San Ireneo: Contra los Herejes III


Contra los Herejes

San Ireneo de Lyon

LIBRO II: DENUNCIA Y REFUTACION DE SU DOCTRINA

Prólogo

[707] Pr. 1. Mi hermano querido, en el libro anterior te hemos expuesto y al mismo tiempo desenmascarado toda la mal llamada gnosis, que los valentinianos enseñan con teorías falsas y opuestas. [708] También te descubrimos las doctrinas de sus ancestros, y mostramos cuánto difieren entre ellos mismos, y mucho más de la verdad. Te explicamos puntualmente la enseñanza de uno de ellos, Marco el mago, así como todas sus obras; [709] y te hicimos ver con cuánto empeño se esfuerzan por hallar en la Escritura textos para probar sus falacias. Así también te escribimos sobre el modo como, sin avergonzarse, usan los números y las veinticuatro letras del albafeto para demostrar sus verdades.

Igualmente descubrimos cómo andan diciendo que la creación fue hecha a imagen del Pléroma invisible, así como sus teorías y enseñanzas acerca del Demiurgo. Hablamos de la doctrina de su progenitor, Simón Mago el samaritano, y de sus sucesores; y añadimos todo el montón de los que se dicen gnósticos. Hicimos notar las diferentes doctrinas y sus consecuencias, así como todas las herejías que de ellas derivan. En seguida aclaramos cómo todos estos herejes han sacado de Simón el origen de sus impíos e irreligiosos dogmas; así como sus prácticas de redención y sus ritos de iniciación para introducir a aquellos que luego se vuelven perfectos, e igualmente sus inventos y misterios. Finalmente demostramos que uno solo es el Dios Creador, el cual no es el fruto de la penuria (147), y que fuera de él o sobre él no hay ningún otro.

Pr. 2. En este libro, hasta donde el tiempo nos lo permita, te enseñaremos los más importantes argumentos para refutar su norma de fe (148). Por eso hemos titulado esta parte de la obra Denuncia y refutación de su doctrina: pues es necesario derrocar sus «matrimonios» desenmascarando esos «matrimonios» ocultos, y hacer añicos su Abismo, demostrando que jamás existió ni puede existir.

 

1. No existe un Pléroma por encima del Dios Creador

1.1. No hay un mundo independiente del Pléroma o del Creador

1.1. Conviene empezar con el primero y más importante capítulo sobre el Dios Demiurgo que hizo el cielo, la tierra y todas las cosas que en ellos existen (Ex 20,11), al que esos blasfemos llaman «fruto de la penuria». [710] Probaremos que nada hay por encima de él ni fuera de él, sino que él hizo todas las cosas según su proyecto y libre voluntad, pues es el único Dios, el único Señor, el único Creador, el único Padre y el único que contiene en sí todas las cosas y da la existencia a todas ellas.

1.2. ¿Cómo sería posible que existiese sobre él otra Plenitud, o Principio, o Potestad, u otro Dios, siendo necesario que Dios, la Plenitud (Pléroma) de todas las cosas, las contenga en su inmensidad y por ninguna sea contenido? Pues si alguna cosa existiese fuera de él, ya no sería Plenitud de todas las cosas, ni las contendría todas: pues a dicha Plenitud o a ese Dios le faltaría lo que ellos dicen existiría fuera de él. Pues aquello a lo que le falta o se le quita a algo, no puede ser Plenitud de todas las cosas.

Más aún, un tal ser tendría un comienzo, un medio y un fin respecto a aquellos que existirían fuera de él. Pues si tuviera un término en relación con los seres de acá abajo, también tendría un principio en relación con los seres de arriba. Y lo mismo sucedería por fuerza en relación con las otras partes: quedaría contenido desde fuera, determinado e incluido en ella; porque un término exterior por fuerza circunscribe y circunda lo que termina en él. Según dicen ellos, hay un Padre universal, al que también llaman Protoser y Protoprincipio, junto con el que ellos pretenden ser el Pléroma, el cual, como el Dios bueno de Marción, ha sido creado, incluido y circundado por otro Principio, que necesariamente será mayor que él: puesto que aquello que contiene es mayor que el contenido. Pero si es mayor, entonces también es más poderoso y más señor; pues aquel que es mayor, más poderoso y más señor, es Dios.

1.3. Y como según ellos existe alguna región fuera del Pléroma, a la cual habría emigrado la Potencia superior descarriada (149), esta región o necesariamente contiene lo que es externo al Pléroma y aun el Pléroma mismo -de otra manera no estaría fuera del Pléroma: pues si algo quedara fuera del Pléroma, por el mismo hecho de estar fuera [711] sería él mismo Pléroma, y así el Pléroma de ellos quedaría contenido en el Pléroma exterior; y entonces junto con el Pléroma también quedaría contenido el primer Dios-; o deben postular que ambos distan infinitamente y están separados entre sí, quiero decir el Pléroma y lo que queda fuera de él. Pero, si aceptan esto último, en consecuencia deben afirmar un tercer elemento que separe infinitamente a su Pléroma de aquello que existe fuera de él. Dicho tercer elemento tendría que rodear y contener ambas realidades, y ser mayor que el Pléroma y lo que existe fuera, puesto que debería contener ambos en su seno.

De este modo nuestro discurso tendría que prolongarse hasta el infinito, sobre cosas contenidas y cosas que contienen. Si este elemento tercero comienza en el mundo superior y termina en el inferior, se sigue que también ha de estar limitado por los costados, sea que tenga principio o término en otras realidades laterales. En tal caso las realidades que quedan arriba, abajo, a un lado y a otro, tendrán necesariamente un comienzo; y así deberemos seguir hasta el infinito. Es la consecuencia de que el pensamiento de ellos no esté firme en un solo Dios; pues, con la excusa de seguir buscando, van a parar en aquello que no existe y se separan del Dios verdadero.

1.4. De modo semejante procedemos contra las invenciones de los marcionitas. Sus dos dioses quedan delimitados y definidos, separados entre sí por una distancia infinita. Según esta teoría habría que imaginar muchos dioses infinitamente distanciados en todas las direcciones, y unos darían origen y limitarían a los otros mutuamente. La razón en la que se apoyan para hipotizar un Pléroma o un Dios superior al Creador del cielo y de la tierra, es la misma que se puede usar para suponer que sobre su Pléroma hay otro Pléroma, y sobre este segundo un tercero, [712] y sobre su Abismo otro Abismo divino, e igualmente para deducir otros más a cada uno de los lados. De esta manera su teoría tendría que prolongarse hasta el infinito, y sería imperioso imaginar perpetuamente otros Pléromas y Abismos, sin poner nunca un término, pues habría que buscar siempre otros nuevos. Ni siquiera se sabría si esas cosas quedarían arriba o abajo de nosotros, y de los mismos que se dicen superiores no se estaría seguro de que queden arriba o abajo. Nada firme o estable habría en nuestra mente, sino que por fuerza ésta siempre estaría fluctuando entre infinitos mundos e indeterminados dioses.

1.5. Si fuese así, cada uno de estos dioses tendría que estar contento y no mezclarse curiosamente con lo que toca a los otros; de otra manera el inferior sería avaro e injusto, y dejaría de ser Dios. Cada uno de los seres creados tendría que dar gloria a su propio Creador, el cual para él sería suficiente y no tendría por qué conocer a otros dioses; de otra manera, condenado justamente por los demás de apostasía, tendría que recibir un proporcional castigo. En consecuencia, por fuerza debe ser uno solo el que contiene todas las cosas, que en aquel ámbito que le pertenece las haya creado todas según su voluntad; o bien admitir muchos creadores y dioses indefinidos, que se limiten entre sí poniéndose principios y términos por todos lados; todos ellos quedarían contenidos dentro de otro mayor, y cada uno quedaría necesariamente delimitado dentro de lo que es suyo, y de este modo ninguno de ellos sería Dios. Pues cada uno de ellos sería defectuoso, pues sólo le tocaría una parte muy pequeña en comparación de todo el resto, y por consiguiente dejaría de existir aun el título de Omnipotente. Este modo de pensar tarde o temprano tendrá que caer en la impiedad.

1.2. El mundo no fue hecho por ángeles

[713] 2.1. Algunos andan diciendo que Angeles fueron los fabricantes del mundo, o bien otro Demiurgo, que actuaron fuera de los planes del Padre que está sobre todas las cosas. Comienzan por errar cuando afirman que fueron Angeles quienes realizaron tan excelsa obra de la creación, como si los Angeles fuesen más poderosos que Dios; o bien como si éste fuese descuidado, o tuviese necesidad (de ellos), o no se preocupase de lo que se hace en su propio dominio, sea bueno o malo, a fin de impedir o prohibir el mal y de alegrarse y gozarse en el bien. ¡Nadie hay tan atrevido que atribuya tales cosas a un ser humano que tenga un mínimo de cuidado, mucho menos a Dios!

2.2. En seguida, que ellos nos digan si estas cosas las hicieron en un dominio propio, o en el de otro. Si responden que en dominio ajeno, caerán en todos los absurdos que ya indicamos arriba: su Dios quedaría prisionero de lo que existe fuera de él, lo cual por fuerza tendría que limitarlo. Y si responden que en su propio dominio, también sería una idiotez afirmar, según su teoría, que los Angeles u otro Demiurgo crearon el mundo en dominio propio de Dios, ¡como si éste no se diera cuenta de lo que sucede en lo que le pertenece, o como si ignorase lo que hacen los Angeles!

2.3. Pero si, como otros opinan, no lo hicieron contra su voluntad o sin que él se diera cuenta, entonces ya no serán los Angeles u otro Demiurgo quienes hicieron el mundo, sino la voluntad de Dios. Pues si éste creó al Demiurgo del mundo y a los Angeles, [714] tambien él será la causa de lo que ellos hicieron, y se concluye que él mismo es el autor del mundo, pues preparó sus causas. Aunque, como opina Basílides, los Angeles hubiesen creado en etapas sucesivas, o lo hubiese hecho un Demiurgo del mundo, si éstos tienen origen en el primer Padre, habrá que hallar la causa de todas las cosas en aquél en quien sus causas tuvieron origen y que emitió toda la serie. Es como en una guerra: al rey se atribuye la victoria, porque él ha dispuesto los medios para conseguirla; y se atribuye la fundación de la ciudad y su construcción a aquel que dispuso los elementos para que se llevara a cabo tal obra que después se ha llevado a cabo. De modo semejante, no decimos que el hacha parte la leña o que la sierra corta la madera; sino que el modo justo de expresarse es decir que los seres humanos parten y cortan con el hacha o la sierra que para ello han fabricado, así como con los instrumentos que han usado para hacerlas. Así pues, dentro de su misma lógica, es claro que al Padre universal debe llamarse el Creador de este mundo, y no a los Angeles o a otro Demiurgo diverso de aquel que dio origen y fue la causa primera que preparó esta obra.

2,4. Tal vez un modo semejante de razonar pueda persuadir más a personas que, no conociendo a Dios, lo imaginan semejante a gente limitada que no puede crear en un instante sino a partir de cosas existentes, y que además necesita muchos instrumentos para fabricar (150). Pero jamás lo aceptará quien sepa que Dios, sin tener necesidad de nada, creó todas las cosas por su Verbo; que no le hace falta la ayuda de los Angeles para llevar a cabo lo que hace; ni requiere el auxilio de algún Poder muy inferior a él e ignorante del Padre; ni de la penuria o ignorancia, a fin de que empiece a existir el ser humano destinado a conocerlo. Sino que él por sí mismo hizo todas las cosas de modo inefable que nosotros no alcanzamos a comprender, según su proyecto y voluntad. Hizo todos los seres armoniosamente, cada uno según su orden y principio: los seres espirituales, en su orden espiritual e invisible; los que están sobre los cielos, en el celeste; los Angeles en el angélico; los animales en el animal; [715] los que nadan, en el acuático; los terrestres, en la tierra: a cada uno le dio su naturaleza adecuada; porque hizo todas las cosas con su Verbo infatigable.

2.5. Porque ser eminente sobre todas las cosas es lo propio de Dios, y por ello no le hacen falta instrumentos para llevar a cabo la hechura de su creación. Y su Verbo es capaz y suficiente para realizar todas las cosas, como escribió de él su discípulo Juan: «Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada se ha hecho» (Jn 1,3). Y en la expresión «todas las cosas» está incluido nuestro mundo. Por tanto, éste fue hecho por el Verbo, como dice la Escritura en el Génesis, que Dios hizo por su Palabra todas las cosas que existen en nuestro mundo (Gén 1,3-26). También David lo afirma: «Porque él lo dijo y fueron hechas; lo mandó y fueron creadas» (Sal 33[32],9; 148,5). ¿A quién, pues, vamos a creer acerca de la creación del mundo: a esos herejes que hemos mencionado, que mascullan tonterías y contradicciones, o a los discípulos del Señor, a Moisés el fiel siervo de Dios (Núm 12,7) y profeta? Este fue el primero que describió el origen del mundo: [716] «En el principio Dios hizo el cielo y la tierra» (Gén 1,1), y en seguida todo el resto. No habló de dioses ni de ángeles.

2,6. Y que este mismo Dios es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, lo dijo el Apóstol Pablo: «Uno solo es Dios Padre, que está sobre todos, por todos y en todos nosotros» (Ef 4,6). Ya demostramos anteriormente que existe sólo un Dios; pero aún lo seguiremos probando a partir de las palabras del Señor y de los Apóstoles. Pues ¿a dónde llegaríamos si, dejando las palabras del Señor y de los Apóstoles, prestáramos atención a aquellas que nada sensato pueden decirnos?

1.3. El mundo no fue hecho en el vacío

3,1. Tan absurdos son su Abismo y su Pléroma como el Dios de Marción. Pues si, como ellos dicen, existiese fuera de él una base a la que ellos llaman «vacío» y «sombra», [717] por el mismo hecho tal vacío sería mayor que su Pléroma. Es absurdo, por consiguiente, afirmar que fuera de él hubo algo que contuviese todas las cosas, y que en él las creó otro ser extraño. En tal caso se verían obligados a postular un vacío sin forma, en el cual han sido creados todos los seres del universo, más abajo del Pléroma espiritual. Este espacio sin forma ¿habría existido siendo consciente el Protopadre de las cosas que en el futuro habrían de existir en él, y por lo mismo el Protopadre así lo habría dejado a propósito, o bien sin que él se diera cuenta? Porque si él no se dio cuenta, entonces Dios no conoce de antemano todas las cosas. Ni pueden señalar algún motivo por el cual él habría dejado ese lugar vacío a propósito durante tanto tiempo. Mas si él conocía de antemano y tenía en su mente la creación que debía llevar a cabo en el futuro, entonces él mismo la realizó, una vez que la hubo concebido en sí mismo.

3,2. Dejen, pues, de andar pregonando que algún otro creó el mundo; pues cuando Dios lo concibió en su mente, se hizo lo que él había concebido. Porque es imposible que un ser haya concebido en su mente, y otro realizado lo que el primero había concebido. Y según esos herejes: ¿Dios ha concebido en su mente un mundo eterno o temporal? En ambos casos su respuesta no es digna de fe. Porque si desde siempre concibió en su mente los seres espirituales e invisibles, entonces éstos serían eternos. Mas si el mundo es tal como es, aquel que lo había concebido tal como es, él mismo lo habría hecho tal cual es; o sea, que en la mente del Padre ya habría estado determinado que existiese [718] tal y como lo había concebido: compuesto, mudable y pasajero. Pero en este caso, si el mundo es tal como el Padre lo había planeado por sí mismo, entonces queda plenamente ratificada la creación por obra del Padre. Y si fue planeado por la mente del Padre de todas las cosas, y llevado a cabo exactamente como había sido concebido, entonces decir que el mundo es fruto de la penuria es un engendro de la ignorancia y una enorme blasfemia. Pues, según sus teorías, el Padre habría concebido en su mente y planeado en su corazón emitir una penuria que por ignorancia produjese un fruto; puesto que todo se hizo conforme a la mente que lo había concebido.

1.4. Sombra y vacío: ¿limitaciones del Ser supremo?

4.1. Ciertamente hay que buscar la razón de la Economía de Dios. Lo que no podemos hacer es atribuir a otro la creación del mundo. Debemos decir que Dios planeó todas las cosas para que existiesen como fueron hechas; pero no tenemos derecho de elucubrar una sombra y un vacío (151). ¿De dónde habría salido ese vacío? Se pregunta uno si habría sido emitido del mismo que ellos hipotizan como Padre emisor de todas las cosas, y por lo tanto participaría con los otros Eones del mismo honor y parentesco, o si quizás sería anterior a ellos. Porque si fue emitido por el mismo (Padre) que ellos, entonces también sería semejante al que lo emitió, así como a los (Eones) igualmente emitidos por el mismo. Entonces por fuerza su Abismo, así como su Silencio, serían semejantes al vacío, [719] en otras palabras, estarían vacíos; pero también los demás Eones, hermanos del vacío, serían de substancia vacía.

Mas si no fue emitido, habría sido engendrado y nacido por sí mismo, al mismo tiempo que el Abismo, el cual, según ellos, es el Padre de todas las cosas. En tal caso, el que ellos tienen por Padre de todas las cosas participaría de la misma naturaleza y honor que el vacío. Porque éste, o ha sido emitido por otro, o ha sido engendrado y nacido por sí mismo. Pero si el vacío fue emitido, entonces también está vacío su emisor Valentín, así como están vacíos sus seguidores. Si por el contrario no fue emitido, sino que se engendró y nació por sí mismo, entonces un tal vacío es semejante, hermano y de la misma dignidad, que el Padre que Valentín predica; más antiguo, pues existiría mucho antes y más venerable que los demás Eones de Ptolomeo, de Heraclio y de todos los que piensan como ellos.

1.5. ¿El mundo nació de la ignorancia?

4,2. Si, apretados por estos argumentos, confiesan que el Padre universal contiene todas las cosas y que nada hay fuera del Pléroma (pues de otra manera por fuerza éste quedaría delimitado y abrazado por otro ser mayor que él), entonces cuando ellos hablan de «afuera» y de «adentro» querrán referirse a los ámbitos del conocimiento y la ignorancia, y no a la posición local. Si en el Pléroma o en el dominio del Padre el Demiurgo o los Angeles han fabricado todo cuanto conocemos, entonces estas cosas están contenidas dentro de su «Grandeza inefable» o como en el centro de un círculo, o como una mancha en un vestido. Pero en primer lugar, ¿qué raza de Abismo es ése que tolera se le imprima en su seno una mancha y permite que algún otro fabrique y emita algo a espaldas de su conocimiento? Esto sería introducir en el Pléroma universal una suciedad, cuando desde el principio podría haber borrado aquella mancha; y también podría desde el principio no haber permitido recibir en su seno esas emisiones hechas con ignorancia y pasión, ni la creación fabricada con penurias. [720] Pues quien después corrige una caída y lava una mancha, podría haber estado mucho más atento para que desde el principio nadie lo manchase.

Mas si al principio toleró todo porque no era capaz de impedir que le hiciesen tales cosas, entonces por fuerza todas las cosas seguirán siendo las mismas: si unas cosas no pudieron ser evitadas desde el principio, ¿cómo podrán ser enmendadas más tarde? ¿O cómo pueden ellos andar diciendo que los seres humanos han sido llamados a la perfección, cuando las mismas causas de los hombres, es decir el Demiurgo y los Angeles, son producto de la penuria? Pero, si por ser misericordioso (el Abismo) ha tenido compasión de los seres humanos en los últimos tiempos y los hace perfectos, debió tener compasión en primer lugar de aquellos que fueron hacedores de los seres humanos para hacerlos perfectos. De esta manera también los seres humanos habrían sido receptáculo de su misericordia, ya que habrían sido hechos perfectos por seres perfectos. Pues, si tuvo misericordia de su obra, mucho más debió tenerla primero de aquéllos, para no permitirles caer en tan gran ceguera.

1.6. La Luz y la sombra

4,3. Si todas las cosas hechas quedaron contenidas en el Padre, también queda en ruinas su predicación acerca de la sombra, en la cual, según dicen, se llevó a cabo nuestra creación. Porque, si ellos opinan que la Luz de su Padre es tal que puede llenar e iluminar todas las cosas que están en su seno, ¿cómo era posible que el vacío y la sombra estuviesen extendidos en el Pleroma y la Luz del Padre? Para postularlo ellos tendrían que imaginar un lugar dentro del Protopadre y del Pléroma que no estuviese iluminado y vacío de todo, en el cual los Angeles y el Demiurgo pudiesen hacer lo que les viniese en gana. Y no podría ser un espacio pequeño, pues debería contener una creación tan grande. Por tanto tendrían que admitir en el seno de su Padre un lugar vacío, sin forma y tenebroso, en el cual habrían sido hechas todas las cosas creadas. Si así lo enseñan, ofenden la Luz de su Padre, [721] al afirmar que no puede iluminar ni llenar lo que está en su seno. Mucho peor: al decir que todo es fruto de la penuria y la ignorancia, introducen la penuria y el error en el Pléroma y en el mismo seno del Padre.

5,1. Contra quienes afirman que este mundo fue hecho fuera del Pléroma y del dominio del Dios bueno, baste lo que hemos dicho hasta el momento: ellos quedarán excluidos junto con su Padre, por aquel que se halla fuera del Pléroma, y en el cual ellos necesariamente acaban. Contra quienes dicen que este mundo fue creado dentro de los ámbitos del Padre, por algunos otros, vienen a cuento los argumentos que hasta aquí han probado sus absurdos e incongruencias: ellos deben, o confesar que todo cuanto existe en los dominios del Padre es luminoso, lleno y activo, o tachar a la Luz del Padre de no ser capaz de iluminar, o finalmente declarar que, como la creación, todo el Pléroma está vacío, desordenado y lleno de tinieblas. En cuanto al resto de la creación, la desprecian por temporal, terrena y hecha de polvo: o deberán dejar de menospreciarla por esos motivos, al reconocer que se hallan en el Pléroma y en el seno del Padre, o echar encima de todo el Pléroma los mismos reproches.

1.7. La causa de la ignorancia

También se halla en sus doctrinas que su Cristo es la causa de la ignorancia. [722] Según ellos, cuando éste formó la substancia de su Madre, la arrojó del Pléroma, es decir, la privó del conocimiento. En otras palabras, él mismo creó la ignorancia, al separarla de la gnosis. Pero ¿cómo pudo el mismo (Cristo) conceder la gnosis a los otros Eones anteriores a él, y en cambio ser causa de la ignorancia de su Madre (152)? Porque la habría colocado fuera de la gnosis al echarla del Pléroma.

5,2. Más aún, dicen que, si se está dentro o fuera del Pléroma según se esté dentro o fuera de la gnosis -como afirman algunos de ellos (es decir que aquel que está en la gnosis está dentro de lo que conoce)- tendrán que concluir que el mismo Salvador, al que llaman «Todas las Cosas», necesariamente existió en la ignorancia. Porque, en su opinión, habiendo él salido del Pléroma, formó a su Madre. Así pues, si aqul que está fuera del Pléroma ignora todas las cosas, y el Salvador salió para formar a su Madre, entonces el Salvador mismo se situó fuera de la gnosis de todas las cosas, es decir en la ignorancia. ¿Cómo podía en tal caso comunicarle la gnosis, si él mismo se hallaba fuera de ella?

Y, como también nosotros quedamos fuera de la gnosis, dicen que estamos fuera del Pléroma. Y añaden: si el Salvador salió del Pléroma para buscar la oveja perdida (Lc 15,6), y el Pléroma es la gnosis, entonces él mismo se puso fuera de la gnosis, es decir en la ignorancia. Pues, o bien ellos admiten que se sale del Pléroma por movimiento local, [723] y entonces caerán en todas las contradicciones que acabamos de señalar; o bien, si dicen que la gnosis y la ignorancia deciden si se está adentro o afuera, entonces su Salvador, y mucho antes de él su Cristo, se habrían hallado en la ignorancia, puesto que salieron para formar a su Madre, es decir fuera de la gnosis.

5,3. Estos argumentos también sirven para impugnar a quienes enseñan cualquiera de las teorías acerca de que el mundo fue hecho por los Angeles o por cualquier otro fuera del Dios verdadero. Todos los reproches que arrojan contra el Demiurgo y contra todas las cosas materiales y temporales que fueron creadas, acaban por arrojarlos contra el Padre, puesto que todas las cosas fueron hechas en el seno del Pléroma, pues empezaron a existir y volverán a desaparecer según el parecer y la voluntad del Padre. Porque la causa de esta obra no es el Demiurgo, aunque él se imagine serlo, sino aquel que le concedió y aprobó que en sus dominios se hicieran todas las cosas como fruto de la penuria y del error: que las cosas temporales fuesen hechas en los dominios eternos, las corruptibles en el de las incorruptibles, y los productos del error en el ámbito de la verdad. Mas si no hizo todas las cosas con la aprobación y voluntad del Padre universal, en tal caso es más poderoso, fuerte y soberano aquel que hizo todas las cosas en sus propios dominios, sin que éste lo consintiese. Y si su Padre se lo concedió sin estar de acuerdo con ello, como algunos andan diciendo, o bien pudiendo prohibirlo se lo concedió por verse forzado a ello, o porque no tenía poder para negarlo. Pero si no podía hacerlo, se trata de un ser incapaz y débil; si podía hacerlo, entonces habrá que hablar de él como de un siervo de la necesidad, seductor e hipócrita, que no consiente, pero concede como si consintiese. Y habiendo consentido al principio que el error surgiera y fuera creciendo, sólo en los tiempos siguientes ha tratado de destruirlo, cuando ya muchos han perecido por ser frutos de la penuria.

5,4. Es indecente decir que el Dios supremo, libre y dueño de sus acciones, ha tenido que someterse a la necesidad, de modo que haya debido ceder en aquello que no consentía: de esta manera la necesidad sería mayor y más soberana que Dios, pues aquel que tiene más poder es anterior a todo. Desde el principio él debería haber quitado la causa de la necesidad, [724] y no someterse él mismo a la necesidad de conceder cualquier cosa indigna de él. Porque era mejor, más congruente y más divino, librarse desde el principio de cualquier necesidad, que más tarde, arrepentido, tratar de erradicar tantos frutos de la necesidad. Y si el Padre universal está sujeto a la necesidad, debe caer también bajo el dominio del destino, teniendo que aguantar con enfado lo que se hace, no pudiendo evitar que la necesidad y el destino actúen, a semejanza del Zeus de Homero, el cual dice forzado por la necesidad: «Te lo concedí como si lo quisiera, pero contra mi voluntad» (153). Su Abismo se encuentra, pues, sumido como siervo en el abismo de la necesidad y el destino.

1.8. La ignorancia en los Angeles y el Demiurgo

6,1. ¿Cómo podían ignorar al primer Dios los Angeles y el Demiurgo, cuando se hallaban en sus propios dominios, siendo sus creaturas, y estando contenidos en él? Porque podían no conocerlo siendo él invisible, a causa de su eminencia; pero de ningún modo podían ignorarlo en su providencia. Pues, aunque habiendo descendido ellos se hubiesen encontrado muy lejanos de él, como los herejes andan diciendo, sin embargo, por su dominio sobre todos debían saber del dominador, y así podían reconocer como Señor de todas las cosas al que las había creado (154). Porque la potencia invisible de Dios a todos concede la intuición y sensibilidad de la mente para captar su majestad soberana y omnipotente (Rom 1,20). Por eso, aunque «nadie conoce al Padre sino el Hijo, ni al Hijo sino el Padre, y aquel a quien el Hijo se lo revelare» (Mt 11,27; Lc 10,22), sin embargo todos lo descubren cuando el Verbo, con el que está sellada su mente, los mueve y les revela al único Dios, Señor de todas las cosas (155).

6,2. Por este motivo todas las cosas están sujetas al Nombre del Altísimo y Omnipotente, y por su invocación los seres humanos se salvaban incluso antes de la venida de nuestro Señor, de los malos espíritus, de todos los demonios y de toda apostasía: no porque los espíritus terrenos [725] y los demonios lo hubiesen visto; sino porque sabían que Dios está sobre todas las cosas, y temían ante la invocación de su Nombre (Rom 9,5), así como tiemblan ante él todas las creaturas (Sant 2,19), los Principados, Potencias y todos los Poderes sometidos. ¿Acaso aquellos que están sujetos al imperio romano, aunque jamás hayan visto al emperador porque están muy separados de él por grandes extensiones de tierra y de mar, acaso no están informados de su dominio y del máximo poder de su gobierno? Y los Angeles que nos dominaban, o el Demiurgo del mundo que ellos hipotizan, ¿no iban a saber del Omnipotente, cuando los animales irracionales tiemblan ante él y se estremecen ante la invocación de su Nombre? Aunque no lo hayan visto, todas las cosas están sujetas al Nombre de nuestro Señor (Fil 2,10; 1 Cor 15,27), así como están sometidos al Nombre de aquel que ha hecho y creado todas las cosas, pues no hay otro Dios sino el que ha creado el mundo. Por eso los judíos hasta el día de hoy hacen huir a los demonios de la misma manera, pues todas las cosas tiemblan ante la invocación de aquel que las ha hecho.

6,3. Pero si ellos no aceptan que los Angeles sean todavía más irracionales que los animales irracionales, entonces deberán admitir que, aun cuando no hayan visto al Dios soberano, sin embargo reconocen su poder soberano. Pues sería ridículo que por una parte consintieran en que los seres sobre la tierra conozcan al Dios soberano, aunque no lo hayan visto; en cambio ellos mismos no toleren que aquellos a quienes confiesan que los han hecho a ellos mismos y todas las cosas, y a quienes ellos colocan en las alturas sobre los cielos, puedan conocer a aquel a quien ellos mismos conocen, a pesar de hallarse entre los seres más pequeños.

A menos que aquel a quien llaman su Abismo se halle bajo tierra en el Tártaro. Esto sí sería motivo para afirmar que ellos lo conocieron primero que los Angeles que habitan en las alturas. Porque ellos se han metido en tales locuras, que han llegado a juzgar loco al Demiurgo del mundo: gente de tal calaña no merece sino nuestra compasión, pues, locos de remate, dicen que él no conoció ni a su Madre, ni su linaje, ni el Pléroma de los Eones, ni al Protopadre, ni siquiera las cosas que él mismo hacía; porque, dicen ellos, estas cosas eran imágenes de los seres que están dentro del Pléroma, producidas por obra oculta del Salvador [726] que la llevó a cabo para honrar a los seres superiores.

1.9. Este mundo es copia del superior

7,1. Dicen, pues, que mientras el Demiurgo ignoraba todas las cosas, el Salvador mediante la creación rindió honor al Pléroma, emitiendo por medio de la Madre imágenes y semejanzas de las realidades superiores. Pero ya hemos demostrado cuán imposible es que fuera del Pléroma exista un lugar en el cual sean hechas dichas imágenes de las realidades interiores al Pléroma, o que la creación de este mundo haya sido hecha por alguien distinto del primer Dios. Pero si es fácil destruir enteramente sus argumentos y desenmascarar sus mentiras, contra ellos diremos que, si el Salvador hizo todas las cosas del mundo inferior a imagen de aquellos que viven en el superior, a fin de rendirles homenaje, entonces deberían durar para siempre, para que esas realidades honradas puedan gozar eternamente de dicho homenaje. Pero si estas cosas son caducas, ¿qué provecho se sigue de honra tan breve, de cosas que un tiempo no existieron, y dentro de poco ya no existirán? En tal caso su Salvador se muestra más sediento de gloria, que con deseo de honrar a las realidades superiores. Pues ¿de qué le sirve a los seres eternos el honor que puedan brindarles las cosas temporales, cuando ellos, siendo eternos, superan las cosas que perecen, y siendo incorruptibles, las cosas que se corrompen? Incluso entre los seres humanos, que somos pasajeros, de nada sirve un honor que pasa rápidamente, sino sólo aquel que dura en cuanto es posible. Pues si a un ser eterno se le quiere ofrecer en su honor las cosas hechas para que perezcan, con justicia podríamos más bien llamarlo un insulto; se trataría, pues, a los seres eternos de modo insultante, haciendo su imagen corruptible y perecedera. Y además, si su Madre no hubiese llorado, reído y sentido la angustia, ¿cómo habría tenido el Salvador motivo para honrar al Pléroma; puesto que entonces la extrema confusión (Achamot) (156) no habría adquirido un ser substancial, para tener con qué honrar al Protopadre?

