Paz
con Dios Creador, paz con toda la creación Por SS. Juan Pablo II La crisis ecológica pone en evidencia la urgente necesidad moral
de un nueva solidaridad. Es necesario educar en la responsabilidad ecológica:
responsabilidad con nuestros mismos y con los demás. 1. En nuestros días aumenta cada vez más la convicción de que la
paz mundial está amenazada, además de la carrera armamentística, por los
conflictos regionales y las injusticias aún existentes en los pueblos y entre
las naciones, así como por la falta del debido respeto a la naturaleza, la
explotación desordenada de sus recursos y el deterioro progresivo de la calidad
de vida. Esta situación provoca una sensación de inestabilidad e inseguridad
que a su vez favorece formas de egoísmo colectivo, acaparamiento y prevaricación.
Ante el extendido deterioro ambiental la humanidad se da cuenta
de que no se puede seguir usando los bienes de la tierra como en el pasado. La
opinión pública y los responsables políticos están preocupados por ello, y los
estudiosos de las más variables disciplinas examinan sus causas. Se está
formando así una conciencia ecológica, que no debe ser obstaculizada, sino más
bien favorecida, de manera que se desarrolle y madure encontrando una adecuada
expresión en programas e iniciativas concretas. 2. No pocos valores éticos, de importancia fundamental para el
desarrollo de una sociedad pacífica, tienen una relación directa con la cuestión
ambiental. La interdependencia de muchos desafíos, que el mundo actual debe
afrontar, confirma la necesidad de soluciones coordinadas, basadas en una
coherente visión moral del mundo. Para el cristiano tal visión se basa en las
convicciones religiosas sacadas de la Revelación. Por eso, al comienzo de este
Mensaje, deseo recordar la narración bíblica de la creación, confiando que
aquellos que no comparten nuestras convicciones religiosas puedan encontrar
igualmente elementos útiles para una línea común de reflexión y de acción. "Y vio Dios que era bueno"
3. En las páginas del Génesis, en las cuales se recoge la
autorrevelación de Dios a la humanidad (Gén. 1-3), se repiten como un
estribillo las palabras: "Y vio Dios que era bueno". Pero cuando
Dios, una vez creado el cielo y el mar, la tierra y todo lo que ella contiene,
crea al hombre y a la mujer, la expresión cambia notablemente: "Vio Dios
cuanto había hecho, y todo era muy bueno" (Gén. 1,31). Dios confió al
hombre y a la mujer todo el resto de la creación, y entonces - como leemos -
pudo descansar "de toda la obra creadora" (Gén. 2,3). La llamada a Adán y Eva, para participar en la ejecución del
plan de Dios sobre la creación, avivaba aquellas capacidades y aquellos dones
que distinguen a la persona humana de cualquier otra criatura y, al mismo
tiempo, establecía una relación ordenada entre los hombres y la creación
entera. Creados a imagen y semejanza de Dios, Adán y Eva debían ejercer su
dominio sobre la tierra (Gén. 1,28) con sabiduría y amor. Ellos, en cambio, con
su pecado destruyeron la armonía existente, poniéndose deliberadamente contra
el designio del Creador. Esto llevó no sólo a la alienación del hombre mismo,
sino también a una especie de rebelión de la tierra contra él (cfr. Gén.
3,17-19; 4,12). Toda la creación se vio sometida a la caducidad, y desde
entonces espera, de modo misterioso, ser liberada para entrar en la libertad
gloriosa con todos los hijos de Dios (cfr. Rom. 8,20-21), 4. Los cristianos profesan que en la muerte y resurrección de
Cristo se ha realizado la obra de reconciliación de la humanidad con el Padre,
a quien plugo "reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando,
mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos"
(Col. 1,20). Así la creación ha sido renovada (cfr. Ap. 21,5), y sobre ella,
sometida antes a la servidumbre de la muerte y de la corrupción (cfr. Rom.
8,21), se ha derramado una nueva vida, mientras nosotros "esperamos...
nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia" (2 Pe. 3,13).
De este modo el Padre nos ha dado a "conocer el Misterio de su voluntad
según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en
la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza" (Ef.
