Amoris laetitia, sobre el amor en la familia, resumen (síntesis)
Texto de la Exhortación postsinodal
Vea los dieciséis puntos esenciales de la exhortación postsinodal «Amoris Laetitia» del Papa Francisco
Índice
Capítulo primero: “A la luz de la Palabra”
Capítulo segundo: “La realidad y los desafíos de la familia”
Capítulo tercero: “La mirada puesta en Jesús: la vocación de la familia”
Capítulo cuatro: “El amor en el matrimonio”
Capitulo quinto: “El amor que se vuelve fecundo”
Capítulo sexto: “Algunas perspectivas pastorales”
Capítulo séptimo: “Reforzar la educación de los hijos”
Capítulo octavo: “Acompañar, discernir e integrar la fragilidad”
Capítulo
noveno: “Espiritualidad conyugal y familiar”
“Amoris laetitia” (AL – “La alegría del amor”), la Exhortación
apostólica post-sinodal “sobre el amor en la familia”, con fecha no casual
del 19 de marzo, Solemnidad de San José, recoge los resultados de dos
Sínodos sobre la familia convocados por Papa Francisco en el 2014 y en el
2015, cuyas Relaciones conclusivas son largamente citadas, junto a los
documentos y enseñanzas de sus Predecesores y a las numerosas catequesis
sobre la familia del mismo Papa Francisco. Todavía, como ya ha sucedido en
otros documentos magisteriales, el Papa hace uso tambiénde las
contribuciones de diversas Conferencias episcopales del mundo (Kenia,
Australia, Argentina…) y de citaciones de personalidades significativas como
Martin Luther King o Eric Fromm. Es particular una citación de la película
“La fiesta de Babette”, que el Papa recuerda para explicar el concepto de
gratuidad.
Premisa
La Exhortación apostólica impresiona por su amplitud y articulación. Esta se
subdivide en nueva capítulos y más de 300 párrafos. Se abre con siete
párrafos introductivos que ponen en plena luz la conciencia de la
complejidad del tema y la profundización que requiere. Se afirma que las
intervenciones de los Padres en el Sínodo han compuesto un “precioso
poliedro” (AL 4) que debe ser preservado.
En este sentido, el Papa escribe que “no todas las discusiones doctrinales,
morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones del magisterio”.
Por lo tanto para algunas cuestiones “en cada país o región se deben buscar
soluciones más inculturadas, atentas a la tradiciones y a los desafíos
locales. De hecho,“las culturas son muy diversas entre sí y todo principio
general (…) tiene necesidad de ser inculturado, si quiere ser observado y
aplicado”” (AL 3). Este principio de inculturación resulta verdaderamente
importante incluso en el modo de plantear y comprender los problemas que,
más allá de las cuestiones dogmáticas bien definidas del Magisterio de la
Iglesia, no puede ser “globalizado”.
Pero sobre todo el Papa afirma inmediatamente y con claridad que es
necesario salir de la estéril contraposición entre la ansiedad de cambio y
la aplicación pura y simple de normas abstractas. Escribe: “los debates que
se dan en los medios de comunicación, en las publicaciones y aún entre
ministros de la Iglesia, van desde un deseo desenfrenado de cambiar todo sin
suficiente reflexión o fundamentación, hasta la actitud de pretender
resolver todo aplicando normativas generales o extrayendo conclusiones
excesivas de algunas reflexiones teológicas” (AL 2).
Capítulo
primero: “A la luz de la Palabra”
Puestas estas premisas, el Papa articula su reflexión a partir de la Sagrada
Escritura en el primer capítulo, que se desarrolla como una meditación sobre
el Salmo 128, característico de la liturgia nupcial tanto judía como
cristiana. La Biblia “está poblada de familias, de generaciones, de
historias de amor y de crisis familiares” (AL 8) y a partir de este dato se
puede meditar cómo la familia no es un ideal abstracto sino un “trabajo
‘artesanal’” (AL 16) que se expresa con ternura (AL 28) pero que se ha
confrontado también con el pecado desde el inicio, cuando la relación de
amor se transforma en dominio (cfr. AL 19). Entonces la Palabra de Dios “no
se muestra como un secuencia de tesis abstractas, sino como una compañera de
viaje también para las familias que están en crisis o en medio de algún
dolor, y les muestra la meta del camino” (AL 22).