7,2. ¡Oh vano honor de glorias vacías, el que pasa de repente [727] y desaparece! Vendrá un tiempo en el cual un honor de esa calaña ya no se le repute honorable, y entonces quedarán deshonradas las realidades superiores. Entonces será preciso que su Madre de nuevo se ponga a llorar y se llene de angustia en honor del Pléroma. ¡Qué imaginación tan incongruente y blasfema!

Me decís que el Hacedor del mundo emitió una imagen del Unigénito, que queréis identificar con la Mente del Padre universal (157); y me decís que esa imagen se desconoce a sí misma, ignora la creación, la Madre y todo cuanto pertenece a lo que existe y fue creado, ¿y no os da vergüenza de vosotros mismos, cuando atribuís la ignorancia al mismo Unigénito? Pues, si el Salvador hizo todas las cosas a semejanza de las realidades superiores, y si existe una ignorancia tan grande en aquel que fue hecho a semejanza del Unigénito, por fuerza la ignorancia que se encuentra en aquel que fue hecho a su imagen debe proyectarse en aquel a cuya semejanza fue hecho, y en un nivel pneumático. Porque, siendo ambos emitidos de modo espiritual (158), y no siendo ni plasmados ni compuestos, es imposible que en unas cosas hayan conservado la semejanza, y en otras se haya degradado la imagen de la semejanza; porque ambos habrían sido emitidos según la semejanza del Eón supremo.

Y si la imagen no fuese semejante, la falta recaería en el Salvador, el cual, como mal artífice, habría emitido una imagen desemejante. [728] Pero tampoco pueden alegar que el Salvador no tenía potencia al emitir, cuando ellos mismos lo llaman «el Todo». Así pues, si la imagen no se parece, entonces, según ellos, sería culpa del Salvador. Y si es semejante, entonces la misma ignorancia se hallará en la Mente de su Protopadre, o sea del Unigénito: ¡la Mente del Padre se ignora a sí misma, ignora al Padre, e ignora todas las cosas que por él fueron hechas! Mas si el Unigénito conoce todas estas cosas, es preciso que también aquel que el Salvador hizo a su imagen deba conocer las cosas que le son semejantes. De esta manera queda destruida la enorme blasfemia de sus creencias.

7,3. Por otra parte, ¿cómo las creaturas, siendo tan diversas, múltiples e innumerables, pueden ser imágenes de los treinta Eones que viven en el Pléroma, cuyos nombres, según ellos les han impuesto, hemos enumerado en el primer libro? Pero no sólo la universal variedad de las creaturas, pero ni siquiera una parte de ellas, celestiales, terrestres o acuáticas, pueden adaptarse a la pequeñez de su Pléroma. De que ese Pléroma consista en los treinta Eones, ellos mismos son testigos; mas de que en cualquiera de las partes de la creación que hemos mencionado se puedan enumerar no treinta sino miles de especies, cualquiera puede darse cuenta. [729] ¿Y cómo seres tan numerosos de la creación, compuestos de elementos contrarios, que se oponen entre sí y aun se matan unos a otros, pueden ser imágenes y semejanzas de los treinta Eones del Pléroma; puesto que ellos afirman que los Eones son de la misma naturaleza, y son iguales, semejantes y sin ninguna diferencia? Porque si las creaturas fuesen imágenes de los Eones, sería necesario concluir que, así como se habla de seres humanos por naturaleza buenos, también debería haber Eones emitidos buenos por naturaleza; y así como hay algunos seres malos por naturaleza, también debería hallarse su imagen proyectada en los Eones.

Añadamos que en el mundo unos seres son mansos, otros feroces, algunos no son dañosos, otros en cambio dañan y corrompen a los demás, unos vuelan, otros caminan sobre la tierra, otros nadan en el agua. Pues de manera semejante deberían ellos mostrar cómo también los Eones tienen los mismos caracteres, si es que son sus imágenes. Y «el fuego eterno, que el Padre preparó para el diablo y sus ángeles» (Mt 25,41), ¿de cuál de los Eones superiores será imagen según su exégesis, puesto que también ese fuego se cuenta entre las creaturas?

[730] 7,4. Algunos tal vez afirmen que las creaturas son imágenes del Deseo, el Eón que sucumbió a la pasión. En primer lugar hablarían de modo impío contra su Madre, pues según su hipótesis ella sería la que habría originado imágenes tan malas y corruptas; y en segundo lugar, ¿cómo serían imágenes de uno solo tantas cosas que existen, de naturaleza tan diversa y aun contraria? Pero aun cuando dijesen que hay multitud de Angeles en el Pléroma, y así puede haber muchas cosas que sean sus imágenes, ni siquiera con este truco puede mantenerse en pie su argumento. Porque primero deberían probar que las muchas diferencias entre los Angeles los hacen opuestos entre sí, así como en los seres de este mundo que serían sus imágenes, muchos son opuestos y contrarios. En seguida, siendo innumerables los Angeles que rodean al Demiurgo, como de ellos dice el profeta: «Miríadas de miríadas están de pie ante él, y miles de miles le sirven» (Dan 7,10), y como según ellos los Angeles del Pléroma deben tener como imágenes los Angeles del Creador, entonces la creación entera conservará la imagen del Pléroma; pero entonces ya sus treinta Eones no serán suficientes para igualar la multiforme variedad de seres creados.

7,5. Además, si estas cosas fueron hechas a imagen de aquéllos, aquéllos ¿a imagen de quién fueron hechos? Aceptemos con ellos que el Demiurgo del mundo no hizo por sí mismo las cosas creadas, [731] sino que un artífice inferior más inexperto y casi novicio aprendiz fue quien copió imágenes que le eran extrañas, pero ¿de dónde sacó su Abismo la imagen de aquel que emitió en su primera Economía? Se sigue que habría tomado la imagen de otro superior a él, y éste a su vez de otro. De esta manera la teoría de las imágenes se extenderá al infinito, así como también la de los dioses, si no mantenemos firme el pensamiento en un solo Dios que por sí mismo hizo todas las creaturas. ¿Cómo podemos pensar que el ser humano sea capaz de descubrir por sí mismo algo útil para su vida y, sin embargo, negar a Dios que realizó el mundo el que por sí mismo haya concebido la idea de las cosas creadas y dispuesto el orden del universo?

7,6. ¿Y cómo aceptar que las cosas del mundo sean imágenes de los Eones, si muchas les son contrarias y nada tienen en común con ellos? Pues, en efecto, muchos seres pueden ser mortales para sus contrarios, pero jamás podrán ser sus imágenes. Me refiero, por ejemplo, al agua y al fuego, a la luz y a las tinieblas, y a muchas otras cosas que no pueden ser imágenes la una de la otra. De manera semejante las cosas corruptibles, terrenas, compuestas y perecibles, no pueden ser imágenes de las cosas que ellos mismos reconocen como espirituales, a menos que las conciban también a estas últimas como compuestas, limitadas y dotadas de forma, y no como espirituales, sin forma, ricas e incomprensibles. Pues, para que fuesen verdaderas imágenes, sería preciso que estuviesen limitadas y fuesen figurativas, cosa que absolutamente les impediría el ser espirituales. Pero si ellos conciben dichas realidades como espirituales, sin figura e incomprensibles, ¿cómo tales seres sin figura e incomprensibles pueden ser imágenes de las que aquí existen limitadas por una figura?

7,7. Pero aún podrían inventar que estas cosas no son imágenes por la figura o la forma, sino sólo por el número y orden como fueron emitidas. En todo caso, no pueden afirmar que las cosas creadas sean imágenes de los Eones superiores. Pues ¿cómo pueden ser imágenes de aquellos que no tienen aspecto ni figura? [732] Pero tampoco pueden hacer corresponder el número de los Eones emitidos en las regiones superiores, con el de los seres creados. Basta ver que ellos hablan de treinta Eones, y se dan cuenta de que son innumerables los seres creados que según ellos serían sus imágenes, para darse cuenta de que justamente los acusamos de estar locos.

1.10. Este mundo es sombra de las realidades superiores

8,1. Algunos de ellos se atreven a decir que las creaturas son una sombra de las realidades de lo alto, en cuanto son sus imágenes. Si fuera así, se verían obligados a confesar que los seres superiores son cuerpos; porque desde arriba sólo cuerpos pueden proyectar una sombra, no los seres espirituales, ya que éstos no pueden dar sombra. Mas, aunque les concediéramos (lo que es imposible) que seres espirituales y luminosos puedan proyectar una sombra a la cual su Madre habría descendido, sin embargo, siendo dichos seres eternos, también la sombra que proyectan deberá durar para siempre; entonces las cosas creadas ya no serán transitorias, sino que durarán tanto cuanto aquellas realidades cuya sombra son. Pero si éstas pasan, por fuerza también aquéllas deben pasar; y si aquéllas duran, también éstas deben durar.

8,2. Tal vez algunos digan que si estas realidades son sombras, no lo deben a que haya otras realidades que las proyecten; sino al hecho de que están muy distantes. En este caso atribuyen a la Luz del Padre ser débil e incapaz de llegar hasta el mundo; le sería imposible llenar el vacío y deshacer la sombra (159), aunque no haya algún impedimento de por medio. Según ellos, la Luz del Padre se disuelve en oscuridad y queda ciega, hasta desaparecer en los espacios vacíos, por pura incapacidad de llenarlo todo. Mejor que dejen de enseñar que su Abismo llena todo el Pléroma, pues no ha sido capaz de llenar e iluminar el vacío y la penumbra. O, si prefieren, que dejen de hablar de vacío y sombra, [733] si es que la Luz del Padre lo llena todo.

1.11. Conclusión

8,3. Por consiguiente, no existe fuera del primer Padre, es decir, del Dios que está sobre todas las cosas, ni fuera del Pléroma, algún espacio en el cual el Deseo del Eón haya descendido, si no se quiere que el mismo Pléroma o el primer Dios quede limitado y circunscrito por ese espacio exterior que los contenga. Tampoco puede haber un vacío o una sombra, si es que desde antes existe el Padre, cuya luz no puede apagarse ni deshacerse en el vacío: sería, en efecto, irracional e impío suponer un lugar en el cual termine y quede limitado ése a quien ellos llaman Protopadre, Protoprincipio, Padre de todas las cosas y del Pléroma. Ni es posible, repetimos, afirmar que algún otro realizó tan excelente creación en el seno del Padre, sea que se suponga o no su consentimiento, por los motivos ya expuestos. De igual modo es impío e insensato afirmar que tan inmensa creación fue llevada a cabo por Angeles, o emitida por un ser que ignoraba al Dios verdadero dentro de su propio dominio. Ni es posible que las cosas terrenas, hechas de polvo, hayan sido creadas en su Pléroma, siendo éste enteramente espiritual. Ni pudo la multitud de cosas creadas, muchas veces contrarias entre sí, ser hecha según la imagen de las realidades superiores que, según ellos mismos dicen, son pocas, de naturaleza semejante y forman una unidad compacta. Igualmente falsas por todos sus costados son sus teorías sobre la sombra y el vacío. Queda, pues, probado el vacío de doctrina, la cual no es sino una invención incongruente. Vacíos más bien son aquellos que se les adhieren, para caer en el abismo de la perdición.

1.12. La fe universal en el único Dios Creador

9,1. Que Dios es el Demiurgo del mundo, consta aun por los muchos modos con los cuales quienes lo atacan, de hecho lo confiesan, cuando lo llaman Demiurgo y Angel; por no hablar de las Escrituras que en todas partes lo aclaman, y del Señor, quien predicó al Padre que está en los cielos (Mt 5,16.45; 6,1.9) y a ningún otro, como expondremos adelante. Baste por ahora el testimonio de los mismos que nos contradicen, que concuerda en el fondo [734] con el de todos los seres humanos: con el de los antepasados que desde el primer hombre conservaron por tradición esta convicción cantando al único Dios Demiurgo del cielo y de la tierra; con el de todos los que han venido después, a quienes los profetas les recordaron esta verdad sobre Dios; en fin con el de los gentiles, que lo han aprendido de la creación. Pues la creación misma manifiesta a aquel que la hizo: la hechura sugiere al que la fabricó, y el mundo muestra al que lo ordenó (160). La Iglesia extendida por toda la tierra ha recibido esta Tradición de los Apóstoles.

9,2. Constando así la existencia de este Dios, como hemos expuesto, y habiendo acogido el testimonio de todos, esa doctrina sobre el Padre del que ellos hablan, sin duda alguna, es incongruente y carece de autoridad. Simón Mago fue el primero en decir que él mismo era el Dios supremo y que el mundo había sido hecho por Angeles, y en seguida sus sucesores lo afirmaron, como ya mostramos en el primer libro, los cuales propagaron diversas opiniones impías e irreligiosas contra el Demiurgo; y cada vez sus discípulos hacen peores que los gentiles a los que se dejan persuadir por ellos.

En efecto, los paganos, «sirviendo a la creatura más que al creador» (Rom 1,25), y «a los dioses que no lo son» (Gál 4,8), sin embargo al menos atribuyen el grado supremo de la divinidad al Hacedor del universo. En cambio aquéllos dicen que éste es un producto de la penuria, lo llaman un ser psíquico que no conoce la Potencia que está sobre él, y por eso ha dicho: «Yo soy Dios, y fuera de mí no hay otro Dios» (Is 46,9). De este modo lo hacen un mentiroso, cuando ellos son los que mienten; y le atribuyen todo género de malicia porque, según su doctrina, imaginan que no hay un Dios sobre él (Ex 3,14); de este modo se desenmascaran como blasfemos contra el Dios verdadero, al inventar uno que no es Dios, para su propia condenación. Presumen de ser perfectos y de haber adquirido la gnosis de todas las cosas y, sin embargo, se han hecho peores que los paganos: su modo de pensar es peor y más blasfemo porque se lanzan contra su propio Hacedor.

10,1. Es, pues, irracional dejar de lado [735] al verdadero Dios, del que todos rinden testimonio, para buscar por encima de él al que no es Dios y que por nadie ha sido anunciado. Que con toda evidencia nadie lo ha predicado, consta por testimonio de ellos mismos. En efecto, de modo artificial retuercen la interpretación de las parábolas (161) para poder aplicarlas al Dios que han inventado: esto pone en claro que fabrican así a uno que nadie antes ha buscado. Cuando pretenden interpretar los pasos oscuros de las Escrituras (oscuros no en cuanto se refieran a otro Dios, sino a las Economías de Dios) fabrican a otro Dios, como hemos explicado, trenzando redes de arena para hacer degenerar las cuestiones más importantes en otras de menor monta. Porque una pregunta no se resuelve transformándola en otra; ni habrá persona sensata que trate de aclarar un pasaje oscuro por otra oscuridad, o un enigma por otro; sino que tales pasajes deben resolverse mediante otros que sean claros, evidentes y relacionados con éstos.

10,2. Ellos, pretendiendo explicar las Escrituras y las parábolas, introducen una cuestión de más envergadura e impía, acerca de si existe otro Dios sobre el Dios Creador del mundo. ¿A dónde lleva esto? No a resolver las cuestiones, sino a introducir en las preguntas menores una mayor, atándola con nudos insolubles. Por ejemplo, a fin de aparentar saber que saben (sin haberlo aprendido) para qué el Señor recibió a los treinta años el bautismo de la verdad, desprecian impíamente al Dios Demiurgo que lo envió para la salvación de los seres humanos. Otro ejemplo: no creen que por libre voluntad Dios creó las cosas materiales de la nada, y que hizo lo que no era para que fuese (2 Mac 7,28) usando su voluntad y el poder de su esencia; pero tratan de aparentar que son capaces de explicar de dónde procede la substancia material, y para ello fabrican teorías sin fundamento, en las cuales descubren su incredulidad: de esta manera, no creyendo en lo que es, han caído en las redes de lo que no es.

1.13. Su teoría sobre la obra creadora de Achamot

[736] 10,3. ¿Acaso no es vergonzoso y ridículo decir que de las lágrimas de la Madre (Achamot) brotó la substancia húmeda, de su risa la brillante, de su tristeza la sólida, de su temor la movible; y luego elevarse e hincharse de orgullo por su saber? Se resisten a creer en el Dios poderoso e infinitamente rico que creó la materia, ignoran el poder del ser espiritual y divino y, sin embargo, creen que su Madre, a la que llaman «mujer nacida de mujer» emitió, movida por las mencionadas pasiones, la creación de una materia tan abundante. Luego se preguntan de dónde el Demiurgo sacó la substancia de la creación; pero no se preguntan de dónde su Madre, a la que llaman el Deseo del Eón extraviado, sacó tal cantidad de lágrimas, sudores, tristeza y todo lo demás que necesitó para emitir la creación.

10,4. Atribuir la substancia de las creaturas al poder y voluntad del Dios universal, es creíble, aceptable y lógico. Por eso se ha dicho con justicia: «Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18,27); porque los seres humanos no son capaces de hacer algo de la nada, si no cuentan con materia ya existente. En cambio Dios es superior al hombre, ante todo porque él mismo proveyó para su obra la materia que antes no existía. Entonces, afirmar que del Deseo de un Eón extraviado fue emitida la materia, y que dicho Eón se separó yéndose lejos de la Enthymesis, y que, en consecuencia de ésta, brotó la pasión y el dolor del cual surgió la materia, es increíble, estúpido, imposible y absurdo.

11,1. No creen en el Dios supremo que creó en su propio dominio, por medio de su Verbo y por propia voluntad, los muchos y diversos seres, y por eso es el Demiurgo de todas las cosas, el sabio [737] arquitecto (162) y el gran Rey. En cambio creen que los Angeles o alguna Potencia separada e ignorante de Dios hizo el universo. Rechazan la verdad y resbalan a la mentira; perdieron el pan de la vida verdadera y cayeron en el vacío y en lo profundo de la sombra (163). Se parecen al perro de Esopo que, dejando el pan, se precipitó sobre su sombra y así perdió su comida.

De las palabras mismas del Señor fácilmente se puede mostrar que él ha confesado a un solo Padre (Mt 11,25) Demiurgo del mundo que plasmó al ser humano (164), al que la Ley y los profetas anunciaron, y no conoció a ningún otro; sino enseñó que éste es el Dios supremo, más todo lo referente al Padre, y que por sí mismo concede a los justos la adopción de los hijos (Jn 17,2-3), en lo que consiste la vida eterna.

11,2. Pero, como les gusta discutir todo y confundir, criticando todo lo criticable, presentándonos una multitud de parábolas y cuestiones, nos ha parecido bien tomar por esta vez la iniciativa, cuestionándolos en primer lugar acerca de sus doctrinas, para mostrar lo que en ellas no es verosímil y así cortar por lo sano su atrevimiento; y en seguida traer a colación las palabras del Señor (165). De esta manera no se sentirán con toda la libertad para poner ellos las cuestiones; sino que, siendo incapaces de responder a nuestras preguntas, y viendo cómo sus pruebas caen por tierra, o vuelvan al camino de la verdad, se humillen y dejen de lado sus múltiples fantasías, a fin de que, aplacando a Dios por lo que con sus blasfemias lo han ofendido, puedan salvarse; o si perseveran en esa vana gloria que ha invadido su alma, al menos modifiquen sus argumentos.

 

2. Refutación de la doctrina sobre el Pléroma

2.1. Teoría de los treinta Eones

2.1.1. Errores de la doctrina por defecto

12,1. Ante todo respecto a su Treintena, diremos que toda ella se viene abajo por dos lados: por defecto y por exceso. Ellos la basan en el hecho de que el Señor se hizo bautizar a los treinta años (Lc 3,23). [738] Una vez que caiga este argumento suyo, será claro que todos los demás vendrán abajo.

Sobre el error por defecto diremos lo siguiente: En primer lugar, ellos cuentan al Protopadre entre los demás Eones. Mas el Padre no debe enumerarse con el resto de lo que ha sido emitido, porque él no fue emitido junto con los demás seres, ni el ingénito con lo que fue engendrado, al que nadie puede abarcar con lo que él abarca y por tanto él es inabarcable, el que no tiene forma con los seres dotados de forma. Siendo él superior a todos los demás seres, no tiene por qué enumerarse entre ellos; el impasible e incapaz de errar no puede contarse con el Eón pasible y caído en el error. En el primer libro expusimos cómo ellos empiezan a contar la Treintena a partir del Abismo y terminan en la Sabiduría, a la que llaman el Eón extraviado. Ya hemos descrito el nombre de todos los demás Eones. Si no contamos al Padre entre ellos, ya no serán treinta los Eones emitidos, sino veintinueve.

12,2. En seguida dicen que la primera emisión fue del Pensamiento al que también llaman Silencio, y de éste a su vez fueron emitidos la Mente y la Verdad. Yerran en ambas teorías. Porque es imposible concebir como un ser separado el pensamiento o el silencio de alguien que, una vez emitido, tenga su propia figura. Si en cambio afirman que el Pensamiento no fue emitido hacia fuera, sino adherido al Protopadre ¿por qué lo han de enumerar con los demás Eones ya que éstos no están adheridos (al Protopadre), y por este motivo ignoran su grandeza? Si por otra parte admitimos su teoría de que está unido (al Protopadre): de este matrimonio inseparable tendrá que brotar también una emisión inseparable y unida, puesto que no puede ser sino semejante a aquel que la emitió. De ahí se seguiría que siempre serán uno y el mismo el Abismo y el Silencio, así como la Mente y la Verdad, siempre unidos el uno al otro, puesto que el uno jamás podrá entenderse sin el otro. Algo así como el agua no puede existir sin la humedad, ni el fuego sin el calor, ni la piedra sin la dureza, pues siempre están unidos y son inseparables uno del otro, sino que siempre coexisten: de modo semejante el Abismo y el Pensamiento tendrán que estar unidos, así como la Mente y la Verdad. Lo mismo se diga del Verbo y la Vida, emitidos por Eones unidos, [739] tendrán que estar unidos y formar uno solo. Y siguiendo el mismo argumento, el Hombre y la Iglesia, así como la emisión de cada una de las parejas, tendrá que mantenerlos unidos y coexistir siempre el uno con la otra. Según sus teorías, también tendrán que estar unidos el Eón femenino y el Eón masculino, puesto que éste es su complemento.

12,3. Si todo sucede como hemos dicho (puesto que ésta es su doctrina), es desvergüenza suya enseñar que el más joven de la Docena de Eones, al que llaman la Sabiduría, sin unirse (en matrimonio) con su pareja, al que llaman el Deseado (Theletòs), ha caído en una pasión y de modo independiente, prescindiendo de él, engendró un fruto al que llaman «mujer nacida de mujer». Tan grande es la locura en que han resbalado, que de modo evidente profesan dos doctrinas entre sí contrarias. Pues si el Abismo se unió con el Silencio, la Mente con la Verdad, el Verbo con la Vida, y así sucesivamente, ¿cómo podía la Sabiduría, sin unirse a su marido, experimentar la pasión y engendrar fuera del matrimonio? Porque si ésta pudo sufrir una pasión sin su pareja, por fuerza también las demás parejas podrán separarse y apartarse entre sí. Esto es absurdo, como arriba dijimos. Porque es imposible que la Sabiduría se haya sometido a la pasión sin el Deseado. Con esto queda deshecho todo su argumento: porque han puesto el inicio de la composición de todo el resto de su tragedia precisamente en la pasión que, según dicen, ella experimentó sin unirse a su marido.

12,4. Quizás, a fin de salvar desvergonzadamente sus vanas teorías, dirán que también las demás parejas se separaron entre sí, por culpa de la última pareja. En primer lugar, sería una afirmación imposible: pues ¿cómo podrán separar de su Pensamiento al Protopadre, de la Verdad a la Mente, de la Vida al Verbo, y de modo parecido el resto? Porque, si ellos mismos siempre recurren a la unidad, y dicen que todos los Eones son una sola cosa, ¿cómo es posible que las mismas parejas que están dentro del Pléroma no conserven la unidad, sino que pueden separarse entre sí, al punto de que uno de los Eones puede sufrir la pasión y engendrar sin el matrimonio con el otro, como una gallina sin el gallo?

12,5. He aquí una última manera de hacer caer su Ogdóada primigenia. En el mismo Pléroma se hallarían sobre todo el Abismo y el Silencio, [740] la Mente y la Verdad, el Verbo y la Vida, el Hombre y la Iglesia. Pero es imposible que el Verbo (166) coexista con el Silencio, o al revés, que el Silencio esté presente donde está el Verbo: porque uno a otro se descartan, así como la luz y las tinieblas no pueden coexistir en el mismo sitio, ya que donde hay luz no hay tinieblas, sino que la llegada misma de la luz disuelve las tinieblas. De manera semejante ahí donde hay Silencio no hay Verbo (Palabra); y donde hay Verbo no hay Silencio. Pero si dicen que el Verbo es interior (endiáthetos), entonces también el Silencio deberá serlo, y de igual modo el Silencio interior sería disuelto por el Verbo interior. Pero que no sea un Verbo interior, su misma teoría de la emisión (hacia fuera) lo está diciendo.

12,6. Que no digan, pues, que la primera y primigenia Ogdóada consta de Verbo y Silencio, sino que dejen fuera al Verbo y al Silencio. De este modo queda derruida su Ogdóada primera y primigenia. Porque, si enseñan que la unidad se da por parejas, su argumento cae por tierra por sí mismo: pues ¿cómo, estando unidas en matrimonio las parejas, la Sabiduría emitió sin su marido el fruto de la penuria? Mas si por el contrario afirman que cada uno de los Eones tiene su propia substancia, ¿cómo pueden coexistir en el mismo (Pléroma) el Verbo y el Silencio? Estos son sus errores por defecto.

2.1.2. Errores de la doctrina por exceso

12,7. También por exceso se destruye su Treintena, de esta manera. Dicen que, así como los demás Eones, el Límite fue emitido por el Unigénito. Y lo llaman con muchos nombres, como hemos descrito en el libro primero. Unos afirman que el Límite fue emitido a su semejanza por el Unigénito, otros que por el Protopadre. El Unigénito también habría emitido al Cristo y al Espíritu Santo, a los cuales no enumeran entre los Eones del Pléroma, así como el Salvador, a quien también llaman el Todo. Hasta un ciego podría ver que no sólo fueron emitidos treinta Eones, sino junto con estos treinta otros cuatro. Ellos cuentan en el Pléroma al mismo Protopadre y a todos los demás que se emitieron sucesivamente unos a otros.

¿Por qué, entonces, no se van a enumerar junto con ellos a los que existen en el mismo Pléroma, emitidos de modo semejante? ¿Qué motivo plausible podrán alegar, [741] para no enumerar con los demás Eones al Cristo, el cual, según dicen, fue emitido por el Unigénito por voluntad del Padre, ni al Espíritu Santo, ni al Límite también llamado la Cruz, ni al Salvador que vino a auxiliar y a formar a su Madre? ¿Acaso porque éstos sean más débiles que aquéllos, y por ese motivo indignos de llamarse Eones y contarse entre éstos, porque éstos son mejores y distintos? ¿Pero cómo pudieron resultar tan inferiores, si fueron emitidos para reafianzar y aun corregir a los otros? Sin duda no pueden ser superiores a la primera y primigenia Cuaterna, pues por ella fueron emitidos, y dicha Cuaterna se cuenta en la Treintena. Sería, pues, necesario contarlos también a éstos en el Pléroma de los Eones, o quitar a estos Eones el honor de su nombre.

12,8. De esta manera, como hemos demostrado, su Treintena queda deshecha, tanto por exceso como por defecto. Porque, tanto si falta como si sobra algo al número, éste no se mantiene, ¿cuánto más si es tan grande el exceso? Luego su fábula sobre la Ogdóada, como sobre la Docena, es absurda, así como toda su teoría, una vez que su base misma ha sido hecha añicos y ha sido precipitada en su Abismo, quiero decir disuelta en la nada. Mejor que se pongan a investigar otras causas por las cuales el Señor recibió el bautismo a los treinta años, por qué los Apóstoles fueron doce, por qué el flujo de sangre que padeció la mujer, y la solución de tantos delirios por los cuales se fatigan.

2.2. Las sucesivas emisiones

2.2.1. Emisión de la Mente y la Verdad

13,1. Ahora demostramos que es errada la primera serie de sus emisiones. [742] Dicen que del Abismo y de su Pensamiento han sido emitidos la Mente y la Verdad. Esto es contradictorio. Porque la mente es el primero y más elevado elemento, principio y fuente de toda producción interior; el pensamiento, en cambio, brota de ella, como un movimiento que se refiere a un objeto cualquiera. Luego no es posible que el Abismo y su Pensamiento hayan emitido la Mente. Mucho más verosímil habría sido decir que ambos vienen del Protopadre, y que de la Mente fue emitido el Pensamiento como hijo: pues el Pensamiento no es padre de la Mente, como ellos dicen, sino que ésta es madre del Pensamiento.

¿Y cómo pudo ser emitida por el Protopadre la Mente? Esta mantiene la dirección del proceso escondido e invisible del cual se generan el sentimiento, el pensamiento, la reflexión y los demás frutos de este tipo, que no son otra cosa que la misma mente; pero, como acabamos de decir, en cuanto son movimientos enderezados hacia un objeto particular, reciben distintos nombres según sean más duraderos e intensos (pero no porque se muden en algo distinto). Estos actos se originan en el pensamiento, después se les atribuye un nombre y se expresan mediante la palabra; en cambio la Mente se mantiene en el interior, creando, disponiendo y gobernando libremente y por propia decisión, y tal como quiere, todos los movimientos que hemos indicado.

13,2. Pensamiento se le llama, efectivamente, al primer movimiento de la mente hacia un objeto. Si dura y se incrementa e invade el alma, es llamado reflexión; si dicha reflexión se detiene mucho tiempo en una cosa y la saborea, es llamada sensación; esta sensación, si se prolonga, es llamada consejo; cuando el consejo se prolonga e intensifica el movimiento, es llamado discurso interior; cuando este discurso se desenvuelve en la mente, con toda propiedad es llamado palabra (verbo interior), la cual, una vez expresado, es llamada palabra (verbo) pronunciada.

[743] Sin embargo, todos los movimientos que acabamos de describir son una y la misma actividad que se origina en la mente y según se desarrolla va adquiriendo nombres diversos. Así como el cuerpo humano: primero es un cuerpo infantil, luego adulto, y finalmente senil. Recibe distintos nombres según su duración y desarrollo; pero no porque cambie su substancia ni porque desaparezca el cuerpo. De modo semejante la mente: cuando alguien contempla una cosa, piensa en ella; cuando piensa en ella, la valora; cuando la valora, reflexiona; cuando reflexiona, produce un discurso interior; y cuando produce este discurso, habla. Y, como arriba dijimos, la mente controla todo este proceso, siendo ella invisible; y ella es la que, mediante el proceso descrito, emite la palabra como su irradiación; pero no es la palabra la que emite a la mente.

