El año 2000 es un
gran hito espiritual y supone un reto cívico importante. Para los cristianos,
este año representa la llegada del Gran Jubileo, marcando el 2000 aniversario
del nacimiento de Jesucristo. Para los ciudadanos estadounidenses, en este año
se efectuará la elección de aquellos que conducirán nuestro gobierno en un
nuevo siglo y un nuevo milenio.
Para los católicos estadounidenses, estos dos acontecimientos traen consigo
responsabilidades y oportunidades especiales. Este es un momento para
reconciliar las enseñanzas del Evangelio y las oportunidades de nuestra
democracia para configurar una sociedad más respetuosa hacia la vida y la
dignidad humana y más comprometida al logro de la justicia y paz.1
Nuestra nación ha
sido bendecida con una gran dosis de libertad, vibrantes tradiciones
democráticas, fuerzas económicas sin precedentes, abundantes recursos naturales
y gente generosa y religiosa a la vez. Sin embargo, no todo es perfecto en
nuestra nación. Nuestra prosperidad no se extiende todo lo que debiera. Nuestra
cultura no nos inspira lo suficiente; al contrario, quizás nos desalienta en
términos morales. Este mundo nuevo que está en nuestras manos es todavía
demasiado peligroso, provocando la llamada "limpieza étnica" y la
incapacidad de hacer frente al hambre y al genocidio. Distamos mucho de la
promesa estadounidense de "libertad y justicia para todos", nuestra
declaración de defender los derechos inalienables de la persona humana:
"la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad".
Signos de los retos que nos rodean:
·
1.4 millones de niños, cada año, son
aniquilados antes de nacer. En muchas ciudades, una mayoría de nuestros niños
nunca llegan a ver el día de su nacimiento.
·
Cuánto más joven eres, más
probabilidades tienes de ser pobre. Una cuarta parte de nuestros preescolares
están creciendo en la pobreza.
·
Observamos con horror cómo algunas
escuelas se han convertido casi en zonas de guerra. Un número demasiado elevado
de nuestros jóvenes ha perdido su trayectoria moral, su sentido de pertenencia
e incluso, su deseo de vivir. Más y más, están encontrando el espíritu
comunitario en pandillas y grupos, en vez de en la familia y en la fe.
·
El odio y la intolerancia persiguen a
nuestra nación y convierten la diversidad que debiéramos celebrar en una fuente
constante de división, fanatismo, racismo y conflicto.
·
Una economía poderosa empuja nuestra
nación hacia adelante pero ensancha el abismo entre ricos y pobres y no sólo en
nuestra nación sino en el mundo entero. Algunos estadounidenses están avanzando
a pasos agigantados pero un número demasiado elevado se está quedando atrás.
·
Muchas familias deben hacer frente a
serios desafíos. Millones no disponen del cuidado médico básico, muchos no
pueden costear una vivienda y, en áreas rurales, muchos granjeros están
perdiendo su manera de vivir.
·
El escándalo, el sensacionalismo y la
intensa batalla partidista contribuyen al deterioro de la vida pública. Muchos
de nuestros líderes parecen más interesados en conseguir contribuciones para
sus campañas electorales que en lograr el bien común.
·
La violencia nos rodea. Guerras,
limpieza étnica, persecución religiosa, otros abusos de los derechos humanos,
pobreza, deudas y hambre destrozan las vidas y la dignidad de cientos de miles
de personas cada año.
El milenio próximo
requiere que asumamos una nueva política, más centrada en los principios
morales que en los últimos sondeos, más en las necesidades de los más pobres y
desamparados que en las contribuciones de los ricos y poderosos, más en la
consecución del bien común que en las exigencias de intereses especiales. Como
católicos y como votantes, éste no es un momento fácil para una ciudadanía
responsable. Con esto queremos decir que más que personas que participan
regularmente en la vida pública, los católicos votantes somos discípulos que
vemos estas responsabilidades con los ojos de la fe y aplicamos nuestras
convicciones morales a nuestros quehaceres cívicos y a nuestras opciones. En
algunas ocasiones da la impresión que hay pocos candidatos, y ningún partido,
que plenamente representen nuestros valores. Sin embargo no es ahora el momento
de retirarse. El nuevo milenio debe ser la oportunidad para una participación
renovada. Debemos presionar a todos los partidos y a cada candidato a que
defiendan la vida y la dignidad humana, a que intenten un logro mayor de
justicia y paz, a que den apoyo a la familia y a que se avance en el bien común
Deseamos que la campaña y las elecciones del año 2000 se conviertan en puntos
decisivos en nuestra democracia, atrayendo más participación y menos cinismo,
más diálogo serio sobre los temas importantes y menos posturas partidistas y
ataques en la publicidad electoral. Entremos en el nuevo siglo con un
compromiso renovado para activar la ciudadanía y aumentar la participación
democrática.
La política es mucho
más que nuestras cuentas corrientes o intereses económicos. Católicos, otros
creyentes, y mujeres y hombres de buena voluntad se preguntan a sí mismos y a
los que nos van a gobernar:
1. ¿Cómo vamos a proteger a los más débiles de entre nosotros –los
niños inocentes todavía por nacer?
2. ¿Cómo vamos a remediar la evidencia vergonzosa de que una cuarta
parte de nuestros preescolares están viviendo en la pobreza en la nación más
rica de la tierra?
3. ¿Cómo vamos a afrontar la tragedia de los 35,000 niños que mueren
cada día a consecuencia del hambre, la deuda y la falta de desarrollo en el
mundo?
4. ¿Cómo puede nuestra nación ayudar a los padres a educar a sus hijos
con respeto por la vida, con valores morales sólidos, con un sentido de
esperanza y con una ética de administración y responsabilidad?
5. ¿Cómo puede la sociedad respaldar mejor a las familias en sus
funciones morales y responsabilidades ofreciéndoles posibilidades reales y
recursos financieros para obtener una educación de calidad y una vivienda
decente?
6. ¿Cómo subsanaremos el creciente número de familias e individuos
carentes de un asequible y accesible sistema de cuidado médico?
