Carta Encílica 'Laudato Si' del Santo Padre Francisco sobre el Cuidado de la Casa Común
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1. «Laudato si’, mi’ Signore» – «Alabado seas, mi Señor», cantaba san
Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa
común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y
como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi
Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba»[1].
2. Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso
irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos
crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a
expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado,
también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el
suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los
pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada
tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que
nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está
constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el
aliento y su agua nos vivifica y restaura.
Nada de este mundo nos resulta indiferente
3. Hace más de cincuenta años, cuando el mundo estaba vacilando al filo de
una crisis nuclear, el santo Papa Juan XXIII escribió una encíclica en la
cual no se conformaba con rechazar una guerra, sino que quiso transmitir una
propuesta de paz. Dirigió su mensaje Pacem in terris a todo el «mundo
católico », pero agregaba «y a todos los hombres de buena voluntad ». Ahora,
frente al deterioro ambiental global, quiero dirigirme a cada persona que
habita este planeta. En mi exhortación Evangelii gaudium, escribí a los
miembros de la Iglesia en orden a movilizar un proceso de reforma misionera
todavía pendiente. En esta encíclica, intento especialmente entrar en
diálogo con todos acerca de nuestra casa común.
4. Ocho años después de Pacem in terris, en 1971, el beato Papa Pablo VI se
refirió a la problemática ecológica, presentándola como una crisis, que es «
una consecuencia dramática » de la actividad descontrolada del ser humano: «
Debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el ser humano]
corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación
»[2].También habló a la FAO sobre la posibilidad de una «catástrofe
ecológica bajo el efecto de la explosión de la civilización industrial»,
subrayando la «urgencia y la necesidad de un cambio radical en el
comportamiento de la humanidad», porque «los progresos científicos más
extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento
económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico progreso
social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre»[3].
5. San Juan Pablo II se ocupó de este tema con un interés cada vez mayor. En
su primera encíclica, advirtió que el ser humano parece «no percibir otros
significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a
los fines de un uso inmediato y consumo»[4]. Sucesivamente llamó a una
conversión ecológica global[5]. Pero al mismo tiempo hizo notar que se pone
poco empeño para «salvaguardar las condiciones morales de una auténtica
ecología humana»[6]. La destrucción del ambiente humano es algo muy serio,
porque Dios no sólo le encomendó el mundo al ser humano, sino que su propia
vida es un don que debe ser protegido de diversas formas de degradación.
Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone cambios profundos en
«los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las
estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad»[7].El auténtico
desarrollo humano posee un carácter moral y supone el pleno respeto a la
persona humana, pero también debe prestar atención al mundo natural y «tener
en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema
ordenado»[8]. Por lo tanto, la capacidad de transformar la realidad que
tiene el ser humano debe desarrollarse sobre la base de la donación
originaria de las cosas por parte de Dios[9].
6. Mi predecesor Benedicto XVI renovó la invitación a «eliminar las causas
estructurales de las disfunciones de la economía mundial y corregir los
modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del
medio ambiente»[10]. Recordó que el mundo no puede ser analizado sólo
aislando uno de sus aspectos, porque «el libro de la naturaleza es uno e
indivisible», e incluye el ambiente, la vida, la sexualidad, la familia, las
relaciones sociales, etc. Por consiguiente, «la degradación de la naturaleza
está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana
»[11]. El Papa Benedicto nos propuso reconocer que el ambiente natural está
lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable.
También el ambiente social tiene sus heridas. Pero todas ellas se deben en
el fondo al mismo mal, es decir, a la idea de que no existen verdades
indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad humana no
tiene límites. Se olvida que «el hombre no es solamente una libertad que él
se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y
voluntad, pero también naturaleza»[12]. Con paternal preocupación, nos
invitó a tomar conciencia de que la creación se ve perjudicada «donde
nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el conjunto es
simplemente una propiedad nuestra y el consumo es sólo para nosotros mismos.
El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna
instancia por encima de nosotros, sino que sólo nos vemos a nosotros
mismos»[13].
Unidos por una misma preocupación
7. Estos aportes de los Papas recogen la reflexión de innumerables
científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales que enriquecieron
el pensamiento de la Iglesia sobre estas cuestiones. Pero no podemos ignorar
que, también fuera de la Iglesia Católica, otras Iglesias y Comunidades
cristianas –como también otras religiones– han desarrollado una amplia
preocupación y una valiosa reflexión sobre estos temas que nos preocupan a
todos. Para poner sólo un ejemplo destacable, quiero recoger brevemente
parte del aporte del querido Patriarca Ecuménico Bartolomé, con el que
compartimos la esperanza de la comunión eclesial plena.
8. El Patriarca Bartolomé se ha referido particularmente a la necesidad de
que cada uno se arrepienta de sus propias maneras de dañar el planeta,
porque, «en la medida en que todos generamos pequeños daños ecológicos»,
estamos llamados a reconocer «nuestra contribución –pequeña o grande– a la
desfiguración y destrucción de la creación»[14]. Sobre este punto él se ha
expresado repetidamente de una manera firme y estimulante, invitándonos a
reconocer los pecados contra la creación: «Que los seres humanos destruyan
la diversidad biológica en la creación divina; que los seres humanos
degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático,
desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas
húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire.
Todos estos son pecados»[15]. Porque «un crimen contra la naturaleza es un
crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios»[16].
9. Al mismo tiempo, Bartolomé llamó la atención sobre las raíces éticas y
espirituales de los problemas ambientales, que nos invitan a encontrar
soluciones no sólo en la técnica sino en un cambio del ser humano, porque de
otro modo afrontaríamos sólo los síntomas. Nos propuso pasar del consumo al
sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de
compartir, en una ascesis que «significa aprender a dar, y no simplemente
renunciar. Es un modo de amar, de pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo
que necesita el mundo de Dios. Es liberación del miedo, de la avidez, de la
dependencia»[17]. Los cristianos, además, estamos llamados a « aceptar el
mundo como sacramento de comunión, como modo de compartir con Dios y con el
prójimo en una escala global. Es nuestra humilde convicción que lo divino y
lo humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos
sin costuras de la creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de
nuestro planeta »[18].
San Francisco de Asís
10. No quiero desarrollar esta encíclica sin acudir a un modelo bello que
puede motivarnos. Tomé su nombre como guía y como inspiración en el momento
de mi elección como Obispo de Roma. Creo que Francisco es el ejemplo por
excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida
con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y
trabajan en torno a la ecología, amado también por muchos que no son
cristianos. Él manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y
hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su alegría, su
entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino que
vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros,
con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son
inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres,
el compromiso con la sociedad y la paz interior.
11. Su testimonio nos muestra también que una ecología integral requiere
apertura hacia categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o
de la biología y nos conectan con la esencia de lo humano. Así como sucede
cuando nos enamoramos de una persona, cada vez que él miraba el sol, la luna
o los más pequeños animales, su reacción era cantar, incorporando en su
alabanza a las demás criaturas. Él entraba en comunicación con todo lo
creado, y hasta predicaba a las flores «invitándolas a alabar al Señor, como
si gozaran del don de la razón»[19]. Su reacción era mucho más que una
valoración intelectual o un cálculo económico, porque para él cualquier
criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se sentía
llamado a cuidar todo lo que existe. Su discípulo san Buenaventura decía de
él que, «lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas
las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran,
el dulce nombre de hermanas»[20]. Esta convicción no puede ser despreciada
como un romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las opciones
que determinan nuestro comportamiento. Si nos acercamos a la naturaleza y al
ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el
lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo,
nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero
explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses
inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que
existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La pobreza y
la austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino
algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso
y de dominio.
12. Por otra parte, san Francisco, fiel a la Escritura, nos propone
reconocer la naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y
nos refleja algo de su hermosura y de su bondad: «A través de la grandeza y
de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía al autor» (Sb 13,5),
y «su eterna potencia y divinidad se hacen visibles para la inteligencia a
través de sus obras desde la creación del mundo» (Rm 1,20). Por eso, él
pedía que en el convento siempre se dejara una parte del huerto sin
cultivar, para que crecieran las hierbas silvestres, de manera que quienes
las admiraran pudieran elevar su pensamiento a Dios, autor de tanta
belleza[21]. El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio
gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza.
Mi llamado
13. El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la
preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un
desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar.
El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor,
no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de
colaborar para construir nuestra casa común. Deseo reconocer, alentar y dar
las gracias a todos los que, en los más variados sectores de la actividad
humana, están trabajando para garantizar la protección de la casa que
compartimos. Merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor para
resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las
vidas de los más pobres del mundo. Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos
se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin
pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos.
14. Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como
estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que
nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces
humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El movimiento ecológico
mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha generado numerosas
agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización. Lamentablemente,
muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental
suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también
por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los
caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del
problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en
las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva. Como
dijeron los Obispos de Sudáfrica, «se necesitan los talentos y la
implicación de todos para reparar el daño causado por el abuso humano a la
creación de Dios»[22]. Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios
para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia,
sus iniciativas y sus capacidades.
15. Espero que esta Carta encíclica, que se agrega al Magisterio social de
la Iglesia, nos ayude a reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura
del desafío que se nos presenta. En primer lugar, haré un breve recorrido
por distintos aspectos de la actual crisis ecológica, con el fin de asumir
los mejores frutos de la investigación científica actualmente disponible,
dejarnos interpelar por ella en profundidad y dar una base concreta al
itinerario ético y espiritual como se indica a continuación. A partir de esa
mirada, retomaré algunas razones que se desprenden de la tradición
judío-cristiana, a fin de procurar una mayor coherencia en nuestro
compromiso con el ambiente. Luego intentaré llegar a las raíces de la actual
situación, de manera que no miremos sólo los síntomas sino también las
causas más profundas. Así podremos proponer una ecología que, entre sus
distintas dimensiones, incorpore el lugar peculiar del ser humano en este
mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea. A la luz de esa
reflexión quisiera avanzar en algunas líneas amplias de diálogo y de acción
que involucren tanto a cada uno de nosotros como a la política
internacional. Finalmente, puesto que estoy convencido de que todo cambio
necesita motivaciones y un camino educativo, propondré algunas líneas de
maduración humana inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual
cristiana.
16. Si bien cada capítulo posee su temática propia y una metodología
específica, a su vez retoma desde una nueva óptica cuestiones importantes
abordadas en los capítulos anteriores. Esto ocurre especialmente con algunos
ejes que atraviesan toda la encíclica. Por ejemplo: la íntima relación entre
los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo
todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder
que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender
la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido
humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave
responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del
descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida. Estos temas no se
cierran ni abandonan, sino que son constantemente replanteados y
enriquecidos.
CAPÍTULO PRIMERO
LO QUE LE ESTÁ PASANDO A NUESTRA CASA
17. Las reflexiones teológicas o filosóficas sobre la situación de la
humanidad y del mundo pueden sonar a mensaje repetido y abstracto si no se
presentan nuevamente a partir de una confrontación con el contexto actual,
en lo que tiene de inédito para la historia de la humanidad. Por eso, antes
de reconocer cómo la fe aporta nuevas motivaciones y exigencias frente al
mundo del cual formamos parte, propongo detenernos brevemente a considerar
lo que le está pasando a nuestra casa común.
18. A la continua aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta
se une hoy la intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que
algunos llaman «rapidación». Si bien el cambio es parte de la dinámica de
los sistemas complejos, la velocidad que las acciones humanas le imponen hoy
contrasta con la natural lentitud de la evolución biológica. A esto se suma
el problema de que los objetivos de ese cambio veloz y constante no
necesariamente se orientan al bien común y a un desarrollo humano,
sostenible e integral. El cambio es algo deseable, pero se vuelve
preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de
vida de gran parte de la humanidad.
19. Después de un tiempo de confianza irracional en el progreso y en la
capacidad humana, una parte de la sociedad está entrando en una etapa de
mayor conciencia. Se advierte una creciente sensibilidad con respecto al
ambiente y al cuidado de la naturaleza, y crece una sincera y dolorosa
preocupación por lo que está ocurriendo con nuestro planeta. Hagamos un
recorrido, que será ciertamente incompleto, por aquellas cuestiones que hoy
nos provocan inquietud y que ya no podemos esconder debajo de la alfombra.
El objetivo no es recoger información o saciar nuestra curiosidad, sino
tomar dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo
que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno
puede aportar.
I. Contaminación y cambio climático
Contaminación, basura y cultura del descarte
20. Existen formas de contaminación que afectan cotidianamente a las
personas. La exposición a los contaminantes atmosféricos produce un amplio
espectro de efectos sobre la salud, especialmente de los más pobres,
provocando millones de muertes prematuras. Se enferman, por ejemplo, a causa
de la inhalación de elevados niveles de humo que procede de los combustibles
que utilizan para cocinar o para calentarse. A ello se suma la contaminación
que afecta a todos, debida al transporte, al humo de la industria, a los
depósitos de sustancias que contribuyen a la acidificación del suelo y del
agua, a los fertilizantes, insecticidas, fungicidas, controladores de
malezas y agrotóxicos en general. La tecnología que, ligada a las finanzas,
pretende ser la única solución de los problemas, de hecho suele ser incapaz
de ver el misterio de las múltiples relaciones que existen entre las cosas,
y por eso a veces resuelve un problema creando otros.
21. Hay que considerar también la contaminación producida por los residuos,
incluyendo los desechos peligrosos presentes en distintos ambientes. Se
producen cientos de millones de toneladas de residuos por año, muchos de
ellos no biodegradables: residuos domiciliarios y comerciales, residuos de
demolición, residuos clínicos, electrónicos e industriales, residuos
altamente tóxicos y radioactivos. La tierra, nuestra casa, parece
convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería. En muchos
lugares del planeta, los ancianos añoran los paisajes de otros tiempos, que
ahora se ven inundados de basura. Tanto los residuos industriales como los
productos químicos utilizados en las ciudades y en el agro pueden producir
un efecto de bioacumulación en los organismos de los pobladores de zonas
cercanas, que ocurre aun cuando el nivel de presencia de un elemento tóxico
en un lugar sea bajo. Muchas veces se toman medidas sólo cuando se han
producido efectos irreversibles para la salud de las personas.
22. Estos problemas están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que
afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente
se convierten en basura. Advirtamos, por ejemplo, que la mayor parte del
papel que se produce se desperdicia y no se recicla. Nos cuesta reconocer
que el funcionamiento de los ecosistemas naturales es ejemplar: las plantas
sintetizan nutrientes que alimentan a los herbívoros; estos a su vez
alimentan a los seres carnívoros, que proporcionan importantes cantidades de
residuos orgánicos, los cuales dan lugar a una nueva generación de
vegetales. En cambio, el sistema industrial, al final del ciclo de
producción y de consumo, no ha desarrollado la capacidad de absorber y
reutilizar residuos y desechos. Todavía no se ha logrado adoptar un modelo
circular de producción que asegure recursos para todos y para las
generaciones futuras, y que supone limitar al máximo el uso de los recursos
no renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia del
aprovechamiento, reutilizar y reciclar. Abordar esta cuestión sería un modo
de contrarrestar la cultura del descarte, que termina afectando al planeta
entero, pero observamos que los avances en este sentido son todavía muy
escasos.
El clima como bien común
23. El clima es un bien común, de todos y para todos. A nivel global, es un
sistema complejo relacionado con muchas condiciones esenciales para la vida
humana. Hay un consenso científico muy consistente que indica que nos
encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático. En las
últimas décadas, este calentamiento ha estado acompañado del constante
crecimiento del nivel del mar, y además es difícil no relacionarlo con el
aumento de eventos meteorológicos extremos, más allá de que no pueda
atribuirse una causa científicamente determinable a cada fenómeno
particular. La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de
realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para
combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen
o acentúan. Es verdad que hay otros factores (como el vulcanismo, las
variaciones de la órbita y del eje de la Tierra o el ciclo solar), pero
numerosos estudios científicos señalan que la mayor parte del calentamiento
global de las últimas décadas se debe a la gran concentración de gases de
efecto invernadero (anhídrido carbónico, metano, óxidos de nitrógeno y
otros) emitidos sobre todo a causa de la actividad humana. Al concentrarse
en la atmósfera, impiden que el calor de los rayos solares reflejados por la
tierra se disperse en el espacio. Esto se ve potenciado especialmente por el
patrón de desarrollo basado en el uso intensivo de combustibles fósiles, que
hace al corazón del sistema energético mundial. También ha incidido el
aumento en la práctica del cambio de usos del suelo, principalmente la
deforestación para agricultura.
24. A su vez, el calentamiento tiene efectos sobre el ciclo del carbono.
Crea un círculo vicioso que agrava aún más la situación, y que afectará la
disponibilidad de recursos imprescindibles como el agua potable, la energía
y la producción agrícola de las zonas más cálidas, y provocará la extinción
de parte de la biodiversidad del planeta. El derretimiento de los hielos
polares y de planicies de altura amenaza con una liberación de alto riesgo
de gas metano, y la descomposición de la materia orgánica congelada podría
acentuar todavía más la emanación de anhídrido carbónico. A su vez, la
pérdida de selvas tropicales empeora las cosas, ya que ayudan a mitigar el
cambio climático. La contaminación que produce el anhídrido carbónico
aumenta la acidez de los océanos y compromete la cadena alimentaria marina.
Si la actual tendencia continúa, este siglo podría ser testigo de cambios
climáticos inauditos y de una destrucción sin precedentes de los
ecosistemas, con graves consecuencias para todos nosotros. El crecimiento
del nivel del mar, por ejemplo, puede crear situaciones de extrema gravedad
si se tiene en cuenta que la cuarta parte de la población mundial vive junto
al mar o muy cerca de él, y la mayor parte de las megaciudades están
situadas en zonas costeras.
25. El cambio climático es un problema global con graves dimensiones
ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno
de los principales desafíos actuales para la humanidad. Los peores impactos
probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en
desarrollo. Muchos pobres viven en lugares particularmente afectados por
fenómenos relacionados con el calentamiento, y sus medios de subsistencia
dependen fuertemente de las reservas naturales y de los servicios
ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos forestales. No
tienen otras actividades financieras y otros recursos que les permitan
adaptarse a los impactos climáticos o hacer frente a situaciones
catastróficas, y poseen poco acceso a servicios sociales y a protección. Por
ejemplo, los cambios del clima originan migraciones de animales y vegetales
que no siempre pueden adaptarse, y esto a su vez afecta los recursos
productivos de los más pobres, quienes también se ven obligados a migrar con
gran incertidumbre por el futuro de sus vidas y de sus hijos. Es trágico el
aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación
ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones
internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección
normativa alguna. Lamentablemente, hay una general indiferencia ante estas
tragedias, que suceden ahora mismo en distintas partes del mundo. La falta
de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo
de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes
sobre el cual se funda toda sociedad civil.
26. Muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político
parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los
síntomas, tratando sólo de reducir algunos impactos negativos del cambio
climático. Pero muchos síntomas indican que esos efectos podrán ser cada vez
peores si continuamos con los actuales modelos de producción y de consumo.
Por eso se ha vuelto urgente e imperioso el desarrollo de políticas para que
en los próximos años la emisión de anhídrido carbónico y de otros gases
altamente contaminantes sea reducida drásticamente, por ejemplo,
reemplazando la utilización de combustibles fósiles y desarrollando fuentes
de energía renovable. En el mundo hay un nivel exiguo de acceso a energías
limpias y renovables. Todavía es necesario desarrollar tecnologías adecuadas
de acumulación. Sin embargo, en algunos países se han dado avances que
comienzan a ser significativos, aunque estén lejos de lograr una proporción
importante. También ha habido algunas inversiones en formas de producción y
de transporte que consumen menos energía y requieren menos cantidad de
materia prima, así como en formas de construcción o de saneamiento de
edificios para mejorar su eficiencia energética. Pero estas buenas prácticas
están lejos de generalizarse.
II. La cuestión del agua
27. Otros indicadores de la situación actual tienen que ver con el
agotamiento de los recursos naturales. Conocemos bien la imposibilidad de
sostener el actual nivel de consumo de los países más desarrollados y de los
sectores más ricos de las sociedades, donde el hábito de gastar y tirar
alcanza niveles inauditos. Ya se han rebasado ciertos límites máximos de
explotación del planeta, sin que hayamos resuelto el problema de la pobreza.
28. El agua potable y limpia representa una cuestión de primera importancia,
porque es indispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas
terrestres y acuáticos. Las fuentes de agua dulce abastecen a sectores
sanitarios, agropecuarios e industriales. La provisión de agua permaneció
relativamente constante durante mucho tiempo, pero ahora en muchos lugares
la demanda supera a la oferta sostenible, con graves consecuencias a corto y
largo término. Grandes ciudades que dependen de un importante nivel de
almacenamiento de agua, sufren períodos de disminución del recurso, que en
los momentos críticos no se administra siempre con una adecuada gobernanza y
con imparcialidad. La pobreza del agua social se da especialmente en África,
donde grandes sectores de la población no acceden al agua potable segura, o
padecen sequías que dificultan la producción de alimentos. En algunos países
hay regiones con abundante agua y al mismo tiempo otras que padecen grave
escasez.
29. Un problema particularmente serio es el de la calidad del agua
disponible para los pobres, que provoca muchas muertes todos los días. Entre
los pobres son frecuentes enfermedades relacionadas con el agua, incluidas
las causadas por microorganismos y por sustancias químicas. La diarrea y el
cólera, que se relacionan con servicios higiénicos y provisión de agua
inadecuados, son un factor significativo de sufrimiento y de mortalidad
infantil. Las aguas subterráneas en muchos lugares están amenazadas por la
contaminación que producen algunas actividades extractivas, agrícolas e
industriales, sobre todo en países donde no hay una reglamentación y
controles suficientes. No pensemos solamente en los vertidos de las
fábricas. Los detergentes y productos químicos que utiliza la población en
muchos lugares del mundo siguen derramándose en ríos, lagos y mares.
30. Mientras se deteriora constantemente la calidad del agua disponible, en
algunos lugares avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso,
convertido en mercancía que se regula por las leyes del mercado. En
realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico,
fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas,
y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos.
Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso
al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su
dignidad inalienable. Esa deuda se salda en parte con más aportes económicos
para proveer de agua limpia y saneamiento a los pueblos más pobres. Pero se
advierte un derroche de agua no sólo en países desarrollados, sino también
en aquellos menos desarrollados que poseen grandes reservas. Esto muestra
que el problema del agua es en parte una cuestión educativa y cultural,
porque no hay conciencia de la gravedad de estas conductas en un contexto de
gran inequidad.
31. Una mayor escasez de agua provocará el aumento del costo de los
alimentos y de distintos productos que dependen de su uso. Algunos estudios
han alertado sobre la posibilidad de sufrir una escasez aguda de agua dentro
de pocas décadas si no se actúa con urgencia. Los impactos ambientales
podrían afectar a miles de millones de personas, pero es previsible que el
control del agua por parte de grandes empresas mundiales se convierta en una
de las principales fuentes de conflictos de este siglo[23].
III. Pérdida de biodiversidad
32. Los recursos de la tierra también están siendo depredados a causa de
formas inmediatistas de entender la economía y la actividad comercial y
productiva. La pérdida de selvas y bosques implica al mismo tiempo la
pérdida de especies que podrían significar en el futuro recursos sumamente
importantes, no sólo para la alimentación, sino también para la curación de
enfermedades y para múltiples servicios. Las diversas especies contienen
genes que pueden ser recursos claves para resolver en el futuro alguna
necesidad humana o para regular algún problema ambiental.
33. Pero no basta pensar en las distintas especies sólo como eventuales «
recursos » explotables, olvidando que tienen un valor en sí mismas. Cada año
desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos
conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre. La
inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen que ver con alguna
acción humana. Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a
Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos
derecho.
34. Posiblemente nos inquieta saber de la extinción de un mamífero o de un
ave, por su mayor visibilidad. Pero para el buen funcionamiento de los
ecosistemas también son necesarios los hongos, las algas, los gusanos, los
insectos, los reptiles y la innumerable variedad de microorganismos. Algunas
especies poco numerosas, que suelen pasar desapercibidas, juegan un rol
crítico fundamental para estabilizar el equilibrio de un lugar. Es verdad
que el ser humano debe intervenir cuando un geosistema entra en estado
crítico, pero hoy el nivel de intervención humana en una realidad tan
compleja como la naturaleza es tal, que los constantes desastres que el ser
humano ocasiona provocan una nueva intervención suya, de tal modo que la
actividad humana se hace omnipresente, con todos los riesgos que esto
implica. Suele crearse un círculo vicioso donde la intervención del ser
humano para resolver una dificultad muchas veces agrava más la situación.
Por ejemplo, muchos pájaros e insectos que desaparecen a causa de los
agrotóxicos creados por la tecnología son útiles a la misma agricultura, y
su desaparición deberá ser sustituida con otra intervención tecnológica, que
posiblemente traerá nuevos efectos nocivos. Son loables y a veces admirables
los esfuerzos de científicos y técnicos que tratan de aportar soluciones a
los problemas creados por el ser humano. Pero mirando el mundo advertimos
que este nivel de intervención humana, frecuentemente al servicio de las
finanzas y del consumismo, hace que la tierra en que vivimos en realidad se
vuelva menos rica y bella, cada vez más limitada y gris, mientras al mismo
tiempo el desarrollo de la tecnología y de las ofertas de consumo sigue
avanzando sin límite. De este modo, parece que pretendiéramos sustituir una
belleza irreemplazable e irrecuperable, por otra creada por nosotros.
35. Cuando se analiza el impacto ambiental de algún emprendimiento, se suele
atender a los efectos en el suelo, en el agua y en el aire, pero no siempre
se incluye un estudio cuidadoso sobre el impacto en la biodiversidad, como
si la pérdida de algunas especies o de grupos animales o vegetales fuera
algo de poca relevancia. Las carreteras, los nuevos cultivos, los
alambrados, los embalses y otras construcciones van tomando posesión de los
hábitats y a veces los fragmentan de tal manera que las poblaciones de
animales ya no pueden migrar ni desplazarse libremente, de modo que algunas
especies entran en riesgo de extinción. Existen alternativas que al menos
mitigan el impacto de estas obras, como la creación de corredores
biológicos, pero en pocos países se advierte este cuidado y esta previsión.
Cuando se explotan comercialmente algunas especies, no siempre se estudia su
forma de crecimiento para evitar su disminución excesiva con el consiguiente
desequilibrio del ecosistema.
36. El cuidado de los ecosistemas supone una mirada que vaya más allá de lo
inmediato, porque cuando sólo se busca un rédito económico rápido y fácil, a
nadie le interesa realmente su preservación. Pero el costo de los daños que
se ocasionan por el descuido egoísta es muchísimo más alto que el beneficio
económico que se pueda obtener. En el caso de la pérdida o el daño grave de
algunas especies, estamos hablando de valores que exceden todo cálculo. Por
eso, podemos ser testigos mudos de gravísimas inequidades cuando se pretende
obtener importantes beneficios haciendo pagar al resto de la humanidad,
presente y futura, los altísimos costos de la degradación ambiental.