13,3. Todo lo anterior se afirma cuando hablamos del hombre compuesto por naturaleza de cuerpo y alma (167). Pero decir que de Dios se engendró el Pensamiento, del Pensamiento la Mente, de ésta el Verbo, es tratar estas emisiones de modo incorrecto; porque es describir las actividades internas, las pasiones y decisiones del ser humano, ignorando a Dios; pues aplican el proceso que siguen los seres humanos para hablar, al Padre de todas las cosas, al que luego llaman el desconocido de todos, incluso le niegan que haya creado el mundo [744] (dicen que para no rebajarlo), y sin embargo le atribuyen todas las actividades interiores y las pasiones de los hombres.

Si conociesen las Escrituras y se dejaran educar por la verdad, aprenderían que Dios no es como los seres humanos, ni sus pensamientos son como los del hombre (Is 55,8-9). Pues el Padre de todas las cosas dista mucho de las acciones y pasiones humanas, es simple, no es compuesto, no consta de miembros diversos, todo su ser es igual a sí mismo; es todo intelecto, todo espíritu, todo sentimiento, todo pensamiento, todo verbo, todo oído, todo ojo, todo luz y todo bien de todos los bienes, como afirman de Dios los hombres de fe y piadosos (168).

13,4. El está sobre todas las cosas, y por eso es inefable. Se puede afirmar con rectitud y justicia que es un intelecto que abarca todas las cosas, pero no de modo semejante al intelecto de los seres humanos. También se le puede llamar luz, pero no a la manera de nuestra luz. Y así sucesivamente: el Padre de todas las cosas no es en nada igual a la pequeñez humana; y, aunque nosotros podemos hablar de estas cosas en él por motivo de su amor, sin embargo hemos de entender que siempre nos supera en grandeza. Así pues, aun en el ser humano su mente no es emitida ni se separa de él mientras viva; ella emite las demás actividades, pero éstas no son sino movimientos y disposiciones interiores que se manifiestan; mucho más tratándose de Dios, [745] que es todo intelecto: éste no se separa de él, ni éste lo emite como un ser distinto.

13,5. Si Dios emitió un Intelecto (sensus) (169), según ellos dicen tendría que haberlo emitido como algo corporal y compuesto, a fin de que pudiera tratarse de dos seres separados: el Dios emisor y el Intelecto emitido. Tampoco pueden decir que el Intelecto emitió un Intelecto, porque entonces dividirían y separarían en partes el Intelecto de Dios.

Además, ¿de dónde lo habría sacado o en qué lo habría emitido? Porque, cuando alguien emite algo, lo emite en algún sujeto. ¿Y qué sujeto había anterior al intelecto de Dios, para que en él Dios lo hubiese emitido? ¿Hubo algún lugar capaz de contener el intelecto de Dios? Tal vez se les ocurra compararlo con el rayo de luz; pero éste recae sobre el aire que existe antes que el rayo y puede recibirlo: entonces que ellos indiquen algo que haya existido antes que el intelecto de Dios, y capaz de recibirlo. Y en seguida, así como vemos al sol bastante pequeño por la distancia desde la que emite sus rayos, sería preciso que también dijeran que el Protopadre emite su rayo fuera de sí y a larga distancia. ¿Qué pueden aducir ellos como lo que está fuera y distante de Dios, sobre lo cual pueda emitir su rayo?

13,6. Podrían también decir que no fue emitido fuera del Padre, sino dentro del mismo Padre, lo cual mostraría una emisión superflua: ¿cómo puede ser emitido algo preexistente dentro del mismo Padre? Pues la emisión es una manifestación al exterior, de aquello que ha sido emitido. Además se seguiría que, una vez emitido el Intelecto, también el Verbo emitido por él quedaría dentro del Padre, y de modo semejante todas las demás emisiones del Verbo. Tampoco podrían ignorar al Padre si estuvieran dentro de él; ni lo conocerían cada vez menos, a medida que se sucediera una emisión de otra, puesto que todas ellas quedarían envueltas por igual dentro de los confines del Padre. También serían todas ellas impasibles, estando en el interior del Padre, ni podrían algunas de ellas ser diferentes entre sí, pues en el Padre no hay diferencias.

A menos que se les ocurra decir que existen en el Padre [746] como en un círculo mayor otro menor, y en seguida otro más pequeño dentro de éste; o como una esfera o un cuadrado: el Padre contendría dentro de sí las emisiones de los Eones como esferas o cuadrados: cada uno de ellos estaría rodeado del inmediato mayor que lo envolvería como a uno menor; de esta manera el menor de todos quedaría en el centro y muy separado del Padre: por eso no conocería al Protopadre. Pero si dicen esto, entonces tienen que incluir a su Abismo, al mismo tiempo circundante y circundado. Se verían forzados a admitir que hay algo fuera de él que lo abraza, y de esta manera tendrían que multiplicar al infinito los que contienen y los contenidos. Siendo así, los Eones serían concebidos como cuerpos encerrados en sus límites.

13,7. Además, o confiesan que el Padre es vacío, o bien que todo cuanto en él se encuentra, de modo igual participa del Padre. Sucedería como en el agua: alguien puede producir figuras redondas o cuadradas, pero todas ellas participarán del mismo modo del agua; así también las figuras dibujadas en el aire o en la luz participarían igualmente del aire o de la luz. No de otra manera los que estuvieran dentro del Padre participarían de él de modo semejante, y la ignorancia no tendría lugar en ellos, pues ¿dónde cabría la ignorancia si todo lo llena la participación el Padre? Y si el Padre lo llena todo, no deja lugar para la ignorancia. Así queda también disuelta su teoría sobre las obras producidas por disminución (progresiva) y la emisión de la materia junto con el resto de las cosas creadas, a las que según ellos la pasión les proveyó de una substancia producto de la penuria. En cambio, si confesaran que el Padre es vacío, lanzarían la mayor de las blasfemias, pues le negarían su naturaleza espiritual. ¿Cómo puede ser espiritual aquel al cual se le niega incluso que pueda llenar lo que está en su interior?

2.2.2. Emisión del Verbo y la Vida

[747] 13,8. Lo que acabamos de decir sobre la emisión de la Mente, vale también contra los que siguen a Basílides y contra los demás Gnósticos, de los cuales éstos (los valentinianos) recibieron la doctrina de las emisiones, como ya hemos demostrado en el primer libro. Hace un momento hemos probado claramente que la emisión de la Mente o Intelecto que alegan, es imposible y absurda. Volvamos ahora la atención a las otras emisiones.

Dicen que de la Mente fueron emitidos el Verbo y la Vida, los hacedores de este Pléroma (inferior); y que el Logos o Verbo fue emitido al modo de la actividad mental humana; y, haciendo conjeturas ofensivas a Dios, dicen haber descubierto que el Verbo ha sido emitido por la Mente. Todos sabemos que esta afirmación es cierta cuando hablamos de la actividad humana; pero si hablamos de Dios, que es todo Mente, todo Verbo, como ya dijimos, nada se puede hipotizar que sea anterior o posterior, más nuevo o más antiguo en él; sino que todo lo que él es sigue siendo siempre igual, semejante y uno. De ahí que no pueda descubrirse en él una emisión que suponga etapas sucesivas.

Si alguien afirma que Dios es todo ojo y todo oído (pues en cuanto ve oye, y en cuanto oye ve), no yerra. Lo mismo se diga si alguien sostiene que él es todo Mente y todo Verbo, de modo que en su Mente está el Verbo, y el Verbo es su Mente (170). Todavía se estará hablando de un modo muy insuficiente sobre el Padre de todas las cosas, pero al menos de manera más decente que aquellos que atribuyen al Verbo eterno de Dios la generación de la palabra pronunciada por los seres humanos; éstos asemejan al origen del Verbo el origen y la emisión propias de su propia palabra humana. ¿Y en qué diferiría el Verbo de Dios, más aún el mismo Dios (que es Verbo), de la palabra de los seres humanos, si ambos han sido engendrados con el mismo sistema?

[748] 13,9. También erraron sobre la Vida, cuando dijeron que fue emitida en sexto lugar; en cambio es preciso ponerla en primer lugar, porque Dios es Vida, Incorrupción y Verdad. Y estos atributos no han sido emitidos en forma descendente; sino que se trata de nombres que atribuimos a las cualidades eternas de Dios, en cuanto es posible y digno para el ser humano hablar y oír acerca de Dios. Porque en el nombre de Dios también están comprendidos la Mente, el Verbo, la Vida, la Incorrupción (171), la Verdad, la Sabiduría, la Bondad y todos los atributos semejantes. Nadie puede afirmar que la Mente de Dios sea anterior a su Vida, pues su Mente es su Vida; ni la Vida es en él posterior a la Mente, puesto que aquel que es la Mente de todas las cosas, o sea Dios, nunca ha existido sin Vida. Mas si algunos de ellos dicen que en el Padre existía la Vida, pero que la emitió en sexto lugar para que el Verbo viva, deberían haber puesto su emisión mucho antes, en cuarto lugar, para que pudiese vivir la Mente y antes de ella su Abismo. Cuando enumeran al Protopadre junto con el Silencio, y a éste le adscriben una cónyuge, y en cambio no enumeran la Vida, ¿no están diciendo la mayor de las tonterías?

2.2.3. Emisión del Hombre y la Iglesia

13,10. Acerca de la siguiente emisión en sus teorías, o sea del Hombre y la Iglesia, los mismos padres de los Gnósticos disputan entre sí para probar sus propias invenciones, pero con ello se muestran los peores impostores. Dicen que sería más conveniente decir que el Verbo fue emitido por el Hombre, y no el Hombre por el Verbo, puesto que el Hombre existe antes que la Palabra (Verbo), y además éste es el Dios sobre todas las cosas.

Hasta aquí, en todo cuanto hemos expuesto, ellos han teorizado sobre la actividad interior, los movimientos de la mente, [749] los orígenes de la voluntad, la emisión de las palabras y cosas semejantes de los seres humanos, de manera que podría parecer verosímil; pero no son igualmente verosímiles sus aplicaciones que hacen a Dios. Pues cuando aplican al Verbo Divino las actividades humanas y las pasiones que ellos sienten dentro de sí mismos, para traducir por medio de estas pasiones humanas el significado, origen y emisión del Verbo (que habría tenido lugar en quinto lugar), pretenden enseñar misterios maravillosos, elevados e inefables que nadie más conoce, de los cuales habría dicho el Señor: «Buscad y hallaréis» (Mt 7,7). Por eso, dicen, investigan quiénes fueron engendrados por el Abismo, el Silencio, la Mente y la Verdad; y en seguida si de éstos provienen el Verbo y la Vida, y luego si del Verbo y la Vida proceden el Hombre y la Iglesia.

2.2.4. Origen de estas ideas en los antiguos poetas

14,1. Con mucha más verosimilitud y de modo más digno habló sobre el origen de todas las cosas Aristófanes, uno de los antiguos poetas cómicos, en su teogonía. El dice que de la Noche y el Silencio nació el Caos; en seguida, del Caos y la Noche nació el Deseo, y de éste la Luz, y de esta manera se produjo el primer origen de los dioses. Después vino de ellos una segunda generación de dioses, y entre ellos el Demiurgo del mundo: estos segundos dioses habrían plasmado a los seres humanos (172).

Ellos (los valentinianos) apropiándose de esta fábula han elaborado su doctrina sobre la naturaleza, cambiándoles solamente los nombres, [750] pero manteniendo el mismo origen de todas las primeras emisiones: a la Noche y el Silencio llamaron el Abismo y el Silencio; al Caos llamaron la Mente; en lugar del Deseo, por el cual según el poeta cómico fueron hechas todas las cosas, ellos pusieron al Verbo; en lugar de primeros y supremos dioses dieron forma a los primeros Eones; sustituyeron a los segundos dioses por su Madre que salió del Pléroma, y que según ellos dio origen a toda la Economía a la que llaman Ogdóada: de ésta habría salido la hechura del mundo y la plasmación de los seres humanos. ¡Y todavía presumen de ser los únicos que conocen los misterios inefables y desconocidos, cuando por todas partes los comediantes disfrazados recitan estas cosas en los teatros con voces más brillantes! Lo único que hacen es transferir las mismas fábulas a sus enseñanzas, o mejor dicho enseñan las mismas fábulas, cambiando solamente los nombres.

14,2. Y no sólo han recogido las ideas de los cómicos, para probarlas y proponerlas como propias; sino también han plagiado los dichos de los llamados filósofos que nada saben de Dios, los reúnen, los cosen como parches en vestidos desgastados, para fabricarse con palabras sutiles un fingido artificio. Piensan introducir de este modo una nueva doctrina, cuando lo único que están haciendo es sustituir con nuevas ficciones las mismas viejas e inútiles enseñanzas recosidas con retazos que huelen a impiedad e ignorancia.

[751] Tales de Mileto, en efecto, dijo que el agua es el principio de la generación de todos los seres: es lo mismo decir agua que Abismo. El poeta Homero enseñó que el Océano engendró a los dioses y que Tetis es la Madre (173): ellos los cambiaron por el Abismo y el Silencio. Anaximandro supuso el Infinito como principio de todas las cosas, pues contiene en sí como en semilla el origen de todo, y de él brotaron infinitos mundos: ellos transformaron esta teoría en el Abismo y los Eones. Anaxágoras, a quien se le dio el mote de el ateo, enseñó que los seres vivientes brotaron de semillas caídas del cielo sobre la tierra: ellos lo han traducido en semen de su Madre, y han añadido que ellos mismos son esta semilla: para quienes tienen sentido común, su afirmación no significa otra cosa sino que ellos son esas semillas ateas de Anaxágoras.

14,3. De Demócrito y Epicuro tomaron la sombra y el vacío, y los acomodaron a su doctrina. Estos filósofos fueron los primeros que hablaron de vacío y de átomos, y los llamaron, al primero, no ser y, al segundo, ser. También éstos (los Gnósticos) llaman ser a lo que está dentro del Pléroma, como aquéllos a los átomos, y no ser a lo que está fuera del Pléroma, como aquéllos lo llaman vacío. Por consiguiente ellos mismos, al situarse fuera del Pléroma, se han colocado en el mundo que no existe.

Además, cuando dicen que las cosas de este mundo son imágenes de las realidades superiores, han asumido las ideas de Demócrito y de Platón: Demócrito, en efecto, fue el primero que afirmó que muchas y diversas figuras salieron del todo para descender a este mundo; Platón, por su parte, llamó a la materia ejemplar y Dios. Siguiendo a dichos filósofos, éstos llamaron a las figuras (de este mundo) imágenes y ejemplares de aquellas realidades superiores: sólo cambiaron los nombres, y sin embargo se glorían de haber inventado y elaborado una ficción tan imaginaria.

[752] 14,4. También dicen que el Demiurgo sacó el mundo de una materia preexistente; mas antes de ellos lo dijeron Anaxágoras, Empédocles y Platón, inspirados, como se puede suponer, en su misma Madre. También enseñan que todas las cosas retornan a los elementos de que fueron hechas, y que aun Dios está sujeto a este destino, de modo que lo mortal no puede recibir la inmortalidad ni lo corruptible la incorrupción; sino que cada ser ha de volver a la substancia de su naturaleza: es lo mismo que afirman los poetas y escritores Estoicos, que se llaman así por motivo de la puerta (174), los cuales ignoran a Dios. Estos, tan incrédulos como aquéllos, asignaron la región que está dentro del Pléroma a los seres pneumáticos, la Región Intermedia a los psíquicos, y la tierra a los materiales. Contra este orden, dicen ellos, nada puede hacer Dios, porque cada uno de los seres antedichos tiene que volver al lugar que corresponde a su substancia.

14,5. También enseñan que cada uno de todos los Eones, para emitir al Salvador, puso en él como la flor de sí mismo. Esta teoría nada nuevo añade a la Pandora de Hesíodo: aquéllos aplican al Salvador lo mismo que éste a ella. De este modo los Gnósticos hacen del Salvador otra Pandora, cuando cada uno de los Eones le dio lo mejor que tenía. Su pretensión acerca de las comidas y de todas sus demás acciones (las cuales para ellos serían indiferentes; pues como nadie puede mancillarlos dada la bondad de su substancia [pneumática], coman lo que coman y hagan lo que hagan), no es otra cosa que cuanto se atribuyen a sí mismos los Cínicos, con los cuales comparten el mismo destino. Igualmente tratan de introducir en la fe las argucias y sutilezas de las cuestiones, propias de Aristóteles.

14,6. Su empeño por traducir en números todo el universo, no es sino una transferencia de los pitagóricos. Estos, en efecto, fueron los primeros que pusieron los números al inicio [753] de todas las cosas, postulando como principios el par y el impar, de donde, según ellos, derivan todas las cosas sensibles y no sensibles. En su opinión, de los impares vinieron los seres materiales y de los pares los mentales y las substancias: de estos dos elementos provinieron todas las cosas, así como una estatua proviene del bronce y la forma. Los Gnósticos aplicaron esta teoría a los seres existentes fuera del Pléroma.

El comienzo de lo mental sería aquello donde reside el primer significado que capta la inteligencia, el que ésta busca hasta que, fatigada, reposa en el uno indivisible. Así pues, el Uno sería el inicio de todas las cosas y la substancia de toda generación: [755] de él provienen la Díada, la Tétrada (Cuaterna), la Péntada (Quinteto) y todas las otras múltiples generaciones. Los Gnósticos atribuyen esto mismo a su Plenitud y a su Abismo: tratan de atribuirles sus matrimonios a partir del Uno. De este modo Marco, orgulloso de una doctrina que él presumía como propia, como si hubiese inventado algo más nuevo que los demás, lo único que hace es aplicar la Cuaterna de Pitágoras al origen y Madre de todas las cosas.

14,7. ¿Qué decir contra los Gnósticos? Todos esos de los que acabamos de hablar, y con los cuales éstos comparten sus teorías, ¿conocieron o no conocieron la verdad? Porque si la conocieron, entonces la venida del Salvador a este mundo fue superflua. En efecto, ¿para qué había de venir? ¿para dar a conocer a los seres humanos una verdad que ya sabían? Pero, si no la conocieron, y vosotros compartís sus ideas, ¿cómo podéis presumir de ser los únicos que poseen la verdadera y suprema gnosis, que no es diversa de la que gozan quienes no conocen a Dios? Usando una expresión contradictoria, llaman gnosis a la ignorancia de la verdad, a la que bien nombra Pablo «la vana palabrería de la falsa ciencia» (1 Tim 6,20). ¡De verdad su gnosis se desenmascara como falsa!

Algunos desvergonzadamente dicen que los seres humanos no conocían la verdad; entonces su Madre o el Semen del Padre (175) ha revelado los misterios de la verdad por medio de tales hombres, como por sus profetas, sin que lo supiera el Demiurgo. En primer lugar, tales invenciones no son de tal categoría que no pudiera entenderlas alguna persona: esos hombres sabían lo que decían, así como también sus discípulos y sucesores. En segundo lugar, si la Madre o el Semen conocían y daban a conocer la verdad, siendo el Padre la verdad, el Salvador (según su teoría) habría mentido cuando dijo: «Nadie conoce al Padre sino el Hijo» (Mt 11,27). Pues si lo conocía su Madre o su Semen, entonces no tiene ningún valor ese dicho: «Nadie conoce al Padre sino el Hijo»; a menos que ellos reconozcan que su Madre y su Semen son nadie.

2.2.5. Origen de la Decena y la Docena

14,8. Hasta aquí han usado la actividad interior humana como una analogía con la cual enredar a mucha gente ignorante de Dios. Parece que arrastran a algunos con la apariencia de verdad: los engañan poniéndoles comparaciones con las cosas a las que están habituados para explicarles cómo de Dios y de la Mente nacieron el Verbo de Dios, [756] la Verdad y la Vida: transforman estas emisiones en partos divinos. Sobre los (Eones) que emanaron de los susodichos, ninguna teoría verosímil, ninguna prueba, sino pura mentira. Se comportan como aquellos que usan de cebo el alimento que le gusta a un animal para atraerlo y atraparlo: se lo presentan poco a poco para que, acostumbrándose, llegue a recibirlo de su mano; pero una vez que logran atraparlo, lo atan fuertemente para poder arrastrarlo a donde les place.

Así hacen éstos. Poco a poco los persuaden por medio de discursos atrayentes para que se traguen la doctrina de las emisiones; pero en seguida les introducen los otros tipos de las demás emisiones incongruentes y absurdas. Les dicen que el Verbo y la Vida emitieron diez Eones, y otros doce fueron emitidos por el Hombre y la Iglesia. No tienen para sustentar esa doctrina ningún argumento, testimonio o razón verosímil en absoluto, sino que los imponen ciegamente, forzándolos a creer que de los Eones Verbo y Vida, que ya existían, fueron emitidos el Abismo y la Confusión, el Engendrado y la Unidad, el Innato y la Felicidad, el Inmóvil y la Mezcla, el Unigénito y la Beatitud. De modo semejante, del Hombre y la Iglesia habrían sido emitidos el Paráclito y la Fe, la Paternidad y la Esperanza, la Maternidad y el Amor, el Eterno y la Conciencia, el Eclesiástico y el Feliz, el Deseado y la Sabiduría.

14,9. Ya expusimos en el primer libro cómo narran las pasiones y el error de la Sabiduría, y cómo pasó por peligros y pereció buscando al Padre; también las obras realizadas fuera del Pléroma, y cómo el Demiurgo del mundo fue emitido por la penuria; asimismo hablamos del Cristo, [757] al que llaman el último de los Eones emitido, y del Salvador, que según ellos emanó de los Eones caídos. Si de nuevo los hemos mencionado por su nombre, lo hicimos para que vuelva a mostrarse con claridad lo absurdo de sus mentiras y la confusión de los nombres que han inventado. Insultan a sus Eones con todos estos nombres, más que los paganos. Estos al menos les ponen nombres creíbles y verosímiles a sus doce dioses, en los cuales los Gnósticos pretenden ver como imágenes de los doce Eones; aunque aquéllos (dioses) de los que son imágenes tienen nombres mucho más dignos y más significativos por su etimología, para designar a la divinidad.

 

3. Estructura del Pléroma

3.1. Sinrazones de la primera emisión

15,1. Volvamos al asunto de las emisiones. Que nos digan el motivo de una emisión de los Eones que no dependa para nada de los seres creados (176). Pues ellos afirman que aquéllos no fueron emitidos en función de los seres creados, sino que éstos fueron hechos en función de aquéllos; ni aquéllos serían imágenes de éstos, sino al contrario, éstos imágenes de aquéllos. Entonces ¿por qué hacen de los treinta días del mes la causa de que sean treinta los Eones? ¿por qué suponen que el día tiene doce horas (177) y el año doce meses por los doce Eones que existen dentro del Pléroma? y lo mismo se diga de todos sus delirios. Que nos muestren ahora la razón por la cual fue tal la emisión de los Eones; [758] por qué la Ogdóada provino como la emisión primera y primigenia, y no lo fueron ni una péntada ni una tríada ni una héptada (septeto) o cualquier otra cosa que se defina por números. Y por qué el Verbo y la Vida emitieron diez Eones, y no más ni menos; y también por qué el Hombre y la Iglesia emitieron doce, cuando podían haber emitido más o menos.

15,2. O por qué todo el Pléroma está dividido en tres: la Ogdóada, la Década y la Docena, y no contiene nada fuera de estos números; y por qué ha de estar dividido en tres, y no en cuatro o en cinco o en seis, o en cualquier otro número. Y eso que no aludimos también a los números de los seres creados. Porque dicen ellos que los seres superiores son más antiguos, y por eso tienen su propia causa anterior a la creación, y no necesitan buscar una causa que concuerde o esté relacionada con la creación.

15,3. Nosotros, en cambio, hablamos de la creación hecha de modo armonioso, pues en las cosas creadas una estructura está en armonía con otra; mas ellos, no pudiendo dar razón de por qué los seres superiores se han realizado por sí mismos, por fuerza caen en numerosas contradicciones. Nos cuestionan sobre la creación, como si fuésemos unos ignorantes; en cambio ellos, cuando se les pregunta sobre el Pléroma, lo que hacen es, o describir las actividades interiores del ser humano, o lanzar discursos acerca de la creación: [759] siempre vuelven a responder a las cuestiones sobre las que discurren, y no a las que se les pregunta. Porque no les interrogamos acerca de la actividad interna del ser humano, ni sobre la armonía del universo creado, sino por qué ese Pléroma que dicen fue hecho a imagen de las creaturas, se compone de ocho, diez y doce (Eones). Tendrán que confesar que su Padre hizo así el Pléroma al acaso y sin motivo alguno. De este modo presentarán a un Padre deforme, pues habría obrado irracionalmente. Pero si responden que el Padre, según su providencia, emitió según este sistema a los Eones en favor de las creaturas, para que ellos estén bien armonizados, entonces el Pléroma ya no habrá sido emitido por su propia causa, sino en función de aquella que sería en el futuro su imagen y semejanza (así como la maqueta de barro de una estatua no se fabrica por sí misma, sino en función de la que debe luego vaciarse en oro, plata o bronce). En este caso, la creatura sería de más valor que el Pléroma, si éste fue emitido en función de aquélla.

16,1. Pero si se niegan a admitir nuestros argumentos, porque tendrían que aceptar que ellos no pueden señalar ninguna causa por la cual su Pléroma fue emitido, se verán obligados a confesar que sobre su Pléroma hay otra realidad más espiritual y más soberana, a cuya imagen fue formado su Pléroma. Porque si el Demiurgo no ha llevado a cabo la creación según una figura hecha por él mismo, sino a semejanza de las realidades superiores, ¿de dónde su Abismo tomó las figuras según las cuales formó el Pléroma, o de quién recibió la figura para realizar las realidades que fueron hechas antes (que lo demás existiese)? (178) Porque, o bien se deberá mantener la opinión de que Dios hizo el mundo por propio poder y tomando de sí mismo el modelo del mundo; o bien, si prescindimos de este modo de actuar de Dios, será necesario andar buscando infinitamente de dónde habrán provenido las formas de la creación, el número de las emisiones y cuál ha sido su modelo. Mas si el Abismo fue capaz de emitir de sí mismo el modelo del Pléroma, [760] ¿por qué no le habría sido posible al Demiurgo hacer lo mismo al crear el mundo? Una vez más: si la creación es imagen de las realidades superiores, ¿por qué motivo no se puede afirmar que éstas no son a su vez imágenes de otras realidades más elevadas, y que sobre estas últimas hay otras más, para de esta manera ir añadiendo imágenes a imágenes al infinito?

16,2. Basílides cayó en la cuenta de esta dificultad (aunque estaba muy lejos de la verdad), e imaginó escapar de esta incongruencia postulando una infinita sucesión de seres hechos unos por otros mutuamente. Se le ocurrió una serie de trescientos sesenta y cinco cielos creados sucesivamente unos por otros según una mutua semejanza. Pretendió probar su teoría por el igual número de días, como antes hemos dicho, y sobre ellos estarían el Poder que él llama el Innombrable y su obra. Pero ni con esta argucia puede escapar de la aporía. Porque, cuando se le pregunta cómo llega a existir ese cielo que está sobre todos los demás, del cual según su teoría inició la sucesión de los demás cielos fabricados mutuamente, así como su propia configuración, responde que es una obra realizada por el Innombrable. Pero volvemos a lo mismo: o acepta que el Innombrable lo ha hecho por sí mismo, o por fuerza tendrá que postular otro Poder sobre él, del cual el Innombrable hubiese recibido el maravilloso modelo de todo lo que existe.

16,3. ¡Cuánto más seguro y razonable es confesar desde el principio y sin reticencias la verdad: que el Dios Demiurgo que creó el mundo es el único Dios, y que no hay otro Dios fuera de él, y que él mismo tomó de sí el modelo y la imagen de todo cuanto hizo! ¿No será mejor que perderse en tantos laberintos impíos, hasta verse obligado en un momento a asentar cabeza y confesar que de él procede el modelo de todas las cosas creadas?

16,4. Como no aceptamos las cosas portentosas que nos dicen, los valentinianos nos acusan de quedarnos en la Semana inferior, porque no elevamos nuestras mentes a lo alto, ni entendemos las cosas de arriba (Col 3,2). Es lo mismo que los discípulos de Basílides les achacan a ellos. Les dicen que no se han elevado más allá de la primera y segunda Ogdóadas, y que en su ignorancia piensan haber hallado en los treinta Eones al Padre supremo, sin ahondar con su mente en aquel Pléroma que está sobre los trescientos sesenta y cinco cielos y sobre las cuarenta [761] y cinco Ogdóadas. Pero cualquiera puede también atacar a los basilidianos inventando cuatro mil trescientos ochenta cielos o Eones, porque éstas son las horas que tienen los días del año. Y si alguien todavía añade las horas de la noche, entonces tendrá que duplicar ese número. De esta manera imaginará haber descubierto una gran multitud de Ogdóadas y una inmensa actividad de los Eones que se oponen al Padre supremo. Ese hombre podrá considerarse el más perfecto de todos, y a todos echará en cara el ser incapaces de elevarse hasta sus alturas, para contemplar la multitud de cielos y Eones que él ha descubierto, porque, faltándoles fuerzas, se quedan en este bajo mundo o en las etapas intermedias.

3.2. Producción de los demás Eones

17,1. Así, pues, su doctrina acerca de su Pléroma, sobre todo lo referente a la primera Ogdóada, envuelve grandes aporías y contradicciones. Ahora examinemos el resto. Nos vemos obligados a investigar acerca de cosas irreales, por motivo de su locura. Pero nos sentimos presionados a hacerlo porque se nos ha encargado indagarlo, y queremos que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4); y también porque tú mismo nos has pedido que te proporcionemos los argumentos para refutarlos desde todos los ángulos.

17,2. Se nos pregunta: ¿Cómo han sido producidos los demás Eones? ¿Unidos a aquel que los emitió como los rayos lo están al sol; o como partes y efectos, de modo que cada uno de ellos lo haya sido por separado y según sus propios caracteres, así como un ser humano proviene de otro ser humano y una oveja de otra oveja; o bien a la manera de un retoño, [762] como las ramas provienen del árbol? ¿Tomaron la misma substancia de aquellos que los emitieron, o fueron formados a partir de otra substancia? ¿Fueron emitidos simultáneamente, o en orden sucesivo, de modo que unos sean más antiguos y otros más recientes? ¿Fueron acaso producidos simples, uniformes y en todas sus partes iguales y semejantes, como un espíritu o como los rayos de luz, o compuestos y diferentes, constando de diversos miembros?

3.2.1. Como un ser humano de otro

17,3. Pueden alegar que fueron emitidos a semejanza de los seres humanos, producidos y engendrados cada uno de ellos por sí mismo. En tal caso deberían tener la misma substancia que el Padre y ser semejantes a su progenitor; pero si dicen que son diferentes, entonces por fuerza habrían sido hechos a partir de otra substancia. Si los Eones engendrados por el Padre le son semejantes, entonces tendrán que mantenerse impasibles, como aquel que los emitió. Pero si fueron hechos de otra substancia pasible, ¿dónde encontraron esa substancia tan diversa en el interior de un Pléroma incorruptible? Además, en esta hipótesis, cada uno de ellos tendría que suponerse separado y diverso de los otros, como los seres humanos; no podrían estar unidos ni mezclados unos con otros, sino cada uno de ellos demarcado por sus propios caracteres y delimitado en su propia medida: pero entonces no serían espíritus, sino cuerpos. Si es así, que dejen de hablar de un Pléroma espiritual, y que ya no se llamen a sí mismos hombres pneumáticos; pues aun sus Eones, a semejanza de los seres humanos, tendrían que sentarse a comer en torno a su Padre; y éste debería tener tales rasgos que los Eones emitidos por él pudieran reconocer.

