra el camino que nos
espera, nos conduce al sacramento de la Penitencia. Posteriormente nos abre
a la alabanza y acción de gracias. Nos ayuda, finalmente, a ser benévolos
con el prójimo, a compadecerlo en sus fragilidades y perdonarlo. Es preciso
tomar en serio la invitación de Jesús de reconciliarnos con el hermano antes
de llevar la ofrenda al altar (cf. Mt 5, 23-24), y la llamada de Pablo a
examinar nuestra conciencia antes de participar en la Eucaristía (cada uno
se examine a sí mismo y después coma el pan y beba el cáliz: 1Cor 11,28).
Sin el cultivo de estas actitudes, se desatiende una de las dimensiones
profundas de la Eucaristía.
23. Memoria
Memores igitur, Domine, eiusdem Filii tui salutiferae passionis necnon
mirabilis resurrectionis et ascensionis in caelum (Plegaria eucarística
III).
«Si los cristianos celebran la Eucaristía desde los orígenes, y de forma
que, en su sustancia, no ha cambiado a través de la gran diversidad de
épocas y de liturgias, sucede porque sabemos que estamos sujetos al mandato
del Señor, dado la víspera de su pasión: «haced esto en memoria mía» (1Co
11,24-25) » (CIC, 1356).
La Eucaristía es, en sentido específico, «memorial» de la muerte y
resurrección del Señor. Celebrando la Eucaristía, la Iglesia hace memoria de
Cristo, de lo que ha hecho y dicho, de su encarnación, muerte, resurrección,
ascensión al cielo. En Él hace memoria de la entera historia de la
salvación, prefigurada en la antigua alianza.
Hace memoria de aquello que Dios —Padre, Hijo y Espíritu Santo— ha hecho y
hace por la humanidad entera, de la creación a la «recreación» en Cristo, en
la espera de su retorno al fin de los tiempos para recapitular en sí todas
las cosas.
El «memorial» eucarístico, pasando de la celebración a nuestras actitudes
vitales, nos lleva a hacer memoria agradecida de todos los dones recibidos
de Dios en Cristo. De él brota una vida distinguida por la «gratitud», por
el sentido de «gratuidad» y al mismo tiempo por el sentido de
«responsabilidad».
En efecto, recordar lo que Dios ha hecho y hace por nosotros, nutre el
camino espiritual. La oración del Padre nuestro nos recuerda que somos hijos
del Padre que está en el cielo, hermanos de Jesús, marcados por el Espíritu
Santo que ha sido derramado en nuestros corazones.
Recordar los dones de la naturaleza (la vida, la salud, la familia...)
mantiene viva la gratitud y el esfuerzo por valorarlos.
Recordar los dones de la gracia (bautismo y demás sacramentos; las virtudes
cristianas...) mantiene vivo, junto con la gratitud, el empeño por no
frustrar estos "talentos", sino más bien, hacerlos fructificar.
24. Sacrificio
Hoc est Corpus meum. Hic est calix Sanguinis mei novi et aeterni testamenti.
Te igitur, clementissime Pater, per Iesum Christum, Filium tuum, Dominum
nostrum, supplices rogamus ac petimus, uti accepta habeas et benedicas haec
dona, haec munera, haec sancta sacrificia illibata.
Memento, Domine, ...omnium circustantium, quorum tibi fides cognita est et
nota devotio, pro quibus tibi offerimus: vel qui tibi offerunt hoc
sacrificium laudis.
Hanc igitur oblationem servitutis nostrae, sed et cunctae familiae tuae
(Plegaria eucarística I).
Offerimus tibi, gratias referentes, hoc sacrificium vivum et sanctum
(Plegaria eucarística III)
La Eucaristía es sacramento del sacrificio pascual de Cristo. Desde la
encarnación en el seno de la Virgen hasta el último aliento sobre la cruz,
la vida de Jesús es un holocausto incesante, una entrega perseverante a los
designios del Padre. El momento culminante es el sacrifico de Cristo sobre
el Calvario: «La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se
celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual Cristo, que
es nuestra Pascua, ha sido inmolado (1Cor, 5,7) » (Lumen Gentium, 3; CIC,
1364).
Este único y eterno sacrificio se hace realmente presente en el sacramento
del altar. En verdad «el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la
Eucaristía son, pues, un único sacrificio» (CIC, 1367).
A ello la Iglesia asocia su sacrificio, para llegar a ser un solo cuerpo y
un solo espíritu en Cristo, del cual es signo la comunión sacramental (cf.
Ecclesia de Eucharistia, 11-16). Participar de la Eucaristía, obedecer el
Evangelio que escuchamos, comer el Cuerpo y beber la Sangre del Señor quiere
decir hacer de nuestra vida un sacrificio agradable a Dios: por Cristo, con
Cristo y en Cristo.
Así como la acción ritual de la Eucaristía está fundada en el sacrificio
ofrecido por Cristo una vez por todas en los días de su existencia terrena
(cf. Heb 5, 7-9) y lo representa sacramentalmente, así también nuestra
participación en la celebración debe llevar consigo el ofrecimiento de
nuestra existencia. En la Eucaristía la Iglesia ofrece el sacrificio de
Cristo ofreciéndose con Él. (cf. SC, 48; IGMR, 79, f; Ecclesia de
Eucharistia, 13).
La dimensión sacrificial de la Eucaristía empeña la vida entera. De aquí
parte la espiritualidad del sacrificio, del don de sí, de la gratuidad, de
la oblación exigida por la vida cristiana.
En el pan y en el vino que llevamos al altar se significa nuestra
existencia: el sufrimiento y el empeño por vivir como Cristo y según el
mandamiento dado a sus discípulos.
En la comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo se significa nuestro
«Presente» para dejar que Él piense, hable y actúe en nosotros.