1,9-10). 5. Estas reflexiones bíblicas iluminan mejor la relación entre
la actuación humana y la integridad de la creación. El hombre, cuando se aleja
del designio de Dios creador, provoca un desorden que repercute inevitablemente
en el resto de la creación. Si el hombre no está en paz con Dios la tierra
misma tampoco está en paz: "Por eso, la tierra está en duelo, y se
marchita cuanto en ella habita, con las bestias del campo y las aves del cielo;
y hasta los peces del mar desaparecen" (Os. 4,3). La experiencia de este sufrimiento de la tierra es común también
a aquellos que no comparten nuestra fe en Dios. En efecto, a la vista de todos
están las crecientes devastaciones causadas en la naturaleza por el
comportamiento de hombres indiferentes a las exigencias recónditas -y sin
embargo claramente perceptibles- del orden y de la armonía que la sostienen. Y así, se pregunta con ansia si aún puede ponerse remedio a los
daños provocados. Es evidente que una solución adecuada no puede consistir
simplemente en una gestión mejor o en un uso menos irracional de los recursos
de la tierra. Aún reconociendo la utilidad práctica de tales medios, parece
necesario remontarse hasta los orígenes y afrontar en su conjunto la profunda
crisis moral, de la que el deterioro ambiental es uno de los aspectos más
preocupantes. La crisis ecológica: un problema moral
6. Algunos elementos de la presente crisis ecológica revelan de
modo evidente su carácter moral. Entre ellos hay que incluir, en primer lugar,
la aplicación indiscriminada de los adelantos científicos y tecnológicos.
Muchos descubrimientos recientes han producido innegables beneficios a la
humanidad; es más, ellos manifiestan cuán noble es la vocación del hombre a
participar responsablemente en la acción creadora de Dios en el mundo. Sin
embargo, se ha constatado que la aplicación de algunos descubrimientos en el
campo industrial y agrícola produce, a largo plazo, efectos negativos. Todo
esto ha demostrado crudamente cómo toda intervención en un área del ecosistema
debe considerar sus consecuencias en otras áreas y, en general, en el bienestar
de las generaciones futuras. La disminución gradual de la capa de ozono y el consecuente
efecto invernadero han alcanzado ya dimensiones críticas debido a la creciente
difusión de las industrias, de las grandes concentraciones urbanas y del
consumo energético. Los residuos industriales, los gases producidos por la combustión
de carburantes fósiles, la deforestación incontrolada, el uso de algunos tipos
de herbecidas, de refrigerantes y propulsores; todo esto, como es bien sabido,
deteriora la atmósfera y el medio ambiente. De ello se han seguido a múltiples
cambios metereológicos y atmosféricos cuyos efectos van desde los daños a la
salud hasta el posible sumergimiento futuro de las tierras bajas. Mientras en algunos casos el daño es ya irreversible, en otros
muchas aún puede detenerse. Por consiguiente, es un deber que toda la comunidad
humana -individuos, Estados y Organizaciones internacionales- asuma seriamente
sus responsabilidades. 7. Pero el signo más profundo y grave de las implicaciones
morales, inherentes a la cuestión ecológica, es la falta de respeto a la vida,
como se ve en muchos comportamientos contaminantes. Las razones de la producción prevalecen a menudo sobre la
dignidad del trabajador, y las intereses económicos se anteponen al bien de
cada persona, o incluso al de poblaciones enteras. En estos casos, la
contaminación o la destrucción del ambiente son fruto de una visión reductiva y
antinatural, que configura a veces un verdadero y propio desprecio del hombre.