37. Algunos países han avanzado en la preservación eficaz de ciertos lugares
y zonas –en la tierra y en los océanos– donde se prohíbe toda intervención
humana que pueda modificar su fisonomía o alterar su constitución original.
En el cuidado de la biodiversidad, los especialistas insisten en la
necesidad de poner especial atención a las zonas más ricas en variedad de
especies, en especies endémicas, poco frecuentes o con menor grado de
protección efectiva. Hay lugares que requieren un cuidado particular por su
enorme importancia para el ecosistema mundial, o que constituyen importantes
reservas de agua y así aseguran otras formas de vida.
38. Mencionemos, por ejemplo, esos pulmones del planeta repletos de
biodiversidad que son la Amazonia y la cuenca fluvial del Congo, o los
grandes acuíferos y los glaciares. No se ignora la importancia de esos
lugares para la totalidad del planeta y para el futuro de la humanidad. Los
ecosistemas de las selvas tropicales tienen una biodiversidad con una enorme
complejidad, casi imposible de reconocer integralmente, pero cuando esas
selvas son quemadas o arrasadas para desarrollar cultivos, en pocos años se
pierden innumerables especies, cuando no se convierten en áridos desiertos.
Sin embargo, un delicado equilibrio se impone a la hora de hablar sobre
estos lugares, porque tampoco se pueden ignorar los enormes intereses
económicos internacionales que, bajo el pretexto de cuidarlos, pueden
atentar contra las soberanías nacionales. De hecho, existen «propuestas de
internacionalización de la Amazonia, que sólo sirven a los intereses
económicos de las corporaciones transnacionales»[24]. Es loable la tarea de
organismos internacionales y de organizaciones de la sociedad civil que
sensibilizan a las poblaciones y cooperan críticamente, también utilizando
legítimos mecanismos de presión, para que cada gobierno cumpla con su propio
e indelegable deber de preservar el ambiente y los recursos naturales de su
país, sin venderse a intereses espurios locales o internacionales.
39. El reemplazo de la flora silvestre por áreas forestadas con árboles, que
generalmente son monocultivos, tampoco suele ser objeto de un adecuado
análisis. Porque puede afectar gravemente a una biodiversidad que no es
albergada por las nuevas especies que se implantan. También los humedales,
que son transformados en terreno de cultivo, pierden la enorme biodiversidad
que acogían. En algunas zonas costeras, es preocupante la desaparición de
los ecosistemas constituidos por manglares.
40. Los océanos no sólo contienen la mayor parte del agua del planeta, sino
también la mayor parte de la vasta variedad de seres vivientes, muchos de
ellos todavía desconocidos para nosotros y amenazados por diversas causas.
Por otra parte, la vida en los ríos, lagos, mares y océanos, que alimenta a
gran parte de la población mundial, se ve afectada por el descontrol en la
extracción de los recursos pesqueros, que provoca disminuciones drásticas de
algunas especies. Todavía siguen desarrollándose formas selectivas de pesca
que desperdician gran parte de las especies recogidas. Están especialmente
amenazados organismos marinos que no tenemos en cuenta, como ciertas formas
de plancton que constituyen un componente muy importante en la cadena
alimentaria marina, y de las cuales dependen, en definitiva, especies que
utilizamos para alimentarnos.
41. Adentrándonos en los mares tropicales y subtropicales, encontramos las
barreras de coral, que equivalen a las grandes selvas de la tierra, porque
hospedan aproximadamente un millón de especies, incluyendo peces, cangrejos,
moluscos, esponjas, algas, etc. Muchas de las barreras de coral del mundo
hoy ya son estériles o están en un continuo estado de declinación: «¿Quién
ha convertido el maravilloso mundo marino en cementerios subacuáticos
despojados de vida y de color?»[25]. Este fenómeno se debe en gran parte a
la contaminación que llega al mar como resultado de la deforestación, de los
monocultivos agrícolas, de los vertidos industriales y de métodos
destructivos de pesca, especialmente los que utilizan cianuro y dinamita. Se
agrava por el aumento de la temperatura de los océanos. Todo esto nos ayuda
a darnos cuenta de que cualquier acción sobre la naturaleza puede tener
consecuencias que no advertimos a simple vista, y que ciertas formas de
explotación de recursos se hacen a costa de una degradación que finalmente
llega hasta el fondo de los océanos.
42. Es necesario invertir mucho más en investigación para entender mejor el
comportamiento de los ecosistemas y analizar adecuadamente las diversas
variables de impacto de cualquier modificación importante del ambiente.
Porque todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con
afecto y admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros. Cada
territorio tiene una responsabilidad en el cuidado de esta familia, por lo
cual debería hacer un cuidadoso inventario de las especies que alberga en
orden a desarrollar programas y estrategias de protección, cuidando con
especial preocupación a las especies en vías de extinción.
IV. Deterioro de la calidad de la vida humana y degradación social
43. Si tenemos en cuenta que el ser humano también es una criatura de este
mundo, que tiene derecho a vivir y a ser feliz, y que además tiene una
dignidad especialísima, no podemos dejar de considerar los efectos de la
degradación ambiental, del actual modelo de desarrollo y de la cultura del
descarte en la vida de las personas.
44. Hoy advertimos, por ejemplo, el crecimiento desmedido y desordenado de
muchas ciudades que se han hecho insalubres para vivir, debido no solamente
a la contaminación originada por las emisiones tóxicas, sino también al caos
urbano, a los problemas del transporte y a la contaminación visual y
acústica. Muchas ciudades son grandes estructuras ineficientes que gastan
energía y agua en exceso. Hay barrios que, aunque hayan sido construidos
recientemente, están congestionados y desordenados, sin espacios verdes
suficientes. No es propio de habitantes de este planeta vivir cada vez más
inundados de cemento, asfalto, vidrio y metales, privados del contacto
físico con la naturaleza.
45. En algunos lugares, rurales y urbanos, la privatización de los espacios
ha hecho que el acceso de los ciudadanos a zonas de particular belleza se
vuelva difícil. En otros, se crean urbanizaciones « ecológicas » sólo al
servicio de unos pocos, donde se procura evitar que otros entren a molestar
una tranquilidad artificial. Suele encontrarse una ciudad bella y llena de
espacios verdes bien cuidados en algunas áreas « seguras », pero no tanto en
zonas menos visibles, donde viven los descartables de la sociedad.
46. Entre los componentes sociales del cambio global se incluyen los efectos
laborales de algunas innovaciones tecnológicas, la exclusión social, la
inequidad en la disponibilidad y el consumo de energía y de otros servicios,
la fragmentación social, el crecimiento de la violencia y el surgimiento de
nuevas formas de agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente
de drogas entre los más jóvenes, la pérdida de identidad. Son signos, entre
otros, que muestran que el crecimiento de los últimos dos siglos no ha
significado en todos sus aspectos un verdadero progreso integral y una
mejora de la calidad de vida. Algunos de estos signos son al mismo tiempo
síntomas de una verdadera degradación social, de una silenciosa ruptura de
los lazos de integración y de comunión social.
47. A esto se agregan las dinámicas de los medios del mundo digital que,
cuando se convierten en omnipresentes, no favorecen el desarrollo de una
capacidad de vivir sabiamente, de pensar en profundidad, de amar con
generosidad. Los grandes sabios del pasado, en este contexto, correrían el
riesgo de apagar su sabiduría en medio del ruido dispersivo de la
información. Esto nos exige un esfuerzo para que esos medios se traduzcan en
un nuevo desarrollo cultural de la humanidad y no en un deterioro de su
riqueza más profunda. La verdadera sabiduría, producto de la reflexión, del
diálogo y del encuentro generoso entre las personas, no se consigue con una
mera acumulación de datos que termina saturando y obnubilando, en una
especie de contaminación mental. Al mismo tiempo, tienden a reemplazarse las
relaciones reales con los demás, con todos los desafíos que implican, por un
tipo de comunicación mediada por internet. Esto permite seleccionar o
eliminar las relaciones según nuestro arbitrio, y así suele generarse un
nuevo tipo de emociones artificiales, que tienen que ver más con
dispositivos y pantallas que con las personas y la naturaleza. Los medios
actuales permiten que nos comuniquemos y que compartamos conocimientos y
afectos. Sin embargo, a veces también nos impiden tomar contacto directo con
la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de
su experiencia personal. Por eso no debería llamar la atención que, junto
con la abrumadora oferta de estos productos, se desarrolle una profunda y
melancólica insatisfacción en las relaciones interpersonales, o un dañino
aislamiento.
V. Inequidad planetaria
48. El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no
podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos
atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social. De
hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo
especial a los más débiles del planeta: «Tanto la experiencia común de la
vida ordinaria como la investigación científica demuestran que los más
graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más
pobre»[26]. Por ejemplo, el agotamiento de las reservas ictícolas perjudica
especialmente a quienes viven de la pesca artesanal y no tienen cómo
reemplazarla, la contaminación del agua afecta particularmente a los más
pobres que no tienen posibilidad de comprar agua envasada, y la elevación
del nivel del mar afecta principalmente a las poblaciones costeras
empobrecidas que no tienen a dónde trasladarse. El impacto de los desajustes
actuales se manifiesta también en la muerte prematura de muchos pobres, en
los conflictos generados por falta de recursos y en tantos otros problemas
que no tienen espacio suficiente en las agendas del mundo[27].
49. Quisiera advertir que no suele haber conciencia clara de los problemas
que afectan particularmente a los excluidos. Ellos son la mayor parte del
planeta, miles de millones de personas. Hoy están presentes en los debates
políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus
problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi
por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero
daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan
frecuentemente en el último lugar. Ello se debe en parte a que muchos
profesionales, formadores de opinión, medios de comunicación y centros de
poder están ubicados lejos de ellos, en áreas urbanas aisladas, sin tomar
contacto directo con sus problemas. Viven y reflexionan desde la comodidad
de un desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la
mayoría de la población mundial. Esta falta de contacto físico y de
encuentro, a veces favorecida por la desintegración de nuestras ciudades,
ayuda a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la realidad en
análisis sesgados. Esto a veces convive con un discurso «verde». Pero hoy no
podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte
siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las
discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra
como el clamor de los pobres.
50. En lugar de resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo
diferente, algunos atinan sólo a proponer una reducción de la natalidad. No
faltan presiones internacionales a los países en desarrollo, condicionando
ayudas económicas a ciertas políticas de «salud reproductiva». Pero, «si
bien es cierto que la desigual distribución de la población y de los
recursos disponibles crean obstáculos al desarrollo y al uso sostenible del
ambiente, debe reconocerse que el crecimiento demográfico es plenamente
compatible con un desarrollo integral y solidario»[28]. Culpar al aumento de
la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de
no enfrentar los problemas. Se pretende legitimar así el modelo distributivo
actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir en una
proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta no podría ni
siquiera contener los residuos de semejante consumo. Además, sabemos que se
desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y
«el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre»[29].
De cualquier manera, es cierto que hay que prestar atención al desequilibrio
en la distribución de la población sobre el territorio, tanto en el nivel
nacional como en el global, porque el aumento del consumo llevaría a
situaciones regionales complejas, por las combinaciones de problemas ligados
a la contaminación ambiental, al transporte, al tratamiento de residuos, a
la pérdida de recursos, a la calidad de vida.
51. La inequidad no afecta sólo a individuos, sino a países enteros, y
obliga a pensar en una ética de las relaciones internacionales. Porque hay
una verdadera « deuda ecológica », particularmente entre el Norte y el Sur,
relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito
ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales
llevado a cabo históricamente por algunos países. Las exportaciones de
algunas materias primas para satisfacer los mercados en el Norte
industrializado han producido daños locales, como la contaminación con
mercurio en la minería del oro o con dióxido de azufre en la del cobre.
Especialmente hay que computar el uso del espacio ambiental de todo el
planeta para depositar residuos gaseosos que se han ido acumulando durante
dos siglos y han generado una situación que ahora afecta a todos los países
del mundo. El calentamiento originado por el enorme consumo de algunos
países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra,
especialmente en África, donde el aumento de la temperatura unido a la
sequía hace estragos en el rendimiento de los cultivos. A esto se agregan
los daños causados por la exportación hacia los países en desarrollo de
residuos sólidos y líquidos tóxicos, y por la actividad contaminante de
empresas que hacen en los países menos desarrollados lo que no pueden hacer
en los países que les aportan capital: «Constatamos que con frecuencia las
empresas que obran así son multinacionales, que hacen aquí lo que no se les
permite en países desarrollados o del llamado primer mundo. Generalmente, al
cesar sus actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y
ambientales, como la desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas
reservas naturales, deforestación, empobrecimiento de la agricultura y
ganadería local, cráteres, cerros triturados, ríos contaminados y algunas
pocas obras sociales que ya no se pueden sostener»[30].
52. La deuda externa de los países pobres se ha convertido en un instrumento
de control, pero no ocurre lo mismo con la deuda ecológica. De diversas
maneras, los pueblos en vías de desarrollo, donde se encuentran las más
importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando el desarrollo de los
países más ricos a costa de su presente y de su futuro. La tierra de los
pobres del Sur es rica y poco contaminada, pero el acceso a la propiedad de
los bienes y recursos para satisfacer sus necesidades vitales les está
vedado por un sistema de relaciones comerciales y de propiedad
estructuralmente perverso. Es necesario que los países desarrollados
contribuyan a resolver esta deuda limitando de manera importante el consumo
de energía no renovable y aportando recursos a los países más necesitados
para apoyar políticas y programas de desarrollo sostenible. Las regiones y
los países más pobres tienen menos posibilidades de adoptar nuevos modelos
en orden a reducir el impacto ambiental, porque no tienen la capacitación
para desarrollar los procesos necesarios y no pueden cubrir los costos. Por
eso, hay que mantener con claridad la conciencia de que en el cambio
climático hay responsabilidades diversificadas y, como dijeron los Obispos
de Estados Unidos, corresponde enfocarse «especialmente en las necesidades
de los pobres, débiles y vulnerables, en un debate a menudo dominado por
intereses más poderosos»[31]. Necesitamos fortalecer la conciencia de que
somos una sola familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o
sociales que nos permitan aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio
para la globalización de la indiferencia.
VI. La debilidad de las reacciones
53. Estas situaciones provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al
gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro
rumbo. Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los
últimos dos siglos. Pero estamos llamados a ser los instrumentos del Padre
Dios para que nuestro planeta sea lo que él soñó al crearlo y responda a su
proyecto de paz, belleza y plenitud. El problema es que no disponemos
todavía de la cultura necesaria para enfrentar esta crisis y hace falta
construir liderazgos que marquen caminos, buscando atender las necesidades
de las generaciones actuales incluyendo a todos, sin perjudicar a las
generaciones futuras. Se vuelve indispensable crear un sistema normativo que
incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas,
antes que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico
terminen arrasando no sólo con la política sino también con la libertad y la
justicia.
54. Llama la atención la debilidad de la reacción política internacional. El
sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en
el fracaso de las Cumbres mundiales sobre medio ambiente. Hay demasiados
intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega a
prevalecer sobre el bien común y a manipular la información para no ver
afectados sus proyectos. En esta línea, el Documento de Aparecida reclama
que «en las intervenciones sobre los recursos naturales no predominen los
intereses de grupos económicos que arrasan irracionalmente las fuentes de
vida»[32]. La alianza entre la economía y la tecnología termina dejando
afuera lo que no forme parte de sus intereses inmediatos. Así sólo podrían
esperarse algunas declamaciones superficiales, acciones filantrópicas
aisladas, y aun esfuerzos por mostrar sensibilidad hacia el medio ambiente,
cuando en la realidad cualquier intento de las organizaciones sociales por
modificar las cosas será visto como una molestia provocada por ilusos
románticos o como un obstáculo a sortear.
55. Poco a poco algunos países pueden mostrar avances importantes, el
desarrollo de controles más eficientes y una lucha más sincera contra la
corrupción. Hay más sensibilidad ecológica en las poblaciones, aunque no
alcanza para modificar los hábitos dañinos de consumo, que no parecen ceder
sino que se amplían y desarrollan. Es lo que sucede, para dar sólo un
sencillo ejemplo, con el creciente aumento del uso y de la intensidad de los
acondicionadores de aire. Los mercados, procurando un beneficio inmediato,
estimulan todavía más la demanda. Si alguien observara desde afuera la
sociedad planetaria, se asombraría ante semejante comportamiento que a veces
parece suicida.
56. Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual
sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta
financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la
dignidad humana y el medio ambiente. Así se manifiesta que la degradación
ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas. Muchos
dirán que no tienen conciencia de realizar acciones inmorales, porque la
distracción constante nos quita la valentía de advertir la realidad de un
mundo limitado y finito. Por eso, hoy «cualquier cosa que sea frágil, como
el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado
divinizado, convertidos en regla absoluta»[33].
57. Es previsible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya
creando un escenario favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de
nobles reivindicaciones. La guerra siempre produce daños graves al medio
ambiente y a la riqueza cultural de las poblaciones, y los riesgos se
agigantan cuando se piensa en las armas nucleares y en las armas biológicas.
Porque, «a pesar de que determinados acuerdos internacionales prohíban la
guerra química, bacteriológica y biológica, de hecho en los laboratorios se
sigue investigando para el desarrollo de nuevas armas ofensivas, capaces de
alterar los equilibrios naturales»[34]. Se requiere de la política una mayor
atención para prevenir y resolver las causas que puedan originar nuevos
conflictos. Pero el poder conectado con las finanzas es el que más se
resiste a este esfuerzo, y los diseños políticos no suelen tener amplitud de
miras. ¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su
incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?
58. En algunos países hay ejemplos positivos de logros en la mejora del
ambiente, como la purificación de algunos ríos que han estado contaminados
durante muchas décadas, o la recuperación de bosques autóctonos, o el
embellecimiento de paisajes con obras de saneamiento ambiental, o proyectos
edilicios de gran valor estético, o avances en la producción de energía no
contaminante, en la mejora del transporte público. Estas acciones no
resuelven los problemas globales, pero confirman que el ser humano todavía
es capaz de intervenir positivamente. Como ha sido creado para amar, en
medio de sus límites brotan inevitablemente gestos de generosidad,
solidaridad y cuidado.
59. Al mismo tiempo, crece una ecología superficial o aparente que consolida
un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad. Como suele suceder
en épocas de profundas crisis, que requieren decisiones valientes, tenemos
la tentación de pensar que lo que está ocurriendo no es cierto. Si miramos
la superficie, más allá de algunos signos visibles de contaminación y de
degradación, parece que las cosas no fueran tan graves y que el planeta
podría persistir por mucho tiempo en las actuales condiciones. Este
comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros estilos de vida,
de producción y de consumo. Es el modo como el ser humano se las arregla
para alimentar todos los vicios autodestructivos: intentando no verlos,
luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones importantes,
actuando como si nada ocurriera.
VII. Diversidad de opiniones
Finalmente, reconozcamos que se han desarrollado diversas visiones y líneas
de pensamiento acerca de la situación y de las posibles soluciones. En un
extremo, algunos sostienen a toda costa el mito del progreso y afirman que
los problemas ecológicos se resolverán simplemente con nuevas aplicaciones
técnicas, sin consideraciones éticas ni cambios de fondo. En el otro
extremo, otros entienden que el ser humano, con cualquiera de sus
intervenciones, sólo puede ser una amenaza y perjudicar al ecosistema
mundial, por lo cual conviene reducir su presencia en el planeta e impedirle
todo tipo de intervención. Entre estos extremos, la reflexión debería
identificar posibles escenarios futuros, porque no hay un solo camino de
solución. Esto daría lugar a diversos aportes que podrían entrar en diálogo
hacia respuestas integrales.
61. Sobre muchas cuestiones concretas la Iglesia no tiene por qué proponer
una palabra definitiva y entiende que debe escuchar y promover el debate
honesto entre los científicos, respetando la diversidad de opiniones. Pero
basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de
nuestra casa común. La esperanza nos invita a reconocer que siempre hay una
salida, que siempre podemos reorientar el rumbo, que siempre podemos hacer
algo para resolver los problemas. Sin embargo, parecen advertirse síntomas
de un punto de quiebre, a causa de la gran velocidad de los cambios y de la
degradación, que se manifiestan tanto en catástrofes naturales regionales
como en crisis sociales o incluso financieras, dado que los problemas del
mundo no pueden analizarse ni explicarse de forma aislada. Hay regiones que
ya están especialmente en riesgo y, más allá de cualquier predicción
catastrófica, lo cierto es que el actual sistema mundial es insostenible
desde diversos puntos de vista, porque hemos dejado de pensar en los fines
de la acción humana: «Si la mirada recorre las regiones de nuestro planeta,
enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha defraudado las
expectativas divinas»[35].
CAPÍTULO SEGUNDO
EL EVANGELIO DE LA CREACIÓN
62. ¿Por qué incluir en este documento, dirigido a todas las personas de
buena voluntad, un capítulo referido a convicciones creyentes? No ignoro
que, en el campo de la política y del pensamiento, algunos rechazan con
fuerza la idea de un Creador, o la consideran irrelevante, hasta el punto de
relegar al ámbito de lo irracional la riqueza que las religiones pueden
ofrecer para una ecología integral y para un desarrollo pleno de la
humanidad. Otras veces se supone que constituyen una subcultura que
simplemente debe ser tolerada. Sin embargo, la ciencia y la religión, que
aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en un diálogo
intenso y productivo para ambas.
I. La luz que ofrece la fe
63. Si tenemos en cuenta la complejidad de la crisis ecológica y sus
múltiples causas, deberíamos reconocer que las soluciones no pueden llegar
desde un único modo de interpretar y transformar la realidad. También es
necesario acudir a las diversas riquezas culturales de los pueblos, al arte
y a la poesía, a la vida interior y a la espiritualidad. Si de verdad
queremos construir una ecología que nos permita sanar todo lo que hemos
destruido, entonces ninguna rama de las ciencias y ninguna forma de
sabiduría puede ser dejada de lado, tampoco la religiosa con su propio
lenguaje. Además, la Iglesia Católica está abierta al diálogo con el
pensamiento filosófico, y eso le permite producir diversas síntesis entre la
fe y la razón. En lo que respecta a las cuestiones sociales, esto se puede
constatar en el desarrollo de la doctrina social de la Iglesia, que está
llamada a enriquecerse cada vez más a partir de los nuevos desafíos.
64. Por otra parte, si bien esta encíclica se abre a un diálogo con todos,
para buscar juntos caminos de liberación, quiero mostrar desde el comienzo
cómo las convicciones de la fe ofrecen a los cristianos, y en parte también
a otros creyentes, grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y
de los hermanos y hermanas más frágiles. Si el solo hecho de ser humanos
mueve a las personas a cuidar el ambiente del cual forman parte, «los
cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación,
así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su
fe»[36]. Por eso, es un bien para la humanidad y para el mundo que los
creyentes reconozcamos mejor los compromisos ecológicos que brotan de
nuestras convicciones.
II. La sabiduría de los relatos bíblicos
65. Sin repetir aquí la entera teología de la creación, nos preguntamos qué
nos dicen los grandes relatos bíblicos acerca de la relación del ser humano
con el mundo. En la primera narración de la obra creadora en el libro del
Génesis, el plan de Dios incluye la creación de la humanidad. Luego de la
creación del ser humano, se dice que «Dios vio todo lo que había hecho y era
muy bueno» (Gn 1,31). La Biblia enseña que cada ser humano es creado por
amor, hecho a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). Esta afirmación nos
muestra la inmensa dignidad de cada persona humana, que «no es solamente
algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente
y entrar en comunión con otras personas»[37]. San Juan Pablo II recordó que
el amor especialísimo que el Creador tiene por cada ser humano le confiere
una dignidad infinita[38]. Quienes se empeñan en la defensa de la dignidad
de las personas pueden encontrar en la fe cristiana los argumentos más
profundos para ese compromiso. ¡Qué maravillosa certeza es que la vida de
cada persona no se pierde en un desesperante caos, en un mundo regido por la
pura casualidad o por ciclos que se repiten sin sentido! El Creador puede
decir a cada uno de nosotros: «Antes que te formaras en el seno de tu madre,
yo te conocía» ( Jr 1,5). Fuimos concebidos en el corazón de Dios, y por eso
«cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de
nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario»[39].
66. Los relatos de la creación en el libro del Génesis contienen, en su
lenguaje simbólico y narrativo, profundas enseñanzas sobre la existencia
humana y su realidad histórica. Estas narraciones sugieren que la existencia
humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la
relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Según la Biblia, las tres
relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino también dentro de
nosotros. Esta ruptura es el pecado. La armonía entre el Creador, la
humanidad y todo lo creado fue destruida por haber pretendido ocupar el
lugar de Dios, negándonos a reconocernos como criaturas limitadas. Este
hecho desnaturalizó también el mandato de « dominar » la tierra (cf. Gn
1,28) y de «labrarla y cuidarla» (cf. Gn 2,15). Como resultado, la relación
originariamente armoniosa entre el ser humano y la naturaleza se transformó
en un conflicto (cf. Gn 3,17-19). Por eso es significativo que la armonía
que vivía san Francisco de Asís con todas las criaturas haya sido
interpretada como una sanación de aquella ruptura. Decía san Buenaventura
que, por la reconciliación universal con todas las criaturas, de algún modo
Francisco retornaba al estado de inocencia primitiva[40]. Lejos de ese
modelo, hoy el pecado se manifiesta con toda su fuerza de destrucción en las
guerras, las diversas formas de violencia y maltrato, el abandono de los más
frágiles, los ataques a la naturaleza.
67. No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Esto permite
responder a una acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano: se ha
dicho que, desde el relato del Génesis que invita a « dominar » la tierra
(cf. Gn 1,28), se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza
presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo. Esta no
es una correcta interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si
es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado
incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del
hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se
deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas. Es importante leer
los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica adecuada, y
recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo (cf. Gn
2,15). Mientras «labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar»
significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una
relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza.
Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su
supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la
continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras. Porque, en
definitiva, «la tierra es del Señor » (Sal 24,1), a él pertenece « la tierra
y cuanto hay en ella » (Dt 10,14). Por eso, Dios niega toda pretensión de
propiedad absoluta: « La tierra no puede venderse a perpetuidad, porque la
tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en mi tierra » (Lv
25,23).
68. Esta responsabilidad ante una tierra que es de Dios implica que el ser
humano, dotado de inteligencia, respete las leyes de la naturaleza y los
delicados equilibrios entre los seres de este mundo, porque « él lo ordenó y
fueron creados, él los fijó por siempre, por los siglos, y les dio una ley
que nunca pasará » (Sal 148,5b-6). De ahí que la legislación bíblica se
detenga a proponer al ser humano varias normas, no sólo en relación con los
demás seres humanos, sino también en relación con los demás seres vivos: «
Si ves caído en el camino el asno o el buey de tu hermano, no te
desentenderás de ellos […] Cuando encuentres en el camino un nido de ave en
un árbol o sobre la tierra, y esté la madre echada sobre los pichones o
sobre los huevos, no tomarás a la madre con los hijos » (Dt 22,4.6). En esta
línea, el descanso del séptimo día no se propone sólo para el ser humano,
sino también « para que reposen tu buey y tu asno » (Ex 23,12). De este modo
advertimos que la Biblia no da lugar a un antropocentrismo despótico que se
desentienda de las demás criaturas.