7. ¿Cómo va nuestra sociedad a combatir, de la mejor manera, la
continuidad del prejuicio, el partidismo y la discriminación, a superar la
hostilidad hacia los emigrantes y refugiados, y a aliviar las heridas del
racismo, la intolerancia religiosa y otras formas de discriminación?
8. ¿ Cómo va nuestra nación a hacer realidad el logro de los valores de
justicia y paz en un mundo donde la injusticia es común, la destitución está
generalizada y la paz se ve a menudo alterada por guerras y violencia?
9. ¿ Cuáles son las responsabilidades y limitaciones de las familias,
de las organizaciones de voluntarios, de los mercados bursátiles y del
gobierno? ¿Cómo pueden estos elementos de la sociedad trabajar conjuntamente
para acabar con la pobreza, conseguir el bien común, cuidar de la creación y
superar la injusticia?
10. ¿Cómo
va nuestra nación a oponer resistencia a lo que nuestro Papa Juan Pablo II
llama una creciente "cultura de muerte"? ¿Por qué da la impresión que
nuestra nación recurre a la violencia para solucionar algunos de los problemas
más difíciles –el aborto para embarazos difíciles, la pena de muerte para
combatir el crimen, la eutanasia y el suicidio asistido para hacer frente a las
inconveniencias de la edad y la enfermedad?
Creemos que cada
candidato, programa y plataforma política debieran ser sopesados según cómo
afectan a la persona humana; si exaltan o no la vida humana, la dignidad y los
derechos humanos; y cómo promueven el bien común.
Una de nuestras
mayores ventajas en los Estados Unidos es nuestro derecho y responsabilidad a
participar en la vida cívica. La Constitución protege el derecho de los
individuos y de las entidades religiosas a expresarse sin interferencia
gubernamental, inhabilitación o sanción. Cada vez más es aparente que los
asuntos públicos de mayor trascendencia tienen claras dimensiones morales y que
los valores religiosos tienen consecuencias públicas de gran significado.
Nuestra nación se enriquece y nuestra tradición pluralista crece cuando grupos
religiosos contribuyen al debate sobre las políticas que rigen la nación.
Como obispos, no es sólo nuestro derecho como ciudadanos sino nuestra
responsabilidad como maestros religiosos dar a conocer las dimensiones morales
de la vida pública. Como miembros de la comunidad católica, entramos en el foro
público para obrar de acuerdo con nuestras convicciones morales, poner nuestra
experiencia al servicio de los pobres y desamparados, y aportar nuestros
valores al diálogo sobre el futuro de nuestra nación. Los católicos son
llamados a ser una comunidad de conciencia dentro de la sociedad en general y
poner a prueba la vida pública con la sabiduría moral anclada firmemente en la
Sagrada Escritura y consistente con los mejores ideales que fundamentan nuestra
nación. Nuestro marco moral no corresponde fácilmente a las categorías de
derecha o izquierda, demócratas o republicanos. Nuestra responsabilidad es
analizar cada partido y plataforma según cómo sus programas afectan a la vida y
a la dignidad humana.
Jesús nos pidió que amáramos a nuestro prójimo dando de comer al hambriento,
vistiendo al desnudo, cuidando a los enfermos y afligidos y confortando a las
víctimas de la injusticia.2 El ejemplo de nuestro Señor y sus
palabras reclaman una vida de caridad por parte de cada uno de nosotros.
Todavía más, implican acción a escala más amplia en defensa de la vida, la
consecución de la paz, el apoyo al bien común y en oposición a la pobreza, el
hambre y la injusticia. Dicha acción implica a las instituciones y estructuras
de la sociedad, la economía y la política. Como el Papa Juan Pablo II escribió
en su reciente exhortación al pueblo americano asentado en este hemisferio:
Por ello,
convertirse al Evangelio para el Pueblo cristiano que vive en América,
significa revisar "todos los ambientes y dimensiones de su vida,
especialmente todo lo que pertenece al orden social y a la obtención del bien
común". De modo particular convendrá "atender a la creciente
conciencia social de la dignidad de cada persona y, por ello, hay que fomentar
en la comunidad la solicitud por la obligación de participar en la acción
política según el Evangelio".3
Para los católicos,
la virtud pública es tan importante como la privada en la reconstrucción del
bien común. En la tradición católica, la ciudadanía responsable es una virtud;
la participación en el proceso político es una obligación moral. Todo creyente
está llamado a formar parte de una ciudadanía responsable, a ser un
participante informado, activo y serio en el proceso político. Como dijimos
hace un año: "Animamos a todos los ciudadanos, especialmente a los
católicos, que consideren su ciudadanía no sólo como un deber y un privilegio,
sino como una oportunidad para participar [más plenamente] con gran sentido en
la edificación de la cultura de la vida. Todas las voces cuentan en el foro
público. Todos los votos cuentan. Todos los actos de ciudadanía responsable son
un ejercicio de gran valor individual".4
Nuestra comunidad de
fe aporta tres valores fundamentales a estos retos.
Un marco moral consistente
La Palabra de Dios y las enseñanzas de la Iglesia nos dan una especial visión
del mundo. Las Escrituras nos llaman a "escoger la vida", a servir a
"los más pequeños", a tener "hambre y sed" de justicia y a
ser "artesanos de la "paz". Jesús nos llamó a ser
"levadura" de la sociedad, la "sal de la tierra... [y] la luz
del mundo".5
La enseñanza católica ofrece un consistente conjunto de principios morales para
evaluar cuestiones, plataformas y campañas. Debido a nuestra fe en Jesucristo,
empezamos con la dignidad de la persona humana. Nuestra enseñanza nos incita a
proteger la vida humana desde la concepción hasta el momento de la muerte
natural, a defender al pobre y al desamparado, y a trabajar a favor de una
sociedad más justa y un mundo con más paz. Como católicos, no tenemos la
libertad para deshacernos de niños que están por nacer simplemente porque se los
considera no queridos o un estorbo; para dar la espalda al emigrante por su
falta de documentos legales; para alejarnos de las mujeres y niños pobres por
su carencia de poder político o económico. Así como tampoco podemos descuidar
nuestras responsabilidades internacionales por el mero hecho de que la Guerra
Fría ya ha acabado. Para nosotros, las obligaciones de ciudadanía emanan de los
principios del Evangelio y de las enseñanzas de la Iglesia. Ni las encuestas de
opinión ni los grupos de presión pueden apartarnos de nuestra responsabilidad
de hablar por aquellos que no tienen voz, de actuar de acuerdo con nuestras
convicciones morales.