Así mismo, los delicados equilibrios ecológicos son alterados por una destrucción
incontrolada de las especies animales y vegetales o por una incauta explotación
de los recursos, y todo esto -- conviene recordarlo -- aun que se haga en
nombre del progreso y del bienestar, no redunda ciertamente en provecho de la
humanidad. Finalmente, se han de mirar con profunda inquietud las
incalculables posibilidades de la investigación biológica. Tal vez no se ha
llegado aún a calcular las alteraciones provocadas en la naturaleza por una
indiscriminada manipulación genética y por el desarrollo irreflexivo de nuevas
especies de plantas y formas de vida animal, por no hablar de inaceptables
intervenciones sobre los orígenes de la misma vida humana. A nadie escapa cómo,
en un sector tan delicado, la indiferencia o el rechazo de las normas éticas
fundamentales lleven al hombre al borde mismo de la autodestrucción. Es el respeto a la vida y, en primer lugar, a la dignidad de la
persona humana la norma fundamental inspiradora de un sano progreso económico,
industrial y científico. Es evidente a todos la complejidad del problema ecológico. Sin
embargo. hay algunos principios básicos que, respetando la legítima autonomía y
la competencia específica de cuantos están comprometidos en ello, pueden
orientar la investigación hacia soluciones idóneas y duraderas. Se trata de
principios esenciales para construir una sociedad pacífica, la cual no puede
ignorar el respeto a la vida, ni el sentido de la integridad de la creación. En busca de una solución 8. La teología, la filosofía y la ciencia concuerdan en la visión
de un universo armónico, o sea, un verdadero cosmos, dotado de una integridad
propia y de un equilibrio interno y dinámico. Este orden debe ser respetado: la
humanidad está llamada a explorarlo y a descubrirlo con prudente cautela, así
como a hacer uso de él salvaguardando su integridad. Por otra parte, la tierra es esencialmente una herencia común,
cuyos frutos deben ser para beneficio de todos. "Dios ha destinado la
tierra y cuanto ella contiene para uso de todo el género humano", ha
afirmado el Concilio Vaticano II (Const. past. Gaudium et spes, sobre la
Iglesia en el mundo actual, 69). Eso tiene implicaciones directas para nuestro
problema, Es injusto que pocos privilegiados sigan acumulando bienes
superfluos, despilfarrando los recursos disponibles, cuando una gran multitud
de personas vive en condiciones de miseria, en el más bajo nivel de
supervivencia. Y es la misma dimensión dramática del desequilibrio ecológico la
que nos enseña ahora cómo la avidez y el egoísmo, individual y colectivo, son
contrarios al orden de la creación, que implica también la mutua
interdependencia. 9. Los conceptos de orden del universo y de herencia común ponen
de relieve la necesidad de un sistema de gestión de los recursos de la tierra,
mejor coordinado a nivel internacional. Las dimensiones de los problemas
ambientales sobrepasan en muchos casos las fronteras de cada Estado. Su solución,
pues, no puede hallarse sólo a nivel nacional. Recientemente se han dado
algunos pasos prometedores hacia esta deseada acción internacional, pero los
instrumentos y los organismos existentes son todavía inadecuados para el
desarrollo de un plan coordinado de intervención. Obstáculos políticos, formas
de nacionalismo exagerado e intereses económicos -por mencionar sólo algunos
factores- frenan o incluso impiden la cooperación internacional y la adopción
de iniciativas eficaces a largo plazo. La mencionada necesidad de una acción concertada a nivel
internacional no comporta ciertamente una disminución de la responsabilidad de
cada Estado. Estos, en efecto, no sólo deben aplicar las normas aprobadas junto
con las autoridades de otros Estados, sino favorecer también internamente un
adecuado orden socio-económico, atendiendo particularmente a los sectores más
vulnerables de la sociedad. Corresponde a cada Estado, en el ámbito del propio
territorio, la función de prevenir el deterioro de la atmósfera y de la
biosfera, controlando atentamente, entre otras cosas, los efectos de los nuevos
descubrimientos tecnológicos o científicos, y ofreciendo a los propios
ciudadanos la garantía de no verse expuestos a agentes contaminantes o a
residuos tóxicos. Hoy se habla cada vez con mayor insistencia del derecho a un
ambiente seguro, como un derecho que debería incluirse en la Carta de derechos
del hombre puesta al día. Urgencia de una nueva solidaridad
10. La crisis ecológica pone en evidencia la urgente necesidad
moral de una nueva solidaridad, especialmente en las relaciones entre los países
en vías de desarrollo y los países altamente industrializados. Los Estados
deben mostrarse cada vez más solidarios y complementarios entre sí en promover
el desarrollo de un ambiente natural y social pacífico y saludable. No se puede
