Ars Christiana: 'Excursus' en la tradición del arte cristiano
Por Rodolfo Papa*
La tradición del arte cristiano transmite la inspirada comprensión de la
Belleza de la Revelación. Interrogar la tradición artística, significa
recorrer una historia viva, de visión y de comunicación hecha con los ojos
de la Fe: desde los frescos en los nichos de las catacumbas que, representan
a Jesucristo resucitando a Lázaro, muestran la fe de los primeros cristianos
en la resurrección de los muertos, hasta las espléndidas imágenes del
Renacimiento o del s. XVII, y muchas más.
Desde los primeros siglos del Cristianismo, el arte ha buscado responder a
las exigencias del anuncio (Kerigma) y a las de la formación (Didachè), para
la difusión del mensaje cristiano. El arte entra desde el principio en la
vida del Cristianismo, siendo partícipe del dinamismo de la teología, en la
luz de la fe. Recordemos como la tradición ve en el evangelista Lucas, al
primer pintor cristiano, como retratista de María, y en Nicodemo, al primer
escultor cristiano, autor de un crucifijo considerado milagroso.
En los albores del Cristianismo el arte cristiano va, poco a poco, tomando
conciencia. Así en los primeros siglos, algunos talleres de grabadores y de
escultores en plata, marfil y bronce, trabajan sea para los paganos que para
los cristianos, como por ejemplo en los destacados casos de los dípticos
senatoriales y consulares. Contextualmente, nace, sin embargo, con seguridad
una iconografía cristiana ligada a la difusión de los Evangelios y a la
misma forma de parábolas de la predicación de Cristo. Esta iconografía no
tiene miedo de adoptar del mundo pagano, imágenes y símbolos,
reinterpretados a la luz de la verdad. De esta manera, por ejemplo, la
imagen del Buen Pastor se superpone a la iconografía del moscóforo.
Después, se dio una verdadera toma de conciencia del medio artístico como
instrumento de búsqueda, de reflexión, de introspección propiamente
cristiana.
La confianza en la eficacia evangelizadora del arte produjo en la Edad Media
muchos relatos para defender su legitimidad contra quien la negaba
rotundamente. Ejemplos de esto son el relieve de la figura de San Lucas como
retratista de María, como también el de la figura de Nicodemo como primer
escultor cristiano, autor del Crucifijo milagroso de Beirut, del que se
originó la tipología de los crucifijos llamados del “Rostro Santo”, como el
de Lucas, o la imagen del rostro de Cristo impresa en el lienzo de la
Verónica y después, de nuevo el Mandylion. La tradición, por tanto, ha
tratado de encontrar una iconografía de los orígenes, una especie de
“modelo” en el que inspirarse para poder ver, aunque sea desde lejos, el
rostro de Amado.
Esta tensión hacia el retrato del rostro de Cristo, presente en el trabajo
milenario de los artistas cristianos, se mueve por la voluntad de imaginar
la propia vida como contemporánea a la del Salvador. El arte cristiano se
mide según la capacidad de llamar a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero
hombre. A menudo los artistas han trabajado junto a los teólogos, para saber
representar la profunda verdad del tesoro de la Fe.
Recordemos, por ejemplo, como en la base del trabajo artístico del Beato
Angelico en los monasterios dominicanos, había una teología precisa de la
visión elaborada por San Antonino Pierozzi, prior del Convento de San Marcos
en Florencia, que acogió y valoró al fraile pintor, por su convinción de que
con su arte podría representar la belleza de Jesús ante los mismo ojos de
los frailes. En el monasterio de San Marcos en Florencia, todos los frailes
dominicanos podían desarrollar sus propios ejercicios contemplativos con el
auxilio de los frescos de Fra Angelico sobre las paredes de las celdas,
permitiendo la contemporaneidad entre la vida del fraile y el evento sacro
representado.
De modo particular, la arquitectura y la pintura está hecha en vista de una
liturgia contemplativa e imaginativa, en la que cada piedra, cada forma
geométrica, cada llamada a la antigüedad hablan de la vida de Jesucristo. El
convento se convierte así en una especie de Jerusalén “ficta”, un ambiente
representativo capaz de sostener la vida espiritual. Este proyecto responde
plenamente a la práctica, difundida en el siglo XV, de enriquecer la vida de
oración mediante representaciones interiores, como lo que está recomendado,
por ejemplo en el Zardino de Oration, escrito en torno al 1454 y publicado
en Venecia en 1494.
Las obras de arte sacra a menudo se presentan como ayuda para la práctica de
la meditación, ofreciendo la posibilidad de vivir como presente lo que viene
representado. Resulta ser una extraordinaria aplicación pictórica de esta
práctica meditativa, por ejemplo la Pasión de Cristo de Hans Memling
(conservada en la Galería Sabauda de Turín), en el que podemos observar una
representación de la ciudad de Jerusalén, con los distintos momentos de la
Pasión de Jesús ambientados en varios lugares: el fiel puede, de esta
manera, recorrer el cuadro, meditando y contemplando la pasión de Cristo.