Experiencia diaria
Nuestra comunidad también ofrece una vasta experiencia de servicio a los
necesitados. La comunidad católica educa a los jóvenes, está al cuidado de
los enfermos, da refugio a los que no tienen vivienda, da de comer al
hambriento, ofrece asistencia a las familias necesitadas, acoge a los
refugiados y presta atención y servicio a los ancianos.6 En defensa
de la vida, nos acercamos a los niños, a los enfermos y a los ancianos que
necesitan ayuda, apoyamos a las mujeres con embarazos difíciles y asistimos a
aquellas afectadas por el trauma del aborto y la violencia doméstica. En muchos
asuntos, hablamos por aquellos que no tienen voz; poseemos la habilidad
práctica y la experiencia diaria para aportar enriquecimiento al debate
público.
Una comunidad de ciudadanos
La comunidad católica es amplia y diversa. Somos republicanos,
demócratas e independientes. Formamos parte de todas las razas, nuestras raíces
étnicas son innumerables y vivimos en comunidades urbanas, rurales y de zonas
suburbanas. Somos presidentes de empresas y trabajadores emigrantes en granjas,
senadores y personas que viven de la hacienda pública, propietarios de negocios
y miembros de sindicatos. Pero a todos se nos solicita un compromiso común para
proteger la vida humana y defender a aquellos que son pobres y están
desamparados. No podemos mostrarnos indiferentes ni cínicos frente a las obligaciones
como ciudadanos. Como votantes y partidarios, candidatos y contribuyentes,
tenemos la obligación de ser levadura moral para nuestra democracia.7
El papel de la Iglesia
Más allá de las
responsabilidades de cada católico, la Iglesia como institución tiene también
un papel que desempeñar en el orden político. Esto incluye la educación de sus
miembros acerca de la enseñanza social católica, subrayando las dimensiones
morales de la política pública, la participación en debates sobre aquellos
asuntos que afectan al bien común y el dar testimonio del Evangelio a través de
los muchos servicios y organizaciones que ofrece la comunidad católica.
Nuestros esfuerzos en este particular no deben ser mal interpretados. La
participación de la Iglesia en los asuntos públicos no socava sino que
enriquece el proceso político y reafirma el pluralismo genuino. Los líderes de
la Iglesia tienen el derecho y la obligación de compartir las enseñanzas de la
Iglesia y de educar a los católicos sobre las dimensiones morales de la vida
pública para que puedan configurar sus conciencias a la luz de su fe.
Como obispos, no pretendemos la formación de un bloque votante religioso ni
deseamos decir a las personas cómo deben votar, favoreciendo u oponiéndonos a
ciertos candidatos. Nuestro deseo es que los votantes examinen los puntos de
vista de los candidatos en la totalidad de los temas al igual que su
integridad, filosofía y actuación. Estamos convencidos que una ética sólida de
vida debe ser el marco moral a través del cual analicemos el extenso surtido de
cuestiones en el terreno político. Recomendamos encarecidamente a nuestros
conciudadanos a mirar más allá de los políticas partidistas, a analizar con
criterio la retórica electoral y elegir a sus líderes políticos de acorde con
los principios, no sólo por afiliación al partido o por el mero interés propio.8
Las próximas elecciones nos ofrecen la oportunidad magnífica para dar un
testimonio público y efectivo de nuestros principios, experiencia y comunidad.
Esperamos que las parroquias, diócesis, escuelas y otras instituciones
católicas fomenten la participación activa mediante esfuerzos no partidistas
para el registro de votantes y la educación cívica.9 Como católicos
sentimos la necesidad de compartir nuestros valores, alzar nuestras voces y
hacer uso de nuestros votos para configurar una sociedad que proteja la vida
humana, favorezca la vida familiar, trabaje en pro de la justicia social y
practique la solidaridad. Estos esfuerzos fortalecerán nuestra nación y
renovarán nuestra Iglesia.
Temas de la enseñanza social católica
El acercamiento
católico a la ciudadanía responsable empieza con los principios morales, no con
las plataformas de partidos. Las directrices para nuestro testimonio público se
encuentran en la Sagrada Escritura y en la enseñanza social católica. A
continuación se presentan los temas clave con más arraigo en nuestra tradición
social católica.10
Vida y dignidad de la persona humana
Toda persona ha sido creada a imagen y semejanza de Dios. La convicción de que
la vida humana es sagrada y que cada persona posee una dignidad inherente que
debe ser respetada por la sociedad, reposa en el corazón de la enseñanza social
católica. Los llamamientos para que prosperen los derechos humanos se
desvanecen si el mismo derecho a la vida es motivo de ataque. Creemos que toda
vida humana es sagrada desde el momento de su concepción hasta el momento de la
muerte natural; que las personas son más importantes que las cosas; y que el
valor de cada institución consiste en su capacidad para enriquecer o no la vida
y la dignidad de la persona humana.
Llamado a la familia, a la comunidad y a la
participación
La persona humana no sólo es sagrada sino, también, inherentemente social. Las
instituciones establecidas por Dios del matrimonio y la familia son
fundamentales y son la base de la vida social. Deben ser favorecidas y
fortalecidas, no socavadas. Aparte de la familia, cada persona tiene derecho a
participar en la sociedad en general y al mismo tiempo le corresponde el deber
de trabajar para el avance del bien común y del bienestar de todos,
especialmente de los pobres y necesitados.
Derechos y deberes
Como seres sociales, nuestras relaciones están regidas por una red de derechos
con sus deberes correspondientes. Cada persona tiene el derecho fundamental a
la vida y un derecho a obtener las cosas que le permitan hacerlo decentemente
–fe y familia, comida y ropa, cuidado médico y vivienda, educación y empleo. En
la sociedad, en su conjunto, aquellos que ejercen la autoridad tienen la
obligación de respetar los derechos humanos fundamentales de todas las
personas. Asimismo, todos los ciudadanos tienen la obligación de respetar los
derechos humanos y de llevar a cabo sus responsabilidades hacia sus familias,
el prójimo y la sociedad en general.