Capítulo segundo: “La realidad y los desafíos de la familia”
A partir del terreno bíblico en el segundo capítulo el Papa considera la
situación actual de las familias, poniendo “los pies sobre la tierra” (AL
6), recurriendo ampliamente a las Relaciones conclusivas de los dos Sínodos
y afrontando numerosos desafíos, desde el fenómeno migratorio a las
negociaciones ideológicas de la diferencia de sexos (“ideología del
gender”); desde la cultura de lo provisorio a la mentalidad antinatalista y
al impacto de la biotecnología en el campo de la procreación; de la falta de
casa y de trabajo a la pornografía y el abuso de menores; de la atención a
las personas con discapacidad, al respeto de los ancianos; de la
desconstrucción jurídica de la familia, a la violencia contra las mujeres.
El Papa insiste sobre lo concreto, que es una propiedad fundamental de la
Exhortación. Y son las cosas concretas y el realismo que ponen una
substancial diferencia entre teoría de interpretación de la realidad e
“ideologías”.
Citando la Familiares consortio Francisco afirma que “es sano prestar
atención a la realidad concreta, porque “las exigencias y llamadas del
Espíritu resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia”, a
través de los cuales “la Iglesia puede ser guiada a una comprensión más
profunda del inagotable misterio del matrimonio y de la familia”. (AL 31)
Por lo tanto, sin escuchar la realidad no es posible comprender las
exigencias del presente ni los llamados del Espíritu. El Papa nota que el
individualismo exagerado hace difícil hoy la entrega a otra persona de
manera generosa (Cfr. AL 33). Esta es una interesante fotografía de la
situación: “se teme la soledad, se desea un espacio de protección y de
fidelidad, pero al mismo tiempo crece el temor de ser atrapado por una
relación que pueda postergar el logro de las aspiraciones personales” (AL
34).
La humildad del realismo ayuda a no presentar “un ideal teológico del
matrimonio demasiado abstracto, casi artificialmente construido, lejano de
la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias
reales” (AL 36). El idealismo aleja de considerar al matrimonio tal cual es,
esto es “un camino dinámico de crecimiento y realización”. Por esto no es
necesario tampoco creer que las familias se sostienen “solamente insistiendo
sobre cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a
la gracia” (AL 37). Invitando a una cierta “autocrítica” de una presentación
no adecuada de la realidad matrimonial y familiar, el Papa insiste que es
necesario dar espacio a la formación de la conciencia de los fieles:
“Estamos llamado a formar las conciencias no a pretender sustituirlas” (AL
37). Jesús proponía un ideal exigente pero “no perdía jamás la cercana
compasión con las personas más frágiles como la samaritana o la mujer
adúltera” (AL 38).
Capítulo tercero: “La mirada puesta en Jesús: la vocación de la
familia”
El tercer capítulo está dedicado a algunos elementos esenciales de la
enseñanza de la Iglesia a cerca del matrimonio y la familia. La presencia de
este capítulo es importante porque ilustra de manera sintética en 30
párrafos la vocación de la familia según el Evangelio, así como fue
entendida por la Iglesia en el tiempo, sobre todo sobre el tema de la
indisolubilidad, de la sacramentalidad del matrimonio, de la transmisión de
la vida y de la educación de los hijos. Son ampliamente citadas la Gaudium
et spes del Vaticano II, la Humanae vitae de Pablo VI, la Familiares
consortio de Juan Pablo II.