pedir. por ejemplo, a los países recientemente industrializados que apliquen a
sus incipientes industrias ciertas normas ambientales restrictivas si los Estados
industrializados no las aplican primero a sí mismos. Por su parte, los países
en vías de industrialización no pueden moralmente repetir los errores cometidos
por otros países en el pasado, continuando el deterioro del ambiente con
productos contaminantes, deforestación excesiva o explotación ilimitada de los
recursos que se agotan. En este mismo contexto es urgente encontrar una solución
al problema del tratamiento y eliminación de los residuos tóxicos. Sin embargo, ningún plan, ninguna organización podrá llevar a
cabo los cambios apuntados si los responsables de las naciones de todo el mundo
no se convencen firmemente de la absoluta necesidad de esta nueva solidaridad
que la crisis ecológica requiere y que es esencial para la paz. Esta exigencia
ofrecerá ocasiones propicias para consolidar las relaciones pacíficas entre los
Estados. 11. Es preciso añadir también que no se logrará el justo
equilibrio ecológico si no se afrontan directamente las formas estructurales de
pobreza existentes en el mundo. Por ejemplo, en muchos países la pobreza rural
y la distribución de la tierra han llevado a una agricultura de mera
subsistencia así como al empobrecimiento de los terrenos. Cuando la tierra ya
no produce muchos campesinos se mudan a otras zonas -incrementando con
frecuencia el proceso de deforestación incontrolada- o bien se establecen en
centros urbanos que carecen de estructuras y servicios. Además, algunos países
con una fuerte deuda están destruyendo su patrimonio natural ocasionando
irremediables desequilibrios ecológicos, con tal de obtener nuevos productos de
exportación. No obstante, frente a tales situaciones sería un modo inaceptable
de valorar la responsabilidad acusar solamente a los pobres por las
consecuencias ambientales negativas provocadas por ellos. Es necesario más bien
ayudar a los pobres -a quienes la tierra ha sido confiada como a todos los demás-
a superar su pobreza, y esto exige una decidida reforma de las estructuras y
nuevos esquemas en las relaciones entro los Estados y los pueblos. 12. Pero existe otro peligro que nos amenaza: la guerra. La
ciencia moderna ya, por desgracia, la capacidad de modificar el ambiente con
fines hostiles, y esta manipulación podría tener a largo plazo efectos
imprevisibles y más graves aún. A pesar de que determinados acuerdos
internacionales prohíban la guerra química, bacteriológica y biológica, de
hecho en los laboratorios se sigue investigando para el desarrollo de nuevas
armas ofensivas, capaces de alterar los equilibrios naturales. Hoy cualquier forma de guerra a escala mundial causaría daños
ecológicos incalculables. Pero incluso las guerras locales o regionales, por
limitadas que sean, no sólo destruyen las vidas humanas y las estructuras de la
sociedad, sino no que dañan la tierra, destruyendo las cosechas y la vegetación,
envenenando los terrenos y las aguas. Los supervivientes de estas guerras se
encuentran obligados a iniciar una nueva vida en condiciones naturales muy difíciles,
lo cual crea a su vez situaciones de grave malestar social, con consecuencias
negativas incluso a nivel ambiental. 13. La sociedad actual no hallará una solución al problema ecológico
si no revisa seriamente su estilo de vida. En muchas partes del mundo esta
misma sociedad se inclina al hedonismo y al consumismo, pero permanece
indiferente a los daños que estos causan. Como ya he señalado, la gravedad de
la situación ecológica demuestra cuán profunda es la crisis moral del hombre.
Si falta el sentido del valor de la persona y de la vida humana, aumenta el
desinterés por los demás y por la tierra. La austeridad, la templanza, la
autodisciplina y el espíritu de sacrificio deben conformar la vida de cada día
a fin de que la mayoría no tenga que sufrir las consecuencias negativas de la
negligencia de unos pocos. Hay pues una urgente necesidad de educar en la responsabilidad
ecológica: responsabilidad con nosotros mismos y con los demás, responsabilidad
con el ambiente. Es una educación que no puede basarse simplemente en el
sentimiento o en una veleidad indefinida. Su fin no debe ser ideológico ni político,
y su planteamiento no puede fundamentarse en el rechazo del mundo moderno o en
el deseo vago de un retorno al paraíso perdido. La verdadera educación de la responsabilidad conlleva una
conversión auténtica en la manera de pensar y en el comportamiento. A este
respecto, las Iglesias y las demás instituciones religiosas, los Organismos
gubernamentales, más aún, todos los miembros de la sociedad tienen un cometido
preciso a desarrollar. La primera educadora, de todos modos, es la familia, en
la que el niño aprende a respetar al prójimo y amar la naturaleza. La creación: un valor estético lleno de bondad