Alternativas para el pobre y el desamparado
La Escritura nos enseña que Dios tiene predilección por los pobres y
desamparados.11 Los profetas denunciaron la injusticia hacia el
pobre como una falta de fidelidad al Dios de Israel.12 Jesús que se
identificó a sí mismo con los más pequeños,13 vino a proclamar la
buena nueva a los pobres y nos dijo: "Dale al que te pida algo, y no le
vuelvas la espalda al que te solicite algo prestado".14 La
Iglesia nos pide a todos que asumamos este amor preferencial por los pobres y
los desamparados, que lo hagamos patente en nuestras vidas y trabajemos para
que configure las prioridades y la política pública.
Dignidad del trabajo y los derechos de los
trabajadores
La economía debe estar al servicio del pueblo, no al contrario. El trabajo es
más que una manera de ganarse la vida; es una forma continuada de participación
en el acto de la creación de Dios. El trabajo es un modo de satisfacer parte de
nuestro potencial humano que Dios nos ha dado. Si la dignidad del trabajo ha de
protegerse, lógicamente los derechos básicos de los trabajadores, propietarios
y gerentes deben ser respetados –el derecho al trabajo productivo, a unos
salarios decentes y justos, a organizar sindicatos y la pertenencia a ellos, a
la iniciativa económica, y a ser dueños de una propiedad privada.
Solidaridad
Debido a la interdependencia de todos los miembros de la familia humana en el
mundo entero, tenemos la responsabilidad moral de comprometernos al logro del
bien común a todos los niveles: en las comunidades locales, en nuestra nación y
en la comunidad de naciones. Somos los guardianes de nuestros hermanos y
hermanas, dondequiera que se encuentren. Como el Papa Juan Pablo II dijo:
"Todos somos verdaderamente responsables de todos".15
Velar por la creación de Dios
El mundo que Dios ha creado nos ha sido confiado, el uso que hagamos de él debe
ser fiel al plan de Dios cuando lo creó y no simplemente para nuestro
beneficio. Nuestra administración de la tierra es una forma de participación en
el acto de Dios de crear y sustentar el mundo. En el uso que hagamos de la
creación, debemos considerar el bienestar de los otros, no sólo en el mundo
entero sino teniendo presente las generaciones futuras y guiarnos por un
respeto a la valía y belleza intrínsecas de todas las criaturas de Dios.
Nos gustaría sugerir
algunos temas que consideramos esenciales al debate nacional durante el año
2000 y los que le siguen. Estos no conciernen sólo a los católicos; en cada
caso, formamos una unión con otros para abogar por estos asuntos. Estos breves
resúmenes no pretenden indicar en profundidad los detalles de las posturas que
tomamos en declaraciones anteriores sobre estos asuntos. Para un análisis más
completo de nuestras posiciones en éstos y otros asuntos relacionados con
ellos, recomendamos al lector estudiar los documentos que se detallan al final
de nuestra declaración.
Protección de la vida humana
La vida humana es un don de Dios, sagrado e inviolable. Esta es la enseñanza
que nos conmueve a proteger y respetar toda vida humana desde su concepción
hasta su muerte natural. Debido a que cada persona es creada a imagen y
semejanza de Dios, tenemos la obligación de defender la vida humana en todas
sus etapas y en cualquier condición. Nuestro mundo no carece de amenazas hacia
la vida humana. Observamos con horror la mortífera violencia de las guerras, el
genocidio y la inanición masiva en otras tierras, y niños muriendo por la falta
de un adecuado cuidado médico. No obstante, tal como señalamos en nuestro
informe de 1998, Vivir el Evangelio de Vida: "... el aborto y la
eutanasia se han convertido en amenazas constantes a la dignidad humana porque
atacan directamente a la vida misma, el más fundamental de los bienes humanos y
la condición para todos los demás".16 El aborto, la matanza
deliberada de un ser humano antes de nacer, nunca puede ser aceptable
moralmente. Quitar la vida decididamente mediante el suicido asistido y la
eutanasia no es nunca un acto de misericordia, sino un asalto injustificado de
la vida humana. Al evaluar nuestra obligación de proteger la vida humana: "Debemos
empezar con el compromiso de nunca matar intencionalmente, ni participar en la
matanza de cualquier vida humana inocente, no importa lo defectuosa, mal
formada, minusválida o desesperada que parezca".17
Urgimos a los católicos y a todos a promover leyes y normas sociales que
protejan la vida humana y exalten la dignidad humana hasta el máximo posible.
Las leyes que legitiman el aborto, el suicidio asistido y la eutanasia son
injustas y erróneas. Nosotros estamos a favor de una protección constitucional
a la vida humana que está por nacer, así como de esfuerzos legislativos para
una oposición al aborto y la eutanasia. Buscamos la aprobación de leyes y
programas que promuevan el nacimiento y la adopción frente al aborto, y
ofrezcan asistencia a mujeres embarazadas y a niños; al igual que, apoyen la
ayuda para que aquellos que están enfermos y agonizantes puedan recibir un
efectivo cuidado paliativo. Hacemos un llamado a nuestro gobierno y a los
investigadores médicos para que basen sus decisiones sobre la biotecnología y
la experimentación humana en el respeto por la dignidad y la inviolabilidad
inherentes a la vida humana desde el mismo momento de su concepción.
La Iglesia siempre ha intentado que los conflictos, en y entre naciones, sean
resueltos por medios pacíficos. Las enseñanzas de la Iglesia nos llaman a
evitar y a limitar los efectos de las guerras de muchas diferentes
maneras. Los ataques directos e intencionales contra la población civil en caso
de guerra nunca son moralmente aceptables, ni lo es el uso de armamento para la
destrucción masiva u otras armas que no pueden distinguir entre civiles o
militares.