El objetivo principal del arte cristiano se da siempre desde el aspecto
kerigmático, es decir el anuncio a los no creyentes, y a la didáctica, es
decir catequético para los fieles. En el centro de todo está el Evangelio de
Jesucristo. Para estar a la altura del mensaje, el arte desarrolla los
propios medios expresivos; los artistas y sus talleres, incluso recibiendo
en herencia de la tradición una amplia y compleja estructura iconográfica,
tienden a mejorarla, perfeccionando los modos y los medios para poder decir
con más precisión y profundidad en el discurso sobre Dios hecho carne. Esta
finalidad anima y motiva el nacimiento y la profundidad de la teoría de los
colores, hasta llegar a verdaderas y propias estructuras de tipo sintáctico,
capaces de saber organizar el discurso pictórico para hacer un discurso
completo.
Este florecer de medios artísticos al servicio del mensaje cristiano, es
protagonista también en el Renacimiento. A propósito de este importante
momento de la cultura, a menudo se destaca un renacimiento de los cultos
paganos, o bien se habla de una permanencia de los antiguos dioses,
suficiente para caracterizar el arte del Renacimiento como esencialmente
neopagano. En realidad, la recuperación de lo clásico se cumple en este
periodo en la perspectiva de una cultura auténticamente cristiana; como
clave de lectura podemos utilizar un ejemplo conocido por todos, sobre todo
la tradicional interpretación cristológica del VI canto de la Eneída de
Virgilio, en la óptica de la posibilidad de leer la cultura greco-romana
como una especie de prefiguración de la era cristiana. Por demás, Virgilio
es la guía de Dante en los dos primeros cánticos de la Divina Comedia.
De esta manera los artistas renacentistas, ayudados por una clientela
refinada y culta capaz de interpretar a la luz del Cristianismo también la
tradición clásica, toman las raíces del mundo pagano, emergiendo e
iluminándolo con la fuerza nueva de la Revelación. Así en la Stanze della
Segnatura de Raffaello en el Vaticano, en la luneta de los poetas, al lado
de los cantores del Cristianismo Dante y Petrarca, encontramos a los
cantores de la antigüedad: Orfeo, Homero y Virgilio.
Muchos tratados artísticos del s. XVII acercaba el teólogo al pintor, en la
necesidad de que el pintor supiese “que”narrar: así por ejemplo el pintor
Piero Da Cortona trabaja junto al teólogo Domenico Ottonelli, para el
Trattato della pittura, e scultura, uso et abuso loro, de 1652. Se trata de
la transmisión del saber teológico en el arte, a sabiendas de que el arte
tiene una dimensión teológica y debe saber hacerse cargo, en el momento en
el que se coloca al servicio de la Iglesia.
Desde un reconocimiento de la tradición del arte cristiano emergen algunas
coordenadas fundamentales. De hecho, a pesar de la sucesión de estilos y
técnicas muy diversas, toda la tradición se ha convertido en una unidad en
el centro del misterio de la Fe, y antes que nada la Encarnación. En
observancia a este misterio, el arte cristiano es figurativo, capaz de
“decir” el cuerpo de Cristo, es narrativo, capaz de contar la historia
verdadera, y bell0o porque como escribió San Francisco: “Tú eres belleza”.
En la Carta a los artistas del 4 de abril de 1999, Juan Pablo II ofrece una
reflexión completa sobre el arte, escrita desde el punto de vista, incluso
espacial, del Vaticano: “Al escribiros desde este Palacio Apostólico, que es
también como un tesoro de obras maestras acaso único en el mundo” (n.9).
Después de haber ilustrado la condición del artífice como imago Dei, Juan
Pablo II ilumina la condición de Fe del artista; este escribe sobre una
“especial vocación del artista” (n.2), defina le vocación artística como
“destello divino” (n.3); muestra la floritura artística del arte cristiano
como la “savia” de la Encarnación y consiste en un “amplio capítulo de fe y
de belleza” (n.5); afirma que el conocimiento de la Fe “puede también
enriquecerse a través de la intuición artística”.Como en el caso del Beato
Angélico y de la lauda extatica que san Francisco de Asís. A los artistas se
les ha confiado el deber especial de decir con el arte que “en Cristo el
mundo está redimido” y que la creación “espera la revelación de los hijos de
Dios también mediante el arte y en el arte”(n.14).
Finalmente, el arte resulta ser uno de los lugares en el que el Espíritu
Santo se expresa en “el soplo divino del Espíritu creador que se encuentra
con el genio del hombre, impulsando su capacidad creativa. Lo alcanza con
una especie de iluminación interior, que une al mismo tiempo la tendencia al
bien y a lo bello, despertando en él las energías de la mente y del corazón,
y haciéndolo así apto para concebir la idea y darle forma en la obra de
arte” (n.15).
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* Rodolfo Papa es historiador de arte, profesor de historia de las teorías
estéticas en la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Urbaniana
de Roma; presidente de la Accademia Urbana delle Arti. Pintor, miembro
ordinario de laPontificia Insigne Accademia di Belle Arti e Lettere dei
Virtuosi al Pantheon. Autor de ciclos pictóricos de arte sacro en diversas
basílicas y catedrales. Se interesa en cuestiones iconológicas relativas al
arte del Renacimiento y el Barroco, sobre el que ha escrito monografías y
ensayos; especialista en Leonardo y Caravaggio, colabora con numerosas
revistas; tiene desde el año 2000 un espacio semanal de historia del arte
cristiano en Radio Vaticano.