14. No se debe descuidar tampoco el valor estético de la creación.
El contacto con la naturaleza es de por sí profundamente regenerador, así como
la contemplación de su esplendor da paz y serenidad. La Biblia habla a menudo
de la bondad y de la belleza de la creación, llamada a dar gloria a Dios (cfr.,
por ejemplo, Gén. 1,4 ss.; Sal. 8,2; 104,1 ss.; Sab. 13,3-5; Ecl. 39,16,33;
43,1,9). Quizá más difícil, pero no menos intensa, puede ser la contemplación
de las obras del ingenio humano. También las ciudades pueden tener una belleza
particular, que debe impulsar a las personas a tutelar el ambiente de su
alrededor. Una buena planificación urbana es un aspecto importante de la
protección ambiental, y el respeto por las características morfológicas de la
tierra es un requisito indispensable para cada instalación ecológicamente
correcta. Por último, no debe descuidarse la relación que hay entre una
adecuada educación estética y la preservación de un ambiente sano. 15. Hoy la cuestión ecológica ha tomado tales dimensiones que
implica la responsabilidad de todos. Los verdaderos aspectos de la misma, que
he ilustrado. indican la necesidad de esfuerzos concordados a fin de establecer
los respectivos deberes y los compromisos de cada uno: de los pueblos, de los
Estados y de la Comunidad internacional. Esta no sólo coincide con los esfuerzos
por construir la verdadera paz, sino que objetivamente los confirma y los
afianza, incluyendo la cuestión ecológica en el más amplio contexto de la causa
de la paz en la sociedad humana, uno se da cuenta mejor de cuán importante es
prestar atención a los que nos revela la tierra y la atmósfera; en el universo
existe un orden que debe respetarse; la persona humana, dotada de la
posibilidad de libre elección, tiene una grave responsabilidad en la conservación
de este orden, incluso con miras al bienestar de las futuras generaciones. La
crisis ecológica - repito una vez más- es un problema moral. Incluso los hombres y las mujeres que no tienen particulares
convicciones religiosas, por el sentido de sus propias responsabilidades ante
el bien común, reconocen su deber de contribuir al saneamiento del ambiento.
Con mayor razón aún, los que creen en Dios creador, y, por tanto, están
convencidos de que en el mundo existe un orden bien definido y orientado a un
fin, deben sentirse llamados a interesarse por este problema. Los cristianos,
en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus
deberes con la naturaleza y el Creador forman parte de su fe. Ellos, por tanto,
son conscientes del amplio campo de cooperación ecuménica e interreligiosa que
se abre a sus ojos. 16. Al final de este Mensaje deseo dirigirme directamente a mis
hermanos y hermanas de la Iglesia la católica para recordarles la importante
obligación de cuidar toda la creación. El compromiso del creyente por un ambiente
sano nace directamente de su fe en Dios creador, de la valoración de los
efectos del pecado original y de los pecados personales, así como de la certeza
de haber sido redimido por Cristo. El respeto por la vida y por la dignidad de
la persona humana incluye también el respeto y el cuidado de la creación, que
está llamada a unirse al hombre para glorificar a Dios (cfr. Sal. 148 y 96). San Francisco de Asís,. al que he proclamado Patrono celestial
de los ecologistas en 1979 (cfr. Cart, Apost. Inter sanctos: AAS 71 -1979-,
1509 s.), ofrece a los cristianos el ejemplo de un respeto auténtico y pleno
por la integración de la creación. Amigo de los pobres, amado por las criaturas
de Dios, invitó a todos - animales, plantas, fuerzas naturales, incluso al hermano
Sol y a la hermana Luna- a honrar y alabar al Señor. El pobre de Asís nos da
testimonio de que estando en paz con Dios podemos dedicarnos mejor a construir
la paz con toda la creación, la cual es inseparable de la paz entre los
pueblos. Deseo que su inspiración nos ayude a conservar siempre vivo el
sentido de la fraternidad con todas las cosas -creadas buenas y bellas por Dios
Todopoderoso y nos recuerde el grave deber de respetarlas y custodiarlas con
particular cuidado, en el ámbito de la más amplia y más alta fraternidad
humana. Publicado por Human Life International
- Vida Humana Internacional © 1998. |