69. A la vez que podemos hacer un uso responsable de las cosas, estamos
llamados a reconocer que los demás seres vivos tienen un valor propio ante
Dios y, «por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria»[41], porque
el Señor se regocija en sus obras (cf. Sal 104,31). Precisamente por su
dignidad única y por estar dotado de inteligencia, el ser humano está
llamado a respetar lo creado con sus leyes internas, ya que «por la
sabiduría el Señor fundó la tierra» (Pr 3,19). Hoy la Iglesia no dice
simplemente que las demás criaturas están completamente subordinadas al bien
del ser humano, como si no tuvieran un valor en sí mismas y nosotros
pudiéramos disponer de ellas a voluntad. Por eso los Obispos de Alemania
enseñaron que en las demás criaturas «se podría hablar de la prioridad del
ser sobre el ser útiles»[42]. El Catecismo cuestiona de manera muy directa e
insistente lo que sería un antropocentrismo desviado: «Toda criatura posee
su bondad y su perfección propias […] Las distintas criaturas, queridas en
su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de
la bondad infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad
propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas»[43].
70. En la narración sobre Caín y Abel, vemos que los celos condujeron a Caín
a cometer la injusticia extrema con su hermano. Esto a su vez provocó una
ruptura de la relación entre Caín y Dios y entre Caín y la tierra, de la
cual fue exiliado. Este pasaje se resume en la dramática conversación de
Dios con Caín. Dios pregunta: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Caín responde
que no lo sabe y Dios le insiste: «¿Qué hiciste? ¡La voz de la sangre de tu
hermano clama a mí desde el suelo! Ahora serás maldito y te alejarás de esta
tierra» (Gn 4,9-11). El descuido en el empeño de cultivar y mantener una
relación adecuada con el vecino, hacia el cual tengo el deber del cuidado y
de la custodia, destruye mi relación interior conmigo mismo, con los demás,
con Dios y con la tierra. Cuando todas estas relaciones son descuidadas,
cuando la justicia ya no habita en la tierra, la Biblia nos dice que toda la
vida está en peligro. Esto es lo que nos enseña la narración sobre Noé,
cuando Dios amenaza con exterminar la humanidad por su constante incapacidad
de vivir a la altura de las exigencias de la justicia y de la paz: « He
decidido acabar con todos los seres humanos, porque la tierra, a causa de
ellos, está llena de violencia » (Gn 6,13). En estos relatos tan antiguos,
cargados de profundo simbolismo, ya estaba contenida una convicción actual:
que todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida
y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad,
la justicia y la fidelidad a los demás.
71. Aunque «la maldad se extendía sobre la faz de la tierra» (Gn 6,5) y a
Dios «le pesó haber creado al hombre en la tierra» (Gn 6,6), sin embargo, a
través de Noé, que todavía se conservaba íntegro y justo, decidió abrir un
camino de salvación. Así dio a la humanidad la posibilidad de un nuevo
comienzo. ¡Basta un hombre bueno para que haya esperanza! La tradición
bíblica establece claramente que esta rehabilitación implica el
redescubrimiento y el respeto de los ritmos inscritos en la naturaleza por
la mano del Creador. Esto se muestra, por ejemplo, en la ley del Shabbath.
El séptimo día, Dios descansó de todas sus obras. Dios ordenó a Israel que
cada séptimo día debía celebrarse como un día de descanso, un Shabbath (cf.
Gn 2,2-3; Ex 16,23; 20,10). Por otra parte, también se instauró un año
sabático para Israel y su tierra, cada siete años (cf. Lv 25,1-4), durante
el cual se daba un completo descanso a la tierra, no se sembraba y sólo se
cosechaba lo indispensable para subsistir y brindar hospitalidad (cf. Lv
25,4-6). Finalmente, pasadas siete semanas de años, es decir, cuarenta y
nueve años, se celebraba el Jubileo, año de perdón universal y «de
liberación para todos los habitantes» (Lv 25,10). El desarrollo de esta
legislación trató de asegurar el equilibrio y la equidad en las relaciones
del ser humano con los demás y con la tierra donde vivía y trabajaba. Pero
al mismo tiempo era un reconocimiento de que el regalo de la tierra con sus
frutos pertenece a todo el pueblo. Aquellos que cultivaban y custodiaban el
territorio tenían que compartir sus frutos, especialmente con los pobres,
las viudas, los huérfanos y los extranjeros: «Cuando coseches la tierra, no
llegues hasta la última orilla de tu campo, ni trates de aprovechar los
restos de tu mies. No rebusques en la viña ni recojas los frutos caídos del
huerto. Los dejarás para el pobre y el forastero» (Lv 19,9-10).
72. Los Salmos con frecuencia invitan al ser humano a alabar a Dios creador:
«Al que asentó la tierra sobre las aguas, porque es eterno su amor» (Sal
136,6). Pero también invitan a las demás criaturas a alabarlo: «¡Alabadlo,
sol y luna, alabadlo, estrellas lucientes, alabadlo, cielos de los cielos,
aguas que estáis sobre los cielos! Alaben ellos el nombre del Señor, porque
él lo ordenó y fueron creados» (Sal 148,3-5). Existimos no sólo por el poder
de Dios, sino frente a él y junto a él. Por eso lo adoramos.
73. Los escritos de los profetas invitan a recobrar la fortaleza en los
momentos difíciles contemplando al Dios poderoso que creó el universo. El
poder infinito de Dios no nos lleva a escapar de su ternura paterna, porque
en él se conjugan el cariño y el vigor. De hecho, toda sana espiritualidad
implica al mismo tiempo acoger el amor divino y adorar con confianza al
Señor por su infinito poder. En la Biblia, el Dios que libera y salva es el
mismo que creó el universo, y esos dos modos divinos de actuar están íntima
e inseparablemente conectados: «¡Ay, mi Señor! Tú eres quien hiciste los
cielos y la tierra con tu gran poder y tenso brazo. Nada es extraordinario
para ti […] Y sacaste a tu pueblo Israel de Egipto con señales y prodigios»
( Jr 32,17.21). «El Señor es un Dios eterno, creador de la tierra hasta sus
bordes, no se cansa ni fatiga. Es imposible escrutar su inteligencia. Al
cansado da vigor, y al que no tiene fuerzas le acrecienta la energía» (Is
40,28b-29).
74. La experiencia de la cautividad en Babilonia engendró una crisis
espiritual que provocó una profundización de la fe en Dios, explicitando su
omnipotencia creadora, para exhortar al pueblo a recuperar la esperanza en
medio de su situación desdichada. Siglos después, en otro momento de prueba
y persecución, cuando el Imperio Romano buscaba imponer un dominio absoluto,
los fieles volvían a encontrar consuelo y esperanza acrecentando su
confianza en el Dios todopoderoso, y cantaban: «¡Grandes y maravillosas son
tus obras, Señor Dios omnipotente, justos y verdaderos tus caminos!» (Ap
15,3). Si pudo crear el universo de la nada, puede también intervenir en
este mundo y vencer cualquier forma de mal. Entonces, la injusticia no es
invencible.
75. No podemos sostener una espiritualidad que olvide al Dios todopoderoso y
creador. De ese modo, terminaríamos adorando otros poderes del mundo, o nos
colocaríamos en el lugar del Señor, hasta pretender pisotear la realidad
creada por él sin conocer límites. La mejor manera de poner en su lugar al
ser humano, y de acabar con su pretensión de ser un dominador absoluto de la
tierra, es volver a proponer la figura de un Padre creador y único dueño del
mundo, porque de otro modo el ser humano tenderá siempre a querer imponer a
la realidad sus propias leyes e intereses.
III. El misterio del universo
76. Para la tradición judío-cristiana, decir « creación » es más que decir
naturaleza, porque tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada
criatura tiene un valor y un significado. La naturaleza suele entenderse
como un sistema que se analiza, comprende y gestiona, pero la creación sólo
puede ser entendida como un don que surge de la mano abierta del Padre de
todos, como una realidad iluminada por el amor que nos convoca a una
comunión universal.
77. «Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos» (Sal 33,6). Así se
nos indica que el mundo procedió de una decisión, no del caos o la
casualidad, lo cual lo enaltece todavía más. Hay una opción libre expresada
en la palabra creadora. El universo no surgió como resultado de una
omnipotencia arbitraria, de una demostración de fuerza o de un deseo de
autoafirmación. La creación es del orden del amor. El amor de Dios es el
móvil fundamental de todo lo creado: « Amas a todos los seres y no aborreces
nada de lo que hiciste, porque, si algo odiaras, no lo habrías creado » (Sb
11,24). Entonces, cada criatura es objeto de la ternura del Padre, que le da
un lugar en el mundo. Hasta la vida efímera del ser más insignificante es
objeto de su amor y, en esos pocos segundos de existencia, él lo rodea con
su cariño. Decía san Basilio Magno que el Creador es también «la bondad sin
envidia»[44], y Dante Alighieri hablaba del « amor que mueve el sol y las
estrellas »[45]. Por eso, de las obras creadas se asciende «hasta su
misericordia amorosa »[46].
78. Al mismo tiempo, el pensamiento judío-cristiano desmitificó la
naturaleza. Sin dejar de admirarla por su esplendor y su inmensidad, ya no
le atribuyó un carácter divino. De esa manera se destaca todavía más nuestro
compromiso ante ella. Un retorno a la naturaleza no puede ser a costa de la
libertad y la responsabilidad del ser humano, que es parte del mundo con el
deber de cultivar sus propias capacidades para protegerlo y desarrollar sus
potencialidades. Si reconocemos el valor y la fragilidad de la naturaleza, y
al mismo tiempo las capacidades que el Creador nos otorgó, esto nos permite
terminar hoy con el mito moderno del progreso material sin límites. Un mundo
frágil, con un ser humano a quien Dios le confía su cuidado, interpela
nuestra inteligencia para reconocer cómo deberíamos orientar, cultivar y
limitar nuestro poder.
79. En este universo, conformado por sistemas abiertos que entran en
comunicación unos con otros, podemos descubrir innumerables formas de
relación y participación. Esto lleva a pensar también al conjunto como
abierto a la trascendencia de Dios, dentro de la cual se desarrolla. La fe
nos permite interpretar el sentido y la belleza misteriosa de lo que
acontece. La libertad humana puede hacer su aporte inteligente hacia una
evolución positiva, pero también puede agregar nuevos males, nuevas causas
de sufrimiento y verdaderos retrocesos. Esto da lugar a la apasionante y
dramática historia humana, capaz de convertirse en un despliegue de
liberación, crecimiento, salvación y amor, o en un camino de decadencia y de
mutua destrucción. Por eso, la acción de la Iglesia no sólo intenta recordar
el deber de cuidar la naturaleza, sino que al mismo tiempo «debe proteger
sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo»[47].
80. No obstante, Dios, que quiere actuar con nosotros y contar con nuestra
cooperación, también es capaz de sacar algún bien de los males que nosotros
realizamos, porque «el Espíritu Santo posee una inventiva infinita, propia
de la mente divina, que provee a desatar los nudos de los sucesos humanos,
incluso los más complejos e impenetrables»[48]. Él, de algún modo, quiso
limitarse a sí mismo al crear un mundo necesitado de desarrollo, donde
muchas cosas que nosotros consideramos males, peligros o fuentes de
sufrimiento, en realidad son parte de los dolores de parto que nos estimulan
a colaborar con el Creador[49]. Él está presente en lo más íntimo de cada
cosa sin condicionar la autonomía de su criatura, y esto también da lugar a
la legítima autonomía de las realidades terrenas[50]. Esa presencia divina,
que asegura la permanencia y el desarrollo de cada ser, «es la continuación
de la acción creadora»[51]. El Espíritu de Dios llenó el universo con
virtualidades que permiten que del seno mismo de las cosas pueda brotar
siempre algo nuevo: «La naturaleza no es otra cosa sino la razón de cierto
arte, concretamente el arte divino, inscrito en las cosas, por el cual las
cosas mismas se mueven hacia un fin determinado. Como si el maestro
constructor de barcos pudiera otorgar a la madera que pudiera moverse a sí
misma para tomar la forma del barco»[52].
81. El ser humano, si bien supone también procesos evolutivos, implica una
novedad no explicable plenamente por la evolución de otros sistemas
abiertos. Cada uno de nosotros tiene en sí una identidad personal, capaz de
entrar en diálogo con los demás y con el mismo Dios. La capacidad de
reflexión, la argumentación, la creatividad, la interpretación, la
elaboración artística y otras capacidades inéditas muestran una singularidad
que trasciende el ámbito físico y biológico. La novedad cualitativa que
implica el surgimiento de un ser personal dentro del universo material
supone una acción directa de Dios, un llamado peculiar a la vida y a la
relación de un Tú a otro tú. A partir de los relatos bíblicos, consideramos
al ser humano como sujeto, que nunca puede ser reducido a la categoría de
objeto.
82. Pero también sería equivocado pensar que los demás seres vivos deban ser
considerados como meros objetos sometidos a la arbitraria dominación humana.
Cuando se propone una visión de la naturaleza únicamente como objeto de
provecho y de interés, esto también tiene serias consecuencias en la
sociedad. La visión que consolida la arbitrariedad del más fuerte ha
propiciado inmensas desigualdades, injusticias y violencia para la mayoría
de la humanidad, porque los recursos pasan a ser del primero que llega o del
que tiene más poder: el ganador se lleva todo. El ideal de armonía, de
justicia, de fraternidad y de paz que propone Jesús está en las antípodas de
semejante modelo, y así lo expresaba con respecto a los poderes de su época:
«Los poderosos de las naciones las dominan como señores absolutos, y los
grandes las oprimen con su poder. Que no sea así entre vosotros, sino que el
que quiera ser grande sea el servidor » (Mt 20,25-26).
83. El fin de la marcha del universo está en la plenitud de Dios, que ya ha
sido alcanzada por Cristo resucitado, eje de la maduración universal[53].
Así agregamos un argumento más para rechazar todo dominio despótico e
irresponsable del ser humano sobre las demás criaturas. El fin último de las
demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y
a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios, en una plenitud
trascendente donde Cristo resucitado abraza e ilumina todo. Porque el ser
humano, dotado de inteligencia y de amor, y atraído por la plenitud de
Cristo, está llamado a reconducir todas las criaturas a su Creador.
IV. El mensaje de cada criatura en la armonía de todo lo creado
84. Cuando insistimos en decir que el ser humano es imagen de Dios, eso no
debería llevarnos a olvidar que cada criatura tiene una función y ninguna es
superflua. Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su
desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es
caricia de Dios. La historia de la propia amistad con Dios siempre se
desarrolla en un espacio geográfico que se convierte en un signo
personalísimo, y cada uno de nosotros guarda en la memoria lugares cuyo
recuerdo le hace mucho bien. Quien ha crecido entre los montes, o quien de
niño se sentaba junto al arroyo a beber, o quien jugaba en una plaza de su
barrio, cuando vuelve a esos lugares, se siente llamado a recuperar su
propia identidad.
85. Dios ha escrito un libro precioso, «cuyas letras son la multitud de
criaturas presentes en el universo»[54]. Bien expresaron los Obispos de
Canadá que ninguna criatura queda fuera de esta manifestación de Dios:
«Desde los panoramas más amplios a la forma de vida más ínfima, la
naturaleza es un continuo manantial de maravilla y de temor. Ella es,
además, una continua revelación de lo divino»[55]. Los Obispos de Japón, por
su parte, dijeron algo muy sugestivo: «Percibir a cada criatura cantando el
himno de su existencia es vivir gozosamente en el amor de Dios y en la
esperanza»[56]. Esta contemplación de lo creado nos permite descubrir a
través de cada cosa alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir, porque
«para el creyente contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír
una voz paradójica y silenciosa»[57]. Podemos decir que, «junto a la
Revelación propiamente dicha, contenida en la sagrada Escritura, se da una
manifestación divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche»[58].
Prestando atención a esa manifestación, el ser humano aprende a reconocerse
a sí mismo en la relación con las demás criaturas: «Yo me autoexpreso al
expresar el mundo; yo exploro mi propia sacralidad al intentar descifrar la
del mundo»[59].
86. El conjunto del universo, con sus múltiples relaciones, muestra mejor la
inagotable riqueza de Dios. Santo Tomás de Aquino remarcaba sabiamente que
la multiplicidad y la variedad provienen «de la intención del primer
agente», que quiso que «lo que falta a cada cosa para representar la bondad
divina fuera suplido por las otras»[60], porque su bondad «no puede ser
representada convenientemente por una sola criatura»[61]. Por eso, nosotros
necesitamos captar la variedad de las cosas en sus múltiples relaciones[62].
Entonces, se entiende mejor la importancia y el sentido de cualquier
criatura si se la contempla en el conjunto del proyecto de Dios. Así lo
enseña el Catecismo: «La interdependencia de las criaturas es querida por
Dios. El sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión,
las innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna
criatura se basta a sí misma, que no existen sino en dependencia unas de
otras, para complementarse y servirse mutuamente»[63].
87. Cuando tomamos conciencia del reflejo de Dios que hay en todo lo que
existe, el corazón experimenta el deseo de adorar al Señor por todas sus
criaturas y junto con ellas, como se expresa en el precioso himno de san
Francisco de Asís:
«Alabado seas, mi Señor,
con todas tus criaturas,
especialmente el hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas, y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire, y la nube y el cielo sereno,
y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy humilde, y preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello, y alegre y vigoroso, y fuerte»[64].
88. Los Obispos de Brasil han remarcado que toda la naturaleza, además de
manifestar a Dios, es lugar de su presencia. En cada criatura habita su
Espíritu vivificante que nos llama a una relación con él[65]. El
descubrimiento de esta presencia estimula en nosotros el desarrollo de las
«virtudes ecológicas»[66]. Pero cuando decimos esto, no olvidamos que
también existe una distancia infinita, que las cosas de este mundo no poseen
la plenitud de Dios. De otro modo, tampoco haríamos un bien a las criaturas,
porque no reconoceríamos su propio y verdadero lugar, y terminaríamos
exigiéndoles indebidamente lo que en su pequeñez no nos pueden dar.
V. Una comunión universal
89. Las criaturas de este mundo no pueden ser consideradas un bien sin
dueño: «Son tuyas, Señor, que amas la vida» (Sb 11,26). Esto provoca la
convicción de que, siendo creados por el mismo Padre, todos los seres del
universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de
familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado,
cariñoso y humilde. Quiero recordar que «Dios nos ha unido tan estrechamente
al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como una
enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie
como si fuera una mutilación»[67].
90. Esto no significa igualar a todos los seres vivos y quitarle al ser
humano ese valor peculiar que implica al mismo tiempo una tremenda
responsabilidad. Tampoco supone una divinización de la tierra que nos
privaría del llamado a colaborar con ella y a proteger su fragilidad. Estas
concepciones terminarían creando nuevos desequilibrios por escapar de la
realidad que nos interpela[68]. A veces se advierte una obsesión por negar
toda preeminencia a la persona humana, y se lleva adelante una lucha por
otras especies que no desarrollamos para defender la igual dignidad entre
los seres humanos. Es verdad que debe preocuparnos que otros seres vivos no
sean tratados irresponsablemente. Pero especialmente deberían exasperarnos
las enormes inequidades que existen entre nosotros, porque seguimos
tolerando que unos se consideren más dignos que otros. Dejamos de advertir
que algunos se arrastran en una degradante miseria, sin posibilidades reales
de superación, mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen,
ostentan vanidosamente una supuesta superioridad y dejan tras de sí un nivel
de desperdicio que sería imposible generalizar sin destrozar el planeta.
Seguimos admitiendo en la práctica que unos se sientan más humanos que
otros, como si hubieran nacido con mayores derechos.
91. No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de
la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y
preocupación por los seres humanos. Es evidente la incoherencia de quien
lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece
completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los
pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada. Esto pone
en riesgo el sentido de la lucha por el ambiente. No es casual que, en el
himno donde san Francisco alaba a Dios por las criaturas, añada lo
siguiente: «Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor».
Todo está conectado. Por eso se requiere una preocupación por el ambiente
unida al amor sincero hacia los seres humanos y a un constante compromiso
ante los problemas de la sociedad.
92. Por otra parte, cuando el corazón está auténticamente abierto a una
comunión universal, nada ni nadie está excluido de esa fraternidad. Por
consiguiente, también es verdad que la indiferencia o la crueldad ante las
demás criaturas de este mundo siempre terminan trasladándose de algún modo
al trato que damos a otros seres humanos. El corazón es uno solo, y la misma
miseria que lleva a maltratar a un animal no tarda en manifestarse en la
relación con las demás personas. Todo ensañamiento con cualquier criatura
«es contrario a la dignidad humana»[69]. No podemos considerarnos grandes
amantes si excluimos de nuestros intereses alguna parte de la realidad:
«Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente
ligados, que no podrán apartarse para ser tratados individualmente so pena
de caer nuevamente en el reduccionismo»[70]. Todo está relacionado, y todos
los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa
peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus
criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a la
hermana luna, al hermano río y a la madre tierra.
VI. Destino común de los bienes
93. Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es
esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos.
Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al
Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo
planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta
los derechos fundamentales de los más postergados. El principio de la
subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y,
por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del
comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento
ético-social»[71]. La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o
intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de
cualquier forma de propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con mucho
énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género
humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni
privilegiar a ninguno»[72]. Son palabras densas y fuertes. Remarcó que «no
sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara
y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y
políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos»[73]. Con
toda claridad explicó que «la Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la
propiedad privada, pero enseña con no menor claridad que sobre toda
propiedad privada grava siempre una hipoteca social, para que los bienes
sirvan a la destinación general que Dios les ha dado»[74]. Por lo tanto
afirmó que «no es conforme con el designio de Dios usar este don de modo tal
que sus beneficios favorezcan sólo a unos pocos»[75]. Esto cuestiona
seriamente los hábitos injustos de una parte de la humanidad[76].
94. El rico y el pobre tienen igual dignidad, porque «a los dos los hizo el
Señor» (Pr 22,2); «Él mismo hizo a pequeños y a grandes» (Sb 6,7) y «hace
salir su sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Esto tiene consecuencias
prácticas, como las que enunciaron los Obispos de Paraguay: «Todo campesino
tiene derecho natural a poseer un lote racional de tierra donde pueda
establecer su hogar, trabajar para la subsistencia de su familia y tener
seguridad existencial. Este derecho debe estar garantizado para que su
ejercicio no sea ilusorio sino real. Lo cual significa que, además del
título de propiedad, el campesino debe contar con medios de educación
técnica, créditos, seguros y comercialización»[77].
95. El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad
y responsabilidad de todos. Quien se apropia algo es sólo para administrarlo
en bien de todos. Si no lo hacemos, cargamos sobre la conciencia el peso de
negar la existencia de los otros. Por eso, los Obispos de Nueva Zelanda se
preguntaron qué significa el mandamiento «no matarás» cuando «un veinte por
ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que roba a las
naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para
sobrevivir»[78].
VII. La mirada de Jesús
96. Jesús asume la fe bíblica en el Dios creador y destaca un dato
fundamental: Dios es Padre (cf. Mt 11,25). En los diálogos con sus
discípulos, Jesús los invitaba a reconocer la relación paterna que Dios
tiene con todas las criaturas, y les recordaba con una conmovedora ternura
cómo cada una de ellas es importante a sus ojos: «¿No se venden cinco
pajarillos por dos monedas? Pues bien, ninguno de ellos está olvidado ante
Dios» (Lc 12,6). «Mirad las aves del cielo, que no siembran ni cosechan, y
no tienen graneros. Pero el Padre celestial las alimenta» (Mt 6,26).
97. El Señor podía invitar a otros a estar atentos a la belleza que hay en
el mundo porque él mismo estaba en contacto permanente con la naturaleza y
le prestaba una atención llena de cariño y asombro. Cuando recorría cada
rincón de su tierra se detenía a contemplar la hermosura sembrada por su
Padre, e invitaba a sus discípulos a reconocer en las cosas un mensaje
divino: «Levantad los ojos y mirad los campos, que ya están listos para la
cosecha» (Jn 4,35). «El reino de los cielos es como una semilla de mostaza
que un hombre siembra en su campo. Es más pequeña que cualquier semilla,
pero cuando crece es mayor que las hortalizas y se hace un árbol» (Mt
13,31-32).
98. Jesús vivía en armonía plena con la creación, y los demás se asombraban:
«¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Mt 8,27). No
aparecía como un asceta separado del mundo o enemigo de las cosas agradables
de la vida. Refiriéndose a sí mismo expresaba: «Vino el Hijo del hombre, que
come y bebe, y dicen que es un comilón y borracho» (Mt 11,19). Estaba lejos
de las filosofías que despreciaban el cuerpo, la materia y las cosas de este
mundo. Sin embargo, esos dualismos malsanos llegaron a tener una importante
influencia en algunos pensadores cristianos a lo largo de la historia y
desfiguraron el Evangelio. Jesús trabajaba con sus manos, tomando contacto
cotidiano con la materia creada por Dios para darle forma con su habilidad
de artesano. Llama la atención que la mayor parte de su vida fue consagrada
a esa tarea, en una existencia sencilla que no despertaba admiración alguna:
«¿No es este el carpintero, el hijo de María?» (Mc 6,3). Así santificó el
trabajo y le otorgó un peculiar valor para nuestra maduración. San Juan
Pablo II enseñaba que, «soportando la fatiga del trabajo en unión con Cristo
crucificado por nosotros, el hombre colabora en cierto modo con el Hijo de
Dios en la redención de la humanidad»[79].
99. Para la comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la
creación pasa por el misterio de Cristo, que está presente desde el origen
de todas las cosas: «Todo fue creado por él y para él » (Col 1,16)[80]. El
prólogo del Evangelio de Juan (1,1-18) muestra la actividad creadora de
Cristo como Palabra divina (Logos). Pero este prólogo sorprende por su
afirmación de que esta Palabra «se hizo carne» (Jn 1,14). Una Persona de la
Trinidad se insertó en el cosmos creado, corriendo su suerte con él hasta la
cruz. Desde el inicio del mundo, pero de modo peculiar a partir de la
encarnación, el misterio de Cristo opera de manera oculta en el conjunto de
la realidad natural, sin por ello afectar su autonomía.