La espiritualidad eucarística del sacrificio debería impregnar nuestras
jornadas: el trabajo, las relaciones, las miles de cosas que hacemos, el
empeño por practicar la vocación de esposos, padres, hijos; la entrega al
ministerio para quien es obispo, presbítero o diácono; el testimonio de las
personas consagradas; el sentido «cristiano» del dolor físico y del
sufrimiento moral; la responsabilidad de construir la ciudad terrena, en las
dimensiones diversas que comporta, a la luz de los valores evangélicos.
25. Acción de gracias
Vere dignum et iustum est, aequum et salutare,
nos semper et ubique gratias agere.
La víspera de su pasión, la tarde en que instituyó el sacramento de su
sacrificio pascual, Cristo tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a
los discípulos... La acción de gracias de Jesús revive en cada una de
nuestras celebraciones eucarísticas.
El término «eucaristía», en lengua griega, significa precisamente acción de
gracias (cf. CIC, 1328). Es una dimensión que emerge claramente en el
diálogo que introduce la Plegaria eucarística: ante la invitación del
sacerdote «Demos gracias al Señor nuestro Dios», los fieles responden «Es
justo y necesario». El exordio de la Plegaria eucarística se caracteriza por
una fórmula que expresa el sentido de la reunión de oración: «En verdad es
justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en
todo lugar, Señor, Dios Padre... ».
Estas fórmulas, mientras dicen lo que cumplimos en la celebración, expresan
una postura que no debería disminuir en nuestro espíritu de regenerados en
Cristo: agradecer es propio de quien se siente gratuitamente amado,
renovado, perdonado. Es justo y necesario dar gracias a Dios siempre
(tiempo) y en todo lugar (espacio).
De aquí se irradia la espiritualidad de la acción de gracias por los dones
recibidos de Dios (la vida, la salud, la familia, la vocación, el bautismo,
etc).
Agradecer a Dios no sólo en las grandes ocasiones, sino «siempre»: los
santos han dado gracias al Señor en la prueba, en la hora del martirio (san
Cipriano ordenó a los suyos que entregaran veinticinco monedas de oro a su
verdugo: Actas del martirio, 3-6, Oficio de lectura del 16 de septiembre),
por la gracia de la cruz... Para quien vive el espíritu eucarístico toda
circunstancia de la vida es una ocasión apropiada de agradecer a Dios (cf.
Mane nobiscum Domine, 26).
Agradecer siempre y en «todo lugar»: en los ámbitos del vivir cotidiano, la
casa, los puestos de trabajo, los hospitales, las escuelas...
La Eucaristía nos educa también a unirnos a la acción de gracias que sube de
los creyentes extendidos por la tierra hasta Cristo, uniendo nuestro gracias
al del mismo Cristo.
26. Presencia de Cristo
Dominus vobiscum.
Gloria tibi, Domine.
Laus, tibi Christe.
Mortem tuam annuntiamus, Domine, et tuam resurrectionem confitemur, donec
venias
Ecce Agnus Dei... Domine, non sum dignus...
«En la celebración de la Misa se iluminan gradualmente los modos principales
según los cuales Cristo está presente en su Iglesia: en primer lugar está
presente en la asamblea de los fieles congregados en su nombre; está
presente también en su palabra, cuando se lee y explica en la iglesia la
sagrada Escritura; presente también en la persona del ministro; finalmente,
sobre todo, está presente bajo las especies eucarísticas. En este
Sacramento, en efecto, de modo enteramente singular, Cristo entero e
íntegro, Dios y hombre, se halla presente sustancial y permanentemente. Esta
presencia de Cristo bajo las especies "se dice real, no por exclusión, como
si las otras no fueran reales, sino por excelencia" (Mysterium fidei, 39) »
(De sacra communione, 6).
«Hace falta, en concreto, fomentar, tanto en la celebración de la Misa como
en el culto eucarístico fuera de ella, la conciencia viva de la presencia
real de Cristo, tratando de testimoniarla con el tono de la voz, los gestos,
los movimientos y todo el modo de comportarse» (Mane nobiscum Domine, n.
18).
Signo visible de realidades invisibles, el sacramento contiene lo que
significa. La Eucaristía es ante todo opus Dei: el Señor habla y obra, reza,
aquí por nosotros, en virtud de la fuerza del Espíritu Santo (cf. CIC,
1373). La fe en la presencia real se expresa, por ejemplo, en los diálogos
directos que dirigimos al Señor después de haber escuchado la Palabra:
Gloria a ti, Señor Jesús, y antes de recibir su Cuerpo y su Sangre: Señor no
soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para
sanarme.
La celebración de la Eucaristía debería llevarnos a exclamar, como los
apóstoles tras el encuentro con el Resucitado: «Hemos visto al Señor! » (Jn
20,25). La comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo es comunión con el
resucitado, medicina de inmortalidad y prenda de la gloria futura.
La presencia, el calor, la luz del Dios-con-nosotros deben permanecer en
nosotros y manifestarse en toda nuestra vida. Hacer comunión con Cristo, nos
ayuda a «ver» los signos de su divina presencia en el mundo y a
«comunicarlos» a cuantos encontramos.
27. Comunión y caridad
Una voce dicentes.
Concede, ut, qui Corpore et Sanguine Filii tui reficimur, Spiritu eius
Sancto repleti, unum corpus et unus spiritus inveniamur in Cristo (Plegaria
eucarística III).
«Populo congregato»: con estas palabras inicia el Ordo Missae. El signo de
la cruz al comienzo de la Misa, manifiesta que la Iglesia es el pueblo
reunido en el nombre de la Trinidad.
El reunirnos todos, en un mismo lugar, para celebrar los santos misterios es
responder al Padre celeste que llama a sus hijos para estrecharlos consigo
por Cristo, en el amor del Espíritu Santo.
La Eucaristía no es una acción privada, sino la acción del mismo Cristo que
asocia siempre a sí a la Iglesia, con un vínculo esponsal indisoluble (cf.
Mane nobiscum Domine, cap. III).
En la liturgia de la Palabra escuchamos la misma Palabra divina, signo de
comunión entre todos aquellos que la ponen en práctica.