3.2.2. Como una luz de otra

17,4. Pero si fueron emitidos como una luz de otra luz: [763] los Eones del Verbo, el Verbo de la Mente y la Mente del Abismo -como una llama de otra llama-, entonces los Eones deberían ser distintos unos de otros en grandeza, puesto que cada uno de ellos tendría la misma substancia de aquel que los hubiera emitido; y entonces, o bien todos ellos serían impasibles, o también su Padre estaría sujeto a cambios. Porque una llama emitida por otra, no tiene una luz diversa de la original. Por este motivo todas sus luces tendrían que recogerse en una luz primordial, siendo todas ellas en realidad una sola luz, la que existió al principio. Pero una luz más antigua y otra más nueva no se pueden distinguir de la luz misma -pues en resumidas cuentas hay una sola luz-. En consecuencia, en cuanto a la substancia todas ellas serían simultáneas, puesto que la materia de la llama es una sola; sólo habría distintos tiempos en que fueron encendidas, puesto que una lo habría sido antes y otra más tarde.

17,5. Por consiguiente la caída en la pasión afectaría con su ignorancia a todo su Pléroma, puesto que todo sería de la misma substancia, y todo el Pléroma habría caído en la ignorancia; pero en ese caso también su Protopadre sería igualmente ignorante. O por el contrario, todos los Eones tendrían que ser impasibles, y por lo mismo permanecerían para siempre como luces en el Pléroma. Entonces, ¿de dónde habría salido la pasión del más reciente de los Eones, si es una luz producida como todas las demás de la Luz del Padre, al que consideran impasible por naturaleza? ¿Y cómo se podría hablar de Eones más antiguos y más recientes, si una sola es la Luz de todo el Pléroma? Algunos dicen que los Eones son estrellas; pero aun así, deberían todos participar de la misma naturaleza. Pues, aunque es verdad que «una estrella es diferente de otra por su brillo» (1 Cor 15,41), sin embargo no son substancialmente diversas, en cuanto una pueda cambiar y otra sea impasible: porque, proviniendo todas de la misma Luz del Padre, todas tendrían que ser por naturaleza o bien impasibles e inmutables, o bien juntas con la Luz del Padre todas tendrían que estar sujetas a pasiones, corrupción y cambios.

3.2.3. Como las ramas de un árbol

17,6. Los mismos absurdos se siguen si dicen que, [764] así como de un árbol se producen las ramas, así también los demás Eones fueron emitidos del Verbo, como el Verbo fue engendrado por el Padre. Entonces todos tendrían la misma substancia del Padre, y entre sí diferirían sólo en tamaño, pero no en naturaleza, como los dedos de una mano. Si el Padre vive en la pasión y en la ignorancia, así también habrían sido engendrados los Eones. Pero si consideran impío atribuir al Padre pasiones e ignorancia, ¿cómo pueden atribuírselas al Eón que él ha emitido? ¿Y cómo pueden ellos tenerse por hombres religiosos, si atribuyen la misma impiedad a la Sabiduría de Dios?

3.2.4. Como los rayos emanan del sol

17,7. Pueden imaginar también que los Eones fueron emitidos como los rayos del sol, pues todos ellos tienen la misma substancia y el mismo origen: en todo caso, o todos ellos están sujetos a pasiones como aquel que los emitió, o como él son impasibles. Porque, en efecto, no pueden alegar que unos son impasibles y otros sujetos a pasiones, si provienen de la misma emisión. No pueden afirmar que todos son impasibles, pues si lo dijeran, ¿cómo habría podido sufrir el menor de sus Eones, si todos eran impasibles? Pero hipotizan que todos han tenido parte en lo que él sufrió, pues se atreven a decir que comenzó en el Verbo y luego decayó a la Sabiduría; puesto que ellos mismos arguyen que la pasión recayó en el Verbo, que procede de la Mente del Protopadre. Si fueran lógicos, deberían confesar que la Mente del Protopadre y el mismo Protopadre cayeron en las pasiones; porque el Padre no es compuesto como un animal, aparte de su Mente; sino que, como antes expusimos, la Mente es el Padre y el Padre es su Mente. Por fuerza, pues, el Logos que de él procede, más aún la misma Mente, por ser idéntica al Verbo, tendrá que ser perfecto e impasible. Y como los Eones que emitió deben tener su misma substancia, también habrán de ser para siempre perfectos e impasibles.

17,8. Por consiguiente el Verbo no ignoró al Padre [765] por ocupar el tercer lugar en el orden de generación, como ellos andan diciendo. Esto tal vez se podría tolerar en el caso del nacimiento de los seres humanos, pues éstos muchas veces no saben quién es su padre; en cambio en el caso del Verbo esto es imposible. En efecto, si el Verbo está en el Padre y tiene conocimiento, no puede ignorar a aquel en el que existe, es decir a sí mismo. Igualmente las Potencias que de él nacieron y siempre están ante él para servirlo, no pueden ignorar a aquel que las emitió, como los rayos no pueden ignorar al sol.

Por eso no es posible que la Sabiduría nacida de tal emisión y que habita en el Pléroma haya caído en pasión y por esta causa haya concebido tan grande ignorancia. Aunque es posible que la Sabiduría de Valentín haya nacido por una emisión del diablo, y por ello haya caído en todo tipo de pasiones y haya dado frutos de inconcebible ignorancia. Pues, ya que cuando ellos dan testimonio de su Madre, dicen que ella nació de un Eón perdido, sobra buscar el motivo por el cual los hijos de tal Madre siempre anden nadando en el Abismo de su ignorancia.

3.2.5. Lo absurdo de todas sus emanaciones

17,9. Fuera de estos tipos de emisiones, no entiendo cómo se pueden inventar otros. Pero, hasta donde sé, ellos tampoco han elucubrado otras clases de emisiones, aunque les hemos preguntado muchas veces y durante mucho tiempo acerca del tema. Lo más que siempre aciertan a decir es que cada uno de los Eones, al ser emitido, sólo conoce a su emisor, pero ignora al Eón anterior al que lo ha emitido. Ellos no saben ir adelante en la explicación acerca de cómo fueron emitidos, o cómo puede suceder algo semejante en un mundo pneumático. Sea cual sea la vía que emprendan, se van alejando del camino de la razón, cegándose tanto a la verdad que enseñan que el Verbo emitido por la Mente del Protopadre nació en la decadencia. En efecto, de lo que enseñan se seguiría que el Eón perfecto engendrado por el Abismo perfecto ya no es capaz de hacer otra emisión perfecta, pues siempre nacería ciega por ignorar la grandeza del Padre.

[766] Según dicen, el Salvador habría querido significar este misterio en el pasaje del ciego de nacimiento (Jn 9,1-41): de este modo el Unigénito habría emitido a este Eón ciego, o sea en la ignorancia, pues la ceguera y la ignorancia se identifican tratándose del Verbo de Dios, ya que habría sido emitido por el Padre sólo mediante otro (179). ¡Qué sofistas tan admirables, que investigan la profundidad del Padre desconocido, y describen los misterios celestiales «que los ángeles desean contemplar» (1 Pe 1,12)! ¡Ellos sí saben muy bien que la Mente de su Padre supremo ha emitido a un Verbo ciego e ignorante del Padre que lo emitió!

17,10. ¡Oh sofistas de cerebro tan vacío! ¿Cómo la Mente del Padre, o mejor dicho el Padre mismo, si es que éste es su misma Mente y en todo perfecto, emitió su Verbo como un Eón ciego e imperfecto? ¿Acaso no lo podía emitir de modo que desde el principio conociese al Padre, si es que, como decís, el Cristo que fue emitido después de todos los Eones nació perfecto? ¡Mucho más el Verbo, bastante más antiguo que el Cristo y emitido por la misma Mente, tendría que haber sido emitido perfecto y no ciego; ni el Verbo tendría por qué haber emitido a otros Eones más ciegos que él hasta llegar a la Sabiduría, la siempre ciega que ha dado a luz una tan grande multitud de males (180).

Y el responsable de todos estos males es vuestro Padre; pues decís que su grandeza y su poder son las causas de la ignorancia, y lo identificáis con el Abismo, al que llamáis con el nombre de Padre inefable. Pero, si como habéis ya decidido, la ignorancia es el único mal, y que de ella han brotado todos los males, y por otra parte decís que la causa de la ignorancia es la grandeza y el poder del Padre, entonces habéis probado que el Padre es el hacedor de todos los males. En efecto, afirmáis que la causa del mal es la incapacidad de contemplar su grandeza. Pues si al Padre le era imposible darse a conocer desde el principio a aquellos que él mismo había hecho, entonces el Padre es imperdonable, porque hizo a aquellos a quienes no podía quitarles la ignorancia. Pero decís que más tarde, cuando esa ignorancia se había extendido después que había crecido el número de emisiones, el Padre decidió por su libre voluntad hacer desaparecer esa ignorancia sembrada en los Eones: ¿cómo no habría podido querer que desde el principio no existise esa ignorancia, [767] sólo con no haberla permitido?

17,11. Como además se hizo conocer cuando quiso, no sólo de los Eones, sino en los últimos tiempos también de los seres humanos, entonces si no fue conocido desde el principio, fue porque él no lo quiso, siendo la voluntad del Padre, como ellos dicen, la causa de la ignorancia. Pero si conocía de antemano lo que habría de suceder, ¿por qué no disipó la ignorancia de los Eones antes de que ella se disipara por sí misma, en lugar de arrepentirse más tarde y tratar de enmendarla emitiendo al Cristo? Pues si pudo dar a todos el conocimiento por medio de Cristo, mucho antes podría haberlo hecho por medio del Verbo que, dicen, es el Primogénito y el Unigénito. Mas si, habiéndolo sabido de antemano, determinó que así sucediese, entonces siempre estarán vigentes la obras de la ignorancia y jamás pasarán; porque si ellas pasaran, habiendo existido por voluntad del Padre, también con ellas pasaría su voluntad; o bien, si la ignorancia se acabara, con ella se acabaría también la voluntad del que decidió que así fuera su naturaleza.

Si el Padre es inaccesible e inabarcable, ¿cómo podrían hallar reposo los Eones recibiendo la gnosis perfecta? Porque ellos pudieron tenerla antes de caer en la pasión: pues la grandeza del Padre no habría disminuido porque ellos supiesen desde el principio que el Padre es inaccesible e inabarcable. Mas si no lo conocían por causa de su grandeza sin medida, pero debía conservar impasibles a los Eones que él había engendrado, por causa de su amor inmenso (Ef 3,19), ningún impedimento habría habido, más aún, hubiera sido de lo más útil que desde el principio supiesen que el Padre es inaccesible e inabarcable.

3.2.6. La Sabiduría y la ignorancia

18,1. ¿Cómo no advertir la tontería del decir que la Sabiduría cayó en la ignorancia, la degradación y la pasión? Estas cosas son extrañas y aun contrarias a la Sabiduría: porque donde hay ignorancia [768] y falta de juicio práctico, ahí la Sabiduría está ausente. Que dejen de hablar, pues, de la Sabiduría como del Eón que cayó en la pasión, y que, o renuncien a llamarla con este nombre, o a atribuirle la pasión. En este caso tampoco pueden hablar de un Pléroma totalmente pneumático, si en él se encuentra este Eón tan lleno de pasiones. Ni siquiera un alma (psyché) podría ser así, mucho menos una substancia pneumática.

3.2.7. El Deseo y la pasión

18,2. Además, ¿cómo su Deseo podía separarse junto con la pasión para devenir en otro ser? El deseo siempre existe en referencia a algo, nunca por separado: un deseo malo queda absorbido por uno bueno, como la enfermedad por la salud. ¿Entonces cuál fue el Deseo que precedió a la pasión? Buscar al Padre y contemplar su grandeza. ¿Y cómo la Sabiduría más tarde se curó de esta tendencia? Descubriendo que el Padre es incomprensible y no se le puede hallar. Por consiguiente no sería bueno querer conocer al Padre, ya que esto fue lo que la hundió en la pasión; pero cuando finalmente se convenció de que el Padre es incomprensible, entonces quedó sana. Incluso la misma Mente, que buscaba al Padre, según dicen ellos dejó de buscarlo al darse cuenta de que el Padre es incomprensible.

18,3. ¿Y cómo podía un Deseo separado (de la Sabiduría) concebir las pasiones que también son disposiciones? Porque una disposición también existe siempre en referencia a algo, pues por sí sola no puede ni existir ni mantenerse. Estas teorías no sólo son inconsistentes, sino también contrarias a lo que el Señor enseñó: «Buscad y hallaréis» (Mt 7,7). Pues el Señor elevó a la perfección a sus discípulos que buscaban al Padre y lo encontraron. En cambio el Cristo superior que ellos proclaman, convenció a los Eones de no buscar al Padre, haciéndoles caer en la cuenta de que, por más que se esforzaran, no lo alcanzarían; y de esta manera los habría hecho perfectos. Y a sí mismos se llaman los perfectos, porque, dicen, han hallado al Abismo; en cambio los Eones lo son [769] cuando se han dejado convencer de que no deben buscarlo porque es incomprensible.

18,4. Y como el Deseo no puede existir separado de su Eón, todavía añaden más mentiras a su teoría de la pasión, pues también la separan (del Deseo) para hacer de éste (Deseo) la substancia de la materia. ¡Como si ya Dios no fuera luz (1 Jn 1,5), ni hubiese un Verbo que pueda desnudar y rebatir su malicia! (181) Porque lo que un Eón sentía es lo mismo que experimentaba, y lo que experimentaba era lo que sentía. En cambio, según ellos, su Deseo no es sino la pasión que deseaba comprender al incomprensible, y la pasión era el Deseo: y el pobre sentía lo que era imposible. Pero en tal caso, ¿cómo podrían la tendencia y la pasión separarse del Deseo, para convertirse en la substancia de tan abundante materia, cuando el mismo Deseo era la pasión y la pasión el Deseo? Así pues, ni el Deseo puede existir sin el Eón, ni la tendencia puede tener una existencia separada del Deseo: con esto queda deshecha su doctrina.

18,5. Además, ¿cómo un Eón habría podido caer y sufrir, si su naturaleza es la del Pléroma y todo el Pléroma proviene del Padre? Una cosa no se disuelve en su semejante, ni correrá el peligro de desaparecer, sino que por el contrario durará y crecerá, como el fuego con el fuego, el espíritu con el espíritu y el agua con el agua; más bien los seres de naturaleza opuesta son los que sufren con el choque de contrarios, se destruyen y acaban. Por ejemplo, si se emitiese una luz, ésta no sufriría ni correría el peligro de desaparecer con otra luz semejante, sino que brillaría más y aumentaría, como el día con el sol; pues dicen que el Abismo es la imagen de su Padre. Los seres animados extraños y opuestos corren el peligro de corromperse por el choque de naturalezas contrarias; en cambio los seres habituados a existir con sus semejantes no corren ningún peligro, sino que, por el contrario, con esa relación fortalecen su salud y su vida.

Por consiguiente, si este Eón fue emitido por el Pléroma universal como de su misma substancia, jamás sufrirá una descomposición, puesto que siempre existirá con los seres semejantes y familiares, [770] pues como espíritus habitarán con seres espirituales. El temor, el miedo, la pasión, la disolución y otras cosas semejantes, sólo se hallan en los seres como nosotros, corpóreos y compuestos de elementos opuestos; en cambio en los seres espirituales siempre existe una luz que los inunda y les impide estar sujetos a estas desgracias. Me da la impresión de que ellos han atribuido a su Eón la pasión que describió el cómico Menandro: un amor ardiente digno de odio: estos herejes tienen en su mente más la imagen que corresponde a un amante no correspondido, que la de una substancia espiritual y divina.

18,6. Podemos añadir que pensar en buscar al Padre perfecto y querer penetrar en él para comprenderlo, no podían ser para ese Eón espiritual causas de pasión e ignorancia, sino más bien de perfección, impasibilidad y verdad. Ellos mismos, con ser hombres, no piensan que, cuando buscan comprender al ser perfecto y superior a ellos, para penetrar en su gnosis, por eso hayan caído en la pasión y en la angustia, sino más bien en la gnosis y en la comprensión de la verdad. Pues alegan en su favor las palabras del Señor a sus discípulos: «Buscad y hallaréis» (Mt 7,7), para que buscasen más allá del Demiurgo (que en su imaginación sería muy inferior al Abismo inefable), para encontrar a éste. Y pretenden ser ellos perfectos porque han hallado al ser perfecto que buscaban, mientras aún están en la tierra. En cambio al Eón totalmente espiritual que habita en el Pléroma lo hacen buscar al Protopadre y esforzarse por hallarlo en su grandeza, y desear comprender la verdad del Padre; y, por eso, habría caído en la pasión, y una pasión tal que, si no hubiese venido en su auxilio un Poder que da firmeza a todas las cosas, la substancia de ese Eón se habría deshecho y habría sido exterminado.

18,7. ¡Qué presunción tan loca, digna sólo de hombres que han perdido el sentido! Ellos mismos confiesan en sus teorías que este Eón es más antiguo y de más elevada naturaleza que ellos, pues se confiesan a sí mismos un producto del Eón que cayó en la pasión, [771] nacido del Deseo, es decir que este Eón es el padre de su Madre, o en otras palabras su abuelo. Entonces, si hemos de creerles, la búsqueda del Padre produce en los nietos la verdad, la perfección, la solidez, la liberación de la materia perecedera, y los reconcilia con el Padre. En cambio esta misma búsqueda produce en su abuelo ignorancia, pasión, miedo, temor y angustia, de donde está extraída la substancia de la materia. En conclusión, en buscar e investigar al Padre perfecto y desear comunicarse y unirse con él consistiría para ellos la salvación; en cambio dicen que para aquel Eón del que ellos recibieron su existencia, las mismas cosas son causa de perdición y ruina: ¿cómo no va a ser esto enteramente ilógico, irracional y estúpido? Quienes les hacen caso son realmente ciegos que se dejan guiar por otros ciegos, que con justicia caerán (Mt 15,14) en el Abismo profundo de la ignorancia.

3.2.8. La semilla sembrada sin que el Padre lo supiese

19,1. ¿Cómo hablan del semen concebido por su Madre a semejanza de los Angeles que rodean al Salvador, sin forma ni figura e imperfecto, que habría sido sembrado en el Demiurgo sin que éste lo advirtiese, para que, sembrándolo él en las almas que crea, reciban perfección y forma? Lo primero por decir es que los Angeles que rodean al Salvador serían imperfectos, sin forma ni figura, pues la semilla habría sido concebida a su semejanza.

19,2. En segundo lugar: que el Demiurgo no hubiese advertido ni cuando sembraron en él la semilla, ni cuando él la plantó en el hombre, no es sino palabrería inútil y sin sentido, que en absoluto no puede mantenerse en pie. ¿Cómo podía ignorar una tal semilla, [772] si ésta tenía su propia substancia y caracteres? Porque si la semilla no tenía ni substancia ni caracteres, entonces no era nada, y con razón la ignoró el Demiurgo. Mas si una cosa tiene alguna acción o cualidad propia, por ejemplo calor, velocidad, dulzura, o alguna diferencia de color, no se le escapa ni siquiera a los seres humanos, siendo sólo hombres: pues con mayor razón no podría escapársele al Demiurgo, siendo Dios hacedor del universo. Mas con razón no conoció su tal semilla, porque ésta no tiene ninguna propiedad, ni utilidad, ni acción ni substancia; en una palabra, no existe.

Por eso, a mi parecer, dijo el Señor: «En el día del juicio los hombres tendrán que dar cuenta de toda palabra ociosa» (Mt 12,36). Y así, todas esas gentes que ponen tales discursos vacíos en los oídos de los hombres, tendrán que dar cuenta en el juicio de todas esas vaciedades que han inventado contra Dios, cuando presumen de conocer el Pléroma espiritual porque llevan la substancia de la semilla, pues su hombre interior les revela al verdadero Padre; porque si fueran seres psíquicos necesitarían experimentarlo con los sentidos (182). ¡En cambio el Demiurgo, que ha recibido dentro de sí toda la semilla que ha depositado en él su Madre, ahora resulta que lo ignora todo y no tiene ni idea de lo que sucede en el Pléroma!

19,3. Ellos son seres pneumáticos porque una partecita del Padre de todas las cosas ha sido depositada en su alma, y así su alma es de la misma substancia que la del Demiurgo -¡eso dicen!-; pero éste, aunque de una sola vez recibió en su seno todas las semillas de la Madre, sin embargo siguió siendo psíquico, y por eso no pudo comprender las realidades superiores, que ellos -así presumen- ya han conseguido conocer desde su estancia en esta tierra. ¿No es ésta la más grande de las necedades? Imaginar que el mismo semen suyo que produjo en sus almas la gnosis y la perfección, fue el que sembró la ignorancia en el Dios que los hizo, no puede soñarlo sino una mente loca y enteramente vacía.

19,4. Tiene menos sentido lo que andan diciendo: que al depositarse la semilla, ésta toma forma, crece y se prepara para recibir al Verbo perfecto. [775] La unión con la materia que habría tenido la substancia que, según ellos, proviene de la penuria y la ignorancia, sería más capaz y útil que la Luz de su Padre; porque ésta habría sido la causa de que sus productos hayan nacido sin forma ni figura; en cambio de aquella substancia habrían adquirido forma, figura y crecimiento. Porque en tal caso la Luz del Pléroma que fue el origen de los espirituales, no tenía forma ni figura ni magnitud propias; en cambio la decadencia les dio todas estas cualidades para perfeccionarlos. Esto quiere decir que es mucho más eficaz y fructuoso permanecer en este mundo -al que ellos llaman tinieblas-, que en lo que ellos llaman la Luz del Padre.

¿Y cómo no será ridículo decir que su Madre se sintió amenazada en la materia, a tal punto que se ahogaba y estuvo a punto de quedar destruida, si ella no se hubiese elevado saliendo de sí misma para buscar auxilio en el Padre; y, en cambio, que su semilla en esta misma materia encuentra el terreno para crecer, adquirir forma y prepararse para recibir al Verbo perfecto? ¡Y eso desarrollándose en medio de seres no semejantes sino extraños a ella, puesto que ellos mismos dicen que lo pneumático se opone a lo terreno, y lo terreno a lo pneumático! ¿Cómo es posible que una pequeña semilla haya sido sembrada en elementos contrarios y extraños para que pueda crecer, recibir forma y llegar a la perfección?

19,5. Aparte de lo anterior, aún podemos preguntarles: ¿su Madre depositó esa semilla toda junta, cuando vio a los Angeles, o poco a poco? Porque si la depositó al mismo tiempo toda junta, lo que entonces depositó ya no es un niño, y en tal caso su descenso es inútil para los seres humanos de hoy. Pero si lo hizo poco a poco, entonces ya no los concibió a semejanza de la imagen [774] que vio en los Angeles; puesto que, como ellos dicen, al mismo tiempo vio a los Angeles y concibió, ella tendría que haber depositado estas semillas todas juntas y al mismo tiempo en el mundo.

19,6. ¿Y cómo pudo suceder que, viendo la Madre al mismo tiempo a los Angeles y al Salvador, concibió la imagen de los Angeles y no del Salvador, que es muy superior a ellos? ¿Acaso el Salvador no le gustó, y por eso no concibió de él? ¿Y cómo pudo acontecer que el Demiurgo, al que ellos consideran psíquico, tenga su propia grandeza y figura, haya sido emitido perfecto según el tipo de su substancia, y en cambio el elemento pneumático, que debe ser más creativo que el psíquico, haya sido emitido imperfecto? Porque, según ellos, éste tuvo que descender a las almas para recibir en ellas la forma a fin de que, llegando de esta manera a ser perfecto, pudiera recibir al Verbo perfecto. Porque entonces, si ha recibido la forma en los hombres terrenos, que son seres psíquicos, entonces ya no fue hecho a imagen de los Angeles, a quienes llaman luminarias, sino según la naturaleza de los hombres terrenos. Luego ya no tendrá la imagen y semejanza de los Angeles, sino de los seres psíquicos en los cuales ha recibido la forma, así como cuando uno echa agua en un vaso, el agua recibe la forma del vaso y, si llega a congelarse, se queda con la forma del vaso en el que se ha congelado. Las almas reciben la forma del cuerpo, pues, como hemos dicho, se adaptan a su vaso.

Entonces, si aquel semen toma forma y consistencia aquí en la tierra, tendrá la figura de los hombres, no la de los Angeles. ¿Cómo podría ser imagen de los Angeles el semen que ha recibido la forma a semejanza de los hombres? Y, si era espiritual, ¿qué necesidad tenía de bajar a la carne? Pues la carne necesita de lo espiritual, [775] si quiere salvarse, a fin de que lo mortal en ella se santifique, se purifique y sea absorbido por la inmortalidad (1 Cor 15,54; 2 Cor 5,4). En cambio los seres espirituales en manera alguna tienen necesidad de los terrenos; porque no somos nosotros quienes los hacemos mejores a ellos, sino ellos a nosotros (183).

19,7. Resulta aún más evidente para todos la falsedad de su sermón acerca de la semilla, cuando afirman que las almas que recibieron de la Madre la semilla son mejores que las otras; por eso el Demiurgo las honraría elevándolas al rango de príncipes, reyes y sacerdotes. Si esto fuese verdad, Anás, el sumo sacerdote Caifás y los demás sacerdotes, los doctores de la Ley y los principales del pueblo habrían sido los primeros en creer en el Señor, puesto que ellos serían hijos de tal Madre, y sobre todo el rey Herodes. En realidad sucedió lo contrario: ni éste, ni los sumos sacerdotes, ni los principales y notables del pueblo se acercaron a él, sino los mendigos sentados en los caminos, los sordos, ciegos, y la demás gente pisoteada y excluida, como escribe Pablo: «Considerad vuestra vocación, hermanos, porque no hay muchos sabios entre vosotros, ni muchos nobles ni poderosos, sino que Dios eligió lo despreciable del mundo» (1 Cor 1,26-27). Por consiguiente tales almas no eran mejores por habérseles sembrado la semilla, ni el Demiurgo las alabó por ello.

19,8. Lo que hemos dicho baste para poner en claro cuán débil, incoherente y sin sentido es su doctrina. Como se dice popularmente, no es necesario beber todo el mar para saber que su agua es salada. Si una estatua es de barro, aunque se la pinte por fuera con pintura dorada para hacerla parecer de oro sigue siendo de barro, y cualquiera que le arranque un pedacito deja el barro al desnudo para librar de la mentira a quienes se la han creído. De modo semejante también nosotros, destruyendo no sólo algunos pequeños pedazos, sino los principales capítulos de su enseñanza, hemos mostrado el camino para descubrir cuán irracional es su doctrina. Así podrán defenderse todos aquellos que no quieran conscientemente ser seducidos por lo más pernicioso, [776] doloso y seductor de la escuela valentiniana y de los demás herejes; y sepan que el Demiurgo, esto es el Creador y Hacedor del universo, es el único Dios verdadero.

19,9. ¿Qué persona sensata y que alcance a conocer siquiera lo mínimo de la verdad, podrá soportar su doctrina acerca de que por encima del Dios Demiurgo está el Padre; que uno es el Unigénito, otro el Verbo de Dios, el cual, según dicen, ha nacido de la penuria; que otro es el Cristo, hecho al último por todo el conjunto de Eones junto con el Espíritu Santo; otro el Salvador, que fue engendrado y parido no por el Padre sino por todos los Eones nacidos en función de la penuria? Si fuese así, bastaría que los Eones no hubiesen nacido en la ignorancia y la penuria, para que no hubiesen sido emitidos, ni el Cristo, ni el Espíritu Santo, ni el Límite, ni el Salvador, ni los Angeles, ni su Madre, ni su semilla, ni el resto del mundo creado, sino que todo habría quedado desierto y despojado de tales bienes.

Por consiguiente, no sólo son blasfemos contra el Demiurgo, cuando dicen que es fruto de la penuria, sino también contra Cristo y el Espíritu Santo, pues también éstos habrían sido emitidos en función del desecho; así como contra el Salvador, que igualmente habría sido emitido por la penuria. ¿Quién puede soportar prédicas tan vacías, que ellos se esfuerzan por adornar con parábolas, para arrojarse a sí mismos y a aquellos a quienes convierten, al Abismo de la impiedad?

3.2.9. Refutación de su numerología bíblica

20,1. Probaremos que ellos fuerzan los hechos y parábolas (184) del Señor para aplicarlas irracionalmente a sus mentiras. Tratan de probar que la pasión sobrevino al último de los doce Eones, porque la pasión le cayó encima al Salvador [777] por culpa del último de los doce Apóstoles, en el duodécimo mes; pues pretenden que el ministerio del Señor duró un año a partir de su bautismo. También lo ven clarísimo en la mujer que sufría el flujo de sangre; porque había sufrido durante doce años cuando, al tocar la orla del manto del Salvador, recibió la salud que le concedió la Potencia que salió del Salvador y que, según dicen, existía desde antes que él; porque la Potencia que cayó en pasión, de tal manera se extendió y cubrió el espacio inmenso con su fluido, que se corría el peligro de quedar disuelta en toda la substancia; pues primeramente tocó la Cuaterna, que está representada en la orla del manto; pero en ese momento se detuvo y cesó la pasión.

20,2. Sostienen la teoría de que la pasión del duodécimo Eón queda demostrada por Judas. ¿Pero cómo puede compararse con Judas, que fue echado de los doce y no fue repuesto en su sitio? En cambio el Eón cuyo tipo dicen que fue Judas, aunque se separó del Deseo fue restituido y volvió a su sitio; mientras Judas abdicó y fue expulsado, y en su lugar fue elegido Matías, como está escrito: «Que otro reciba su cargo» (Hech 1,20; Sal 109[108],8). En todo caso deberían enseñar que ese Eón fue echado del Pléroma y en su lugar otro Eón fue emitido o engendrado, si es que eligen a Judas por modelo. Añaden que, si el Eón sufrió la pasión, es porque Judas se hizo traidor; pero fue Cristo el que se sometió a la pasión y no Judas, como ellos mismos predican. ¿Pues cómo habría podido Judas sufrir por nuestra salvación, siendo un traidor, para que pudiese también ser la imagen del Eón caído en la pasión?

20,3. Ni siquiera la pasión de Cristo se parece a la pasión del Eón, ni sucedió por motivos semejantes. Porque el Eón sufrió la pasión por perdido y disoluto, de tal manera que estuvo a punto de que la pasión lo corrompiese. En cambio Cristo nuestro Señor sufrió una pasión con firmeza y sin debilidad, y no sólo no estuvo en peligro de corromperse, sino que restauró al hombre corrompido y lo llamó a la incorrupción. El Eón sufrió la pasión porque buscaba al Padre y no podía encontrarlo; en cambio el Señor sufrió para devolverles la verdad a quienes habían errado respecto al Padre, y para conducirlos a él. Para el Eón, buscar la grandeza del Padre fue la causa de su perdición; por el contrario, el Señor sufrió por nosotros [778] para darnos el conocimiento del Padre y darnos la salvación.