100. El Nuevo Testamento no sólo nos habla del Jesús terreno y de su
relación tan concreta y amable con todo el mundo. También lo muestra como
resucitado y glorioso, presente en toda la creación con su señorío
universal: «Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud. Por él quiso
reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo,
restableciendo la paz por la sangre de su cruz» (Col 1,19-20). Esto nos
proyecta al final de los tiempos, cuando el Hijo entregue al Padre todas las
cosas y «Dios sea todo en todos» (1 Co 15,28). De ese modo, las criaturas de
este mundo ya no se nos presentan como una realidad meramente natural,
porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino
de plenitud. Las mismas flores del campo y las aves que él contempló
admirado con sus ojos humanos, ahora están llenas de su presencia luminosa.
CAPÍTULO TERCERO
RAÍZ HUMANA DE LA CRISIS ECOLÓGICA
101. No nos servirá describir los síntomas, si no reconocemos la raíz humana
de la crisis ecológica. Hay un modo de entender la vida y la acción humana
que se ha desviado y que contradice la realidad hasta dañarla. ¿Por qué no
podemos detenernos a pensarlo? En esta reflexión propongo que nos
concentremos en el paradigma tecnocrático dominante y en el lugar del ser
humano y de su acción en el mundo.
I. La tecnología: creatividad y poder
102. La humanidad ha ingresado en una nueva era en la que el poderío
tecnológico nos pone en una encrucijada. Somos los herederos de dos siglos
de enormes olas de cambio: el motor a vapor, el ferrocarril, el telégrafo,
la electricidad, el automóvil, el avión, las industrias químicas, la
medicina moderna, la informática y, más recientemente, la revolución
digital, la robótica, las biotecnologías y las nanotecnologías. Es justo
alegrarse ante estos avances, y entusiasmarse frente a las amplias
posibilidades que nos abren estas constantes novedades, porque «la ciencia y
la tecnología son un maravilloso producto de la creatividad humana donada
por Dios»[81]. La modificación de la naturaleza con fines útiles es una
característica de la humanidad desde sus inicios, y así la técnica «expresa
la tensión del ánimo humano hacia la superación gradual de ciertos
condicionamientos materiales»[82]. La tecnología ha remediado innumerables
males que dañaban y limitaban al ser humano. No podemos dejar de valorar y
de agradecer el progreso técnico, especialmente en la medicina, la
ingeniería y las comunicaciones. ¿Y cómo no reconocer todos los esfuerzos de
muchos científicos y técnicos, que han aportado alternativas para un
desarrollo sostenible?
103. La tecnociencia bien orientada no sólo puede producir cosas realmente
valiosas para mejorar la calidad de vida del ser humano, desde objetos
domésticos útiles hasta grandes medios de transporte, puentes, edificios,
lugares públicos. También es capaz de producir lo bello y de hacer « saltar
» al ser humano inmerso en el mundo material al ámbito de la belleza. ¿Se
puede negar la belleza de un avión, o de algunos rascacielos? Hay preciosas
obras pictóricas y musicales logradas con la utilización de nuevos
instrumentos técnicos. Así, en la intención de belleza del productor técnico
y en el contemplador de tal belleza, se da el salto a una cierta plenitud
propiamente humana.
104. Pero no podemos ignorar que la energía nuclear, la biotecnología, la
informática, el conocimiento de nuestro propio ADN y otras capacidades que
hemos adquirido nos dan un tremendo poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen
el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio
impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero. Nunca la
humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a
utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo.
Basta recordar las bombas atómicas lanzadas en pleno siglo XX, como el gran
despliegue tecnológico ostentado por el nazismo, por el comunismo y por
otros regímenes totalitarios al servicio de la matanza de millones de
personas, sin olvidar que hoy la guerra posee un instrumental cada vez más
mortífero. ¿En manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto poder? Es
tremendamente riesgoso que resida en una pequeña parte de la humanidad.
105. Se tiende a creer «que todo incremento del poder constituye sin más un
progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía
vital, de plenitud de los valores»[83], como si la realidad, el bien y la
verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico. El
hecho es que «el hombre moderno no está preparado para utilizar el poder con
acierto»[84], porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado
de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia.
Cada época tiende a desarrollar una escasa autoconciencia de sus propios
límites. Por eso es posible que hoy la humanidad no advierta la seriedad de
los desafíos que se presentan, y «la posibilidad de que el hombre utilice
mal el poder crece constantemente » cuando no está « sometido a norma alguna
reguladora de la libertad, sino únicamente a los supuestos imperativos de la
utilidad y de la seguridad»[85]. El ser humano no es plenamente autónomo. Su
libertad se enferma cuando se entrega a las fuerzas ciegas del inconsciente,
de las necesidades inmediatas, del egoísmo, de la violencia. En ese sentido,
está desnudo y expuesto frente a su propio poder, que sigue creciendo, sin
tener los elementos para controlarlo. Puede disponer de mecanismos
superficiales, pero podemos sostener que le falta una ética sólida, una
cultura y una espiritualidad que realmente lo limiten y lo contengan en una
lúcida abnegación.
II. Globalización del paradigma tecnocrático
106. El problema fundamental es otro más profundo todavía: el modo como la
humanidad de hecho ha asumido la tecnología y su desarrollo junto con un
paradigma homogéneo y unidimensional. En él se destaca un concepto del
sujeto que progresivamente, en el proceso lógico-racional, abarca y así
posee el objeto que se halla afuera. Ese sujeto se despliega en el
establecimiento del método científico con su experimentación, que ya es
explícitamente técnica de posesión, dominio y transformación. Es como si el
sujeto se hallara frente a lo informe totalmente disponible para su
manipulación. La intervención humana en la naturaleza siempre ha acontecido,
pero durante mucho tiempo tuvo la característica de acompañar, de plegarse a
las posibilidades que ofrecen las cosas mismas. Se trataba de recibir lo que
la realidad natural de suyo permite, como tendiendo la mano. En cambio ahora
lo que interesa es extraer todo lo posible de las cosas por la imposición de
la mano humana, que tiende a ignorar u olvidar la realidad misma de lo que
tiene delante. Por eso, el ser humano y las cosas han dejado de tenderse
amigablemente la mano para pasar a estar enfrentados. De aquí se pasa
fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que ha
entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos. Supone la
mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que lleva a
«estrujarlo» hasta el límite y más allá del límite. Es el presupuesto falso
de que «existe una cantidad ilimitada de energía y de recursos utilizables,
que su regeneración inmediata es posible y que los efectos negativos de las
manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente absorbidos»[86].
107. Podemos decir entonces que, en el origen de muchas dificultades del
mundo actual, está ante todo la tendencia, no siempre consciente, a
constituir la metodología y los objetivos de la tecnociencia en un paradigma
de comprensión que condiciona la vida de las personas y el funcionamiento de
la sociedad. Los efectos de la aplicación de este molde a toda la realidad,
humana y social, se constatan en la degradación del ambiente, pero este es
solamente un signo del reduccionismo que afecta a la vida humana y a la
sociedad en todas sus dimensiones. Hay que reconocer que los objetos
producto de la técnica no son neutros, porque crean un entramado que termina
condicionando los estilos de vida y orientan las posibilidades sociales en
la línea de los intereses de determinados grupos de poder. Ciertas
elecciones, que parecen puramente instrumentales, en realidad son elecciones
acerca de la vida social que se quiere desarrollar.
108. No puede pensarse que sea posible sostener otro paradigma cultural y
servirse de la técnica como de un mero instrumento, porque hoy el paradigma
tecnocrático se ha vuelto tan dominante que es muy difícil prescindir de sus
recursos, y más difícil todavía es utilizarlos sin ser dominados por su
lógica. Se volvió contracultural elegir un estilo de vida con objetivos que
puedan ser al menos en parte independientes de la técnica, de sus costos y
de su poder globalizador y masificador. De hecho, la técnica tiene una
inclinación a buscar que nada quede fuera de su férrea lógica, y «el hombre
que posee la técnica sabe que, en el fondo, esta no se dirige ni a la
utilidad ni al bienestar, sino al dominio; el dominio, en el sentido más
extremo de la palabra»[87]. Por eso «intenta controlar tanto los elementos
de la naturaleza como los de la existencia humana»[88]. La capacidad de
decisión, la libertad más genuina y el espacio para la creatividad
alternativa de los individuos se ven reducidos.
109. El paradigma tecnocrático también tiende a ejercer su dominio sobre la
economía y la política. La economía asume todo desarrollo tecnológico en
función del rédito, sin prestar atención a eventuales consecuencias
negativas para el ser humano. Las finanzas ahogan a la economía real. No se
aprendieron las lecciones de la crisis financiera mundial y con mucha
lentitud se aprenden las lecciones del deterioro ambiental. En algunos
círculos se sostiene que la economía actual y la tecnología resolverán todos
los problemas ambientales, del mismo modo que se afirma, con lenguajes no
académicos, que los problemas del hambre y la miseria en el mundo
simplemente se resolverán con el crecimiento del mercado. No es una cuestión
de teorías económicas, que quizás nadie se atreve hoy a defender, sino de su
instalación en el desarrollo fáctico de la economía. Quienes no lo afirman
con palabras lo sostienen con los hechos, cuando no parece preocuparles una
justa dimensión de la producción, una mejor distribución de la riqueza, un
cuidado responsable del ambiente o los derechos de las generaciones futuras.
Con sus comportamientos expresan que el objetivo de maximizar los beneficios
es suficiente. Pero el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo
humano integral y la inclusión social[89]. Mientras tanto, tenemos un
«superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable
con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora»[90], y no se
elaboran con suficiente celeridad instituciones económicas y cauces sociales
que permitan a los más pobres acceder de manera regular a los recursos
básicos. No se termina de advertir cuáles son las raíces más profundas de
los actuales desajustes, que tienen que ver con la orientación, los fines,
el sentido y el contexto social del crecimiento tecnológico y económico.
110. La especialización propia de la tecnología implica una gran dificultad
para mirar el conjunto. La fragmentación de los saberes cumple su función a
la hora de lograr aplicaciones concretas, pero suele llevar a perder el
sentido de la totalidad, de las relaciones que existen entre las cosas, del
horizonte amplio, que se vuelve irrelevante. Esto mismo impide encontrar
caminos adecuados para resolver los problemas más complejos del mundo
actual, sobre todo del ambiente y de los pobres, que no se pueden abordar
desde una sola mirada o desde un solo tipo de intereses. Una ciencia que
pretenda ofrecer soluciones a los grandes asuntos, necesariamente debería
sumar todo lo que ha generado el conocimiento en las demás áreas del saber,
incluyendo la filosofía y la ética social. Pero este es un hábito difícil de
desarrollar hoy. Por eso tampoco pueden reconocerse verdaderos horizontes
éticos de referencia. La vida pasa a ser un abandonarse a las circunstancias
condicionadas por la técnica, entendida como el principal recurso para
interpretar la existencia. En la realidad concreta que nos interpela,
aparecen diversos síntomas que muestran el error, como la degradación del
ambiente, la angustia, la pérdida del sentido de la vida y de la
convivencia. Así se muestra una vez más que «la realidad es superior a la
idea»[91].
111. La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas
urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la
degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la
contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una
política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que
conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático. De otro
modo, aun las mejores iniciativas ecologistas pueden terminar encerradas en
la misma lógica globalizada. Buscar sólo un remedio técnico a cada problema
ambiental que surja es aislar cosas que en la realidad están entrelazadas y
esconder los verdaderos y más profundos problemas del sistema mundial.
112. Sin embargo, es posible volver a ampliar la mirada, y la libertad
humana es capaz de limitar la técnica, orientarla y colocarla al servicio de
otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral. La
liberación del paradigma tecnocrático reinante se produce de hecho en
algunas ocasiones. Por ejemplo, cuando comunidades de pequeños productores
optan por sistemas de producción menos contaminantes, sosteniendo un modelo
de vida, de gozo y de convivencia no consumista. O cuando la técnica se
orienta prioritariamente a resolver los problemas concretos de los demás,
con la pasión de ayudar a otros a vivir con más dignidad y menos
sufrimiento. También cuando la intención creadora de lo bello y su
contemplación logran superar el poder objetivante en una suerte de salvación
que acontece en lo bello y en la persona que lo contempla. La auténtica
humanidad, que invita a una nueva síntesis, parece habitar en medio de la
civilización tecnológica, casi imperceptiblemente, como la niebla que se
filtra bajo la puerta cerrada. ¿Será una promesa permanente, a pesar de
todo, brotando como una empecinada resistencia de lo auténtico?
113. Por otra parte, la gente ya no parece creer en un futuro feliz, no
confía ciegamente en un mañana mejor a partir de las condiciones actuales
del mundo y de las capacidades técnicas. Toma conciencia de que el avance de
la ciencia y de la técnica no equivale al avance de la humanidad y de la
historia, y vislumbra que son otros los caminos fundamentales para un futuro
feliz. No obstante, tampoco se imagina renunciando a las posibilidades que
ofrece la tecnología. La humanidad se ha modificado profundamente, y la
sumatoria de constantes novedades consagra una fugacidad que nos arrastra
por la superficie, en una única dirección. Se hace difícil detenernos para
recuperar la profundidad de la vida. Si la arquitectura refleja el espíritu
de una época, las megaestructuras y las casas en serie expresan el espíritu
de la técnica globalizada, donde la permanente novedad de los productos se
une a un pesado aburrimiento. No nos resignemos a ello y no renunciemos a
preguntarnos por los fines y por el sentido de todo. De otro modo, sólo
legitimaremos la situación vigente y necesitaremos más sucedáneos para
soportar el vacío.
114. Lo que está ocurriendo nos pone ante la urgencia de avanzar en una
valiente revolución cultural. La ciencia y la tecnología no son neutrales,
sino que pueden implicar desde el comienzo hasta el final de un proceso
diversas intenciones o posibilidades, y pueden configurarse de distintas
maneras. Nadie pretende volver a la época de las cavernas, pero sí es
indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera,
recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los
valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano.
III. Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno
115. El antropocentrismo moderno, paradójicamente, ha terminado colocando la
razón técnica sobre la realidad, porque este ser humano «ni siente la
naturaleza como norma válida, ni menos aún como refugio viviente. La ve sin
hacer hipótesis, prácticamente, como lugar y objeto de una tarea en la que
se encierra todo, siéndole indiferente lo que con ello suceda»[92]. De ese
modo, se debilita el valor que tiene el mundo en sí mismo. Pero si el ser
humano no redescubre su verdadero lugar, se entiende mal a sí mismo y
termina contradiciendo su propia realidad: «No sólo la tierra ha sido dada
por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria
de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para
sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y
moral de la que ha sido dotado»[93].
116. En la modernidad hubo una gran desmesura antropocéntrica que, con otro
ropaje, hoy sigue dañando toda referencia común y todo intento por
fortalecer los lazos sociales. Por eso ha llegado el momento de volver a
prestar atención a la realidad con los límites que ella impone, que a su vez
son la posibilidad de un desarrollo humano y social más sano y fecundo. Una
presentación inadecuada de la antropología cristiana pudo llegar a respaldar
una concepción equivocada sobre la relación del ser humano con el mundo. Se
transmitió muchas veces un sueño prometeico de dominio sobre el mundo que
provocó la impresión de que el cuidado de la naturaleza es cosa de débiles.
En cambio, la forma correcta de interpretar el concepto del ser humano como
« señor » del universo consiste en entenderlo como administrador
responsable[94].
117. La falta de preocupación por medir el daño a la naturaleza y el impacto
ambiental de las decisiones es sólo el reflejo muy visible de un desinterés
por reconocer el mensaje que la naturaleza lleva inscrito en sus mismas
estructuras. Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un
pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad –por poner sólo
algunos ejemplos–, difícilmente se escucharán los gritos de la misma
naturaleza. Todo está conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la
realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su
existencia se desmorona, porque, «en vez de desempeñar su papel de
colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y
con ello provoca la rebelión de la naturaleza»[95].
118. Esta situación nos lleva a una constante esquizofrenia, que va de la
exaltación tecnocrática que no reconoce a los demás seres un valor propio,
hasta la reacción de negar todo valor peculiar al ser humano. Pero no se
puede prescindir de la humanidad. No habrá una nueva relación con la
naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay ecología sin una adecuada
antropología. Cuando la persona humana es considerada sólo un ser más entre
otros, que procede de los juegos del azar o de un determinismo físico, «se
corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la
responsabilidad»[96]. Un antropocentrismo desviado no necesariamente debe
dar paso a un «biocentrismo», porque eso implicaría incorporar un nuevo
desajuste que no sólo no resolverá los problemas sino que añadirá otros. No
puede exigirse al ser humano un compromiso con respecto al mundo si no se
reconocen y valoran al mismo tiempo sus capacidades peculiares de
conocimiento, voluntad, libertad y responsabilidad.
119. La crítica al antropocentrismo desviado tampoco debería colocar en un
segundo plano el valor de las relaciones entre las personas. Si la crisis
ecológica es una eclosión o una manifestación externa de la crisis ética,
cultural y espiritual de la modernidad, no podemos pretender sanar nuestra
relación con la naturaleza y el ambiente sin sanar todas las relaciones
básicas del ser humano. Cuando el pensamiento cristiano reclama un valor
peculiar para el ser humano por encima de las demás criaturas, da lugar a la
valoración de cada persona humana, y así provoca el reconocimiento del otro.
La apertura a un «tú» capaz de conocer, amar y dialogar sigue siendo la gran
nobleza de la persona humana. Por eso, para una adecuada relación con el
mundo creado no hace falta debilitar la dimensión social del ser humano y
tampoco su dimensión trascendente, su apertura al «Tú» divino. Porque no se
puede proponer una relación con el ambiente aislada de la relación con las
demás personas y con Dios. Sería un individualismo romántico disfrazado de
belleza ecológica y un asfixiante encierro en la inmanencia.
120. Dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la
naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino
educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son
molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su
llegada sea causa de molestias y dificultades: «Si se pierde la sensibilidad
personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras
formas de acogida provechosas para la vida social»[97].
121. Está pendiente el desarrollo de una nueva síntesis que supere falsas
dialécticas de los últimos siglos. El mismo cristianismo, manteniéndose fiel
a su identidad y al tesoro de verdad que recibió de Jesucristo, siempre se
repiensa y se reexpresa en el diálogo con las nuevas situaciones históricas,
dejando brotar así su eterna novedad[98].
El relativismo práctico
122. Un antropocentrismo desviado da lugar a un estilo de vida desviado. En
la Exhortación apostólica Evangelii gaudium me referí al relativismo
práctico que caracteriza nuestra época, y que es «todavía más peligroso que
el doctrinal»[99]. Cuando el ser humano se coloca a sí mismo en el centro,
termina dando prioridad absoluta a sus conveniencias circunstanciales, y
todo lo demás se vuelve relativo. Por eso no debería llamar la atención que,
junto con la omnipresencia del paradigma tecnocrático y la adoración del
poder humano sin límites, se desarrolle en los sujetos este relativismo
donde todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios intereses
inmediatos. Hay en esto una lógica que permite comprender cómo se alimentan
mutuamente diversas actitudes que provocan al mismo tiempo la degradación
ambiental y la degradación social.
123. La cultura del relativismo es la misma patología que empuja a una
persona a aprovecharse de otra y a tratarla como mero objeto, obligándola a
trabajos forzados, o convirtiéndola en esclava a causa de una deuda. Es la
misma lógica que lleva a la explotación sexual de los niños, o al abandono
de los ancianos que no sirven para los propios intereses. Es también la
lógica interna de quien dice: « Dejemos que las fuerzas invisibles del
mercado regulen la economía, porque sus impactos sobre la sociedad y sobre
la naturaleza son daños inevitables ». Si no hay verdades objetivas ni
principios sólidos, fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de
las necesidades inmediatas, ¿qué límites pueden tener la trata de seres
humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el comercio de
diamantes ensangrentados y de pieles de animales en vías de extinción? ¿No
es la misma lógica relativista la que justifica la compra de órganos a los
pobres con el fin de venderlos o de utilizarlos para experimentación, o el
descarte de niños porque no responden al deseo de sus padres? Es la misma
lógica del «usa y tira», que genera tantos residuos sólo por el deseo
desordenado de consumir más de lo que realmente se necesita. Entonces no
podemos pensar que los proyectos políticos o la fuerza de la ley serán
suficientes para evitar los comportamientos que afectan al ambiente, porque,
cuando es la cultura la que se corrompe y ya no se reconoce alguna verdad
objetiva o unos principios universalmente válidos, las leyes sólo se
entenderán como imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar.
Necesidad de preservar el trabajo
124. En cualquier planteo sobre una ecología integral, que no excluya al ser
humano, es indispensable incorporar el valor del trabajo, tan sabiamente
desarrollado por san Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens.
Recordemos que, según el relato bíblico de la creación, Dios colocó al ser
humano en el jardín recién creado (cf. Gn 2,15) no sólo para preservar lo
existente (cuidar), sino para trabajar sobre ello de manera que produzca
frutos (labrar). Así, los obreros y artesanos «aseguran la creación eterna»
(Si 38,34). En realidad, la intervención humana que procura el prudente
desarrollo de lo creado es la forma más adecuada de cuidarlo, porque implica
situarse como instrumento de Dios para ayudar a brotar las potencialidades
que él mismo colocó en las cosas: «Dios puso en la tierra medicinas y el
hombre prudente no las desprecia» (Si 38,4).
125. Si intentamos pensar cuáles son las relaciones adecuadas del ser humano
con el mundo que lo rodea, emerge la necesidad de una correcta concepción
del trabajo porque, si hablamos sobre la relación del ser humano con las
cosas, aparece la pregunta por el sentido y la finalidad de la acción humana
sobre la realidad. No hablamos sólo del trabajo manual o del trabajo con la
tierra, sino de cualquier actividad que implique alguna transformación de lo
existente, desde la elaboración de un informe social hasta el diseño de un
desarrollo tecnológico. Cualquier forma de trabajo tiene detrás una idea
sobre la relación que el ser humano puede o debe establecer con lo otro de
sí. La espiritualidad cristiana, junto con la admiración contemplativa de
las criaturas que encontramos en san Francisco de Asís, ha desarrollado
también una rica y sana comprensión sobre el trabajo, como podemos
encontrar, por ejemplo, en la vida del beato Carlos de Foucauld y sus
discípulos.
126. Recojamos también algo de la larga tradición del monacato. Al comienzo
favorecía en cierto modo la fuga del mundo, intentando escapar de la
decadencia urbana. Por eso, los monjes buscaban el desierto, convencidos de
que era el lugar adecuado para reconocer la presencia de Dios.
Posteriormente, san Benito de Nursia propuso que sus monjes vivieran en
comunidad combinando la oración y la lectura con el trabajo manual (ora et
labora). Esta introducción del trabajo manual impregnado de sentido
espiritual fue revolucionaria. Se aprendió a buscar la maduración y la
santificación en la compenetración entre el recogimiento y el trabajo. Esa
manera de vivir el trabajo nos vuelve más cuidadosos y respetuosos del
ambiente, impregna de sana sobriedad nuestra relación con el mundo.
127. Decimos que «el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida
económico-social»[100]. No obstante, cuando en el ser humano se daña la
capacidad de contemplar y de respetar, se crean las condiciones para que el
sentido del trabajo se desfigure[101]. Conviene recordar siempre que el ser
humano es «capaz de ser por sí mismo agente responsable de su mejora
material, de su progreso moral y de su desarrollo espiritual»[102]. El
trabajo debería ser el ámbito de este múltiple desarrollo personal, donde se
ponen en juego muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección
del futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la
comunicación con los demás, una actitud de adoración. Por eso, en la actual
realidad social mundial, más allá de los intereses limitados de las empresas
y de una cuestionable racionalidad económica, es necesario que «se siga
buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de
todos»[103].
128. Estamos llamados al trabajo desde nuestra creación. No debe buscarse
que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo
cual la humanidad se dañaría a sí misma. El trabajo es una necesidad, parte
del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo
humano y de realización personal. En este sentido, ayudar a los pobres con
dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El
gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del
trabajo. Pero la orientación de la economía ha propiciado un tipo de avance
tecnológico para reducir costos de producción en razón de la disminución de
los puestos de trabajo, que se reemplazan por máquinas. Es un modo más como
la acción del ser humano puede volverse en contra de él mismo. La
disminución de los puestos de trabajo «tiene también un impacto negativo en
el plano económico por el progresivo desgaste del “capital social”, es
decir, del conjunto de relaciones de confianza, fiabilidad, y respeto de las
normas, que son indispensables en toda convivencia civil»[104]. En
definitiva, «los costes humanos son siempre también costes económicos y las
disfunciones económicas comportan igualmente costes humanos»[105]. Dejar de
invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy mal
negocio para la sociedad.
129. Para que siga siendo posible dar empleo, es imperioso promover una
economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad
empresarial. Por ejemplo, hay una gran variedad de sistemas alimentarios
campesinos y de pequeña escala que sigue alimentando a la mayor parte de la
población mundial, utilizando una baja proporción del territorio y del agua,
y produciendo menos residuos, sea en pequeñas parcelas agrícolas, huertas,
caza y recolección silvestre o pesca artesanal. Las economías de escala,
especialmente en el sector agrícola, terminan forzando a los pequeños
agricultores a vender sus tierras o a abandonar sus cultivos tradicionales.
Los intentos de algunos de ellos por avanzar en otras formas de producción
más diversificadas terminan siendo inútiles por la dificultad de conectarse
con los mercados regionales y globales o porque la infraestructura de venta
y de transporte está al servicio de las grandes empresas. Las autoridades
tienen el derecho y la responsabilidad de tomar medidas de claro y firme
apoyo a los pequeños productores y a la variedad productiva. Para que haya
una libertad económica de la que todos efectivamente se beneficien, a veces
puede ser necesario poner límites a quienes tienen mayores recursos y poder
financiero. Una libertad económica sólo declamada, pero donde las
condiciones reales impiden que muchos puedan acceder realmente a ella, y
donde se deteriora el acceso al trabajo, se convierte en un discurso
contradictorio que deshonra a la política. La actividad empresarial, que es
una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para
todos, puede ser una manera muy fecunda de promover la región donde instala
sus emprendimientos, sobre todo si entiende que la creación de puestos de
trabajo es parte ineludible de su servicio al bien común.
Innovación biológica a partir de la investigación
130. En la visión filosófica y teológica de la creación que he tratado de
proponer, queda claro que la persona humana, con la peculiaridad de su razón
y de su ciencia, no es un factor externo que deba ser totalmente excluido.
No obstante, si bien el ser humano puede intervenir en vegetales y animales,
y hacer uso de ellos cuando es necesario para su vida, el Catecismo enseña
que las experimentaciones con animales sólo son legítimas «si se mantienen
en límites razonables y contribuyen a cuidar o salvar vidas humanas»[106].
Recuerda con firmeza que el poder humano tiene límites y que «es contrario a
la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin
necesidad sus vidas»[107]. Todo uso y experimentación «exige un respeto
religioso de la integridad de la creación»[108].