La mirada es amplia e incluye también las “situaciones imperfectas”. Leemos
de hecho: “’El discernimiento de la presencia de las ‘semina Verbi’’ en
otras culturas (cfr Ad gentes, 11) puede ser aplicado también a la realidad
matrimonial y familiar. Fuera del verdadero matrimonio natural también hay
elementos positivos presentes en las formas matrimoniales de otras
tradiciones religiosas’, aunque tampoco falten las sombras” (AL 77). La
reflexión incluye también a las “familias heridas” frente a las cuales el
Papa afirma –citando la Relatio finalis del Sínodo 2015- “siempre es
necesario recordar un principio general: “Sepan los pastores que, por amor a
la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones” (Familiares
consortio, 84). El grado de responsabilidad no es igual en todos los casos,
y puede haber factores que limitan la capacidad de decisión. Por lo tanto,
al mismo tiempo que la doctrina debe expresarse con claridad, hay que evitar
los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas
situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y
sufren a causa de su condición” (AL 79).
Capítulo
cuatro: “El amor en el matrimonio”
El cuarto capítulo trata del amor en el matrimonio, y lo ilustra a partir
del “himno al amor” de san Pablo en 1 Cor 13,4-7. El capítulo es una
verdadera y propia exégesis atenta, puntual, inspirada y poética del texto
paulino. Podríamos decir que se trata de una colección de fragmentos de un
discurso amoroso que está atento a describir el amor humano en términos
absolutamente concretos. Uno se queda impresionado por la capacidad de
introspección psicológica que sella esta exégesis. La profundización
psicológica entra en el mundo de las emociones de los conyugues –positivas y
negativas- y en la dimensión erótica del amor. Se trata de una contribución
extremamente rica y preciosa para la vida cristiana de los conyugues, que no
tiene hasta ahora parangón en precedentes documentos papales.
A su modo este capítulo constituye un tratado dentro del desarrollo más
amplio, plenamente consciente de la cotidianidad del amor que es enemiga de
todo idealismo: “no hay que arrojar sobre dos personas limitadas –escribe el
Pontífice- el tremendo peso de tener que reproducir de manera perfecta la
unión que existe entre Cristo y su Iglesia, porque el matrimonio como signo
implica “un proceso dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva
integración de los dones de Dios”” (AL 122). Pero por otra parte el Papa
insiste de manera fuerte y decidida sobre el hecho de que “en la naturaleza
misma del amor conyugal está la apertura a lo definitivo” (AL 123),
propiamente al interior de esa “combinación de alegrías y de fatigas, de
tensiones y de reposo, de sufrimientos y de liberación, de satisfacciones y
de búsquedas, de fastidios y de placeres” (AL 126) es, precisamente, el
matrimonio.
El capítulo se concluye con una reflexión muy importante sobre la
“transformación del amor” porque “la prolongación de la vida hace que se
produzca algo que no era común en otros tiempos: la relación íntima y la
pertenencia mutua deben conservarse por cuatro, cinco o seis décadas, y esto
se convierte en una necesidad de volver a elegirse una y otra vez” (AL 163).
El aspecto físico cambia y la atracción amorosa no disminuye pero cambia: el
deseo sexual con el tiempo se puede transformar en deseo de intimidad y
“complicidad”. “No podemos prometernos tener los mismos sentimientos durante
toda la vida. En cambio, sí podemos tener un proyecto común estable,
comprometernos a amarnos y a vivir unidos hasta que la muerte nos separe, y
vivir siempre una rica intimidad” (AL 163).
Capitulo
quinto: “El amor que se vuelve fecundo”
El capítulo quinto esta todo concentrado sobre la fecundidad y la
generatividad del amor. Se habla de manera espiritual y psicológicamente
profunda del recibir una vida nueva, de la espera propia del embarazo, del
amor de madre y de padre. Pero también de la fecundidad ampliada, de la
adopción, de la aceptación de la contribución de las familias para promover
la “cultura del encuentro”, de la vida de la familia en sentido amplio, con
la presencia de los tíos, primos, parientes de parientes, amigos. Amoris
laetitia no toma en consideración la familia “mononuclear”, porque es bien
consciente de la familia como amplia red de relaciones. La misma mística del
sacramento del matrimonio tiene un profundo carácter social (cfr. AL 186). Y
al interno de esta dimensión el Papa subraya en particular tanto el rol
específico de la relación entre jóvenes y ancianos, como la relación entre
hermanos y hermanas como práctica de crecimiento en relación con los otros.