Guerras, genocidios y hambrunas amenazan la vida de millones de personas en
todo el mundo. Alentamos programas y políticas que favorezcan la paz y el
desarrollo sostenible para los pobres del mundo. Urgimos a nuestra nación a
que suscriba el tratado que prohibe las minas anti-personales y que ratifique
con prontitud el Tratado sobre la Prohibición de las Pruebas Nucleares como un
paso hacia adelante en el recorte más efectivo y la eventual eliminación de las
armas nucleares. Además, urgimos a nuestra nación a tomar medidas serias para
reducir su papel desproporcionado en la vergonzosa venta mundial de
armamentos que aumenta los conflictos violentos en el mundo entero.
La sociedad tiene el derecho y la obligación de defenderse contra el crimen
violento y la obligación de atender a las víctimas del crimen. A pesar de ello,
nuestra creciente confianza en la pena de muerte es extremadamente
preocupante. El respeto por la vida humana debe incluir el respeto por la vida
de aquellos que han quitado la vida de otros. Se ha visto claramente, como el
papa Juan Pablo II ha proclamado, que infligir la pena de muerte es cruel e
innecesario. El antídoto a la violencia es no más violencia. Como parte de
nuestro compromiso de pro-vida, apoyamos las medidas para combatir el crimen
violento siempre que respeten la dignidad de la persona humana, pedimos a
nuestra nación que abandone el uso de la pena capital. El respeto por la
dignidad humana es el primer paso necesario en la construcción de una
civilización de vida y amor.
Promoción de la vida familiar
Dios instituyó la familia como la célula básica de la sociedad humana. En
consecuencia, debemos esforzarnos para que las necesidades y todo lo
concerniente a las familias sean la prioridad nacional por excelencia. El matrimonio
tal como Dios lo concibió, constituye el fundamento primordial de la vida
familiar y necesita ser protegido frente a las muchas presiones que poco a poco
van minándolo. Impuestos, centros de trabajo, divorcio y asistencia social
deberían diseñarse para ayudar a mantener la integridad de la familia y para
valorar las responsabilidades y sacrificios por los niños. Debido a que los
factores financieros y económicos tienen un impacto importante en el bienestar
y la estabilidad de la familia, es preciso que salarios justos sean
pagados a aquellos que mantienen a sus familias y que se hagan los esfuerzos
necesarios para ayudar a las familias pobres.
La educación de los niños es una responsabilidad fundamental de los
padres. Los sistemas educativos pueden favorecer o socavar los esfuerzos de los
padres en la educación y crianza de sus hijos. Ningún modelo o método educativo
se ajusta a las necesidades de todas las personas. Todos los padres –los
primeros y más importantes educadores– deberían tener la oportunidad de
ejercitar su derecho básico a elegir la educación más adecuada a las necesidades
de sus hijos. Especialmente a las familias de recursos modestos no se les
debiera impedir la posibilidad de elección debido a su posición económica.
Donde sea necesario, el gobierno debería ofrecer ayuda proveyendo de los
recursos apropiados para los padres tener la posibilidad de ejercer los
derechos básicos sin discriminación alguna. En defensa de los esfuerzos de los
padres a ejercer sus principios básicos, estamos convencidos que es factible el
logro de un consenso nacional para que los estudiantes, dondequiera que estén,
tengan oportunidades para una formación moral y espiritual que complemente su
desarrollo intelectual y físico.
Los medios de comunicación juegan un papel cada vez más importante en la
sociedad y en la vida familiar. Los principios de nuestra cultura se configuran
y comparten en la prensa escrita y en la radio, televisión e internet. Debemos
mantener un equilibrio entre la libertad de expresión y el interés por el bien
común promoviendo regulaciones que protejan a niños y familias. En años
recientes, la reducida regulación gubernamental ha disminuido los estándares,
abierto la puerta a un aumento del material ofensivo y restringido programas
no-comerciales y religiosos.
No obstante, emisoras de radio y televisión, televisión por cable y satélite
están sujetas a ciertas regulaciones del gobierno. Estamos a favor de una
regulación que limite la concentración de control sobre estos medios de
comunicación; que rechace la venta relámpago de estos medios que atraen a
compradores irresponsables a la búsqueda de rápidos beneficios; y que abra
estos medios a una más amplia variedad de fuentes de programación incluyendo la
programación religiosa. Apoyamos el desarrollo del sistema de televisión de los
índices de audiencia y de la tecnología que permite a los padres supervisar lo
que sus hijos ven.
El internet ha creado beneficios y problemas. Debido a que ofrece una extensa
gama de posibilidades para el aprendizaje y la comunicación, esta tecnología
debería estar al alcance de todos los estudiantes sea cuál fuere su situación
económica. No obstante, como supone un serio peligro por su fácil acceso a
material pornográfico y violento, pedimos encarecidamente la aplicación
rigurosa de las leyes existentes sobre obscenidad y la pornografía infantil,
así como, apoyamos los esfuerzos de la industria del sector a ayudar a los
padres, escuelas y bibliotecas bloqueando el acceso a material indeseable.
Búsqueda de la justicia social
En armonía con el plan de Dios para la sociedad humana, somos llamados a
comprometernos a proteger y promover la vida y dignidad humana de la persona y
a la consecución del bien común de la sociedad en su conjunto. Debemos tener
siempre presente el interés especial que Dios mostró por los pobres y
desamparados y hacer de sus necesidades nuestra prioridad en la vida pública.
Nos inquieta un amplio número de asuntos, incluyendo la prosperidad y justicia
económica, la reforma de la asistencia social, la salud pública, la vivienda,
la política agrícola, la educación y la discriminación.
La enseñanza de la Iglesia sobre la justicia económica hace hincapié en
que las decisiones e instituciones económicas sean contempladas por cómo
salvaguardan o socavan la dignidad de la persona humana. Apoyamos políticas que
crean trabajos con salarios adecuados y condiciones de trabajo favorables, que
aumentan el salario mínimo convirtiéndolo en un salario digno para vivir, y que
rompen las barreras para que las mujeres y las minorías tengan igualdad de
oportunidades de empleo y salario. Reafirmamos la enseñanza tradicional de la
Iglesia en apoyo del derecho de todos los trabajadores a organizarse y
pactar colectivamente y a ejercitar sus derechos sin miedo a represalias.