La pasión del Eón produjo un fruto femenino, según ellos dicen, débil, enfermo, sin forma ni poder; la pasión de Cristo dio como fruto el poder y la fortaleza: el Señor, «subiendo al cielo» por su pasión «se llevó cautiva a la cautividad, para otorgar sus dones a los seres humanos» (Ef 4,8; Sal 68[67],19), y concedió a quienes creen en él «pisar serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo» (Lc 10,19), es decir, del príncipe de la apostasía (185). El Señor con su pasión destruyó la muerte, corrigió el error, eliminó la corrupción, acabó con la ignorancia, reveló la vida, mostró la verdad y donó la incorrupción; al revés, mediante su pasión, su Eón descubrió la ignorancia, engendró una materia sin forma de la cual, dicen ellos, brotaron todos los seres materiales, la muerte, la corrupción y todas la demás obras semejantes.

20,4. Ni Judas, el duodécimo discípulo, ni la pasión de nuestro Señor son tipos de la pasión del Eón, sino todo lo opuesto: hemos demostrado que son dos casos enteramente distintos y divergentes entre sí, y no sólo en cuanto hemos explicado, sino también en cuanto al número mismo. Todos estamos de acuerdo en que Judas es el duodécimo de los Apóstoles, en cuanto que el Evangelio lo nombra en último lugar; en cambio su Eón no es el duodécimo, sino el décimo tercero; porque, según sus palabras, no sólo fueron emitidos doce Eones por voluntad del Padre, ni fue emitido en duodécimo lugar, sino que, si creemos su doctrina, fue emitido en décimo tercer orden. Entonces ¿cómo Judas, el duodécimo, puede ser en cuanto al número de orden, tipo e imagen del Eón que fue emitido en el décimo tercer lugar?

20,5. Si dicen que Judas, por haberse perdido, es imagen del Deseo de este Eón, ni siquiera entonces esta imagen corresponde a la verdad que pretenden. Porque el Deseo se separó del Eón, después recibió de Cristo la forma y el Salvador lo hizo sabio, después de haber creado todas las cosas que existen fuera del Pléroma [779] a imagen de las realidades del Pléroma; y finalmente, dicen ellos, los Eones lo recibieron y se unió en matrimonio con el Salvador (186), el Eón que había sido producido por todos los demás. Judas, en cambio, una vez expulsado nunca volvió al número de los discípulos; de otra manera no habría sido elegido Matías en su lugar. Además, el Señor dijo refiriéndose a él: «¡Ay de aquel que traicionará al Hijo del Hombre!» y también: «Más le valiera no haber nacido» (Mt 26,24) y lo llamó «el hijo de la perdición» (Jn 17,12).

Si dicen que Judas no es figura del Deseo separado del Eón, sino de la pasión que se apoderó de él, ni siquiera así el número dos puede representar el tres. Pues Judas fue expulsado y en su lugar fue elegido Matías; allá se habla del Eón que sufrió el peligro de perecer disuelto en Deseo y pasión, puesto que ellos separan uno y otra, y pretenden que el Eón se recuperó, el Deseo recibió una forma, en cambio la pasión separada de ellos constituyó la materia. Luego Judas y Matías, que son sólo dos, no pueden servir como tipo de tres: el Eón, el Deseo y la pasión.

21,1. Si dicen que los doce Apóstoles son figura de los doce Eones que el Hombre y la Iglesia emitieron, que ellos nos presenten otros diez apóstoles para que sean figura de los diez Eones emitidos por el Verbo y la Vida. Porque sería una sinrazón que el Salvador hubiese representado a los doce Eones más jóvenes, y por eso de menor grado, por la elección de los Apóstoles, en cambio el Salvador no hubiese representado a los de mayor rango, aun pudiendo hacerlo -si es que los eligió con el fin de representar a los Eones del Pléroma-. Bien podía elegir a otros diez discípulos, y además otros ocho para que también la Ogdóada superior quedase representada por el número de los Apóstoles. [780] Pero además leemos que nuestro Señor, aparte de los doce Apóstoles, envió delante de sí a otros setenta discípulos (Lc 10,1.17). Pero estos setenta no pueden ser figura ni de la Ogdóada, ni de la Década, ni de la Treintena.

Entonces ¿por qué, como antes dije, los doce Eones menores tendrían que estar figurados por los Apóstoles, y sin embargo no hay ninguna figura de los Eones de más categoría, de los que aquéllos emanaron? Y si los doce Apóstoles fueron elegidos como imágenes de los doce Eones, también debieron emitirse setenta Eones más, para que quedaran representados por los otros setenta discípulos; por consiguiente, que ya no anden predicando que fueron emitidos treinta Eones, sino ochenta y dos. Pues si aquel que eligió a los doce Apóstoles lo hubiese hecho como tipo y figura de los Eones del Pléroma, no habría elegido a doce para representar a unos, excluyendo a otros; sino que hubiera hecho el esfuerzo por mantener la imagen y mostrar el tipo de todos los Eones que están en el Pléroma.

21,2. No podemos callar acerca de Pablo, sino que debemos exigirles que nos digan de qué tipo de Eón él es figura. Tal vez digan que del Salvador, que resultó de la contribución de todos, pues le llaman el Todo porque todos lo formaron. Esto se parece mucho a lo que de modo más brillante expresó Hesíodo hablando de Pandora (187): la llamó «regalo de todos», porque todos los dioses pusieron en ella el mejor de sus dones (188). Se puede afirmar con motivo que de éstos (herejes) se dijo: «Hermes ha puesto en sus corazones palabras seductoras y costumbres dolosas» (189), para atraer a la gente sin cerebro a fin de que crean en sus mentiras.

La Madre, o sea Leto, los movió en secreto -por eso en griego se la llama Leto, porque en secreto impulsó a los seres humanos-, sin que lo supiese el Demiurgo, [781] para hacerles anunciar profundos e inefables misterios dirigidos a todos aquellos que tienen orejas curiosas (2 Tim 4,3). Y no sólo Hesíodo habla de esta obra misteriosa que realizó la Madre de esos herejes, sino que también lo dice Píndaro en sus poemas. Lo hizo de manera sutil, para ocultar al Demiurgo, cuando habla de Pélope, cuya carne el padre partió en pedazos para que, recogiéndolos los varios dioses, con ellos construyeran a Pandora. Aguijoneados por su Madre, también los herejes repiten lo mismo que dicen los griegos, pues son de la misma raza y con ellos participan del mismo espíritu.

3.2.10. El sinsentido de sus números

22,1. Ya hemos demostrado que su número treinta cae por los suelos, porque a veces inventan menos Eones, otras veces más, como habitantes del Pléroma. No son, pues, treinta Eones, ni el Salvador se hizo bautizar a los treinta años para significar de modo misterioso que los Eones son treinta: si así fuera, el mismo Salvador sería el primero al que echarían del Pléroma de los Eones.

También dicen que él sufrió el duodécimo mes, pues la pasión tuvo lugar después de un año de predicación tras su bautismo, y para probarlo fuerzan el texto del profeta que escribió: «Para proclamar el año de gracia del Señor y el día de la retribución» (Is 61,2; Lc 4,19). Pero esos ciegos que pretenden haber llegado a las profundidades del Abismo, no saben a qué llama Isaías «año de gracia del Señor» y «día de la retribución». Porque ni se refiere a un día de doce horas, ni a un año de doce meses; pues los profetas muchas veces hablaron en parábolas y alegorías, y no en el sentido literal que captan los oídos, como ellos mismos confiesan.

22,2. El llama «día de la retribución» al día del juicio, en que el Señor juzgará a cada uno según sus obras (Rom 2,6; Mt 16,27). Y «año de gracia del Señor» a este tiempo, en el cual el Señor llama a quienes creen en él y se hacen agradables a Dios; es decir, [782] al tiempo que media entre su venida y la consumación, en la cual cortará los frutos de los que serán salvos. Según dicen ellos, se seguiría que el profeta mintió acerca del día de la retribución, si se refiere a que el Señor sólo predicó durante un año; pues ¿dónde se halla durante ese tiempo el día de la retribución? Porque pasó todo ese año, y no llegó el día de la retribución; sino que todavía «hace salir su sol sobre los buenos y malos, y hace llover sobre los justos e injustos» (Mt 5,45). Los justos aún sufren persecución, angustias y muerte; en cambio muchos pecadores viven en la abundancia, «beben acompañados de la lira y la cítara, sin atender a las obras del Señor» (Is 5,12). Según el texto citado, ambas cosas debían estar unidas: «Para proclamar el año de gracia del Señor y el día de la retribución». Bien podemos, pues, entender como «año de gracia» este tiempo en el que el Señor nos llama y salva; ya llegará «el día de la retribución», es decir, el juicio.

Pablo y el profeta no sólo llaman «año» a este tiempo, sino también lo llaman «día», cuando el Apóstol, comentando la Escritura, escribe a los romanos: «Como está escrito: Por ti sufrimos la muerte todo el día, y se nos tiene por ovejas para el matadero» (Rom 8,36; Sal 44[43],23). Con la expresión «todo el día» se refiere a este tiempo, en el cual sufrimos persecución y se nos mata como ovejas. Pues bien, así como este «día» no quiere decir el de doce horas, sino todo el tiempo en el cual sufren la persecución y la muerte por Cristo quienes en él creen, tampoco en el texto al que nos referimos, el «año» quiere decir doce meses, sino todo el tiempo que dura la fe, en el cual quienes escuchan la predicación creen y agradan a Dios, y por eso se unen a él.

3.2.11. Jesús celebró tres Pascuas

22,3. Verdaderamente causa admiración lo que dicen acerca del modo como han hallado las honduras de Dios (1 Cor 2,10). Porque no han investigado en el Evangelio para ver cuántas veces el Señor, después del bautismo, subió a Jerusalén durante la Pascua, según la costumbre de los judíos, que cada año iban [783] de todas las regiones para congregarse en Jerusalén y celebrar ahí la fiesta de la Pascua. Por primera vez subió para celebrar la Pascua cuando convirtió el agua en vino, en Caná de Galilea (Gal 2,1-12 y cf. 13), de la cual está escrito: «Muchos creyeron en él viendo las señales que hacía» (Jn 2,23), como recuerda Juan, el discípulo del Señor. En seguida se retiró, y lo hallamos en Samaria, conversando con la Samaritana (Jn 4,1-42), y curando desde lejos al hijo del centurión, cuando dijo: «Ve, tu hijo vive» (Jn 4,50). Después de esto subió por segunda vez a Jerusalén para la fiesta de Pascua (Jn 5,1), cuando curó al paralítico que había estado sentado treinta y ocho años junto a la piscina, mandándole que se levantara, cargara con su camilla y se pusiese a caminar (Jn 5,2-15), y en seguida atravesó el lago Tiberíades, donde sació con cinco panes a la muchedumbre que lo había seguido, a tal punto que sobraron doce canastos de fragmentos (Jn 6,1-13). Después que resucitó a Lázaro de entre los muertos (Jn 11,1-44) y los judíos lo atacaron, se retiró a una ciudad de Efrén (Jn 11,47-54), y en seguida, como está escrito, «seis días antes de la Pascua fue a Betania» (Jn 12,1), y más tarde subió de Betania a Jerusalén (Jn 12,12), donde comió la Pascua y al día siguiente murió. Estas tres pascuas no caben en un año, como todo mundo puede verlo. Y el mes en el que el Señor padeció, no fue el duodécimo, sino el primero; porque esos que presumen de saberlo todo, no han aprendido lo que Moisés mandó (Ex 12,2; Lev 23,5; Núm 9,5). De esta manera queda al desnudo la falsedad de su interpretación sobre los doce meses del año, y deben renunciar o a sus teorías o al Evangelio: siendo esto así, ¿cómo pudo el Señor haber predicado sólo un año?

3.2.12. Jesús Maestro

22,4. Tenía treinta años cuando recibió el bautismo, edad que es la perfecta para un maestro. En seguida se dirigió a Jerusalén, donde se le llamó «Maestro»: no es que no fuese lo que parecía, como ellos inventan: que lo fue sólo en apariencia; sino que se manifestó como era. Siendo, pues, el Maestro, tenía la edad apropiada para un maestro. [784] El no rechazó ni reprobó al ser humano, ni abolió en sí la ley del género humano, sino que santificó todas las edades al asumirlas en sí a semejanza de ellos. Porque vino a salvar a todos: y digo a todos, es decir a cuantos por él renacen para Dios, sean bebés, niños, adolescentes, jóvenes o adultos. Por eso quiso pasar por todas las edades: para hacerse bebé con los bebés a fin de santificar a los bebés; niño con los niños, a fin de santificar a los de su edad, dándoles ejemplo de piedad, y siendo para ellos modelo de justicia y obediencia; se hizo joven con los jóvenes, para dar a los jóvenes ejemplo y santificarlos para el Señor; y creció con los adultos hasta la edad adulta, para ser el Maestro perfecto de todos, no sólo mediante la enseñanza de la verdad, sino también asumiendo su edad para santificar también a los adultos y convertirse en ejemplo para ellos. En seguida asumió también la muerte, para ser «el primogénito de los muertos, y tener el primado sobre todos» (Col 1,18), el iniciador de la vida (Hech 3,15), siendo el primero de todos y yendo adelante de ellos (190).

22,5. En cambio ellos, para probar su invención con lo que dice la Escritura: «Para proclamar un año de gracia del Señor», dicen que (el Señor) sólo predicó un año, y que en el duodécimo mes padeció. No advierten cómo se contradicen, pues disuelven su propia base cuando le niegan la edad más necesaria y honorable, en la cual como hombre más maduro podía enseñar a todos. ¿Cómo podía tener discípulos si no enseñaba? ¿Y cómo podía enseñar no teniendo la edad propia del maestro? Cuando se acercó al bautismo no había cumplido los treinta años, sino que estaba cercano a ellos, y empezó cuando tenía cerca de treinta años, como Lucas indicó: «Jesús, al iniciar, tenía alrededor de los treinta años» (Lc 3,23) cuando fue para ser bautizado.

Si predicó sólo durante un año, entonces padeció cuando tenía treinta cumplidos, todavía joven y sin alcanzar la edad madura. Porque, como todo mundo sabe, la edad adulta empieza apenas a los treinta, cuando el hombre todavía es joven, y se extiende hasta los cuarenta años. [785] Luego, de los cuarenta a los cincuenta, va declinando hacia la vejez. Esta edad tenía el Señor cuando enseñaba, como dicen el Evangelio y todos los presbíteros de Asia que, viviendo en torno a Juan, de él lo escucharon (191), puesto que éste vivió con ellos hasta el tiempo de Trajano. Algunos de ellos vieron no sólo a Juan, sino también a otros Apóstoles, a quienes han escuchado decir lo mismo. ¿A quién tenemos que creer? ¿A estos testigos, o a Ptolomeo, que nunca conoció a los Apóstoles, y que ni en sueños siguió sus huellas?

22,6. Los judíos que disputaban con el Señor Jesucristo dieron a entender claramente lo mismo. Pues cuando el Señor les dijo: «Abraham vuestro Padre se alegró al ver mi día: lo vio y se alegró. Ellos le respondieron: Aún no tienes cincuenta años ¿y has visto a Abraham?» (Jn 8,56-57). Esto se dice de una persona que ya ha cumplido los cuarenta y que, sin haber aún llegado a los cincuenta, sin embargo ya no está en los treinta. Porque si aún estuviera en los treinta, le hubiesen dicho: «Aún no tienes cuarenta años». Pues si ellos querían mostrarlo como mentiroso, no habrían extendido mucho la franja de la edad que adivinaban en él; sino que hablaban de una edad de la que estaban seguros, si es que conocían los registros del censo, o bien calculando por la edad que manifestaba, y así sabían que tenía más de cuarenta, pero ciertamente que no tenía treinta años. Es, en efecto, impensable, que ellos erraran con veinte años, si querían hacerlo ver más joven que los tiempos de Abraham. Ellos hablaban de lo que veían, y lo que veían no era una apariencia, sino la verdad. No estaba, pues, muy lejos de los cincuenta años, y por eso le decían: «Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?» Por consiguiente, [786] ni predicó sólo un año, ni murió al duodécimo mes. El tiempo recorrido entre los treinta y los cincuenta años de ningún modo puede ser un año; a menos que atribuyan unos años tan largos a los Eones que están acomodados en los escalafones del Pléroma al lado del Abismo, de los cuales el poeta Homero dijo, inspirado en la Madre de su error: «Los dioses estaban sentados junto a Zeus, compartiendo sobre un piso de oro» (192).

3.2.13. Sobre su interpretación de la hemorroísa

23,1. Acerca de aquella mujer que sufría del flujo de sangre y tocó la orla del manto del Señor y quedó curada (Mt 9,20-23), es clara la ignorancia de los herejes, pues enseñan que ella significa la duodécima Potencia que fluye hasta el infinito, es decir el duodécimo Eón. En primer lugar, ya hemos demostrado que según esa secta, tal Eón no es el duodécimo, sino el décimo tercero. Mas, aun cuando admitiéramos que los Eones son doce, dicen que los primeros once permanecieron sin caer en la pasión, pero cayó el duodécimo. En cambio aquella mujer fue curada en el año duodécimo, lo cual quiere decir que sufrió durante los once anteriores, y en el duodécimo fue sanada. Tal vez si dijeran que los once primeros Eones la sufrieron y sólo el duodécimo se vio libre de ella, tal vez podrían alegar que esa mujer es su signo. Pero como sufrió once años y fue sanada el duodécimo, ¿cómo puede ser tipo de los doce Eones, de los cuales once jamás cayeron en pasión, y sólo la sufrió el duodécimo? Algunas veces un tipo o imagen difiere en la materia o en la naturaleza de las cosas, pero al menos se debe conservar la semejanza en el uso o en las líneas generales, para que con su presencia pueda de algún modo llevar la mente a aquellas cosas que no están a la vista.

23,2. (Los Evangelios) no sólo narran los años que esta mujer padeció, [787] y que ellos fuerzan para aplicarlos a su teoría, sino también los dieciocho que otra mujer sufrió la enfermedad y fue curada, de la que dice el Señor: «A esta hija de Abraham a la que Satanás tuvo atada por dieciocho años, ¿no convenía librarla en sábado?» (Lc 13,16). Pues si aquélla era el tipo del duodécimo Eón que sufrió, esta tendrá que serlo del décimo octavo Eón que también debió padecer. Pero ellos no pueden decirlo, porque entonces su primera y primigenia Ogdóada tendría que contarse entre los Eones que la sufrieron. Pero también se habla de aquel paralítico que sufrió treinta y ocho años: que también enseñen los padecimientos del trigésimo octavo de sus Eones. Porque, si ellos andan diciendo que cuanto el Señor hizo es tipo de las realidades del Pléroma, deben en todo conservar este criterio. Pero ni a la mujer curada después de dieciocho años, ni al hombre sanado después de treinta y ocho pueden ellos adaptarlos a sus invenciones. Es, pues, del todo absurdo y fuera de lugar decir que en unas ocasiones el Salvador mantuvo la imagen y en otras no. De todo lo anterior se sigue que nada tiene de verosímil todo el asunto de la mujer como tipo de los Eones.

3.2.14. Su numerología bíblica

24,1. Igualmente se ve la falsedad de su exégesis y la incongruencia de sus invenciones en el hecho de que tratan de sacar argumentos unas veces de los números, [788] otras de los números de sílabas en una palabra, otras del número de letras en una sílaba, y otras más de los números que se indican por las letras griegas. Este modo de probar descubre claramente el desconcierto, la confusión y la falta de solidez de su enredada gnosis. Toman el nombre de Jesús en griego, aunque pertenece a otra lengua, y dicen que es «el emblema» (193), porque tiene seis letras. Otras veces lo llaman la «Plenitud de la Ogdóada» porque suma el número ochocientos ochenta y ocho. Mejor callan sobre el nombre de Sotèr, es decir el Salvador, porque la suma de sus letras griegas no les sirve para sus engaños. Pero, si por disposición del Padre, los nombres del Señor hubiesen sido elegidos por la Escritura para significar los números del Pléroma, el Sotèr, un nombre que aparece en la Escritura en griego, tendría también que revelar con sus letras el misterio de los números del Pléroma. Pero no es así, porque consta de cinco letras, cuyo valor numérico es de mil cuatrocientos ocho. Y este número en nada concuerda con su Pléroma. Por consiguiente, ninguna base tienen sus alegatos sobre el influjo de los números en el Pléroma.

24,2. Como indican los conocedores hebreos, el nombre de Jesús en su lengua consta de dos letras y media, y significa «el Señor que contiene el cielo y la tierra» (194); [789] porque, en el antiguo hebreo, Jesús indica el cielo, y la tierra se dice sura usser. Luego la palabra que contiene el cielo y la tierra es Jesús. Por consiguiente es falso el significado que le atribuyen ellos, y el número de sus letras claramente se opone a su doctrina. Porque según su propia lengua, la palabra Sotèr consta de cinco letras, en cambio en hebreo la palabra Jesús tiene dos letras y media. De ahí que se les esfuma su cálculo de ochocientos ochenta y ocho.

[790] Las letras del alfabeto hebreo no concuerdan en número con las letras griegas, lo cual sería indispensable, siendo el hebreo más antiguo y excelente, para salvar el significado de los números. Porque las letras originales del hebreo más antiguo que usaban los sacerdotes son 10, pero se escriben 15 por las que se les han añadido a las primeras. [791] Tómese en cuenta, además, que unos escriben las palabras de izquierda a derecha, como hacemos nosotros, en cambio los otros cambian el orden de derecha a izquierda (195).

Pero si es verdad lo que dicen, que Cristo fue emitido por todos los Eones para corregir y consolidar el Pléroma, entonces debió tener un nombre que significara los Eones del Pléroma. Así también el Padre, tanto por sus letras como por el número que suman, debería contener el número de los Eones que emitió. Lo mismo se diga del Abismo, del Unigénito, y sobre todo de aquel nombre que está sobre todo nombre, que es el de Dios, del cual afirma Baruc que también consta de dos letras y media. Pero si los nombres más importantes tanto en hebreo como en griego no se acomodan a sus invenciones, ni por sus letras ni por el número que ellas significan, es evidente, como también en los demás casos, que su interpretación es incongruente.

24,3. También eliminan de la Ley algunas partes que convienen a su teoría de los números, para violentarlas y convertirlas en pruebas. Porque si la intención de su Madre o del Salvador era mostrar por medio del Demiurgo el modelo de las realidades del Pléroma, lo habría hecho eligiendo como figuras las cosas más verdaderas y santas, y ante todo el Arca de la Alianza, para la cual se construyó la Tienda del Testimonio. Porque se fabricó de dos codos y medio de longitud, un codo y medio de anchura y un codo y medio de altura (Ex 25,10). [792] Ellos dejan de lado este número de codos, aunque de un modo muy especial debería mostrarse como figura, porque no conviene a sus inventos. Tampoco el propiciatorio les sirve a sus doctrinas (Ex 25,17). Ni la mesa para los panes de la proposición, que tenía dos codos de longitud, un codo de anchura y uno y medio de altura (Ex 25,23). Todas estas cosas, las más santas de todas, ni siquiera en una de sus dimensiones se ajusta al número de su Cuaterna, ni de su Ogdóada, ni del resto del Pléroma. ¿Y qué decir del candelabro de siete brazos y siete lámparas (Ex Ex 25,31-39)? Si se hubiese fabricado para ser una figura, hubiera debido tener ocho brazos y ocho lámparas para significar la primera Ogdóada que brilla en los Eones e ilumina todo el Pléroma.

Ellos, en cambio, con toda diligencia han contado los diez atrios (Ex 26,1) para hacer de ellos el modelo de los diez Eones; pero ya no las pieles, porque fueron fabricadas en número de once (Ex 26,7). En cambio no han medido las dimensiones de los atrios: cada uno de ellos era de veintiocho codos de longitud (Ex 26,2). Eso sí, han tomado los diez codos de longitud de cada una de las columnas (Ex 26,16) para justificar la Década de Eones. «Y cada una de las columnas medía un codo y medio de grosor»: eso ya no lo exponen, ni el número total de las columnas ni de sus travesaños (Ex 26,16-28), porque no se adaptan a sus pruebas. ¿Y dónde queda el aceite con el que se consagró el tabernáculo? [793] Tal vez se le ocultó al Salvador, o cuando su Madre estaba dormida el Demiurgo decidió lo que cada uno había de pesar por su cuenta. Tampoco se adaptan a su Pléroma los quinientos ciclos de mirra, los quinientos de grasa, los doscientos cincuenta de canela, los doscientos cincuenta de cañas perfumadas, y sobre todo el aceite, que debe estar compuesto por mezcla de cinco elementos (Ex 30,23-25). Otro tanto se diga del incienso, fabricado con resina, aroma, gálbano, menta y granos de incienso (Ex 30,34), que ni concuerda con las mezclas que hacen, ni se adapta al peso de sus argumentos.

Por lo tanto es del todo irracional y pedestre que precisamente en las cosas más dignas y sublimes de la Ley no se hallen los modelos; y que en los demás casos, si algún número se adapta a lo que dicen, aseguran que es imagen de las realidades del Pléroma; sobre todo cuando cada número aparece tantas veces en la Escritura, de modo que, al propio antojo, no sólo pueda significar la Ogdóada o la Década o la Docena, sino que es posible sacar cualquier otro número para usarlo como imagen del error que se les ha ocurrido.

24,4. Para que se vea claro que es así, tomemos el número cinco, que en nada concuerda con sus ficciones, [794] ni les sirve como figura para demostrar la realidad del Pléroma, y probémoslo a partir de la Escritura. Sotèr (Salvador) consta de cinco letras, así como Padre y agápe (caridad). El Señor bendijo cinco panes y con ellos alimentó a cinco mil (Mt 14,17). Las vírgenes prudentes, según dijo el Señor, eran cinco, y también cinco las necias (Mt 25,1-13). También fueron cinco las personas que estaban con el Señor cuando el Padre dio testimonio de él, a saber Pedro, Santiago y Juan, junto con Moisés y Elías (Mt 17,1-8). Igualmente el Señor fue el quinto en entrar a donde estaba tendida la niña muerta, para resucitarla, pues está escrito: «A nadie se le permitió entrar, sino a Pedro, a Santiago, al padre y a la madre de la niña» (Lc 8,51). El rico que bajó al infierno tenía cinco hermanos, y pedía que uno de los muertos resucitara para ir a hablarles (Lc 16,19-31). La piscina en la cual el Señor mandó al paralítico que se levantara y se fuera a su casa, tenía cinco pórticos (Jn 5,2-15). La forma de la cruz tiene cinco extremidades: dos a lo largo, dos a lo ancho [795] y uno en medio, donde se clavan los clavos. Cada una de nuestras manos tiene cinco dedos, y tenemos cinco sentidos. También podemos numerar cinco vísceras: el corazón, el hígado, los pulmones, la vejiga y los riñones. El hombre se puede dividir en cinco partes: cabeza, pecho, vientre, piernas y pies. La raza humana pasa por cinco etapas: infancia, niñez, adolescencia, juventud y madurez. Moisés entregó al pueblo la Ley en cinco libros. Cada una de las tablas de la Ley que Dios entregó a Moisés llevaba cinco mandamientos. El velo que cubría el santuario tenía cinco columnas (Ex 26,37). La altura del altar de los holocaustos era de cinco codos (Ex 27,1). Los sacerdotes elegidos en el desierto fueron cinco: Aarón, Nadab, Abiud, Eleazar e Itamar (Ex 28,1). La túnica, el efod y los demás vestidos sacerdotales son cinco; y estaban adornados con oro, jacinto, púrpura, armiño y lino (Ex 28,5). Estaban cinco reyes de los amorreos encerrados en la cueva a quienes Josué, hijo de Navé, hizo que el pueblo les pisara la cabeza (Jos 10,16-27).

Miles de casos más podríamos encontrar, sea de este número, sea de cualquier otro, al gusto de cada uno; sea en las Escrituras, sea en la naturaleza que tenemos ante la vista. Pero no por eso enseñamos que son cinco los Eones superiores al Demiurgo, ni que hay una Quinta a la que consagramos como cuasidivina, ni tratamos de tomarnos el trabajo de probar mediante estas pruebas sin sentido, teorías incongruentes fruto del delirio, ni obligamos a la creación tan bien dispuesta por Dios a moverse miserablemente en la prisión de las figuras de realidades inexistentes, y nos cuidamos de no introducir doctrinas impías y sacrílegas que cualquiera que use un poco su razón puede refutar y dejar al desnudo.

3.2.15. Su numerología de la naturaleza

[796] 24,5. ¿Quién va a admitir que el año tiene 365 días, que consta de doce meses de treinta días porque son figura de los doce Eones, ya que la figura ha de ser semejante a la realidad? En su doctrina, cada Eón es la trigésima parte de todo el Pléroma, y ellos mismos admiten que un mes es la duodécima parte del año. Tal vez si dividieran el año en treinta y el mes en doce, de algún modo podrían presentarlos como figura de su mentira; porque ellos dividen el Pléroma en treinta, y una parte de él en doce; mientras que en la naturaleza el año se divide en doce y una parte en treinta. Fue tonto, pues, el Salvador, cuando hizo que el mes fuese tipo de todo el Pléroma, y el año lo fuese de la Docena del Pléroma. Pues más congruente era que hubiese dividido el año en treinta, como todo el Pléroma, y el mes en doce, según el número de los Eones que habitan en el Pléroma.

Ellos, además, dividen el Pléroma en tres: la Ogdóada, la Década y la Docena. En cambio el año se divide en cuatro: primavera, verano, otoño e invierno. Los meses, que ellos dicen ser tipo de la Treintena, no tienen exactamente treinta días; porque unos meses constan de más días, otros de menos, para poder completar los cinco días que sobran en el año. Ni los días tienen siempre doce horas, sino que varían entre nueve y quince (196). Por lo tanto, no se hicieron los meses de treinta días como figura de los treinta Eones, pues de otro modo deberían tener siempre treinta días bien definidos; ni los días se hicieron de doce horas para que fuesen imagen de los doce Eones, pues en tal caso los días siempre tendrían que dividirse en doce horas.

[797] 24,6. Además, llaman izquierda a la materia y por lo mismo los seres que están a la izquierda tendrán por fuerza que corromperse. En cambio el Salvador habría venido a salvar la oveja perdida (Lc 15,6), haciéndola pasar a la derecha, es decir a la salvación de las noventa y nueve ovejas que no perecieron, sino que se quedaron en el redil. Entonces ellos deben enseñar que las se quedan a la izquierda por fuerza están privadas de salvación (197). En tal caso deben confesar que todo lo que tiene el número inferior debe estar a la izquierda, esto es, en la perdición. Pero las letras de la palabra griega agápe (caridad o amor), según ellos hacen sus cálculos, suman en total noventa y tres, número que quedaría del lado izquierdo. Lo mismo se diga de la verdad, la suma de cuyas letras es sesenta y cuatro. Y en general todos los nombres de cosas santas que no completen el número cien tendrían números de la izquierda: por tanto deberán catalogarlas como materiales y corruptibles.