Capítulo
sexto: “Algunas perspectivas pastorales”
En el sexto capítulo el Papa afronta algunas vías pastorales que orientan
para construir familias sólidas y fecundas según el plan de Dios. En esta
parte la Exhortación hace un largo recurso a las Relaciones conclusivas de
los dos Sínodos y a las catequesis del Papa Francisco y de Juan Pablo II. Se
confirma que las familias son sujeto y no solamente objeto de
evangelización. El Papa señala que “a los ministros ordenados les suele
faltar formación adecuada para tratar los complejos problemas actuales de
las familias” (AL 202). Si por una parte es necesario mejorar la formación
psico-afectiva de los seminaristas e involucrar más a las familias en la
formación al ministerio (cfr. AL 203), por otra “puede ser útil (…) también
la experiencia de la larga tradición oriental de los sacerdotes casados”
(cfr. AL 239).
Después el Papa afronta el tema de guiar a los novios en el camino de la
preparación al matrimonio, de acompañar a los esposos en los primeros años
de vida matrimonial (incluido el tema de la paternidad responsable), pero
también en algunas situaciones complejas y en particular en las crisis,
sabiendo que “cada crisis esconde una buena noticia que hay que saber
escuchar afinando el oído del corazón” (AL 232). Se analizan algunas causas
de crisis, entre las cuales una maduración afectiva retrasada (cfr. AL 239).
Entre otras cosas se habla también del acompañamiento de las personas
abandonadas, separadas y divorciadas y se subraya la importancia de la
reciente reforma de los procedimientos para el reconocimiento de los casos
de nulidad matrimonial. Se pone de relieve el sufrimiento de los hijos en
las situaciones de conflicto y se concluye: “El divorcio es un mal, y es muy
preocupante el crecimiento del número de divorcios. Por eso, sin duda,
nuestra tarea pastoral más importante con respecto a las familias, es
fortalecer el amor y ayudar a sanar las heridas, de manera que podamos
prevenir el avance de este drama de nuestra época” (AL 246).
Se tocan después las situaciones de matrimonios mixtos y de aquellos con
disparidad de culto, y las situaciones de las familias que tienen en su
interior personas con tendencia homosexual, confirmando el respeto en
relación a ellos y el rechazo de toda injusta discriminación y de toda forma
de agresión o violencia. Pastoralmente preciosa es la parte final del
capítulo; “Cuando la muerte planta su aguijón”, sobre el tema de la perdida
de las personas queridas y la viudez.
Capítulo séptimo: “Reforzar la educación de los hijos”
El séptimo capítulo esta todo dedicado a la educación de los hijos: su
formación ética, el valor de la sanción como estímulo, el paciente realismo,
la educación sexual, la transmisión de la fe, y más en general, la vida
familiar como contexto educativo. Es interesante la sabiduría práctica que
transparenta en cada párrafo y sobre todo la atención a la gradualidad y a
los pequeños pasos “que puedan ser comprendidos, aceptados y valorados” (AL
271).
Hay un párrafo particularmente significativo y pedagógicamente fundamental
en el cual Francisco afirma claramente que “la obsesión no es educativa, y
no se puede tener un control de todas las situaciones por las que podría
llegar a pasar un hijo (…) Si un padre está obsesionado por saber dónde está
su hijo y por controlar todos sus movimientos, sólo buscará dominar su
espacio. De ese modo no lo educará, no lo fortalecerá, no lo preparará para
enfrentar los desafíos. Lo que interesa sobre todo es generar en el hijo,
con mucho amor, procesos de maduración de su libertad, de capacitación, de
crecimiento integral, de cultivo de la auténtica autonomía” (AL 261).
Notable es la sección dedicada a la educación sexual titulada muy
expresivamente: “Si a la educación sexual”. Se sostiene su necesidad y se
nos pregunta “si nuestras instituciones educativas han asumido este desafío
(…) en una época en que se tiende a banalizar y a empobrecer la sexualidad”.