También afirmamos la enseñanza de la Iglesia en la importancia de la libertad
económica, la iniciativa y el derecho a la propiedad privada que proveen las
herramientas y los recursos necesarios para la consecución del bien común.
Los esfuerzos para cubrir las necesidades económicas imprescindibles de las
familias pobres y sus hijos han de enriquecer su vida y su dignidad. La meta
debe ser reducir la pobreza y la dependencia, no el recorte de recursos
y programas. Buscamos métodos que promuevan una mayor responsabilidad y
ofrezcan puntos concretos para ayudar a las familias a salir de la pobreza. Los
intentos recientes para reformar el sistema de asistencia social se han
centrado en proporcionar trabajo productivo y adiestramiento principalmente en
empleos de bajo salario. Hasta que los nuevos trabajadores encuentren trabajos con
salarios que cubran su nivel de vida, éstos se verán obligados a buscar
otras formas de mantenimiento, incluyendo créditos para sus impuestos, seguro
médico, cuidado de los hijos y vivienda digna y económica.
También nos preocupa la seguridad en los ingresos de los trabajadores de
salario bajo y medio y de sus familias en situaciones de jubilación,
discapacidad o muerte. En muchos casos, las mujeres son las que más desventajas
tienen. Cualquier propuesta para cambiar el sistema de Seguridad Social
debe aportar un ingreso decente y seguro para estos trabajadores y para
aquellos que dependen de ellos.
Un sistema de salud asequible y accesible es una protección esencial de
la vida humana y un derecho fundamental. Cualquier plan de reforma del sistema
sanitario debe basarse en valores que respeten la dignidad humana, protejan la
vida y sean apropiados a las necesidades particulares de los pobres. Abogamos
por un sistema médico que sea económico y accesible a todos. Como parte de
nuestros esfuerzos para conseguir una auténtica reforma sanitaria, estamos a
favor de las medidas para reforzar "Medicare" y "Medicaid"
y del trabajo para incrementar las medidas que extienden la cobertura médica a
niños, mujeres embarazadas, trabajadores, emigrantes y otros grupos vulnerables
de la población. En adición, damos nuestro apoyo a las políticas que ofrecen un
cuidado efectivo y compasivo a aquellos que sufren del SIDA y a aquellos que
están haciendo frente a problemas de adicción.
La falta de una vivienda digna y económica es un problema nacional.
Apoyamos un nuevo compromiso a la promesa nacional de "vivienda digna y
económica" para todos y políticas efectivas que aumenten el abastecimiento
de viviendas de calidad y preserven, mantengan y mejoren las ya existentes.
Promovemos asociaciones entre el sector público y privado y especialmente
aquellas que implican comunidades religiosas. Continuamos oponiéndonos a todo
tipo de discriminación en cuestión de vivienda y apoyamos medidas como el
Decreto de Reinversión en la Comunidad (Community Reinvestment Act) para ayudar
a constatar que las instituciones financieras cubren las necesidades de crédito
de las comunidades locales en donde están ubicadas.
La prioridad esencial de toda política agrícola debiera ser seguridad de
alimentos para todos. Los alimentos no son como cualquier otra artículo: son
necesarios e imprescindibles para la vida misma. Nuestro apoyo a los cupones
para comida (food stamps), los programas para mujeres, infantes y niños (WIC) y
otros programas que directamente benefician a los pobres y personas de bajos
ingresos, se basa en nuestra creencia de que nadie debe pasar hambre en
una tierra de abundancia. Aquellos que producen nuestros alimentos deben poder
vivir decentemente y mantener su forma de vida. Los granjeros merecen una
recompensa justa por su trabajo. Nuestra preocupación prioritaria por los
pobres nos lleva a abogar especialmente por las necesidades de los trabajadores
del campo cuya paga es, con frecuencia, inadecuada y cuya vivienda y
condiciones de trabajo son a menudo deplorables. Muchos trabajadores del campo
están indocumentados y son particularmente vulnerables a la explotación.
Urgimos también, que las políticas públicas favorezcan el ejercicio de una
agricultura sostenible y una administración cuidadosa de la tierra y sus
recursos naturales.
El cuidado de la tierra y el medio ambiente es un "desafío
moral" según palabras del Papa Juan Pablo II.18 Estamos a favor
de las políticas que protegen la tierra, el agua y el aire que compartimos, y
favorecen la protección del medio ambiente y el desarrollo sostenible, y
también lo estamos de una mayor justicia cuando se trata de compartir la
responsabilidad por el descuido y la reconstrucción ambiental.
El mandamiento del Evangelio de amar al prójimo y acoger al extraño lleva a la
Iglesia a atender a los inmigrantes tengan o no los documentos en regla.
Solicitamos protección básica para los inmigrantes, incluyendo los derechos
oportunos en los trámites necesarios, acceso a los beneficios públicos primordiales
y oportunidades justas de naturalización y legalización. Nos oponemos a las
medidas para refrenar la inmigración que no contemplan con efectividad las
causas desde su raíz y permiten la continuación de la injusticia política,
social y económica que la produce.
Todas las personas, por el principio de su dignidad como personas humanas,
tienen el derecho inalienable a recibir una educación de calidad.
Debemos asegurarnos que la gente joven de nuestro país, especialmente los más
pobres y desamparados, estén adecuadamente preparados a ser buenos ciudadanos,
a desarrollar vidas productivas y a ser social y moralmente responsables en el
mundo avanzado tecnológicamente del siglo XXI. Esto requiere un ambiente
organizado, justo, respetuoso y exento de violencia donde se disponga de
recursos profesionales y de material adecuados. Apoyamos las iniciativas que
proveen la base necesaria para educar a los niños sea cuál sea la escuela a la
que van o la condición personal en la que se encuentran. También damos nuestro
apoyo a que se les dé a los profesores y administradores un salario y
beneficios que reflejen los principios de justicia económica y, además, que se
provea a los profesores de los resortes necesarios para estar académica y
personalmente preparados para afrontar los cometidos críticos que se presenten.