En la liturgia eucarística presentamos, junto con el pan y el vino, la
ofrenda de nuestra vida: es la común ofrenda de la Iglesia que en los santos
misterios se dispone a hacer comunión con Cristo.
En virtud de la acción del Espíritu Santo, en la ofrenda de la Iglesia se
hace presente el sacrificio de Cristo («Dirige tu mirada sobre la ofrenda de
tu Iglesia y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste
devolvernos tu amistad»): una única ofrenda espiritual agradable al Padre,
por Cristo, con Él y en Él. El fruto de esta asociación al «sacrificio vivo
y santo» está representado por la comunión sacramental: «para que
fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, y llenos del Espíritu
Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu» (Plegaria
eucarística III).
He aquí la fuente incesante de la comunión eclesial, ilustrada por san Juan
con la imagen de la vid y los sarmientos, y por san Pablo con la imagen del
cuerpo. La Eucaristía hace la Iglesia (cf. Ecclesia de Eucharistia),
colmándola de la caridad de Dios y espoleándola a la caridad. Al presentar,
juntamente con el pan y el vino, ofertas en dinero u otros dones para los
pobres, se recuerda que la Eucaristía es compromiso de ser solidarios y de
compartir los bienes. Con tal propósito el Santo Padre ha hecho un
insistente llamado: «¿ Por qué, pues, no hacer de este Año de la Eucaristía
un tiempo en el que las comunidades diocesanas y parroquiales se comprometan
especialmente a afrontar con generosidad fraterna alguna de las múltiples
pobrezas de nuestro mundo? (Mane nobiscum Domine, 28).
La oración litúrgica, aunque implica individualmente a los participantes,
está formulada siempre como «nosotros»: es la voz de la Esposa que alaba y
suplica, una voce dicentes.
Las mismas actitudes que asumen los participantes, manifiestan la comunión
entre los miembros de un único organismo. (IGMR, 32).
El saludo de la paz, antes de la comunión, (o antes de llevar las ofrendas
al altar, como en el rito ambrosiano) es expresión de la comunión eclesial
necesaria para hacer la comunión sacramental con Cristo. El fruto de la
comunión es la edificación de la Iglesia, reflejo visible de la comunión
trinitaria (cf. Ecclesia de Eucharistia, 34).
De aquí la espiritualidad de comunión (cf. Novo Millennio Ineunte, 43-45):
requerida por la Eucaristía y suscitada por la celebración eucarística (cf.
Mane nobiscum Domine, 20-21).
La comunión entre los esposos viene modelada, purificada, alimentada por la
participación en la Eucaristía.
El ministerio de los pastores de la Iglesia y la docilidad de los fieles a
su magisterio viene tonificado por la Eucaristía.
La comunión con los sufrimientos de Cristo se manifiesta en los fieles
enfermos, por medio de la participación en la Eucaristía.
La reconciliación sacramental tras nuestras caídas, es coronada por la
comunión eucarística.
La comunión entre muchos carismas, funciones, servicios, grupos y
movimientos dentro de la Iglesia está asegurada por el santo misterio de la
Eucaristía.
La comunión entre personas empeñadas en diversas actividades, servicios y
asociaciones de una parroquia se manifiesta por la participación en la misma
Eucaristía.
Las relaciones de paz, comprensión y concordia en la ciudad terrena son
sostenidas por el sacramento de Dios con nosotros y para nosotros.
28. Silencio
Quiesce in Domino et expecta eum (Ps 37,7).
En el ritmo celebrativo, el silencio es necesario para el recogimiento, la
interiorización y la oración interior (cf. Mane nobiscum Domine, 18). No es
vacío, ausencia, sino presencia, receptividad, reacción ante Dios que nos
habla, aquí y ahora, y actúa en nosotros, aquí y ahora. «Descansa en el
Señor y espera en él» recuerda el Salmo 37 (36),7.
alabanza,BEn verdad, la oración con sus diversos matices súplica,
invocación, grito, lamento, agradecimiento- toma forma a partir del
silencio.
Entre otros momentos, tiene particular importancia en la celebración de la
Eucaristía el silencio después de haber escuchado la Palabra de Dios (cf.
Ordo Lectionum Missae, 28; IGMR, 128, 130, 136) y, sobre todo, tras la
comunión del Cuerpo y Sangre del Señor (cf. IGMR, 164).
Estos momentos de silencio, se prolongan, en cierto modo, fuera de la
celebración, en recogida adoración, oración y contemplación delante del
Santísimo Sacramento.
El mismo silencio de la tradición monástica, el de los tiempos de ejercicios
espirituales, el de los días de retiro ¿no son, tal vez, el prolongamiento
de aquellos momentos de silencio característicos de la celebración
eucarística, para que pueda enraizar y dar fruto en nosotros la presencia
del Señor?
Es por tanto necesario pasar de la experiencia litúrgica del silencio (cf.
Carta Apostólica Spiritus et Sponsa, 13) a la espiritualidad del silencio, a
la dimensión contemplativa de la vida. Si no está anclada en el silencio, la
palabra puede desgastarse, transformarse en ruido, incluso en aturdimiento.
29. Adoración
Procidebant ante sedentem in trono et adorabant vivenntem in saecula
saeculorum (Ap 4,10).
La postura que tomamos durante la celebración de la Eucaristía «de pie,
sentados, de rodillas» reenvía a las actitudes del corazón. Hay una gama de
vibraciones en la comunidad orante.
Si el estar en pie confiesa la libertad filial que nos ha donado el Cristo
pascual, que nos ha liberado de la esclavitud del pecado, el estar sentados
expresa la receptividad cordial de María, que sentada a los pies de Jesús,
escuchaba su palabra; y el estar de rodillas o profundamente inclinados
indica el hacernos pequeños delante del Altísimo, delante del Señor (cf. Fil
2,10).