Ella debe realizarse “en el cuadro de una educación al amor, a la recíproca
donación” (AL 280). Se pone en guardia de la expresión “sexo seguro”, porque
transmite “una actitud negativa hacia la finalidad procreativa natural de la
sexualidad, como si un posible hijo fuera un enemigo del cual hay que
protegerse. Así se promueve la agresividad narcisista en lugar de la
acogida” (AL 283).
Capítulo octavo: “Acompañar, discernir e integrar la fragilidad”
El capítulo octavo constituye una invitación a la misericordia y al
discernimiento pastoral frente a situaciones que no responden plenamente a
aquello que el Señor propone. El Papa que escribe usa tres verbos muy
importantes: “acompañar, discernir e integrar” que son fundamentales para
afrontar situaciones de fragilidad, complejas o irregulares. Entonces el
Papa presenta la necesaria gradualidad en la pastoral, la importancia del
discernimiento, las normas y circunstancias atenuantes en el discernimiento
pastoral y en fin, aquella que él define la “lógica de la misericordia
pastoral”.
El capítulo octavo es muy delicado. Para leerlo se debe recordar que “a
menudo, la tarea de la Iglesia asemeja a la de un hospital de campaña” (AL
291). Aquí el Pontífice asume lo que ha sido fruto de las reflexiones del
Sínodo sobre temáticas controvertidas. Se confirma qué es el matrimonio
cristiano y se agrega que “otras formas de unión contradicen radicalmente
este ideal, pero algunas lo realizan al menos de modo parcial y análogo”. La
Iglesia por lo tanto “no deja de valorar los elementos constructivos en
aquellas situaciones que no corresponden todavía o ya no corresponden más a
su enseñanza sobre el matrimonio” (AL 292).
En relación al “discernimiento” acerca de las situaciones “irregulares” el
Papa observa que “hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la
complejidad de las diversas situaciones, y es necesario estar atentos al
modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición” (AL 296). Y
continua: “Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a
encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que
se sienta objeto de una misericordia “inmerecida, incondicional y gratuita””
(AL 297). Todavía: “Los divorciados en nueva unión, por ejemplo, pueden
encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o
encerradas en afirmaciones demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado
discernimiento personal y pastoral” (AL 298).
En esta línea, acogiendo las observaciones de muchos Padres sinodales, el
Papa afirma que “los bautizados que se han divorciado y se han vuelto a
casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad cristiana en las
diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo”. “Su
participación puede expresarse en diferentes servicios eclesiales (…) Ellos
no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar
como miembros vivos de la Iglesia (…) Esta integración es también necesaria
para el cuidado y la educación cristiana de sus hijos, que deben ser
considerados los más importantes” (AL 299).
Más en general el Papa hace una afirmación extremamente importante para
comprender la orientación y el sentido de la Exhortación: “Si se tiene en
cuenta la innumerable diversidad de situaciones concretas (…) puede
comprenderse que no debería esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una
nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos. Sólo
cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de
los casos particulares, que debería reconocer que, puesto que “el grado de
responsabilidad no es igual en todos los casos”, las consecuencias o efectos
de una norma no necesariamente deben ser siempre las mismas” (AL 300). El
Papa desarrolla de modo profundo exigencias y características del camino de
acompañamiento y discernimiento en diálogo profundo entre fieles y pastores.
A este fin llama a la reflexión de la Iglesia “sobre los condicionamientos y
circunstancias atenuantes” en lo que reguarda a la imputabilidad y la
responsabilidad de las acciones y, apoyándose en Santo Tomas de Aquino, se
detiene sobre la relación entre “las normas y el discernimiento” afirmando:
“Es verdad que las normas generales presentan un bien que nunca se debe
desatender ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar
absolutamente todas las situaciones particulares. Al mismo tiempo, hay que
decir que, precisamente por esa razón, aquello que forma parte de un
discernimiento práctico ante una situación particular no puede ser elevado a
la categoría de una norma” (AL 304).
