Biblioteca: A |
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Es urgente evangelizar toda cultura
humana
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23/9/1990 -
Juan Pablo II
Señor
rector magnifico; ilustres profesores y queridísimos alumnos de la Universidad
de Ferrara:
1. Doblemente
satisfactoria me resulta la visita de hoy a esta histórica sede, al día
siguiente de mi llegada a una ciudad tan noble y rica de tradiciones culturales
y civiles.
En efecto, para mí
supone un retorno feliz, que me lleva a recordar aquel momento, en octubre de
1965, en que estuve presente aquí en la ceremonia de hermanamiento de esta
universidad con la universidad polaca de Torun. Además, hoy están presentes
entre nosotros doce rectores de diversas universidades europeas, reunidos por
el llamado proyecto " Erasmus", de modo que el encuentro ya no está
circunscrito ni limitado a esta única sede, sino que más bien se ensancha a una
multiplicidad muy significativa de presencias y de representaciones, que me
permiten ampliar el discurso a los temas generales de la cultura superior y del
intercambio disciplinar entre los centros de estudios de los diversos países de
la Comunidad Económica Europea.
2. Por otra parte,
siento la obligación de saludar y de dar las gracias, además de a cada uno de
vosotros, al honorable Luigi Covatta, subsecretario para los bienes culturales
y del ambiente y al señor rector, por las palabras tan leales y corteses, con
las que se han hecho intérpretes de los sentimientos comunes. Esas palabras me
confirman que mi presencia también es grata para vosotros, y ello me satisface.
El rector, al
hacer referencia a la fundación de esta institución, que se remonta al siglo
XIV y se debió a la concesión de un Romano Pontífice, ha querido dar comienzo
oficial a las solemnes celebraciones centenarias, previstas para el próximo
año. En efecto, la bula In supremae del Papa Bonifacio IX marca el "acta
de nacimiento" del "Studium Generale" aquí en Ferrara, y hoy es
útil e iluminador volverla a leer para confrontar las finalidades originarias
de la institución con la realidad académica de hoy. En ello no es difícil
encontrar una línea de continuidad.
3. Mi lejano
predecesor fundaba el "Estudio" de Ferrara a petición formal del
marqués Alberto d'Este y de la comunidad ciudadana, abriéndolo para los
estudios de teología (sacra pagina), de derecho canónico y civil, de medicina y
de las demás artes y letras, y confiriendo a los profesores, a los lectores y a
los estudiantes los mismos "privilegios, libertades, inmunidades e
indulgencias" de que gozaban los colegios de las universidades de Bolonia
y París (cf. Bullarum, privilegiorum ac diplomatum Romanorum Pontificum
amplissima collectio, t. III, p. II, Roma 1741, págs. 383-384).
Singular era,
pues, el honor conferido al nuevo "Estudio" por la explícita
correlación y, yo diría, asimilación a esas dos prestigiosas y celebradas
sedes, y también por la autorización, que se concedía a los que hubieran
merecido el "bravium" en la facultad que habían frecuentado, de poder
enseñar a otros y en otros lugares.
Es un hecho que,
desde entonces, si bien han variado las circunstancias y a pesar de algún
momento de flexión y de dificultad, el "Estudio Estense" ha acogido a
muchos licenciados y estudiosos, preparándolos y formándolos ayer y hoy para el
doctorado, definido como "el honor del magisterio". Entre ellos
quiero recordar a mi compatriota Nicolás Copérnico, que se doctoró aquí en
derecho, y al insigne médico Teofrasto Bombast von Hohenheim, más conocido por
el nombre de Paracelso. Y no podemos olvidar que en Ferrara tuvo lugar el
concilio ecuménico llamado luego Florentino, para la unidad de las Iglesias de
Oriente y de Occidente: un acontecimiento importante al que esta Universidad
contribuyó por obra, sobre todo, de Guarino el Veronés.
4. La
confrontación con la realidad actual descubre obviamente muchas diferencias: se
trata de una universidad estatal, bien estructurada en sus diversas facultades,
que, aunque de dimensiones reducidas, se distingue por la seriedad y la calidad
de sus estudios en el mundo universitario, no sólo italiano. Ahora ya no está
enmarcada dentro del ordenamiento eclesiástico, como sucedía en otro tiempo, ni
depende - como preveía la bula constitucional - de la autoridad del obispo
local o del capítulo de canónigos, pero tampoco ha olvidado - y mi deseo es que
nunca las olvide - las elevadas palabras de ese documento: "La alabanza
del nombre de Dios, la propagación de la fe católica y la exaltación de la
Iglesia".