La genuflexión ante la Eucaristía, como la hacen el sacerdote y los fieles
(cf. IGMR, 43), expresa la fe en la presencia real del Señor Jesús en el
Sacramento del altar (CIC, 1387).
Reflejando aquí abajo, en los santos signos, la liturgia celebrada en el
santuario del cielo, imitamos a los ancianos: que «se postran ante el que
está sentado en el trono, adorando al que vive por los siglos de los siglos»
(Ap 4,10).
Si en la celebración de la Eucaristía adoramos al Dios con nosotros y por
nosotros, tal sentir del espíritu debe prolongarse y reconocerse también en
todo lo que hacemos, pensamos, y obramos. La tentación, siempre insidiosa,
al tratar las cosas de este mundo, es la de doblar nuestras rodillas ante
los ídolos mundanos y no solamente a Dios.
Las palabras con las que Jesús contradice las sugestiones idolátricas del
diablo, en el desierto, deben verificarse en nuestro hablar, pensar y actuar
cotidiano: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto» (Mt 4,10).
El doblar la rodilla ante la Eucaristía, adorando al Cordero que nos permite
hacer la Pascua con Él, nos educa a no postrarnos ante ídolos construidos
por manos de hombre y nos sostiene en el obedecer con fidelidad, docilidad y
veneración ante aquel que reconocemos como único Señor de la Iglesia y del
mundo.
30. Alegría
Et ideo, choris angelicis sociatis,
Te aludamus in gaudio confitentes : Sanctus
Propter quod caelestia tibi atque terrestria
Canticum novum concinunt adorando... (prefacio II de la Santísima
Eucaristía).
«Por esencia, la alegría cristiana es participación en la gloria insondable,
a la vez divina y humana, que se encuentra en el corazón del Cristo
glorificado» (Gaudete in Domino, II), y esta participación en la alegría del
Señor «no se puede disociar de la celebración del misterio eucarístico»
(ibidem, IV), de modo particular de la Eucaristía celebrada en el «dies
Domini».
«El carácter festivo de la Eucaristía dominical expresa la alegría que
Cristo transmite a su Iglesia por medio del don del Espíritu. La alegría es,
precisamente, uno de los frutos del Espíritu Santo (cf. Rm 14,17; Gal 5, 22)
» (Dies Domini, 56).
Diversos son los elementos que en la Misa subrayan la alegría del encuentro
con Cristo y con los hermanos, ya sea en las palabras (piénsese en el
Gloria, el prefacio), ya sea en los gestos y en el clima festivo (la
acogida, los ornamentos florales y el uso del adecuado acompañamiento
musical, según lo permite el tiempo litúrgico).
Una expresión de la alegría del corazón es el canto, que no es simplemente
un embellecimiento exterior de la celebración eucarística (cf. IGMR, 39,
Dies Domini, 50; Quirógrafo para el centenario del Motu Proprio "Tra le
sollecitudini" sobre la música sacra).
La asamblea celestial, con la que se une la asamblea eucarística celebrando
los sagrados misterios, canta con alegría las alabanzas del Cordero inmolado
que vive para siempre, porque con Él ya no hay más luto, ni llanto, ni
lamento.
Cantar la Misa y no simplemente cantar en la Misa, nos permite experimentar
que el Señor Jesús vine a hacer comunión con nosotros «para que su alegría
esté en nosotros y nuestra alegría sea plena» (cf. Jn 15,11; Nos colmarás de
alegría, Señor, con tu presencia!(16,24; 17,13).
El domingo se reviste de la alegría de la celebración eucarística,
enseñándonos a alegrarnos siempre en el Señor; a gustar la alegría del
encuentro fraterno y de la amistad; a compartir la alegría recibida como don
(cf. Dies Domini, 55-58).
Sería un contrasentido para quien participa en la Eucaristía dejarse dominar
por la tristeza. La alegría cristiana no niega el sufrimiento, las
preocupaciones, el dolor; sería una ingenuidad. El llanto al sembrar nos
enseña a vislumbrar la alegría de la siega. El sufrimiento del Viernes Santo
espera el gozo de la mañana de Pascua.
La Eucaristía educa a gozar junto con los otros, sin retener para sí mismo
la alegría recibida como don. El Dios con nosotros y para nosotros pone el
sello de su presencia en nuestras tristezas, en nuestros dolores, en
nuestros sufrimientos. Llamándonos a entrar en comunión con Él, nos consuela
en todas nuestras tribulaciones para que podamos nosotros también consolar a
aquellos que se encuentran en cualquier tipo de aflicción (cf. 2 Cor 1,4).
31. Misión
Oratio universalis
Vere Sanctus es, Domine,
...quia per Filium tuum,...
Spiritus Sancti operante virtute,
...populum tibi congregare non desinis,
ut a solis ortu usque ad occasum
oblatio munda offeratur nomini tuo (Plegaria eucarística III).
Benedicat vos omnipotens Deus... Ite, missa est.
Formada por creyentes de toda lengua, pueblo y nación, la Iglesia es fruto
de la misión que Jesús ha confiado a los Apóstoles y recibe constantemente
el mandato misionero (cf. Mt 28, 16-20). «La Iglesia recibe la fuerza
espiritual necesaria para cumplir su misión perpetuando en la Eucaristía el
sacrificio de la Cruz y comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. Así, la
Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la
evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con
Cristo y, en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo» (Ecclesia de
Eucharistia, 22).
En la oración universal, en la Plegaria eucarística, en las oraciones de las
misas por diversas necesidades, la intercesión de la Iglesia que celebra los
santos misterios abraza el horizonte del mundo, las alegrías y tristezas de
la humanidad, los sufrimientos y el grito de los pobres, el anhelo de
justicia y de paz que recorre la tierra (cf. Mane nobiscum Domine, 27-28).