131. Quiero recoger aquí la equilibrada posición de san Juan Pablo II, quien
resaltaba los beneficios de los adelantos científicos y tecnológicos, que
«manifiestan cuán noble es la vocación del hombre a participar
responsablemente en la acción creadora de Dios», pero al mismo tiempo
recordaba que «toda intervención en un área del ecosistema debe considerar
sus consecuencias en otras áreas»[109]. Expresaba que la Iglesia valora el
aporte «del estudio y de las aplicaciones de la biología molecular,
completada con otras disciplinas, como la genética, y su aplicación
tecnológica en la agricultura y en la industria»[110], aunque también decía
que esto no debe dar lugar a una «indiscriminada manipulación genética»[111]
que ignore los efectos negativos de estas intervenciones. No es posible
frenar la creatividad humana. Si no se puede prohibir a un artista el
despliegue de su capacidad creadora, tampoco se puede inhabilitar a quienes
tienen especiales dones para el desarrollo científico y tecnológico, cuyas
capacidades han sido donadas por Dios para el servicio a los demás. Al mismo
tiempo, no pueden dejar de replantearse los objetivos, los efectos, el
contexto y los límites éticos de esa actividad humana que es una forma de
poder con altos riesgos.
132. En este marco debería situarse cualquier reflexión acerca de la
intervención humana sobre los vegetales y animales, que hoy implica
mutaciones genéticas generadas por la biotecnología, en orden a aprovechar
las posibilidades presentes en la realidad material. El respeto de la fe a
la razón implica prestar atención a lo que la misma ciencia biológica,
desarrollada de manera independiente con respecto a los intereses
económicos, puede enseñar acerca de las estructuras biológicas y de sus
posibilidades y mutaciones. En todo caso, una intervención legítima es
aquella que actúa en la naturaleza «para ayudarla a desarrollarse en su
línea, la de la creación, la querida por Dios»[112].
133. Es difícil emitir un juicio general sobre el desarrollo de organismos
genéticamente modificados (OMG), vegetales o animales, médicos o
agropecuarios, ya que pueden ser muy diversos entre sí y requerir distintas
consideraciones. Por otra parte, los riesgos no siempre se atribuyen a la
técnica misma sino a su aplicación inadecuada o excesiva. En realidad, las
mutaciones genéticas muchas veces fueron y son producidas por la misma
naturaleza. Ni siquiera aquellas provocadas por la intervención humana son
un fenómeno moderno. La domesticación de animales, el cruzamiento de
especies y otras prácticas antiguas y universalmente aceptadas pueden
incluirse en estas consideraciones. Cabe recordar que el inicio de los
desarrollos científicos de cereales transgénicos estuvo en la observación de
una bacteria que natural y espontáneamente producía una modificación en el
genoma de un vegetal. Pero en la naturaleza estos procesos tienen un ritmo
lento, que no se compara con la velocidad que imponen los avances
tecnológicos actuales, aun cuando estos avances tengan detrás un desarrollo
científico de varios siglos.
134. Si bien no hay comprobación contundente acerca del daño que podrían
causar los cereales transgénicos a los seres humanos, y en algunas regiones
su utilización ha provocado un crecimiento económico que ayudó a resolver
problemas, hay dificultades importantes que no deben ser relativizadas. En
muchos lugares, tras la introducción de estos cultivos, se constata una
concentración de tierras productivas en manos de pocos debido a «la
progresiva desaparición de pequeños productores que, como consecuencia de la
pérdida de las tierras explotadas, se han visto obligados a retirarse de la
producción directa»[113].Los más frágiles se convierten en trabajadores
precarios, y muchos empleados rurales terminan migrando a miserables
asentamientos de las ciudades. La expansión de la frontera de estos cultivos
arrasa con el complejo entramado de los ecosistemas, disminuye la diversidad
productiva y afecta el presente y el futuro de las economías regionales. En
varios países se advierte una tendencia al desarrollo de oligopolios en la
producción de granos y de otros productos necesarios para su cultivo, y la
dependencia se agrava si se piensa en la producción de granos estériles que
terminaría obligando a los campesinos a comprarlos a las empresas
productoras.
135. Sin duda hace falta una atención constante, que lleve a considerar
todos los aspectos éticos implicados. Para eso hay que asegurar una
discusión científica y social que sea responsable y amplia, capaz de
considerar toda la información disponible y de llamar a las cosas por su
nombre. A veces no se pone sobre la mesa la totalidad de la información, que
se selecciona de acuerdo con los propios intereses, sean políticos,
económicos o ideológicos. Esto vuelve difícil desarrollar un juicio
equilibrado y prudente sobre las diversas cuestiones, considerando todas las
variables atinentes. Es preciso contar con espacios de discusión donde todos
aquellos que de algún modo se pudieran ver directa o indirectamente
afectados (agricultores, consumidores, autoridades, científicos, semilleras,
poblaciones vecinas a los campos fumigados y otros) puedan exponer sus
problemáticas o acceder a información amplia y fidedigna para tomar
decisiones tendientes al bien común presente y futuro. Es una cuestión
ambiental de carácter complejo, por lo cual su tratamiento exige una mirada
integral de todos sus aspectos, y esto requeriría al menos un mayor esfuerzo
para financiar diversas líneas de investigación libre e interdisciplinaria
que puedan aportar nueva luz.
136. Por otra parte, es preocupante que cuando algunos movimientos
ecologistas defienden la integridad del ambiente, y con razón reclaman
ciertos límites a la investigación científica, a veces no aplican estos
mismos principios a la vida humana. Se suele justificar que se traspasen
todos los límites cuando se experimenta con embriones humanos vivos. Se
olvida que el valor inalienable de un ser humano va más allá del grado de su
desarrollo. De ese modo, cuando la técnica desconoce los grandes principios
éticos, termina considerando legítima cualquier práctica. Como vimos en este
capítulo, la técnica separada de la ética difícilmente será capaz de
autolimitar su poder.
CAPÍTULO CUARTO
UNA ECOLOGÍA INTEGRAL
137. Dado que todo está íntimamente relacionado, y que los problemas
actuales requieren una mirada que tenga en cuenta todos los factores de la
crisis mundial, propongo que nos detengamos ahora a pensar en los distintos
aspectos de una ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones
humanas y sociales.
I. Ecología ambiental, económica y social
138. La ecología estudia las relaciones entre los organismos vivientes y el
ambiente donde se desarrollan. También exige sentarse a pensar y a discutir
acerca de las condiciones de vida y de supervivencia de una sociedad, con la
honestidad para poner en duda modelos de desarrollo, producción y consumo.
No está de más insistir en que todo está conectado. El tiempo y el espacio
no son independientes entre sí, y ni siquiera los átomos o las partículas
subatómicas se pueden considerar por separado. Así como los distintos
componentes del planeta –físicos, químicos y biológicos– están relacionados
entre sí, también las especies vivas conforman una red que nunca terminamos
de reconocer y comprender. Buena parte de nuestra información genética se
comparte con muchos seres vivos. Por eso, los conocimientos fragmentarios y
aislados pueden convertirse en una forma de ignorancia si se resisten a
integrarse en una visión más amplia de la realidad.
139. Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una
relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita.
Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como
un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de
ella y estamos interpenetrados. Las razones por las cuales un lugar se
contamina exigen un análisis del funcionamiento de la sociedad, de su
economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender la realidad. Dada
la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una respuesta
específica e independiente para cada parte del problema. Es fundamental
buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los
sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis
separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis
socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación
integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos
y simultáneamente para cuidar la naturaleza.
140. Debido a la cantidad y variedad de elementos a tener en cuenta, a la
hora de determinar el impacto ambiental de un emprendimiento concreto, se
vuelve indispensable dar a los investigadores un lugar preponderante y
facilitar su interacción, con amplia libertad académica. Esta investigación
constante debería permitir reconocer también cómo las distintas criaturas se
relacionan conformando esas unidades mayores que hoy llamamos «ecosistemas».
No los tenemos en cuenta sólo para determinar cuál es su uso racional, sino
porque poseen un valor intrínseco independiente de ese uso. Así como cada
organismo es bueno y admirable en sí mismo por ser una criatura de Dios, lo
mismo ocurre con el conjunto armonioso de organismos en un espacio
determinado, funcionando como un sistema. Aunque no tengamos conciencia de
ello, dependemos de ese conjunto para nuestra propia existencia. Cabe
recordar que los ecosistemas intervienen en el secuestro de anhídrido
carbónico, en la purificación del agua, en el control de enfermedades y
plagas, en la formación del suelo, en la descomposición de residuos y en
muchísimos otros servicios que olvidamos o ignoramos. Cuando advierten esto,
muchas personas vuelven a tomar conciencia de que vivimos y actuamos a
partir de una realidad que nos ha sido previamente regalada, que es anterior
a nuestras capacidades y a nuestra existencia. Por eso, cuando se habla de
«uso sostenible», siempre hay que incorporar una consideración sobre la
capacidad de regeneración de cada ecosistema en sus diversas áreas y
aspectos.
141. Por otra parte, el crecimiento económico tiende a producir automatismos
y a homogeneizar, en orden a simplificar procedimientos y a reducir costos.
Por eso es necesaria una ecología económica, capaz de obligar a considerar
la realidad de manera más amplia. Porque «la protección del medio ambiente
deberá constituir parte integrante del proceso de desarrollo y no podrá
considerarse en forma aislada»[114]. Pero al mismo tiempo se vuelve actual
la necesidad imperiosa del humanismo, que de por sí convoca a los distintos
saberes, también al económico, hacia una mirada más integral e integradora.
Hoy el análisis de los problemas ambientales es inseparable del análisis de
los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la relación de
cada persona consigo misma, que genera un determinado modo de relacionarse
con los demás y con el ambiente. Hay una interacción entre los ecosistemas y
entre los diversos mundos de referencia social, y así se muestra una vez más
que «el todo es superior a la parte»[115].
142. Si todo está relacionado, también la salud de las instituciones de una
sociedad tiene consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana:
«Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños
ambientales»[116]. En ese sentido, la ecología social es necesariamente
institucional, y alcanza progresivamente las distintas dimensiones que van
desde el grupo social primario, la familia, pasando por la comunidad local y
la nación, hasta la vida internacional. Dentro de cada uno de los niveles
sociales y entre ellos, se desarrollan las instituciones que regulan las
relaciones humanas. Todo lo que las dañe entraña efectos nocivos, como la
perdida de la libertad, la injusticia y la violencia. Varios países se rigen
con un nivel institucional precario, a costa del sufrimiento de las
poblaciones y en beneficio de quienes se lucran con ese estado de cosas.
Tanto en la administración del Estado, como en las distintas expresiones de
la sociedad civil, o en las relaciones de los habitantes entre sí, se
registran con excesiva frecuencia conductas alejadas de las leyes. Estas
pueden ser dictadas en forma correcta, pero suelen quedar como letra muerta.
¿Puede esperarse entonces que la legislación y las normas relacionadas con
el medio ambiente sean realmente eficaces? Sabemos, por ejemplo, que países
poseedores de una legislación clara para la protección de bosques siguen
siendo testigos mudos de la frecuente violación de estas leyes. Además, lo
que sucede en una región ejerce, directa o indirectamente, influencias en
las demás regiones. Así, por ejemplo, el consumo de narcóticos en las
sociedades opulentas provoca una constante y creciente demanda de productos
originados en regiones empobrecidas, donde se corrompen conductas, se
destruyen vidas y se termina degradando el ambiente.
II. Ecología cultural
143. Junto con el patrimonio natural, hay un patrimonio histórico, artístico
y cultural, igualmente amenazado. Es parte de la identidad común de un lugar
y una base para construir una ciudad habitable. No se trata de destruir y de
crear nuevas ciudades supuestamente más ecológicas, donde no siempre se
vuelve deseable vivir. Hace falta incorporar la historia, la cultura y la
arquitectura de un lugar, manteniendo su identidad original. Por eso, la
ecología también supone el cuidado de las riquezas culturales de la
humanidad en su sentido más amplio. De manera más directa, reclama prestar
atención a las culturas locales a la hora de analizar cuestiones
relacionadas con el medio ambiente, poniendo en diálogo el lenguaje
científico-técnico con el lenguaje popular. Es la cultura no sólo en el
sentido de los monumentos del pasado, sino especialmente en su sentido vivo,
dinámico y participativo, que no puede excluirse a la hora de repensar la
relación del ser humano con el ambiente.
144. La visión consumista del ser humano, alentada por los engranajes de la
actual economía globalizada, tiende a homogeneizar las culturas y a
debilitar la inmensa variedad cultural, que es un tesoro de la humanidad.
Por eso, pretender resolver todas las dificultades a través de normativas
uniformes o de intervenciones técnicas lleva a desatender la complejidad de
las problemáticas locales, que requieren la intervención activa de los
habitantes. Los nuevos procesos que se van gestando no siempre pueden ser
incorporados en esquemas establecidos desde afuera, sino que deben partir de
la misma cultura local. Así como la vida y el mundo son dinámicos, el
cuidado del mundo debe ser flexible y dinámico. Las soluciones meramente
técnicas corren el riesgo de atender a síntomas que no responden a las
problemáticas más profundas. Hace falta incorporar la perspectiva de los
derechos de los pueblos y las culturas, y así entender que el desarrollo de
un grupo social supone un proceso histórico dentro de un contexto cultural y
requiere del continuado protagonismo de los actores sociales locales desde
su propia cultura. Ni siquiera la noción de calidad de vida puede imponerse,
sino que debe entenderse dentro del mundo de símbolos y hábitos propios de
cada grupo humano.
145. Muchas formas altamente concentradas de explotación y degradación del
medio ambiente no sólo pueden acabar con los recursos de subsistencia
locales, sino también con capacidades sociales que han permitido un modo de
vida que durante mucho tiempo ha otorgado identidad cultural y un sentido de
la existencia y de la convivencia. La desaparición de una cultura puede ser
tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal. La
imposición de un estilo hegemónico de vida ligado a un modo de producción
puede ser tan dañina como la alteración de los ecosistemas.
146. En este sentido, es indispensable prestar especial atención a las
comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales. No son una simple
minoría entre otras, sino que deben convertirse en los principales
interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que
afecten a sus espacios. Para ellos, la tierra no es un bien económico, sino
don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un espacio sagrado
con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y sus valores.
Cuando permanecen en sus territorios, son precisamente ellos quienes mejor
los cuidan. Sin embargo, en diversas partes del mundo, son objeto de
presiones para que abandonen sus tierras a fin de dejarlas libres para
proyectos extractivos y agropecuarios que no prestan atención a la
degradación de la naturaleza y de la cultura.
III. Ecología de la vida cotidiana
146. Para que pueda hablarse de un auténtico desarrollo, habrá que asegurar
que se produzca una mejora integral en la calidad de vida humana, y esto
implica analizar el espacio donde transcurre la existencia de las personas.
Los escenarios que nos rodean influyen en nuestro modo de ver la vida, de
sentir y de actuar. A la vez, en nuestra habitación, en nuestra casa, en
nuestro lugar de trabajo y en nuestro barrio, usamos el ambiente para
expresar nuestra identidad. Nos esforzamos para adaptarnos al medio y,
cuando un ambiente es desordenado, caótico o cargado de contaminación visual
y acústica, el exceso de estímulos nos desafía a intentar configurar una
identidad integrada y feliz.
148. Es admirable la creatividad y la generosidad de personas y grupos que
son capaces de revertir los límites del ambiente, modificando los efectos
adversos de los condicionamientos y aprendiendo a orientar su vida en medio
del desorden y la precariedad. Por ejemplo, en algunos lugares, donde las
fachadas de los edificios están muy deterioradas, hay personas que cuidan
con mucha dignidad el interior de sus viviendas, o se sienten cómodas por la
cordialidad y la amistad de la gente. La vida social positiva y benéfica de
los habitantes derrama luz sobre un ambiente aparentemente desfavorable. A
veces es encomiable la ecología humana que pueden desarrollar los pobres en
medio de tantas limitaciones. La sensación de asfixia producida por la
aglomeración en residencias y espacios con alta densidad poblacional se
contrarresta si se desarrollan relaciones humanas cercanas y cálidas, si se
crean comunidades, si los límites del ambiente se compensan en el interior
de cada persona, que se siente contenida por una red de comunión y de
pertenencia. De ese modo, cualquier lugar deja de ser un infierno y se
convierte en el contexto de una vida digna.
149. También es cierto que la carencia extrema que se vive en algunos
ambientes que no poseen armonía, amplitud y posibilidades de integración
facilita la aparición de comportamientos inhumanos y la manipulación de las
personas por parte de organizaciones criminales. Para los habitantes de
barrios muy precarios, el paso cotidiano del hacinamiento al anonimato
social que se vive en las grandes ciudades puede provocar una sensación de
desarraigo que favorece las conductas antisociales y la violencia. Sin
embargo, quiero insistir en que el amor puede más. Muchas personas en estas
condiciones son capaces de tejer lazos de pertenencia y de convivencia que
convierten el hacinamiento en una experiencia comunitaria donde se rompen
las paredes del yo y se superan las barreras del egoísmo. Esta experiencia
de salvación comunitaria es lo que suele provocar reacciones creativas para
mejorar un edificio o un barrio[117].
150. Dada la interrelación entre el espacio y la conducta humana, quienes
diseñan edificios, barrios, espacios públicos y ciudades necesitan del
aporte de diversas disciplinas que permitan entender los procesos, el
simbolismo y los comportamientos de las personas. No basta la búsqueda de la
belleza en el diseño, porque más valioso todavía es el servicio a otra
belleza: la calidad de vida de las personas, su adaptación al ambiente, el
encuentro y la ayuda mutua. También por eso es tan importante que las
perspectivas de los pobladores siempre completen el análisis del
planeamiento urbano.
151. Hace falta cuidar los lugares comunes, los marcos visuales y los hitos
urbanos que acrecientan nuestro sentido de pertenencia, nuestra sensación de
arraigo, nuestro sentimiento de «estar en casa» dentro de la ciudad que nos
contiene y nos une. Es importante que las diferentes partes de una ciudad
estén bien integradas y que los habitantes puedan tener una visión de
conjunto, en lugar de encerrarse en un barrio privándose de vivir la ciudad
entera como un espacio propio compartido con los demás. Toda intervención en
el paisaje urbano o rural debería considerar cómo los distintos elementos
del lugar conforman un todo que es percibido por los habitantes como un
cuadro coherente con su riqueza de significados. Así los otros dejan de ser
extraños, y se los puede sentir como parte de un « nosotros » que
construimos juntos. Por esta misma razón, tanto en el ambiente urbano como
en el rural, conviene preservar algunos lugares donde se eviten
intervenciones humanas que los modifiquen constantemente.
152. La falta de viviendas es grave en muchas partes del mundo, tanto en las
zonas rurales como en las grandes ciudades, porque los presupuestos
estatales sólo suelen cubrir una pequeña parte de la demanda. No sólo los
pobres, sino una gran parte de la sociedad sufre serias dificultades para
acceder a una vivienda propia. La posesión de una vivienda tiene mucho que
ver con la dignidad de las personas y con el desarrollo de las familias. Es
una cuestión central de la ecología humana. Si en un lugar ya se han
desarrollado conglomerados caóticos de casas precarias, se trata sobre todo
de urbanizar esos barrios, no de erradicar y expulsar. Cuando los pobres
viven en suburbios contaminados o en conglomerados peligrosos, «en el caso
que se deba proceder a su traslado, y para no añadir más sufrimiento al que
ya padecen, es necesario proporcionar una información adecuada y previa,
ofrecer alternativas de alojamientos dignos e implicar directamente a los
interesados»[118]. Al mismo tiempo, la creatividad debería llevar a integrar
los barrios precarios en una ciudad acogedora: «¡Qué hermosas son las
ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes,
y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas
son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de
espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del
otro![119]».
153. La calidad de vida en las ciudades tiene mucho que ver con el
transporte, que suele ser causa de grandes sufrimientos para los habitantes.
En las ciudades circulan muchos automóviles utilizados por una o dos
personas, con lo cual el tránsito se hace complicado, el nivel de
contaminación es alto, se consumen cantidades enormes de energía no
renovable y se vuelve necesaria la construcción de más autopistas y lugares
de estacionamiento que perjudican la trama urbana. Muchos especialistas
coinciden en la necesidad de priorizar el transporte público. Pero algunas
medidas necesarias difícilmente serán pacíficamente aceptadas por la
sociedad sin una mejora sustancial de ese transporte, que en muchas ciudades
significa un trato indigno a las personas debido a la aglomeración, a la
incomodidad o a la baja frecuencia de los servicios y a la inseguridad.
154. El reconocimiento de la dignidad peculiar del ser humano muchas veces
contrasta con la vida caótica que deben llevar las personas en nuestras
ciudades. Pero esto no debería hacer perder de vista el estado de abandono y
olvido que sufren también algunos habitantes de zonas rurales, donde no
llegan los servicios esenciales, y hay trabajadores reducidos a situaciones
de esclavitud, sin derechos ni expectativas de una vida más digna.
155. La ecología humana implica también algo muy hondo: la necesaria
relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia
naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno. Decía
Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre» porque «también el hombre
posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su
antojo»[120]. En esta línea, cabe reconocer que nuestro propio cuerpo nos
sitúa en una relación directa con el ambiente y con los demás seres
vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria
para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común,
mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una
lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el
propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para
una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su
femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el
encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el
don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse
recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda «cancelar
la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma»[121].
IV. El principio del bien común
156. La ecología humana es inseparable de la noción de bien común, un
principio que cumple un rol central y unificador en la ética social. Es «el
conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las
asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de
la propia perfección»[122].
157. El bien común presupone el respeto a la persona humana en cuanto tal,
con derechos básicos e inalienables ordenados a su desarrollo integral.
También reclama el bienestar social y el desarrollo de los diversos grupos
intermedios, aplicando el principio de la subsidiariedad. Entre ellos
destaca especialmente la familia, como la célula básica de la sociedad.
Finalmente, el bien común requiere la paz social, es decir, la estabilidad y
seguridad de un cierto orden, que no se produce sin una atención particular
a la justicia distributiva, cuya violación siempre genera violencia. Toda la
sociedad ���y en ella, de manera especial el Estado– tiene la obligación de
defender y promover el bien común.
158. En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas
inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de
derechos humanos básicos, el principio del bien común se convierte
inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a la
solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres. Esta opción
implica sacar las consecuencias del destino común de los bienes de la
tierra, pero, como he intentado expresar en la Exhortación apostólica
Evangelii gaudium[123], exige contemplar ante todo la inmensa dignidad del
pobre a la luz de las más hondas convicciones creyentes. Basta mirar la
realidad para entender que esta opción hoy es una exigencia ética
fundamental para la realización efectiva del bien común.
V. Justicia entre las generaciones
159. La noción de bien común incorpora también a las generaciones futuras.
Las crisis económicas internacionales han mostrado con crudeza los efectos
dañinos que trae aparejado el desconocimiento de un destino común, del cual
no pueden ser excluidos quienes vienen detrás de nosotros. Ya no puede
hablarse de desarrollo sostenible sin una solidaridad intergeneracional.
Cuando pensamos en la situación en que se deja el planeta a las generaciones
futuras, entramos en otra lógica, la del don gratuito que recibimos y
comunicamos. Si la tierra nos es donada, ya no podemos pensar sólo desde un
criterio utilitarista de eficiencia y productividad para el beneficio
individual. No estamos hablando de una actitud opcional, sino de una
cuestión básica de justicia, ya que la tierra que recibimos pertenece
también a los que vendrán. Los Obispos de Portugal han exhortado a asumir
este deber de justicia: «El ambiente se sitúa en la lógica de la recepción.
Es un préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a la generación
siguiente»[124]. Una ecología integral posee esa mirada amplia.
160. ¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños
que están creciendo? Esta pregunta no afecta sólo al ambiente de manera
aislada, porque no se puede plantear la cuestión de modo fragmentario.
Cuando nos interrogamos por el mundo que queremos dejar, entendemos sobre
todo su orientación general, su sentido, sus valores. Si no está latiendo
esta pregunta de fondo, no creo que nuestras preocupaciones ecológicas
puedan lograr efectos importantes. Pero si esta pregunta se plantea con
valentía, nos lleva inexorablemente a otros cuestionamientos muy directos:
¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué
trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra? Por eso, ya no
basta decir que debemos preocuparnos por las futuras generaciones. Se
requiere advertir que lo que está en juego es nuestra propia dignidad. Somos
nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la
humanidad que nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos, porque esto
pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra.
161. Las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e
ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros,
desiertos y suciedad. El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración
del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera
que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en
catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas
regiones. La atenuación de los efectos del actual desequilibrio depende de
lo que hagamos ahora mismo, sobre todo si pensamos en la responsabilidad que
nos atribuirán los que deberán soportar las peores consecuencias.
162. La dificultad para tomar en serio este desafío tiene que ver con un
deterioro ético y cultural, que acompaña al deterioro ecológico. El hombre y
la mujer del mundo posmoderno corren el riesgo permanente de volverse
profundamente individualistas, y muchos problemas sociales se relacionan con
el inmediatismo egoísta actual, con las crisis de los lazos familiares y
sociales, con las dificultades para el reconocimiento del otro. Muchas veces
hay un consumo inmediatista y excesivo de los padres que afecta a los
propios hijos, quienes tienen cada vez más dificultades para adquirir una
casa propia y fundar una familia. Además, nuestra incapacidad para pensar
seriamente en las futuras generaciones está ligada a nuestra incapacidad
para ampliar los intereses actuales y pensar en quienes quedan excluidos del
desarrollo. No imaginemos solamente a los pobres del futuro, basta que
recordemos a los pobres de hoy, que tienen pocos años de vida en esta tierra
y no pueden seguir esperando. Por eso, «además de la leal solidaridad
intergeneracional, se ha de reiterar la urgente necesidad moral de una
renovada solidaridad intrageneracional»[125].
CAPÍTULO QUINTO
ALGUNAS LÍNEAS DE ORIENTACIÓN Y ACCIÓN
163. He intentado analizar la situación actual de la humanidad, tanto en las
grietas que se observan en el planeta que habitamos, como en las causas más
profundamente humanas de la degradación ambiental. Si bien esa contemplación
de la realidad en sí misma ya nos indica la necesidad de un cambio de rumbo
y nos sugiere algunas acciones, intentemos ahora delinear grandes caminos de
diálogo que nos ayuden a salir de la espiral de autodestrucción en la que
nos estamos sumergiendo.
I. Diálogo sobre el medio ambiente en la política internacional
164. Desde mediados del siglo pasado, y superando muchas dificultades, se ha
ido afirmando la tendencia a concebir el planeta como patria y la humanidad
como pueblo que habita una casa de todos. Un mundo interdependiente no
significa únicamente entender que las consecuencias perjudiciales de los
estilos de vida, producción y consumo afectan a todos, sino principalmente
procurar que las soluciones se propongan desde una perspectiva global y no
sólo en defensa de los intereses de algunos países. La interdependencia nos
obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común. Pero la misma
inteligencia que se utilizó para un enorme desarrollo tecnológico no logra
encontrar formas eficientes de gestión internacional en orden a resolver las
graves dificultades ambientales y sociales. Para afrontar los problemas de
fondo, que no pueden ser resueltos por acciones de países aislados, es
indispensable un consenso mundial que lleve, por ejemplo, a programar una
agricultura sostenible y diversificada, a desarrollar formas renovables y
poco contaminantes de energía, a fomentar una mayor eficiencia energética, a
promover una gestión más adecuada de los recursos forestales y marinos, a
asegurar a todos el acceso al agua potable.