Hoy, que se ha
difundido la sensación de vivir en una nueva época y muchas estructuras
sociales han sufrido o están sufriendo un proceso de profunda transformación,
la voz de la Iglesia no puede callar la indicación o, mejor, la llamada formal
de ciertos valores esenciales que no pasan ni varían. Y, si la Iglesia se
preocupa primaria y responsablemente de los entes e instituciones que lleva
ella misma - como son, por ejemplo, las universidades católicas -, al mismo
tiempo su voz se dirige con atento interés al mundo de la cultura en general, y
no precisamente para recordar sus propios méritos, históricamente innegables,
de animadora y protectora de genios, conservadora y vigilante del patrimonio de
la antigüedad clásica y del hecho, igualmente incontestable, de haber fundado
tantas y tantas universidades o institutos de estudios superiores, tanto en la
vieja Europa como en los demás continentes. No es sólo por esto. Su voz
resuena, sobre todo, para recomendar y recordar constantemente la presencia, la
acción, la providencia de Dios creador y padre en favor del hombre, de todo el
hombre y de todos los hombres, incluidos obviamente y, yo diría especialmente,
los que "ex officio" indagan y buscan la verdad. ¿No es éste
precisamente también vuestro caso, queridos profesores y estudiantes de
Ferrara? Al indagar sobre la rerum natura, ¿cómo podríais descuidar al Auctor
naturae, ese Dios que no sólo encontráis en vuestra conciencia individual, sino
que también descubrís en la sustancia concreta de las cosas a las que dirigís
vuestros estudios?
Al respecto, sigue
siendo siempre verdadera la palabra de san Pablo: "Lo invisible de Dios se
deja ver a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad" (Rm 1,
20). A esta posibilidad natural de allegarse a Él se añade la luz superior de
la revelación, que tiene su fuerza en Cristo, Verbo de Dios y Sabiduría de Dios
(cf . 1 Co 1, 24), la "luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn
1, 9).
5. La voz de la
Iglesia es muy firme al recordar estos puntos principales de su doctrina a
todos los hombres y, especialmente, a los hombres de estudio que, debido a su
ingenio más agudo y a los instrumentos de investigación de que disponen, tienen
el deber de profundizar los eternos problemas del conocimiento y de la fe, del
ser y del obrar, con el compromiso posterior de iluminar a los hermanos,
especialmente cuando les son confiados como alumnos para instruirlos y
educarlos.
Por lo demás, en
lo que se refiere específicamente a la cultura, sabéis también que la voz de la
Iglesia ha resonado con autoridad durante el Concilio Vaticano II, el cual, en
la constitución pastoral Gaudium et spes, ha dedicado a este tema algunos
párrafos importantes (nn. 53-59). Permitidme que os lea alguna línea: "El
hombre, cuando se entrega a las diferentes disciplinas de la filosofía, la
historia, las matemáticas y las ciencias naturales..., puede contribuir
sobremanera a que la familia humana se eleve a los más altos pensamientos sobre
la verdad, el bien y la belleza... y así sea iluminada mejor por la maravillosa
Sabiduría, que desde siempre estaba con Dios" (n. 57). Y también:
"Con todo lo cual el espíritu humano, más libre de la esclavitud de las
cosas, puede ser elevado con mayor facilidad al culto mismo y a la
contemplación del Creador" (n. 57).
Cualquiera que sea
la moderna fisonomía o la pertenencia jurídica de una universidad, estos datos
no los puede soslayar ningún estudioso o investigador honesto, y por esa razón
he considerado oportuno enunciarlos, aunque sea brevemente, y proponéroslos
como objeto de una profunda y saludable reflexión. En el día de hoy, la Iglesia
advierte con más urgencia la exigencia de "evangelizar la cultura",
toda la cultura humana, en el sentido más amplio que esa palabra ha conquistado
ya en el lenguaje moderno. Pero sabéis bien que cultura, antes de este
significado sociológico, quiere decir educación del espíritu, formación
personal o - como decían los latinos - humanitas, es decir, crecimiento y
desarrollo armónico del hombre en todas sus partes. También bajo este aspecto,
que sigue siendo fundamental, podemos y debemos hablar de "evangelización
de la cultura", buscando un destino efectivamente especial y una
aplicación singularmente fecunda del Evangelio de Jesucristo a todos los que
" hacen cultura" mediante sus estudios, sus investigaciones teóricas
y las correspondientes aplicaciones prácticas. A vosotros, pues, dirijo con
confianza la invitación para ese trabajo de profundización, de asimilación y de
desarrollo. En efecto, -os lo diré con el mismo Jesús-: "la Palabra de
Dios es una semilla" (Lc 8, 10).
6. Al comienzo he
hecho referencia al proyecto "Erasmus", de cuyo comité consultivo hay
aquí representantes cualificados. Me alegro sinceramente por esta iniciativa,
que ciertamente favorecerá, para el bien y el incremento de la cultura
superior, contactos más frecuentes entre los profesores y los jóvenes de las
diversas naciones europeas. Y contribuirá también a acelerar -en un nivel
ciertamente elevado- el proceso de esa más compleja y orgánica unidad del
continente que está desde hace tiempo en los deseos de todos. Me alegro, por
tanto, de manifestar aquí mis votos cordiales por el feliz éxito del proyecto,
al tiempo que expreso mi satisfacción por el hecho de que una fase tan
importante del mismo se desarrolle precisamente dentro de esta sede
universitaria.
Para los
beneméritos promotores del programa, así como para toda la comunidad académica
del "Estudio" de Ferrara, invoco los favores celestes del Señor
omnipotente, esperando que sus iniciativas culturales, aun siendo diversas en
las formas y en los modos de realizarlas, converjan en el único fin de elevar
al hombre y promover su inalienable dignidad. Si se consigue ese noble intento,
podemos aplicar también a vosotros las palabras de la bula de mi predecesor:
realmente habréis merecido el bravium, es decir, el premio y el fruto de
vuestro apreciado trabajo.
Con mi bendición
apostólica.
Joannes
Paulus pp. II
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