En la última sección del capítulo: “la lógica de la misericordia pastoral”,
Papa Francisco, para evitar equívocos, reafirma con fuerza: “Comprender las
situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno
ni proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano. Hoy, más importante
que una pastoral de los fracasos es el esfuerzo pastoral para consolidar los
matrimonios y así prevenir las rupturas” (AL 307). Pero el sentido general
del capítulo y del espíritu que el Papa quiere imprimir a la pastoral de la
Iglesia está bien resumido en las palabras finales: “Invito a los fieles que
están viviendo situaciones complejas, a que se acerquen con confianza a
conversar con sus pastores o con laicos que viven entregados al Señor. No
siempre encontrarán en ellos una confirmación de sus propias ideas o deseos,
pero seguramente recibirán una luz que les permita comprender mejor lo que
les sucede y podrán descubrir un camino de maduración personal. E invito a
los pastores a escuchar con afecto y serenidad, con el deseo sincero de
entrar en el corazón del drama de las personas y de comprender su punto de
vista, para ayudarles a vivir mejor y a reconocer su propio lugar en la
Iglesia” (AL 312). Sobre la “lógica de la misericordia pastoral” Papa
Francisco afirma con fuerza:“A veces nos cuesta mucho dar lugar en la
pastoral al amor incondicional de Dios. Ponemos tantas condiciones a la
misericordia que la vaciamos de sentido concreto y de significación real, y
esa es la peor manera de licuar el Evangelio” (AL 311).
Capítulo noveno: “Espiritualidad conyugal y familiar”
El noveno capítulo está dedicado a la espiritualidad conyugal y familiar,
“hecha de miles de gestos reales y concretos” (AL 315). Con claridad se dice
que “quienes tienen hondos deseos espirituales no deben sentir que la
familia los aleja del crecimiento en la vida del Espíritu, sino que es un
camino que el Señor utiliza para llevarles a las cumbres de la unión
mística” (AL 316). Todo, “los momentos de gozo, el descanso o la fiesta, y
aun la sexualidad, se experimentan como una participación en la vida plena
de su Resurrección” (AL 317). Se habla entonces de la oración a la luz de la
Pascua, de la espiritualidad del amor exclusivo y libre en el desafío y el
anhelo de envejecer y gastarse juntos, reflejando la fidelidad de Dios (cfr.
AL 319). Y, en fin, de la espiritualidad “del cuidado, de la consolación y
el estímulo”. “Toda la vida de la familia es un “pastoreo” misericordioso.
Cada uno, con cuidado, pinta y escribe en la vida del otro” (AL 322),
escribe el Papa. Es una honda “experiencia espiritual contemplar a cada ser
querido con los ojos de Dios y reconocer a Cristo en él” (AL 323).
En el párrafo conclusivo el Papa afirma: “ninguna familia es una realidad
perfecta y confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una
progresiva maduración de su capacidad de amar (...). Todos estamos llamados
a mantener viva la tensión hacia un más allá de nosotros mismos y de
nuestros límites, y cada familia debe vivir en ese estímulo constante.
¡Caminemos familias, sigamos caminando! (…) No desesperemos por nuestros
límites, pero tampoco renunciemos a buscar la plenitud de amor y de comunión
que se nos ha prometido” (AL 325).
La Exhortación apostólica se concluye con una Oración a la Sagrada Familia
(AL 325).
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Como es posible comprender con un rápido examen de sus contenidos, la
Exhortación apostólica Amoris laetitia quiere confirmar con fuerza no el
“ideal” de la familia, sino su realidad rica y compleja. Hay en sus páginas
una mirada abierta, profundamente positiva, que se nutre no de abstracciones
o proyecciones ideales, sino de una atención pastoral a la realidad. El
documento es una lectura densa de sugerencias espirituales y de sabiduría
práctica, útil a cada pareja humana o a personas que desean construir una
familia. Se ve sobretodo que es fruto de una experiencia concreta con
personas que saben por experiencia qué es la familia y el vivir juntos por
muchos años. La Exhortación habla de hecho el lenguaje de la experiencia.