 

4. Verdadera y falsa gnosis

4.1. La doctrina fundada en la verdad

25,1. Si alguno preguntase: «Entonces ¿qué? ¿al acaso se eligieron esos nombres, el número de los Apóstoles, [798] la actividad del Señor y la estructura de lo que sucedió?» (198) Les respondemos: de ninguna manera, sino según la gran sabiduría y el sumo cuidado con que Dios ha organizado y ordenado todas las cosas, tanto las de los tiempos antiguos como las que su Verbo llevó a cabo en los tiempos recientes. Todas ellas concuerdan no con la Treintena, sino con la estructura básica de la verdad. No tenemos que buscar a Dios a base de números, de sílabas y letras. Este método carece de base, debido a la multitud y variedad de esos datos, y porque una persona puede un día usar uno de ellos como prueba, y otra al día siguiente tomar el mismo como argumento contra la verdad, porque pueden transferirse de un significado a otro. Más bien, los números y hechos deben acomodarse al testimonio de la verdad. Porque la norma no se saca de los números, sino los números de la norma; ni Dios de los hechos, sino los hechos a partir de la acción divina: todo, en efecto, procede del único y mismo Dios.

25,2. Las cosas creadas son muchas y variadas, y en el conjunto de la obra aparecen adecuadas y en armonía, aunque muchas veces tomando una por una puedan ser contrarias a otras y no ajustadas entre sí; sucede como con el sonido de la lira, que produce una melodía a partir de sonidos diversos y contrarios. Por eso, quien ame la verdad no debe atender tanto a la diferencia de cada uno de los sonidos, ni por ello sospechar que uno lo ha producido un artista y otro un autor diverso, de los cuales el primero hubiese producido los tonos más agudos, y otro los más bajos, e incluso un tercero los intermedios; [799] sino que uno y el mismo lo ha hecho para, mediante la unidad armoniosa, mostrar su sabiduría en la justicia y la bondad de toda la obra. Quienes escuchan la melodía deben rendir gloria y alabanza al artista, admirando la agudeza de unas notas y la profundidad de otras, así como deleitarse en los tonos intermedios (199). Ciertamente se preguntarán si unas cosas son figuras de otras, y entonces deberán todo referirlo a uno, preguntando la causa por la que es así, pero sin transformar la doctrina ni errar acerca del Autor, ni renegar de la fe en el único Dios que hizo todas las cosas, ni blasfemar contra nuestro Creador.

4.2. Pequeñez del ser humano ante el Creador

25,3. Si alguien no halla la causa de todas las cosas que busca, piense que el ser humano es infinitamente menor que su Creador; que ha recibido la gracia sólo en parte (1 Cor 13,9.12); que no es igual o semejante a su Hacedor; y que no puede tener la experiencia o el conocimiento como Dios. El que hoy existe como un ser hecho y empezó un día a existir, siempre será más pequeño que aquel que no fue creado y que siempre permanece siendo igual a su ser; por lo mismo tampoco puede ser igual que aquel que lo creó, en cuanto a la ciencia o a la profundización en las causas de todas las cosas. ¡Oh, ser humano! tú no eres increado, ni has existido desde siempre con Dios, como su propio Verbo; sino que, habiendo empezado a existir como su hechura, poco a poco aprenderás de su Verbo la Economía del Dios que te hizo.

25,4. Así pues, mantente en el nivel que corresponde a tu ciencia, y no quieras ir más allá del mismo Dios, sino conocer a fondo los bienes, porque él no puede ser sobrepasado; y por lo mismo tampoco preguntes qué hay más allá del Demiurgo, porque nunca lo hallarás: en efecto, tu Artesano no tiene límites. Ni pienses -como si lo hubieses medido todo en cuanto a su profundidad, anchura y altura- en otro Padre que esté sobre él: no podrá captarlo tu mente, sino que, pensando contra tu naturaleza, te volverás necio. Y si continúas en lo mismo, tarde o temprano caerás en la locura de creerte superior y mejor que tu Hacedor, soñando que te has elevado más allá de su reino.

4.3. Más vale el amor del ignorante que el orgullo del sabio

[800] 26,1. Pues es mejor y más provechoso para uno ser ignorante o de poca ciencia, si se acerca a Dios por la caridad hacia su prójimo, que imaginarse saber mucho y ser perito en muchas cosas hasta blasfemar de Dios inventando a otro Dios y Padre. Por eso Pablo exclamó: «La ciencia infla, la caridad edifica» (1 Cor 8,1). No es que condenara el verdadero conocimiento de Dios, porque si así lo hiciera se condenaría a sí mismo; sino que, sabiendo que algunos, con ocasión de la ciencia, se enorgullecían hasta apartarse del amor de Dios, y sin embargo se tenían a sí mismos por perfectos, inventaban a un Demiurgo imperfecto como producto de su ciencia; por eso dijo: «La ciencia infla, la caridad edifica».

Pues no hay mayor soberbia que la de tenerse a sí mismo por mejor y más perfecto que aquel que lo ha plasmado (Sal 119[118],73; Job 10,8), le dio el aliento de vida (Gén 2,7) y le ha dado el ser mismo. Por eso, como arriba dije, es mejor que alguien carezca de ciencia de modo que no conozca ninguna de las causas de la creación, si cree en Dios y permanece en el amor (Jn 15,9-10); y no que por el orgullo de la ciencia se aparte del amor que da vida al ser humano. Mejor que buscar la ciencia es no conocer otra cosa sino a Jesucristo el Hijo de Dios crucificado por nosotros (1 Cor 2,2), en vez de investigar cuestiones sutiles hasta caer en la impiedad y en la vana palabrería.

26,2. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si alguien -entusiasmado por sus esfuerzos, al escuchar del Señor: «Aun los cabellos de vuestra cabeza están contados» (Mt 10,30), dejándose llevar por la curiosidad quisiera investigar cuántos cabellos tiene cada hombre [801] y el motivo por el cual uno tiene tantos y otro tantos, ya que no todos tienen el mismo número- hallara que unos tienen miles de cabellos más que otros porque unos tienen cabeza grande y otros chica, unos tienen pelo espeso, otros ralo, y otros más casi no tienen? ¿Y si en seguida, soñando en haber logrado descubrir el número, de ese hecho quisiera sacar una prueba del sistema que ha fraguado? O si alguien -oyendo del Señor: «¿Acaso no se venden dos pájaros por un as? Y sin embargo ninguno de ellos cae por tierra sin que vuestro Padre lo quiera» (Mt 10,29)- pretendiera contar cuántos pájaros se cazan en cada región, y la causa por la cual ayer fueron tantos, anteayer tantos y hoy tantos más; si luego esgrimiera ese número como argumento, ¿ese individuo no se estaría trastornando él mismo y volviendo locos a los que le hacen caso? ¡Son tantas las personas que están siempre dispuestas a creerles, cuando imaginan haber encontrado un maestro que sabe más que los otros!

26,3. Y si alguien nos preguntase si Dios conoce todas las cosas que ha hecho en el pasado y las que continúa creando, y si por su providencia cada uno de los seres ha recibido lo que le es propio, responderíamos que sí: nada de lo que ha sido o es hecho escapa a la ciencia de Dios; sino que cada uno de esos seres, por su providencia, recibe su naturaleza, organización, cantidad y medida, así como los caracteres que lo distinguen. En efecto, nada de lo que ha sido hecho en el pasado o es hecho ahora ha existido al acaso o por azar, sino con gran orden y armonía: porque existe un Verbo admirable y divino que puede discernir todas estas cosas y determinar sus causas. Pero supongamos que alguien, al escuchar nuestro testimonio sobre esta doctrina común, trata de contar las arenas del mar, las piedras de la tierra, las estrellas del cielo, y pretende precisar las causas del número que sueña haber descubierto: [802] ¿no lo juzgaría un loco y un irracional que en vano ha trabajado, cualquier persona que tenga un poco de sentido común? Pues mientras más se ocupe de investigar en estos asuntos tan singulares, si se imagina que ha superado a los demás en sus descubrimientos, juzga a los otros unos ignorantes e idiotas y los llama psíquicos porque no aceptan los resultados de su inútil búsqueda, más se tornará él un insensato y estúpido, como quedan aquellos a quienes fulmina un rayo. Porque en lugar de someterse a Dios, por la ciencia que sueña haber adquirido cambia al mismo Dios y lanza su doctrina por encima de la grandeza del Creador.

4.4. Cómo usar la mente para buscar a Dios

27,1. Una mente sana y religiosa que ama la verdad, sin peligro alguno pone la capacidad que Dios concedió a los seres humanos al servicio de la ciencia, y con un constante estudio podrá progresar en su conocimiento de las cosas. Por éstas quiero decir aquellas que día tras día suceden ante nuestros ojos, y también aquellas que las palabras de la Escritura tratan en forma abierta. Por eso se deben interpretar las parábolas sin métodos ambiguos (200): quien de esta manera las entiende, no correrá peligro, y todos deben explicar las parábolas de modo semejante. Haciéndolo así, el cuerpo de la verdad permanecerá íntegro, siempre adecuado a los miembros y libre de distorsiones. En cambio, cuando se aplican cosas ocultas y que no están a la vista, a la interpretación de las parábolas, [803] como a cada uno se le antoja, desaparece toda regla de la verdad; pues cuantos fueren los expositores de las parábolas, otras tantas serán las verdades opuestas entre sí y provocarán doctrinas contradictorias, como sucede con las cuestiones de los filósofos paganos.

27,2. Procediendo de esta manera, el ser humano indagará siempre, pero jamás encontrará nada, pues comienza por rechazar el justo método de la búsqueda. Y cuando venga el Esposo, aquel que tenga su lámpara sin aceite no tendrá ninguna luz que le ilumine el camino; entonces recurrirá a las explicaciones de las parábolas que lo desviarán en medio de la oscuridad, apartándose de quien le puede ofrecer el camino hacia él mediante el regalo de una honesta predicación, y por ello quedará excluido de las nupcias (Mt 25,1-12).

Todas las Escrituras, los profetas y el Evangelio, predican abiertamente y sin ambigüedades -a quienes puedan escuchar, aunque no todos crean-, que existe un solo y único Dios, el cual, excluyendo a cualquier otro Dios, por medio de su Verbo hizo todas las cosas, visibles e invisibles, del cielo y de la tierra, peces del mar y animales de la tierra, como hemos probado usando las mismas expresiones de las Escrituras. Toda la creación de la que formamos parte da testimonio, por medio de las cosas que extiende ante nuestros ojos, de que uno solo es el que las hizo y gobierna. Siendo así, se mostrarán necios quienes se ciegan ante una manifestación tan clara y se rehúsan a ver la luz de la predicación; sino que se encarcelan a sí mismos, de modo que mediante explicaciones tenebrosas de las parábolas, cada uno de ellos piensa haber encontrado a su propio Dios.

Acerca de la teoría de quienes opinan cosas contrarias al Padre nada dice la Escritura, ni en forma abierta, ni con sus palabras, ni en forma incontrovertida. Los mismos herejes dan testimonio de ello, cuando afirman que el Salvador las enseñó en secreto, no a todos sino a algunos discípulos capaces de entenderlo (Mt 19,11-12) y de interpretar su significado por medio de argumentos, enigmas y parábolas. Llegan incluso a decir que uno es el Dios del que se predica, y otro el Padre al que se refieren las parábolas y enigmas.

[804] 27,3. Pero ¿qué persona que ame la verdad no se da cuenta de que si las parábolas pueden tener tantas explicaciones, y a partir de ellas se busca a Dios abandonando lo que es cierto, indubitable y verdadero, se está optando por un modo de proceder irracional que arroja a la persona a graves peligros? ¿Y no es esto construir su casa no sobre la piedra firme, sólida y al abierto, sino sobre la incertidumbre de la arena movediza? De ahí que tales construcciones se derrumben fácilmente (Mt 7,24-27).

4.5. Dios conoce muchas cosas que nosotros no alcanzamos

28,1. Teniendo, pues, la Regla misma de la verdad y un claro testimonio de Dios, no podemos abandonar el conocimiento cierto y verdadero sobre Dios, por cuestiones desviantes en otras y otras interpretaciones; sino que más bien, dirigiendo nuestra mente hacia esas cuestiones de la manera expuesta, conviene que nos ejercitemos en buscar los misterios y la Economía del único Dios que existe, en crecer en el amor hacia aquel que tanto ha hecho y sigue haciendo por nosotros, y en jamás separarnos de la convicción que nos hace confesar claramente que sólo hay un Dios y Padre verdadero que ha creado el mundo, que plasmó al ser humano, que dirige el desarrollo de sus creaturas y que llama a quienes caminan hacia él para que se eleven desde lo bajo hasta su altura. Como a un bebé concebido en el seno, lo hace nacer a la luz del sol; y como a grano de trigo que, una vez crecido en la espiga, lo recoge en el granero (Mt 3,12). Porque uno y el mismo es el Demiurgo que plasmó el seno y creó el sol, y uno y el mismo Señor el que hizo brotar el grano, crecer el trigo para que se multiplicara, y preparó el granero (201).

28,2. Aunque no podamos resolver todas las cuestiones que se plantean en la Escritura, no busquemos a otro Dios fuera del único que existe: sería la peor impiedad. Debemos abandonar esas cuestiones al Dios que nos hizo, [805] sabiendo perfectamente que las Escrituras son perfectas, pues fueron dictadas por el Verbo de Dios y por su Espíritu. A nosotros, por ser inferiores al Verbo y a su Espíritu y por vivir en el tiempo (202), nos hace falta su conocimiento de los misterios. Ni hay por qué admirarse de que necesitemos la revelación de las cosas espirituales y celestiales; incluso respecto de las cosas que tenemos bajo los pies -me refiero a las que existen en este mundo, con las que vivimos y que todos los días manejamos y vemos-, muchas de ellas han escapado a nuestro conocimiento, y por eso las confiamos a Dios; porque él necesariamente está sobre todas las cosas. Por ejemplo, ¿cómo podríamos nosotros conocer las causas por las cuales el Nilo se desborda?

Hablamos de muchas cosas, de las cuales unas nos convencen, otras no; pero todo lo que es seguro, cierto y firme está en manos de Dios. No sabemos dónde habitan las aves migratorias que nos visitan en verano y durante el otoño nos abandonan: cosas que suceden en nuestro mundo y escapan a nuestra ciencia. ¿Qué podemos controlar de las mareas altas y bajas, por tener dominio de sus causas? ¿Quién puede describir los mundos que quedan más allá del océano? ¿Quién puede explicar cómo se forman las lluvias, los rayos y truenos, los cúmulos de nubes, la neblina, los vientos y prodigios semejantes? ¿Alguien es capaz de descubrir los tesoros de la nieve y el granizo (Job 38,22) y otros fenómenos parecidos? ¿Quién puede preparar las nubes y hacer brotar la niebla, quién conoce las causas del crecimiento y disminución en las fases de la luna, o el por qué la diferencia entre el agua, el metal, la piedra y los demás cuerpos? De todas estas cosas bien podemos hablar mucho e indagar sus causas; pero el único que conoce toda la verdad sobre ellas es el único Dios que las ha creado.

28,3. Si aun entre las cosas creadas algunas son accesibles sólo al conocimiento de Dios, y otras también pueden caer bajo nuestra ciencia, [806] ¿qué dificultad hay si en las cuestiones de la Escritura, siendo éstas espirituales, averiguamos unas cosas con su gracia y otras las dejamos a Dios, de tal manera que no sólo en esta vida, sino también en la futura, Dios sea siempre el Maestro, y el ser humano deba siempre aprender de él? Como dice el Apóstol, cuando desaparezca todo lo parcial, permanecerán sólo la fe, la esperanza y la caridad (1 Cor 13,9-13) (203). La fe en nuestro Maestro sigue siendo firme en la confesión de un solo Dios verdadero y en el amor que siempre le tenemos por ser el único Padre; por eso esperamos recibir y aprender más de Dios, porque es bueno e infinitamente rico, su reino jamás se acaba y su doctrina no tiene término.

Por consiguiente, si por los motivos que acabamos de exponer dejamos a la ciencia de Dios ciertas cuestiones, mientras conservamos la fe, podemos vivir seguros y sin peligros. De este modo toda la Escritura que Dios nos ha dado nos parecerá congruente, concordarán las interpretaciones de las parábolas con expresiones claras, y escucharemos las diversas voces como una sola melodía que eleva himnos al Dios que hizo todas las cosas. Por ejemplo, si alguno pregunta: [807] ¿Qué hacía Dios antes de crear el mundo? Le diremos que ése es un problema de Dios. En cambio, cómo hizo él este mundo de modo perfecto y con un comienzo temporal, nos lo enseñan las Escrituras; en cambio nada nos dicen acerca de lo que hacía antes de esta obra. Luego toca sólo a Dios esta respuesta; pero no por ello quieras fantasear emanaciones tontas y sin sentido (2 Tim 2,23) y blasfemas, de modo que por la pretensión de haber descubierto la producción de la materia te sientas con derecho de renegar del Dios que hizo todas las cosas.

28,4. Pensad, pues, los que inventáis estas doctrinas, en que el mismo y único Dios verdadero al que llamamos Padre es aquel a quien llamáis el Demiurgo. Las Escrituras reconocen sólo a éste como Dios; el Señor llamó Padre sólo a éste y no reconoció a ningún otro, como lo probaremos con sus mismas palabras. Luego, cuando llamáis a éste un fruto emanado de la ignorancia, que no conoce las realidades superiores, y todo lo demás que decís sobre él, considerad cuán grande es vuestra blasfemia contra el único Dios verdadero. Parecéis honestos y serios cuando aseguráis que creéis en Dios; pero, no pudiendo mostrar a ningún otro Dios, definís producto de la ignorancia y de la decadencia a ese mismo Dios en quien decís creer. Esto no es más que ceguera y necedad que os viene de que nada reserváis para Dios: queréis proclamar los nacimientos y emanaciones del mismo Dios, de su Pensamiento, del Verbo, de la Vida y de Cristo; y no lo aprendéis de ninguna otra fuente, sino de la actividad interior del ser humano.

Pero no entendéis que el hombre es un animal compuesto, y por esto se pueden hacer sobre él tales afirmaciones; pues, en efecto, como antes dijimos, hablamos del intelecto y la mente humana, porque de su intelecto viene su mente, de ésta el pensamiento y del pensamiento la palabra -¿qué tipo de palabra (o verbo)? Porque en la lengua griega, el verbo incluye la facultad de pensar, distinta del órgano [808] por medio del cual la palabra se pronuncia, pues unas veces el ser humano está callado y en reposo, otras veces habla y actúa-. Dios, en cambio, siendo todo Mente, todo Verbo, todo Espíritu, todo Luz, siempre existe idéntico e igual a sí mismo. Así como nos es útil saber de Dios tal como nos lo enseñan las Escrituras, así no es justo hacer derivar dentro de él esas actividades humanas ni introducir divisiones. Como la lengua es carnal, su velocidad no alcanza a seguir el proceso intelectual del hombre, porque éste es espiritual; por eso nuestro verbo interior queda como reprimido, porque no puede pronunciarse de un solo golpe -como ha sido concebido-, sino por partes, según la lengua es capaz de hacerlo.

28,5. En cambio Dios, como es todo Mente y Verbo, habla lo que piensa y piensa lo que habla: su Pensamiento es su Verbo, su Verbo es su Mente, y su Mente no es otra cosa que el Padre mismo. Por eso quien habla de la Mente de Dios como un producto distinto, lo declara compuesto; como si uno fuera Dios, otro su Pensamiento principal. Lo mismo se diga cuando se habla del Verbo como de la tercera emisión a partir del Padre, motivo por el cual no conocería su grandeza: se marca una separación muy honda entre el Verbo y Dios. Sin embargo, de él dice el profeta: «¿Quién podrá declarar su origen?» (Is 53,8). Vosotros, en cambio, os ponéis a adivinar acerca de su origen a partir del Padre, y transferís el proceso de la palabra humana que la lengua emite a la emisión del Verbo de Dios: con esto sólo probáis que no conocéis ni las cosas humanas ni las divinas.

28,6. Llenos de orgullo sin razón, os atrevéis a decir que conocéis los inefables misterios de Dios, cuando el mismo Señor, siendo Hijo de Dios, declaró no saber ni el día ni la hora del juicio, sino sólo Dios, cuando dijo: «Acerca de aquel día y hora nadie los conoce, ni el Hijo, sino sólo el Padre» (Mt 24,36). Por lo tanto, si el Hijo no tuvo empacho de atribuir sólo al Padre el conocimiento de aquel día, y habló con verdad, [809] tampoco nosotros debemos avergonzarnos de reservar a Dios aquellas cuestiones que nos superan: en efecto, nadie está sobre su maestro (Mt 10,24). Así pues, si alguien nos pregunta: «¿Cómo el Padre emitió al Hijo?», le respondemos que esta producción, o generación, o pronunciación, o parto, o cualquier otro nombre con el que quiera llamarse este origen, es inefable (204). No la conocen ni Valentín, ni Marción, ni Saturnino, ni Basílides, ni los Angeles, ni los Poderes, ni las Potestades, sino sólo el Padre que lo engendró y el Hijo que de él nació. Siendo, pues, inefable esta generación, quienquiera se atreva a narrar las generaciones y emanaciones, no está en su mente cuando promete describir lo indescriptible.

Que la palabra (el verbo) procede del pensamiento y la mente, todas las personas lo saben. Luego no inventaron nada nuevo ni un misterio escondido aquellos a quienes se les ocurrieron tales emisiones, cuando simplemente transfirieron al Verbo Unigénito de Dios lo que todos entienden: lo llaman inefable e indescriptible, y sin embago, como si ellos hubiesen sido las comadronas que lo atendieron, hablan de su primera generación, explican su emisión y anuncian su nacimiento, asemejándolo a la palabra que los seres humanos pronuncian.

28,7. Si hablando sobre la naturaleza de la materia decimos que Dios la ha producido, en nada erramos: pues de la Escritura hemos aprendido que Dios tiene el primado sobre todas las cosas. Pero ni la Escritura nos ha explicado de dónde o cómo la produjo, ni nosotros debemos inventarlo haciendo infinitas conjeturas sobre Dios a partir de nuestras opiniones, sino que hemos de reservar este conocimiento a Dios.

Lo mismo se diga acerca del motivo por el cual, habiendo hecho Dios todas las cosas, muchas de las creaturas se negaron a someterse a Dios y se separaron de él; en cambio otras, las más, perseveraron y aún perseveran sujetas al Dios que las hizo. [810] Cuál sea la naturaleza de las que pecaron, y cuál la de aquellas que perseveran, lo dejamos a la ciencia de Dios y de su Verbo, al cual Dios le dijo: «Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies» (Sal 110[109],2). Nosotros aún caminamos sobre la tierra, no estamos sentados junto al trono de Dios. El Espíritu del Salvador que está en él «escudriña todas las cosas, hasta las profundidades de Dios» (1 Cor 2,10), en cambio entre nosotros «hay diversidad de gracias, ministerios y operaciones» (1 Cor 12,4-6) y, mientras estamos sobre la tierra, como Pablo dice, «conocemos parcialmente y parcialmente profetizamos» (1 Cor 13,9). Y como conocemos parcialmente, sobre todas estas cuestiones debemos ponernos en las manos de aquel que nos concede también parcialmente su gracia.

El Señor dijo claramente que el fuego está preparado para los transgresores, y lo enseña el resto de las Escrituras, así como también enseñan que Dios todo lo sabe de antemano, y por eso desde el principio preparó este fuego eterno para quienes habrían de hacerse transgresores. Pero ni la Escritura ni el Apóstol ni el Señor enseñaron el motivo preciso por el cual esos seres fueron transgresores. Por eso debemos dejar a la ciencia de Dios muchas de estas cuestiones, como el Señor le dejó el día y la hora (Mt 24,36). Correríamos el más grande peligro si a Dios nada le dejamos, aunque hemos recibido de él sólo en parte esta gracia, cuando investigamos las cosas que nos superan y que por ahora no nos es posible descubrir. Pero caer en tan grande osadía que fosilicemos a Dios, que presumamos de haber descubierto lo que no hemos descubierto, proclamando con palabras vacías la emisión del Dios Demiurgo, diciendo que su substancia proviene de la ignorancia y la penuria, no es sino inventar con mentira un impío argumento contra Dios.

28,8. Al fin de cuentas, no teniendo ningún testimonio que apoye su ficción que en tiempos recientes han inventado, tratan de cimentar las fábulas que cuentan y que ellos mismos han fraguado, unas veces en números extraños, [811] o en sílabas, o en nombres, o en letras incluidas en otras letras, o en parábolas mal interpretadas, o en suposiciones sin fundamento.

Si, por ejemplo, alguien busca el motivo por el cual sólo el Padre conoce el día y la hora, aunque todo le comunica a su Hijo, el mismo Señor lo ha dicho, y nadie puede inventar otro sin riesgo (de equivocarse), porque sólo el Señor es el Maestro de la verdad; y él nos ha dicho que el Padre está sobre todas las cosas, pues dijo: «El Padre es mayor que yo» (Jn 14,28). El Señor, pues, ha presentado al Padre como superior a todos respecto a su conocimiento, a fin de que nosotros, mientras caminamos por este mundo (1 Cor 7,31), dejemos a Dios el saber hasta el fondo tales cuestiones; porque si pretendemos investigar la profundidad del Padre (Rom 11,33), corremos el peligro de preguntar incluso si hay otro Dios por encima de Dios (205).

28,9. Si a alguno le gusta discutir y contradice lo que dijimos sobre las palabras del Apóstol: «Conocemos parcialmente y parcialmente profetizamos» (1 Cor 13,9), soñará haber recibido la gnosis total y no sólo parcial, como Valentín, Ptolomeo, Basílides o alguno de aquellos que pretenden haber investigado las profundidades de Dios (1 Cor 2,10). Que en vez de presumir con arrogancia, adornándose con la gloria de conocer más que los demás las cosas invisibles e inefables, mejor se dedique a investigar con diligencia tantas cosas de este mundo que no conocemos, como por ejemplo cuántos cabellos tiene en su cabeza, cuántos pájaros se cazan cada día, y otras muchas que ni siquiera se nos ocurren: que se las pregunten a su Padre y nos las expongan, a fin de que podamos creerles cuando hablan de los misterios más elevados. Porque ni siquiera acerca de cosas que tenemos en las manos, bajo los pies y ante los ojos [812] en la tierra, por ejemplo la providencia sobre los cabellos de su cabeza, saben nada esos que presumen de perfectos, ¿cómo les vamos a creer cuando tratan de convencernos vanamente de cosas espirituales y supracelestes, y de aquellas que sobrepasan a Dios?

Ya te hemos hablado demasiado acerca de los números, de los nombres, de las sílabas y de las cuestiones sobre las realidades superiores que ellos pregonan, y del modo tan absurdo como interpretan las parábolas. Tú puedes añadir otras.

 

5. Enseñanza gnóstica sobre la escatología y el Demiurgo

5.1. El destino de las tres naturalezas

29,1. Volvamos al resto de sus argumentos. Dicen que en la consumación de los tiempos su Madre volverá a entrar en el Pléroma y recibirá como esposo al Salvador; y que ellos, como son pneumáticos, una vez despojados de las almas y transformados en puras inteligencias espirituales serán dados como esposas a los Angeles pneumáticos; pero que, como el Demiurgo es psíquico, tomará el puesto de la Madre, y las almas de los justos tendrán reposo psíquico en la Región Intermedia. La razón que aducen es que los seres pneumáticos deberán reunirse con los pneumáticos y las almas deberán quedarse con las almas (206). Diciendo esto se contradicen a sí mismos, porque no afirman que las almas irán a la Región Intermedia para estar con sus semejantes, sino por sus obras; pues dan como razón que esto les acaecerá por ser justas, mientras que los impíos irán al fuego. Porque, si todas las almas debieran ir al descanso de la Región Intermedia por razón de su naturaleza, entonces tendrían que estar ahí todas las almas, siendo igual su naturaleza; pero entonces sería superfluo creer, porque también sería superfluo el descenso del Salvador. Y si van ahí por ser justas, entonces lo harán no por ser almas, sino por ser justas. Ahora bien, si las almas estaban destinadas a perecer si no se hiciesen justas, entonces la justicia igualmente puede salvar los cuerpos: ¿por qué no habría de salvarlos, si también [813] ellos participaron de la justicia? Pero si es la naturaleza y la substancia lo que salva, entonces se salvarán todas las almas; pero si lo que salva son la fe y la justicia, ¿por qué no pueden salvarse también los cuerpos, que habrían estado destinados a corromperse junto con las almas? Siendo así, su justicia es claramente o impotente o injusta, si a unos salva porque participaron en ella y a los otros no.

29,2. Que también los cuerpos tienen parte en las obras de justicia, es evidente. Pero, o las almas necesariamente irán al reposo en la Región Intermedia, pero entonces no habrá juicio; o también los cuerpos, que tomaron parte en las obras de la justicia junto con las almas, obtendrán con ellas este lugar de descanso, puesto que la justicia es capaz de conducir al descanso a quienes de ella participaron; pero entonces es cierta la doctrina sobre la resurrección de los cuerpos.

Y ésta es nuestra fe: que también a nuestros cuerpos mortales que observen la justicia Dios los resucitará y hará incorruptos e inmortales (207). Porque Dios es más poderoso que la naturaleza: [814] está en sus manos el querer porque es bueno, el poder porque es poderoso, y el realizarlo porque es rico y perfecto.

29,3. Estos, en cambio, dicen todo lo contrario, asegurando que no todas las almas accederán a la Región Intermedia, sino solamente las de los justos. Porque afirman que la Madre emitió tres tipos (de substancias): el primero es la materia, que nació de la contradicción, el miedo y la angustia; el segundo es el alma, que proviene del impulso; y el espiritual, que brotó al contemplar a los Angeles que rodean al Cristo (208). Pues si los seres así nacidos (209) entrarán de cualquier manera en el Pléroma por ser espirituales, los hílicos se quedarán en las regiones inferiores por ser materiales, y si el fuego que reside en las regiones inferiores habrá de quemarlo todo, ¿por qué no conceden a toda la substancia psíquica ir a la Región Intermedia, donde ellos mandan al Demiurgo (210)?

A fin de cuentas, ¿qué es lo que entrará en el Pléroma? [815] Pues dicen que las almas se quedarán en la Región Intermedia, y los cuerpos, formados de substancia material, arderán junto con toda la materia en el fuego escondido en ella; pero si su cuerpo se corrompe y el alma se queda en la Región Intermedia, nada queda del ser humano para que entre en el Pléroma. Porque la inteligencia del hombre, su pensamiento, la intención de su mente, y todas sus demás actividades no son nada fuera del alma, sino sólo movimientos y actividades de la misma alma, y sin el alma no tienen ninguna subsistencia. ¿Qué queda entonces de ellos para que pueda entrar en el Pléroma? (211) Ellos mismos, en cuanto son almas, según su teoría se quedarán en las Regiones Intermedias, y en cuanto son cuerpos deberán quemarse con toda la materia.

5.2. El Demiurgo no es psíquico

5.2.1. No son psíquicas sus obras

30,1. Siendo así las cosas, son estúpidos cuando dicen que ellos sobrepasarán al Demiurgo. Ellos se proclaman mejores que el Dios que hizo y ordenó los cielos y la tierra, los mares y todo cuanto hay en ellos (Ex 20,11; Sal 146[145],6; Hech 4,24), cuando presumen de ser pneumáticos: por su impiedad prueban ser tan poco honorables como los hombres carnales. En efecto, al que hizo de los ángeles espíritus (Sal 104[103],4), se viste de luz como un manto (Sal 104[103],2), tiene en sus manos el globo de la tierra a cuyos habitantes mira como langostas (Is 40,22), ¡al Dios que creó todas las substancias espirituales le llaman psíquico! Sin duda alguna y con toda certeza proclaman su idiotez, heridos sin duda por el rayo como los gigantes de la fábula: ¡lanzar sus doctrinas contra Dios, henchidos de gloria por su vacía e incongruente presunción, y cuya enorme locura no podría curar toda la elébora (212) del mundo!