El rito con el que se concluye la celebración eucarística no es simplemente
la comunicación del final de la acción litúrgica: la bendición,
especialmente con las fórmulas solemnes que preceden a la despedida, nos
recuerdan que salimos de la iglesia con el mandato de dar testimonio al
mundo de que somos «cristianos». Lo recuerda Juan Pablo II: «La despedida al
finalizar la Misa es una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse
en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad»
(Mane nobiscum Domine, 24). El capítulo IV de la Carta Apostólica Mane
nobiscum Domine trata, de hecho, de la Eucaristía presentada como principio
y proyecto de misión.
El encuentro con Cristo no es un talento para esconder sino para hacerlo
fructificar en obras y palabras. La evangelización y el testimonio misionero
parten como fuerzas centrífugas del convivio eucarístico (cf. Dies Domini,
45). La misión es llevar a Cristo, de manera creíble, a los ambientes de la
vida, de trabajo, de fatiga, de sufrimiento, buscando que el espíritu del
Evangelio sea levadura de la historia y "proyecto" de relaciones humanas que
lleven la impronta de la solidaridad y de la paz. «¿Podría realizar la
Iglesia su propia vocación sin cultivar una constante relación con la
Eucaristía, sin nutrirse de este alimento que santifica, sin posarse sobre
este apoyo indispensable para su acción misionera? Para evangelizar el mundo
son necesarios apóstoles "expertos" en la celebración, adoración y
contemplación de la Eucaristía» (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada
Mundial de las Misiones 2004, 3).
¿Cómo anunciar a Cristo sin volver, regularmente, a conocerlo en los santos
misterios?
¿Cómo dar testimonio sin alimentarse de la fuente de la comunión eucarística
con Él?
¿Cómo participar en la misión de la Iglesia, superando todo individualismo,
sin cultivar el vínculo eucarístico que nos une con cada hermano de fe,
incluso con cada hombre?
Se puede llamar a la Eucaristía con justicia el Pan de la misión: una bella
figura, en este sentido, es el pan que se le da a Elías, para que continúe
su misión, sin ceder ante las dificultades del camino: «con la fuerza de
aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches, hasta el Horeb, el
monte del Señor» (1Re 19,8).
4. INICIATIVAS Y COMPROMISOS PASTORALES
32. No cabe duda que cada Obispo, las Conferencias de Obispos, los
Superiores religiosos darán indicaciones para el desarrollo fructuoso del
Año de la Eucaristía (cf. Mane nobiscum Domine, 5 y 29).
A modo orientativo se señalan algunas sugerencias y propuestas.
33. Conferencias de Obispos
— Preparar oportunos subsidios —especialmente donde las diócesis no puedan
hacerlos— que den realce al Año de la Eucaristía, favorezcan la reflexión de
sacerdotes y fieles, afrontando aquellas problemáticas doctrinales y
pastorales que se sienten con mayor urgencia en los propios países (falta de
sacerdotes, pérdida de la importancia cotidiana de la Misa para algunos
sacerdotes, poca asistencia a la Misa dominical, abandono del culto
eucarístico...).
— Considerar el tipo y la calidad de las transmisiones televisivas y
radiofónicas de la celebración eucarística (cf. Dies Domini, 54) de gran
utilidad para quienes se encuentran imposibilitados a participar en la Misa
(corrección de las tomas, propiedad del comentario, belleza y dignidad de la
celebración para no difundir praxis discutibles, excesiva espectacularidad,
etc.).
— Prestar atención también a las otras formas de oración retransmitidas por
radio o televisión (favorecer adoraciones en las iglesias, evitando que los
fieles se contenten con seguir la adoración teletransmitida).
— Proponer iniciativas para la apertura y la clausura del Año de la
Eucaristía en cada Diócesis.
— Invitar a profundizaciones a universidades, facultades, Institutos de
estudios, Seminarios.
— Promover congresos eucarísticos nacionales.
— Interesar e implicar sobre todo a los sacerdotes con iniciativas a nivel
nacional.
34. Diócesis
— Cuidar la apertura solemne y la clausura oficial del Año de la Eucaristía,
en las fechas establecidas por la Iglesia universal, en la fecha conveniente
a cada Diócesis: se aconseja una celebración «estacional» en la catedral - o
en un lugar adecuado - presidida por el Obispo; si se cree oportuno, la
celebración puede comenzar en una iglesia o lugar cercano al de la
celebración, al que se llega en procesión cantando las letanías de los
santos (cf. Por ejemplo Caeremoniale Episcoporum, 261).
— Valorar, en ciertos días y circunstancias del año litúrgico, la "Misa
estacional" presidida por el Obispo como signo visible de comunión
eucarística de la Iglesia particular (cf. Mane nobiscum Domine, 22).
— Invitar a las oficinas y a las comisiones diocesanas de alguno de los
sectores de la pastoral (catequesis, liturgia, arte, música sacra, escuelas,
enfermos, familia, clero, vida consagrada, jóvenes, movimientos...) a
promover al menos una iniciativa específica durante el año.
— Promover congresos eucarísticos (tiempos de reflexión y de oración).
— Valorar los encuentros con el clero (participación en la Misa crismal,
retiros mensuales, encuentros diocesanos o vicariales, ejercicios
espirituales anuales, formación permanente) para profundizar en temas
eucarísticos, a nivel espiritual y pastoral.
— Dar un acento eucarístico a la Jornada mundial de oración por la
santificación de los sacerdotes, en la solemnidad del Sagrado Corazón de
Jesús.
— Promover el conocimiento de santos y santas, especialmente de aquellos que
tienen alguna relación con la Diócesis, que se han distinguido por el amor a
la Eucaristía, han predicado sobre el Misterio o han escrito sobre el mismo.
— Conocer el patrimonio de arte diocesano con alguna referencia eucarística
- pinturas, esculturas, iconografía, altares, sagrarios, vasos sagrados...-
custodiado en varias iglesias y en museos diocesanos. Dirigir muestras,
lecturas guiadas, publicaciones.
— Incrementar la adoración perpetua del Santísimo Sacramento, señalando para
tal fin algunas iglesias y capillas adecuadas; recordar su existencia donde
ya las hay, procurando que sean abiertas sobretodo en horarios en que pueda
asistir el mayor número de personas (cf. Mane nobiscum Domine, 18).