165. Sabemos que la tecnología basada en combustibles fósiles muy
contaminantes –sobre todo el carbón, pero aun el petróleo y, en menor
medida, el gas– necesita ser reemplazada progresivamente y sin demora.
Mientras no haya un amplio desarrollo de energías renovables, que debería
estar ya en marcha, es legítimo optar por lo menos malo o acudir a
soluciones transitorias. Sin embargo, en la comunidad internacional no se
logran acuerdos suficientes sobre la responsabilidad de quienes deben
soportar los costos de la transición energética. En las últimas décadas, las
cuestiones ambientales han generado un gran debate público que ha hecho
crecer en la sociedad civil espacios de mucho compromiso y de entrega
generosa. La política y la empresa reaccionan con lentitud, lejos de estar a
la altura de los desafíos mundiales. En este sentido se puede decir que,
mientras la humanidad del período post-industrial quizás sea recordada como
una de las más irresponsables de la historia, es de esperar que la humanidad
de comienzos del siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con
generosidad sus graves responsabilidades.
166. El movimiento ecológico mundial ha hecho ya un largo recorrido,
enriquecido por el esfuerzo de muchas organizaciones de la sociedad civil.
No sería posible aquí mencionarlas a todas ni recorrer la historia de sus
aportes. Pero, gracias a tanta entrega, las cuestiones ambientales han
estado cada vez más presentes en la agenda pública y se han convertido en
una invitación constante a pensar a largo plazo. No obstante, las Cumbres
mundiales sobre el ambiente de los últimos años no respondieron a las
expectativas porque, por falta de decisión política, no alcanzaron acuerdos
ambientales globales realmente significativos y eficaces.
167. Cabe destacar la Cumbre de la Tierra, celebrada en 1992 en Río de
Janeiro. Allí se proclamó que «los seres humanos constituyen el centro de
las preocupaciones relacionadas con el desarrollo sostenible»[126].
Retomando contenidos de la Declaración de Estocolmo (1972), consagró la
cooperación internacional para cuidar el ecosistema de toda la tierra, la
obligación por parte de quien contamina de hacerse cargo económicamente de
ello, el deber de evaluar el impacto ambiental de toda obra o proyecto.
Propuso el objetivo de estabilizar las concentraciones de gases de efecto
invernadero en la atmósfera para revertir el calentamiento global. También
elaboró una agenda con un programa de acción y un convenio sobre diversidad
biológica, declaró principios en materia forestal. Si bien aquella cumbre
fue verdaderamente superadora y profética para su época, los acuerdos han
tenido un bajo nivel de implementación porque no se establecieron adecuados
mecanismos de control, de revisión periódica y de sanción de los
incumplimientos. Los principios enunciados siguen reclamando caminos
eficaces y ágiles de ejecución práctica.
168. Como experiencias positivas se pueden mencionar, por ejemplo, el
Convenio de Basilea sobre los desechos peligrosos, con un sistema de
notificación, estándares y controles; también la Convención vinculante que
regula el comercio internacional de especies amenazadas de fauna y flora
silvestre, que incluye misiones de verificación del cumplimiento efectivo.
Gracias a la Convención de Viena para la protección de la capa de ozono y a
su implementación mediante el Protocolo de Montreal y sus enmiendas, el
problema del adelgazamiento de esa capa parece haber entrado en una fase de
solución.
169. En el cuidado de la diversidad biológica y en lo relacionado con la
desertificación, los avances han sido mucho menos significativos. En lo
relacionado con el cambio climático, los avances son lamentablemente muy
escasos. La reducción de gases de efecto invernadero requiere honestidad,
valentía y responsabilidad, sobre todo de los países más poderosos y más
contaminantes. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el desarrollo
sostenible denominada Rio+20 (Río de Janeiro 2012) emitió una extensa e
ineficaz Declaración final. Las negociaciones internacionales no pueden
avanzar significativamente por las posiciones de los países que privilegian
sus intereses nacionales sobre el bien común global. Quienes sufrirán las
consecuencias que nosotros intentamos disimular recordarán esta falta de
conciencia y de responsabilidad. Mientras se elaboraba esta Encíclica, el
debate ha adquirido una particular intensidad. Los creyentes no podemos
dejar de pedirle a Dios por el avance positivo en las discusiones actuales,
de manera que las generaciones futuras no sufran las consecuencias de
imprudentes retardos.
170. Algunas de las estrategias de baja emisión de gases contaminantes
buscan la internacionalización de los costos ambientales, con el peligro de
imponer a los países de menores recursos pesados compromisos de reducción de
emisiones comparables a los de los países más industrializados. La
imposición de estas medidas perjudica a los países más necesitados de
desarrollo. De este modo, se agrega una nueva injusticia envuelta en el
ropaje del cuidado del ambiente. Como siempre, el hilo se corta por lo más
débil. Dado que los efectos del cambio climático se harán sentir durante
mucho tiempo, aun cuando ahora se tomen medidas estrictas, algunos países
con escasos recursos necesitarán ayuda para adaptarse a efectos que ya se
están produciendo y que afectan sus economías. Sigue siendo cierto que hay
responsabilidades comunes pero diferenciadas, sencillamente porque, como han
dicho los Obispos de Bolivia, «los países que se han beneficiado por un alto
grado de industrialización, a costa de una enorme emisión de gases
invernaderos, tienen mayor responsabilidad en aportar a la solución de los
problemas que han causado»[127].
171. La estrategia de compraventa de « bonos de carbono » puede dar lugar a
una nueva forma de especulación, y no servir para reducir la emisión global
de gases contaminantes. Este sistema parece ser una solución rápida y fácil,
con la apariencia de cierto compromiso con el medio ambiente, pero que de
ninguna manera implica un cambio radical a la altura de las circunstancias.
Más bien puede convertirse en un recurso diversivo que permita sostener el
sobreconsumo de algunos países y sectores.
172. Los países pobres necesitan tener como prioridad la erradicación de la
miseria y el desarrollo social de sus habitantes, aunque deban analizar el
nivel escandaloso de consumo de algunos sectores privilegiados de su
población y controlar mejor la corrupción. También es verdad que deben
desarrollar formas menos contaminantes de producción de energía, pero para
ello requieren contar con la ayuda de los países que han crecido mucho a
costa de la contaminación actual del planeta. El aprovechamiento directo de
la abundante energía solar requiere que se establezcan mecanismos y
subsidios de modo que los países en desarrollo puedan acceder a
transferencia de tecnologías, asistencia técnica y recursos financieros,
pero siempre prestando atención a las condiciones concretas, ya que «no
siempre es adecuadamente evaluada la compatibilidad de los sistemas con el
contexto para el cual fueron diseñados»[128].Los costos serían bajos si se
los compara con los riesgos del cambio climático. De todos modos, es ante
todo una decisión ética, fundada en la solidaridad de todos los pueblos.
173. Urgen acuerdos internacionales que se cumplan, dada la fragilidad de
las instancias locales para intervenir de modo eficaz. Las relaciones entre
Estados deben resguardar la soberanía de cada uno, pero también establecer
caminos consensuados para evitar catástrofes locales que terminarían
afectando a todos. Hacen falta marcos regulatorios globales que impongan
obligaciones y que impidan acciones intolerables, como el hecho de que
países poderosos expulsen a otros países residuos e industrias altamente
contaminantes.
174. Mencionemos también el sistema de gobernanza de los océanos. Pues, si
bien hubo diversas convenciones internacionales y regionales, la
fragmentación y la ausencia de severos mecanismos de reglamentación, control
y sanción terminan minando todos los esfuerzos. El creciente problema de los
residuos marinos y la protección de las áreas marinas más allá de las
fronteras nacionales continúa planteando un desafío especial. En definitiva,
necesitamos un acuerdo sobre los regímenes de gobernanza para toda la gama
de los llamados «bienes comunes globales».
175. La misma lógica que dificulta tomar decisiones drásticas para invertir
la tendencia al calentamiento global es la que no permite cumplir con el
objetivo de erradicar la pobreza. Necesitamos una reacción global más
responsable, que implica encarar al mismo tiempo la reducción de la
contaminación y el desarrollo de los países y regiones pobres. El siglo XXI,
mientras mantiene un sistema de gobernanza propio de épocas pasadas, es
escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre
todo porque la dimensión económico-financiera, de características
transnacionales, tiende a predominar sobre la política. En este contexto, se
vuelve indispensable la maduración de instituciones internacionales más
fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades designadas
equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas de
poder para sancionar. Como afirmaba Benedicto XVI en la línea ya
desarrollada por la doctrina social de la Iglesia, «para gobernar la
economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para
prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para
lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para
garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios,
urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya
esbozada por mi Predecesor, [san] Juan XXIII»[129]. En esta perspectiva, la
diplomacia adquiere una importancia inédita, en orden a promover estrategias
internacionales que se anticipen a los problemas más graves que terminan
afectando a todos.
II. Diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales
176. No sólo hay ganadores y perdedores entre los países, sino también
dentro de los países pobres, donde deben identificarse diversas
responsabilidades. Por eso, las cuestiones relacionadas con el ambiente y
con el desarrollo económico ya no se pueden plantear sólo desde las
diferencias entre los países, sino que requieren prestar atención a las
políticas nacionales y locales.
177. Ante la posibilidad de una utilización irresponsable de las capacidades
humanas, son funciones impostergables de cada Estado planificar, coordinar,
vigilar y sancionar dentro de su propio territorio. La sociedad, ¿cómo
ordena y custodia su devenir en un contexto de constantes innovaciones
tecnológicas? Un factor que actúa como moderador ejecutivo es el derecho,
que establece las reglas para las conductas admitidas a la luz del bien
común. Los límites que debe imponer una sociedad sana, madura y soberana se
asocian con: previsión y precaución, regulaciones adecuadas, vigilancia de
la aplicación de las normas, control de la corrupción, acciones de control
operativo sobre los efectos emergentes no deseados de los procesos
productivos, e intervención oportuna ante riesgos inciertos o potenciales.
Hay una creciente jurisprudencia orientada a disminuir los efectos
contaminantes de los emprendimientos empresariales. Pero el marco político e
institucional no existe sólo para evitar malas prácticas, sino también para
alentar las mejores prácticas, para estimular la creatividad que busca
nuevos caminos, para facilitar las iniciativas personales y colectivas.
178. El drama del inmediatismo político, sostenido también por poblaciones
consumistas, provoca la necesidad de producir crecimiento a corto plazo.
Respondiendo a intereses electorales, los gobiernos no se exponen fácilmente
a irritar a la población con medidas que puedan afectar al nivel de consumo
o poner en riesgo inversiones extranjeras. La miopía de la construcción de
poder detiene la integración de la agenda ambiental con mirada amplia en la
agenda pública de los gobiernos. Se olvida así que «el tiempo es superior al
espacio»[130],que siempre somos más fecundos cuando nos preocupamos por
generar procesos más que por dominar espacios de poder. La grandeza política
se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y
pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho
asumir este deber en un proyecto de nación.
179. En algunos lugares, se están desarrollando cooperativas para la
explotación de energías renovables que permiten el autoabastecimiento local
e incluso la venta de excedentes. Este sencillo ejemplo indica que, mientras
el orden mundial existente se muestra impotente para asumir
responsabilidades, la instancia local puede hacer una diferencia. Pues allí
se puede generar una mayor responsabilidad, un fuerte sentido comunitario,
una especial capacidad de cuidado y una creatividad más generosa, un
entrañable amor a la propia tierra, así como se piensa en lo que se deja a
los hijos y a los nietos. Estos valores tienen un arraigo muy hondo en las
poblaciones aborígenes. Dado que el derecho a veces se muestra insuficiente
debido a la corrupción, se requiere una decisión política presionada por la
población. La sociedad, a través de organismos no gubernamentales y
asociaciones intermedias, debe obligar a los gobiernos a desarrollar
normativas, procedimientos y controles más rigurosos. Si los ciudadanos no
controlan al poder político –nacional, regional y municipal–, tampoco es
posible un control de los daños ambientales. Por otra parte, las
legislaciones de los municipios pueden ser más eficaces si hay acuerdos
entre poblaciones vecinas para sostener las mismas políticas ambientales.
180. No se puede pensar en recetas uniformes, porque hay problemas y límites
específicos de cada país o región. También es verdad que el realismo
político puede exigir medidas y tecnologías de transición, siempre que estén
acompañadas del diseño y la aceptación de compromisos graduales vinculantes.
Pero en los ámbitos nacionales y locales siempre hay mucho por hacer, como
promover las formas de ahorro de energía. Esto implica favorecer formas de
producción industrial con máxima eficiencia energética y menos cantidad de
materia prima, quitando del mercado los productos que son poco eficaces
desde el punto de vista energético o que son más contaminantes. También
podemos mencionar una buena gestión del transporte o formas de construcción
y de saneamiento de edificios que reduzcan su consumo energético y su nivel
de contaminación. Por otra parte, la acción política local puede orientarse
a la modificación del consumo, al desarrollo de una economía de residuos y
de reciclaje, a la protección de especies y a la programación de una
agricultura diversificada con rotación de cultivos. Es posible alentar el
mejoramiento agrícola de regiones pobres mediante inversiones en
infraestructuras rurales, en la organización del mercado local o nacional,
en sistemas de riego, en el desarrollo de técnicas agrícolas sostenibles. Se
pueden facilitar formas de cooperación o de organización comunitaria que
defiendan los intereses de los pequeños productores y preserven los
ecosistemas locales de la depredación. ¡Es tanto lo que sí se puede hacer!
181. Es indispensable la continuidad, porque no se pueden modificar las
políticas relacionadas con el cambio climático y la protección del ambiente
cada vez que cambia un gobierno. Los resultados requieren mucho tiempo, y
suponen costos inmediatos con efectos que no podrán ser mostrados dentro del
actual período de gobierno. Por eso, sin la presión de la población y de las
instituciones siempre habrá resistencia a intervenir, más aún cuando haya
urgencias que resolver. Que un político asuma estas responsabilidades con
los costos que implican, no responde a la lógica eficientista e inmediatista
de la economía y de la política actual, pero si se atreve a hacerlo, volverá
a reconocer la dignidad que Dios le ha dado como humano y dejará tras su
paso por esta historia un testimonio de generosa responsabilidad. Hay que
conceder un lugar preponderante a una sana política, capaz de reformar las
instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan
superar presiones e inercias viciosas. Sin embargo, hay que agregar que los
mejores mecanismos terminan sucumbiendo cuando faltan los grandes fines, los
valores, una comprensión humanista y rica de sentido que otorguen a cada
sociedad una orientación noble y generosa.
III. Diálogo y transparencia en los procesos decisionales
182. La previsión del impacto ambiental de los emprendimientos y proyectos
requiere procesos políticos transparentes y sujetos al diálogo, mientras la
corrupción, que esconde el verdadero impacto ambiental de un proyecto a
cambio de favores, suele llevar a acuerdos espurios que evitan informar y
debatir ampliamente.
183. Un estudio del impacto ambiental no debería ser posterior a la
elaboración de un proyecto productivo o de cualquier política, plan o
programa a desarrollarse. Tiene que insertarse desde el principio y
elaborarse de modo interdisciplinario, transparente e independiente de toda
presión económica o política. Debe conectarse con el análisis de las
condiciones de trabajo y de los posibles efectos en la salud física y mental
de las personas, en la economía local, en la seguridad. Los resultados
económicos podrán así deducirse de manera más realista, teniendo en cuenta
los escenarios posibles y eventualmente previendo la necesidad de una
inversión mayor para resolver efectos indeseables que puedan ser corregidos.
Siempre es necesario alcanzar consensos entre los distintos actores
sociales, que pueden aportar diferentes perspectivas, soluciones y
alternativas. Pero en la mesa de discusión deben tener un lugar privilegiado
los habitantes locales, quienes se preguntan por lo que quieren para ellos y
para sus hijos, y pueden considerar los fines que trascienden el interés
económico inmediato. Hay que dejar de pensar en «intervenciones» sobre el
ambiente para dar lugar a políticas pensadas y discutidas por todas las
partes interesadas. La participación requiere que todos sean adecuadamente
informados de los diversos aspectos y de los diferentes riesgos y
posibilidades, y no se reduce a la decisión inicial sobre un proyecto, sino
que implica también acciones de seguimiento o monitorización constante. Hace
falta sinceridad y verdad en las discusiones científicas y políticas, sin
reducirse a considerar qué está permitido o no por la legislación.
184. Cuando aparecen eventuales riesgos para el ambiente que afecten al bien
común presente y futuro, esta situación exige «que las decisiones se basen
en una comparación entre los riesgos y los beneficios hipotéticos que
comporta cada decisión alternativa posible»[131]. Esto vale sobre todo si un
proyecto puede producir un incremento de utilización de recursos naturales,
de emisiones o vertidos, de generación de residuos, o una modificación
significativa en el paisaje, en el hábitat de especies protegidas o en un
espacio público. Algunos proyectos, no suficientemente analizados, pueden
afectar profundamente la calidad de vida de un lugar debido a cuestiones tan
diversas entre sí como una contaminación acústica no prevista, la reducción
de la amplitud visual, la pérdida de valores culturales, los efectos del uso
de energía nuclear. La cultura consumista, que da prioridad al corto plazo y
al interés privado, puede alentar trámites demasiado rápidos o consentir el
ocultamiento de información.
185. En toda discusión acerca de un emprendimiento, una serie de preguntas
deberían plantearse en orden a discernir si aportará a un verdadero
desarrollo integral: ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué manera?
¿Para quién? ¿Cuáles son los riesgos? ¿A qué costo? ¿Quién paga los costos y
cómo lo hará? En este examen hay cuestiones que deben tener prioridad. Por
ejemplo, sabemos que el agua es un recurso escaso e indispensable y es un
derecho fundamental que condiciona el ejercicio de otros derechos humanos.
Eso es indudable y supera todo análisis de impacto ambiental de una región.
186. En la Declaración de Río de 1992, se sostiene que, «cuando haya peligro
de daño grave o irreversible, la falta de certeza científica absoluta no
deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas
eficaces»[132] que impidan la degradación del medio ambiente. Este principio
precautorio permite la protección de los más débiles, que disponen de pocos
medios para defenderse y para aportar pruebas irrefutables. Si la
información objetiva lleva a prever un daño grave e irreversible, aunque no
haya una comprobación indiscutible, cualquier proyecto debería detenerse o
modificarse. Así se invierte el peso de la prueba, ya que en estos casos hay
que aportar una demostración objetiva y contundente de que la actividad
propuesta no va a generar daños graves al ambiente o a quienes lo habitan.
187. Esto no implica oponerse a cualquier innovación tecnológica que permita
mejorar la calidad de vida de una población. Pero en todo caso debe quedar
en pie que la rentabilidad no puede ser el único criterio a tener en cuenta
y que, en el momento en que aparezcan nuevos elementos de juicio a partir de
la evolución de la información, debería haber una nueva evaluación con
participación de todas las partes interesadas. El resultado de la discusión
podría ser la decisión de no avanzar en un proyecto, pero también podría ser
su modificación o el desarrollo de propuestas alternativas.
188. Hay discusiones sobre cuestiones relacionadas con el ambiente donde es
difícil alcanzar consensos. Una vez más expreso que la Iglesia no pretende
definir las cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero invito a
un debate honesto y transparente, para que las necesidades particulares o
las ideologías no afecten al bien común.
IV. Política y economía en diálogo para la plenitud humana
La política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los
dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. Hoy, pensando en
el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en
diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de
la vida humana. La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el
precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero
sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y
que sólo podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y
aparente curación. La crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión para el
desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y para
una nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza
ficticia. Pero no hubo una reacción que llevara a repensar los criterios
obsoletos que siguen rigiendo al mundo. La producción no es siempre
racional, y suele estar atada a variables económicas que fijan a los
productos un valor que no coincide con su valor real. Eso lleva muchas veces
a una sobreproducción de algunas mercancías, con un impacto ambiental
innecesario, que al mismo tiempo perjudica a muchas economías
regionales[133]. La burbuja financiera también suele ser una burbuja
productiva. En definitiva, lo que no se afronta con energía es el problema
de la economía real, la que hace posible que se diversifique y mejore la
producción, que las empresas funcionen adecuadamente, que las pequeñas y
medianas empresas se desarrollen y creen empleo.
190. En este contexto, siempre hay que recordar que «la protección ambiental
no puede asegurarse sólo en base al cálculo financiero de costos y
beneficios. El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado
no son capaces de defender o de promover adecuadamente»[134]. Una vez más,
conviene evitar una concepción mágica del mercado, que tiende a pensar que
los problemas se resuelven sólo con el crecimiento de los beneficios de las
empresas o de los individuos. ¿Es realista esperar que quien se obsesiona
por el máximo beneficio se detenga a pensar en los efectos ambientales que
dejará a las próximas generaciones? Dentro del esquema del rédito no hay
lugar para pensar en los ritmos de la naturaleza, en sus tiempos de
degradación y de regeneración, y en la complejidad de los ecosistemas, que
pueden ser gravemente alterados por la intervención humana. Además, cuando
se habla de biodiversidad, a lo sumo se piensa en ella como un depósito de
recursos económicos que podría ser explotado, pero no se considera
seriamente el valor real de las cosas, su significado para las personas y
las culturas, los intereses y necesidades de los pobres.
191. Cuando se plantean estas cuestiones, algunos reaccionan acusando a los
demás de pretender detener irracionalmente el progreso y el desarrollo
humano. Pero tenemos que convencernos de que desacelerar un determinado
ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo de progreso y
desarrollo. Los esfuerzos para un uso sostenible de los recursos naturales
no son un gasto inútil, sino una inversión que podrá ofrecer otros
beneficios económicos a medio plazo. Si no tenemos estrechez de miras,
podemos descubrir que la diversificación de una producción más innovativa y
con menor impacto ambiental, puede ser muy rentable. Se trata de abrir
camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad
humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos.
192. Por ejemplo, un camino de desarrollo productivo más creativo y mejor
orientado podría corregir el hecho de que haya una inversión tecnológica
excesiva para el consumo y poca para resolver problemas pendientes de la
humanidad; podría generar formas inteligentes y rentables de reutilización,
refuncionalización y reciclado; podría mejorar la eficiencia energética de
las ciudades. La diversificación productiva da amplísimas posibilidades a la
inteligencia humana para crear e innovar, a la vez que protege el ambiente y
crea más fuentes de trabajo. Esta sería una creatividad capaz de hacer
florecer nuevamente la nobleza del ser humano, porque es más digno usar la
inteligencia, con audacia y responsabilidad, para encontrar formas de
desarrollo sostenible y equitativo, en el marco de una noción más amplia de
lo que es la calidad de vida. En cambio, es más indigno, superficial y menos
creativo insistir en crear formas de expolio de la naturaleza sólo para
ofrecer nuevas posibilidades de consumo y de rédito inmediato.
193. De todos modos, si en algunos casos el desarrollo sostenible implicará
nuevas formas de crecer, en otros casos, frente al crecimiento voraz e
irresponsable que se produjo durante muchas décadas, hay que pensar también
en detener un poco la marcha, en poner algunos límites racionales e incluso
en volver atrás antes que sea tarde. Sabemos que es insostenible el
comportamiento de aquellos que consumen y destruyen más y más, mientras
otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana. Por eso ha
llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo
aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes. Decía
Benedicto XVI que «es necesario que las sociedades tecnológicamente
avanzadas estén dispuestas a favorecer comportamientos caracterizados por la
sobriedad, disminuyendo el propio consumo de energía y mejorando las
condiciones de su uso»[135].
194. Para que surjan nuevos modelos de progreso, necesitamos «cambiar el
modelo de desarrollo global»[136], lo cual implica reflexionar
responsablemente «sobre el sentido de la economía y su finalidad, para
corregir sus disfunciones y distorsiones»[137]. No basta conciliar, en un
término medio, el cuidado de la naturaleza con la renta financiera, o la
preservación del ambiente con el progreso. En este tema los términos medios
son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se trata de
redefinir el progreso. Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un
mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede
considerarse progreso. Por otra parte, muchas veces la calidad real de la
vida de las personas disminuye –por el deterioro del ambiente, la baja
calidad de los mismos productos alimenticios o el agotamiento de algunos
recursos– en el contexto de un crecimiento de la economía. En este marco, el
discurso del crecimiento sostenible suele convertirse en un recurso
diversivo y exculpatorio que absorbe valores del discurso ecologista dentro
de la lógica de las finanzas y de la tecnocracia, y la responsabilidad
social y ambiental de las empresas suele reducirse a una serie de acciones
de marketing e imagen.
195. El principio de maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de
toda otra consideración, es una distorsión conceptual de la economía: si
aumenta la producción, interesa poco que se produzca a costa de los recursos
futuros o de la salud del ambiente; si la tala de un bosque aumenta la
producción, nadie mide en ese cálculo la pérdida que implica desertificar un
territorio, dañar la biodiversidad o aumentar la contaminación. Es decir,
las empresas obtienen ganancias calculando y pagando una parte ínfima de los
costos. Sólo podría considerarse ético un comportamiento en el cual «los
costes económicos y sociales que se derivan del uso de los recursos
ambientales comunes se reconozcan de manera transparente y sean sufragados
totalmente por aquellos que se benefician, y no por otros o por las futuras
generaciones»[138].La racionalidad instrumental, que sólo aporta un análisis
estático de la realidad en función de necesidades actuales, está presente
tanto cuando quien asigna los recursos es el mercado como cuando lo hace un
Estado planificador.
196. ¿Qué ocurre con la política? Recordemos el principio de subsidiariedad,
que otorga libertad para el desarrollo de las capacidades presentes en todos
los niveles, pero al mismo tiempo exige más responsabilidad por el bien
común a quien tiene más poder. Es verdad que hoy algunos sectores económicos
ejercen más poder que los mismos Estados. Pero no se puede justificar una
economía sin política, que sería incapaz de propiciar otra lógica que rija
los diversos aspectos de la crisis actual. La lógica que no permite prever
una preocupación sincera por el ambiente es la misma que vuelve imprevisible
una preocupación por integrar a los más frágiles, porque «en el vigente
modelo “exitista” y “privatista” no parece tener sentido invertir para que
los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida»[139].
197. Necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve
adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo
interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis. Muchas veces la misma
política es responsable de su propio descrédito, por la corrupción y por la
falta de buenas políticas públicas. Si el Estado no cumple su rol en una
región, algunos grupos económicos pueden aparecer como benefactores y
detentar el poder real, sintiéndose autorizados a no cumplir ciertas normas,
hasta dar lugar a diversas formas de criminalidad organizada, trata de
personas, narcotráfico y violencia muy difíciles de erradicar. Si la
política no es capaz de romper una lógica perversa, y también queda
subsumida en discursos empobrecidos, seguiremos sin afrontar los grandes
problemas de la humanidad. Una estrategia de cambio real exige repensar la
totalidad de los procesos, ya que no basta con incluir consideraciones
ecológicas superficiales mientras no se cuestione la lógica subyacente en la
cultura actual. Una sana política debería ser capaz de asumir este desafío.
