Tres textos de la Iglesia sobre el diálogo
Por Fernando Pascual, sacerdote
diciembre 09, 2013
en: Actualidades
Aprender a dialogar: todo un reto en un mundo en el que conviven tantos
puntos de vista y tantos aspectos que merecen ser tenidos en cuenta.
Por eso podemos recordar tres textos de épocas diversas en los que se dan
consejos y pautas importantes a la hora de dialogar, sobre todo cuando llega
el momento de confrontar opiniones diferentes o, incluso, contrapuestas.
El primer texto viene del Concilio de Trento. En un documento de la sesión
segunda (7 de enero de 1546), se invita a los que participan a evitar
aquellos comportamientos que llevan a perder la serenidad del alma. Así,
podemos leer:
“Respecto del modo con que se han de exponer los dictámenes, luego que los
sacerdotes del Señor estén sentados en el lugar de bendición, según el
estatuto del concilio Toledano, ninguno pueda meter ruido con voces
desentonadas, ni perturbar tumultuariamente, ni tampoco altercar con
disputas falsas, vanas u obstinadas; sino que todo lo que expongan, de tal
modo se tempere y suavice al pronunciarlo, que ni se ofendan los oyentes, ni
se pierda la rectitud del juicio con la perturbación del ánimo”.
El segundo texto se encuentra en la primera encíclica de Benedicto XV,
titulada “Ad beatissimi apostolorum principis cathedram”. Fue publicada el 1
de noviembre de 1914, pocos meses después del inicio de la Primera Guerra
Mundial.
En el número 15, el Papa hablaba de la unión y la concordia entre los
cristianos. Tras pedir que cesasen aquellas disensiones y discordias entre
católicos que alegran a los enemigos de la Iglesia y que debilitan a los
creyentes, Benedicto XV recordaba dos niveles de argumentos. El primero,
explicado por el Magisterio de la Iglesia, sobre el que basta con escuchar y
obedecer. El segundo alude al campo de los temas opinables sobre los que la
Iglesia no ofrece un dictamen definitivo. En este segundo nivel, ¿cómo
disputar? Según el texto, con estos criterios:
“Mas en aquellas cosas sobre las cuales, salvo la fe y la disciplina, no
habiendo emitido su juicio la Sede Apostólica, se puede disputar por ambas
partes, a todos es lícito manifestar y defender lo que opinan. Pero en estas
disputas húyase de toda intemperancia de lenguaje que pueda causar grave
ofensa a la caridad; cada uno defienda su opinión con libertad, pero con
moderación, y no crea serle lícito acusar a los contrarios, sólo por esta
causa, de fe sospechosa o de falta de disciplina”.
El tercer texto llega de la pluma del Papa Pablo VI. En su primera
encíclica, “Ecclesiam suam”, firmada con fecha de 6 de agosto de 1964
(durante los años del Concilio Vaticano II), dedica una amplia sección al
tema del diálogo (nn. 27-45).
Uno de esos números, el n. 31, recuerda las características del diálogo:
claridad, mansedumbre, confianza y prudencia. Al explicar la mansedumbre (o
amabilidad, según otras traducciones), Pablo VI añadía una reflexión general
sobre lo que es el diálogo:
“El diálogo no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo. Su autoridad es
intrínseca por la verdad que expone, por la caridad que difunde, por el
ejemplo que propone; no es una mandato ni una imposición. Es pacífico, evita
los modos violentos, es paciente, es generoso”.
Tres textos diferentes con un fondo común: construir un buen diálogo exige
esfuerzo y atención, disciplina y respeto, temperancia y suavidad. Son
consejos que vienen de la Iglesia y que valen para cualquier sociedad, como
caminos para avanzar en el intercambio de ideas hacia una de las metas que
más anhelamos como seres humanos: la verdad.