5.2.2. Ellos no son superiores al Demiurgo

30,2. Quién sea superior, debe mostrarse en las obras. Ahora bien, ellos se dicen superiores al Demiurgo. Por la finalidad de esta obra nos vemos obligados a poner atención a la impiedad, poniendo una comparación entre Dios y esos locos, y a rebajarnos a sus argumentos para atacarlos usando sus mismas doctrinas: Dios nos sea propicio, [816] porque no queremos compararlo con ellos, sino que decimos estas cosas sólo para refutarlos y deshacer su locura. ¿Qué les admiran tantos insensatos, como si de ellos pudieran conocer algo superior a la verdad misma?

Ellos interpretan aquel dicho: «Buscad y hallaréis» (Mt 7,7), para elevarse por encima del Demiurgo y presumir de ser mejores y superiores a Dios, pues a sí mismos se llaman pneumáticos, en cambio catalogan de psíquico al Demiurgo. De esta manera se colocan sobre Dios, pretenden tener su lugar en el interior del Pléroma, mientras que Dios se quedaría en las Regiones Intermedias. Si presumen de ser superiores al Demiurgo, que lo prueben por sus obras: pues cada quien debe probar lo que es, no por sus palabras sino por sus obras.

30,3. ¿Qué obra pueden mostrar que haya hecho por ellos su Salvador o su Madre, que sea mayor, más espléndida o más inteligente que aquellas que ha realizado aquel que dispuso todas las cosas? ¿Cuáles cielos cimentaron? ¿Acaso han dado fundamentos a la tierra? ¿Qué estrellas han creado? ¿Qué astros han encendido, o qué órbitas les han señalado como su ruta? ¿Qué lluvias, fríos y nevadas han aportado a la tierra según los tiempos y regiones? O por el contrario, ¿determinaron ellos cuáles de éstas deben ser secas o calurosas? ¿Ellos han hecho fluir a los ríos? ¿O han hecho brotar las fuentes? ¿Con qué árboles y flores han adornado todas las regiones bajo el firmamento? ¿Cuántas especies de animales han formado, unos racionales, otros irracionales, pero todos llenos de belleza? Y en general, todas las cosas que el poder de Dios ha constituido y por su sabiduría gobierna, ¿quién las puede enumerar una por una, o escrutar la gran sabiduría del Dios que las hizo? ¿Y qué decir de los seres que están sobre el firmamento y que no se ven, como los innumerables Angeles, Arcángeles, Tronos y Dominaciones?

¿De cuál de todas estas obras quieren hacerse adversarios? ¿Cuál de ellas pueden ellos presumir de haber creado, cuando ellos mismos han sido hechos y plasmados? Si su Salvador o su Madre [817] -para usar sus mismas teorías, a fin de probar sus mentiras en su propio campo- se han servido de Dios, como ellos predican, para fabricar la imagen de aquellas realidades interiores al Pléroma y de todas aquellas que han contemplado rodeando al Salvador (213), lo ha hecho porque él es superior y más capaz para realizar lo que quería: pues no podría fabricar esta imagen por alquien inferior a ellos, sino por alguien más elevado.

30,4. Esos seres serían pneumáticos, como dicen, porque habrían sido concebidos de la contemplación de los seres que rodean como guardias a Pandora. Ellos continuaban siendo inertes, nada producía por ellos la Madre, ni los volvía perfectos el Salvador: esos seres engendrados eran inútiles, buenos para nada, pues nada se dice que hayan fabricado. En cambio al Dios que, según sus argumentos, ha sido emitido como un ser inferior a ellos, se les ocurre hacerlo psíquico, aunque fue el que realizó, trabajó y fue activo, pues le atribuyen haber fabricado las imágenes de todos ellos. Y no afirman que sólo haya hecho los modelos de las cosas visibles, sino que también por medio de él fueron hechos los de los seres invisibles: Angeles, Arcángeles, Dominaciones, Potestades, Potencias. Es claro que (la Madre) se quiso servir de uno superior a ellos para realizar sus planes. Se ve que su Madre no hizo nada, como ellos mismos confiesan, para que le puedan lógicamente atribuir a Dios haber nacido como un aborto que mal parió la Madre que ellos pregonan: ciertamente las comadronas no la asistieron cuando los parió a ellos, y por eso ella los emitió como un aborto, como a seres inútiles, sin ningún provecho para su Madre. Y, sin embargo, esos (herejes) se juzgan a sí mismos superiores a aquel que ha creado y ordenado tantas cosas tan magníficas; y por eso, según su propio sistema, ellos se encuentran muy por debajo de él.

30,5. Supongamos dos instrumentos de trabajo: uno de ellos siempre está en las manos del artesano, porque con él hace todo lo que quiere, y muestra su habilidad y sabiduría; otro, en cambio, siempre está arrinconado, útil para nada, inactivo, pues el artesano jamás lo usa para fabricar alguna de sus obras: ¿a quién se le ocurriría decir que este instrumento inútil, superfluo y ocioso es superior y más valioso que aquel que el artesano usa para trabajar y del que su dueño se gloría? ¡Sólo a uno que justamente consideráramos imbécil [818] y loco!

Así hacen ellos cuando presumen de ser pneumáticos y superiores al Demiurgo psíquico, y por eso pretenden subir sobre los cielos y penetrar en el Pléroma para encontrar a sus esposos. Según su propia confesión, han de ser de sexo femenino. Y luego, sin aducir ninguna prueba, dicen que Dios es inferior, y por eso se quedará en la Región Intermedia. Pero, quien es superior, lo prueba por sus obras, y el Demiurgo ha hecho todas las cosas, en cambio ellos nada digno pueden mostrar haber hecho, por lo que son sólo una turba de gente sin cerebro, locos sin remedio.

30,6. Si alegan que el Demiurgo hizo todas las cosas materiales, como el cielo y todo el mundo que está bajo ellos, en cambio todos los espirituales que están sobre los cielos (como los Principados, Potestades, Angeles, Arcángeles, Dominaciones, Poderes), fueron hechos, según dicen, como ellos mismos, por una emisión espiritual. En primer lugar ya hemos probado por las Escrituras del Señor, que el único Dios hizo todas las cosas mencionadas, visibles e invisibles. Ellos ciertamente no saben más que las Escrituras, ni nosotros tenemos por qué poner oídos sordos a las palabras del Señor, de Moisés y de los profetas, los cuales predicaron la verdad, para creerles a quienes no hablan de cosas razonables, sino de puros delirios y locuras. Y, en segundo lugar, si por medio de ellos fueron hechos los seres celestiales, que nos expliquen ellos su naturaleza espiritual, nos digan el número de los Angeles y Arcángeles, nos muestren los misterios de los Tronos y nos enseñen las diferencias entre las Dominaciones, Principados, Potestades y Poderes. Mas nada pueden respondernos, porque nada tuvieron que ver en su origen. Pero si los hizo el Demiurgo, como en efecto los hizo, y son realidades espirituales y santas, entonces no es psíquico el que hizo los seres pneumáticos. Así cae por tierra su enorme blasfemia.

30,7. Que haya en los cielos creaturas espirituales, lo proclaman todas las Escrituras, y Pablo da testimonio de que son espirituales, cuando escribe haber sido arrebatado hasta el tercer cielo, y además haber sido llevado al paraíso, [819] donde escuchó palabras inefables que un ser humano es incapaz de referir (2 Cor 12,2-4). ¿Y para qué le serviría ser arrebatado al tercer cielo o subir al paraíso, que están bajo el poder del Demiurgo, si tenía que contemplar y escuchar los misterios que, como ellos se atreven a decir, superan al Demiurgo? Porque, si era para conocer una Economía superior al Demiurgo, no se habría detenido en el dominio del Demiurgo, ni siquiera una vez vistas todas las cosas -pues, como ellos dicen, aún le quedaba penetrar en el cuarto cielo para poder acercarse al Demiurgo y ver la Semana que le está sujeta-; sino a lo más se habría detenido en la Región Intermedia, es decir, junto a la Madre, para de ella informarse de lo que hay dentro del Pléroma. Porque su hombre interior que hablaba dentro de él, siendo invisible, como dicen, no sólo podía llegar hasta el tercer cielo, sino hasta la misma Madre. Pero si el hombre interior de ellos de inmediato puede ir más allá del Demiurgo y subir hasta la Madre, [820] ¡cuánto más le habría ocurrido al hombre interior del Apóstol! Ni se lo hubiese impedido el Demiurgo, porque éste, según dicen, está sujeto al Salvador. Y si hubiera querido impedírselo, no lo habría logrado; porque no tiene mayor poder que la providencia del Padre, tanto más que, según su teoría, éste es invisible aun para el Demiurgo.

Pablo contó como una cosa grande y sublime haber sido arrebatado hasta el tercer cielo, y por lo mismo ellos no pudieron haber ascendido hasta el séptimo cielo, pues no son superiores al Apóstol. Pero si presumen de ser superiores, que lo prueben con sus obras: de hecho nunca se han atrevido a hacerlo. Por eso Pablo añadió: «Si en el cuerpo o fuera del cuerpo, Dios lo sabe (2 Cor 12,2-3), para que así no se piense que su cuerpo participó de esta visión, como si hubiese tomado parte de aquello que él vio y oyó; además, para que no se le objete que el cuerpo, dado su peso, no puede ser asumido; sino que se admita que también sin el cuerpo se pueden contemplar los misterios espirituales, realizados por el mismo Dios [821] que hizo el cielo y la tierra (Gén 1,1), que plasmó al ser humano (Gén 2,7) y lo colocó en el paraíso (Gén 2,15). También podrán contemplarlo aquellos que, como el Apóstol, sean perfectos en el amor de Dios.

30,8. Las realidades espirituales del tercer cielo que el Apóstol pudo contemplar (2 Cor 12,2) y las palabras inefables que el ser humano es incapaz de pronunciar porque son espirituales, es el mismo Dios quien las concede, según su voluntad, a quienes halla dignos: suyo es, en efecto, el paraíso (2 Cor 2,4). El es el Espíritu de Dios (Jn 4,24), y no un Demiurgo psíquico, pues de no ser así, no podría haber creado realidades espirituales. Porque, si éste es psíquico, que nos digan ellos quién creó los seres pneumáticos. No nacieron de una emisión de su Madre, como ellos mismos pretenden haber sido formados, cosa que son incapaces de probar. Ellos no son capaces de crear, no sólo alguno de los seres espirituales, sino ni tan siquiera una mosca, un mosquito o cualquiera de los animales más pequeños y despreciables. Estos son producidos sólo por la ley que recibieron en su naturaleza desde el principio: todos los animales provienen por la fecundación mediante el semen de un animal del mismo género.

Ni siquiera su Madre hizo nada sola, aunque cuentan que engendró al Demiurgo Señor de toda la creación. También afirman que el Demiurgo es psíquico, en cambio se llaman pneumáticos aunque no son señores ni hacedores de alguna creatura, no sólo de entre aquellas que existen fuera de nosotros, pero ni siquiera de su propio cuerpo. En efecto, sufren en su cuerpo muchas dolencias contra su voluntad, ¡y así se proclaman superiores al Demiurgo!

5.3. Sólo hay un Dios: el Padre

30,9. Con toda razón les probamos que se han alejado mucho de la verdad. Porque, aun cuando aquel que hizo todas las cosas fuese inferior al Salvador, no sería inferior a ellos, sino mucho mejor, puesto que es el creador aun de ellos. [822] ¿De dónde se puede deducir que él es psíquico, y en cambio ellos pneumáticos? O bien -como es la única verdad que hemos demostrado con muchos y claros argumentos- él por sí mismo creó libremente, con su propio poder ordenó y llevó a cabo todas las cosas, y todo lo que existe ha recibido el ser de su voluntad: sólo a él lo descubrimos como Dios que hizo todas las cosas, como el único Soberano universal y único Padre, que creó y realizó todas las cosas, visibles e invisibles, racionales e irracionales, terrenas y celestiales, mediante el Verbo de su poder (Heb 1,3), que compuso y ordenó todas las cosas con su Sabiduría (214); el único que contiene todo y en cambio nada puede contenerlo. El es el Hacedor, el Creador, el Inventor, el Ordenador, el Señor de todas las cosas. Fuera de él y sobre él no existe la Madre que han inventado, ni otro Dios como se le ocurrió a Marción, ni el Pléroma de treinta Eones cuya vaciedad hemos demostrado, ni el Abismo, ni el Protoprincipio, ni los cielos, ni la Luz virginal, ni el Eón inefable, ni todas las demás cosas que todos los herejes fabrican en sus delirios.

Hay sólo un Dios Demiurgo, que está por sobre todos los Principados, Potestades, Dominaciones y Poderes (Ef 1,21). Este es Dios Padre, el Creador, el Hacedor, el Demiurgo que realizó por sí mismo todas las cosas, quiero decir, que por su Verbo y su Sabiduría hizo el cielo y la tierra, los mares y todo cuanto ellos contienen (215) (Ex 20,11; Ps 146[154],6; Hech 4,24). El es el único justo, bueno; él formó al ser humano (Gén 2,7), plantó el paraíso (Gén 2,8), fabricó el mundo, ordenó el diluvio y salvó a Noé. Este es el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob; es el Dios de los vivos (Mt 22,32), el que la Ley y los profetas anunciaron, el que Cristo reveló, [823] los Apóstoles transmitieron y en el que la Iglesia cree: éste es el Padre de nuestro Señor Jesucristo (2 Cor 1,3; Ef 1,3; Col 1,3; 1 Pe 1,3). El, mediante su Verbo, que es su Hijo, se reveló y manifestó a todos aquellos a quienes él decidió: lo conocen aquellos a quienes el Hijo se lo quiera revelar (Mt 11,27). Este Hijo siempre existe con el Padre, y desde el principio revela al Padre, a los Angeles, Arcángeles, Potestades, Poderes, y a todos aquellos a quienes Dios quiere revelarse.

5.4. Refutación de otras teorías

31,1. Una vez rebatidos los valentinianos, todo el resto de los herejes queda también derrocado. Vale contra los seguidores de Marción, Simón, Menandro y cualquier otro que de modo semejante separe del Padre nuestra creación, todo cuanto hemos probado contra aquéllos: cuanto dijimos contra su Pléroma y cuanto se halla fuera del Pléroma, porque en su teoría el Padre de todas las cosas quedaría encerrado y aprisionado de cuanto queda fuera de él, si es que algo hay fuera de él; y que por fuerza habría muchos Padres y muchos Pléromas y muchos mundos creados que se limitarían mutuamente excluyéndose sus partes; cada uno de esos (Padres) se tendría que mantener dentro de sus propios dominios, y no podría meter las narices en los de los otros, con los cuales no tendría ninguna comunión ni parte. Y probamos que no hay otro Dios de todas las cosas, sino que sólo él merece llamarse Soberano universal.

[824] Vale también contra los seguidores de Saturnino, Basílides, Carpócrates y los demás Gnósticos que repiten las mismas ideas, lo que hemos dicho contra aquellos que dicen que el Padre de todas las cosas las comprende todas, pero que él no llevó a cabo nuestra creación, sino que la hicieron o un Poder diverso, o Angeles que no conocían al Protopadre, y que éste estaría encerrado en la inmensa grandeza del universo como el centro de un círculo, o como la mancha en un vestido. Hemos demostrado cuán inverosímil es que algún otro fuera del Padre de todas las cosas haya llevado a cabo nuestra creación.

Cuanto hemos dicho acerca de las emisiones de Eones, de la penuria y de la incongruencia de su pretendida Madre, también destruye la teoría de Basílides y de todos los que falsamente se llaman Gnósticos, porque afirman las mismas cosas con palabras distintas. Y, más que aquéllos (los valentinianos), adaptan a su doctrina ideas extrañas a la verdad.

Lo que dijimos acerca de los números, vale para cuantos desvían la verdad hacia esa mentira.

Los argumentos sobre el Demiurgo que lo demuestran el único Dios y Padre de todas las cosas, así como cuanto aún diremos en los próximos libros, refutan a todos los herejes mencionados.

Algunos de ellos son más mansos y moderados: tú los refutarás y confundirás, para que dejen de blasfemar contra su Creador, Hacedor, Proveedor y Señor, afirmando que ha nacido de la penuria y la ignorancia. Pero aléjate de los salvajes, violentos e incapaces de razonar, para que no tengas que sufrir más su verborrea.

5.5. Contra Simón y Carpócrates

31,2. Contra Simón, Carpócrates y todos aquellos que presumen de obrar milagros: no lo hacen por el poder de Dios, ni en verdad, ni actúan así para hacer el bien a los demás, sino para dañarlos induciéndolos a error, por medio de una magia ilusoria y un completo fraude, de modo que, en lugar de hacer el bien a quienes creen en sus seducciones, los perjudican. No son capaces de dar la vista a los ciegos, ni el oído a los sordos, ni expulsar a todos los demonios -sino sólo a aquellos que ellos mismos les meten, si es verdad lo que dicen-, ni curar a los enfermos, cojos y paralíticos o dañados en cualquier otro miembro del cuerpo como efecto de alguna enfermedad, ni dar de nuevo la salud a todos aquellos que enferman por accidente. Muy lejos están de resucitar a los muertos [825] -como lo han hecho el Señor y los Apóstoles por medio de la oración y como en algunos casos ha sucedido en la comunidad cuando ha sido necesario, cuando toda la Iglesia lo ha suplicado con ayunos y plegarias, de modo que «ha regresado al muerto el espíritu» (Lc 8,55) como respuesta a las oraciones de los santos-. Ni siquiera creen que esto sea posible; porque, según ellos, incluso la resurrección de los muertos no es sino el conocimiento de lo que ellos llaman la verdad.

31,3. De parte de ellos, no hay sino error, seducción, ilusiones mágicas con las que impíamente engañan a las personas. En la Iglesia se halla la compasión, la misericordia (Zac 7,9), la solidez y la verdad, que se ejercitan gratuitamente y sin esperar paga alguna, sólo al servicio de los seres humanos. Damos lo que tenemos para la salvación de los hombres, y muchas veces los enfermos reciben de nosotros, para su curación, incluso lo que a nosotros nos hace falta. Esto prueba que ellos son del todo extraños al ser de Dios, a su benignidad y a la virtud espiritual; porque, llenos de toda clase de engaños, de espíritu de apostasía, de obras del demonio y de engaños idólatras, se convierten en precursores del dragón que, mediante artificios arrastrará con su cola la tercera parte de las estrellas y las arrojará sobre la tierra (Ap 12,4). Igual que del dragón hemos de huir de ellos, y mientras más presuman de realizar maravillas, más debemos precavernos como de personas a quienes más ha poseído el espíritu de la maldad. Por este motivo, si se observa cómo se comportan cada día, [826] se descubrirá que su modo de obrar es el mismo que el de los demonios.

5.6. Dicen que necesitan experimentarlo todo

32,1. Refutamos su doctrina sobre la obras, cuando afirman que deben experimentar todas las acciones, aun las malas, usando la enseñanza del Señor: según su palabra, no sólo serán echados de su presencia quienes pequen, sino también quienes quieran pecar (Mt 5,25-28). No sólo el que asesina merecerá el castigo del asesino, sino también aquel que, sin motivo, se enoje contra su hermano (Mt 5,21-22). No sólo prohibió odiar a los demás, sino que ordenó amar a los enemigos (Mt 5,43-44). No únicamente vetó hablar mal del prójimo, sino que mandó no llamar al otro vacío o estúpido, bajo pena de caer en el fuego de la gehenna (Mt 5,22). No sólo enseñó no golpear a otro, sino que, si alguien nos pega, a presentarle la otra mejilla (Mt 5,39). No se limitó a disponer que no hemos de robar lo ajeno, sino también a no reclamarle al otro que nos ha quitado lo nuestro (Mt 5,40); y no únicamente prohibió hacer el mal o herir al prójimo, sino que mandó hacer el bien con generosidad a quienes nos tratan mal y orar por ellos para que se conviertan y se salven (Mt 5,44): no hemos de imitar, pues, a los otros en las ofensas, los apetitos y el orgullo.

Ellos mismos se glorían de tenerlo por Maestro, y dicen que tuvo un alma mucho mejor y más fuerte que los demás; y él mandó que hiciéramos con todas nuestras fuerzas ciertas cosas buenas y excelentes, y que nos abstuviéramos de otras malas, dañosas y nocivas, [827] no sólo en cuanto a la acción externa, sino también en cuanto a los pensamientos que llevan a ellas: ¿pero cómo pueden sin avergonzarse llamar Maestro a ese hombre más fuerte y excelente que los demás, y luego mandar cosas abiertamente opuestas a su doctrina? Si no hubiese acciones en sí mismas justas o injustas, sino que todas dependieran de la opinión humana, ciertamente no habría enseñado con firmeza: «Los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre» (Mt 13,43); en cambio los injustos y que no han hecho las obras justas, «serán echados en el fuego eterno» (Mt 25,41), «donde su gusano jamás morirá ni el fuego se extinguirá» (Mc 9,48; Is 66,24).

32,2. Además, afirmando que ellos deben experimentar todo tipo de acciones y conducta, a fin de pasar en una sola vida, en cuanto es posible, por todo el desarrollo necesario para llegar a la perfección, nadie los ve hacer algún esfuerzo por practicar las obras de virtud, ni trabajos pesados, ni actividades gloriosas o artísticas, o alguna cosa de las que todo mundo aprueba como buenas. Porque si en verdad necesitaran experimentar todo tipo de obras y acciones, primero tendrían que estudiar las artes y ciencias; las que se aprenden con esfuerzo, trabajo, meditación y perseverancia, como los distintos tipos de música, las matemáticas, la geometría, la astronomía, los diversos métodos de expresión, el arte de la medicina tanto por el conocimiento de las hierbas curativas como por remedios fabricados, la escultura en bronce o en mármol; u otros tipos de profesiones como la agricultura, la veterinaria, el pastoreo, la construcción, las diversas artesanías, las relacionadas con el mar, la gimnasia, la cacería, las artes marciales, el gobierno, por no enumerar todos los tipos de aprendizaje, que ellos, aun dedicando toda su vida, no alcanzarían a asimilar ni en una diezmilésima parte.

No se preocupan de aprender, y dicen tener que ejercitarse en todo tipo de obras, como pretexto para entregarse a los placeres [828] y a toda clase de acciones lúbricas y licenciosas: ya están juzgados según su propia doctrina (Tt 3,11), e irán al castigo del fuego, porque les falta todo lo que acabamos de enumerar. Estos, mientras emulan la filosofía de los epicúreos y la indiferencia de los cínicos, se glorían de tener a Jesús por Maestro, el cual advierte a los discípulos no sólo acerca de las malas acciones, sino también de las palabras y pensamientos perversos, como anteriormente hemos expuesto.

5.7. Se sienten superiores a Jesús

32,3. Dicen tener el alma del mismo origen que Jesús, y que son semejantes a él, y muchas veces mejores; si embargo nunca se les ve entregarse a las obras que él realizó para el bien y el progreso de los seres humanos, nada han hecho que se le parezca o que de algún modo se le pueda comparar. Sino que, si algo llevan a cabo, como antes mostramos, lo hacen por artes mágicas para seducir con engaños a los tontos. No producen ningún fruto que deje alguna utilidad a aquellos para los cuales dicen realizar milagros. Sino que se contentan con atraer a los adolescentes presentando ante sus ojos actos de ilusión y muchas apariencias que de inmediato se desvanecen, que no duran ni un instante: no reproducen en sí la imagen de Jesús, sino la de Simón el Mago. Añádase que el Señor resucitó al tercer día de entre los muertos, se mostró a los discípulos, y ante su vista fue elevado al cielo; en cambio ellos se mueren y no resucitan ni se muestran a nadie: también esto demuestra que no tienen un alma igual a la de Jesús.

32,4. Algunos de ellos dicen que Jesús también realizó todas estas cosas en apariencia. Por los profetas les demostraremos que ya estaban anunciadas, que él las hizo de modo que no quede duda alguna, y que él es el único Hijo de Dios. [829] Por eso sus discípulos verdaderos en su nombre hacen tantas obras en favor de los seres humanos, según la gracia que de él han recibido. Unos real y verdaderamente expulsan a los demonios, de modo que los mismos librados de los malos espíritus aceptan la fe y entran en la Iglesia; otros conocen lo que ha de pasar, y reciben visiones y palabras proféticas; otros curan las enfermedades por la imposición de las manos y devuelven la salud; y, como arriba hemos dicho, algunos muertos han resucitado y vivido entre nosotros por varios años.

¿Qué más podemos decir? Son incontables las gracias que la Iglesia extendida por todo el mundo recibe de Dios, para ir día tras día a los gentiles y servirlos en nombre de Jesucristo crucificado bajo Poncio Pilato. [830] Y no lo hacen para seducir a nadie ni para ganar dinero, pues, así como ella lo ha recibido gratis de Dios, así también gratis lo distribuye (Mt 10,8).

32,5. Y no lo hace por invocación de los ángeles, ni por medio de encantamientos, ni por otros poderes malvados u otro tipo de acciones mágicas; sino que de modo limpio, puro y abierto, elevando su oración al Dios que creó todas las cosas e invocando el nombre de nuestro Señor Jesucristo, hace todos estas obras maravillosas no para seducir a nadie sino para el bien de los seres humanos. Pues si hasta hoy el nombre de nuestro Señor Jesucristo hace tantos beneficios y cura de modo seguro y verdadero a todos los que creen en él (216), y no pueden hacer lo mismo los seguidores de Simón, Menandro, Carpócrates o de cualquier otro, entonces es evidente que él se hizo hombre, convivió con la obra que él mismo había plasmado (Bar 3,38), realmente todo lo llevó a cabo por el poder de Dios según la voluntad del Padre de todas las cosas (Ef 1,9), tal como los profetas habían anunciado. Cuáles hayan sido estas profecías, lo diremos al exponer las pruebas sacadas de los profetas.

5.8. No hay transmigración de las almas

33,1. Que sea falsa su pretendida transmigración de las almas, lo probaremos por el hecho de que ninguna de sus almas se acuerda de sus vidas anteriores. Porque, si fueron enviadas (a este mundo) para experimentar todo tipo de actividades, tendrían que recordar lo que sucedió en los tiempos pasados, para poder completar lo que falta sin tener que trabajar miserablemente una y otra vez sobre las mismas cosas. [831] La unión con el cuerpo no debería cancelar enteramente la memoria y contemplación de todo lo que antes han experimentado, puesto que para eso vinieron. Cuando el cuerpo está en reposo y adormecido, el alma ve y obra en sueños, y se recuerda de muchas de estas cosas en comunión con el cuerpo; por eso, una vez despierto, puede indicar, incluso después de algún tiempo, lo que ha experimentado en el sueño; de modo parecido el alma debería acordarse de sus experiencias antes de venir a este cuerpo. Pues si ella se recuerda, una vez unida al cuerpo y extendida por todos sus miembros, de lo que ha visto o pensado en su imaginación durante el sueño durante un tiempo tan breve, ¡cuánto más debería acordarse de todas aquellas cosas en las que estuvo inmersa en toda una vida anterior y durante tanto tiempo.

33,2. A este propósito Platón, aquel viejo ateniense que fue el primero en introducir esta doctrina, como no podía explicar esta cuestión, inventó la copa del olvido, imaginando que mediante este truco podía huir del problema. Pero no probando lo más mínimo, de modo categórico respondió que al introducirse las almas en esta vida, el demonio que las introduce les hace beber el olvido. Al decirlo, él, sin caer en la cuenta, cayó en un absurdo más grave. Si es verdad lo de la copa del olvido que, una vez bebida, [832] te hace olvidar todo lo que anteriormente has hecho, ¿cómo lo sabes, oh Platón, si ahora tu alma está metida en el cuerpo, y antes de que se metiera el demonio le dio a beber esa poción? Pues si te acuerdas del demonio, de la copa y de tu entrada en esta vida, tendrías que acordarte de lo demás; pero si nada sabes de esto, ni es real ese demonio, ni es cierto que bebiste la copa del olvido.

33,3. Algunos dicen que el cuerpo mismo es esa poción del olvido. Pero entonces ¿cómo el alma recuerda y puede comunicar a otros lo que ha visto y pensado en sueños, y los deseos de su mente, mientras está en el cuerpo? Y si fuera cierto que el cuerpo es la causa del olvido, entonces el alma no recordaría lo que ha experimentado por la vista o el oído mientras vive en el cuerpo; sino que, al mismo tiempo que el ojo mira algo, su recuerdo desaparecería de la memoria. Si el alma radicara en la causa del olvido, no podría conocer nada, sino sólo aquello que ve a cada instante. Si el cuerpo es, como dicen, el olvido mismo, ¿cómo el alma podría aprender las cosas divinas y recordarlas mientras existe en el cuerpo? Los mismos profetas, mientras vivían en la tierra, se acordaban de lo que veían y oían en las visiones celestiales, para luego anunciarlas a los seres humanos con quienes convivían. No es verdad que el cuerpo produce en el alma el olvido de las cosas espirituales que ha visto, sino que el alma educa al cuerpo [833] y la hace participar de lo que con su visión espiritual ha aprendido.

33,4. El cuerpo, en efecto, no es más sólido que el alma, pues de ella recibe el soplo, la vida, el desarrollo y el mantenerse unido; sino que el alma posee y gobierna el cuerpo. Como el cuerpo participa de su movimiento, la detiene en su rapidez, pero no le hace perder su conocimiento. El cuerpo se asemeja a un instrumento, mas el alma es como el artista. Y un artista rápidamente concibe una obra, pero la realiza más lentamente usando su instrumento, por la inmovilidad de éste: se mezclan, pues, la rapidez del artista con la torpeza del instrumento, y de esa manera la obra toma tiempo. De modo semejante el alma participa de los impedimentos del cuerpo con el que está unida, pero sin perder absolutamente sus capacidades; así como, comunicando al cuerpo su vida, ella misma no la pierde. De modo parecido, mientras ella hace a su cuerpo partícipe de muchas otras cosas, ella misma no pierde ni su conocimiento ni la memoria de lo que ha experimentado.

33,5. Por consiguiente, si no recuerda los hechos del pasado, sino que sólo percibe otros conocimientos que adquiere en esta vida, entonces no ha vivido en otros cuerpos en tiempos anteriores, ni ha realizado hechos que no conoce, ni ha conocido otras cosas que ahora no experimenta. Más bien, cada uno de nosotros, así como por el arte de Dios ha recibido su cuerpo, así también de él ha recibido su alma. Porque Dios no es ni tan pobre ni tan indigente que sea incapaz de dar a cada cuerpo su alma, [834] así como sus caracteres distintivos. Y así, una vez completo el número que él mismo ha determinado, todos los que están inscritos en el libro de la vida resucitarán (Ap 21,27), con su propio cuerpo y alma y con el propio espíritu con los cuales agradaron a Dios. En cambio los que merecieron el castigo irán a él, con el alma y el cuerpo con los cuales se alejaron de la bondad divina (217). Entonces ya no engendrarán hijos ni éstos nacerán, ni se casarán, ni habrá matrimonio (Mt 22,30), pues estará completo el número de los seres humanos que Dios eligió de antemano, para cumplir en todo el plan del Padre.