198. La política y la economía tienden a culparse mutuamente por lo que se
refiere a la pobreza y a la degradación del ambiente. Pero lo que se espera
es que reconozcan sus propios errores y encuentren formas de interacción
orientadas al bien común. Mientras unos se desesperan sólo por el rédito
económico y otros se obsesionan sólo por conservar o acrecentar el poder, lo
que tenemos son guerras o acuerdos espurios donde lo que menos interesa a
las dos partes es preservar el ambiente y cuidar a los más débiles. Aquí
también vale que «la unidad es superior al conflicto»[140].
V. Las religiones en el diálogo con las ciencias
199. No se puede sostener que las ciencias empíricas explican completamente
la vida, el entramado de todas las criaturas y el conjunto de la realidad.
Eso sería sobrepasar indebidamente sus confines metodológicos limitados. Si
se reflexiona con ese marco cerrado, desaparecen la sensibilidad estética,
la poesía, y aun la capacidad de la razón para percibir el sentido y la
finalidad de las cosas[141]. Quiero recordar que «los textos religiosos
clásicos pueden ofrecer un significado para todas las épocas, tienen una
fuerza motivadora que abre siempre nuevos horizontes […] ¿Es razonable y
culto relegarlos a la oscuridad, sólo por haber surgido en el contexto de
una creencia religiosa?»[142]. En realidad, es ingenuo pensar que los
principios éticos puedan presentarse de un modo puramente abstracto,
desligados de todo contexto, y el hecho de que aparezcan con un lenguaje
religioso no les quita valor alguno en el debate público. Los principios
éticos que la razón es capaz de percibir pueden reaparecer siempre bajo
distintos ropajes y expresados con lenguajes diversos, incluso religiosos.
200. Por otra parte, cualquier solución técnica que pretendan aportar las
ciencias será impotente para resolver los graves problemas del mundo si la
humanidad pierde su rumbo, si se olvidan las grandes motivaciones que hacen
posible la convivencia, el sacrificio, la bondad. En todo caso, habrá que
interpelar a los creyentes a ser coherentes con su propia fe y a no
contradecirla con sus acciones, habrá que reclamarles que vuelvan a abrirse
a la gracia de Dios y a beber en lo más hondo de sus propias convicciones
sobre el amor, la justicia y la paz. Si una mala comprensión de nuestros
propios principios a veces nos ha llevado a justificar el maltrato a la
naturaleza o el dominio despótico del ser humano sobre lo creado o las
guerras, la injusticia y la violencia, los creyentes podemos reconocer que
de esa manera hemos sido infieles al tesoro de sabiduría que debíamos
custodiar. Muchas veces los límites culturales de diversas épocas han
condicionado esa conciencia del propio acervo ético y espiritual, pero es
precisamente el regreso a sus fuentes lo que permite a las religiones
responder mejor a las necesidades actuales.
201. La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y
esto debería provocar a las religiones a entrar en un diálogo entre ellas
orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la
construcción de redes de respeto y de fraternidad. Es imperioso también un
diálogo entre las ciencias mismas, porque cada una suele encerrarse en los
límites de su propio lenguaje, y la especialización tiende a convertirse en
aislamiento y en absolutización del propio saber. Esto impide afrontar
adecuadamente los problemas del medio ambiente. También se vuelve necesario
un diálogo abierto y amable entre los diferentes movimientos ecologistas,
donde no faltan las luchas ideológicas. La gravedad de la crisis ecológica
nos exige a todos pensar en el bien común y avanzar en un camino de diálogo
que requiere paciencia, ascesis y generosidad, recordando siempre que «la
realidad es superior a la idea»[143].
CAPÍTULO SEXTO
EDUCACIÓN Y ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA
202. Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la
humanidad necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de
una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia
básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas
de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que
supondrá largos procesos de regeneración.
I. Apostar por otro estilo de vida
203. Dado que el mercado tiende a crear un mecanismo consumista compulsivo
para colocar sus productos, las personas terminan sumergidas en la vorágine
de las compras y los gastos innecesarios. El consumismo obsesivo es el
reflejo subjetivo del paradigma tecnoeconómico. Ocurre lo que ya señalaba
Romano Guardini: el ser humano «acepta los objetos y las formas de vida, tal
como le son impuestos por la planificación y por los productos fabricados en
serie y, después de todo, actúa así con el sentimiento de que eso es lo
racional y lo acertado»[144]. Tal paradigma hace creer a todos que son
libres mientras tengan una supuesta libertad para consumir, cuando quienes
en realidad poseen la libertad son los que integran la minoría que detenta
el poder económico y financiero. En esta confusión, la humanidad posmoderna
no encontró una nueva comprensión de sí misma que pueda orientarla, y esta
falta de identidad se vive con angustia. Tenemos demasiados medios para unos
escasos y raquíticos fines.
204. La situación actual del mundo «provoca una sensación de inestabilidad e
inseguridad que a su vez favorece formas de egoísmo colectivo»[145]. Cuando
las personas se vuelven autorreferenciales y se aíslan en su propia
conciencia, acrecientan su voracidad. Mientras más vacío está el corazón de
la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir. En este
contexto, no parece posible que alguien acepte que la realidad le marque
límites. Tampoco existe en ese horizonte un verdadero bien común. Si tal
tipo de sujeto es el que tiende a predominar en una sociedad, las normas
sólo serán respetadas en la medida en que no contradigan las propias
necesidades. Por eso, no pensemos sólo en la posibilidad de terribles
fenómenos climáticos o en grandes desastres naturales, sino también en
catástrofes derivadas de crisis sociales, porque la obsesión por un estilo
de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo,
sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca.
205. Sin embargo, no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de
degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por
el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y
sociales que les impongan. Son capaces de mirarse a sí mismos con
honestidad, de sacar a la luz su propio hastío y de iniciar caminos nuevos
hacia la verdadera libertad. No hay sistemas que anulen por completo la
apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de reacción
que Dios sigue alentando desde lo profundo de los corazones humanos. A cada
persona de este mundo le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie
tiene derecho a quitarle.
206. Un cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer una sana
presión sobre los que tienen poder político, económico y social. Es lo que
ocurre cuando los movimientos de consumidores logran que dejen de adquirirse
ciertos productos y así se vuelven efectivos para modificar el
comportamiento de las empresas, forzándolas a considerar el impacto
ambiental y los patrones de producción. Es un hecho que, cuando los hábitos
de la sociedad afectan el rédito de las empresas, estas se ven presionadas a
producir de otra manera. Ello nos recuerda la responsabilidad social de los
consumidores. «Comprar es siempre un acto moral, y no sólo económico»[146].
Por eso, hoy «el tema del deterioro ambiental cuestiona los comportamientos
de cada uno de nosotros»[147].
207. La Carta de la Tierra nos invitaba a todos a dejar atrás una etapa de
autodestrucción y a comenzar de nuevo, pero todavía no hemos desarrollado
una conciencia universal que lo haga posible. Por eso me atrevo a proponer
nuevamente aquel precioso desafío: «Como nunca antes en la historia, el
destino común nos hace un llamado a buscar un nuevo comienzo […] Que el
nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva
reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la
sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y
por la alegre celebración de la vida»[148].
208. Siempre es posible volver a desarrollar la capacidad de salir de sí
hacia el otro. Sin ella no se reconoce a las demás criaturas en su propio
valor, no interesa cuidar algo para los demás, no hay capacidad de ponerse
límites para evitar el sufrimiento o el deterioro de lo que nos rodea. La
actitud básica de autotrascenderse, rompiendo la conciencia aislada y la
autorreferencialidad, es la raíz que hace posible todo cuidado de los demás
y del medio ambiente, y que hace brotar la reacción moral de considerar el
impacto que provoca cada acción y cada decisión personal fuera de uno mismo.
Cuando somos capaces de superar el individualismo, realmente se puede
desarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve posible un cambio
importante en la sociedad.
II. Educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente
209. La conciencia de la gravedad de la crisis cultural y ecológica necesita
traducirse en nuevos hábitos. Muchos saben que el progreso actual y la mera
sumatoria de objetos o placeres no bastan para darle sentido y gozo al
corazón humano, pero no se sienten capaces de renunciar a lo que el mercado
les ofrece. En los países que deberían producir los mayores cambios de
hábitos de consumo, los jóvenes tienen una nueva sensibilidad ecológica y un
espíritu generoso, y algunos de ellos luchan admirablemente por la defensa
del ambiente, pero han crecido en un contexto de altísimo consumo y
bienestar que vuelve difícil el desarrollo de otros hábitos. Por eso estamos
ante un desafío educativo.
210. La educación ambiental ha ido ampliando sus objetivos. Si al comienzo
estaba muy centrada en la información científica y en la concientización y
prevención de riesgos ambientales, ahora tiende a incluir una crítica de los
«mitos» de la modernidad basados en la razón instrumental (individualismo,
progreso indefinido, competencia, consumismo, mercado sin reglas) y también
a recuperar los distintos niveles del equilibrio ecológico: el interno con
uno mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos,
el espiritual con Dios. La educación ambiental debería disponernos a dar ese
salto hacia el Misterio, desde donde una ética ecológica adquiere su sentido
más hondo. Por otra parte, hay educadores capaces de replantear los
itinerarios pedagógicos de una ética ecológica, de manera que ayuden
efectivamente a crecer en la solidaridad, la responsabilidad y el cuidado
basado en la compasión.
211. Sin embargo, esta educación, llamada a crear una «ciudadanía
ecológica», a veces se limita a informar y no logra desarrollar hábitos. La
existencia de leyes y normas no es suficiente a largo plazo para limitar los
malos comportamientos, aun cuando exista un control efectivo. Para que la
norma jurídica produzca efectos importantes y duraderos, es necesario que la
mayor parte de los miembros de la sociedad la haya aceptado a partir de
motivaciones adecuadas, y que reaccione desde una transformación personal.
Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de sí
en un compromiso ecológico. Si una persona, aunque la propia economía le
permita consumir y gastar más, habitualmente se abriga un poco en lugar de
encender la calefacción, se supone que ha incorporado convicciones y
sentimientos favorables al cuidado del ambiente. Es muy noble asumir el
deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas, y es
maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas hasta conformar un
estilo de vida. La educación en la responsabilidad ambiental puede alentar
diversos comportamientos que tienen una incidencia directa e importante en
el cuidado del ambiente, como evitar el uso de material plástico y de papel,
reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que
razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos,
utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias
personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias. Todo esto es parte
de una generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser humano. El
hecho de reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de
profundas motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia
dignidad.
212. No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas
acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá
de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un
bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente. Además, el
desarrollo de estos comportamientos nos devuelve el sentimiento de la propia
dignidad, nos lleva a una mayor profundidad vital, nos permite experimentar
que vale la pena pasar por este mundo.
213. Los ámbitos educativos son diversos: la escuela, la familia, los medios
de comunicación, la catequesis, etc. Una buena educación escolar en la
temprana edad coloca semillas que pueden producir efectos a lo largo de toda
una vida. Pero quiero destacar la importancia central de la familia, porque
«es el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de
manera adecuada contra los múltiples ataques a que está expuesta, y puede
desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano.
Contra la llamada cultura de la muerte, la familia constituye la sede de la
cultura de la vida»[149]. En la familia se cultivan los primeros hábitos de
amor y cuidado de la vida, como por ejemplo el uso correcto de las cosas, el
orden y la limpieza, el respeto al ecosistema local y la protección de todos
los seres creados. La familia es el lugar de la formación integral, donde se
desenvuelven los distintos aspectos, íntimamente relacionados entre sí, de
la maduración personal. En la familia se aprende a pedir permiso sin
avasallar, a decir « gracias » como expresión de una sentida valoración de
las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir
perdón cuando hacemos algún daño. Estos pequeños gestos de sincera cortesía
ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que
nos rodea.
214. A la política y a las diversas asociaciones les compete un esfuerzo de
concientización de la población. También a la Iglesia. Todas las comunidades
cristianas tienen un rol importante que cumplir en esta educación. Espero
también que en nuestros seminarios y casas religiosas de formación se eduque
para una austeridad responsable, para la contemplación agradecida del mundo,
para el cuidado de la fragilidad de los pobres y del ambiente. Dado que es
mucho lo que está en juego, así como se necesitan instituciones dotadas de
poder para sancionar los ataques al medio ambiente, también necesitamos
controlarnos y educarnos unos a otros.
215. En este contexto, «no debe descuidarse la relación que hay entre una
adecuada educación estética y la preservación de un ambiente sano»[150].
Prestar atención a la belleza y amarla nos ayuda a salir del pragmatismo
utilitarista. Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar
lo bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y
abuso inescrupuloso. Al mismo tiempo, si se quiere conseguir cambios
profundos, hay que tener presente que los paradigmas de pensamiento
realmente influyen en los comportamientos. La educación será ineficaz y sus
esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma
acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la naturaleza.
De otro modo, seguirá avanzando el paradigma consumista que se transmite por
los medios de comunicación y a través de los eficaces engranajes del
mercado.
III. Conversión ecológica
216. La gran riqueza de la espiritualidad cristiana, generada por veinte
siglos de experiencias personales y comunitarias, ofrece un bello aporte al
intento de renovar la humanidad. Quiero proponer a los cristianos algunas
líneas de espiritualidad ecológica que nacen de las convicciones de nuestra
fe, porque lo que el Evangelio nos enseña tiene consecuencias en nuestra
forma de pensar, sentir y vivir. No se trata de hablar tanto de ideas, sino
sobre todo de las motivaciones que surgen de la espiritualidad para
alimentar una pasión por el cuidado del mundo. Porque no será posible
comprometerse en cosas grandes sólo con doctrinas sin una mística que nos
anime, sin «unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan
sentido a la acción personal y comunitaria»[151]. Tenemos que reconocer que
no siempre los cristianos hemos recogido y desarrollado las riquezas que
Dios ha dado a la Iglesia, donde la espiritualidad no está desconectada del
propio cuerpo ni de la naturaleza o de las realidades de este mundo, sino
que se vive con ellas y en ellas, en comunión con todo lo que nos rodea.
217. Si «los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han
extendido los desiertos interiores»[152], la crisis ecológica es un llamado
a una profunda conversión interior. Pero también tenemos que reconocer que
algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo una excusa de realismo y
pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente.
Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven
incoherentes. Les hace falta entonces una conversión ecológica, que implica
dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las
relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores
de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste
en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana.
218. Recordemos el modelo de san Francisco de Asís, para proponer una sana
relación con lo creado como una dimensión de la conversión íntegra de la
persona. Esto implica también reconocer los propios errores, pecados, vicios
o negligencias, y arrepentirse de corazón, cambiar desde adentro. Los
Obispos australianos supieron expresar la conversión en términos de
reconciliación con la creación: «Para realizar esta reconciliación debemos
examinar nuestras vidas y reconocer de qué modo ofendemos a la creación de
Dios con nuestras acciones y nuestra incapacidad de actuar. Debemos hacer la
experiencia de una conversión, de un cambio del corazón»[153].
219. Sin embargo, no basta que cada uno sea mejor para resolver una
situación tan compleja como la que afronta el mundo actual. Los individuos
aislados pueden perder su capacidad y su libertad para superar la lógica de
la razón instrumental y terminan a merced de un consumismo sin ética y sin
sentido social y ambiental. A problemas sociales se responde con redes
comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales: «Las exigencias de
esta tarea van a ser tan enormes, que no hay forma de satisfacerlas con las
posibilidades de la iniciativa individual y de la unión de particulares
formados en el individualismo. Se requerirán una reunión de fuerzas y una
unidad de realización»[154]. La conversión ecológica que se requiere para
crear un dinamismo de cambio duradero es también una conversión comunitaria.
220. Esta conversión supone diversas actitudes que se conjugan para
movilizar un cuidado generoso y lleno de ternura. En primer lugar implica
gratitud y gratuidad, es decir, un reconocimiento del mundo como un don
recibido del amor del Padre, que provoca como consecuencia actitudes
gratuitas de renuncia y gestos generosos aunque nadie los vea o los
reconozca: «Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha […] y tu
Padre que ve en lo secreto te recompensará» (Mt 6,3-4). También implica la
amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de
formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal.
Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro,
reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres.
Además, haciendo crecer las capacidades peculiares que Dios le ha dado, la
conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar su creatividad y su
entusiasmo, para resolver los dramas del mundo, ofreciéndose a Dios «como un
sacrificio vivo, santo y agradable» (Rm 12,1). No entiende su superioridad
como motivo de gloria personal o de dominio irresponsable, sino como una
capacidad diferente, que a su vez le impone una grave responsabilidad que
brota de su fe.
221. Diversas convicciones de nuestra fe, desarrolladas al comienzo de esta
Encíclica, ayudan a enriquecer el sentido de esta conversión, como la
conciencia de que cada criatura refleja algo de Dios y tiene un mensaje que
enseñarnos, o la seguridad de que Cristo ha asumido en sí este mundo
material y ahora, resucitado, habita en lo íntimo de cada ser, rodeándolo
con su cariño y penetrándolo con su luz. También el reconocimiento de que
Dios ha creado el mundo inscribiendo en él un orden y un dinamismo que el
ser humano no tiene derecho a ignorar. Cuando uno lee en el Evangelio que
Jesús habla de los pájaros, y dice que « ninguno de ellos está olvidado ante
Dios » (Lc 12,6), ¿será capaz de maltratarlos o de hacerles daño? Invito a
todos los cristianos a explicitar esta dimensión de su conversión,
permitiendo que la fuerza y la luz de la gracia recibida se explayen también
en su relación con las demás criaturas y con el mundo que los rodea, y
provoque esa sublime fraternidad con todo lo creado que tan luminosamente
vivió san Francisco de Asís.
IV. Gozo y paz
La espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la
calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo,
capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo. Es importante
incorporar una vieja enseñanza, presente en diversas tradiciones religiosas,
y también en la Biblia. Se trata de la convicción de que « menos es más ».
La constante acumulación de posibilidades para consumir distrae el corazón e
impide valorar cada cosa y cada momento. En cambio, el hacerse presente
serenamente ante cada realidad, por pequeña que sea, nos abre muchas más
posibilidades de comprensión y de realización personal. La espiritualidad
cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con
poco. Es un retorno a la simplicidad que nos permite detenernos a valorar lo
pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece la vida sin apegarnos a lo
que tenemos ni entristecernos por lo que no poseemos. Esto supone evitar la
dinámica del dominio y de la mera acumulación de placeres.
223. La sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora. No es
menos vida, no es una baja intensidad sino todo lo contrario. En realidad,
quienes disfrutan más y viven mejor cada momento son los que dejan de
picotear aquí y allá, buscando siempre lo que no tienen, y experimentan lo
que es valorar cada persona y cada cosa, aprenden a tomar contacto y saben
gozar con lo más simple. Así son capaces de disminuir las necesidades
insatisfechas y reducen el cansancio y la obsesión. Se puede necesitar poco
y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar otros placeres y
se encuentra satisfacción en los encuentros fraternos, en el servicio, en el
despliegue de los carismas, en la música y el arte, en el contacto con la
naturaleza, en la oración. La felicidad requiere saber limitar algunas
necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples
posibilidades que ofrece la vida.
224. La sobriedad y la humildad no han gozado de una valoración positiva en
el último siglo. Pero cuando se debilita de manera generalizada el ejercicio
de alguna virtud en la vida personal y social, ello termina provocando
múltiples desequilibrios, también ambientales. Por eso, ya no basta hablar
sólo de la integridad de los ecosistemas. Hay que atreverse a hablar de la
integridad de la vida humana, de la necesidad de alentar y conjugar todos
los grandes valores. La desaparición de la humildad, en un ser humano
desaforadamente entusiasmado con la posibilidad de dominarlo todo sin límite
alguno, sólo puede terminar dañando a la sociedad y al ambiente. No es fácil
desarrollar esta sana humildad y una feliz sobriedad si nos volvemos
autónomos, si excluimos de nuestra vida a Dios y nuestro yo ocupa su lugar,
si creemos que es nuestra propia subjetividad la que determina lo que está
bien o lo que está mal.
225. Por otro lado, ninguna persona puede madurar en una feliz sobriedad si
no está en paz consigo mismo. Parte de una adecuada comprensión de la
espiritualidad consiste en ampliar lo que entendemos por paz, que es mucho
más que la ausencia de guerra. La paz interior de las personas tiene mucho
que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque,
auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a
una capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida. La
naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo podremos escucharlas
en medio del ruido constante, de la distracción permanente y ansiosa, o del
culto a la apariencia? Muchas personas experimentan un profundo
desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para sentirse
ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar todo lo
que tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto en el modo como se trata al
ambiente. Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para
recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de
nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que
vive entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia «no debe ser
fabricada sino descubierta, develada»[155].
226. Estamos hablando de una actitud del corazón, que vive todo con serena
atención, que sabe estar plenamente presente ante alguien sin estar pensando
en lo que viene después, que se entrega a cada momento como don divino que
debe ser plenamente vivido. Jesús nos enseñaba esta actitud cuando nos
invitaba a mirar los lirios del campo y las aves del cielo, o cuando, ante
la presencia de un hombre inquieto, « detuvo en él su mirada, y lo amó » (Mc
10,21). Él sí que estaba plenamente presente ante cada ser humano y ante
cada criatura, y así nos mostró un camino para superar la ansiedad enfermiza
que nos vuelve superficiales, agresivos y consumistas desenfrenados.
227. Una expresión de esta actitud es detenerse a dar gracias a Dios antes y
después de las comidas. Propongo a los creyentes que retomen este valioso
hábito y lo vivan con profundidad. Ese momento de la bendición, aunque sea
muy breve, nos recuerda nuestra dependencia de Dios para la vida, fortalece
nuestro sentido de gratitud por los dones de la creación, reconoce a
aquellos que con su trabajo proporcionan estos bienes y refuerza la
solidaridad con los más necesitados.
V. Amor civil y político
228. El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que implica
capacidad de convivencia y de comunión. Jesús nos recordó que tenemos a Dios
como nuestro Padre común y que eso nos hace hermanos. El amor fraterno sólo
puede ser gratuito, nunca puede ser un pago por lo que otro realice ni un
anticipo por lo que esperamos que haga. Por eso es posible amar a los
enemigos. Esta misma gratuidad nos lleva a amar y aceptar el viento, el sol
o las nubes, aunque no se sometan a nuestro control. Por eso podemos hablar
de una fraternidad universal.
229. Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que
tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena
ser buenos y honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral,
burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó
la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco.
Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos
unos con otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento
de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una
verdadera cultura del cuidado del ambiente.
230. El ejemplo de santa Teresa de Lisieux nos invita a la práctica del
pequeño camino del amor, a no perder la oportunidad de una palabra amable,
de una sonrisa, de cualquier pequeño gesto que siembre paz y amistad. Una
ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde
rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo.
Mientras tanto, el mundo del consumo exacerbado es al mismo tiempo el mundo
del maltrato de la vida en todas sus formas.
231. El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y
político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un
mundo mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una
forma excelente de la caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los
individuos, sino a «las macro-relaciones, como las relaciones sociales,
económicas y políticas»[156]. Por eso, la Iglesia propuso al mundo el ideal
de una «civilización del amor»[157]. El amor social es la clave de un
auténtico desarrollo: «Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la
persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social –a nivel
político, económico, cultural–, haciéndolo la norma constante y suprema de
la acción»[158]. En este marco, junto con la importancia de los pequeños
gestos cotidianos, el amor social nos mueve a pensar en grandes estrategias
que detengan eficazmente la degradación ambiental y alienten una cultura del
cuidado que impregne toda la sociedad. Cuando alguien reconoce el llamado de
Dios a intervenir junto con los demás en estas dinámicas sociales, debe
recordar que eso es parte de su espiritualidad, que es ejercicio de la
caridad y que de ese modo madura y se santifica.
232. No todos están llamados a trabajar de manera directa en la política,
pero en el seno de la sociedad germina una innumerable variedad de
asociaciones que intervienen a favor del bien común preservando el ambiente
natural y urbano. Por ejemplo, se preocupan por un lugar común (un edificio,
una fuente, un monumento abandonado, un paisaje, una plaza), para proteger,
sanear, mejorar o embellecer algo que es de todos. A su alrededor se
desarrollan o se recuperan vínculos y surge un nuevo tejido social local.
Así una comunidad se libera de la indiferencia consumista. Esto incluye el
cultivo de una identidad común, de una historia que se conserva y se
transmite. De esa manera se cuida el mundo y la calidad de vida de los más
pobres, con un sentido solidario que es al mismo tiempo conciencia de
habitar una casa común que Dios nos ha prestado. Estas acciones
comunitarias, cuando expresan un amor que se entrega, pueden convertirse en
intensas experiencias espirituales.
VI. Signos sacramentales y descanso celebrativo
233. El universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay
mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre[159].
El ideal no es sólo pasar de lo exterior a lo interior para descubrir la
acción de Dios en el alma, sino también llegar a encontrarlo en todas las
cosas, como enseñaba san Buenaventura: «La contemplación es tanto más
eminente cuanto más siente en sí el hombre el efecto de la divina gracia o
también cuanto mejor sabe encontrar a Dios en las criaturas
exteriores»[160].
234. San Juan de la Cruz enseñaba que todo lo bueno que hay en las cosas y
experiencias del mundo «está en Dios eminentemente en infinita manera, o,
por mejor decir, cada una de estas grandezas que se dicen es Dios»[161]. No
es porque las cosas limitadas del mundo sean realmente divinas, sino porque
el místico experimenta la íntima conexión que hay entre Dios y todos los
seres, y así «siente ser todas las cosas Dios»[162]. Si le admira la
grandeza de una montaña, no puede separar eso de Dios, y percibe que esa
admiración interior que él vive debe depositarse en el Señor: «Las montañas
tienen alturas, son abundantes, anchas, y hermosas, o graciosas, floridas y
olorosas. Estas montañas es mi Amado para mí. Los valles solitarios son
quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en la variedad
de sus arboledas y en el suave canto de aves hacen gran recreación y deleite
al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Estos valles
es mi Amado para mí»[163].
