Papa Francisco: Encuentro interreligioso
El Papa participa en un encuentro interreligioso e invita a decir ‘no’ a
todo intento uniformante y ‘sí’ a una diferencia aceptada y reconciliada
Ciudad del Vaticano, 25 de septiembre de 2015 (ZENIT.org)
Publicamos a continuación el discurso que el Santo Padre ha pronunciado en
el encuentro interreligioso que se ha celebrado en el Memorial de la Zona
Cero en Nueva York.
Queridos amigos:
Distintos sentimientos, emociones, me genera estar en la Zona Cero donde
miles de vidas
fueron arrebatadas en un acto insensato de destrucción. Aquí el dolor es
palpable. El agua que vemos correr hacia ese centro vacío nos recuerda todas
esas vidas que se fueron bajo el poder de aquellos que creen que la
destrucción es la única forma de solucionar los conflictos. Es el grito
silencioso de quienes sufrieron en su carne la lógica de la violencia, del
odio, de la revancha. Una lógica que lo único que puede producir es dolor,
sufrimiento, destrucción, lágrimas. El agua cayendo es símbolo también de
nuestras lágrimas. Lágrimas por las destrucciones de ayer, que se unen a
tantas destrucciones de hoy. Este es un lugar donde lloramos, lloramos el
dolor que genera sentir la impotencia frente a la injusticia, frente al
fratricidio, frente a la incapacidad de solucionar nuestras diferencias
dialogando. En este lugar lloramos la pérdida injusta y gratuita de
inocentes por no poder encontrar soluciones en pos del bien común. Es agua
que nos recuerda el llanto de ayer y el llanto de hoy.
Hace unos minutos encontré a algunas de las familias de los primeros
socorristas caídos en servicio. En el encuentro pude constatar una vez más
cómo la destrucción nunca es impersonal, abstracta o de cosas; sino, por
sobre todo, tiene rostro e historia, es concreta, posee nombres. En los
familiares, se puede ver el rostro del dolor, un dolor que nos deja atónitos
y grita al cielo. Pero a su vez, ellos me han sabido mostrar la otra cara de
este atentado, la otra cara de su dolor: la potencia del amor y del
recuerdo. Un recuerdo que no nos deja vacíos. El nombre de tantos seres
queridos están escritos aquí en lo que eran las bases de las torres, así los
podemos ver, tocar y nunca olvidar.
Aquí, en medio del dolor lacerante, podemos palpar la capacidad de bondad
heroica de la que es capaz también el ser humano, la fuerza oculta a la que
siempre debemos apelar. En el momento de mayor dolor, sufrimiento, ustedes
fueron testigos de los mayores actos de entrega y ayuda. Manos tendidas,
vidas entregadas. En una metrópoli que puede parecer impersonal, anónima, de
grandes soledades, fueron capaces de mostrar la potente solidaridad de la
mutua ayuda, del amor y del sacrificio personal. En ese momento no era una
cuestión de sangre, de origen, de barrio, de religión o de opción política;
era cuestión de solidaridad, de emergencia, de hermandad. Era cuestión de
humanidad. Los bomberos de Nueva York entraron en las torres que se estaban
cayendo sin prestar tanta atención a la propia vida. Muchos cayeron en
servicio y en su sacrificio permitieron la vida de tantos otros.
Este lugar de muerte se transforma también en un lugar de vida, de vidas
salvadas, un canto que nos lleva a afirmar que la vida siempre está
destinada a triunfar sobre los profetas de la destrucción, sobre la muerte,
que el bien siempre despertará sobre el mal, que la reconciliación y la
unidad vencerá sobre el odio y la división.
Me llena de esperanza, en este lugar de dolor y de recuerdo, la oportunidad
de asociarme a los líderes que representan las muchas tradiciones religiosas
que enriquecen la vida de esta gran ciudad. Espero que nuestra presencia
aquí sea un signo potente de nuestras ganas de compartir y reafirmar el
deseo de ser fuerzas de reconciliación, fuerzas de paz y justicia en esta
comunidad y a lo largo y ancho de nuestro mundo. En las diferencias, en las
discrepancias, es posible vivir en un mundo de paz. Frente a todo intento
uniformizador es posible y necesario reunirnos desde las diferentes lenguas,
culturas, religiones y alzar la voz a todo lo que quiera impedirlo. Juntos
hoy somos invitados a decir «no» a todo intento uniformante y «sí» a una
diferencia aceptada y reconciliada.
Para eso necesitamos desterrar de nosotros sentimientos de odio, de
venganza, de rencor. Y sabemos que eso solo es posible como un don del
cielo. Aquí, en este lugar de la memoria, cada uno a su manera, pero juntos,
les propongo hacer un momento de silencio y oración. Pidamos al cielo el don
de empeñarnos por la causa de la paz. Paz en nuestras casas, en nuestras
familias, en nuestras escuelas, en nuestras comunidades. Paz en esos lugares
donde la guerra parece no tener fin. Paz en esos rostros que lo único que
han conocido ha sido el dolor. Paz en este mundo vasto que Dios nos lo ha
dado como casa de todos y para todos. Tan solo, PAZ.
Así, la vida de nuestros seres queridos no será una vida que quedará en el
olvido, sino que se hará presente cada vez que luchemos por ser profetas de
construcción, profetas de reconciliación, profetas de paz.