— Sean especialmente invitados los jóvenes a poner el tema de la XX Jornada
Mundial de la Juventud «Hemos venido a adorarle» (Mt 2,2) en relación con el
Año de la Eucaristía (cf. Mane nobiscum Domine, 30). Sería muy significativo
un encuentro de adoración eucarística para los jóvenes a nivel diocesano
cerca del Domingo de Ramos.
— Abrir secciones de interés eucarístico en los semanarios y revistas
diocesanos, en las páginas de internet, en las emisoras radio-televisivas
locales.
35. Parroquias
Acoger la invitación del Santo Padre es hacer lo posible, durante este Año,
para dar a la Eucaristía dominical el puesto central que le compete en la
vida parroquial, con razón llamada «comunidad eucarística» (cf. SC, 42; Mane
nobiscum Domine, 23; Dies Domini, 35-36; Eucharisticum mysterium, 26).
A esta luz se sugieren algunas ideas:
— Donde sea necesario, reordenar o dar una disposición estable a los lugares
de la celebración (altar, ambón, presbiterio) y a la reserva de la
Eucaristía (sagrario, capilla de la adoración); dotarse de los libros
litúrgicos; cuidar la autenticidad y la belleza de los signos (ornamentos,
vasos sagrados, decoración).
— Incrementar, o si no lo hay, instituir el grupo litúrgico parroquial.
Cuidado de los ministros instituidos y de los ministros extraordinarios de
la Comunión, de los ministros, de la schola cantorum, etc.
— Dar una atención especial al canto litúrgico, teniendo en cuenta las
indicaciones ofrecidas en el reciente Quirógrafo de Juan Pablo II sobre la
música sacra.
- Programar durante algunos periodos del año - tiempo pascual, Cuaresma -
encuentros formativos específicos sobre la Eucaristía en la vida de la
Iglesia y del cristiano; ocasión particularmente propicia para adultos y
niños es el tiempo de preparación para la Primera Comunión.
— Tomar en mano y dar a conocer la Institutio generalis Missalis Romani (cf.
Mane nobiscum Domine, 17) y los Praenotanda del Ordo Lectionum Missae; el
documento De sacra communione et cultu mysterii eucarsitici extra Missam; la
reciente encíclica Ecclesia de Eucharistia y la instrucción que le siguió
Redemptionis Sacramentum.
— Enseñar a «estar en la iglesia»: qué se debe hacer al entrar en la
iglesia, genuflexión o reverencia profunda ante el Santísimo Sacramento;
clima de recogimiento; indicaciones para ayudar a una participación más
interiorizada de la Misa, especialmente en algunos momentos (tiempos de
silencio, oración personal después de la comunión) y para educar a la
participación exterior (modo de aclamar o de pronunciar coralmente las
partes comunes). Para la comunión bajo las dos especies aténganse a la
normativa vigente (cf. SC, 55; IGMR, 281-287; Redemptionis Sacramentum,
100-107).
— Celebrar convenientemente el aniversario de la dedicación de la propia
iglesia.
— Redescubrir la propia iglesia parroquial, conociendo el sentido de cuanto
en ella habitualmente se ve: lectura guiada del altar, del ambón, del
tabernáculo, iconografía, vidrieras, portales, etc. El aspecto visible de la
iglesia favorece la contemplación del Invisible.
— Promover - indicando también la modalidad práctica - el culto eucarístico
y la oración personal o comunitaria delante del Santísimo (cf. Mane nobiscum
Domine, 18): visita, adoración del Santísimo y bendición eucarística,
Cuarenta horas, procesiones eucarísticas. Valorar de forma conveniente, al
concluir la Misa de la Cena del Señor el Jueves Santo, el prolongarse de la
adoración eucarística (cf. Directorio piedad popular, 141).
— Proponer en circunstancias especiales iniciativas específicas (adoraciones
nocturnas).
— Verificar la regularidad y la dignidad de la distribución de la comunión a
los enfermos.
— Dar a conocer la enseñanza de la Iglesia sobre el Viático.
— Acompañar la vida espiritual de quienes, participando en la santa Misa, no
pueden recibir la comunión por vivir en situación irregular.
36. Santuarios
El Año de la Eucaristía interpela también a los santuarios, lugares que de
por sí están llamados a ofrecer a los fieles los medios de la salvación,
anunciando con celo la Palabra de Dios, favoreciendo convenientemente la
vida litúrgica, de modo especial con la Eucaristía y con la celebración del
sacramento de la Penitencia, y cultivando formas aprobadas de piedad popular
(cf. CDC, 1234, §1; Directorio piedad popular, 261-278).
Este Año tendrán un interés especial para los fieles los santuarios erigidos
con motivo de algún prodigio eucarístico y de piedad eucarística.
— Siendo la celebración eucarística el fulcro de las múltiples acciones de
los santuarios (evangelización, caridad, cultura), será fructuoso:
— conducir a los peregrinos - partiendo de la devoción propia de cada
santuario - a un profundo encuentro con Cristo;
— cuidar que el desarrollo de la celebración eucarística sea ejemplar.
— favorecer la participación de diversos grupos en la misma celebración
eucarística, debidamente articulada y atenta -si es el caso- a la diversidad
de lenguas, valorando también el canto gregoriano, al menos en la melodías
más fáciles, sobre todo para el Ordinario de la Misa, especialmente el Credo
y la oración del Señor (cf. Directorio piedad popular, 268).
— Asegurar la posibilidad de la oración delante del Santísimo Sacramento,
cuidando el recogimiento y animando los momentos de adoración comunitaria.
Facilitar con una adecuada señalización el lugar del sagrario (cf. IGMR,
314-317; Redemptionis Sacramentum, 130).
— Favorecer la práctica del sacramento de la Penitencia, asegurando, según
las posibilidades, la disponibilidad de confesores en horarios adecuados a
la gente (Directorio piedad popular, 267).