235. Los Sacramentos son un modo privilegiado de cómo la naturaleza es
asumida por Dios y se convierte en mediación de la vida sobrenatural. A
través del culto somos invitados a abrazar el mundo en un nivel distinto. El
agua, el aceite, el fuego y los colores son asumidos con toda su fuerza
simbólica y se incorporan en la alabanza. La mano que bendice es instrumento
del amor de Dios y reflejo de la cercanía de Jesucristo que vino a
acompañarnos en el camino de la vida. El agua que se derrama sobre el cuerpo
del niño que se bautiza es signo de vida nueva. No escapamos del mundo ni
negamos la naturaleza cuando queremos encontrarnos con Dios. Esto se puede
percibir particularmente en la espiritualidad cristiana oriental: «La
belleza, que en Oriente es uno de los nombres con que más frecuentemente se
suele expresar la divina armonía y el modelo de la humanidad transfigurada,
se muestra por doquier: en las formas del templo, en los sonidos, en los
colores, en las luces y en los perfumes»[164]. Para la experiencia
cristiana, todas las criaturas del universo material encuentran su verdadero
sentido en el Verbo encarnado, porque el Hijo de Dios ha incorporado en su
persona parte del universo material, donde ha introducido un germen de
transformación definitiva: «el Cristianismo no rechaza la materia, la
corporeidad; al contrario, la valoriza plenamente en el acto litúrgico, en
el que el cuerpo humano muestra su naturaleza íntima de templo del Espíritu
y llega a unirse al Señor Jesús, hecho también él cuerpo para la salvación
del mundo»[165].
236. En la Eucaristía lo creado encuentra su mayor elevación. La gracia, que
tiende a manifestarse de modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando
Dios mismo, hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El Señor,
en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad
a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para
que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a él. En la Eucaristía ya
está realizada la plenitud, y es el centro vital del universo, el foco
desbordante de amor y de vida inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente
en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía
es de por sí un acto de amor cósmico: «¡Sí, cósmico! Porque también cuando
se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía
se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo»[166]. La Eucaristía
une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que
salió de las manos de Dios vuelve a él en feliz y plena adoración. En el Pan
eucarístico, «la creación está orientada hacia la divinización, hacia las
santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo»[167]. Por eso, la
Eucaristía es también fuente de luz y de motivación para nuestras
preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo
creado.
237. El domingo, la participación en la Eucaristía tiene una importancia
especial. Ese día, así como el sábado judío, se ofrece como día de la
sanación de las relaciones del ser humano con Dios, consigo mismo, con los
demás y con el mundo. El domingo es el día de la Resurrección, el «primer
día» de la nueva creación, cuya primicia es la humanidad resucitada del
Señor, garantía de la transfiguración final de toda la realidad creada.
Además, ese día anuncia «el descanso eterno del hombre en Dios»[168]. De
este modo, la espiritualidad cristiana incorpora el valor del descanso y de
la fiesta. El ser humano tiende a reducir el descanso contemplativo al
ámbito de lo infecundo o innecesario, olvidando que así se quita a la obra
que se realiza lo más importante: su sentido. Estamos llamados a incluir en
nuestro obrar una dimensión receptiva y gratuita, que es algo diferente de
un mero no hacer. Se trata de otra manera de obrar que forma parte de
nuestra esencia. De ese modo, la acción humana es preservada no únicamente
del activismo vacío, sino también del desenfreno voraz y de la conciencia
aislada que lleva a perseguir sólo el beneficio personal. La ley del
descanso semanal imponía abstenerse del trabajo el séptimo día «para que
reposen tu buey y tu asno y puedan respirar el hijo de tu esclava y el
emigrante» (Ex 23,12). El descanso es una ampliación de la mirada que
permite volver a reconocer los derechos de los demás. Así, el día de
descanso, cuyo centro es la Eucaristía, derrama su luz sobre la semana
entera y nos motiva a incorporar el cuidado de la naturaleza y de los
pobres.
VII. La Trinidad y la relación entre las criaturas
238. El Padre es la fuente última de todo, fundamento amoroso y comunicativo
de cuanto existe. El Hijo, que lo refleja, y a través del cual todo ha sido
creado, se unió a esta tierra cuando se formó en el seno de María. El
Espíritu, lazo infinito de amor, está íntimamente presente en el corazón del
universo animando y suscitando nuevos caminos. El mundo fue creado por las
tres Personas como un único principio divino, pero cada una de ellas realiza
esta obra común según su propiedad personal. Por eso, «cuando contemplamos
con admiración el universo en su grandeza y belleza, debemos alabar a toda
la Trinidad»[169].
239. Para los cristianos, creer en un solo Dios que es comunión trinitaria
lleva a pensar que toda la realidad contiene en su seno una marca
propiamente trinitaria. San Buenaventura llegó a decir que el ser humano,
antes del pecado, podía descubrir cómo cada criatura «testifica que Dios es
trino». El reflejo de la Trinidad se podía reconocer en la naturaleza
«cuando ni ese libro era oscuro para el hombre ni el ojo del hombre se había
enturbiado»[170]. El santo franciscano nos enseña que toda criatura lleva en
sí una estructura propiamente trinitaria, tan real que podría ser
espontáneamente contemplada si la mirada del ser humano no fuera limitada,
oscura y frágil. Así nos indica el desafío de tratar de leer la realidad en
clave trinitaria.
240. Las Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado
según el modelo divino, es una trama de relaciones. Las criaturas tienden
hacia Dios, y a su vez es propio de todo ser viviente tender hacia otra
cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero
de constantes relaciones que se entrelazan secretamente[171].Esto no sólo
nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las
criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia
realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se
santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir
en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en
su propia existencia ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella
desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una
espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la
Trinidad.
VIII. Reina de todo lo creado
241. María, la madre que cuidó a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor
materno este mundo herido. Así como lloró con el corazón traspasado la
muerte de Jesús, ahora se compadece del sufrimiento de los pobres
crucificados y de las criaturas de este mundo arrasadas por el poder humano.
Ella vive con Jesús completamente transfigurada, y todas las criaturas
cantan su belleza. Es la Mujer « vestida de sol, con la luna bajo sus pies,
y una corona de doce estrellas sobre su cabeza » (Ap 12,1). Elevada al
cielo, es Madre y Reina de todo lo creado. En su cuerpo glorificado, junto
con Cristo resucitado, parte de la creación alcanzó toda la plenitud de su
hermosura. Ella no sólo guarda en su corazón toda la vida de Jesús, que
«conservaba» cuidadosamente (cf Lc 2,19.51), sino que también comprende
ahora el sentido de todas las cosas. Por eso podemos pedirle que nos ayude a
mirar este mundo con ojos más sabios.
242. Junto con ella, en la familia santa de Nazaret, se destaca la figura de
san José. Él cuidó y defendió a María y a Jesús con su trabajo y su
presencia generosa, y los liberó de la violencia de los injustos llevándolos
a Egipto. En el Evangelio aparece como un hombre justo, trabajador, fuerte.
Pero de su figura emerge también una gran ternura, que no es propia de los
débiles sino de los verdaderamente fuertes, atentos a la realidad para amar
y servir humildemente. Por eso fue declarado custodio de la Iglesia
universal. Él también puede enseñarnos a cuidar, puede motivarnos a trabajar
con generosidad y ternura para proteger este mundo que Dios nos ha confiado.
IX. Más allá del sol
243. Al final nos encontraremos cara a cara frente a la infinita belleza de
Dios (cf. 1 Co 13,12) y podremos leer con feliz admiración el misterio del
universo, que participará con nosotros de la plenitud sin fin. Sí, estamos
viajando hacia el sábado de la eternidad, hacia la nueva Jerusalén, hacia la
casa común del cielo. Jesús nos dice: «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap
21,5). La vida eterna será un asombro compartido, donde cada criatura,
luminosamente transformada, ocupará su lugar y tendrá algo para aportar a
los pobres definitivamente liberados.
244. Mientras tanto, nos unimos para hacernos cargo de esta casa que se nos
confió, sabiendo que todo lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta
celestial. Junto con todas las criaturas, caminamos por esta tierra buscando
a Dios, porque, «si el mundo tiene un principio y ha sido creado, busca al
que lo ha creado, busca al que le ha dado inicio, al que es su
Creador»[172]. Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra
preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza.
245. Dios, que nos convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece
las fuerzas y la luz que necesitamos para salir adelante. En el corazón de
este mundo sigue presente el Señor de la vida que nos ama tanto. Él no nos
abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra
tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado sea.
* * *
246. Después de esta prolongada reflexión, gozosa y dramática a la vez,
propongo dos oraciones, una que podamos compartir todos los que creemos en
un Dios creador omnipotente, y otra para que los cristianos sepamos asumir
los compromisos con la creación que nos plantea el Evangelio de Jesús.
Oración por nuestra tierra
Dios omnipotente,
que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,
Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que cuidemos la vida y la belleza.
Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.
Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra
que tanto valen a tus ojos.
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la tierra.
Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos profundamente unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz infinita.
Gracias porque estás con nosotros todos los días.
Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha
por la justicia, el amor y la paz.
Oración cristiana con la creación
Te alabamos, Padre, con todas tus criaturas,
que salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas,
y están llenas de tu presencia y de tu ternura.
Alabado seas.
Hijo de Dios, Jesús,
por ti fueron creadas todas las cosas.
Te formaste en el seno materno de María,
te hiciste parte de esta tierra,
y miraste este mundo con ojos humanos.
Hoy estás vivo en cada criatura
con tu gloria de resucitado.
Alabado seas.
Espíritu Santo, que con tu luz
orientas este mundo hacia el amor del Padre
y acompañas el gemido de la creación,
tú vives también en nuestros corazones
para impulsarnos al bien.
Alabado seas.
Señor Uno y Trino,
comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte
en la belleza del universo,
donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud
por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos
con todo lo que existe.
Dios de amor,
muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado ante ti.
Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado de la indiferencia,
amen el bien común, promuevan a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos.
Los pobres y la tierra están clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas.
Amén.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 24 de mayo, Solemnidad de Pentecostés,
del año 2015, tercero de mi Pontificado.
Franciscus
[1] Cántico de las criaturas: Fonti Francescane
(FF) 263.
[2] Carta ap. Octogesima adveniens (14 mayo
1971), 21: AAS 63 (1971), 416-417
[3] Discurso a la FAO en su 25 aniversario (16
noviembre 1970): AAS 62 (1970), 833.
[4] Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979),
15: AAS 71 (1979), 287.
[5] Cf. Catequesis (17 enero 2001), 4:
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (19 enero 2001), p. 12.
[6] Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991),
38: AAS 83 (1991), 841.
[7] Ibíd., 58, p. 863.
[8] Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei
socialis (30 diciembre 1987), 34: AAS 80 (1988), 559.
[9] Cf. Id., Carta enc. Centesimus annus (1 mayo
1991), 37: AAS 83 (1991), 840.
[10] Discurso al Cuerpo diplomático acreditado
ante la Santa Sede (8 enero 2007): AAS 99 (2007), 73.
[11] Carta enc. Caritas in veritate (29 junio
2009), 51: AAS 101 (2009), 687
[12] Discurso al Deutscher Bundestag, Berlín (22
septiembre 2011): AAS 103 (2011), 664.
[13] Discurso al clero de la Diócesis de
Bolzano-Bressanone (6 agosto 2008): AAS 100 (2008), 634.
[14] Mensaje para el día de oración por la
protección de la creación (1 septiembre 2012).
[15] Discurso en Santa Bárbara, California (8
noviembre 1997); cf. John Chryssavgis, On Earth as in Heaven: Ecological
Vision and Initiatives of Ecumenical Patriarch Bartholomew, Bronx, New York
2012.
[16] Ibíd.9.
[17] Conferencia en el Monasterio de Utstein,
Noruega (23 junio 2003).
[18] Discurso « Global Responsibility and
Ecological Sustainability: Closing Remarks », I Vértice de Halki, Estambul
(20 junio 2012).
[19] Tomás de Celano, Vida primera de San
Francisco, XXIX, 81: FF 460.
[20] Legenda maior, VIII, 6: FF 1145.
[21] Cf. Tomás de Celano, Vida segunda de San
Francisco, CXXIV, 165: FF 750.
[22]Conferencia de los Obispos Católicos del Sur
de África, Pastoral Statement on the Environmental Crisis (5 septiembre
1999).
[23] Cf. Saludo al personal de la FAO (20
noviembre 2014): AAS 106 (2014), 985.
[24] V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 junio 2007), 86.
[25] Conferencia de los Obispos Católicos de
Filipinas, Carta pastoral What is Happening to our Beautiful Land? (29 enero
1988).
[26] Conferencia Episcopal Boliviana, Carta
pastoral sobre medio ambiente y desarrollo humano en Bolivia El universo,
don de Dios para la vida(2012), 17.
[27] Cf. Conferencia Episcopal Alemana. Comisión
para Asuntos Sociales, Der Klimawandel: Brennpunkt globaler,
intergenerationeller und ökologischer Gerechtigkeit (septiembre 2006),
28-30.
[28] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia, 483.
[29] Catequesis (5 junio 2013): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (7 junio 2013), p. 12.
[30] Obispos de la región de Patagonia-Comahue
(Argentina), Mensaje de Navidad (diciembre 2009), 2.
[31] Conferencia de los Obispos Católicos de los
Estados Unidos, Global Climate Change: A Plea for Dialogue, Prudence and the
Common Good (15 junio 2001).
[32] V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 junio 2007), 471.
[33] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 56: AAS 105 (2013), 1043.
[34] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada
Mundial de la Paz 1990, 12: AAS 82 (1990), 154.
[35] Id., Catequesis (17 enero 2001), 3:
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (19 enero 2001), p. 12.
[36] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada
Mundial de la Paz 1990, 15: AAS 82 (1990), 156.
[37] Catecismo de la Iglesia Católica, 357.
[38] Cf. Angelus (16 noviembre 1980):
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (23 noviembre 1980), p.
9.
[39] Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio
del ministerio petrino (24 abril 2005): AAS 97 (2005), 711.
[40] Cf. Legenda maior, VIII, 1: FF 1134.
[41] Catecismo de la Iglesia Católica, 2416.
[42] Conferencia Episcopal Alemana, Zukunft der
Schöpfung – Zukunft der Menschheit. Erklärung der Deutschen
Bischofskonferenz zu Fragen der Umwelt und der Energieversorgung (1980), II,
2.
[43] Catecismo de la Iglesia Católica, 339.
[44] Hom. in Hexaemeron, 1, 2, 10: PG 29, 9.
[45] Divina Comedia. Paraíso, Canto XXXIII, 145.
[46] Benedicto XVI, Catequesis (9 noviembre
2005), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (11 noviembre
2005), p. 20.
[47] Id., Carta enc. Caritas in veritate (29
junio 2009), 51: AAS 101 (2009), 687.
[48] Juan Pablo II, Catequesis (24 abril 1991),
6: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (26 abril 1991), p.
6.
[49] El Catecismo explica que Dios quiso crear un
mundo en camino hacia su perfección última y que esto implica la presencia
de la imperfección ydel mal físico; cf. Catecismo de la Iglesia Católica,
310.
[50] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past.
Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 36.
[51] Tomás de Aquino, Summa Theologiae I, q. 104,
art. 1, ad 4.
[52] Id., In octo libros Physicorum Aristotelis
expositio, lib. II, lectio 14.
[53] En esta perspectiva se sitúa la aportación
del P. Teilhard de Chardin; cf. Pablo VI, Discurso en un establecimiento
químico-farmacéutico (24 febrero 1966): Insegnamenti 4 (1966), 992-993; Juan
Pablo II, Carta al reverendo P. George V. Coyne (1 junio 1988): Insegnamenti
5/2 (2009), 60; Benedicto XVI, Homilía para la celebración de las Vísperas
en Aosta (24 julio 2009): L’Osservatore romano, ed. semanal en lengua
española (31 julio 2009), p. 3s.
[54] Juan Pablo II, Catequesis (30 enero 2002),
6: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (1 febrero 2002), p.
12.
[55] Conferencia de los Obispos Católicos de
Canadá. Comisión para los Asuntos Sociales, Carta pastoral You love all that
exists... all things are yours, God, Lover of Life (4 octubre 2003), 1.
[56] Conferencia de los Obispos Católicos de
Japón, Reverence for Life. A Message for the Twenty-First Century (1 enero
2001), n. 89.
[57] Juan Pablo II, Catequesis (26 enero 2000),
5: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (28 enero 2000), p.
3.
[58] Id., Catequesis (2 agosto 2000), 3:
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (4 agosto 2000), p. 8.
[59] Paul Ricoeur, Philosophie de la volonté II.
Finitude et culpabilité, Paris 2009, 2016 (ed. esp.: Finitud y culpabilidad,
Madrid 1967, 249).
[60] Summa Theologiae I, q. 47, art. 1.
[61] Ibíd.
[62] Cf. ibíd., art. 2, ad 1; art. 3.
[63]Catecismo de la Iglesia Católica, 340.
[64] Cántico de las criaturas: FF 263.
[65] Cf. Conferencia Nacional de los Obispos de
Brasil, A Igreja e a questão ecológica (1992), 53-54.
[66] Ibíd., 61.
[67] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 215: AAS 105 (2013), 1109.
[68] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 14: AAS 101 (2009), 650.
[69] Catecismo de la Iglesia Católica, 2418.
[70] Conferencia del Episcopado Dominicano, Carta
pastoral Sobre la relación del hombre con la naturaleza (21 enero1987).
[71] Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens
(14 septiembre 1981), 19: AAS 73 (1981), 626.
[72] Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991),
31: AAS 83 (1991), 831.
[73] Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30
diciembre 1987), 33: AAS 80 (1988), 557.
[74] Discurso a los indígenas y campesinos de
México, Cuilapán (29 enero 1979), 6: AAS 71 (1979), 209.
[75] Homilía durante la Misa celebrada para los
agricultores en Recife, Brasil (7 julio 1980), 4: AAS 72 (1980), 926.
[76] Cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la
Paz 1990, 8: AAS 82 (1990), 152.
[77] Conferencia Episcopal Paraguaya, Carta
pastoral El campesino paraguayo y la tierra (12 junio 1983), 2, 4, d.
[78] Conferencia Episcopal de Nueva Zelanda,
Statement on Environmental Issues, Wellington (1 septiembre 2006).
[79] Carta enc. Laborem exercens (14 septiembre
1981), 27: AAS 73 (1981), 645.
[80] Por eso san Justino podía hablar de
«semillas del Verbo» en el mundo; cf. II Apología 8, 1-2; 13, 3-6: PG 6,
457-458; 467.
[81] Juan Pablo II, Discurso a los representantes
de la ciencia, de la cultura y de los altos estudios en la Universidad de
las Naciones Unidas, Hiroshima (25 febrero 1981), 3: AAS 73 (1981), 422.
[82] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 69: AAS 101 (2009), 702.
[83] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit,
Würzburg 19659, 87 (ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, Madrid 1958,
111-112).
[84] Ibíd. (ed. esp.: 112).
[85] Ibíd., 87-88 (ed. esp.: 112).
[86] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia, 462.
[87] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, 63s
(ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, 83-84).
[88] Ibíd., 64 (ed. esp.: 84).
[89] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 35: AAS 101 (2009), 671.
[90] Ibíd., 22: p. 657.
[91] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 231: AAS 105 (2013), 1114.
[92] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, 63
(ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, 83).
[93] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus
(1 mayo 1991), 38: AAS 83 (1991), 841.
[94] Cf. Declaración Love for Creation. An Asian
Response to the Ecological Crisis, Coloquio promovido por la Federación de
las Conferencias Episcopales de Asia (Tagaytay 31 enero – 5 febrero 1993),
3.3.2.
[95] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus
(1 mayo 1991), 37: AAS 83 (1991), 840.
[96] Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada
Mundial de la Paz 2010, 2: AAS 102 (2010), 41.
[97] Id., Carta enc. Caritas in veritate (29
junio 2009), 28: AAS 101 (2009), 663.
[98] Cf. Vicente de Lerins, Commonitorium primum,
cap. 23: PL 50, 668 : « Ut annis scilicet consolidetur, dilatetur tempore,
sublimetur aetate ».
[99] N. 80: AAS 105 (2013), 1053.
[100] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium
et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 63.
[101]Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus
annus (1 mayo 1991), 37: AAS 83 (1991), 840.
[102] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio
(26 marzo 1967), 34: AAS 59 (1967), 274.
[103]Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 32: AAS 101 (2009), 666.
[104] Ibíd.
[105] Ibíd.101.
[106] Catecismo de la Iglesia Católica, 2417.
[107] Ibíd., 2418.
[108] Ibíd., 2415.
[109] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz
1990, 6: AAS 82 (1990), 150.
[110] Discurso a la Pontificia Academia de las
Ciencias (3 octubre 1981), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (8 noviembre 1981), p. 7.
[111] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz
1990, 7: AAS 82 (1990), 151.
[112] Juan Pablo II, Discurso a la 35 Asamblea
General de la Asociación Médica Mundial (29 octubre 1983), 6: AAS 76 (1984),
394.
[113] Comisión Episcopal de Pastoral social de
Argentina, Una tierra para todos (junio 2005), 19.
[114] Declaración de Río sobre el medio ambiente
y el desarrollo (14 junio 1992), Principio 4.
[115] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 237: AAS 105 (2013), 1116.
[116] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 51: AAS 101 (2009), 687.
[117] Algunos autores han mostrado los valores
que suelen vivirse, por ejemplo, en las « villas », chabolas o favelas de
América Latina: cf. Juan Carlos Scannone, S.J., «La irrupción del pobre y la
lógica de la gratuidad», en Juan Carlos Scannone y Marcelo Perine (eds.),
Irrupción del pobre y quehacer filosófico. Hacia una nueva racionalidad,
Buenos Aires 1993, 225-230.
[118] Consejo Pontificio Justicia y Paz,
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 482.
[119] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 210: AAS 105 (2013), 1107.
[120] Discurso al Deutscher Bundestag, Berlín (22
septiembre 2011): AAS 103 (2011), 668.
[121] Catequesis (15 abril 2015): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (17 abril 2015), p. 2.
[122] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium
et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 26.
[123] Cf. n. 186-201: AAS 105 (2013), 1098-1105.
[124] Conferencia Episcopal Portuguesa, Carta
pastoral Responsabilidade solidária pelo bem comum (15 septiembre 2003), 20.
[125] Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada
Mundial de la Paz 2010, 8: AAS 102 (2010), 45.
[126] Declaración de Río sobre el medio ambiente
y el desarrollo (14 junio 1992), Principio 1.
[127] Conferencia Episcopal Boliviana, Carta
pastoral sobre medio ambiente y desarrollo humano en Bolivia El universo,
don de Dios para la vida (2012), 86.
[128] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Energía,
justicia y paz, IV, 1, Ciudad del Vaticano 2013, 57.
[129] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 67: AAS 101 (2009), 700.
[130] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 222: AAS 105 (2013), 1111.
[131] Consejo Pontificio Justicia y Paz,
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 469.
[132] Declaración de Río sobre el medio ambiente
y el desarrollo (14 junio 1992), Principio 15.
[133] Cf. Conferencia del Episcopado Mexicano.
Comisión Episcopal para la Pastoral Social, Jesucristo, vida y esperanza de
los indígenas y campesinos (14 enero 2008).
[134] Consejo Pontificio Justicia y Paz,
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 470.
[135] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz
2010, 9: AAS 102 (2010), 46.
[136] Ibíd.
[137] Ibíd., 5: p. 43.
[138] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 50: AAS 101 (2009), 686.
[139] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 209: AAS 105 (2013), 1107.
[140] Ibíd., 228: p. 1113.
[141] Cf. Carta enc. Lumen fidei (29 junio 2013),
34: AAS 105 (2013), 577: «La luz de la fe, unida a la verdad del amor, no es
ajena al mundo material, porque el amor se vive siempre en cuerpo y alma; la
luz de la fe es una luz encarnada, que procede de la vida luminosa de Jesús.
Ilumina incluso la materia, confía en su ordenamiento, sabe que en ella se
abre un camino de armonía y de comprensión cada vez más amplio. La mirada de
la ciencia se beneficia así de la fe: esta invita al científico a estar
abierto a la realidad, en toda su riqueza inagotable. La fe despierta el
sentido crítico, en cuanto que no permite que la investigación se conforme
con sus fórmulas y la ayuda a darse cuenta de que la naturaleza no se reduce
a ellas. Invitando a maravillarse ante el misterio de la creación, la fe
ensancha los horizontes de la razón para iluminar mejor el mundo que se
presenta a los estudios de la ciencia».
[142] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 256: AAS 105 (2013), 1123.
[143] Ibíd., 231: p. 1114.
[144] Das Ende der Neuzeit, Würzburg 19659, 66-67
(ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, Madrid 1958, 87).
[145] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada
Mundial de la Paz 1990, 1: AAS 82 (1990), 147.
[146] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 66: AAS 101 (2009), 699.
[147] Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la
Paz 2010, 11: AAS 102 (2010), 48.
[148] Carta de la Tierra, La Haya (29 junio
2000).
[149] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus
(1 mayo 1991), 39: AAS 83 (1991), 842.
[150] Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la
Paz 1990, 14: AAS 82 (1990), 155.
[151] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 261: AAS 105 (2013), 1124.
[152] Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio
del ministerio petrino (24 abril 2005): AAS 97 (2005), 710.
[153] Conferencia de los Obispos católicos de
Australia, A New Earth – The Environmental Challenge (2002).
[154] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, 72
(ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, 93).
[155] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 71: AAS 105 (2013), 1050.
[156] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 2: AAS 101 (2009), 642.
[157] Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial
de la Paz 1977: AAS 68 (1976), 709.
[158] Consejo Pontificio Justicia y Paz,
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 582.
[159] Un maestro espiritual, Ali Al-Kawwas, desde
su propia experiencia, también destacaba la necesidad de no separar
demasiado las criaturas del mundo de la experiencia de Dios en el interior.
Decía: «No hace falta criticar prejuiciosamente a los que buscan el éxtasis
en la música o en la poesía. Hay un secreto sutil en cada uno de los
movimientos y sonidos de este mundo. Los iniciados llegan a captar lo que
dicen el viento que sopla, los árboles que se doblan, el agua que corre, las
moscas que zumban, las puertas que crujen, el canto de los pájaros, el
sonido de las cuerdas o las flautas, el suspiro de los enfermos, el gemido
de los afligidos…» (Eva De Vitray-Meyerovitch [ed.], Anthologie du soufisme,
Paris 1978, 200).
[160] In II Sent., 23, 2, 3.
[161] Cántico espiritual, XIV-XV, 5.
[162] Ibíd.
[163] Ibíd., XIV-XV, 6-7.
[164] Juan Pablo II, Carta ap. Orientale lumen (2
mayo 1995), 11: AAS 87 (1995), 757.
[165] Ibíd.
[166] Id., Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17
abril 2003), 8: AAS 95 (2003), 438.
[167] Benedicto XVI, Homilía en la Misa del
Corpus Christi (15 junio 2006): AAS 98 (2006), 513.
[168] Catecismo de la Iglesia Católica, 2175.
[169]Juan Pablo II, Catequesis (2 agosto 2000),
4: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (4 agosto 2000), p.
8.
[170] Quaest. disp. de Myst. Trinitatis, 1, 2,
concl.
[171] Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae I, q.
11, art. 3; q. 21, art. 1, ad 3; q. 47, art. 3.
[172] Basilio Magno, Hom. in Hexaemeron, 1, 2, 6:
PG 29, 8.