Como una cuestión de justicia, creemos que cuando los servicios que han sido
concebidos con la intención de mejorar el medio educativo –especialmente para
aquellos con mayor riesgo– están a disposición de los estudiantes y profesores
de escuelas públicas, también estos servicios deberían estar a disposición de
las escuelas privadas y religiosas.
Nuestras escuelas y nuestra sociedad en general deben afrontar la creciente
"cultura de violencia". La preocupación sobre la violencia,
nos lleva a promover un mayor sentido de la responsabilidad moral, a pedir una
reducción de la violencia en los medios de comunicación, a defender medidas que
recorten el uso de armas de fuego y que restrinjan razonablemente el acceso a
todo tipo de armas de asalto, y a oponernos a la pena de muerte.
Nuestra sociedad debe además combatir la discriminación basada en sexo,
raza, etnia o edad. Dicha discriminación constituye una grave injusticia y una
afrenta a la dignidad humana y debe ser firmemente combatida. Donde los efectos
de una discriminación pasada persisten, la sociedad tiene la obligación de dar
todos los pasos necesarios para reparar y superar el legado de injusticia.
Apoyamos los programas de acción afirmativa siempre que sean administrados con
prudencia y como resortes para paliar y acabar con la discriminación y sus
efectos continuados.
Práctica de la solidaridad global
Puesto que la familia humana se extiende a lo largo y ancho del globo
terrestre, nuestra responsabilidad de promover el bien común requiere que
hagamos todo lo necesario para afrontar los problemas humanos dondequiera que
surjan en el mundo. Como nación extremadamente rica y poderosa, los Estados
Unidos tiene la responsabilidad de ayudar al pobre y desamparado, promover la
prosperidad económica global y del medio ambiente, fomentar las relaciones
estables y pacíficas entre las naciones y salvaguardar los derechos humanos en
la comunidad mundial. En orden a conseguir estas metas, urgimos a los Estados
Unidos a procurar lo siguiente:
·
La cancelación de la deuda para
superar la pobreza en los países más pobres que se ven subyugados por el peso
de una deuda que les fuerza a quitar los escasos recursos de que disponen a la
salud, la educación y otros servicios esenciales.
·
Un papel de liderazgo para ayudar a
aliviar la pobreza mundial mediante programas de ayuda exterior que
promuevan un desarrollo sostenible y provean nuevas oportunidades para los
pobres sin recurrir a la promoción del control de la población, y mediante
políticas de intercambio basadas en la protección de los trabajadores, los
derechos humanos y el interés por el medio ambiente.
·
Una puesta en marcha de más esfuerzos
concertados para asegurar la promoción de la libertad religiosa y otros derechos
humanos básicos como parte integral de la política exterior de los Estados
Unidos.
·
Una ayuda financiera y diplomática más
consistente por parte de las Naciones Unidas y otras entidades
internacionales, y una ley internacional, para que estas instituciones sean
agencias más efectivas, responsables y motivados a resolver los problemas
mundiales.
·
Protección a las personas que huyen de
la persecución y a quienes se les debe ofrecer refugio seguro en otros países,
incluyendo Estados Unidos. En la protección de los refugiados se debe
mostrar especial consideración por los grupos más vulnerables, incluyendo niños
sin acompañantes, mujeres solteras y mujeres cabeza de familia, y minorías
religiosas. Debe concederse asilo a todo refugiado que sostenga un miedo fundado
de persecución y represalias en su país de origen.
·
Una política más altruista hacia la
inmigración y los refugiados basada en la provisión de un refugio seguro,
temporal o permanente, para aquellos en necesidad; protegiendo a los
trabajadores inmigrantes de la explotación; favoreciendo la reunificación
familiar; protegiendo el derecho de todas las personas a regresar a sus países
de origen; asegurando que los inmigrantes gocen de beneficios públicos y de un
proceso justo y eficiente en la obtención de la ciudadanía disponible para
ellos; concediendo a todos los inmigrantes una total protección amparada en las
leyes estadounidenses; y contemplando el origen de las causas de la emigración.
·
Un papel afirmativo, en colaboración
con la comunidad internacional, en la confrontación de los conflictos
regionales desde el Oriente Medio y los Balcanes, hasta África, Colombia y
Timor Oriental. La prestación de ayuda en la resolución de estos conflictos,
debe incluir un compromiso de apoyo a las fuerzas de paz internacionales y a
los esfuerzos continuados de la reconstrucción a largo plazo una vez finalizado
el conflicto.
Construir la paz,
combatir la pobreza y la desesperación, y proteger la libertad y los derechos
humanos no son sólo imperativos morales, son acertadas prioridades nacionales.
Dado su enorme poder e influencia en el mundo, los Estados Unidos tiene la
especial responsabilidad de asegurar que existe una fuerza para implementar la
justicia y la paz más allá de sus fronteras. "Libertad y justicia para
todos" no es únicamente una promesa nacional profunda, es una meta de gran
valor para cualquier líder mundial.
Deseamos que estas
reflexiones contribuyan a una vitalidad política renovada en nuestra tierra.
Urgimos a todos los ciudadanos a registrarse, votar y mantenerse activos en la
vida pública, buscando el bien común y revitalizando nuestra democracia.
El llamamiento a la ciudadanía responsable suscita una cuestión fundamental.
¿Qué significa ser un creyente y un ciudadano en el año 2000 y años
posteriores? Como católicos, podemos celebrar el Gran Jubileo comprometiéndonos
nuevamente a ser portadores de los principios del Evangelio y de las enseñanzas
de la Iglesia dentro del foro público. Como ciudadanos, podemos y
debemos participar en los debates y alternativas sobre los valores, visión y
líderes que configurarán nuestra nación en el siglo venidero. Este doble
llamado a la responsabilidad y ciudadanía está en el centro de lo que significa
ser católico en Estados Unidos mientras aguardamos con esperanza el inicio del
nuevo milenio.
The following documents from the National
Conference of Catholic Bishops/U.S. Catholic Conference explore in greater
detail the public policy issues discussed in Faithful Citizenship. To
obtain copies, call 1-800-235-8722.