37. Monasterios, Comunidades religiosas e Institutos
Dado el estrecho vínculo entre Eucaristía y vida consagrada (cf. Vita
consecrata, 95; Congregación para los Institutos de vida consagrada y las
sociedades de vida apostólica, Caminar desde Cristo, 26), el Año de la
Eucaristía debe resultar un estímulo más para profundizar en el corazón de
la propia vocación y misión, personal y comunitariamente.
En todas las Reglas y Constituciones está prescrita o recomendada la Misa
cotidiana y la devoción eucarística.
— El Año de la Eucaristía es una oportunidad para programar tiempos de
reflexión y de revisión:
sobre la calidad de la celebración eucarística en comunidad;
sobre la fidelidad a las normas litúrgicas;
sobre la herencia eucarística de la tradición del propio Instituto como
también sobre la situación presente;
sobre la devoción eucarística personal.
— Redescubrir en la vida y en los escritos de los propios
fundadores-fundadoras la piedad eucarística practicada y enseñada por ellos.
— Preguntarse: ¿qué testimonio de vida ofrecen las personas de vida
consagrada que trabajan en parroquias, hospitales, enfermerías,
instituciones educativas y escolásticas, penitenciarias, centros de
espiritualidad, asilos, santuarios, monasterios?
— Verificar si se sigue la orientación dada por el Magisterio en repetidas
ocasiones (cf. Dies Domini, 36) de participar en la Misa dominical en la
parroquia y de adaptarse bien con la pastoral de la Iglesia diocesana en la
que viven.
— Incrementar horas de adoración al Santísimo Sacramento (cf. Mane nobiscum
Domine, 18).
38. Seminarios y casas de formación
El Año especial de la Eucaristía interpela a las comunidades y casas de
formación en las que se preparan los futuros sacerdotes diocesanos y
religiosos, además de los diáconos (cf. Mane nobiscum Domine, 30).
La participación en la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, madura la
respuesta vocacional y la abre a la misión específica que Dios confía a
quienes Él mismo escoge como pastores de su pueblo (cf. Congregación para la
Educación Católica, Instrucción sobre la formación litúrgica en los
Seminarios, 8-27 y Apéndice 30-41).
Mientras sostiene el camino cotidiano de formación, la Eucaristía manifiesta
a los seminaristas cuál es el centro de su futuro ministerio.
Anotaciones para considerar:
— Cultivar el vínculo entre formación teológica y experiencia espiritual del
misterio eucarístico para una interiorización más profunda.
— Esmero en la participación interior y exterior a la celebración de la
Misa.
— Conocimiento de la teología litúrgica destacada por los ritos y los textos
de la celebración eucarística.
— Conocimiento también práctico de cuanto concierne al rito de la Misa y
sobre todo el modo adecuado de celebrarla: función del espacio donde se
celebra; el género de los diversos textos y el modo de pronunciarlos, las
secuencias rituales, las partes del Misal, la normativa que regula la
celebración eucarística en los días del año, las posibilidades legítimas de
posibilidad de elección de fórmulas y formularios.
— Utilidad de una cierta familiaridad con la lengua latina y el canto
gregoriano, para así poder orar y cantar el latín cuando hace falta,
arraigándose en la tradición de la Iglesia orante.
— Incremento de la adoración eucarística, sea personal o comunitaria, en sus
varias formas, incluida la exposición del Santísimo Sacramento.
— Conveniente colocación del Sagrario para favorecer la oración privada.
39. Asociaciones, Movimientos, Fraternidades
El espíritu de comunión, fraternidad, distribución que motiva la
incorporación a una asociación está naturalmente ligado al misterio
eucarístico.
Existen fraternidades y asociaciones explícitamente dedicadas a la
Eucaristía, al Santísimo Sacramento, a la devoción eucarística.
La introducción de asociaciones, grupos y movimientos en la Iglesia, que
contribuyen a su edificación y vitalidad, según sus carismas, se manifiesta
con el encuentro ordinario en las misas dominicales de la parroquia (cf.
Mane nobiscum Domine, 23; Dies Domini, 36).
El Año de la Eucaristía:
— Es una invitación a reflexionar, constatar, interiorizar, actualizar
eventualmente los Estatutos tradicionales.
— Es una ocasión para una profundización catequético-mistagógica de la
Eucaristía.
— Es un estímulo para dedicar más tiempo a la adoración eucarística,
involucrando también otras a personas en un tipo de "apostolado"
eucarístico.
— Es una invitación a enlazar la oración y el compromiso de caridad.
5. ITINERARIOS CULTURALES
40. Este capítulo es deliberadamente esquemático, pero no por ello de escaso
significado. El motivo de la parquedad es sobre todo el hecho de que,
moviéndonos en un plano cultural, nos encontramos inevitablemente con
situaciones diversas en tantas Iglesias particulares esparcidas por el
mundo, cada una de las cuales ha sido introducida en un determinado
contexto, con sus riquezas, sus peculiaridades, su historia. Corresponde a
las Iglesias particulares dar cuerpo a todo lo que aquí se ha recordado con
simples menciones temáticas. No es difícil comprender lo importante que es
que con ocasión de este Año de la Eucaristía se acoja también la Eucaristía
como estímulo para descubrir lo mucho que ha sido capaz, y sigue siendo, de
influir fuertemente en la cultura humana.
41. Investigación histórica
Se abren espacios de investigación para las Facultades Teológicas, para las
Universidades Católicas y los Institutos de estudios superiores. Se sugiere
en particular a las Facultades Teológicas como pista significativa que
combine la profundización de los fundamentos bíblicos y doctrinales de la
Eucaristía con la profundización de la vivencia cristiana, especialmente la
vivencia de los Santos.