34,1. De modo muy completo el Señor enseñó que no se conservan las almas pasando de cuerpo en cuerpo; sino también que ellas conservan la personalidad del cuerpo para el cual fueron hechas, y se acuerdan de las obras que acá realizaron o dejaron de realizar. Cuando relata lo que está escrito acerca del rico y de Lázaro [835] que descansaba en el seno de Abraham (Lc 16,19-31), dice que el rico, después de la muerte, reconoció a Lázaro y a Abraham y recordó el puesto que cada uno de ellos había tenido, y le rogó que enviara en su auxilio a Lázaro, al que no había querido hacer participar de su mesa; y luego la respuesta de Abraham, que no sólo sabía lo que él era, sino también el rico; y que más les servía escuchar a Moisés y a los profetas que recibir el anuncio de algún resucitado de la muerte, a aquellos que no quisieran llegar a aquel lugar de castigo. Con estas palabras claramente enseñó que las almas siguen viviendo, no que pasan de cuerpo en cuerpo, y que retienen su personalidad humana a tal punto que pueden ser reconocidas y acordarse de lo que acá sucede; y también el espíritu profético de Abraham, y cómo cada persona recibe el estado que merece, incluso antes del juicio.

5.9. Las almas no mueren

34,2. Algunos quizás digan que las almas, como comenzaron a existir hace algún tiempo, no pueden durar, pues para ello tendrían que ser ingénitas e inmortales; pero si tuvieron un comienzo, así también deberán morir con el cuerpo. Sepan que sólo Dios, el Señor de todas las cosas, no tiene principio ni fin, y es el único que permanece siendo el mismo para siempre. Todas las cosas que de él provienen, que ha creado y sigue creando, tienen un principio y generación, y por ese motivo son inferiores a aquel que las ha hecho, porque no son increadas; sino que duran y permanecen en el tiempo según la voluntad del Dios Creador: [836] así como al principio les concede comenzar a existir, así después les concede el ser (218).

34,3. Así como el cielo sobre nosotros, el firmamento, el sol, la luna, las demás estrellas y todo su esplendor (Gén 2,1) antes no existían, pero una vez creadas han durado por tanto tiempo según la voluntad de Dios, de modo semejante no se engañará quien se fije en las almas, los espíritus y todas las demás cosas, y vea que, habiendo sido hechas y por eso tienen un comienzo, duran mientras Dios lo quiera. El Espíritu profético ha dado testimonio de ellos con expresiones como éstas: «El dijo y fueron hechas, él mandó y fueron creadas. El las ha establecido por los siglos de los siglos» (Sal 148,5-6; 33[32],9). Y sobre la salvación de los seres humanos dijo: «Te pidió la vida y le concediste largos años por los siglos de los siglos» (Sal 21[20],5), porque el Padre concede vivir por los siglos de los siglos a aquellos que se han salvado.

Porque la vida no nos viene por naturaleza, sino por la gracia de Dios (1 Cor 3,10). Y así, quien conserve el don de la vida y dé gracias a quien se lo ha dado, recibirá en regalo vivir por los siglos de los siglos; mas quien lo rechace, no se muestre agradecido a su Creador por haberlo creado, y no reconozca al que se lo ha dado, se priva a sí mismo de la vida eterna. Por eso el Señor decía a los que se mostraban desagradecidos a él: «Si no fuisteis fieles en lo pequeño, ¿quién os dará lo más grande?» (Lc 16,11). Con esto quiso decir que, si en esta breve vida temporal se mostraban desagradecidos a aquel que les dio la vida, con justicia no recibirán «largos años por los siglos de los siglos».

[837] 34,4. Así como el cuerpo animado no es él mismo el alma, sino que participa del alma mientras Dios lo quiera, así también el alma no es la vida misma, sino que participa de la vida que Dios ha querido concederle. Por eso la palabra profética dice acerca del primer hombre plasmado: «Fue hecho alma viviente» (Gén 2,7). Con esto nos enseñó que el alma vive al participar de la vida, de modo que una cosa se entiende por alma y otra por vida. Es, pues, Dios quien otorga la vida y la duración perpetua; le es posible conceder esa vida perpetua a almas que antes no existían, si Dios quiere que existan y que sigan viviendo. En efecto, la voluntad de Dios debe gobernar y dirigir todas las cosas: todo lo demás le está sometido y existe para su servicio. Basta por ahora acerca de la creación del alma y de su duración perpetua.

5.10. Doctrina de Basílides sobre los cielos

35,1. Además de lo dicho antes acerca de Basílides, debemos añadir que, según su sistema, no sólo fueron creados trescientos sesenta y cinco cielos, uno después de otro y por creación de unos por otros, sino que siempre se siguen y seguirán creando en el futuro inmensidad de cielos, de modo que el número de nuevos cielos creados no tendrá límite. [838] Si el segundo cielo derivó del primero y fue hecho a su semejanza, y de modo semejante el tercero del segundo y todo el resto, entonces por fuerza nuestro cielo (que llama el último) debe haber provenido de otro del que es imagen, y este otro de otro. De este modo nunca se detendrá ni el flujo de cielos ya hechos, ni la fabricación de nuevos, de donde se seguirá no un número definido de cielos, sino ilimitado.

5.11. Otras opiniones de Gnósticos acerca de Dios

35,2. Algunos de entre los mal llamados Gnósticos, dicen que los profetas han profetizado en nombre de diversos dioses. Con facilidad se les puede refutar, haciendo ver que todos los profetas anunciaron a un solo Dios y Señor, que es el mismo Creador de cielo y tierra y de todas las cosas que hay en ellos (Ex 20,11; Sal 146[145],6; Hech 4,24), y prepararon la venida de su Hijo, como lo demostraremos a partir de las Escrituras en los libros siguientes.

35,3. Si aducen como prueba los distintos nombres en lengua hebrea que se hallan en las Escrituras, como Sabaoth, Elohím, Adonai y otros semejantes, para inventar que esos nombres indican diversos Dioses y Potestades, sepan que todos esos nombres y otros semejanes se refieren a uno y el mismo. Eloah en hebreo significa «Dios verdadero», Elloeuth en hebreo quiere decir «aquel que abarca todas las cosas». Adonai algunas veces significa [839] «innombrable y admirable», y otras veces, cuando se reduplica la letra d y se aspira, Addonai, «el que separa la tierra de las aguas, para que éstas no la invadan». Sabaoth, cuando lleva la omega en la última sílaba, quiere decir «el que decide»; en cambio con ómicron (la o simple griega), indica «el primer cielo». [840] Así también Iaoth, que lleva la omega con aspiración en la última sílaba, «medida decidida de antemano», en cambio Iaoth (con ómicron) «el que hace huir el mal».

Todos los demás nombres parecidos son diversos modos de llamarlo, como en latín «Señor de las Potestades», «Padre de todas las cosas», «Dios Soberano universal», «Altísimo», «Señor de los cielos», «Creador», «Demiurgo» [841] y otros semejantes. No quieren indicar a muchos Dioses diversos, pues todas estas denominaciones y nombres se atribuyen a uno solo, que es Dios Padre, el que abarca todas las cosas y les concede la existencia.

5.12. Conclusión

35,4. De todo lo que hemos dicho queda claro que la predicación de los Apóstoles, la enseñanza del Señor, el anuncio de los profetas y el servicio de la Ley manifiestan a un solo Dios de todas las cosas, alaban al Padre, y no se refieren a varios Dioses, ni dicen que éstos hayan sido emitidos por otros Dioses y Potencias, sino del único y mismo Padre de todas las cosas. Este es quien ha decidido la naturaleza y orden de cada ser, [842] y no lo han hecho ni Angeles ni alguna Potencia, sino que el único Dios Padre creó todas las cosas visibles e invisibles y todo cuanto existe (Jn 1,3).

Pero no debemos dar la impresión de que nos negamos a mostrar las pruebas a partir de las Escrituras divinas, y por eso -ya que las mismas Escrituras explican estas cosas de modo más claro y evidente para aquellos que no deciden interpretarlas maliciosamente- en el libro siguiente explicaremos las Escrituras por las Escrituras mismas, para exponer las pruebas que el mismo Dios ofrece, a todos aquéllos que amen la verdad.

 

Notas

 

147. Uno de los pilares del gnosticismo: el Creador de la materia es un Demiurgo que nació de la pasión y la caída de la Sabiduría inferior, el más bajo (el 30º) de los Eones, echado del Pléroma, hecho que la hundió en la penuria. Siendo este Eón tan imperfecto, también lo es su obra, la creación de este mundo. Por eso, en este libro II, toda la batalla de S. Ireneo será contra esta teoría, para dejar la puerta abierta, en el libro III, a la prueba de que el único Dios y Padre es también el Demiurgo (Creador) de todas las cosas (primer artículo de la Regla de la Verdad cristiana): ver el párrafo siguiente, n. 1,1. [Regresar]

148. Nótese el plan del libro: S. Ireneo no puede dar espacio a todos y cada uno de los errores de los herejes (aunque aquí y allá atacará a algunos en concreto ocasionalmente) sino que tomará los «bloques comunes» de todas las herejías. Por ejemplo, no le interesa si una secta propone al Demiurgo, otra a los Angeles, una tercera a cualquier ser diverso como creador del mundo. S. Ireneo prueba el absurdo de que haya creado el mundo cualquier otro que no sea el único verdadero Dios y Padre. [Regresar]

149. S. Ireneo muestra el absurdo de postular, por una parte, un Pléroma (es decir, plenitud de todas las cosas, la totalidad absoluta), y por otra una región fuera del Pléroma a donde la Sabiduría inferior (Achamot) fue expulsada: en este caso la Plenitud ya no lo es, sino sólo una parte con sus límites. Más aún, si esta región es exterior al Pléroma y lo rodea (como algunos pretenden), entonces contiene al Pléroma y es superior (mayor) al Pléroma mismo y al Dios (dioses) en él contenido. [Regresar]

150. Nótese cómo argumenta S. Ireneo: hasta aquí ha expuesto los absurdos que se siguen de postular uno u otro ser como creador del mundo: en seguida les opone la llaneza de la exposición de la fe cristiana. Por el contraste hace advertir a sus lectores cuán incongruente sería proclamarse gnóstico y, al mismo tiempo, confesarse cristiano para atraer a los fieles con el cebo de la pseudociencia. [Regresar]

151. Sombra y vacío: dos expresiones que describen el modo como los valentinianos concebían la región exterior al Pléroma. El hecho de que las cosas creadas sean imperfectas y limitadas, no da derecho ni a buscar un ser ignorante e inferior que las haya hecho, ni a postular un vacío o una sombra fuera (o independiente) de Dios. Si las cosas creadas son imperfectas, signo claro de que no son Dios. Y este hecho más bien debe llevarnos «a buscar el motivo de la Economía de Dios», por qué las creó siendo así limitadas, y cuánto pueden durar según la voluntad divina. [Regresar]

152. Su Madre, es decir, el Eón llamado la Madre que ellos hipotizan (la Sabiduría inferior o Achamot). ¿Realmente fue Cristo el que la echó del Pléroma y puso en ella la ignorancia? ¿Cómo será él quien venga un día a rescatar de la ignorancia a los hijos de esa madre nacidos de tal ignorancia y de su caída? [Regresar]

153. HOMERO, La Ilíada, IV, 43. [Regresar]

154. Es absurdo lo que ellos afirman, acerca de que los Angeles y el Demiurgo en absoluto habrían ignorado al Dios supremo: aunque estuviesen fuera del Pléroma, lo podrían reconocer por sus obras. Está latente el argumento de Sab 13,4-5: aun a los seres humanos les es posible conocer por sus obras al autor de ellas. [Regresar]

155. S. Ireneo reconoce que Dios es invisible; pero también que es omnipotente y puede darse a conocer según su Economía: en la historia lo ha hecho a través de su Verbo. Esta afirmación de la Escritura echa por tierra la idea absoluta del Dios desconocido por naturaleza (y enteramente incognoscible) de los gnósticos, encerrado en sí mismo e incomunicable. Un Dios de tal naturaleza, que no puede comunicarse, es un Dios impotente. Otra cosa es que él se comunique según su voluntad y su Economía (ver IV, 20,5), y no según el esfuerzo natural de los seres humanos. Más aún, si quienes no descubren a Dios pecan y pueden ser rectamente juzgados, es porque ya en su mente el Padre les ha puesto su Verbo por medio del cual (aunque sea en diverso grado, según su plan salvífico) se revela a cada uno. Supone, pues, que aun en el plano que podríamos llamar «natural», hay verdadera revelación de Dios por medio de su Verbo, impreso en la mente de los seres humanos desde el principio de su existencia (ver IV 6,5-7). [Regresar]

156. Recuérdese que de esta «confusión» (mezcla de tristeza, miedo, angustia e ignorancia) de Achamot, nació la substancia con la que el Salvador hizo todas las cosas de este mundo (ver I, 4,2-4,5). El argumento de S. Ireneo es hacer notar la bajeza de un Pléroma que sólo puede ser honrado si de esa «confusión» tan degradada pueden sacarse, para glorificar al Pléroma, las imágenes de los seres espirituales que en él habitan. [Regresar]

157. Es decir, el Salvador emitió el Demiurgo como imagen del Unigénito, o sea la Mente del Padre. Este Demiurgo psíquico resultó tan degradada imagen, que ignora al Padre y su propio origen. Por eso ha creído ser el único Dios. Es el Hacedor de este mundo. [Regresar]

158. Porque si el Unigénito fue engendrado de modo espiritual, también el que ha sido hecho a su semejanza deberá ser emitido de modo semejante. Pero entonces, dice S. Ireneo, también la ignorancia del Demiurgo (imagen del Unigénito pneumático) debe ser de orden pneumático: ¡contradicción manifiesta! [Regresar]

159. S. Ireneo prueba cuán imposible es la concepción valentiniana de la región externa al Pléroma: pura sombra y vacío. [Regresar]

160. Ver IV, 6,6: S. Ireneo tiene en mente Sab 13,1-9. [Regresar]

161. El término «parábola» que S. Ireneo usa aquí no corresponde al uso actual. En su tiempo, el vocabulario no estaba del todo fijado. En éste, como en otros lugares, por parábola entiende, simplemente, pasajes de la Escritura cuyo sentido ellos fuerzan para acomodarlo a su propio sistema. [Regresar]

162. S. Ireneo explicita su argumento «trinitario»: como sabio arquitecto, Dios no ha necesitado para crear sino su propio Verbo (su Hijo) y su Sabiduría (el Espíritu). Fórmula con frecuencia repetida. Y contrasta este sensata doctrina, con la estupidez gnóstica: el Demiurgo, o los Angeles, o cualquier otra Potencia creadora, habría creado por ignorancia. [Regresar]

163. S. Ireneo, usando las figuras valentinianas de la región exterior al Pléroma, les dice que con sus doctrinas ellos (que presumen de pneumáticos) se excluyen a sí mismos del Pleroma. [Regresar]

164. Plasmar es modelar. El Creador no ha plasmado, sino hecho o creado los seres espirituales, por un mandato de su Palabra. En cambio ha plasmado o modelado al ser humano corpóreo. Ver el hermoso texto explicativo de D 11: «Al hombre lo plasmó Dios con sus propias manos, tomando el polvo más puro y más fino de la tierra y mezclándolo en medida justa con su virtud. Dio a aquel plasma su propia fisonomía, de modo que el hombre, aun en lo visible, fuera imagen de Dios. Porque el hombre fue puesto en la tierra plasmado a imagen de Dios». Ver D 32. Precisamente de ahí brota la dignidad humana, pues, a diferencia de los demás seres, fue plasmado por las manos de Dios: ver III, 21,10; IV, 20,1; V, 3,2; 15,2. [Regresar]

165. Nótese el método de S. Ireneo para refutarlos: 1º exponer las doctrinas gnósticas para desenmascarar su contradicción interna; 2º contrastarlas con la verdad de la Escritura. Este segundo paso se entiende por su finalidad de ofrecer a los cristianos argumentos para la defensa de su fe, y para prevenirlos del engaño. [Regresar]

166. O sea la Palabra. [Regresar]

167. Sobre la antropología de San Ireneo, ver D 2: «El hombre es un ser viviente compuesto de alma y cuerpo", y II, 28,4; IV, Pr. 4; 16,3; V, 3,2; 9,3. V, 1,3: "El hombre es un animal racional". [Regresar]

168. S. Ireneo arguye contra los gnósticos: es verdad que la Escritura y los cristianos usamos imágenes para hablar de Dios de modo análogo a lo que conocemos (por ejemplo la expresión «el Verbo» para indicar al Hijo); pero ellos objetivizan y divinizan esas analogías, de modo que enseñan como seres diferentes al Hijo, al Unigénito, al Verbo, etc. También los cristianos usamos expresiones análogas, como el ojo, el oído, la Palabra, etc. para hablar de Dios; pero somos conscientes de la unicidad y absoluta simplicidad divina (ver II, 13,8; 28,4-5; IV, 11,2), y de que se trata sólo de pluralidad de imágenes nuestras, que en nuestra pequeñez usamos para modestamente tratar de comprender su grandeza, como S. Ireneo afirma en el párrafo siguiente. [Regresar]

169. El mismo texto latino (y no existen ni el original griego ni su restauración) algunas veces habla de Nous (que hemos traducido Mente) y otras de Sensus (que traducimos Intelecto). [Regresar]

170. Adviértase que, aun a duras penas, S. Ireneo trata, por una parte, de afirmar la distinción al interior del Ser divino, y, por otra, la absoluta unicidad y simplicidad de Dios. Lo que rechaza es el modo de proceder de los valentinianos: su distinción desemboca en multiplicidad dentro del Ser divino. Nótese el mismo proceso en el párrafo siguiente. [Regresar]

171. La incorrupción, más aún la incorruptibilidad y la inmortalidad (V, 3,1), son atributos de Dios, incluidos en su mismo Nombre. Siendo el Padre incorruptible por naturaleza, nos otorga la incorrupción como un don: ver III, 20,2; IV, 6,20; 14,1; 20,5; 38,2-3; V, 13,1.3; 15,1; 21,3, por nuestra unión con el Verbo: ver III, 19,1; D 7, 31, 40. [Regresar]

172. ARISTOFANES, Los pájaros, 700. [Regresar]

173. HOMERO, La Ilíada 14, 201. [Regresar]

174. Efectivamente, la palabra Estoico viene de stoà = puerta. Son los filósofos que acostumbraban enseñar en la plaza pública, junto a la puerta de la ciudad. [Regresar]

175. Recuérdese que la Madre (Sabiduría inferior, Achamot), según los valentinianos, ha salido del Padre como semilla de todas las cosas inferiores (ver I, 7,3; II, 19,3 y IV, 35,1). [Regresar]

176. Por ejemplo, dividen el Pléroma en 30 Eones por los treinta días del mes, y postulan una docena por los doce meses del año y las doce horas del día. San Ireneo dice en seguida que, según ellos, todo lo que hay en este mundo es imagen del superior. Pero entonces, ¿por qué, si los Eones son 30, el mes (que sería su imagen) a veces tiene más días y a veces menos? Y así en lo demás casos. [Regresar]

177. Recuérdese que en la antigüedad contaban como horas del día las que cubría la luz del sol, del amanecer al ocaso. [Regresar]

178. Para captar la fuerza del argumento, recuérdese lo que antes ha argumentado: los Eones del Pléroma (por ejemplo la Vida, el Verbo, la Mente, etc.), son figuras tomadas de los seres creados: ¿cómo, entonces pueden ser anteriores a éstos? [Regresar]

179. Recuérdese lo que había dicho arriba: según ellos, cada Eón sólo conocería al que inmediatamente lo habría emitido, ignorando al anterior a éste. [Regresar]

180. Es decir, a los gnósticos: recuérdese que tienen a la Sabiduría como a su Madre. [Regresar]

181. Ellos viven en la tiniebla de la mentira. En cambio Dios es Luz que deshace la tiniebla y su Verbo es la Verdad que refuta la mentira. [Regresar]

182. Recuérdese que, para ellos (que presumen de pneumáticos), el cuerpo y el alma sólo son vestidos externos de que deberán despojarse para entrar en el Pléroma. Por ese motivo dan tan poca importancia para el conocimiento a la experiencia sensible (del mundo material) y al razonamiento lógico (de la psyché), y en cambio pretenden conocer la verdad por la semilla espiritual que llevan dentro. ¿Con qué instrumentos refutarlos, si se sienten superiores a la lógica y a la experiencia? [Regresar]

183. Subyace aquí la antropología de San Ireneo en contraste con la de los gnósticos. Para éstos el espíritu es el componente natural de su persona; el cuerpo y el alma son revestimientos desechables. Para San Ireneo el cuerpo y el alma son los componentes naturales del ser humano; el Espíritu Santo habita en él para perfeccionarlo y santificarlo: el Espíritu es parte (por inhabitación) del ser humano perfecto. Este, sin el Espíritu, no deja de ser hombre, pero sí hombre perfecto destinado a la salvación. Por eso dice en este párrafo que no es el hombre quien perfecciona lo espiritual, sino lo espiritual al hombre. [Regresar]

184. Recuérdese que las «parábolas», no habiéndose aún afirmado el significado el significado del término, en general indican pasajes de la Escritura interpretados en sentido simbólico. [Regresar]

185. En varias ocasiones San Ireneo llama a Satanás «príncipe de la apostasía», o simpremente «el apóstata»: ver III, 23,3.5; IV, Pr. 4; 40,1; V, 24,1.4; D 16. En V, 21,2 recurre a la etimología del nombre en hebreo: Satanás = apóstata («el que se ha apartado»). [Regresar]

186. Es difícil captar en nuestra traducción castellana el matrimonio del Salvador (masculino) con el Pensamiento, puesto que estamos con esta palabra traduciendo la palabra Enthymesis, que en griego es femenina. [Regresar]

187. HESIODO, Los trabajos y los días 81. [Regresar]

188. San Ireneo trata de explicar la etimología del nombre Pandora, que significa «todos los dones». [Regresar]

189. HESIODO, Los trabajos y los días, 77. [Regresar]

190. El Primogénito no es entre muchos hermanos el primer nacido en orden temporal, sino el «primero entre los nacidos», el que los precede y va delante de ellos. Así Cristo es el primero en morir y resucitar por nosotros, por eso es el Primogénito de muchos hermanos, a fin de que nosotros lo sigamos: ver III, 16,3; IV, 20,2; 24,11; V, 31,1; D 38. Antignóstico: esto supone su carne verdadera, para que en verdad haya muerto y resucitado, de donde depende nuestra vida. En D 39 señala una tripre primogenitura de Cristo: primogénito del Padre, de la Virgen, de los muertos. [Regresar]

191. Llama «presbíteros» a los discípulos de los Apóstoles en varios pasajes: ver IV, 49,1; V, 5,1; 30,1; 36,1-2; D 3. [Regresar]

192. HOMERO, La Ilíada 4,1. [Regresar]

193. Epísemon, es decir, el signo, el emblema. [Regresar]

194. Más bien significa «Yahvé salva», como indica Mt 1,21. Pero San Ireneo recurre a las tres letras hebreas del nombre: I, S, W, iniciales de Iah, Samaim, Wa'rets, que significan «Señor», «cielo» y «tierra». [Regresar]

195. Traduzco del latín en SC 294, p. 236. Estas dos últimas sentencias en varios manuscritos son incongruentes. [Regresar]

196. Recuérdese que el número de horas por día se cuenta por el de la luz natural: San Ireneo tiene en mente la diferencia de horarios de invierno y verano. [Regresar]

197. De este modo las ovejas en el redil suman cien, número perfecto para la salvación. [Regresar]

198. San Ireneo propone claramente la preocupación de los gnósticos, oculta bajo su sistema: si este mundo inferior no es imagen del mundo superior, entonces todo sucede al acaso y resulta ininteligible. Su rechazo de la libertad humana (que esconde el escándalo por el mal) también implica el repudio de la historia. En el fondo ellos quieren escapar del mal sintiéndose ya salvados, liberarse de la responsabilidad en este mundo (y por eso teorizan que en él ya todo está determinado), y en consecuencia de toda ley moral. San Ireneo recurre, en cambio, a la sabiduría de Dios que guía la historia, y a su plan salvífico (Economía) en favor del hombre. [Regresar]

199. Ver de nuevo esta comparación con la melodía en III, 20,7: San Ireneo impulsa a los gnósticos a contemplar la armonía de todas las obras del único Creador. Ellos, en cambio, atendiendo sólo a las diferencias entre los seres y (sobre todo) de los sucesos del mundo, los proyectan en causas diversas, y así originan multitud de dioses (muchos de ellos opuestos). Esta maravillosa armonía de Dios nos descubre su proyecto salvífico en la historia (sus Economías): uno en su voluntad, múltiple en su aplicación a través del tiempo. [Regresar]

200. San Ireneo supone que Dios nos ha dado dos medios para conocer la verdad: la fe en su Palabra y la razón aplicada de manera justa. La no apertura a la inteligibilidad de la Escritura es, pues, signo de una mente enferma y nada religiosa. Por este motivo ellos tienen sus «Escrituras gnósticas» (como el «Evangelio de la verdad»), y luego pretenden leer como si fuesen del mismo estilo «mistérico» las Escrituras reveladas. Cierto que los pasajes de la Escritura con frecuencia pueden aceptar varias interpretaciones (siendo diversas las preguntas que se les hacen), pero siempre y todas ellas dentro del marco de la «Regla de la Verdad». De otra manera surgen doctrinas contradictorias que dan lugar a las múltiples herejías y a los grupos separados. [Regresar]

201. Muy claramente San Ireneo expone su antropología de la creación: el único Dios creó todas las cosas teniendo desde el principio un plan salvífico (una Economía) en su mente: todo lo hizo en función del ser humano y de su desarrollo, a fin de que éste progresivamente se perfeccione hasta llegar a la plenitud, para entrar en comunión con la vida de Dios. [Regresar]

202. Lit. «porque somos más recientes», en efecto, ellos son eternos. [Regresar]

203. San Ireneo interpreta así a San Pablo: en esta vida hay muchas virtudes, pero las que permanecen son la fe, la esperanza y la caridad: mientras estamos en este mundo, como camino hacia la plenitud; cuando resucitemos, como seguiremos siendo humanos, aun habiendo llegado a la plenitud (humana) continuaremos creciendo eternamente. La vida eterna es siempre nueva (ver V, 36,1). Por eso, aun plenos en la caridad, viviremos en la continua fe y esperanza de ahondar en la inagotable vida de Dios. [Regresar]

204. Desde II, 28,4 San Ireneo desarrolla su argumento: el problema de los gnósticos es concebir a Dios a imagen del hombre y no viceversa. La Escritura habla de un Verbo (Palabra) de Dios, a semejanza (hoy diríamos por analogía) y no por igualdad con la palabra humana. El hombre piensa la palabra con su mente y la profiere con su boca, porque es un ser compuesto, y la palabra resulta un producto distinto de él. En cambio Dios es un ser absolutamente simple, y por ello su Verbo no es otro ser, ni Dios lo profiere con la boca, sino que todo él está concebido y pronunciado en su Mente. Se trata de una concepción espiritual análoga, no idéntica a la concepción humana: por eso la entendemos sólo en parte, y así nos resulta inefable. [Regresar]

205. San Ireneo contrasta su sentido del misterio con el de los gnósticos. Para él, el misterio radica en la profundidad insondable de Dios, que sólo se nos da a conocer en la medida de su voluntad y de nuestra capacidad humana. Para ellos, es cuestión de una verdad oculta, sólo accesible a los iniciados. En el primer caso, el misterio está en las manos de Dios; en el segundo, es manejable por quienes lo poseen. Por eso, para el obispo de Lyon, debemos saber reservar a Dios el conocimiento de aquellas honduras de su ser que no ha querido revelarnos. Los gnósticos, en cambio, pretendiendo poseer la gnosis de todo, corren el riesgo de fabricar un Dios falso. [Regresar]

206. En este párrafo se está jugando con los términos alma y psíquico. Para refutarlos San Ireneo entra en su juego de llamar psíquicos a los seres humanos cuya naturaleza es la psyché (el alma), mientras que los espirituales (pneumáticos) son aquellos cuya naturaleza es el pneûma. [Regresar]

207. A la teoría gnóstica San Ireneo opone la fe de la Iglesia. Ellos afirman ya estar salvados «por naturaleza», pero sólo en su espíritu; el alma de los psíquicos, si observa la justicia, podrá participar del Demiurgo en la Región Intermedia; el cuerpo se corrompe y destruye con toda la materia. Para el obispo de Lyon la Regla de la fe confiesa la salvación final del ser humano entero: cuerpo y alma; y no por naturaleza, sino por don gratuito de Dios y según su fidelidad a la ley divina (tema del libro V). [Regresar]

208. Por eso también hay tres tipos de seres humanos, según domine en ellos uno u otro de los elementos en la substancia de que están formados: los hylicos (hechos de hylé, materia), los psíquicos (de psyché, alma), y los pneumáticos (de pneûma, espíritu). [Regresar]

209. Es decir, los pneumáticos o espirituales, como ellos pretendían ser. [Regresar]

210. Recuérdese que para ellos el Demiurgo es psíquico. [Regresar]

211. El único Dios Creador y Padre quiere la salvación de todo el ser humano, pues lo ha creado todo entero: alma y cuerpo, y fuera de estos dos elementos nada quedaría para salvarse. En este enérgico párrafo San Ireneo expone nítidamente la antropología cristiana (ver II, 13,3; en V, 7,1 describe la muerte como separación del alma y del cuerpo). Luego, cuando adelante hable del Espíritu que habita en el hombre, dirá que es el Espíritu de Dios que se le comunica para que, inhabitando en él, lo haga perfecto. [Regresar]

212. Hierba medicinal que se daba a los locos y epilépticos. [Regresar]

213. Es decir los Angeles. [Regresar]

214. Esta expresión trinitaria es común en San Ireneo: el Hijo y el Espíritu son creadores con el Padre, y a los primeros suele llamar el Hijo y la Sabiduría: el primero es la imagen según la cual se llevó a cabo la creación, el segundo ordena. Ver III, 25,1; IV, 7,4; 20,1,3-4; D 5. [Regresar]

215. Para los gnósticos el Demiurgo está fuera del Pléroma. San Ireneo rebate: entonces el Pléroma no es tal Plenitud; y característica del Dios Creador es abarcar todas las cosas y no ser abarcado por ninguna: ver IV, 20,2; D 4. [Regresar]

216. Esta sentencia ofrece un doble signo de la convicción de San Ireneo : 1º Oramos a Dios por medio del nombre de Cristo (no se trata de dos oraciones diversas y separadas): por Cristo al Padre. 2º La divinidad de Jesucristo, pues por la invocación de su nombre se realizan los milagros en favor de quienes creen en él. [Regresar]

217. Párrafo claro sobre la antropología de San Ireneo: se salvarán el alma y el cuerpo del ser humano «con el propio Espíritu», en los cuales (alma y cuerpo) los hombres agradaron a Dios. Por contraste, se condenarán el alma y el cuerpo (sin dejar de ser hombres); pero en este caso nada afirma del Espíritu puesto que lo echaron de sí al rechazar la bondad divina (ver V, 6,1; 7,1; 9,1-2). [Regresar]

218. A los gnósticos, que como pneumáticos se decían destinados a durar para siempre por naturaleza, San Ireneo opone el argumento: por naturaleza, todo lo que tiene principio también tiene un fin, pues manifiesta no tener en sí mismo la razón de su existencia. Por lo tanto, si un ser ha recibido el ser como un don de Dios que lo ha creado, seguirá viviendo mientras Dios lo quiera. Por eso, si los seres humanos vivirán para siempre, y cómo, depende de la voluntad divina que sólo podemos conocer por su Palabra revelada. [Regresar]

 

 

 

 



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