Protecting Human Life
Living the Gospel of Life, 1998
Faithful for Life: A Moral Reflection, 1995
Resolution on Abortion, 1989
Pastoral Plan for Pro-Life Activities: A Reaffirmation, 1985
Documentation on the Right to Life and Abortion, 1974, 1976, 1981
Sowing the Weapons of War, 1995
The Harvest of Justice Is Sown in Peace, 1993
A Report on the Challenge of Peace and Policy Developments 1983-1888,
1989
The Challenge of Peace: God's Promise and Our Response, 1983
Welcome and Justice for Persons with Disabilities, 1999
Nutrition and Hydration: Moral and Pastoral Reflections, 1992
NCCB Administrative Committee Statement on Euthanasia, 1991
Pastoral Statement of U.S. Catholic Bishops on Persons with Disabilities,
1989
1984
A Good Friday Appeal to End the Death Penalty, 1999
Confronting a Culture of Violence, 1995
U.S. Bishops' Statement on Capital Punishment, 1980
Community and Crime, 1978
Promoting Family Life
A Family Guide to Using the Media, 1999
Renewing the Mind of the Media, 1998
Statements and testimony by the USCC Department of Communications before
Congress and the Federal Communications Commission
Sharing Catholic Social Teaching: Challenges and Directions, 1998
Principles for Educational Reform in the United States, 1995
In Support of Catholic Elementary and Secondary Schools, 1990
Value and Virtue: Moral Education in the Public School; 1988
Sharing the Light of Faith; National Catechetical Directory, 1979
To Teach As Jesus Did, 1972
Always Our Children, 1997
Walk in the Light, 1995
Follow the Way of Love, 1993
When I Call for Help, 1992
Putting Children and Families First, 1992
A Family Perspective in Church and Society, 1988
Pursuing Social Justice
A Commitment to All Generations: Social Security and the Common Good, 1999
Ethical and Religious Directives for Catholic Health Care Services, 1995
One Family Under God, 1995
Confronting a Culture of Violence, 1995
Moral Principles and Policy Priorities for Welfare Reform, 1995
The Harvest of Justice Is Sown in Peace, 1993
A Framework for Comprehensive Health Care Reform, 1993
Renewing the Earth, 1992
Putting Children and Families First, 1992
New Slavery, New Freedom: A Pastoral Message on Substance Abuse, 1990
Brothers and Sisters to Us, 1989
Relieving Third World Debt, 1989
Food Policy in a Hungry World, 1989
Called to Compassion and Responsibility: A Response to the HIV/AIDS Crisis,
1989
Homelessness and Housing, 1988
Economic Justice for All, 1986;
Practicing Global Solidarity
A Jubilee Call for Debt Forgiveness, 1999
Called to Global Solidarity, 1998
Sowing the Weapons of War, 1995
One Family Under God, 1995
The Harvest of Justice Is Sown in Peace, 1993
War in the Balkans: Moral Challenges, Policy Choices, 1993
Statements on South Africa, 1993, 1994
Refugees: A Challenge to Solidarity, 1992
The New Moment in Eastern and Central Europe, March 1990
The Harvest of Justice Is Sown in Peace, 1993
Toward Peace in the Middle East, 1989
Relieving Third World Debt, 1989
USCC Statement on Central America, 1987
Notas
1.
Desde 1975 la conferencia de obispos de los Estados Unidos ha
llevado a cabo una reflexión sobre "responsabilidad política" en
anticipación a cada elección presidencial. Esta declaración sigue con esta
tradición. Es un resumen de las enseñanzas católicas sobre la vida pública y
sobre temas morales importantes. Estas reflexiones se basan en declaraciones
anteriores sobre la responsabilidad política e incluyen temas de varias
declaraciones recientes de los obispos como Vivir el Evangelio de la Vida y
Cristianos de cada día. Para dar un mayor sentido a las enseñanzas
católicas sobre estas materias, hacemos una lista de las declaraciones
católicas más importantes al final de estas reflexiones.
2.
Mt 25:31-46.
3.
Juan Pablo II, La Iglesia en América (Ecclesia in America)
(Washington, D.C.: United States Catholic Conference, 1999), no. 27.
4.
United States Catholic Conference, Vivir el Evangelio de la Vida:
Retos a los católicos de Estados Unidos (Washington, D.C.: United States
Catholic Conference, 1998), no. 34.
5.
Dt 30:19-20,
Mt 25:40-45, Mt 5:3-12, Mt 13:33, Mt 5:13-16.
6.
La comunidad católica está presente en virtualmente en toda la
nación, incluyendo casi 20,000 parroquias, 8,300 escuelas, 231 colegios
post-secundarios y universidades, 900 hospitales y centros para cuidados de la
salud, y 1,400 agencias de Caridades Católicas. La comunidad católica es la
proveedora más grande de educación, cuidados de la saluda y servicios humanos
en Estados Unidos.
7.
United States Catholic Conference, Cristianos de cada día: tienen
hambre y sed de justicia (Washington, D.C.: United States Catholic
Conference, 1998).
8.
United States Catholic Conference,
Vivir el Evangelio de la Vida.
9.
Puede obtener recursos diseñados para ayudar las parroquias y
diócesis a compartir el mensaje de cómo ser ciudadanos fieles y organizar
esfuerzos no partidistas para el registro de votantes, programas educativos y
de intercesión contactando a U.S. Catholic Conference; para más información,
llame a 800-235-8722.
10.
Para
un análisis más complete de estos tópicos vea el Catecismo de la Iglesia
Católica y Compartiendo la enseñanza social católica: desafíos y rumbos.
11.
Éx 22:20-26.
12.
Is 1:21-23; Jer 5:28.
13.
Mt
25:40-45.
14.
Mt
11:5; 5:42.
15.
Juan
Pablo II, La preocupación social de la Iglesia (Sollicitudo rei socialis)
(Washington, D.C.: United States Catholic Conference, 1987), no. 38.
16.
United
States Catholic Conference, Vivir el Evangelio de la Vida, no. 5.
17.
Ibid,
no. 21.
18.
Juan Pablo II, La crisis ecológica: responsabilidad común,
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1990 (Washington, D.C.: United
States Catholic Conference, 1989).
__________________________________
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