42. Edificios, monumentos, bibliotecas
Catedrales, monasterios, santuarios y no pocas iglesias representan ya por
sí mismas un «bien cultural» y a menudo se califican como centros de
irradiación de cultura. En esta perspectiva, el Año de la Eucaristía puede
ofrecer un estímulo que ponga a la luz la temática eucarística que destaca
del patrimonio cultural y artístico, a reflexionarla, a promover su
conocimiento.
Pueden hacerse exposiciones, convenios y publicaciones de varios tipos
valiéndose también de la colaboración de institutos y entes eclesiásticos y
no eclesiásticos (Universidades, Facultades, Centros de estudio, Círculos
culturales, Editoriales).
43. Arte, música sacra, literatura
El arte sacro con temática eucarística es testimonio de la fe creída y al
mismo tiempo es transmisión de la misma al pueblo de Dios. Los ejemplos
podrían ser muchísimos, desde las bien conocidas pinturas que se encuentran
en las catacumbas romanas hasta las numerosas realizaciones sobre este tema,
hechas en Oriente y en Occidente a lo largo de los siglos pasados.
El conocimiento de la tradición permite percibir los énfasis «eucarísticos»
que han inspirado las producciones artísticas en las épocas que nos han
precedido y compararlas con la producción contemporánea.
Nos limitamos a evocar algunos ámbitos temáticos:
En cuanto al arte sacro:
— Altares, sagrarios, capillas
— frescos, mosaicos, miniaturas, pinturas, esculturas, tapices, marcos
— vasos sagrados: cálices, píxides, patenas, custodias
— paramentos: vestiduras litúrgicas, baldaquinos, estandartes
— manufacturas y carros para las procesiones eucarísticas
— paramentos peculiares para el monumento del Santísimo Sacramento el Jueves
Santo
Sobre la música sacra:
— misas
— himnos
— secuencias
— motetes
Sobre la literatura, el teatro, el cine:
— poesía
— narraciones
— novelas
— representaciones
— películas
— documentales
44. En todos estos ámbitos, los encargados sabrán encontrar fácilmente los
trayectos apropiados, y sería un gran éxito del Año de la Eucaristía si las
investigaciones realizadas nos ayudaran a tener un mayor conocimiento y una
mayor distribución de tesoros que pertenecen a la herencia común del
cristianismo en los diversos continentes.
A esto se refiere el Papa en la Mane nobiscum Domine cuando habla de la
Eucaristía como un mayor esfuerzo por testimoniar «la presencia de Dios en
el mundo». Ante las orientaciones culturales que tienden a marginar la
contribución cristiana, e incluso a borrar de la memoria su contribución
histórica en la tierra tradicionalmente cristiana, el Papa ha escrito: «No
tengamos miedo de hablar de Dios y de llevar los signos de la fe con la
frente en alto. La "cultura de la Eucaristía" promueve una cultura de
diálogo, en la que encuentra fuerza y alimento. Nos equivocamos al pensar
que la referencia pública de la fe pueda ir en contra de la justa autonomía
del Estado y de las instituciones civiles, o bien que eso pueda alentar
actitudes de intolerancia. Si históricamente no han faltado errores en esta
materia también entre los creyentes, como se ha reconocido en ocasión del
Gran Jubileo, eso no debe ser adeudado a las raíces cristianas, sino a la
incoherencia de los cristianos respecto a sus raíces» (Mane nobiscum Domine,
26).
CONCLUSIÓN
Un Año de gracia, de fervor, mistagógico
45. Como conclusión de estas páginas, después de tantas sugerencias y
propuestas, conviene volver a lo que es más esencial, recordando que el
Santo Padre, en la Carta Apostólica Mane nobiscum Domine, habla de un «Año
de gracia». En efecto, todo lo que podamos hacer tendrá sentido si se ve
desde la óptica del don de Dios. Las iniciativas no deberán ser más que
senderos abiertos, para que la gracia, siempre dada por el Espíritu de Dios,
fluya con abundancia, acogida por cada uno y por las comunidades. El fiat de
la Santísima Virgen deberá marcar una vez más el fiat de toda la Iglesia,
que continuamente, con el cuerpo y la Sangre de Cristo, recibe también el
don de la maternidad de María: «¡He aquí tu Madre! » (cf. Ecclesia de
Eucharistia, 57).
El éxito de este Año dependerá indudablemente de la profundidad de la
oración. Estamos invitados a celebrar la Eucaristía, recibirla y adorarla
con la fe de los Santos ¿Cómo olvidar, en este día en que la liturgia
recuerda a Santa Teresa de Ávila, el fervor de la gran mística española,
doctora de la Iglesia? A propósito de la comunión eucarística, ella escribe:
«No hay que ir muy lejos para buscar al Señor. Hasta que el calor natural no
haya consumido los accidentes del pan, el buen Jesús está en nosotros:
¡acerquémonos a Él! » (Camino de perfección, 8).
Este Año especial deberá por ello ayudarnos a encontrar a Jesús en la
Eucaristía y a vivir de Él. A esto deberá tender también la catequesis
«mistagógica», que el Papa pide a los Pastores como compromiso especial (cf.
Mane nobiscum Domine, 17). Haciendo eco a su llamada, nos gustaría terminar
con un típico fragmento de la "mistagogía" en Occidente, un trozo del De
Mysteriis (n. 54) de San Ambrosio:
El Señor Jesús mismo proclama: «Esto es mi cuerpo». Antes de la bendición de
las palabras celestes la palabra indica un elemento particular. Después de
la consagración ya se refiere al cuerpo y la sangre de Jesús. El mismo lo
llama su sangre. Antes de la consagración lo llama con otro nombre.
Después de la consagración le dice sangre. Y tú dices: «Amén», es decir,
«Así es». Lo que pronuncia la boca, lo afirma el espíritu. Lo que enuncia la
palabra, lo siente el corazón.
En la sede de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos, a 15 de octubre del 2004, memoria de Santa Teresa de Jesús,
virgen y doctora de la Iglesia.
Francis Card. Arinze
Prefecto
Domenico Sorrentino
Arzobispo Secretario